TEMA 50
LA VOCACIÓN ECLESIAL DEL ANIMADOR
3. ELEMENTOS DE REFLEXIÓN
3.1. Dimensión de eclesialidad
Los Obispos españoles han tratado maravillosamente este tema en el documento sobre El catequista y su formación. Transcribimos aquí los números 67-73 de dicho documento:
La vocación del catequista tiene una profunda dimensión eclesial. Por un lado, está entroncado en una tradición viva que le ha precedido. Es sólo un eslabón en una cadena de catequistas que, a lo largo de las generaciones, han ido transmitiendo el Evangelio.
Por otro lado, el catequista está inserto en una comunidad cristiana concreta y, como miembro activo de ella, desarrolla un acto eclesial, fundamental para la vida de la Iglesia.
Esta doble faceta -tradicional y comunitaria- de la dimensión eclesial de su vocación es decisiva en la configuración de su identidad como catequista.
Entroncado en una tradición viva
La tarea que realiza el catequista participa -como hemos vistos- de la propia misión de Jesús y se remonta a la Iglesia apostólica. En realidad, <<el mensaje evangelizador de la Iglesia, hoy y siempre, es el mensaje de la predicación de Jesús y de los Apóstoles>>, (CC 21).
× El catequista es, por tanto, testigo y eslabón de una tradición que <<deriva de los apóstoles>> (DV 8). Quien catequiza transmite el Evangelio que, a su vez, ha recibido: <<Os transmití lo que a mi vez recibí>> (1 Co 15,3).
<<La predicación apostólica... se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin de los tiempos>> (DV 8). Hay en ella ciertas constantes, inalterables al paso del tiempo, que configuran toda la misión de la Iglesia y, por tanto, la catequesis (ver CC 21). El catequista ha de conformar su acción educadora con estas constantes si no quiere exponerse a <<correr en vano>> (Ga 2,2).
Hacemos nuestra la sensibilidad de Juan Pablo II al recordarnos el respeto con que hemos de tratar el Evangelio recibido:
<<Todo catequista debería poder aplicar a sí mismo la misteriosa frase de Jesús: <<Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado>> (Jn 7, 16).
Qué contacto asiduo con la Palabra de Dios transmitida por el Magisterio de la Iglesia, qué familiaridad profunda con Cristo y con el Padre, qué espíritu de oración, qué despego de sí mismo ha de tener el catequista para poder decir <<mi doctrina no es mía>> (CT, 6).
× La acción catequizadora de los apóstoles es un de los pilares sobre los que crecen las primeras comunidades cristianas: <<Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones>> (Hch 2,42).
<<Se encuentra aquí, sin duda alguna, la imagen permanente de una Iglesia que, gracias a la enseñanza de los Apóstoles, nace y se nutre continuamente de la Palabra del Señor, la celebra en el sacrificio eucarístico y da testimonio al mundo con el signo de la caridad>> (CT 10).
× Pero pronto los Apóstoles comparten con otros su ministerio. Asocian a otros discípulos en su tarea de catequizar. Incluso simples cristianos, dispersados por la persecución (Hch 8,4), van por todas partes transmitiendo el Evangelio. Con ellos la cadena ininterrumpida de los catequistas empieza a extenderse.
× La Iglesia continúa esta misión de enseñar de los Apóstoles y de sus primeros colaboradores. En los siglos III y IV, Obispos y Pastores, los de mayor prestigio, consideran como parte esencial de su ministerio episcopal enseñar de palabra o escribir tratados catequéticos (ver CT 12). Vinculan directamente a su ministerio la acción catequizadora de sus Iglesias para encauzar mejor, así, su crecimiento y consolidación. Es la época del catecumenado, época luminosa y punto de referencia constante para los catequistas de todos los tiempos.
× En esta sucesión ininterrumpida de catequistas a lo largo de los siglos, la catequesis saca siempre nuevas energías de los concilios, con los que la figura del catequista se fortalece.
El Concilio de Trento da un impulso trascendental a la catequesis, al requerir celosamente la formación religiosa del pueblo y particularmente de los niños. Despierta en obispos y sacerdotes la conciencia de sus deberes con relación a la catequesis. La función del catequista no queda reservada a los párrocos y a los padres, sino que se encomienda también a maestros, religiosos y a todo seglar dispuesto a colaborar.
El de
Trento fue un Concilio que propuso como primera vía de reforma la del Pastor y
del catequista, considerándolo más importante que la institucionalizació
× El Concilio Vaticano II está impulsando, igualmente, una verdadera renovación catequética en nuestros días. Aunque, como es sabido, no elaboró un documento que tratase explícitamente sobre la catequesis, sentó -sin embargo- las bases para una renovación profunda de la misma. Los grandes documentos conciliares sobre la divina revelación (DV), sobre la Iglesia (LG), sobre la sagrada liturgia (SC) y sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo (GS) establecen los fundamentos de esa renovación y dibujan implícitamente la figura de un nuevo tipo de catequista.
Inserto en la comunidad cristiana
Además de saberse entroncado en una tradición viva, el catequista ve configurada su identidad por su inserción en la comunidad eclesial. No es un evangelizador aislado, que actúa por libre. Es como un árbol arraigado en el terreno firme de la comunidad cristiana. Sólo desde esa vinculación, su acción podrá producir fruto.
Al catequizar actúa como portavoz de la Iglesia, transmitiendo la fe que ella cree, celebra y vive:
<<Cuando el más humilde catequista. reúne su pequeña comunidad, aun cuando se encuentre solo, ejerce un acto de Iglesia y su gesto se enlaza mediante relaciones institucionales ciertamente, pero también mediante vínculos invisibles y raíces escondidas del orden de la gracia, a la actividad evangelizadora de toda la Iglesia>> (EN 60).
El catequista, por tanto, deberá poseer una viva conciencia de pertenencia a la Iglesia ya que la catequesis no puede realizarse si no es a partir de una sintonía y comunión profundas con ella (ver CC 138).
En una época como la nuestra, en la que <<no faltan cristianos y aun grupos o movimientos que... llegan a perder o a debilitar excesivamente el afecto eclesial y la comunicación real con la Iglesia concreta de la que forman parte>> (TDV 33), e. catequista desempeña en este punto un papel decisivo:
<<Es imposible una verdadera renovación de la catequesis sin un sentido eclesial sano, como es muy difícil recuperar el auténtico sentido eclesial sin la catequesis>> (CC 138).
× Este sentido eclesial es vivido y alimentado, de ordinario, por el catequista en una comunidad cristiana inmediata (parroquia, comunidad eclesial de base...). En la comunidad inmediata los cristianos nacen a la fe de la Iglesia y van nutriéndose en ella. En la comunidad cristiana inmediata, el Espíritu suscita carismas y servicios diferentes y, entre ellos, el servicio de la catequesis. El horizonte y la meta de todo catequista es convertir al catequizando en un miembro activo y responsable de la comunidad cristiana.
En unos tiempos en los que <<la función educadora de la familia cristiana se ha debilitado notablemente y ha aumentado sobremanera la influencia disgregadora del ambiente>> (TDV 34), la catequesis ha de fomentar el sentido comunitario de la fe y ha de crear espacios comunitarios de talla humana donde poder educar y vivir una fe personalizada.
Esta tarea se realizará si se fomenta en el catequista la conciencia de pertenencia al grupo de catequistas, que ha de constituir en la comunidad cristiana un verdadero germen de vida eclesial. No pocos catequistas encuentran, de ordinario, en el grupo de catequistas -según su propia confesión- la realidad más profunda de la vida de la Iglesia y de su misión. El testimonio de unión fraterna que dicho grupo manifieste es, por otra parte, un factor decisivo en la tarea catequizadora de la comunidad.
× En resumen, el sentido eclesial del catequista -configurador de su identidad- está, así, abierto y vinculado tanto a la Iglesia universal y particular como a la comunidad cristiana inmediata y al grupo de catequistas con los que actúa.
Solamente estando enraizado en la misión de Jesús y de los Doce, y entroncado en la tradición y vida de la Iglesia, el catequista producirá fruto abundante en un mundo que, hoy más que nunca, necesita a Dios.
3.2. Consecuencias de la eclesialidad
La vocación del catequista o es vocación eclesial o no es vocación de catequista.
En la medida en que el catequista es eclesial y bebe en las fuentes eclesiales y vive la eclesialidad, su anuncio es más evangélico.
En nuestra realidad actual son no pocos los catequistas que sienten la tentación de considerar que todo comienza en ellos. Los que así obran tienen una inclinación espontánea a funcionar como islas.
Se oyen quejas sobre jóvenes que han asistido a la catequesis de Confirmación o a otras, y que después no sienten ni experimentan gusto por la Iglesia; más bien hablan de ella con cierta distancia o menosprecio, como si no fuera su Iglesia, su Madre Iglesia En muchos casos, hay que concluir que existe un trasfondo: los catequistas no han sido capaces de transmitir amor a la Iglesia, aunque hayan explicado teorías sobre la Iglesia.
En forma esquemática y sintética, podemos decir que las consecuencias de la eclesialidad de la vocación del catequista son:
× Sentido de pertenencia a la comunidad inaugurada por Jesús de Nazaret, el nuevo Pueblo de Dios. Se trata de una pertenencia verdadera, a pesar de las limitaciones y pecados de los miembros de la Iglesia. Somos pueblo santo y pecador. Es importante tener unos cimientos eclesiológicos sólidos, si queremos tener una visión eclesial seria.
× Sentido de transmisión, es decir, nada comienza en nosotros, sino que transmitimos lo que hemos oído y lo que hemos visto. Enseñamos a tratar a Jesús, desde la experiencia de haber visto cómo se trata a Jesús. Enseñamos a amar al prójimo, desde la experiencia de haber visto cómo otros han amado al prójimo, a imitación de Jesús que amó hasta dar su vida. De la manera como hemos visto que el Evangelio se pone en práctica, de esa manera podemos ayudar a otros a ponerlo en práctica.
× Sentido de responsabilidad, porque en la Iglesia hay responsabilidades compartidas. No todos estamos llamados a hacerlo todo. Cada uno tiene su parte de responsabilidad.
3.3. Formas de concreción de la eclesialidad
A lo largo de la historia, las formas de concretar la eclesialidad podemos decir que han ido variando, es decir, se han cargado de los esquemas y de la ideología reinante en el ambiente en que la Iglesia se desarrollaba.
Así se puede decir que hay diversidad de maneras de entender la Iglesia y, por consiguiente, la eclesialidad. Algunos autores a este fenómeno lo llaman modelos de-Iglesia, funcionamientos eclesiales, que hacen hincapié en aspectos y valores diferentes.
De hecho, no hay más que un modelo de Iglesia: el que el Nuevo Testamento nos presenta y el que la tradición viva de la Iglesia ha ido profundizando a lo largo de los siglos. Las formas concretas de hacerse presente la Iglesia sí que han variado. En ocasiones, hay que reconocerlo sin miedo, se ha ido haciendo menos transparente, menos evangélica y más cercana a expresiones y funcionamiento propio de instituciones y grupos, que no tienen su origen directo en el Evangelio.
Por ejemplo, en algunos momentos de la historia de la Iglesia, era impensable que los laicos tuvieran el protagonismo que hoy tienen; todo venía hecho por el clero. También hubo un tiempo en que la Palabra de Dios en la catequesis tenía muy poca importancia, se acentuaba la formulación teórica de la verdad sin referencia clara a la Biblia. Hoy mismo, es posible que no todos los catequistas y todas las comunidades locales tengan la misma manera de explicitar la eclesialidad, a pesar de que tenemos unos documentos que nos hablan de ello claramente. Pero existen siempre condicionantes históricos, ideológicos y circunstanciales, que llevan a leer las mismas cosas sacando insistencias distintas. No es que este fenómeno sea un mal para la misma Iglesia. Al contrario, hay que verlo como una ocasión de continua reflexión y llamada interna a la conversión. Las diferencias en el seno mismo de la Iglesia llevan siempre a los creyentes comprometidos a un estudio más profundo de lo que es la misma realidad eclesial. Sólo profundizando encontraremos la verdad.