TERCERA PARTE

REEVANGELIZACIÓN Y DOCTRINA SOCIAL


Capítulo I

LAS BASES DE LA REEVANGELIZACIÓN
EN EL CONCILIO VATICANO II
Y EN LAS PASTORALES PAPALES

POR: LEO SCHEFFCZYK


Volver al último concilio por razones metodológicas o por motivos tácticos no es adecuado, como si quisiéramos asegurarnos algo así como una base, sino que es necesario, fundamentalmente, para legitimar las tendencias modernas de reforma, que han caído en errores, debido a una continuada falsa interpretación del Concilio. Así, pues, nuestra posición está caracterizada por una discusión sobre el auténtico conocimiento y la válida interpretación del concilio. G. Alberigo recomienda, en un nuevo volumen de recopilación sobre la «Recepción del segundo concilio Vaticano». que no se haga una distinción entre «espíritu conciliar» y «concilio real» (esto es, el texto conciliar), con el fin de dirigir nuestra atención hacia la dinámica del concilio, que, naturalmente, sigue su camino y que hoy está apoyada, sobre todo, por el «sensus fidei» de toda la Iglesia 1. Hay que conceder que este sentido de toda la Iglesia —en el que, evidentemente, se encuentra la teología «progresista», defendida por el autor, y su suplemento en el laicado— 2 es la única instancia interpretativa

  1. Die Rezeption des Zweiten Vatikanskonzils, editado por H. J. Poltmeyer, G. Alberigo y J. P. Jossua, Düsseldorf 1896.

  2. Sobre la importancia y límites del Sensus/idelimn, cfr. L. Scheffczyk, «Sensus fidelium. Zeugnis in Kraft der Gemeinschaft», en Internationale Katholische Zeitschrift 16 (1987) 420-433.

adecuada del concilio y no una «acción unilateral de la jerarquía» 3. En sentido semejante, piensa un autor alemán que estaríamos al comienzo de una tercera fase del desarrollo, caracterizada por una eclesiología de «communio» y por una nueva antropología con un nuevo acceso a los derechos humanos 4. —y aquí se le presentará al lector crítico la pregunta de si hasta ahora la Iglesia no se ha ocupado por los derechos humanos—, después de la primera fase pletórica de exaltación y de un segundo período de desilusión. Pero lo que entendemos, es una dignidad del hombre de nuevo corte, a la que pertenece una nueva «autoconciencia» de los católicos ante las declaraciones eclesiales (como «Humanae vitae») 5. Ni aquí ni en las discusiones siguientes se dirá que el II concilio Vaticano, ni siquiera en Gaudiuni et spes 6, ha rechazado los medios anticonceptivos como contrarios a la ley divina, lo que, sin embargo, ha sido urgido por el papa Juan Pablo II.

Por ello, hay que preguntarse, en nuestro contexto, qué es lo que dice el Concilio sobre la evangelización, que actualmente Juan Pablo II ha propagado ocasionalmente.


1. El Concilio para la evangelización

Antes que nada, hay hacer una limitación, en el sentido de que el concilio no habla formalmente ni de una nueva evangelización, ni de una re-evangelización, sino de la «missio» y «evangelisatio» entre los pueblos. Así lo hace, sobre todo, el «Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia» 7. Se reflexiona aquí de la actividad en pro de la fundamentación de la fe entre los pueblos no cristianos: «... El objetivo propio de la actividad misionera es la evangelización y la implantación de la Iglesia en los pueblos y comunidades, en las que aún no está enraizada» 8. En este decreto, se ponen las bases doctrinales teológicas para el fomento de la misión de la Iglesia, que se derivan del carácter propio del acontecimiento cristiano. Se podría decir que el Concilio recopila aquí la doctrina tradicional de la Iglesia, acomodándola a la situación actual, sin que la obli-

  1. L.c., pp. 43s.

  2. H. J. Pottmeyer, Von einer neuen Phase der Rezeption des Vatikanuni Ibídem, p. 55.

  3. L. de Vaucelles, Der Katholizismus in der Zeit nach del Konzil, Mide/u, p. 80 (del 20 de noviembre de 1981). Cfr. sobre esto la encíclica Familia/1s consortio, 31-32.

  4. Gaudium et spes, 51.

  5. Cfr. Ad gentes, 4.

  6. Ibiden', 3.

gación misionera –como se afirma en un documento– se urja «con menos exageración» que antes, por razón del optimismo de salvación, supuestamente mayor, en comparación con el del pasado 9.

Esta interpretación no es exacta, mostrando un mal camino en el que el concilio se tendría que separar, en cualquier caso de la tradición.

Podríamos, verdaderamente, trasladar a la tarea de la «reevangelización» los fundamentos teológicos ya elaborados. Pero esto significaría una aplicación abstracta de lo general a una situación específica, que no afectaría, precisamente, a lo específico. Ahora bien, hay indicaciones en otros decretos, que se refieren a la misión específica de la evangelización, sobre todo, en el «Decreto sobre el apostolado seglar», en el «Decreto sobre la función pastoral de los obispos» (Christus Dorinus) y en el «Decreto sobre la formación de los sacerdotes» (Optatarn totius). En el decreto, nombrado en último lugar, la enorme obligación de los laicos ante el apostolado se funda en que la autonomía de los campos de la vida humana ha crecido mucho, «algunas veces con cierto alejamiento respecto del orden ético y religioso y con grave peligro para la vida cristiana» 10. Referida también a la situación actual, aparece la declaración de que «en nuestro tiempo se difunden gravísimos errores que intentan destruir, desde los cimientos, la religión, el orden moral y la misma sociedad humana» 11. A estas manifestaciones tiene que atender el apostolado de los laicos. Es significativo el hecho de que estas serias manifestaciones del concilio sobre la situación actual, que, por lo demás, no son muy numerosas, se quedaron sin ser atendidas en la posterior recepción del concilio.

Hay una afirmación del Concilio, en el «Decreto sobre la misión pastoral de los obispos», que, de forma indirecta, se refiere al objetivo de la reevangelización, allí donde se dice a los obispos que consideren como su tarea principal «anunciar el Evangelio de Cristo a los hombres, invitándoles a creer por la fuerza del Espíritu o confirmándolos en la fe viva» 12, proponer el «misterio de Cristo en su integridad», y predicar «aquellas verdades, cuya ignorancia supone no conocer a Cristo». Si pensamos que la crisis actual de la Iglesia está condicionada, no en último término, por la atrofia de la conciencia del misterio de la fe y de una verdad permanente, reconoceremos que, con estas palabras, se nos dan indicaciones sobre la situación lamentable de la Iglesia, de la que el concilio ya tenía conocimiento.

  1. K. Rahner-H. Vorgrimler, Kleines Kon_ilskompendium, Herder-Bücherei 1966, 600.

  2. Apostolicum Actuositatem, 1.

  3. Ihidem, 6.

  4. Christus Dominos, 12.

Significativa es también una advertencia que se hace, en el mismo lugar, a los obispos, diciéndoles que «las cosas mismas de este mundo y las instituciones humanas, según el designio de Dios Creador, se ordenan a la salvación y de los hombres» 13. No se hace nada de esto, cuando las posiciones eclesiásticas en relación con la paz, la justicia social, la ecología, Sida (aids), y otras cuestiones, operan con los argumentos objetivos naturales, generalmente utilizados, como todo el mundo los conoce. Es necesario mostrar las relaciones con la salvación del mundo, lo que raras veces sucede; pues no es tarea de la Iglesia dar sólo signos exclamativos ante los conocimientos generales sobre el mundo, sino superarlos, a la luz del Evangelio y llenarlos con un nuevo espíritu.

Pero, de hecho, el Concilio no ha puesto ninguna exigencia ni indicación alguna en la cuestión de la reevangelización 14. Aunque este objetivo no figuraba en el centro de la teología misionera del concilio, Pablo VI lo apostrofó después claramente en la Circular « Ecclesiam suar» 15. y en la Circular Apostólica «Sobre la evangelización en el mundo de hoy» 16. En la circular primero nombrada exige el Papa —ya bajo la influencia de la euforia conciliar en la vida pública de la Iglesia y del conformismo optimista— que la verdadera reforma de la Iglesia «no se puede relacionar ni con el concepto fundamental de la Iglesia (de sí misma), ni con la construcción de la Iglesia católica» 17 y que no puede consistir «en la acomodación de las maneras de pensar (de sus fieles) y de sus costumbres a las del mundo» 18. No se trata, pues, según la convicción del Papa, de una «igualación con el espíritu del mundo», ni tampoco de una «indiferencia ante las contradicciones del pensamiento moderno» 19, sino de una renovación interna de la Iglesia, capaz, al mismo tiempo, de liberar las fuerzas del apostolado en un mundo amenazado por el naturalismo, el relativismo y la comodidad de la vida moderna, que se ha introducido también en las costumbres cristianas. En este mundo, los cristianos deben «experimentar los dones del Espíritu Santo», que les darán «la gran preocupación del

  1. Ibidem, 12.

  2. Así, P. J. Zeiger, S.J., Die religiös-sittliche Lage und die Aufgabe der deutschen Katholiken: Der Christ in der Not der Zeit. Der 72. Deutsche Katholikentag vom 1-5 September 1948 in Mainz, Paderborn 1949, 35.

  3. Ecclesiam suam. Die Wege der Kirche (6 de agosto de 1964).

  4. Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975).

  5. Ecclesiam suma (traducción de la Agencia Católica de Información, Bonn, Recklingshausen 1964, 18ss.)

  6. Ibidem, 20.

  7. Ibidem, 21

amor a favor de los hermanos y la capacidad de comunicarles la Buena Nueva», pues «el cristiano no es débil ni perezoso, sino fuerte y fiel» 20.

Acercándose el papa Pablo VI al objetivo de una nueva evangelización, pone su interés principal, en la Evangelii nuntiandi, en la predicación del Evangelio a todos los hombres, sobre todo, a aquellos «que no lo conocen (a Jesucristo)» 21; pero su mirada se dirige aún con más fuerza a los bautizados, «que se encuentran fuera de un espacio vital cristiano». Esta renovada evangelización se hace «necesaria, ante la actual descristianización que hoy frecuentemente se observa» 22. El Papa relaciona este objetivo con las exigencias, que ya el Concilio había puesto, de «redescubrir con valentía y prudencia y, al mismo tiempo, con fidelidad incondicionada a su contenido, las formas más propias y eficaces de trasmitir el Evangelio a los hombres de nuestro tiempo y de trasformarlo realmente 23. Pero parece que tanto la teología postconciliar como también la forma de predicación por ella influida vieron su cometido más en un gigantesco cambio de interpretación de la verdad de la fe, que en una trasmisión del mensaje de Cristo, fiel a su origen y apremiante. Y esto sin que tener en cuenta –lo que sí lo hacían con realismo los Papas (y algunos obispos)– que el «éxito» de esta «nueva evangelización» causaba precisamente lo contrario: la trivialización de la fe, la pérdida del ethos cristiano y, a pesar de toda la espiritualidad mundana forzada, la creciente falta de ,influencia de la Iglesia en el mundo (perceptible esto en Europa occidental, entre otras cosas, por la desaparición de los partidos políticos cristianos y de su «cristianismo»).

En el reconocimiento de esta situación se encontraba la razón decisiva que movió al papa Juan Pablo II a tematizar de forma propia la nueva evangelización o la reevangelización, elevándola a programática.


2. La tematización por Juan Pablo II
24

El peso de la mayoría de las declaraciones del Papa demuestra que hay que entenderlas en el sentido de una segunda misión del otrora mundo

  1. Ibidem, 22.

  2. Declaraciones de la Sede Apostólica, n. 51 (editado por la Conferencia Episcopal Alemana) Bonn 1976.

  3. Ibidem, 52.

  4. Ibiden, 40.

  5. Cfr. sobre lo siguiente, las explicaciones del autor: «Neuevangelisierung als Herausforderung der Kirche nach der Verkündigung Johannes Pauls 11», en Forum Katholische Theologie 4 (1988) 263ss.

cristiano y hoy alejado del cristianismo, sobre todo en el mundo occidental. Esto ya lo recuerda Juan Pablo II, con ocasión de su primera visita pastoral a Alemania, en el discurso a la Conferencia Episcopal Alemana, en Fulda, respondiendo al saludo del cardenal Höffner. Este dio a conocer con toda claridad su preocupación por la «tremenda ruptura con la tradición», «la huida silenciosa de muchos católicos a la indiferencia religiosa» y el «colapso de la conciencia» 25. En respuesta a esto, dijo el Papa: «Pensad en esto, que Europa sólo se podrá renovar partiendo de aquellas raíces que la hicieron nacer». A eso siguieron determinaciones concretas sobre estas raíces: «Sólo desde la íntima unión con Jesucristo y no desde una mera colaboración con otras fuerzas, es cómo nace un testimonio digno de ser creído». Y como fondo de esta recomendación, puso de manifiesto realísticamente la situación: El «occidente cansado», «una exigencia de los derechos y una actitud consumista» de los hombres, el «profundo hiato... entre las costumbres de una sociedad secularizada y las exigencias del Evangelio» 26, hiato este que también se abre entre los cristianos.

El tema experimentó un profundizamiento en el discurso del Papa en la Celebración europea en Santiago de Compostela, el 9 de noviembre de 1982, un lugar central para la cristiandad de occidente. En él encontramos esta frase nuclear: «Vieja Europa, ¡encuéntrate a ti misma!» No es que tengamos que comprenderla como un programa cultural humanista, sino como apelación a un renacimiento cristiano, en la que se encuentra el saber que ha habido entretanto una caída desde lo alto. El Papa puso de relieve expresamente, después de unas palabras de alabanza, el trabajo histórico del continente: «... pero yo no puedo callar sobre el estadio de crisis, que se echa de ver en los comienzos del tercer milenio». Como señal de esta crisis recurrió Juan Pablo II, como era de esperar, a los argumentos corrientes en el análisis cultural cristiano, y lamentó el materialismo y el hedonismo, que llega hasta «un nihilismo», una manifestación, que «frena la voluntad de discutir con los problemas decisivos..., mientras pone las armas en las manos del terrorismo». Pero los signos de la crisis se manifiestan también en los cristianos, como una «renuncia de los bautizados y creyentes a las bases profundas de su fe y al sabio orden moral proveniente de la cosmovisión cristiana». Se evitó aquí la forma de hablar tan usual en los círculos culturales cristianos, exceptuando el cristianismo

  1. Juan Pablo 11 en Alemania. 15-19 de noviembre de 1980 (Declaraciones de la Sede Apostólica 25) Bonn 1980.

  2. lbidem, 125ss.

y la Iglesia. Quedó, sin embargo, la esperanza de que «la Iglesia es consciente de su papel en la renovación espiritual y humana de Europa», y de que, sobre todo, la vida eclesial... continuará dando testimonio de servicio y de amor, lo que con toda evidencia es el presupuesto de su acción en una «Europa que renace espiritualmente» 27.

Juan Pablo II exige también una nueva «simbiosis de fe y cultura» en el discurso a la Conferencia Episcopal Belga, con ocasión de su visita en mayo de 1985. Aquí caracteriza el Papa la evangelización como una «empresa difícil en nuestro tiempo», recordando la actividad misionera original del país, con lo que subraya, de nuevo, que la situación actual exige una nueva acción misionera. Según esto, y en comparación de la situación actual con la edad de oro misionera unilateral de esta iglesia particular, surge la pregunta: «¿Cómo se hubiera podido prever que aquí se agota una fuente de la vida cristiana, que se apaga la vida misionera, siendo así que el Espíritu Santo es el mismo ayer y hoy?» Sin embargo, esto no constituye para el Papa ninguna ocasión para que cunda el desánimo. Pero, en seguida, recomienda, en relación exacta con esta situación, lo siguiente: «¡Al contrario! Es tiempo de empezar con la segunda evangelización, que vosotros deseáis y a la que yo os llamo».

No le pasa desapercibido al Papa, en su apreciación realista de la situación, que hay que reflexionar sobre los efectos de esta crisis, esto es, que «afecta a la Iglesia misma e incluso a la vida sacerdotal y religiosa», y esto, a pesar de los impulsos orientativos del II concilio Vaticano en pro de una «renovación espiritual», que «ha sido comprendida falsamente y falsamente empleada». Esto ha conducido «aquí y allá a desorientaciones y a desuniones, de manera que una caída de la religión se hace inevitable», y, ¡ojo!, también entre los cristianos. Sigue la recomendación a los obispos «para que trabajen en la formación de la fe (de sus fieles) y prediquen la fe a sus contemporáneos». Se trata nada menos que de que «tenemos que reconstruir la faz cristiana de la sociedad».

Para lograr este objetivo, ofrece el Papa, en esta exhortación tan llena de contenido, una especie de «vademecum episcopal» para los tiempos modernos, del que surge, sobre todo, el compromiso con la doctrina y con la salvación, de cara a la meta de «conducir, con gran confianza, al pueblo cristiano a una fe más madura y a un nuevo «élan» misionero» 28. En

  1. L'Osservatore Romano (edición semanal en idioma alemán) 26 de diciembre de 1982, 15.

  2. Las citas, Ibiclem, 14-6-1985, 12s.

los recientes discursos de Juan Pablo II tenemos la impresión de que la llamada a la evangelización ha tomado una fuerza nueva y, al mismo tiempo, se ha concentrado en cosas concretas, así, por ejemplo, en su segundo viaje pastoral a Austria 29. En esta su segunda visita a Austria, que estaba bajo el lema: «Sí a la fe; sí a la vida», les dijo el Papa a sus oyentes, ya al principio de su discurso en la catedral de san Esteban: «Todo nuestro continente europeo, así llamado cristiano, necesita de una nueva evangelización». Partiendo del ejemplo de Clemens Maria Hofbauer, patrón de Viena, y «renovador de la vida social y cristiana» en el tiempo de «la indiferencia ilustrada», pidió, dirigiéndose en especial a los laicos, que «se comprometiesen a favor de una renovación cristiana en la Iglesia y en la sociedad de hoy». A pesar de que al tema de la vida ya le había dedicado mucho espacio, en sus numerosos aspectos, el acento lo puso claramente en la renovación de la fe en la Iglesia. Así habló en el discurso a la Conferencia Episcopal austriaca: «No sólo hay que exigir algunas y aisladas iniciativas pastorales; es cada vez más necesaria una nueva y amplia evangelización, que comienza en el individuo, la familia y en comunidad y que hace brotar de nuevo las fuentes secas de la fe y de un consciente seguimiento de Cristo. Lo que esta advertencia exige y sus retos aparecen más claramente en las palabras, en las que aparece la expresión de «evangelización permanente»: «Hay que exigir una catequesis y una predicación de la fe, que sea tan radical y fuerte que se pudiera caracterizar como una evangelización continuada». El peso estaba de nuevo en la consolidación de la fe en el interior de la Iglesia misma, como para impedir la huída hacia el argumento de la lejanía de la fe en el mundo secularizado: «Por medio de una amplia y nueva evangelización, la Iglesia tiene que frenar el proceso de la enajenación eclesial en sus propias filas y encontrar medios y caminos para ganar de nuevo a los que están alejados de la Iglesia y para saturar a toda la sociedad con la levadura del Evangelio» 30.

Aquí se da a conocer la eficacia de la Iglesia sobre la sociedad terrena, como fruto de una vida de fe viva y consolidada en sí misma. Esta apelación aparece sobre el fondo de una fe que se encuentra en gran peligro, peligro que ha alcanzado hoy en Europa, de nuevo, su punto más alto en la historia de la fe cristiana, caracterizada por las «crisis de fe», por la oposición y por la negación del Evangelio. «Por eso, necesita Europa urgentemente, como ya he dicho repetidas veces, una nueva evangelización,

  1. Dokumentation der österreichischen Kirchenzeitungen, n. 27 a (4-7-1987).

  2. Citas,lbidem, 15-17.

tanto en las grandes ciudades, como también en el campo. La Iglesia tiene que ser de nuevo misionera en vuestras diócesis y en vuestros países con mucha más energía» 31.

Las palabras citadas nos permiten concluir que el pastor supremo de la Iglesia –hablando desde su contacto vivo con países, pueblos y naciones, y desde su propio acervo de experiencias, de las que apenas nadie podría disponer–, le indica a la Iglesia una tarea, que apenas se puede estimar en lo que vale, y cuya urgencia para la Iglesia no es comparable, en este cambio de milenio, con ninguna otra. La urgencia de esta tarea aparece aún con más claridad y casi corporalmente, si no cenamos los ojos ante las manifestaciones de apostasía, que son la causa de esta casi dramática evolución, a la que la nueva evangelización debe oponerse. Pero la verdad es que partes importantes dela Iglesia cierran sus ojos ante esto y hablan de una «primavera que abarca toda la tierra» 32.


3.
El centro de la nueva evangelización: la necesidad de cambio

Llama la atención que el Papa presente su deseo en sus discursos, no sólo de una muy forma personal, sino que quiere alcanzar a la persona y al individuo. Y eso resulta, no en último lugar, de que el reto y el comienzo de la evangelización, presentados en primer lugar, y están unidos a la persona y a la trasformación interior. Por eso mismo, la apelación del Papa —de la que no se puede decir que tenga poca importancia para las reformas externas de la Iglesia y de la sociedad– empieza, en lo referente a sus relaciones con la evangelización, de forma profunda y radical, como también lo hace el Evangelio al pedir la conversión: «Ellos (los cristianos) tienen que empezar de nuevo con la preparación de los caminos de Dios; primero, con su propia conversión, tal y como lo exige el profeta Isaías: "Allanad, allanad, despejad el camino, quitad todo tropiezo de la ruta de mi pueblo"» (Is 57, 14) 33. Y, con referencia al ejemplo del Bautista: «Todos nosotros percibimos la necesidad que tenemos de una renovación, de una conversión y de una vuelta a Dios y a las fuentes de la fe, y de reflexionar sobre la fe en toda su amplitud» 34. El Papa no se arredra en indicarnos los defectos que aquí se barruntan: «Se habla mucho de

  1. Ibídem 21.

  2. Así, G. Alberigo, /.c., p. 41.

  3. Documentación de Ios periódicos de la Iglesia austríaca, 4.

  4. Ibidem, 12.

conversión y de reconciliación, de cara a la evolución social defectuosa y conflictiva, pero no se dice nada de la conversión personal del corazón y, así, de la auténtica reconciliación con Dios y con los hombres» 35.

Realmente, el activismo moderno, propio de las tendencias reformistas externas, pone su mirada, primero que nada, en los otros, en las instituciones, oficios y organizaciones, sin darse cuenta de que la reforma cristiana tiene, antes que todo, que preocuparse del propio yo para trasformarlo. Pero como todo esto no se tiene en consideración, podría suceder que, en vez de subrayar externamente el carácter de servicio de la vida cristiana, la renovación de la Iglesia se transforme en una discusión por la influencia y fortalecimiento de intereses grupales y en una búsqueda de posiciones de poder, lo que resulta, no en último término, por causa de haberse perdido la comprensión del misterio cristiano de la Iglesia, en cuyo lugar aparece cada vez más una simple democratización, que se propaga cada vez más. Sólo por la pérdida de la reforma interior se puede explicar que la llamada del Concilio a Ios laicos para que se responsabilicen más se haya convertido en un deseo de subir al altar y al ambón, lo que significa que no ha sido comprendida como conversión espiritual. Esta conversión hay que comprenderla como un acontecimiento de la fe en pro de una asimilación del mensaje evangélico. Por eso, la meta de la nueva evangelización de los cristianos es esencialmente una conversión total y nuclear a la fe cristiana. Pero como la crisis es una crisis de fe, en toda su amplitud (extendida hasta en los campos particulares del celibato, matrimonio, vida religiosa), sólo la podremos obviar mediante un fortalecimiento de la fe y una nueva forma de consolidarla. Hay una total unanimidad con respecto a esta exigencia, como también en la forma de subrayar el carácter vivo y fructífero de esta fe.

Pero, en este punto, la comprensión empieza a no estar clara. Así ocurre, cuando, en las actuales discusiones sobre la fe, se introduce una diferencia entre la verdad de la fe y la praxis de la fe, entre la ortodoxia (supuestamente tranquila) y la ortopraxia, con la consecuencia de que, finalmente, se transforma en una acción social o incluso política. La crisis de fe se presenta hoy como una dejación de la fe doctrinal y verdadera, que al ser meramente teórica, se malinterpreta como incapaz de ser experimentada y de estar vacía. Juan Pablo II, nunca ha dejado, por ello, en su llamada a la nueva evangelización, de subrayar la fuerza que tiene la fe de cambiar el mundo. Pero no presenta ningún argumento de que la revita-

35. Drei Ansprachen beim Rombesuch der Bischöfe, Bonn 1988, 19.

lización podría conseguirse disminuyendo o despreciando su carácter objetivo, vital y «dogmático». ¡Al contrario! Recomienda a los obispos, primero que nada: «El cuidado de trasmitir la fe sin recortes y de profundizar en ella» 36. También les pide a los teólogos, que «investigan metódicamente el contenido de la fe, sin constituir un ministerio pastoral» 37, que «enseñen concienzudamente a los futuros maestros y mensajeros de la fe, ofreciéndoles una formación teológica sólida» 38. La fe es un determinado «bien» objetivo, pero que «tiene que crecer, para que pueda ser trasmitido en su totalidad y sin recortes a la generación venidera» 39.

Es evidente que la fe, como fuerza de la gracia y del espíritu, debe manifestarse en la construcción del mundo, sin que por ello este permitido identificar el trabajo en el mundo con el acontecimiento salvífico. Pero antes de que se produzca la atención al mundo, hace falta (en sentido intelectual) que se introduzca un elemento puente, a través del cual se trasmita la fuerza de la fe en el mundo actual no cristiano. Y éste es el testimonio de la fe en la propia vida cristiana y en su ethos propio.

Todas las llamadas del Papa a la nueva evangelización, expresadas, de forma ejemplar, en el discurso a la Conferencia Episcopal Belga, tienen en consideración el paso desde el indicativo de la fe cristiana al imperativo del ethos cristiano —que cada vez tiene una mayor importancia en un tiempo en que se niega la existencia de una ética religiosa—. De aquí nace la petición a todos los fieles «para que se comprometan con todo el mensaje cristiano y con las consecuencias éticas consecuentes, para que formen su propia conciencia personal y objetiva y para que respeten la santidad del amor; para que sigan bautizando a sus hijos y trasmitiéndoles la fe; para que reciban con regularidad los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia y, finalmente, para que pongan su vida al servicio del Señor y de la Iglesia» 40.

El tema de la visita pastoral a Austria «Sí a la fe; sí a la vida» ofreció una ocasión especial para reforzar la íntima conexión entre la verdad de la fe y las exigencias éticas, pero también la capacidad moral: «... Vuestra fe, si crece con buenas y profundas raíces, se manifestará en la vida cotidiana y acuñará un estilo de vida en la familia y en la vecindad, en la comunidad de los hermanos cristianos y en la sociedad de los conciudadanos» 41.

  1. Ihidem, 8.

  2. Discurso del Papa a la Conferencia Episcopal Belga, 13.

  3. Drei Ansprache heim Rombesuch der deutschen Bischri/Jé, 12.

  4. Documentación de Ios periódicos austriacos de la Iglesia, 43.

  5. Ibiden, 12.

  6. Ihidem, 42.

La exigencia moral no se queda aquí en generalidades de un llamamiento a los principios del ethos cristiano (que derivan del ser imagen de Dios del hombre, y están, así, siempre presentes), sino en cosas concretas de la vida de los jóvenes, del matrimonio y familia y de la comunidad. A los jóvenes, al tratar un punto decisivo de la fe cristiana vivida, les advierte: «Oponeos a todo aquello que quiere separar vuestra sexualidad del amor. La unidad de dos personas en la mutua entrega psicosomática sólo estará a salvo de transformarse en una mutua violencia y explotación, si se encuentra arropada por una mutuo respeto» 42.

Toda la preocupación de Juan Pablo II acerca de la revitalización de la moral familiar, que caracteriza todo su pontificado, constituye un punto central, que se puede ver en la encíclicas Humanae vitae y Fanziliaris consortio y en su sistemática validación ante los obispos responsables 43. En este punto esencial referente a la diferencia de lo cristiano en la manera de comprender la dignidad del acto matrimonial —que en la Familiaris consortio está fundado en su íntima conexión con la actividad creativa divina 44. (y no en presupuestos antropológico-sicológicos secundarios)—, tendríamos que acudir, como complemento, a la explicación que dio el cardenal Höffner, en marzo de 1982, quien dijo que la «aclaración de Königstein» sobre el pecado particular ya está hecha, cuando alguien está convencido de tener ya, según la manera y profundidad de sus conocimientos teológicos especializados, una mejor y futura idea de la Iglesia. En contra, «millones de católicos habrían pensado en los últimos años que ya estaban en posesión de esta extraordinaria visión» 45.

De hecho, nada caracteriza más el conformismo de muchos católicos de hoy día que el apartarse de la fe bíblica en la creación y de una tradición continuada de la doctrina sancionada por la Iglesia, referente a la prohibición de anticonceptivos. La posibilidad única para el desarrollo de una auténtica alternativa de la vida cristiana, en oposición al pragmatismo y al hedonismo del hombre autónomo moderno, consistiría, precisamente, en este punto decisivo para la comprensión de la dignidad humana, del matrimonio sacramental y del aprecio de la vida. Pero también hay que ver el reconocimiento que ha logrado el «mensaje profético» de Pablo VI en esta cuestión, dejando aparte las grandes dificultades que tienen los matrimonios cristianos, rayanas en el heroísmo. Aquí está la

  1. Ibidem, 30.

  2. Cfr. Ansprache des Papstes an die österreichischen Bischöfe, Kleinzelt 987.

  3. Familiaris consortio, 32.

  4. KNA Informationsdienst, n. 11, de 11-3-1982, 2.

señal de que las fuerzas de la reforma interior no han sido proclamadas ni movilizadas en vano.

Sólo con la movilización, hecha por los Papas, de estas fuerzas interiores en pro de una renovación, se seguirá, partiendo de una teología no sistemática, pero totalmente adecuada, el compromiso de los fieles con su misión en el mundo, que sólo podrá ser eficaz desde una vida interior renovada. Los cristianos tienen que «impregnar el mundo con su testimonio vital, a la luz de la verdad del Evangelio» 46.

Puede que se presente una consideración critica sobre el compromiso posconciliar de los cristianos con el mundo, a saber, que, a pesar del derroche de palabras y resoluciones, «el influjo de la Iglesia en la formación de las realidades oficiales ha disminuido drásticamente» 47. lo que debería dar ocasión a reflexionar, sobre todo, a los laicos, a los que el concilio Vaticano ha confiado expresamente una tarea en el mundo. En numerosos casos, se hace visible la renuncia a principios cristianos fundamentales, así en la forma de considerar el derecho de divorcio en Alemania 48. Es por esto por lo que el Papa no se arredra ante la advertencia, que desde el concilio pocas veces se oye, de que los cristianos vean su posición «en el mundo, pero no desde él» y de que tienen que pensar en «diferenciarse en su vida del ambiente» 49. No es casualidad que, dentro de este contexto, se recuerde las palabra de la carta a Diogenetes en la Iglesia primitiva: «Lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo» 50

Precisamente el recuerdo de las relaciones en la Iglesia primitiva podría trasmitirle al oyente atento la idea del carácter de decisión que tenía en este tiempo la vocación cristiana, pero también su urgencia y peso específico, que el Papa siempre tiene ante sus ojos. Incluso podría ser que muchos ponen muy alta la meta de esta nueva evangelización, tan fundamental y amplia, que les parezca inalcanzable, especialmente de cara a las relaciones de poder en la Iglesia apenada por las crisis de fe y por la desunión. Pero es un signo de la verdadera fe, el que siempre esté unido a la esperanza sobrenatural de que no se dejará desengañar por los impedimentos visibles y por los factores externos en oposición. Pero también hay movi-

  1. Documentación de los periódicos austriacos de la Iglesia, 5.

  2. Cfr. O. B. Roegele, «Kirche des Aufbruchs oder des Verfalls?» en Lebendige Seelsorge 25 (1975) 309.

  3. CFA. J. Wiesner, Das personale Menschenbild des Grundgesetzes und seine Verformung in ausgewählten PolitiIfeldern (Abtreibung- Ehescheidung-Bildungspflicht): Veränderungen im Menschenbild (Zeitfragen15, editado por N. Lügten y L. Scheffezyk, Freiburg 1987, 138-146.

  4. Documentación de los periódicos austríacos de la Iglesia, 5.

  5. Ibidem, 5.

mientos y renacimientos en la Iglesia, que el mismo Papa descubre, y que ponen en marcha y experimenta el objetivo básico de la nueva evangelización: «Nuevos grupos apostólicos y movimientos», que, «con gran entusiasmo, quieren acercar a los demás de forma viva y pregnante la Buena Nueva de la salvación» 51. Se les acusa, con ocasión del «papalismo», pero, sobre todo, al unirse conscientemente a la iniciativa de la cátedra de Pedro, de ser un mediocre catolicismo mediático, lo que viene a ser como un golpe de luz sobre la situación actual de la Iglesia, sobre todo en los estados alemanes, donde el «sentimiento antiromano» alcanza poco a poco ciertos rasos febronianistas. Lo que aquí se propaga, con la excusa de la variedad y de la independencia creativa, lleva, en realidad, signos de un provincialismo nada actual, que se oponen a las exigencias de una moderna Iglesia universal. La legítima variedad sólo puede ser comprendida como una evolución de una unidad esencial en la fe, costumbres y comprensión eclesial, ante la cual la pluralidad debe siempre retirarse. San Pablo, que sabía como nadie de las leyes vitales de una comunidad cristiana sana, no tenía más preocupación que defender «la unidad del espíritu» (Ef 4, 3). Sólo apoyándose en esta unidad, puede la Iglesia regenerarse interiormente «hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y al conocimiento completo del Hijo de Dios» (Ef 4, 13). Gracias a una unidad de este tipo, en la que se manifiesta la legitimidad de los dones del Espíritu «para el bien común» (1 Co 12, 7), al servicio del «Cuerpo de Cristo», «la Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Lumen gentium, 1).

51. Dre Ansprache beirr: Rombesuch der deutschen Bischalle, 16.