LOS VILLANCICOS
Casiano Floristán,
profesor emérito de Teología Práctica

 

 

DESDE los primeros balbuceos literarios del Arcipreste de Hita en la primera mitad del siglo XIV, hasta las composiciones poéticas religiosas actuales, la Navidad despierta la inspiración entrañable de los poetas, consagrados o aficionados. La poesía española dedicada a la Navidad -en castellano, catalán, gallego y vasco- ha sido siempre admirable , cálida y fecunda. Prácticamente la lírica española arranca con poemas navideños. «La Navidad -dijo Gerardo Diego- es ya la poesía». Desde el anuncio del ángel a María hasta la adoración de los Reyes Magos, las escenas bíblicas navideñas del nacimiento de Jesús de Nazaret en el pesebre de una cuadra, con la presencia amorosa de san José, han influido en literatos, músicos, pintores y escultores. Los poetas se han fijado en el alumbramiento de María y en las figuras y motivos del belén: el buey, la mula, las ovejas, los pastores, los reyes y sus camellos, la lavandera, el panadero y el músico con una flauta o un tambor. El contexto de la familia y la infancia, el regreso a casa y los regalos, el invierno y la nieve, la lotería del Gordo y del Niño y los tentáculos del comercio han promovido un clima secular navideño, en el que no faltan villancicos

 

El nombre de villancico procede de «villa» y se refiere a las canciones que los «villanos» o lugareños cantaban en el siglo XIV en momentos festivos. A mediados del siglo XV se pusieron de moda entre los cortesanos. Su contenido era al principio el amor humano, pero pronto se centró en el nacimiento de Jesús, junto a María y José.

Los villancicos se extendieron por España gracias al arraigo popular que tuvo el belén, propagado por frailes de san Francisco y monjas de santa Clara. Es lógico que los primeros creadores de villancicos fuesen dos franciscanos: fray Íñigo de Mendoza y fray Ambrosio de Montesino, ambos del siglo XVI. Enriquecieron los poemas navideños escritores consagrados como santa Teresa de Jesús, Fray Luis de León, Lope de Vega, Francisco Quevedo y Pedro Calderón de la Barca, en los siglos XVI y XVII. Especialmente fecundo fue Luis de Góngora (1561-1627), cuyas composiciones dieron lugar a numerosos villancicos cantados, al principio en catedrales y conventos y más tarde en parroquias y coros populares.

En el siglo XVI los villancicos despertaron recelos en los medios eclesiásticos conservadores, ya que al ser cantados en la lengua del pueblo, desplazaban a los responsorios y motetes latinos. Tanto es así que Felipe II los prohibió en 1596 en la capilla real, pero su decisión no tuvo efecto. Cobraron tal auge a partir del s. XVII, que los maestros de capilla de las catedrales componían cada año, dos o tres meses antes de Navidad, algún villancico nuevo para estrenarlo en Nochebuena.

A los escritores del s. XVIII, correspondientes a la Ilustración, apenas les interesó la poesía de la Navidad. Opinaron -entre ellos Moratín- que los villancicos no eran apropiados para ser cantados en las iglesias por su estilo «chabacano». Más tarde, con el retorno a los clásicos vuelve la lírica navideña. En realidad, nunca han faltado compositores españoles de villancicos, ni ha escaseado su ejecución por Navidad en las iglesias conventuales o parroquiales. Con todo, la costumbre extendida por el pueblo de cantar villancicos por Navidad, con zambombas y panderetas, en las iglesias y fuera de ellas, es prácticamente del s. XIX. A partir de entonces se han hecho famosos, por ejemplo, los villancicos Veinticinco de diciembre, Vamos, pastores, vamos, Dime, Niño, ¿de quién eres todo vestido de blanco?, Arre borriquito, Campana sobre campana, En el portal de Belén, El tamborilero y Noche de Dios.

Al prohibir las autoridades eclesiásticas en el siglo XIX composiciones musicales profanas con la excusa de que no correspondían a la «majestad, decoro y santidad del templo», decayeron las capillas musicales de catedrales, colegiatas y grandes parroquias. De momento el villancico se debilitó, pero cobró nuevo auge a finales de ese siglo y comienzos del XX, tal como lo conocemos hoy. Admirable fue la Generación del 27 -admiradora de Góngora- en la poesía navideña. Quizás los dos poetas que mejor han cantado la Navidad en el siglo XX han sido Gerardo Diego, de la Generación del 27, y Luis Rosales, posterior a la guerra civil. Es de justicia recordar el aporte innovador a los villancicos del navarro Victor Manuel Arbeloa, desde una perspectiva social, en las décadas de los sesenta y setenta.

El villancico es una composición poética religiosa o la musicalización de un texto lírico, escrito en la lengua del pueblo, con estribillo y estrofas, de corta duración e ingenioso, que versa sobre el tema navideño del nacimiento de Jesús de Nazaret. Es popular y tradicional y se ha trasmitido familiarmente de generación en generación. Hoy se entonan los villancicos en familias de arraigo cristiano, colegios religiosos, parroquias y corales. Es muy corriente oírlos en radio, televisión y altavoces en plazas y calles comerciales. Junto a los villancicos tradicionales surgen cada año nuevos, con la ayuda de concursos, no siempre fieles en su texto al tema estricto navideño, que es el nacimiento de Jesús, desplazado por la paz y la niñez.

La Navidad no deja indiferente a nadie. Es una festividad desplegada en varias jornadas, ocurre en el solsticio de invierno cuando las noches son largas, da lugar a cenas y comidas extraordinarias familiares, transcurre a lo largo de unas vacaciones escolares y conmemora, nada menos, que el nacimiento de Jesús de Nazaret, la persona que ha tenido más influjo en nuestro mundo occidental, a quien los cristianos llamamos Señor y Salvador. Los villancicos conservan un poder innegable de fascinación. Siempre vuelven por Navidad.