Autor: S.E.R. Mons.
Pierfranco Pastore, Secretario del P.C.C.S.,
Fuente:
www.riial.org
Visión y misión del comunicador cristiano del nuevo milenio en el contexto
actual de las comunicaciones
Mensaje de Mons. Pierfranci Pastore, en el que habla de las iniciativas y las técnicas que se pueden emplear para la difusión del Evangelio.
“VISIÓN Y MISIÓN DEL COMUNICADOR CRISTIANO DEL NUEVO MILENIO”
Elementos del discurso
S.E.R. Mons. Pierfranco Pastore, Secretario del P.C.C.S., con motivo de los 35
años de la Comisión Nacional de M.C.S. (CONAMCOS), Perú.
Lima, 24 marzo 2000
El Episcopado Peruano se cuenta entre los más sensibles del continente hacia
el campo de las comunicaciones sociales. No ha temido emprender con decisión,
en cada momento, las iniciativas que la técnica ofrecía para la difusión del
Evangelio: la prensa escrita, la radio, la producción de video y de spots
televisivos y ahora el instrumento informático.
Creo que no puede extrañarnos. La Iglesia en el Perú tiene una Historia
marcada por el ímpetu misionero y la tensión hacia la santidad. Su Patrona es
nada menos que Nuestra Señora de la Evangelización; los misioneros que aquí
llegaron no retrocedieron ante las inmensas distancias, ni ante los peligros y
la diversidad de territorios, e hicieron llegar la Palabra de Dios desde la
Amazonía hasta las cumbres andinas.
Es asombroso pensar en los cuatro grandes santos que vivieron en Lima durante
la segunda mitad del siglo diez y seis: Santo Toribio de Mogrovejo, Santa
Rosa, San Francisco Solano y San Martín de Porres.
Los cuatro fueron grandes comunicadores e incansables misioneros, cada uno a
su estilo: el Santo Arzobispo como valiente viajero y animador de la fe; Rosa
de Lima como gran contemplativa, San Francisco Solano con su humilde cercanía
a los indígenas, y el popular San Martín con el incansable ejercicio de la
caridad. Los cuatro son modelos para los comunicadores de hoy, pero muy en
particular inspiran y acompañan a los católicos peruanos, directos herederos
de tan inmensa riqueza humana y eclesial.
Los primeros esfuerzos
La sensibilidad de los Obispos peruanos hacia los Medios se evidenció en la
existencia, ya en los años sesenta, del Centro de Ori entación
Cinematográfica, así como en la creación de la Comisión de Comunicación
Social, respuesta inmediata y urgente al llamado que lanzara el Decreto Inter
Mirifica, del Concilio Vaticano II. La confluencia de esfuerzos con el DECOS-CELAM
y con las Organizaciones católicas de comunicación social se vio favorecida
por la figura del recordado Excmo. Monseñor Luciano Metzinger. Él contribuyó
no sólo a fundar e impulsar el trabajo de CONAMCOS, sino que supo animar un
movimiento continental. Fueron momentos no fáciles, pero con la ayuda de Dios
se ha decantado una praxis de utilización de los medios de comunicación social
grupales y masivos al servicio de la evangelización, y una sintonía eficaz
entre las gentes del mundo de la comunicación social y los pastores del pueblo
de Dios.
Volviendo a Perú, la eficacia de todo ello pudo ver algunos importantes frutos
en iniciativas como la creación de SONOVISO para la producción audiovisiva,
los premios periodísticos o la Red radiof ónica Arco Iris, de gran efectividad
para el enlace e integración de los pueblos del Perú, en particular durante
situaciones difíciles como catástrofes naturales o ataques terroristas.
Como ha sucedido también en otros países, las obras de comunicación social se
vieron impulsadas y enriquecidas con ocasión de las visitas del Santo Padre,
para que su mensaje llegara a todos los rincones del país y desde Perú también
al resto de la Iglesia. (Deseo recordar aquí que tuve la alegría de acompañar
a Su Santidad durante su visita a Perú en el año ochenta y cinco). Para de que
el intercambio de mensajes fuera más estable, el Episcopado peruano asumió
desde los inicios de esta década el desafío de emprender, con enorme
efectividad, la extensión de la Red Informática de la Iglesia en América
Latina (RIIAL) en las diversas jurisdicciones eclesiásticas del país. Quiero
agradecer especialmente aquí el valor y la fe de los Obispos, así como los
desvelos del personal laico que ha desarro llado este proyecto en forma
ejemplar, y también el apoyo de CONAMCOS a la difusión de la RIIAL.
Desafíos de los comunicadores cristianos para el siglo XXI
Me pidieron que indicara aquí algunas de las virtudes que requerirán los
comunicadores en este siglo que comienza. Lo haré brevemente, haciendo notar
que son sólo algunas de las más referidas al momento actual, y subrayando con
satisfacción que CONAMCOS ha demostrado a lo largo de su historia que tales
virtudes no le son ajenas.
Comprender que estamos ya viviendo en otra cultura.
A la mayoría de nosotros hoy nos ha pasado algo similar a lo que vivieron los
europeos que, en los últimos años del siglo quince, continuaban su ritmo de
vida inconscientes de que se había descubierto otro Continente y que el mundo
ya había cambiado en forma radical. Estaban en otra época, compartían el
planeta con otras personas, y no lo sabían. Pues bien, decía que a nosotros
nos ha pasado algo similar. Dura nte muchos años las cosas a nuestro alrededor
permanecieron aparentemente estables. Cuando empezaron a transformarse a
velocidades de vértigo, no sabíamos exactamente por qué ni hacia dónde.
Estamos presenciando el nacimiento de una fase histórica nueva, con una
cultura distinta a la que hasta ahora ha predominado. El Papa Juan Pablo II
señala que “No basta, pues, usar los medios para difundir el mensaje cristiano
y el Magisterio de la Iglesia, sino que conviene integrar el mensaje mismo en
esta «nueva cultura» creada por la comunicación moderna. Es un problema
complejo, ya que esta cultura nace, aun antes que de los contenidos, del hecho
mismo de que existen nuevos modos de comunicar con nuevos lenguajes, nuevas
técnicas, nuevos comportamientos psicológicos”. ("Redemptoris Missio" Nº 37).
Comprender que estamos ya viviendo en otra cultura ayudará a establecer con
más acierto un diálogo entre la Iglesia y el mundo.
Trabajar en equipo, formar rede s.
La capacidad de formar equipos de personas que colaboren entre sí para lograr
una meta común, ha mostrado siempre ser muy fructuosa. Pero yo diría que hoy
se trata de un método irrenunciable. La configuración de nuestro mundo ya no
admite las figuras solitarias que brillan y se extinguen en un fulgurante
aislamiento. La complejidad de la sociedad actual requiere una visión
interdisciplinar. El uso de los medios de comunicación social exige unidad de
pensamiento y de esfuerzo en el respeto por la pluralidad de carismas que la
Iglesia posee. Nadie puede permitirse el lujo de rechazar la aportación de los
otros sin correr el riesgo de ser más pobre. La colaboración de todos en este
campo es, si cabe, más necesaria y más urgente que nunca. Los cuadros
dirigentes que la Iglesia intenta formar para la comunicación social deberán
ser capaces de incorporar con plena responsabilidad al pueblo de Dios, sobre
todo a los creyentes profesionales que están especialmente vocacionados pa ra
el testimonio de su fe a través de la gestión y difusión en los Medios.
Al formar una red, siendo cada uno quien es, se hace capaz de escuchar a los
demás, compartir sus hallazgos y sentarse a la mesa de un banquete donde todos
dan y reciben, aceptada la invitación del “Presidente del Agape”. Suscitar
redes implica a la vez paciencia y humildad por parte de todos. Así los frutos
son mayores y más permanentes, pues se ve que no sólo el mensaje es el de
Cristo, sino también lo es el modo como se expresa, y es vivido en unidad por
las personas que lo proclaman.
Servir a la vocación misionera de toda la Iglesia.
Uno de los más importantes cometidos de las Comisiones de Comunicación Social,
es no sólo desarrollar sus propias iniciativas, sino también contribuir a una
mayor difusión de lo que otras Comisiones realizan. En definitiva, poner todas
sus habilidades en materia de comunicación al servicio de la vocación
misionera de toda la Iglesia. No en van o el Papa Juan Pablo II enmarca el
trabajo eclesial en los Medios de Comunicación Social como un campo
irrenunciable en el cual proclamar el Evangelio. Se requiere no menos valor y
no menos santidad en este campo, que para realizar todas las demás formas de
misión que la Iglesia desarrolla. “Los medios de comunicación social han
alcanzado tal importancia que para muchos son el principal instrumento
informativo y formativo, de orientación e inspiración para los comportamientos
individuales, familiares y sociales. Las nuevas generaciones, sobre todo,
crecen en un mundo condicionado por estos medios..” (Redemptoris missio, Nº
37).
Servir a los más desprovistos.
No podemos desviar la vista de las hondas divisiones de nuestras sociedades,
que dejan fuera del convite de la vida digna a innumerables personas. La
comunicación social puede prestar un gran servicio a los excluidos
evidenciando sus necesidades, abriendo cauces de solidaridad, haciendo
accesible a ellos la riqueza de la información y la posibilidad de ser
escuchados. En este sentido los comunicadores latinoamericanos han tenido
siempre una afinada sensibilidad de gran valor. Conviene, pues, perseverar en
este camino, evitando las tentaciones maniqueas que atribuyen todo el bien a
una clase social o a una etnia y todo el mal a otra. La vida real es siempre
mucho más compleja, por lo cual prejuicios y simplificaciones no pueden tener
cabida en los mensajes de los seguidores de Jesús, que dio la vida “en rescate
por todos” (Mc 10, 45). En un mundo cada vez más marcado por la llamada
“globalización” –con su alto riesgo de multiplicar el número de los
marginados-, la Iglesia ofrece el testimonio de una eclesiología de comunión,
en que todos son invitados a compartir el banquete. Esta es una hermosa faceta
de la vida eclesial que el Concilio Vaticano II hizo presente con tanto
acierto, responde providencialmente bien a esa nueva cultura.
Dar a la tecnología su justo valor.
Hoy la Iglesia ya no es una aprendiz en el uso de los medios de comunicación
social; su camino le ha hecho perfeccionar progresivamente su presencia en
ellos. Pero la cultura de nuestros días está marcada por el protagonismo de la
tecnología: no han desaparecido los libros, la prensa, la radio o el cine, y
sí se han ido añadiendo a ellos la televisión, los teléfonos celulares, las
redes informáticas y los satélites, todos con el "común denominador" del
soporte digital que les permite interactuar entre sí. La Iglesia está en estos
momentos desarrollando, a través de la RIIAL, una acertada “cultura de uso” de
tan novedosas herramientas técnicas, sin dejarse “encantar” por ellas, sino
utilizándolas con acierto, seleccionando sólo aquello que responde a unas
verdaderas necesidades pastorales. El comunicador católico sabe que las
herramientas tecnológicas no son una finalidad sino un gran auxiliar, son
medios. No desprecia ni teme a la tecnología; la conoce, y elige la adecuada
sin tampoco dejarse arrastrar por la fascinación de lo nuevo en una posible
sofisticación innecesaria.
Gestionar la economía.
Toda obra compleja presupone una actividad organizativa importante. Para
emprender grandes obras de comunicación es necesario tener valor, pero también
prudencia y cautela, pues la Iglesia no realiza sus tareas al modo de este
mundo sino de una manera nueva, creativa, humilde y grande a la vez. Además,
es comprometido para la Iglesia acometer iniciativas que tengan como principal
horizonte el lucro; en todo caso debe orientarse por el bien de las personas
–especialmente de los más necesitados- y trabajar para la construcción del
Reino de Dios. Por fortuna se ha dispuesto de un laicado que ha contribuido a
asumir este tipo de proyectos eclesiales evitando los riesgos que comporta una
gestión para la que, muchas veces, la estructura pastoral no estaba preparada.
Es esperanzador ver que hoy muchos cursos formativos para comunicadores
incluyen e l aspecto administrativo y empresarial. Pueden servir como ejemplo
numerosos grandes santos en la historia de la Iglesia que han creado obras de
amplias miras, siempre confiados en la Providencia de Dios, y siempre con el
norte del bien concreto de las personas y comunidades que deben beneficiarse
de tales obras. Ese bien, como cita Aetatis Novae (n. 7), “comprende la
dimensión cultural, trascendente y religiosa del hombre y de la sociedad”.
Conclusión
Doy por supuestas la alta calidad profesional y el honrado servicio a la
verdad que deben marcar a todo comunicador y en particular al comunicador
creyente, características sobre las cuales hemos insistido desde hace años (Cfr.
Aetatis Novae, 2). Son cosas en las que conviene siempre perseverar, ampliando
a la vez nuestra visión hacia los desafíos específicos de cada momento
histórico. Desearía hacer notar también que el perfil que he intentado
describir puede ser vivido no sólo en las iniciativas de comunicación
eclesiales, sino también cuando los profesionales católicos colaboran en
medios comerciales. Los valores del Evangelio, siendo de origen divino, en
Cristo son a la vez profundamente humanos.
Antes de terminar desearía encomendar todas estas intenciones a Nuestra Señora
de la Evangelización, protectora de los peruanos y estrella de esta nueva
etapa que la Iglesia emprende confiando en su poderosa intercesión.
Agradezco mucho su atención y reitero mis felicitaciones a CONAMCOS en esta
fecha tan entrañable para ustedes. Que el Señor premie su labor y la haga
fructificar para el bien de esta querida nación. Muchas gracias.