Vivir de cara al Padre

Autor: P. Horacio Bojorge

Capítulo 12: Anexo II

Al Capítulo 4

El Eclipse del Padre – Modalidades y efectos

Ya desde los comienzos de la Iglesia, San Juan percibe la existencia, dentro de la comunidad, de quienes rechazan a Jesucristo y a Dios Padre, a quien el Hijo viene a revelar. “Muchos anticristos han aparecido”, “estaban entre nosotros” – afirma San Juan en su primera Carta – “Este es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo, tampoco admite al Padre; quien reconoce al Hijo también admite al Padre”.
¿Se manifiesta actualmente el mismo hecho? ¿Cómo? Voy a ocuparme de una de esas manifestaciones que me parece particularmente común y característica de la modernidad. Consiste, dicho brevemente, en la implicitación de la figura del Padre en la presentación del kerygma, en la catequesis, en la predicación y en la espiritualidad.

Del Jesús sin Padre al Jesús contra el Padre
Se ha llamado jesuanismo a la presentación de un Jesús sin Padre y consiguientemente no Hijo. Un Jesús histórico, puramente humano y por lo tanto de ninguna manera Dios hijo, separado del Cristo de la fe, y por lo tanto sin la referencia al Padre que la fe le reconoce como a Dios Hijo, como horizonte último del anuncio evangélico.
En el discurso teológico y pastoral que de allí dimana, el Padre queda relegado al silencio de los supuestos que solamente se explicitan a pedido.
De ese jesuanismo contemporáneo ha dicho el Padre dominico Le Guillou que: “Sitúa a Cristo no con el Padre, sino en lugar del Padre. De ese modo se ve diseñar vagamente una especie de cristicismo o de jesusismo (dejando en silencio generalmente el nombre del Padre) que trata de hacerse pasar por el verdadero cristianismo” .
Como dice San Pablo: “¿cómo invocarán a aquél [en este caso al Padre] en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquél [el Padre] a quien no han oído? ¿Cómo oirán si no se les anuncia?” . Lo que no se predica no se cree. Y si el Padre queda implícito, va cayendo fuera de la conciencia del predicador y de los creyentes.

Este hecho lo ha señalado Monseñor Paul Josef Cordes en su obra: “El Eclipse del Padre” en estos términos: “Cuando se pregunta a grandes teólogos contemporáneos de ambas confesiones (protestantes y católicos) por el Padre de Jesucristo, se obtiene una perspectiva sorprendente: los investigadores piensan más frecuentemente y más expresamente en ‘Dios’ que en el ‘Padre eterno’; si se hace una estadística sobre las veces que en la relación Padre-Hijo utilizan en sus investigaciones la palabra ‘Padre’, ésta queda desconsoladamente relegada” .
¿A qué se debe esto? a que la infección modernista contagia el sentido común de una cultura y termina refluyendo sobre los creyentes y afectándolos, sin excluir a los predicadores. Sucede así que, glosando a San Pablo, podría decirse de la incapacidad del predicador modernista para anunciar al Padre: ¿cómo predicarán si no creen?

El jesuanismo, o cristicismo pastoral, es frecuente en la propuesta de las sectas y comunidades protestantes. Pensemos en lo que se oye predicar en algunas carpas y audiciones radiales de predicadores protestantes, donde todo se queda en el anuncio de Cristo tu salvador personal, sin referencia al Padre ni a la entrada en comunión con Él, como punto de llegada de la salvación que se anuncia.
Pero el mismo mal se ha venido extendiendo y penetrando también en el sentido común de los católicos, sacerdotes y teólogos incluidos. Los remito a su experiencia propia como oyentes de la predicación habitual en nuestros templos.

La rebelión psicoanalítica contra el Padre
El fenómeno que vengo describiendo, de la creciente desvinculación de Jesús del Padre, se acentúa hasta llegar a un paroxismo por efecto de la difusión del psicoanálisis freudiano.
“El psicoanálisis de Freud, como método y técnica, - ha escrito el Padre Ignacio Andereggen - es intrínsicamente solidario de su intento fundamental de hacer consciente del modo más pleno la rebelión del hombre contra Dios Padre, radicada en la estructura inconsciente de sus vicios y pasiones no restauradas por el influjo de la gracia. Para Freud, como para Nietzsche, consiste en su oposición consciente contra Dios y en la pretensión de ocupar su lugar” .

De la rebelión contra Dios-Padre a la sociedad sin padres
Como nota Monseñor Paul Josef Cordes: “Freud – que conocía la analogía entre el padre terrenal y el celestial -, para terminar con el Padre celestial, tenía que liberarse primero del terrenal” y por eso lo ataca, en el alma del analizado, mediante el psicoanálisis.

El P. Le Guillou, en su obra antes citada, señala el hecho de que la abolición de Dios Padre está en la base de lo que Mons. Paul Josef Cordes ha llamado el Eclipse del Padre en nuestra cultura, una desaparición progresiva de las figuras paternas y de la cultura de la paternidad; una destrucción del varón paterno.
La rebelión religiosa contra Dios Padre de la civilización modernista ha tenido consecuencias sociológicas y culturales. Ha ido exterminado al hombre paterno, pero también al hombre filial, al hombre esponsal, al hombre fraterno. Si la generación actual abandona a sus padres internándolos en un hogar de ancianos es porque la generación de sus padres ya había internado a Dios Padre relegándolo al cielo como a un hogar de ancianos; ya no convivían con Dios, sino que iban a verlo de vez en cuando en días y horas de visita, y a veces nunca.
El psicoterapeuta y sociólogo italiano Claudio Risé, en su libro Il Padre l’assente inaccettabile, dedica un capítulo entero a describir cómo Occidente se aleja del Padre. Claude Risé establece un paralelo entre el proceso de secularización iniciado en la Revolución Francesa, en la que eclosionan semillas sembradas por la Reforma Luterana, y la decadencia y desaparición de la figura paterna y de los derechos del padre de familia en Occidente .

Así en la tierra como en el Cielo
Nada de extraño. Porque como ha demostrado Mircea Eliade en sus estudios de Historia de las Religiones, el hombre edifica su civilización y su cultura imitando a sus dioses: “Al reactualizar la historia sagrada, -dice - al imitar el comportamiento divino, el hombre se instala y se mantiene unido a los dioses, es decir, en lo real y significativo” .

En oposición a esta actitud del hombre religioso, “El hombre moderno irreligioso – dice Mircea Eliade - asume una nueva situación existencial: se considera a sí mismo como único sujeto y agente de la Historia y rechaza toda llamada a la trascendencia […] no acepta ningún modelo de humanidad fuera de la condición humana, tal como se la puede descubrir en las diversas situaciones históricas. El hombre se hace a sí mismo y no llega a hacerse completamente más que en la medida en que se desacraliza y desacraliza el mundo. Lo sacro es [para él] el obstáculo por excelencia que se opone a su libertad. No llegará a ser él mismo hasta el momento en que se desmitifique radicalmente. No será verdaderamente libre hasta no haber dado muerte al último Dios” .
La Rebelión contra Dios, que en Occidente ha sido la rebelión contra Dios Padre, termina así con la disolución no solamente de la cultura paterna, motejada de paternalista , sino de toda la cultura, porque desata fuerzas de destrucción del corazón humano que aceleran y precipitan el desencadenamiento de las amenazas apocalípticas sobre la humanidad apartada de Dios.
Afirma Mircea Eliade que, “En una perspectiva judeo-cristiana podría decirse que la no-religión equivale a una nueva caída del hombre […] Después de la primera caída, la religiosidad había caído al nivel de la conciencia desgarrada; después de la segunda caída, ha caído aún más abajo, a los subsuelos de lo inconsciente, ha sido ‘olvidada’” . Dios vino a buscar al hombre que había caído por el pecado original. Cuando el hombre caído se rehúsa a tomar la mano que se le extiende para levantarlo, cae aún más profunda e irremediablemente.

El manifiesto de Kant: el hombre no necesita de Dios para ser bueno
Léase el siguiente texto de Kant que ofrezco sin comentarios porque se comenta solo: “La moral, - dice - en cuanto que está fundada sobre el concepto del hombre como un ser libre que por el hecho mismo de ser libre se liga él mismo por su Razón a leyes incondicionadas, no necesita ni de la idea de otro ser por encima del hombre para conocer el deber propio, ni de otro motivo impulsor que la ley misma para observarlo […] Así pues, la moral, por causa de ella misma (tanto objetivamente por lo que toca al querer, como subjetivamente por lo que toca al poder) no necesita en modo alguno de la Religión [entiéndase la revelación cristiana] sino que se basta a sí misma en virtud de la Razón pura Práctica” .
Esta es una perfecta expresión del nuevo intento de ser como dioses que termina, lo demuestra la historia posterior a Kant y las ideas políticas que derivan de él, en ser como demonios.

El hombre no religioso, un hombre no religado, un hombre desvinculado
Al volverse los hombres contra el Cielo, se vuelven unos contra otros en la tierra. Cuando se reniega del Padre de todos que hace de los hombres hijos y hermanos entre sí, se reinstala en el mundo la dialéctica del amo o el esclavo. Y esa dialéctica desgarra a la humanidad desatando la oposición entre padres e hijos.

A esta luz, la profecía de Malaquías, últimas palabras del Antiguo Testamento, adquiere tintes apocalípticos: “He aquí que yo os envío al profeta Elías antes de que llegue el Día de Yahveh, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a los padres; no sea que venga yo a herir la tierra de anatema” .

En nuestro mundo, los hombres irreligiosos y antirreligiosos tuvieron antepasados religiosos. Hay, junto con la rebelión contra el Dios Padre, una rebelión contra los propios padres. El corazón de los hijos se ha vuelto contra los padres y el corazón de los padres se ha vuelto contra los hijos. Se han instalado, legalmente, el aborto y la eutanasia. El abandono de los niños en el hogar, la guardería o la calle. Y el abandono de los padres en el hogar de ancianos.

Si tras la venida de Cristo, que reconcilió todas las cosas con la sangre de su Cruz, - también a los padres con los hijos y los hijos con los padres, como sucedió en el mundo de la cultura católica -, si tras la venida de Cristo, - digo -, el hombre vuelve a rechazar a Cristo y al Padre, como hace la modernidad, los hombres vuelven a enemistarse con Dios Padre y entre sí. Lo estamos viendo.

Pero ya no hay posibilidad de una nueva reconciliación. Entonces, la única perspectiva que queda, es la de una tierra herida por el anatema. Un anatema que los hombres pudieron haber evitado pero rehusaron libremente evitar. Un anatema que libremente eligieron, mal usando su libertad para rechazar el bien y elegir el mal.


Referencias

Reproduzco contenidos adaptados, tomados de mi Conferencia en el XI Encuentro de Formación Católica de Buenos Aires organizado por el Círculo de Formación San Bernardo de Claraval, Setiembre 2008,
M.-J. Le Guillou O.P. El Misterio del Padre. Fe de los Apóstoles. Gnosis Actuales. Ed. Encuentro, Madrid 1998, p. 196
Romanos 10, 14
Mons. Paul Josef Cordes, El Eclipse del Padre, Ed. Palabra, Madrid 2003, 1967, cita en p. 167
Ignacio Andereggen: “Santo Tomás de Aquino, Psicólogo” Sapientia, 205 (1999) 59-68. El R.P. Andereggen refiere estas afirmaciones de S. Freud a esta cita: Sigmund Freud, Totem y Tabú, Buenos Aires 1993, 155-156
Mons. Paul Josef Cordes, El Eclipse del Padre, p. 179
Claudio Risé, Il Padre, l’assente inaccettabile, (=El Padre, el ausente inaceptable), San Paolo, 2003, 7ª ed. Págs. 49-70
Mircea Eliade, Lo Sagrado y lo profano, Ed. Guadarrama, Madrid 1967, p. 196
Mircea Eliade, O.c. p. 197
En la ideología revolucionaria, es método usual esgrimir los abusos contra el bueno uso. En este caso los abusos de la autoridad paterna para abolir toda autoridad paterna y el mismo vínculo paterno-filial, del cual la autoridad paterna es un núcleo irrenunciable para el bien del hijo.
Mircea Eliade, O.c. p. 207
Immanuel Kant, La Religión dentro de los límites de la razón, Comienzo del Prólogo a la 1ª Edición 1793. Cito según la versión de Felipe Martínez Marzoa, Alianza Editorial, Madrid 1969, p. 19
Malaquías 3, 23-24; Mateo 17, 10-13; Lc 1, 17