Vivir de cara al Padre

Autor: P. Horacio Bojorge

Capítulo 11: Anexo I

Al Capítulo 4

Santidad - Hecho de vida – Ver, juzgar y actuar

Parecería que este asunto de los métodos catequísticos y pastorales no tuvieran nada que ver con la santidad. La santidad de Dios y la nuestra. Y sin embargo, tienen que ver y mucho porque en ese ámbito de los métodos, ciertos principios no explicitados, han dado lugar a desviaciones metódicas dañosas y que el Magisterio se ha ocupado de corregir.

La separación de la fe y la vida, la separación positivista de la percepción sensible y de la percepción espiritual, tienen que ver con la corrupción de la noción de santidad. Cuando en Dios se separa su trascendencia ontológica de su cercanía existencial y se las opone, están jugando los mismos principios que han desviado la aplicación de los métodos de los que nos ocupamos.
Nada habría que objetar contra el método de pedagogía catequística que postuló partir de un “hecho de vida”, si el hecho de vida fuera un hecho en cuya percepción se ha puesto en acto la fe y es luego entendido y juzgado también desde la fe. Y tampoco nada hay objetable al método del ver, juzgar y actuar, si no se deja de lado la fe en ninguno de los tres momentos, para limitarse, - como se ha hecho muy a menudo en la práctica, principalmente con el momento del “ver” -, para limitarse, digo, a un ver que es, en el mejor de los casos, el de las ciencias humanas, y en otros casos el de los recortes de diario, o el ver de puras noticias vecinales profanas, por no llamarlas chismes de barrio, aportadas por un líder grupal o comunitario.
En estos ámbitos lo que ha tenido lugar no han sido casos aislados o desviaciones ocasionales en la aplicación de un método correcto, sino que ha existido una generalizada aplicación incorrecta de un método incorrectamente comprendido.
El modernismo del que se ocupó San Pío X hace cien años en su Encíclica Pascendi, se ha ido convirtiendo en sentido común. Y eso es hoy motivo de que quien se ve en la necesidad de corregirlo o contradecirlo sea visto como un loco.

Pero la deriva modernista en la aplicación de estos métodos fue lo que motivó a Juan Pablo II a darle a la Iglesia el Catecismo. Y lo que, más recientemente, ha motivado a los Obispos en la Conferencia General de Aparecida, a redefinir el método del ver juzgar y actuar que, en Santo Domingo, había sido puesto en cuarentena debido a la grave infección ideológica que difundía.

La gravedad a la que llegó la situación en su caída libre, la planteaba el entonces Cardenal Joseph Ratzinger en su Informe sobre la Fe. Habla allí de una catequesis “hecha añicos” y comenta: “La catequesis se halla expuesta a la desintegración, a experimentos que cambian continuamente. Algunos catecismos y muchos catequistas ya no enseñan la fe católica en la armonía de su conjunto – gracias a la cual toda verdad presupone y explica las otras -, sino que buscan hacer humanamente ‘interesantes’ (según las orientaciones culturales del momento) algunos elementos del patrimonio cristiano. Algunos pasajes bíblicos son puestos de relieve, porque se los considera ‘más cercanos a la sensibilidad contemporánea’; otros, por el contrario, son dejados de lado. Consecuencia: no una catequesis comprendida como formación global en la fe, sino reflexiones y ensayos en torno a experiencias antropológicas parciales y subjetivas” .

Mientras se flexibilizaba el celo por la ortodoxia doctrinal, se endurecía dogmáticamente la exigencia metódica: el punto de partida de la enseñanza catequística, debía ser, inflexible y dogmáticamente “el hecho de vida”. Y para que fuera realmente apto, era necesario que este hecho fuese religiosamente neutro. Se postulaba que se partiera de una mirada neutra, no religiosa, sobre “la realidad”. Hubo catequistas que perdieron su examen por no poder o no querer ajustarse a esta norma o dogma pedagógico.

El principio modernista subyacente al método del hecho de vida como punto de partida de la catequesis, es la convicción de que el catequizando debe llegar a aceptar los misterios de la fe movido por la sola experiencia interna de cada uno y por la inspiración privada. El supuesto es que los signos externos de la revelación divina histórica pueden ser insuficientes, para suscitar el asentimiento de la fe. Y esta convicción es explicable cuando los receptores de la catequesis están imbuidos del sentido común modernista que les dificulta la fe en los misterios de fe revelados.

Es fácilmente reconocible detrás de este método el principio ilustrado y modernista que le niega validez universal y fuerza de convicción a la revelación histórica y propone basar la “fe racional pura” en la razón y la experiencia natural interna al hombre, el sentimiento religioso, etc.

Esta es, sin embargo, una convicción de larga data, que percibió precozmente y desdijo explícitamente el Concilio Vaticano I en su canon 3 sobre los errores contra la fe: “Si alguno dijere que la revelación divina no puede hacerse creíble por signos externos y que, por lo tanto, deben los hombres ser movidos a la fe por sola la experiencia interna de cada uno o por la inspiración privada, sea anatema” (Denzinger 1812; Denzinger-Schönmetzer. 3033).

Algo parecido puede decirse del uso impropio que se ha hecho del método del “ver, juzgar y actuar”. Donde el “ver” no era el de la fe, sino el de la “experiencia” neutra y puramente humana, llamémosle “laica”. El “ver” lo constituía, por ejemplo, un Survey o un relevamiento objetivo elaborado a partir de las ciencias humanas: sociología, psicología social, política, etc. Se suspendía la mirada de la fe, considerada subjetiva, y por lo tanto no apta para fundar sobre ella la percepción objetiva de la realidad.
Por estas razones de método, se entendía que la fe, no pertenecía al momento del “ver” sino que podría introducirse a lo más en el momento del “juzgar y actuar”. Se comenzaba por un ver sin fe, para llegar así al juicio de fe.

El Concilio Vaticano I, ya había excluido taxativamente en el canon sexto de los errores relativos a la fe algunas visiones semejantes: “Si alguno dijere que es igual la condición de los fieles y la de aquéllos que todavía no han llegado a la única fe verdadera, de manera que los católicos pueden tener causa justa de poner en duda, suspendido el asentimiento, la fe que ya han recibido bajo el magisterio de la Iglesia hasta que terminen la demostración científica de la credibilidad y verdad de su fe, sea anatema” (Denzinger 1815; Denzinger- Schönmetzer 3036).

La Conferencia de Aparecida ha recuperado el método del Ver, juzgar y actuar, depurándolo de su desviación modernista. Ha rectificado las aplicaciones laicistas y marxistas del método.
Los obispos definieron, sin dejar ya lugar a dudas, cuál es el “Ver” inicial que ha de ser el punto de partida del método y cuáles han de ser las características del juzgar y del actuar creyentes: “Este método implica contemplar a Dios con los ojos de la fe a través de su Palabra revelada y el contacto vivificante con los Sacramentos, a fin de que en la vida cotidiana, veamos la realidad que nos circunda a la luz de su providencia, la juzguemos según Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, y actuemos desde la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo y Sacramento Universal de Salvación, en la propagación del Reino de Dios, que se siembra en la tierra y que fructifica plenamente en el Cielo” .


Card. Joseph Ratzinger – Vittorio Messori, Informe sobre la Fe, Ed. Bac, Madrid 1985; Pp. 80-81
Documento Conclusivo de la Vª Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, Nº 19