Autor: P. Juan J. Ferrán
Valores que dominan el corazón del hombre
Vivir los valores del Evangelio, cualquiera que sea mi estado o condición.
El seguimiento de Cristo
supone para el hombre una profunda conversión interior, porque el mensaje de
Cristo es radicalmente opuesto y contrario a la mentalidad del hombre de
hoy. Parece que los caminos de Dios y del hombre no convergen. Así, por
ejemplo, los caminos hacia la felicidad, contenidos en las Bienaventuranzas,
suenan a locura en nuestra sociedad de hoy. El hombre moderno ha creado sus
valores, ha fijado sus esperanzas, ha decidido su felicidad. Pero
curiosamente todo ello nada tiene que ver con el Evangelio de Cristo, donde
Jesús con su vida y su doctrina enseña algo muy distinto. Urge, pues, como
cristianos una conversión a la verdad del Evangelio y un abandono valiente
de esos valores que dominan el corazón del hombre. Vamos a recordar cuáles
son esos valores del Evangelio de Jesucristo:
La humildad. En el Evangelio se ensalza por
doquier a los humildes (Mt 5,5; Mt 8, 5-9; Mt 20, 25-28). El mismo Crist o
nos invita a aprender de él que es manso y humilde de corazón (Mt 11,29). Se
nos recuerda que Dios ha derribado de sus tronos a los poderosos y ensalzado
a los humildes (Lc 1, 48-52). Se nos asegura que la humildad atrae el perdón
de Dios, mientras el orgullo hace que el fariseo no vuelva a su casa
justificado (Lc 18, 9-14). Jesús mismo lava como gesto de humildad los pies
a sus discípulos (Jn 13, 1-17). Son innumerables los momentos en que se
habla de la humildad. Sin duda, a Cristo que viene a salvar al hombre, le
preocupa sobremanera esa historia de soberbia del hombre. Él quiere que la
humildad se convierta en un distintivo de sus seguidores. Humildad que es
reconocimiento incondicional de Dios. Humildad que es aceptación del Señorío
divino. Humildad que es vivir en la propia verdad de criaturas. Humildad que
es espíritu de servicio. Humildad que es rechazo de las tentaciones de
vanagloria. Humildad que es sentido sobrenatural para reconocer en todas las
cosas la Voluntad de Di os. Humildad que es aceptación de sí mismo. Humildad
que es dominio de las tendencias racionalistas. Humildad que es rechazo a
las tentaciones de desprecio a los demás. Humildad que es ser como niños.
La pobreza. También la pobreza voluntaria
encuentra grandes espacios en el Evangelio como camino hacia la felicidad y
la paz del espíritu. Jesús nos enseña que los pobres de espíritu son
dichosos (Mt 5,3). Nos aconseja vivir con lo necesario (Mt 10, 9-10). Nos
recuerda lo difícil que resulta que un hombre rico se salve (Lc 18, 24-30).
El mismo nace pobre (Lc 2, 6-7). Vive pobre (Mt 8, 18-22). Muere pobre (Jn
19, 23-24). También a Cristo le preocupa esa triste realidad del hombre que
en su afán de poseer y tener se olvida de Dios, de los demás, de la
honradez, de la familia y hasta de la propia salud. Por eso, exige a sus
seguidores la pobreza. Pobreza que es a poner Dios como valor supremo de la
vida. Pobreza que es confianza en Dios. Pobreza que es generosidad a la hora
de compartir lo propio. Pobreza que es desapego de toda realidad que no sea
Dios. Pobreza que es austeridad de vida. Pobreza que es una vida sencilla en
todas sus manifestaciones. Pobreza que es renuncia a todo camino inadecuado
en el legítimo esfuerzo por conseguir lo necesario para una vida digna.
Pobreza que es una lucha para que en el corazón venza lo eterno sobre lo
inmediato, lo espiritual sobre lo material, lo necesario sobre lo
contingente.
La abnegación. Para Cristo la renuncia a uno
mismo es clave en el camino hacia Dios. Lo afirma rotundamente cuando la
exige como condición para seguirle (Mt 16, 24-26). Lleva esta exigencia
hasta pedir que por Él se renuncie incluso a los padres (Mt 10, 34-38). A
sus seguidores los llama invitándoles a dejar sus forma de vida (Mt 4,
18-22). Pide que entremos por la puerta estrecha (Lc 13,24). Nos recuerda
que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere no da fruto (Jn 12,24).
En su propia vida Cristo e s un hombre sacrificado, desprendido, austero,
enemigo de la comodidad. Muere en una cruz que es el símbolo de la renuncia
más absoluta del hombre. Por eso, a sus discípulos les pide abnegación.
Abnegación que es renuncia al propio yo. Abnegación que es abandono de la
vida cómoda y fácil, del placer barato, de los caprichos. Abnegación que es
conciencia de que más vale entrar al Reino de los Cielos sin un ojo o una
mano que no ir a él con todo el cuerpo completo. Abnegación que es dominio
ante la comida o la bebida. Abnegación que es crucifixión de la carne con
sus pasiones y apetencias. Abnegación que es acogida del dolor como moneda
para la obtención de las grandes realidades de la vida. Abnegación que es el
camino hacia la propia liberación.
Estos tres valores cristianos se han convertido en
los fundamentos y raíces de cualquier otro valor. Cristo nos los enseñó
porque sabía, como dice S. Juan, que porque todo cuanto hay en el mundo
-la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia
de las riquezas- no viene del Padre, sino del mundo (1 Jn 2, 16).
En su vida, desde la cuna a la cruz, Cristo hace
suyos comportamientos inspirados en estos valores que después la Iglesia ha
asumido como criterios inspiradores de la vida de todo cristiano, cualquiera
que sea su estado o condición. Todo seguidor de Cristo está llamado a vivir
en esta línea marcada por el Evangelio.