Benedicto XVI ilustra las lecciones de san Gregorio Nacianceno
Intervención durante la audiencia general
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 22 agosto 2007 (ZENIT.org).-
Publicamos la intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general de este
miércoles, celebrada en el Aula Pablo VI del Vaticano, dedicada a presentar las
enseñanzas dejadas por san Gregorio Nacianceno, obispo del siglo IV.
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Queridos hermanos y hermanas:
En los retratos de los grandes padres y doctores de la Iglesia que trato de
ofrecer en estas catequesis, la última vez hablé de san Gregorio Nacianceno,
obispo del siglo IV, y hoy quisiera seguir completando el retrato de este gran
maestro. Hoy trataremos de recoger algunas de sus enseñanzas.
Reflexionando sobre la misión que Dios le había confiado, san Gregorio
Nacianceno concluía: «He sido creado para ascender hasta Dios con mis acciones»
(«Oratio 14,6 de pauperum amore»: PG 35,865). De hecho, puso al servicio de Dios
y de la Iglesia su talento de escritor y orador. Escribió numerosos discursos,
homilías y panegíricos, muchas cartas y obras poéticas (¡casi 18.000 versos!):
una actividad verdaderamente prodigiosa. Había comprendido cuál era la misión
que Dios le había confiado: «Siervo de la Palabra, me adhiero al ministerio de
la Palabra, que nunca me permita descuidar este bien. Yo aprecio y gozo con esta
vocación, me da más alegría que todo lo demás» («Oratio 6,5»: SC 405,134; Cf.
también «Oratio 4,10»).
El nacianceno era un hombre manso, y en su vida siempre trató de promover la paz
en la Iglesia de su tiempo, lacerada por discordias y herejías. Con audacia
evangélica se esforzó por superar su propia timidez para proclamar la verdad de
la fe. Sentía profundamente el anhelo de acercarse a Dios, de unirse a Él. Lo
expresa él mismo en una poesía, en la que escribe: «grandes corrientes del mar
de la vida, agitado de aquí a allá por impetuosos vientos,… había sólo una cosa
que quería, mi única riqueza, consuelo y olvido de los cansancios, la luz de la
santa Trinidad» («Carmina [histórica]» 2,1,15: PG 37,1250ss.).
Gregorio hizo resplandecer la luz de la Trinidad, defendiendo la fe proclamada
en el Concilio de Nicea: un solo Dios en tres Personas iguales y distintas
--Padre, Hijo y Espíritu Santo--, «triple luz que se une en un único esplendor»
(«Himno vespertino: Carmina [histórica]» 2,1,32: PG 37,512). De este modo,
Gregorio, siguiendo a san Pablo (1 Corintios 8,6), afirma: «para nosotros hay un
Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas; un Señor, Jesucristo, por
quien son todas las cosas, y un Espíritu Santo, en el que están todas las cosas»
(«Oratio 39»,12: SC 358,172).
Gregorio puso muy de relieve la plena humanidad de Cristo: para redimir al
hombre en su totalidad de cuerpo, alma y espíritu, Cristo asumió todos los
componentes de la naturaleza humana, de lo contrario el hombre no hubiera sido
salvado. Contra la herejía de Apolinar, quien aseguraba que Jesucristo no había
asumido un alma racional, Gregorio afronta el problema a la luz del misterio de
la salvación: «Lo que no ha sido asumido no ha sido curado» («Epístola 101», 32:
SC 208,50), y si Cristo no hubiera tenido «intelecto racional, ¿cómo hubiera
podido ser hombre?» («Epístola 101»,34: SC 208,50). Precisamente nuestro
intelecto, nuestra razón, tenía necesidad de la relación, del encuentro con Dios
en Cristo. Al hacerse hombre, Cristo nos dio la posibilidad de llegar a ser como
Él. El nacianceno exhorta: «Tratemos de ser como Cristo, pues también Cristo se
hizo como nosotros: ser como dioses por medio de Él, pues Él mismo se hizo
hombre por nosotros. Cargó con lo peor para darnos lo mejor» («Oratio 1,5»: SC
247,78).
María, que dio la naturaleza humana a Cristo, es verdadera Madre de Dios («Theotókos»:
Cf. «Epístola 101»,16: SC 208,42), y de cara a su elevadísima misión fue «pre-purificada»
(«Oratio 38»,13: SC 358,132, presentando una especie de lejano preludio del
dogma de la Inmaculada Concepción). Propone a María como modelo de los
cristianos, sobre todo a las vírgenes, y como auxilio que hay que invocar en las
necesidades (Cf. «Oratio 24»,11: SC 282,60-64).
Gregorio nos recuerda que, como personas humanas, tenemos que ser solidarios los
unos con los otros. Escribe: «"Nosotros, siendo muchos, no formamos más que un
solo cuerpo en Cristo" (Cf. Romanos 12,5), ricos y pobres, esclavos y libres,
sanos y enfermos; y única es la cabeza de la que todo deriva: Jesucristo. Y como
sucede con los miembros de un solo cuerpo, cada quien se ocupa de cada uno, y
todos de todos».
Luego, refiriéndose a los enfermos y a las personas que atraviesan dificultades,
concluye: «Esta es la única salvación para nuestra carne y nuestra alma: la
caridad hacia ellos» («Oratio 14,8 de pauperum amore»: PG 35,868ab).
Gregorio subraya que el hombre tiene que imitar la bondad y el amor de Dios y,
por tanto, recomienda: «Si estás sano y eres rico, alivia la necesidad de quien
está enfermo y es pobre; si no has caído, ayuda a quien ha caído y vive en el
sufrimiento; si estás contento, consuela a quien está triste; si eres
afortunado, ayuda a quien ha sido mordido por la desventura. Da a Dios una
prueba de reconocimiento para que seas uno de los que pueden hacer el bien, y no
de los que tienen que ser ayudados… No seas sólo rico de bienes, sino de piedad;
no sólo de oro, sino de virtudes, o mejor, sólo de ésta. Supera la fama de tu
prójimo siendo más bueno que todos; conviértete en Dios para el desventurado,
imitando la misericordia de Dios» («Oratio 14, 26 de pauperum amore»: PG
35,892bc).
Gregorio nos enseña, ante todo, la importancia y la necesidad de la oración.
Afirma que «es necesario acordarse de Dios con más frecuencia de lo que
respiramos» («Oratio 27»,4: PG 250,78), pues la oración es el encuentro de la
sed de Dios con nuestra sed. Dios tiene sed de que tengamos sed de Él (Cf. «Oratio
40», 27: SC 358,260). En la oración, tenemos que dirigir nuestro corazón a Dios
para entregarnos a Él como ofrenda que debe ser purificada y transformada. En la
oración, vemos todo a la luz de Cristo, dejamos caer nuestras máscaras y nos
sumergimos en la verdad y en la escucha de Dios, alimentando el fuego del amor.
En una poesía, que al mismo tiempo es meditación sobre el sentido de la vida e
invocación implícita de Dios, Gregorio escribe: «Alma mía, tienes una tarea, si
quieres, una gran tarea. Escruta seriamente en tu interior, tu ser, tu destino;
de dónde vienes y adónde irás, trata de saber si es vida la que vives o si hay
algo más. Alma mía, tienes una tarea, purifica, por tanto, tu vida: considera,
por favor, Dios y sus misterios, indaga en lo que había antes de este universo,
y qué es para ti, de dónde procede y cuál será su destino. Esta es tu tarea,
alma mía, por tanto, purifica tu vida» («Carmina [historica] 2»,1,78: PG
37,1425-1426).
El santo obispo pide continuamente ayuda a Cristo para elevarse y reanudar el
camino: «Me ha decepcionado, Cristo mío, mi exagerada presunción: de las alturas
he caído muy bajo. Pero, vuelve a levantarme nuevamente ahora, pues veo que me
engañé a mí mismo; si vuelvo a confiar demasiado en mí mismo, volveré a caer
inmediatamente, y la caída será fatal» («Carmina [historica] 2»,1,67: PG
37,1408).
Gregorio, por tanto, sintió necesidad de acercarse a Dios para superar el
cansancio de su propio yo. Experimentó el empuje del alma, la vivacidad de un
espíritu sensible y la instabilidad de la felicidad efímera. Para él, en el
drama de una vida sobre la que pesaba la conciencia de su propia debilidad y de
su propia miseria, siempre fue más fuerte la experiencia del amor de Dios.
Tienes una tarea --nos dice san Gregorio también a nosotros--, la tarea de
encontrar la verdadera luz, de encontrar la verdadera altura de tu vida. Y tu
vida consiste en encontrarte con Dios, que tiene se de nuestra sed.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la
audiencia, Benedicto XVI saludó en varios idiomas a los peregrinos. En español,
dijo:]
Queridos hermanos y hermanas:
San Gregorio Nacianceno, reflexionando sobre la misión que el Señor le había
encomendado, dice: «He sido creado para ascender hasta Dios con mis acciones».
Él era un hombre manso, y en su vida trabajó siempre por la paz en la Iglesia de
su tiempo, dañada por discordias y herejías. Con audacia evangélica proclamó la
verdad de la fe, a la vez que sentía profundamente el anhelo de acercarse y
unirse a Dios.
Gregorio hizo resplandecer la luz de la Trinidad defendiendo la fe proclamada en
el Concilio de Nicea: un solo Dios en tres Personas iguales y distintas, Padre,
Hijo y Espíritu Santo. Asimismo, puso muy de relieve la plena humanidad de
Cristo. Gregorio nos recuerda que, como personas humanas, debemos ser solidarios
los unos con los otros, imitando la bondad y el amor de Dios. Nos enseña ante
todo la importancia y la necesidad de la oración, en la cual debemos dirigir
nuestro corazón a Dios para entregarnos a Él como una ofrenda que se ha de
purificar y transformar. En la oración nosotros vemos todo a la luz de Cristo,
nos quitamos nuestras máscaras y nos sumergimos en la verdad y en la escucha de
Dios, alimentando el fuego del amor.
Saludo ahora a los visitantes de lengua española, en especial a los diversos
grupos parroquiales y cofradías, a los miembros de la Juventud Mariana
Vicentina, así como a los peregrinos de varios Países latinoamericanos. Una vez
más deseo recordar con gran afecto y cercanía espiritual al querido pueblo
peruano, tan probado en estos días, pidiendo gestos de solidaridad cristiana,
como enseña san Gregorio Nacianceno. ¡Que Dios os bendiga!
[© Copyright 2007 -- Libreria Editrice Vaticana]