Benedicto XVI: La novedad inaudita del cristianismo

"La Palabra se hizo carne"

CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 4 de enero de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI al rezar el Ángelus al mediodía de este domingo junto a los miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.

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Queridos hermanos y hermanas:

La liturgia nos propone volver a meditar en el mismo Evangelio proclamado en el día de Navidad, es decir, el Prólogo de san Juan. Después del trajín de los días pasados para comprar los regalos, la Iglesia nos invita a contemplar de nuevo el misterio de la Navidad de Cristo para comprender mejor su profundo significado y su importancia para nuestra vida. Se trata de un texto admirable que ofrece una síntesis vertiginosa de toda la fe cristiana. Comienza por lo alto: "En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios" (Juan 1,1); aquí está la novedad inaudita y humanamente inconcebible: "Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros" (Juan 1,14a). ¡No es una imagen retórica, sino una experiencia vivida! La refiere Juan, testigo ocular: "hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad" (Juan 1,14b). No es la palabra erudita de un rabino o de un doctor de la ley, sino el testimonio apasionado de un humilde pescador que, atraído cuando era joven por Jesús de Nazaret, en los tres años de vida común con Él y con los demás apóstoles, experimentó el amor --hasta el punto de definirse a sí mismo "el discípulo al que Jesús amaba"--, le vio morir en la cruz y aparecerse resucitado, y recibió junto a los demás su Espíritu. De toda esta experiencia, meditada en su corazón, Juan sacó una certeza íntima: Jesús es la Sabiduría de Dios encarnada, es su Palabra eterna, que se hizo hombre mortal.

Para un verdadero israelita, que conoce las Sagradas Escrituras, esto no es una contradicción; por el contrario, es el cumplimiento de toda la Antigua Alianza: en Jesucristo llega a su plenitud el misterio de un Dios que habla a los hombres como a amigos, que se revela a Moisés en la Ley, a los sabios y a los profetas. Al conocer a Jesús, estando con Él, escuchando su predicación y viendo los signos que realizaba, los discípulos reconocieron que en Él se cumplían todas las Escrituras. Como afirmará después un autor cristiano: "Toda la divina Escritura constituye un solo libro y este libro es Cristo, habla de Cristo y encuentra en Cristo su cumplimiento" (Hugo de San Víctor, De arca Noe, 2, 8). Cada hombre y cada mujer necesita encontrar un sentido profundo para su propia existencia. Y para ello no bastan los libros, ni siquiera las Sagradas Escrituras. El Niño de Belén nos revela y nos comunica el verdadero "rostro" del Dios bueno y fiel, que nos ama y que no nos abandona ni siquiera en la muerte. "A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado" (Juan 1,18).

La primera que abrió el corazón y contempló "al Verbo que se hizo carne" fue María, la Madre de Jesús. Una humilde muchacha de Galilea se convirtió de este modo en la "sede de la Sabiduría". Al igual que el apóstol Juan, cada uno de nosotros es invitado a "acogerla en su casa" (Juan 19,27), para conocer profundamente a Jesús y experimentar el amor fiel e inagotable. Este es mi deseo para cada uno de vosotros, queridos hermanos y hermanas, al inicio de este año nuevo.