María, Señora de Misericordia
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano
Fuente: Catholic.net
La llamaron de la Merced por haber usado de la máxima
caridad con sus hijos más necesitados.
Ha caído en mis manos una pequeña historia de la Merced, y me hace ilusión
dedicar este mensaje de hoy a la Virgen de la Merced, un nombre y una
advocación tan bellos de María, la que se apareció a San Pedro Nolasco, la
que sostuvo a San Ramón Nonato y liberó a tantos cautivos. La llamaron de la
Merced por haber usado de la máxima caridad con sus hijos más necesitados.
Hay que trasladarse a la Europa de principios del siglo doce. El mar
Mediterráneo estaba infestado de corsarios turcos y sarracenos, musulmanes
fanáticos que asaltaban las embarcaciones, descendían en las costas,
arrasaban casas y pueblos enteros, robaban, asesinaban, y, lo peor de todo,
se llevaban cristianos al norte de Africa para venderlos como esclavos y
hacerles apostatar de la fe. Ante la impotencia de las naciones cristianas,
será la Virgen María, --la de siempre, la que es el Auxilio de los
Cristianos--, quien intervenga, con mano suave, pero firme, y con corazón de
Madre.
A un comerciante rico de Barcelona le preguntan ansiosos sus familiares y
amigos:
- Pero, ¿qué estás haciendo, con eso de vender todos tus negocios y enseñar
a ese grupo de muchachos a hacer lo mismo? ¿A qué viene el meterse en esas
embarcaciones de moros con tanto peligro?
Y Pedro Nolasco, sin miedo ninguno, responde a todos:
- Nada. ¿Quieren ustedes venir también a rescatar de la morería a los
cristianos que están esclavos? Necesito más voluntarios.
Ahora interviene la Virgen. Era la noche del 1 al 2 de Agosto de 1218.
Estaba Pedro Nolasco en oración, cuando aparecen los primeros destellos de
una luz celestial. Y empiezan a verse ángeles y más ángeles, que vienen
rodeando a una Señora hermosísima, la cual le sonríe amorosa, y le dice:
- Lo que estás haciendo agrada mucho a Dios. No te desanimes. Yo te encargo
ahora que fundes una Orden religiosa. Tus compañeros, imitando a mi Hijo
Jesús, se entregarán a la salvación de sus hermanos, si es preciso hasta
dándose en prenda por su rescate. Yo estaré con vosotros.
Pedro Nolasco no duda de la presencia de María, y comunica la visión al rey
Don Jaime y al consejero real San Raimundo de Peñafort, los cuales hablan
con el Obispo, que se queda pasmado:
- Pero, ¿es verdad lo que me dicen? Si es así, yo pongo el habito a esos
valientes.
Con la protección de María y la misión del Obispo, Pedro Nolasco y sus
compañeros se lanzan a una empresa sin igual.
Pronto se les agrega Ramón Nonato, valiente como ninguno. Se ordena de
sacerdote, y marcha al norte del Africa a rescatar cautivos. Lo da todo, se
queda sin un centavo, y se pregunta:
- ¿Y qué hago ahora?
El amor es ingenioso, y le dicta una resolución heroica. No pudiendo
rescatar más esclavos, porque ya no tiene un centavo, se presenta decidido
ante aquel dueño:
- Aquí me tiene. Me vendo como esclavo. ¿Cuánto paga por mí?
El rico no suelta dinero, y le ofrece con desdén:
- La libertad de otro esclavo.
- ¡Aceptado!...
Y, al convertirse Ramón en esclavo, se da con ardor a predicar a los otros
cautivos la fe cristiana. Pero sus nuevos dueños, para que no hable más, le
cierran la boca con un candado. Ocho meses dura su cautiverio y su martirio.
Al llegar el dinero para su rescate, es liberado y devuelto a España. En
Barcelona se le hace un recibimiento triunfal. Y el Papa Gregorio IX le
llama para hacerlo Cardenal, aunque muere apenas inicia el camino hacia
Roma.
Bonita historia, que tanto nos dice hoy. Mientras haya hombres, hermanos
nuestros, esclavos de otros hombres, que los tiranizan injustamente, siempre
la Virgen de la Merced tendrá una palabra para ellos.
Mientras haya hombres, hermanos nuestros, que se han hecho ellos mismos
cautivos de un vicio cualquiera, la Virgen tendrá para ellos un latido de su
corazón maternal.
Mientras haya una sola persona que sufre, la Virgen tendrá que desempeñar su
oficio de liberadora del dolor.
Son cautivos --justa o injustamente, para nosotros es igual-- tantos presos,
que, en las cárceles de nuestros países, no tienen condiciones de vida
dignas de una persona humana.
Son cautivos de la sociedad tantos niños que pululan desarrapados por
nuestras calles, ladronzuelos en tan tierna edad, sin hogar, sin escuela,
sin esperanza de un puesto digno entre la ciudadanía.
Son cautivas tantas mujeres, que no acaban de liberarse de las mil
esclavitudes a que se han visto sujetas durante siglos, y que esperan
liberación.
Son cautivas tantas personas en su propio hogar, cuando en él falta el amor,
y falla el marido o falla la esposa y madre, convirtiendo la casa en una
cárcel o poco menos.
Nosotros somos cautivos de nosotros mismos cuando no acabamos de romper
lazos --fuertes como sogas o finos como hilos de seda-- que nos impiden
volar libres hacia Dios.
¡Virgen de la Merced, ya ves que aún te queda algo que hacer en el mundo!
Aún hay muchos esclavos que gimen entre cadenas y encerrados en prisiones
tenebrosas. Si quieres liberar a tus hijos cautivos, sirviéndote de
nosotros, aquí nos tienes, instrumentos fieles en tus manos de Madre.