Audiencia del miércoles
Benedicto XVI: Cristo, imagen sobre la
que debemos modelar nuestra vida
Comentario al himno de la carta de san Pablo a los Colosenses
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 7 septiembre 2005 (ZENIT.org).-
Publicamos la meditación que dirigió Benedicto XVI este miércoles durante la
audiencia general sobre el himno a Cristo que presenta la carta de san Pablo a
los Colosenses en el capítulo I (versículos 1,3.12.15.17-18)
Damos gracias a Dios Padre,
que nos ha hecho capaces de compartir
la herencia del pueblo santo en la luz.
Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido,
por cuya sangre hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
Él es imagen de Dios invisible,
primogénito de toda criatura;
porque por medio de Él
fueron creadas todas las cosas:
celestes y terrestres, visibles e invisibles,
Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades;
todo fue creado por Él y para Él.
Él es anterior a todo, y todo se mantiene en Él.
Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo.
Porque en Él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por Él quiso reconciliar consigo todos los seres:
los del cielo y los de la tierra,
haciendo la paz por la sangre de su cruz.
1. En el pasado ya nos hemos detenido a meditar en el grandioso fresco de
Cristo, Señor del universo y de la historia, que presenta el himno del inicio de
la carta de san Pablo a los Colosenses. Este cántico, de hecho, salpica las
cuatro semanas en las que se articula la Liturgia de las Vísperas.
El corazón del himno está constituido por los versículos 15-20, en los que
aparece de manera directa y solemne Cristo, definido como «imagen» del «Dios
invisible» (versículo 15). Al apóstol le gusta el término griego «eikon»,
«icono»: en sus cartas lo utiliza nueve veces, aplicándoselo tanto a Cristo,
icono perfecto de Dios (Cf. 2 Corintios 4, 4), como al hombre, imagen y gloria
de Dios (Cf. 1 Corintios 11, 7). Sin embargo, éste, con el pecado, «cambió la
gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de hombre
corruptible» (Romanos 1,23), optando por adorar a los ídolos y convirtiéndose
semejante a ellos.
Por ello, tenemos que modelar continuamente nuestra imagen sobre la del Hijo de
Dios (Cf. 2 Corintios 3, 18), pues «Él nos ha sacado del dominio de las
tinieblas», «nos ha trasladado al reino de su Hijo querido» (Colosenses 1, 13).
2. Después, Cristo es proclamado como «primogénito (engendrado antes) de toda
criatura» (versículo 15). Cristo es anterior a toda la creación (Cf. versículo
17), habiendo sido engendrado desde la eternidad: pues «por medio de Él fueron
creadas todas las cosas» (versículo 16). También en la antigua tradición judía
se afirmaba que «todo el mundo ha sido creado por causa del Mesías» (Sanhedrín
98b).
Para el apóstol, Cristo es tanto el principio de cohesión («todo se mantiene en
Él»), el mediador («por medio de Él»), como el destino final hacia el que
converge todo lo creado. Él es «el primogénito entre muchos hermanos» (Romanos
8, 29), es decir, es el Hijo por excelencia en la gran familia de los hijos de
Dios, de la que se pasa a formar parte por el Bautismo.
3. Al llegar a este momento, la mirada pasa del mundo de la creación al de la
historia: Cristo es «la cabeza del cuerpo: de la Iglesia» (Colosenses 1,18) y ya
lo es a través de su Encarnación. De hecho, Él entró en la comunidad humana para
regirla y unirla en un «cuerpo», es decir, una unidad armoniosa y fecunda. La
convivencia y el crecimiento de la humanidad tienen su raíz, su fulcro vital,
«el principio», en Cristo.
Precisamente con esta primacía Cristo puede convertirse en el principio de la
resurrección de todos, el «primogénito de entre los muertos», para que «todos
revivan en Cristo… Cristo como primicias; luego los de Cristo en su venida» (1
Corintios 15, 22-23).
4. El himno se encamina a su conclusión celebrando la «plenitud», en griego «pleroma»,
que Cristo tiene en sí como don de amor del Padre. Es la plenitud de la
divinidad que se irradia ya sea en el universo ya sea en la humanidad,
convirtiéndose en manantial de paz, de unidad, de armonía perfecta (Colosenses
1, 19-20).
Esta «reconciliación» y «pacificación» es actuada a través de la «la sangre de
su cruz», por la que hemos sido justificados y santificados. Al derramar su
sangre y entregarse a sí mismo, Cristo ha difundido la paz que, en el lenguaje
bíblico, es síntesis de los bienes mesiánicos y plenitud salvífica extendida a
toda la realidad creada.
El himno concluye, por tanto, con un horizonte luminoso de reconciliación, de
unidad, de armonía y paz, sobre el que se levanta solemnemente la figura de su
artífice, Cristo, «Hijo querido» del Padre.
5. Sobre este denso himno han reflexionado los escritores de la antigua
tradición cristiana. San Cirilo de Jerusalén, en su diálogo, cita el cántico de
la Carta a los Colosenses para responder a un anónimo interlocutor que le había
preguntado: «¿Decimos, entonces, que el Verbo engendrado por Dios ha sufrido por
nosotros en su carne?». La respuesta, siguiendo las huellas del cántico, es
afirmativa. De hecho, afirma Cirilo, «la imagen del Dios invisible, el
primogénito de toda criatura, visible e invisible, por el cual y en el cual
existe todo, ha sido dado --dice Pablo-- como cabeza a la Iglesia: Él es,
además, el primogénito de entre los muertos», es decir, el primero de la serie
de los muertos que resucitan. Él, sigue diciendo Cirilo, «asumió todo lo que es
propio de la carne del hombre y "sufrió la cruz, despreciando su ignominia"
(Hebreos 12,2). Nosotros no decimos que un simple hombre, lleno de honores o no
sé cómo, por su unión a Él ha sido sacrificado por nosotros, sino que es el
mismo Señor de la gloria quien fue crucificado» («Por qué Cristo es uno»
--«Perché Cristo è uno»--: Colección de Textos Patrísticos, XXXVII, Roma 1983,
p. 101).
Ante este Señor de la gloria, signo del amor supremo del Padre, también nosotros
elevamos nuestro canto de alabanza y nos postramos para adorarle y darle
gracias.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la
audiencia, el Papa hizo una síntesis en castellano. Estas fueron sus palabras:]
Queridos hermanos y hermanas:
El apóstol Pablo, en el himno que hemos escuchado, tomado de su Carta a los
Colosenses, define a Cristo como la «imagen de Dios invisible», como el
«primogénito de toda criatura» que, engendrado desde la eternidad, precede toda
la creación visible e invisible, siendo para ella principio de cohesión,
mediación y destino. ¡Por Él, para Él y en Él, todo ha sido creado!
El Verbo de Dios se ha hecho hombre para regenerar a la comunidad humana y hacer
de ella una unidad armoniosa y fecunda, introduciendo nuevamente la historia en
el original designio salvífico del Padre. La Iglesia, cuerpo de Cristo, es el
signo visible de esa admirable reconciliación y pacificación, obrada a través de
«la sangre de la cruz», que en el Bautismo nos introduce personalmente en el
misterio del Señor muerto y resucitado.
Saludo ahora a los peregrinos de lengua española, en particular a las
Comunidades religiosas y a los grupos parroquiales de España, así como a los
fieles de Hermosillo, acompañados de su Arzobispo, y a demás peregrinos de
México, de Chile y del Perú. Como San Pablo, elevemos también nosotros un canto
de alabanza y adoremos al Padre por el don inestimable de su Hijo, imagen
perfecta de su amor.