PARTE PRIMERA

LAS RELIGIONES EN LA SAGRADA ESCRITURA


Las sagradas escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento suponen la búsqueda de Dios por el hombre. En sus diversos testimonios muestran la revelación de Dios, como se ha realizado en la historia del Antiguo y del Nuevo Testamento. En cuanto esa manifestación tiene lugar bajo las condiciones de la historia, es decir, en determinados tiempos y en determinados sitios se puede dirigir al hombre que busca a Dios. Sí – lo primero fundamenta en suma, en su respuesta a la pregunta, por qué la humanidad echa de menos el conocimiento y la cercanía del Dios viviente. La «terapia» en la vuelta curativa de Dios a la humanidad encierra el «diagnóstico» de su situación. La pregunta por qué el hombre tiene que buscar a Dios, por qué él de muchos modos y con frecuencia con contradicciones siempre encuentra respuestas provisionales e incompletas a su cuestión, la contesta la Sagrada Escritura refiriéndola a lo que en primer lugar es perceptible a la luz de esa divina automanifestación. «Nuestro corazón está lleno de intranquilidad, hasta que encuentra paz en ti» (Agustín). El hombre que busca a Dios pasa a ser el que Dios busca. Él se deja buscar por el hombre.

En lo definitivo de ese «ser encontrado» 2 se esconde la provisionalidad de todos los caminos y maneras anteriores de la búsqueda religiosa de la humanidad. Están caracterizados por un «todavía no». En la experiencia del Dios que se revela está la frontera de estas experiencias humanas. Que esta frontera no puede ser sobrepasada por el hombre, tiene su fundamento en el estado de total humanidad, que se reconoce en su dimensión propia a la luz de esa misma revelación de Dios: es la lejanía de Dios causada por el mismo hombre.

2. Comillas del traductor. Es la forma pasiva del verbo encontrar.

La historia de la revelación, el encuentro con el Dios vivo, descifra también el misterio del hombre religioso que busca a Dios. Ilumina el dilema, que también caracteriza al hombre en sus formas de comportamiento religioso. En su anhelo y búsqueda aparece lo perdido.

Sobrepasando la historia, ayudándose del lenguaje mítico, da la tradición del Génesis respuesta a la pregunta de para qué el hombre fue creado por Dios y por qué él ha perdido su destino por el pecado. Al mismo tiempo informa de la causa por la que el hombre, ahora también como buscador y expectante, no puede separarse de su tendencia hacia Dios que justamente le caracteriza.

La revelación que se realiza bajo las condiciones de la historia trata de ese «homo religiosus». No sólo se recoge el lenguaje en el que precisamente su percepción religiosa ha quedado sedimentada. El modo y manera cómo los hombres se han comportado religiosamente en su búsqueda de Dios, se vuelve con ello condición para lo que desde ahora es testimoniado por el mismo Dios que se revela. El «material» de que se sirve la Sagrada Escritura para testificar esta historia, está caracterizado por ello. Se hace vehículo y recipiente de las tradiciones de lo que Dios dice de sí mismo y de cómo él ha actuado con la humanidad a través de los que ha llamado.

Con tal servicio aclara la Sagrada Escritura la ambivalencia de la conducta religiosa del hombre antes y fuera de su encuentro con el Dios vivo. Continuidad y discontinuidad, aceptación y rechazo, sostén y separación –como se quiera describir el tenso proceso de tal servicio– describe la condición de provisional y definitivo, de preparación histórica de la religión y de validez definitiva de lo revelado. La realización destinada a esas religiones les da a ellas mismas un nuevo significado. Su sentido último no está simplemente en sí mismas. El (servicio) se manifiesta por encima de ellas y de sus formas de aparición. Continúan actuando, por decirlo así, en la Sagrada Escritura. Esto es válido principalmente allí donde una religión ha entrado otra vez en la sombra de la historia. Entonces hablamos de religiones no vivientes. Pero han quedado vivientes en el proceso de ese servicio. De lo que se trata siempre en concreto es de que su nuevo destino las ha puesto por encima de las fronteras históricas que les pertenecen. Han TOMADO parte en la permanente vigencia de la Palabra de Dios, «que permanece eternamente» (1 P 1, 23).

El idioma de los mitos y sus representaciones que transcienden todo lo mundano, las realizaciones cultuales y los rituales, los antiguos santuarios y sus tradiciones, nombres y lugares con sus significados impregnados de historia, costumbres, hábitos y valoraciones –todas estas cosas y muchas más son sometidas en la Sagrada Escritura a un proceso de transformación–. En él no tiene lugar simplemente una especie de amalgama o fusión.

Este hecho que se extiende por largas épocas de la tradición que forma la Biblia continúa también hacia la conclusión y hacia su fijación literaria en los escritos canónicos hasta hoy. La contribución que otras religiones pueden prestar a la interpretación y formación de la verdad bíblica revelada se completa por eso, según el ejemplo de la misma Sagrada Escritura. La respuesta a la pregunta por qué en realidad hay otras religiones, se puede responder con la vista puesta en ese destino dado a ellas por Dios mismo. Están, como todo lo temporal, bajo la promesa de la perfección, de la realización definitiva (finalidad escatológica). Originariamente en otro contexto y vigentes con propio sentido de la interpretación, son transparentes para el teólogo cristiano como parte de la verdad revelada. Están destinadas a contribuir cada una con su aportación histórico-religiosa al desarrollo histórico pleno de esta verdad.

Este fenómeno es válido para comentar y fundamentar ejemplos concretos de la Sagrada Escritura. Sirven aquí paradigmáticamente para ver la relación entre la búsqueda religiosa del hombre y su respuesta divina, que impregna en su totalidad los escritos del Antiguo y del Nuevo Testamento.


1. DIOS Y LOS DIOSES EN LA ANTIGUA ALIANZA

Pertenece a la revelación histórica de Dios en la Antigua Alianza, que él escogió un pueblo, que debe su unión como pueblo también a esta elección. Su unidad no existe desde el principio. Posee en sus diferentes colectivos étnicos rasgos característicos de una religión, que es propia de las etnias que se contemplan bajo el concepto de «semitas». Nos han llegado tradiciones concretas de las tribus individuales de Israel, que proceden del tiempo anterior a su inmigración en el país de la cultura. «Pero esas tradiciones han recibido su forma definitiva por primera vez dentro del Israel unido en Palestina y de su horizonte. Tuvieron, en cuanto acontecimientos históricos que están tras él, un significado fundamental para el Israel que vive en Palestina, para su autocomprensión y para su fe. Aquellas tradiciones pertenecen como fundamentales y decisivas a la propiedad del Israel que conocemos en Palestina y son para nosotros en este contexto un hecho histórico de importancia fundamental, que tiene sus raíces en la prehistoria de Israel» 3.

A estas tradiciones pertenecen formas religiosas de fenómenos, que son propias de religiones paganas. Entre ellas contamos, por ejemplo, los sistemas de parentesco, que tienen una importancia decisiva, no sólo para la autocomprensión de una tal sociedad, sino también para su fe determinante, para ellos fundamental. «El lazo de unión inseparable que une a los hombres con su Dios, es la comunidad de la misma sangre, que en las antiguas comunidades era el único vínculo entre los hombres y el único santo fundamento de las obligaciones morales» 4.

El interés especial que encontramos en el Antiguo Testamento en cuanto a las formas de descendencia y las tradiciones genealógicas tiene su origen aquí. Incluidas al servicio de la historia del Dios que se revela, sirven ahora para ver a los hombres no solamente como individuos, sino en sus relaciones de parentesco y en la historia de sus padres que los determina. De modo distinto a lo que ocurre en las tradiciones heroicas de las antiguas historias de dioses, permanece aquí la acción de Dios incorporada a la forma concreta de existencia de los hombres escogidos, hasta en las formas de descendencia demostrables. Las mismas tribus de Israel representan sólo a los socios incorporados en la alianza divina y en su sistema de miembros engarzados por parentela según sus propias tradiciones. Con esta ventaja natural pueden expresar la extraordinaria «asociación» 5 que les está tocando en suerte, en las afirmaciones ya fijadas, que se formulan mucho más tarde por escrito u oralmente. Estos lazos primitivos caracterizan a las

  1. M. Noth, Geschichte Israels, Göttingen 1950, 45.

  2. W.R. Schmith, Die Religionen der Semiten, Freiburg 1899, 37.

  3. N. del traductor: «Participación en Dios».

tribus de Israel. La revelación divina se sirve de ellos, haciéndolos fundamento natural de la alianza cerrada (Ex 24, 9-11).

La fundación de la alianza con su pueblo elegido puede con ello recurrir a modos religiosos fenomenológicos de ver y a experiencias, que están antes de la elección y que, por decirlo así, la preparan. El concepto hebreo de conclusión de la alianza (berith) se basa en tales acuerdos concertados entre hombres. Aquí aparecen las anteriores experiencias religiosas, que hicieron posible comprender la nueva relación instaurada por Dios. Se conocía la conclusión de la alianza religiosa como la signatura de una relación jurídica, que de forma solemne representa la extraordinaria garantía para la comunidad existente. Para realizarse necesitaba determinados rituales. Se llamaba a Dios. Una comida sacra de fundación tenía lugar y se pronunciaba una automaldición. Esto, porque una alianza comprende socios desiguales. El más poderoso es entonces el verdadero fundador de la alianza. Sólo él tiene la libertad de tomar la decisión. Él sólo hace el juramento. El inferior, el socio más pequeño es el receptor del pacto 6. Las experiencias de cierres de acuerdos, que como realizaciones santas entre comunidades humanas, pertenecían a las religiones de las comunidades de las tribus semitas, representan de este modo una búsqueda, aunque todavía inconsciente, de la alianza, que en su definitiva y plena forma como «alianza nueva» ya no incluye únicamente a las tribus de Israel.


1.1 Recepción y cambio

La historia de la Antigua Alianza muestra ya en muchos aspectos, cómo la revelación de Dios se sirve de diversas formas religiosas preexistentes. Estas son removidas de las estrechas fronteras de sus anteriores significados y fines. Su nuevo y definitivo destino las releva de su función hasta ahora vigente; sí, ahora entra a ser algo contrario a ella, en cuanto que se opone a su nuevo destino. Para aclarar este proceso de acogida selectiva, cambio y puesta en servicio de diferentes formas de religión en la Antigua alianza escogemos ejemplos concretos en las siguientes párrafos.

6. J. Begrich, Berit, ZAW 1994, Iss.

En la relación de Dios con su pueblo elegido el país tiene un papel especial. El antiguo Credo de Israel recoge expresamente en Dt 26, 9 la promesa del país en la profesión de fe en Dios: «Nos trajo aquí y nos dio esta tierra, tierra que mana leche y miel». El lazo de unión entre Dios y su pueblo corresponde también a una determinada cercanía geográfica. El lugar donde tiene lugar la revelación, puede ser determinado por su nombre. Dios se había revelado a los padres en sitios determinados. En la tradición de Israel permanecen vivos como lugares de la manifestación de Dios. Él mismo no está atado, como las divinidades locales de las religiones semíticas, a un lugar determinado. Tres puntos de la acción de Dios adquieren el rango de sobresalientes a causa de los acontecimientos especiales a los que están unidos:

El monte Sinaí, el desierto de Sinai y el Mar Rojo. Legislación, prueba, salvación, son los acontecimientos cualificados por los lugares. No se considera la importancia de los lugares en el sentido de un lazo de unión de Dios con esos lugares. Esto hubiera correspondido a las religiones extraisraelíticas de los cananeos y otros vecinos de Israel. La memoria y el significado de esos lugares dependen de la nueva experiencia de salvación, que el Dios vivo ha mostrado a sus elegidos en esos sitios. Como lugares propios de la experiencia de Dios, son no sólo parte de la historia. Permanecen vivos en la fe de la comunidad veterotestamentaria, en su credo y en su culto.

Con su «preponderante acento de la relación entre Dios y el hombre, en adelante entre Dios y la confederación humana» está esta fe sin nexo de unión preciso a un lugar, «teniendo en cuenta la movilidad en su marcha, según los cambios del destino, del grupo de los adoradores»7. El lugar santo como tal no cualifica lo acontecido en él. Dios es el que se revela y también actúa en el contexto de una tradición religiosa ya existente en un lugar aquí adaptado y desde ahora, con esa elección, encuentra sus sitios santos. Bethel puede por eso ser llamado «la casa de Dios y la puerta del cielo» (Gn 28, 17). El Sinaí o Horeb es «el monte de Dios». Espacio y tiempo son irrenunciables y caracterizan la acción reveladora veterotestamentaria. Pero Dios los

7. A. Alt, Der Gott der Väter, vol. 1, 62.

determina: «En todo lugar donde yo haga memorable mi nombre, vendré a ti y te bendeciré» (Ex 20, 24).

A la pregunta de la proximidad de Dios al lugar se muestra la continuidad y la contraposición de la religión de Israel con respecto a otras religiones semíticas. El Dios que se revela en tiempo y espacio permanece libre y soberano ante las ataduras históricas, a las cuales se somete por elección libre. «En verdad Yahvé no está atado a un lugar más que a otro, tampoco se le puede encontrar más que en su lugar, "donde él ha decidido que se le adore", donde él viene a sus adoradores y les bendice» 8.

La relación de singularidad de la revelación divina en Israel con análogos fenómenos religiosos no israelíticos se aclara también teniendo en cuenta la alianza sacra de las doce tribus. También en los vecinos de Israel se daban asociaciones similares. En Gn 25, 12-18; 22, 20-24 y 36, 1-4 se encuentran indicaciones de esto. Santuario central, obligación de guerra santa, peregrinaciones comunes con ofrendas y renovación anual de las obligaciones federales eran determinantes para tales reuniones de tribus. Tanto se encuentran en la fenomenología religiosa formas correspondientes a otras religiones tribales, cuanto se aprecia claramente en la comunidad veterotestamentaria la exclusividad y la singularidad de su revelación recibida de Dios.

«Lo santo» (R. Otto) se presenta como algo central en las religiones, también en los alrededores de Israel. Pero, para Israel significa esta experiencia fundamental la realidad del Dios que se le comunica. Él es «El Santo». Su nombre oculta el poder de su divinidad. Todos los atributos que en los nombres de dioses expresan la peculiaridad de una divinidad, faltan en este nombre. Él es el que es (Ex 6, 2ss.). En el anuncio del nombre se reflejan ambas cosas de nuevo: Dios se da a conocer, y permanece al mismo tiempo el inalcanzable, Señor soberano. El que deja conocer su nombre, se entrega con ese acto, según la comprensión oriental, a otro. El anuncio del nombre de Yahvé descarta esto en absoluto. Para los Padres este nombre era todavía desconocido. La pregunta de Jacob por el nombre del Dios que se le mostraba es contestada negativamente: «,Para qué preguntas por mi nombre?» (Gn 32, 30).

8. W.R. Smith, o.c., Freiburg 1899, 83.

Pero al cerrar el pacto en el Sinaí se ventila definitivamente el misterio de los dioses de los Padres de Israel. Y simultaneamente se trazan las líneas fronterizas y de distinción de los dioses. También ahora se devalúan posibles malentendidos, que podrían estar cercanos a partir de las diversas analogías cultuales y rituales de las apariciones de formas religiosas no israelíticas.

Al nombre se une la prohibición de adorar a dioses extraños. «El que ofrece sacrificios a otros dioses, será entregado al anatema» (Ex 22, 19). En el ofrecimiento de sacrificios está también la continuidad evidente del comportamiento religioso fundamental de las otras religiones. La exclusividad con que Israel ofrece sacrificios y sirve a su Dios, indica la radical negación y la ruptura con todo lo que estando fuera de esta relación con Dios podría ser objeto de veneración.

Tal exclusividad en la relación con Dios encuentra su expresión permanente en la formulación del primer mandamiento del decálogo. La causa por qué Israel no debe tener ningunos otros dioses (Ex 20, 3), está en el ser del Dios que se revela a sí mismo. Su verdadera naturaleza divina descarta, que el «poder superior» (E. Dammann) al hombre sea buscado y venerado en adelante en el ámbito de las cosas creadas. Todo lo naturalmente religioso es aquí relegado a su ámbito provisional. Las cosas dignas de adoración y veneración no pueden ser en sí mismas poderes y fuerzas en el ámbito de lo creado, desde el momento en que «el creador de todas las cosas» (N. Hermann) se ha revelado.

La revelación sigue bajo las especiales condiciones de la historia impuestas por Él. Según la gracia de su elección libre, se desarrolla justamente no en las culturas religiosas y tradicionales ocupando ya el Nilo o el país de las dos corrientes entre el Éufrates y el Tigris. También sus divinidades se cuentan entre «los otros dioses», que Israel no tiene que servir. El éxodo de Egipto y la liberación del exilio de Babilonia se convierten así en datos históricos angulares de la realidad de ese único Dios que certifica la experiencia histórica de Israel.

No servir a los dioses de ese gran reino significaba por el contrario: elementos de culto particulares, tradiciones y contenidos de ideas, dedicados originalmente a esos dioses, podían ser puestos a disposición del servicio del único verdadero Dios por Israel. Ahí está su verdadero despojo por parte del único Dios, que es el «Dios celoso» (Ex 20, 5) y no tolera ningunos otros dioses a su lado (Ex 20, 3).

En qué medida esto es el caso en la tradición del Génesis o en algunos salmos, sobre ello se discute entre los investigadores. No el descendiente del sol Marduk con sus cincuenta nombres, que en el epos babilónico de la creación del mundo «Enuma elis» triunfa sobre las fuerzas del caos y por el consejo de los dioses es elevado a rey, sino el Dios que llamó a lo creado por él con su palabra es glorificado por Israel en forma de himno (cfr. Sal 89, 13, 48; 104, 30, 148, 5 entre otros). La tradición original de Menfis de Egipto conoce la actividad creadora de la divinidad Ptah. a través de «su corazón y su lengua». Divinidad encantadora de la palabra ha creado aquí también los elementos que dan cuerpo a otras divinidades (entre otros el dios sol Ra).

En estos mitos de la creación no israelíticos se distingue la esencia creadora de Dios en doble sentido. La Palabra creadora de Yahvé que está en todas partes no está sometida a condiciones. El concepto hebreo correspondiente barah está reservado en su uso exclusivamente a la creación y al quehacer divinos. Designa una nueva creación original, en ningún modo dependiente de presupuestos. De modo distinto al epos babilónico de la creación del mundo, se vale el Génesis del carácter de una «creatio ex nihilo». Al contrario del antiguo mito egipcio de la creación no conoce la tradición del Génesis justamente ninguna divinización de los elementos de la naturaleza. El «yo soy el que soy» no se crea ninguna divinidad inferior, como la divinidad Ptah.

Egipto y Mesopotania estaban destinados a inspirar con sus tradiciones originarias el testimonio de Israel acerca del Dios único que se le revela, con representaciones y formas míticas de lenguaje, y a asociarse al acervo de los padres y a las dimensiones del señor o de Dios en la forma original desde el principio. Las aprovecharon para la formulación de la fe en el verdadero único Dios. En el testimonio de su universal señorío y fuerza creadora han cumplido su destino histórico-religioso. Las cosas de que no podían ser conscientes cuando practicaban su religión, han sido puestas en evidencia por la marcha de la historia de la religión. Los recuerdos y el conocimiento de ellas vive en las documentaciones del pasado. Sus impresionantes ruinas de templos y la noticia de sus documentos escritos testimonian historia ya concluida. Pero ha quedado vivo de ellos, lo que de su encuentro con Israel en el plano moral-religioso ha influido en la fe de este pueblo en el único y verdadero Dios. Esto ha entrado en el permanente testimonio de la preparación de la venida de su Hijo unigénito. En la formación del credo de la Iglesia, en sus lecturas de la Escritura y en sus celebraciones litúrgicas y sacramentales ha quedado absorbido y viviente, lo que ha encontrado como antigua expresión de una religión extranjera, desde hace mucho en desuso.


1.2 Diferenciación y negación

Ese destino concierne también el encuentro y discusión con las religiones vecinas de Israel en el cercano campo semítico-cananeo. También aquí se pueden encontrar las huellas de elementos recibidos y cambiados en el contexto de la exclusiva y propia elección por Dios. Apropiación y recepción estaban al mismo tiempo acompañados del rechazo y de la delimitación de contenido del sentido extra-israelita. El juicio de Dios en el Carmelo (1 R 18, 1-46) hace este contraste claramente manifiesto. A la pregunta común, quién es el Señor de los elementos de la naturaleza y quién puede evitar la sequía que amenaza la vida, se manifiesta la omnipotencia y exclusividad del Dios verdadero. «Cuando el Israel del principio toma en gran medida nombre y predicados del dios grande cananeo Elauf Yahvé y también aquello que la tradición antigua sabía de los encuentros con el "Dios de los Padres", interpretándolo como historia de salvación, entonces se rompe el gran contraste manifiesto por primera vez en la figura del dios Baal, el hijo de Eis, que se relacionaba especialmente con la fecundidad y los fenómenos atmosféricos» 9.

El juicio de Dios en el Carmelo traza la firme frontera entre las divinidades naturales y Dios, al que fuerzas y poderes en el terreno de lo natural no solamente agradecen originariamente, sino al que están sometidos en sus propios efectos naturales. Su victoria encierra por eso (Dt 33, 13ss.) lo exquisito en lo alto del cielo y de la marea que tiene

9. W. Zimmerli, Grundrß der Alttestamentliehen Theologie, Theologische Wissenschaft, T. 3, Stuttgart 1972, 101.

allí abajo, (es decir: lluvia y fuentes), lo más delicioso que nace de la tierra y las lunas producen, lo mejor de los más viejos montes y lo más sabroso de las eternas colinas y lo más rico de la tierra» 10. En todas las acusaciones que se encuentran en la religión del antiguo Israel contra las formas también conocidas que se encuentran en otras religiones de clanes, aparece aquí una de las diferencias esenciales. La naturaleza pierde su rasgo de dominadora del hombre. Se «desdiviniza». También en la unión con el primer fundamento de los seres naturales, el mismo creador, experimenta Israel su emancipación de todas las exigencias de señorío de las divinidades naturales. Desde el punto de vista de la historia de la religión, esto es la consecuencia de la experiencia salvadora del Éxodo y de todas las promesas a los Padres en la fidelidad a la Alianza, que realiza la cercanía de su Dios. La soteriología no aparece limitada con ello ni al hombre particular, ni al pueblo. Se extiende necesariamente a la omnipotencia y el señorío sobre la naturaleza como tal.

Esto aparece con la mayor claridad en el deutero-Isaías y en los salmos. El que libera a su pueblo es al mismo tiempo el que modela la luz y las tinieblas (Is 45, 7). Si hubieran tenido noticia de culto de adoración a los hombres en su dependencia de seres creados y dependientes como elementos de la naturaleza, en el ámbito de la historia de la religión, antes y fuera de la revelación de Dios, entonces la automanifestación de Dios significaría ahora su «desdivinización». Cada vuelta atrás, que espera la salvación por la naturaleza, se convierte en un nuevo servicio a Baal. Los poderes de lo creado, como éstos aparecen en el centro del culto de veneración en las religiones naturales, están sometidos al poder del creador. Solamente a partir de este cambio fundamental de la sumisión a las condiciones de la naturaleza, pasando a la nueva libertad de la alianza con el creador, resulta también la nueva responsabilidad del hombre en relación con todo lo creado. La participación del hombre en la acción conservadora de Dios con todo lo creado (Gn 1, 26ss.), la plena incumbencia por parte del hombre, no significa utilización absoluta; considera ante todo esta liberación de la divinización de las cosas creadas.

10. Cfr. p. 54 a.c., en nota 9.

Desde muchos puntos de vista se pueden observar los diferentes grados de parentesco con otras religiones semíticas en Israel como una religión de mezcla de tribus o linajes. Pero el signo bajo el cual se tiene propio conocimiento del creador del cielo y de la tierra, cambia especialmente sus funciones críticas y su significado. Así puede, como avance profético, poner ya en la boca del mundo de los pueblos la anticipación neotestamentaria al cumplimiento del acontecimiento, el eco adorador: «Ante ti se postrarán y te suplicarán: sólo en ti hay Dios, no hay ningún otro, no hay más dioses» (Js 45, 14).

BIBLIOGRAFÍA

W.R. SCHMITH: Die Religionen der Semiten, Göttingen 1959. R. LOMBARDI: La salvezza di chi non ha fede, Roma 1949 4. M. NOTH: Geschichte Israels, Göttingen 1950.

J. DANIÉLOU: Les saints paiens de L'AT, Paris 1955.

G. VON RAD: Theologie des Alten Testamentes, München 1961s. W. ZIMMERLI: Ich bin Jahwe. Gottesoffenbarung, ThB 19, 1969 2. IDEM: Grundriß der alttestamentlichen Theologie, Sttutgart 1972.


2. LAS RELIGIONES
EN EL NUEVO TESTAMENTO

Lenguaje y conceptos en el Nuevo Testamento remiten a un contexto anterior y extraño al cristianismo. Filosofía griega y religión han dejado, junto a la herencia judía dominante, sus claras huellas. El acervo estoico, gnóstico y neoplatónico han puesto a disposición no solamente conceptos. Encontraron aplicación, especialmente en los escritos paulinos y pospaulinos, sobre todo en el cuarto Evangelio, como acervo religioso y filosófico preliminar para la transmisión lingüística del acontecimiento de Cristo.

Un proceso misionero acompaña de parte a parte el nacimiento de la literatura neotestamentaria desde el principio. Se trataba de conferir al acontecimiento encarnatorio de Jesucristo la expresión que fuese capaz de testificar el carácter de cumplimiento de este acontecimiento ante su religión, tanto para judíos como para griegos. Esto tuvo lugar en el caso de la herencia griega de otro modo y, desde luego, mucho menos explícito que a la vista de la herencia veterotestamentaria de la religión judía.

La tribu de David y el nacimiento bajo la ley judía dan desde el principio a la herencia religiosa veterotestamentaria en el Nuevo Testamento una primacía incomparable desde el punto de vista de la historia de la religión. Que al lado de esto, la herencia religiosa de Grecia ha facilitado con su tributo la interpretación universal del anuncio cristiano, no debe ser olvidado.

Desde luego, «la luz que en medio de las tinieblas humanas se ha encendido en Hellas, es solamente luz solar prestada; Cristo es el sol. Y 1as murmuraciones y habladurías, que, ansiosas de verdad y belleza, se perciben en los espíritus de Grecia, son siempre sólo un tono perdido del poder de la palabra del Logos que se precipita desde arriba, un don "de visión interno, que se dirige a la verdad" sin saberlo aún exactamente. Pero el Cristiano, que ahora está a la luz del sol, puede descubrir, mirando hacia atrás con amor consternado, cómo las lámparas de la antigüedad reflejan con anticipación al Helios de la justicia que viene. Esto es su humanismo: ver a Hellas en Cristo; hacer eterno el verbo griego, cuando él lo saca de su peculiaridad histórica (medido en la totalidad de la historia humana), salvado de su pequeñez, al llevarlo a casa en su diálogo con Dios» 11.

Apenas se puede expresar con mayor belleza la relación entre la visión religiosa griega y el acontecimiento de la revelación neotestamentaria. Mantenimiento y cambio, continuidad y discontinuidad van juntos en la marcha de la historia de la religión. Lo precedente encuentra su destino de servicio y con ello su perfección. Lo parcial gana en la totalidad de la verdad divina su futuro hogar. Y allí se crece sobre sí mismo al experimentar una interpretación definitiva en la nueva relación. Lo que necesariamente le aparecía alejado en una distancia histórica, toma parte en el Logos viviente de Dios como interpretación y figura como Palabra eterna.

Lo que atribuye Clemente de Alejandría al espíritu griego en su totalidad, sirve también para la derrota que ha encontrado en los escritos del Nuevo Testamento: «Pitágoras y sus alumnos, junto con Platón, han seguido su videncia, que tendía a la verdad, y esto no sin ayuda de Dios. Y así coinciden en mucho con las palabras del profeta. Investigaron la verdad en partes y en la totalidad y la honraron acuñando pensamientos que estaban en clara relación con el ser tangible de las cosas: pues se les dio una parte de lo que es pariente de la verdad. Por eso el amor griego a la sabiduría se parece a una lámpara, cuya mecha han encendido los hombres: La luz destinada a tomar prestado luce ante el sol» 12.

El papel de precursor de la tradición griega desde el punto de vista de la religión e historia espiritual se aclara con ejemplos concretos del Nuevo Testamento.


2.1 Sobre el secreto del ser

El empleo del Logos, ya acuñado en la tradición del pensamiento griego, en la teología joanica (Jn 1, Iss.), facilita la afirmación universal para la Encarnación. En primer lugar encuentra este concepto

  1. H. Rahner, Griechische Mythen in christlicher Deutng, Zürich 1957, 10.

  2. Clemente Alejandrino, Stromata V, 14, 116,1(traducción de H. Rahner).

en Heráclito. Allí designa aquel poder divino oculto, que da su potencia interior a todos los orígenes y acontecimientos. Es al mismo tiempo la fuerza del orden, que garantiza el curso de todo según las leyes. Como tal logos orthos decide también la ley de vida del individuo, que aparece sometido integralmente a la totalidad.

La escuela estoica se sirve de estas primeras representaciones del Logos, en cuanto las pone en relación alegóricamente con el mensajero de los dioses Hermes o con el egipcio Thot. El continuado desarrollo de la historia de la religión en dirección a su empleo posterior como interpretación cristológica en el Prólogo de Juan, tiene lugar en la gnosis, pero también en el neopitagorismo, y especialmente en el neoplatonismo. La herencia griega experimenta así una definitiva expansión y enriquecimiento.

El Logos posee ahora una función de vínculo entre Dios y mundo. Ante todo es puesto en conexión con la pregunta del comienzo del mundo y del hombre. Al lado de la función fundacional del cosmos, le corresponde al mismo tiempo una función liberadora acerca de la caducidad del mundo y de la existencia del hombre. El hombre puede, con la ayuda del Logos, concluir con la totalidad del mundo y aclimatarse en lo sobrenatural. Las representaciones gnósticas de la salvación para el alma individual permanecen simultáneamente articuladas en un proceso de cambio del objetivo final del mundo originado por el Logos 13.

En cuanto que el prólogo del evangelio de Juan utiliza el concepto del Logos como interpretación del misterio de la Encarnación, deja fructificar cristológicamente todos estos componentes de la enseñanza del Logos. Ahora ya no es un principio anónimo de la especulación griego-gnóstica sobre el eón, que el mundo se mantiene internamente (J.W. Goethe) y que el alma individual abre caminos en posiciones superiores partiendo de la oscuridad de la existencia. Ho logos sarx egeneto (Jn 1, 14) anuncia que Cristo reúne en sí las funciones atribuidas hasta ahora al Logos. Abrazando principio y fin, mundo y hombre, la salvación ha devenido persona en El. En lugar del impersonal «ÉL» aparece el «TÚ» de Dios en el Hijo. Pero en ese «TÚ» del

13. Sobre el trasfondo histórico religioso del prólogo de Juan, cfr. R. Bultmann, Das Evangelium des Johannes, Göttingen 1950, 1-56.

hermano hecho Hijo de Dios se encuentran simultaneamente todas las dimensiones y funciones que el mundo griego ya ponía en la enseñanza sobre el Logos, en el desarrollo de la historia de la religión. Lo que el prólogo dice en relación con el papel de preparación del camino de Juan el Bautista («No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz» – Jn 1, 8), vale en otro sentido para la rica y polifacética historia de las ideas durante la formación y desarrollo de la enseñanza sobre el Logos. No es solamente historia de los conceptos, sino concepción del mundo e historia de preparación religiosa para el acontecimiento de Cristo que la releva y le da su propio sentido.

Lo que se asocia en expectación soteriológica con la representación del Logos, tiene que concederlo la noticia del Salvador hecho hombre. En cuanto éste es denominado Logos se completa el cambio de provisional a definitivo. Lo provisional recibe ahora un puesto de honor entre los predicados que deben conferir expresión al acontecimiento de Cristo. Lo sublime finaliza en el servicio a lo «mayor», a lo que es en realidad su finalidad. Todos los esfuerzos de traducción justa del LOGOS como «palabra», «sentido» o finalmente, como en Fausto de Goethe como «hazaña», se quedan atrás ante la nueva nobleza que le caracteriza como interpretación del acontecimiento de Cristo.


2.2
Conocimiento liberador

El concepto del conocimiento de Dios y de su Cristo que se encuentra a menudo en el Nuevo Testamento presenta dos aspectos: recepción del concepto GNOSIS y su historia y, simultáneamente, rechazo de todos las falsas exigencias al conocimiento que se opone autocráticamente al acontecimiento de la revelación. El concepto del conocimiento (jadah) frecuentemente emparentado con lo anterior en el Antiguo Testamento, se amplía y enriquece en el período helenístico del judaísmo, sobre todo en el pensamiento de Philos de Alejandría. De la inteligencia comprensiva en el filósofo griego, tomada esencialmente como principio del conocimiento, había en el movimiento de la Gnosis y en sus diversas tendencias una visión liberadora. A la enseñanza del conocimiento filosófico de Grecia se añadieron los influjos de las religiones mistéricas de la Antigüedad, ya en su ocaso. Al final de un decadente cielo griego de los dioses, dice su palabra como un enorme movimiento de esperanza, el esotérico saber misterioso como ciencia de salvación. El acto de saber y lo conocido forman unitariamente la bienaventurada visión, que significa liberación.

No sólo el camino sobrio, que según el entendimiento clásico griego abre la razón (nous) y el pensamiento empujado por el Logos, conduce al conocimiento de la verdad (aletheia). Conocimiento como gnosis se convierte desde ahora en un acto religioso. Es un don divino, al cual se debe abrir el hombre. Partícipe aquí es no sólo el entendimiento. La «percepción interior» está obligada a participar, sí, solamente el entendimiento iluminado tiene el poder de reconocer lo verdadero y con ello lo divino. Saliendo de lo profundo del alma humana, de modo excepcional estático y contemplativo aparece tal visión salvífica. Procediendo completamente de la humanidad propia se experimenta al mismo tiempo como algo extraño. Al gnóstico se le «adjudica» algo. «Conocer» se convierte en experiencia feliz de una visión espiritual.

Los principios del conocer procedentes de la tradición griega no están olvidados. Pero ahora, el discurso especulativo acerca de la dimensión religiosa de la visión liberadora se enriquece con la extraordinaria experiencia. El filósofo como maestro deja de ser el guía en el camino de esta búsqueda de verdad. El propio consagrado en el misterio, el guía en la práctica religiosa transformada juega ahora un papel decisivo como mistagogo. Él transmite también con la gnosis el cambio del hombre. Hombre «viejo» y hombre «nuevo», «muerte» y «vida nueva» se convierten aquí en la clave de un cambio del ser. El hombre que de este modo sale de la profundidad de su existencia se convierte él mismo, según lo divino de su alma y su dependencia espiritual del Logos, en divino e inmortal. «El contenido de la enseñanza es cosmología y antropología, pero absolutamente bajo el punto de vista de la soteriología... Todo el saber está al servicio del conocimiento propio, que es la condición de la salvación y contemplación de Dios. Pero el conocimiento propio no significa en el sentido griego el hacerse a uno mismo transparente (heauton exetazein – Plat Ap. 38a) como conocimiento de posesión espiritual y sus capacidades, sino el reconocimiento de la historia trágica del alma, que, procediendo del mundo de la luz, se ha sumido en lo material, el reconocimiento del origen y del destino: el que ha reconocido que él viene del zoä y del phos, vuelve allí» 14

La cultura griega ha desarrollado ideas de salvación, en este enlace con 1as enseñanzas y cultos de misterios del oriente, que para la Iglesia primitiva pudieron tener significado notable en doble modo: aquí se abrieron niveles de contemplación y experiencia religiosa que en su concepción cognoscitiva como testimonio del acontecimiento de Cristo, tenían preparado importante material conceptual y especulativo. Pero cuando el lenguaje gnóstico se puso al servicio de la propagación del acontecimiento de Cristo, se siguió enseguida la discusión con las exigencias religiosas de salvación de la gnosis con inusitada virulencia. La relación teológica con esta religión significó, por eso, hacer valer su función preparatoria para la predicación neotestamentaria y la confirmación de la substitución de su papel subsidiario y provisional. Ambas cosas se reflejan otra vez en el Nuevo Testamento.

La nueva gnosis que transmite a Cristo es la gnosis de la salvación. Consiste en el perdón de los pecados (Lc 1, 77) y con ello en el restablecimiento de la relación hombre-Dios. Es no ya solamente la gnosis, el conocimiento da acceso «a lo que está en la tierra, en el cielo y a lo que está sobre el cielo» 15. Es otorgado a aquellos a los que está prometido el Reino, aunque se les quitó a los doctores de la ley, los que tenían «las llaves de la gnosis» (Lc 11, 52). La «profundidad del Reino y de la verdad», que proporciona la gnosis de Cristo, es la nueva gnosis que regala al mismo Dios (Rm 11, 33). De ella se puede hablar verdaderamente en forma de himnos. De los cristianos dice el apóstol, que ellos son los gnósticos perfectos. A ellos se les ha «henchido de todo conocimiento» (Rm 15, 14). Al mismo tiempo hay que proteger este don de la gnosis de todos los malentendidos precristianos, que

  1. G. Kittel (editor), Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament, art. ginosko, vol. 1. 694-5.1-1. De Lubac ha subrayado la contradicción del cristianismo en la actitud de desprecio de la creación en este movimiento espiritual: «Igual que a las supersticiones de los antiguos paganos se ha opuesto el cristianismo desde su origen a las presunciones que niegan el mundo. Su idea del hombre no se adapta en nada al ser fantástico en el cual muchos han soñado: como si fuera el hombre una astilla de la divinidad caído en un mundo malo o engañoso, que debe salir de él para encontrar la salvación, sin ninguna misión en este mundo, sin ninguna capacidad, como abandonándose a la suerte de éste, o despertando a la conciencia de su nada» (Die christliche Idee vonm Menschen und das Ringen um einen neuen Menschen, en J.B. Metz [editor] Weltverständnis im Glauben, Mainz 1965, 63ss.).

  2. Corpus Hermeticum IV 5.

existían en círculos gnósticos y todavía actuaban hasta en la joven Iglesia. El que se precie de otros conocimientos adicionales a los que se encierran en el misterio de la cruz, será sometido a la medida del amor fraternal. La verdadera gnosis hace al hombre humilde y agradecido a Dios; pues no agradece al estado de conocimiento propio, sino que participa del amor de Cristo (Rm 8, 1 ss., Ef 3, 19). Porque en Cristo «están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Col 2, 3), se previene ante una gnosis que contradice este misterio. Aparece bajo nombres falsos («pseudonymos»). Sus conocimientos contradicen la comprensión del misterio de Cristo («antitheseis»). Por eso se deprava en un vano y vacío juego de palabras profano, respecto a la verdadera salvación («bebälos kenophonia», 1 Tm 6, 20).

La «locura de la cruz» (1 Co 1, 18) deviene la nueva «gnosis» que abre la salvación. El que desde su propia vida interior «psychikos anthropos» (1 Co 2, 14) y no desde el espíritu de Jesucristo cree obtener conocimiento, no sabe en realidad nada de Dios. El verdadero conocimiento de Dios está desde ahora escondido en el misterio de la cruz. En él está encerrada toda la sabiduría, que Dios ha predestinado antes de los Eones (V. 7).


2.3 Título de grandeza, ahora para Jesucristo

El ejemplo de la rica y prolija tradición de caminos gnósticos de conocimiento, que sirvieron a la formación teológica del mensaje de la cruz, se deja completar en los escritos neotestamentarios de muchas maneras. Los títulos de grandeza de Jesucristo no están sólo preparados tipológicamente a través de los soportes funcionales veterotestamentarios. La figura del Mesías esperado, el Hijo del Hombre, el Siervo de Dios y otras ya ejercidas en el Judaísmo del Antiguo Testamento cobran ahora su nuevo sentido en relación con Cristo, el portador de la salvación. Pero también se recurre a las tradiciones religiosas griegas y su mundo cultual. En vez de los múltiples hijos de dioses, que eran corrientes entre los griegos, aparece ahora –con el mismo título, sin embargo inconfundible en su singularidad– el único «Hijo de Dios» (Ga 4, 4; Mc 1, 11; 9, 7; Jn 1, 18). Especialmente claras son la continuidad de la tradición religiosa precristiana y su substitución en el título de Cristo «Kyrios» y «Soter»>. En el fondo están los cultos helenísticos Kyrioi de las diversas comunidades de misterios. En ellas celebraba el círculo religioso al correspondiente Dios al que daba culto (Serapis, Osiris, Attis, entre otros) como el que se comunicaba con ellos y les traía la salvación al unirse con él.

Con el mismo título de Kyrios confiesa la comunidad cristiana (1 Co 12, 3 entre otros) al que para ellos es el portador de salvación. En la comunidad eucarística hay una participación en su cruz y en su resurrección. La unión realizada por el mito con las figuras míticas de dioses en el helenismo, es reemplazada por medio de la propia presencia del elevado Señor, al que todavía conocían los testigos oculares como figura histórica del Nazareno entre ellos.

«Soteres son los dioses, el hombre depende de su gobierno e intervenciones; son los salvadores en los diferentes peligros de la vida... Muchos dioses griegos, sobre todo Zeus, son Soteres no solamente como salvadores en la necesidad, sino también como protectores y conservadores de la Polis y de sus ciudadanos» 16. También filósofos y estadistas recibieron el título de Soter. Sobre todo el tiempo imperial romano, comenzando con la gloria de Pompeo, trae consigo una notable ampliación del uso del título. Se relaciona en el tiempo imperial romano con la idea de una era dorada. El horizonte de espera que se alza aquí, no está solamente limitado a las condiciones políticas. El triunfo de la naturaleza viene también a garantizar el orden de paz en el imperio, su bienestar general y su justicia para todos. «Por medio del Soter Augusto se cambian y se sanan las condiciones políticas en el más amplio sentido de la palabra; el dominio de la disciplina y de las costumbres, el respeto a la ley y a los dioses, se mantuvieron en principio por medio de los emperadores. Esto ha recordado la época dorada, esto permitió a los hombres, más allá del Cesar, dirigir su mirada a la providencia o los dioses 17.

La gran alegria y el fin del miedo, que anuncia la llamada del ángel en la historia navideña lucana (Lc 2, lOss.), está en vigor, en contraste con la proclamación romana de un nuevo salvador político; no precisamente aquel en quien estaban enraizadas las esperanzas del impe-

  1. Theologisches Wörterbuch zum neuen Testament, Art. Sote,; tomo VII, 1006.

  2. Ibid., 1012.

rio en el culto al emperador. Al que trae la salvación no hay que esperarlo de entre los famosos descendientes de una raza de dominadores perecedera, sino que está en el Siervo de Dios que entró a la bajeza del establo. Pero la tradición isaica de ebed Jahve se une aquí con la esperanza davídica de las espectativas del fin del tiempo de la llegada del reino mesiánico. Como jefe y salvador (Hch 5, 31), procedente de la línea de David, tiene una realeza de otra clase y otra promesa (Hch 13, 23). Su dominio que trae salvación universal es el del salvador del mundo (Jn 4, 42). Con el telón de fondo de una nueva era romana contemporánea feliz y cambio de época, se transforman los mismos títulos de los portadores de esperanza para la interpretación del misterio de la Encarnación. Procedencia davídica y nacimiento en Nazaret forman parte de los elementos históricos. El es Salvador del mundo, Salvador del cosmos, como el Hijo que ha enviado el Padre (1 Jn 4, 14). La comprensión del papel imperial bajo el horizonte del anhelo de la humanidad es también incluido, así como la esperanza de Israel de restablecer la unidad de su pueblo. Pero ambas cosas se realizan en la salvación que Cristo realiza de muy otra manera, aún cuando sus conceptos de salvación se correspondían hasta ese momento. Dios cumple el anhelo de salvación de la humanidad que se expresa en las religiones de otra manera, en cuanto el horizonte de realización de los conceptos humanos lo permite. La pregunta acerca de Dios en las religiones es recogida en la salvación por Cristo y al mismo tiempo propuesta insospechadamente en sus términos correctos.


2.4
Continuidad y discontinuidad

También en relación con determinados elementos que se encuentran en los modos religiosos de articulación de las religiones de la humanidad, ha recogido el Nuevo Testamento la referencia a lo antecristiano y a lo no cristiano. También aquí vale, que la estructura en la que también se expresaron contenidos antecristianos de modos de ver, no son simplemente rechazados. Al ser recibidos en el nuevo contexto de interpretación se completan dos cosas: son liberados de su, hasta ahora, propio significado legítimo de salvación y liberación. Su nueva función es: ser medio de interpretación para la nueva salvación aparecida en Jesucristo. Los diversos fenómenos religiosos cambian, por decirlo así, el Señor a quien sirven. Si pertenecían antes al terreno de la religión natural y tenían allí su validez, pierden ahora la fuerza salvífica atribuida provisionalmente a ellas. Lo que antes podían transmitir parcialmente, es sustituido por el poder universal de salvación de la propia manifestación de Dios en el Hijo. Así la continuidad y la discontinuidad en lo religioso se exigen y se condicionan mutuamente.

A la ilustración de este estado de cosas sirven aquí ejemplos concretos de los escritos neotestamentarios. El exorcismo narrado en Mateo 8, 28 y ss. no deja perder nada de las evidencias que son propias de otras religiones como las expulsiones de espíritus o de demonios. Con ello se muestra una mera espiritualización o interiorización del maligno destructivo. Esto corresponde al carácter encarnatorio de la salvación, que aquí se testifica en Jesucristo. A la palabra se acompaña la acción sobre el enfermo. El poderoso cambio actuado pasando los demonios de los dos hombres consternados a la piara de cerdos, que se lanzan al mar, no deja dudar en absoluto en cuanto a la realidad física. El Evangelio acepta con ello también el cumplido seguimiento de todas las prácticas religiosas que pertenecen al contexto del exorcismo. El exorcismo de los espíritus y su expulsión son una parte esencial de la práctica de las religiones naturales. El Evangelio no discute estas tradiciones. Las contesta en cuanto que pone simplemente, en vez de un acto individual de expulsión de espíritus, el testimonio del fin del poder de los demonios sobre los hombres. No se niega el fenómeno religioso del exorcismo, sino que se proclama y se testifica la dynamis theou que está presente en el Hijo de Dios.

La llamada del apóstol Pablo tiene ya como otros fenómenos en los profetas síntomas claros de vivencia de éxtasis (2 Co 12, 2ss.) «arrebatado hasta el tercer cielo», «en el cuerpo o fuera del cuerpo», «arrebatado al paraíso». Esas descripciones de un estado participan de la fenomenología general de las vivencias de éxtasis. Su descripción se trata sobriamente. La causa de ello es entre otras cosas, en comparación con los éxtasis a menudo testimoniados de otras religiones, que el Apóstol no quiere vanagloriarse precisamente de este fenómeno que le acompaña. Su vocación a través del resucitado muestra justamente también estas visiones que la acompañan, pero no prueban la autenticidad del encuentro. El elemento de éxtasis no tiene aquí carácter de legitimación. Está solamente en la realidad de Cristo que se testifica a sí mismo.

La continuidad y discontinuidad de fenómenos religiosos es mostrada también en la tradición del nacimiento en el Evangelio de Mateo. La declaración de los magos, de que en la constelación de astros divisada por ellos se trataba de la estrella de un rey de los judíos recién nacido, sitúa la ciencia de la interpretación de estrellas, que aparece con frecuencia en la historia de las religiones, en el contexto de Cristo Kairos. No es rechazada, sino incluida. Con lo cual es desnudada de su sentido propio de signo de la determinación de la suerte. Según la idea religiosa antigua son las estrellas entidades. La cultura griega reconocía en ellas a Dioses. Acerca de esta suposición que él considera generalizada indica la crítica de Platón: «Creo, que ni el sol ni la luna son dioses, como los otros hombres pretenden» 18. Philo de Alejandría resume esta herencia griega cuando constata: «De ellas se pretende, que son seres vivientes» 19.

En el Antiguo Testamento como también en el judaísmo rabínico posterior permanecen los astros como receptores de las órdenes de Dios 20. Así también en la historia del nacimiento según el evangelista Mateo (Mt 2, 2 y 10) tienen una función de indicadora: testifican de una parte el carácter cósmico dedo que está ocurriendo en Belén. Los elementos entran al servicio del anuncio de la llegada, a lo que protológicamente (Jn 1) agradecen su existencia. Al contrario de las tradiciones astrológicas precristianas y no cristianas, no determinan con ello el contexto de lo que ocurre y la suerte individual del hombre. Se vuelven instrumentales y revelan en esta función su auténtico sentido.

Un ejemplo especialmente impresionante de la inclusión de modos de relación elementales de una religión superior se muestra en la perÍcopa neotestamentaria de la sanación de la mujer que sufría flujos de sangre (Mc 5, 25ss.). El contacto mágico del vestido de Jesús (que ocurre con frecuencia según (Mt 14, 36), es capaz de curar inmediatamente. Se propone sin limitaciones como expresión de fe. La comprensión de la fuerza curativa que realiza esto, se representa justamente como

  1. Apologia, 26 d.

  2. De Opificio „madi, 73.

  3. Para las muchas pruebas ver Theologisches Wörterbuch zum N.T., vol. 1, 501.

intercambio físico de fuerza («Al instante, Jesús dándose cuenta de la fuerza que había salido de él», v. 30). Que el propio mostrarse de Jesús como el Cristo sirve también a esta mediación elemental religiosa, muestra que el Nuevo Testamento no corta la relación con las experiencias de las religiones naturales y con su praxis, sino más bien que las acoge en la nueva manifestación más amplia en Cristo.

Los ejemplos bíblicos mostrados aquí solamente de forma paradigmática nos deberían aclarar cómo ve el Nuevo Testamento las otras religiones. No conoce ningún expreso tratamiento de nuestro tema en el sentido de una respuesta sistemática a nuestro problema. En vez de eso, hay, entretejido en los diversos géneros literarios de su texto, material de estudio para la solución de nuestra cuestión. Las religiones antecristianas y no cristianas tratan como piedras fundamentales los grandes contextos del acontecimiento salvador de Cristo. Y con ello pierden su finalidad última. Por otra parte ganan, a través de ello, la cualidad permanente del destino importante y último escondido en ellas. También allí, donde todavía no pueden cumplir ese su destino y continuar viviendo en una religión desconocida, son desde ahora caracterizadas como todavía parciales, ordenadas a ese su definitivo destino de caminos de salvación.

Esto vale para judíos y griegos en modos justamente distintos, pero en verdad ciertos. Ambos están remitidos a Cristo, con lo que Dios les ha revelado. Para las religiones de la tradición no judía vale: Dios se les ha testificado a través de lo creado por Él (Rm 1, 18ss.). Que esto necesitaba el envío de Cristo tiene su fundamento en que los hombres dan culto a lo creado en vez de al Creador. La dependencia de la humanidad de la salvación en Cristo proviene de esta situación de carencia que consiste en la mala interpretación de la parte respectiva como si fuera la totalidad. Esto se hace obvio cuando se contempla la plenitud del todo. En este sentido es Romanos 1 un testimonio sobre los hombres en sus religiones antes y fuera de Cristo. Y este testimonio supone su aparición como el encamado en carne mortal.

Esto vale también para hacer el inventario de situaciones morales concretas (v. 26ss.), que revelan por primera vez a través del nuevo ser proporcionado por Cristo su total oscuridad y bajeza y con ello la absoluta necesidad de la renovación del hombre.


2.5 El Dios verdadero como el todavía desconocido

El discurso del aeropago describe en el Nuevo Testamento una teología de las religiones in nuce, en el capítulo 17 de los Hechos de los Apóstoles. Como san Pablo presenta en su Carta a los Romanos la doctrina de la salvación en una clara y sistemática construcción, así nos lo muestra el relato lucano en Atenas en un diálogo fundamental con la religión y la mitología griegas. Ese diálogo tiene lugar en un sitio históricamente importante. Antes había mantenido conversaciones misioneras con los judíos y los partidarios de la religión judía, en sábado, en la sinagoga ateniense. El punto de proclamación a los hombres del entonces moderno pluralismo ideológico de Grecia siguió durante los días de semana en el centro palpitante de la vida ateniense, en el mercado de alfarera al noroeste de la acrópolis.

El gran diálogo con y sobre las religiones de Grecia, tiene lugar sin embargo en el areópago. Tenía para la historia de los griegos y para su destino político pluralista el más alto valor simbólico. Aquí había emitido Atenas su juicio sobre su más grande filósofo, Sócrates. El Consejo constitucional reunido aquí era, según una afirmación de Cicerón, el centro oculto del poder del estado 21. La proclamación de la soberanía de Cristo tiene lugar en presencia de los dioses y de los magistrados, que hasta ahora garantizan la identidad de la ciudad estado. Se proclama sin embargo de tal modo, que los participantes en el diálogo, como ya partícipes en esa soberanía de Dios, son introducidos en él como si hubieran pertenecido inconscientemente a ella hasta ahora.

Partícipes en ese diálogo de la fe son los defensores de dos ideologías, que determinan y dirigen el espíritu de su tiempo. El epicureísmo está por la defensa de toda orientación de acuerdo con el mundo y de afirmación de la existencia, que trata de conseguir la parte más agradable del hoy. Los estoicos, por el contrario, mantienen haber conseguido aquella paz interior, que dispensa también de las tensiones de los diversos puntos de vista ideológicos y de las condicionantes ideas religiosas. Su Logos interior de la razón estaba vigente para ellos como la gran resolución de todas las causas de tensiones, contrastes y con-

21. De natura deorum 1129 & 74.

tradicciones empíricas. La armonía interior de cada alma con la razón del mundo la cualificaba al mismo tiempo para el dominio sobre los instintos y los sentidos 22. Los defensores de la ideología y del modo de ver la vida griegos reaccionan diferentemente según sus ideas. Para los unos aparece la noticia de la muerte vencida por la resurrección de Jesús de Nazaret como un asunto fuera del interés del mundo y de la vida aquí y hoy. A la medida de los oradores que hablan en público allí, califican esta conferencia de parloteo (spermalogos). El misterio y la sabiduría de la cruz se aparecen ante los oídos epicúreos como locura (1 Co 1, l8ss.). Para el sentido realista de los estoicos se presenta este anuncio como noticia de una nueva divinidad –de la diosa de la resurrección (anastasis). En el panteón de la pluralidad de los dioses griegos aparece este discurso como anuncio de un nuevo culto. Con lo cual lo incluyen en las objetivaciones de las formas metafísicas de adoración, que una razón estoica esclarecida y la orientación de la vida en su postura autónoma cree haber dejado atrás desde hace mucho.

Pero al lado del escepticismo y la automodestia, el interés por las cosas nuevas y todavía no oídas motiva requerir a Pablo, en la plataforma del aeropago, a exponer más ampliamente la nueva doctrina. «Todos los atenienses y los forasteros que allí residían en ninguna otra cosa pasaban el tiempo sino en decir u oír la última novedad» (Hch 17, 21); ante la abundancia de los «picores de oído» ya ofrecidos en el mercado de las ideologías hasta ahora no defendidas allí.

El «diálogo de la fe» que tiene lugar en el areópago se parece en este sentido a la situación intelectual y espiritual del siglo XX que acaba de terminar. La importancia de la novedad es fundamento suficiente para la atención, lo es menos el contenido mismo del anuncio religioso. En la forma dialogada de predicación de este discurso del areópago se hace fructificar precisamente este interés por las cosas todavía no conocidas y nuevas del kerigma. La constatación introductoria, de que los atenienses son hombres especialmente religiosos (v. 22) es una «captatio benevolentiw» con vistas a los oyentes. Se relaciona

22. «Dado que el ser de Dios para los estoicos es fundamentalmente pronoia, desaparecen las pruebas del qué y el cómo de Dios. Se comprende por sí mismo que el (verdadero) conocimiento de Dios es algo necesario para el hombre, y que el conocimiento de Dios y la piedad se pertenecen mutuamente» (Theologisches Wörterbuch zum N.T., vol. I, 122).

con la idea de que la búsqueda de Dios, a pesar de la abundancia de las posibilidades cultuales e ideológicas en la historia y en la actualidad de esta ciudad, no ha llegado a la calma. A un altar para un dios desconocido le corresponde la función simbólica de este hecho 23. Señala la expectación que ni siquiera en el pluralismo religioso ha llegado a apaciguarse y que pide respuesta desde la profundidad de la misma verdad divina. Pero que no se encuentra en la gran diversidad de reivindicaciones de verdad. La pluralidad de las formas de adoración (sebasmata) es expresión del corazón que busca (san Agustín), que está preocupado por encontrar. Así están de acuerdo los filósofos del nuevo pensamiento y los adoradores de divinidades, que se expresan en el areópago con los muchos cultos, en la franqueza en relación con la pregunta abierta que ellos representan sobre la última y definitiva realidad.

El discurso del areópago es el modelo bíblico para la interpretación de las religiones. En las diversas respuestas, que los hombres dan sobre el último fundamento y fin de sus vidas y del mundo, aparece enseguida el reconocimiento confesado de un no haber encontrado nada hasta ahora. Por eso remiten los símbolos y los ritos religiosos a los nombres y las representaciones designados por ellos, hacia la profundidad y la totalidad de la realidad divina que todo lo encierra, que les sobrepasa (oude hypo cheiron anthropinon therapeuetai, v. 25). Esto se nota en las experiencias de los hombres, que ante la grandeza de la creación y en relación con la unidad de todos los hombres inspiran su sentido de criaturas (v. 26). Las religiones son caminos que testifican de muchos y diversos modos la búsqueda de esa unidad fundamental del género humano, que domina todas las cosas, y su posición en el cosmos de la creación.

23. Un tal altar con la inscripción «AI Dios desconocido» no ha podido ser probado hasta ahora por la investigación. Pero sí se conoce en la antigüedad altares de los «llamados (onomazomenon) dioses desconocidos», (Sobre el estado de la moderna investigación, cfr. E. Haenchen, Die Apostelgeschichte, Göttingen 1961, 458ss., nota 6). R. Bultmann advierte sobre esto, que aquí no se trata del concepto gnóstico de agnostos theos en el sentido de la irracionalidad de Dios (G. Kittel, Theol. Wörterbuch zum N. T., lbid.). E. Haenchen sobre el agnostos theos: «Precisamente este Dios es el verdadero y único. Pablo descarta la adoración de aquel que los paganos en un sí y un no consideran el Dios verdadero: lo adoran y sin embargo no lo conocen; ¡lo adoran junto a otros muchos! De todos modos muestra este altar que Pablo no ha introducido "nuevos dioses": la acusación levantada contra Sócrates no puede serlo contra el cristianismo. Del desconocimiento de Ios atenienses sobre este Dios se sigue por sí mismo que Pablo está obligado a predicarlo» (lbid., 459).

Entre las divinidades nombradas y conocidas permanece el nombre de aquel de cuya búsqueda se trata, el dios todavía desconocido (v. 23). Es el dios que encuentra antes y fuera de su propia revelación, solamente perceptible en la realidad como adorable, en la existencia fundamental de la vida y en la totalidad de la creación. Ahí existe ya una solidaridad precristiana del género humano. Por eso puede Dios ser llamado por el Apóstol, a pesar de todas las denominaciones y caminos de búsqueda de salvación de la humanidad, el cercano (v. 27), sí, el presente en la inmediata realidad (en auto gar zomen kai kinoumetha kai esmen, v. 28).

Por eso se trata en la respuesta teológica al mundo de las religiones, a la vista del Nuevo Testamento, no simplemente de absolución. Se tiene en consideración mucho más en los diversos caminos parciales de salvación la cuestión todavía abierta de la salvación total, contestada en el acontecimiento de Cristo (v. 30ss.). Ante la validez definitiva de la autorevelación de Dios, lo hasta ahora válido y necesario se convierte en provisional. En el acontecimiento de Cristo experimenta lo precedente su propia perfección. Lo grande desconocido se hace aquí conocido. Conversión (metanoia) significa por tanto aceptación de este acontecimiento. El acontecimiento de Cristo es desde ahora medida y juicio válido para la búsqueda de lo desconocido por los senderos hasta ahora conocidos de esta exploración y su expresión creada (krinein tän oikoumenän en dikaiosünä, v. 31).

Una Teología de las religiones tiene que agotar completamente la continuidad en el campo del primer artículo del símbolo de la fe a partir de esta ventaja neotestamentaria. Pero no puede permanecer en ella. Tiene también que marcar la discontinuidad de lo que ya no es relevante en el terreno de la propia creación, reconduciéndolo a ser testimonio del acontecimiento encarnatorio de la salvación. Esto no lo puede hacer cosmoficándolo (R. Panikkar). Correspondiendo al testimonio de los apóstoles, permanece anclado a la vez como el acontecimiento universal en su singularidad histórica: «Porque Dios ha fijado el día en que va a juzgar al mundo según justicia, por el hombre que ha destinado, dando a todos una garantía al resucitarlo de entre los muertos» (v. 31).

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