Autor: Máximo Álvarez Rodríguez
Viaje al Purgatorio
Si, como decía la canción “para entrar en el cielo no es preciso morir”, para saber lo que es el Purgatorio tampoco
Seguramente muchos se
preguntarán a ver qué es eso del Purgatorio, y tal vez lleguen a pensar que
es un invento de los curas o una creencia de la gente de antes, pasada de
moda. Digamos, antes de nada, que la existencia del Purgatorio es un dogma
de fe y que en la práctica el pueblo cristiano siempre ha demostrado creer
en él. No se explicaría de otra manera la asidua costumbre rezar por los
muertos.
En muchas de nuestras iglesias aparecen cuadros o
relieves que intentan de alguna manera reflejar el tormento de las almas del
Purgatorio, envueltas en llamas, suspirando por llegar a Dios, pero con una
gran diferencia de las representaciones del infierno. En todo caso, es
normal que nos preguntemos por qué ha de existir un purgatorio.
Todos somos conscientes de que en esta vida hay
personas muy buenas que se sacrifican por los demás, que son todo un ejemplo
de generosidad, paciencia, fe... y que tampoco faltan quienes se dedican a
abusar de los demás, a explotarlos, gente egoísta, soberbia, cruel... Algo
nos dice que tiene que hacerse justicia en el momento de la muerte, de modo
que no sea indiferente ser bueno o malo. Todas las religiones hablan de
premio o castigo. Es verdad que los cristianos creemos en la misericordia de
Dios y por ello, aunque exista la posibilidad de la condenación eterna, nos
parece acorde con el amor de Dios que exista un castigo merecido de carácter
temporal. Eso es el Purgatorio, una especie de tormento purificador que no
es eterno.
Las representaciones artísticas del Purgatorio y del
Infierno difieren enormemente: mientras en el infierno sólo se ven rostros
de desesperación y diablos y bichos raros, en las que hacen referencia al
Purgatorio está también representado Dios, la Virgen María y el Cielo;
aparecen rostros doloridos, pero no desesperados. Y nada de diablos. Ya
sabemos que éstas imágenes, más bien propias de otras épocas, son
sencillamente maneras de a yudarnos a entender una realidad mucho más
profunda. No hace falta ningún lugar para sufrir, sino que es suficiente el
tormento del alma.
Aunque haya personas, entre las que se incluyen
santos canonizados, que dicen haber entrado en contacto con las almas del
Purgatorio, no es esa nuestra experiencia. Pero sí que podemos partir de
algunas experiencias de esta vida para intentar comprender un poco esta
posibilidad de tener que sufrir después de la muerte. Si hay alguno que no
cree en estas cosas le diremos que allá él, pero que sepa que algún día, tal
vez no muy lejano, podrá enterarse por sí mismo.
Veamos. El ser humano es fundamentalmente el mismo
antes y después de la muerte. Se supone que muchas de las experiencias de
esta vida han de tener bastante parecido con la vida futura. Aquí y allí el
hombre busca la felicidad, aquí y allí puede sufrir, aquí y allí necesita
amar y ser amado. Vistas así las cosas se entiende aquello de que el fuego
del Infierno y el fu ego del Purgatorio sea el mismo que el fuego del Cielo.
Empecemos por el fuego del Cielo. Es el fuego del
amor. Si una persona está profundamente enamorada se dice que su corazón
arde en deseos de encontrarse con la persona amada, y no puede encontrar
mayor felicidad que en sentirse unido a esa persona. Así y no de otra manera
es el amor de Dios. “La alegría que encuentra el esposo con su esposa la
encontrará tu Dios contigo”, nos dice Isaías.
Ahora bien, supongamos que una persona muy enamorada
le hace a su amante una faena tan grande que pierde para siempre su amor, al
tiempo que sigue enamorada. Eso sería el infierno: descubrir toda la belleza
del amor de Dios y perderlo para siempre. Es la situación desesperada de
quien experimenta un terrible remordimiento sin posibilidad de vuelta atrás,
tanto más amargo cuanto mayor es el amor que siente. Ojalá nadie tenga que
vivir esta situación y que el infierno no pase de ser una posibilidad nunca
hecha realidad.
Pero supongamos que un marido muy enamorado ofende a
su esposa, o viceversa, de tal manera que la persona ofendida no decide
cortar definitivamente, pero sí durante una temporada. De momento le deja.
Seguro que quien se ha portado mal siente un enorme remordimiento pesar, y
que se le hacen largos los días esperando volver a encontrarse con su amor.
En los tres casos, cielo, infierno y purgatorio, se
trata de haber descubierto el fuego del amor de Dios, disfrutando de él,
perdiéndolo para siempre o sufriendo mientras se espera algún día gozar de
él.
Si en esta vida todo el mundo trata de evitar la
cárcel, aunque sea por un breve período de tiempo, también merece la pena
evitar la cárcel del Purgatorio. Sin embargo con frecuencia vivimos de forma
bastante irresponsable. No se trata de negar la misericordia de Dios, sino
de su incompatibilidad con el pecado. Si un amigo nos invita a una boda no
se nos ocurre ir sucios y mal olientes, por mucha confianza que tengamos con
él. No hace falta que nadie nos lo recuerde. Cuando, tras la muerte, seamos
conscientes de la belleza de Dios y la fealdad de nuestro pecado, nosotros
mismos comprenderemos la necesidad de purificarnos.
Si, como decía la canción “para entrar en el cielo
no es preciso morir”, para saber lo que es el Purgatorio tampoco. ¡Cuántas
veces se pasa por él en esta misma vida! Por eso en los momentos de
sufrimiento deberíamos tener en cuenta aquello de que no hay mal que por
bien no venga. Aceptemos el dolor del cuerpo y del alma como una
purificación de nuestros pecados.