Vivir de cara al Padre
Autor: P. Horacio Bojorge

Capítulo 3: Dios Explícito


Anunciado en Espíritu y en Verdad

Dios... ¡por supuesto!

En el discurso pastoral es corriente escuchar planteos donde Dios, su intervención histórica, la gracia, se dan por supuestos y no se mencionan. Si alguien los trae a colación o echa de menos su falta en el discurso, -que suele versar predominantemente sobre estrategias pastorales-, o si invita a tomarlos en cuenta, se responde: Pero... ¡por supuesto!

Cabe preguntarse si es posible dejar todo eso por supuesto y en el terreno de lo implícito, precisamente cuando se habla de estrategias pastorales. Y parece que no, porque precisamente la esencia de la evangelización, de la catequesis, tanto de la infantil como la de los adultos, de la pastoral juvenil, matrimonial, vocacional, de la salud, carcelaria, de la tercera edad, etc. etc. consiste precisamente en la explicitación de lo que se deja implícito: la Palabra de Dios. La que dijo y la que sigue diciendo y que "los agentes de pastoral" deben comunicar, en vez de dejarla explícita y trasmitir su propio discurso.

A poco de ponerse a reflexionar sobre estos hechos, surge la pregunta: ¿No será que ese tan difundido hábito de dejar implícito a Dios, no obedece más bien a una real dificultad para explicitarlo? Me refiero a una dificultad para explicitarlo
es decir, de manera capaz de suscitar la fe. No sólo en la presentación de la verdad. Sino "en Espíritu y en Verdad". De una predicación que a la vez que "habla de Dios" permite que "Dios hable". Una predicación, una evangelización, un anuncio, que es, a la vez Palabra de Dios suscitadora de fe.

Hay que advertir también que, aunque la Palabra de Dios apunta a suscitar la fe, no teme exponerse el rechazo, ni se desanima, ni se calla ni se implícita por encontrar rechazo. El imperativo "Grita, no calles" que el Señor intima a sus profetas nos interpela para no incurrir en el silenciamiento de la Palabra por relegarla al dominio de los supuestos.

Es verdad también que el anuncio de esa palabra ha de hacerse "en espíritu y en verdad", "en ostentación de fuerza y de poder". Por eso, no hay que extrañarse de que una presentación puramente intelectual de los contenidos del kerygma y la catequesis, una proclamación que no suceda "en ostentación de espíritu y poder" no produzca frutos de conversión y santificación y termine por ser abandonada al dominio de los supuestos y los implícitos, relegada al desván de lo que no se puede tirar, pero tampoco se usa.

Si los resultados del anuncio dejan insatisfechos, defraudan las ilusiones, no se debe incurrir en la incredulidad de atribuir la esterilidad a la semilla, sino a la falta de destreza del sembrador o a la ineptitud de los diversos terrenos, las aves que la arrebatan, la falta de profundidad de la tierra, las espinas entre las que se sofoca. La buena semilla de la Palabra de Dios muestra su poder en los corazones que la reciben con fe, la practican con fe y la siembran en Espíritu y Verdad como la sembraron Jesús, los apóstoles, los santos Padres, pastores, profetas y doctores.


Dios explícito
En la época del sexo explícito y del orgullo gay los católicos corremos el riesgo de dar a Dios por supuesto y dejarlo en el dominio de lo implícito, y también nos amenaza el peligro de avergonzarnos de nuestra fe. Esto equivale a ceder a la presión ambiental de la irreligión. Por eso parece conveniente no ser menos que la cultura del sexo explícito y el orgullo gay, e insistir en reproponer, sin fatigarse, una religión del Dios explícito y del orgullo cristiano. Y esto, no por reacción, sino porque es una exigencia derivada de la propuesta divina y nuestra libre y gozosa aceptación humana.

Porque, en efecto, no somos nosotros los que explicitamos a Dios. Dios se ha explicitado a Sí mismo. Pero además, Dios sigue hablando. Se ha explicitado mediante su propio Verbo hecho hombre para darse a conocer a los hombres. Sigue hablando al oído de la fe, mediante el Espíritu Santo, en el corazón de los creyentes, y por la voz del Magisterio que es el intérprete autorizado de su voz en la Sagrada Escritura y en la Tradición.

Ese explicitarse de Dios en nuestros días no es otra cosa sino lo que llamamos Revelación. Y ésta tuvo lugar por medio de la Encarnación del Verbo, o sea de la Palabra: "Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en otros tiempos a nuestros padres por medio de los profetas, pero en estos últimos tiempos nos habló por su Hijo" . "A Dios nadie lo vio jamás, el Hijo Único que estaba en el seno del Padre nos lo dio a conocer" .

De esta Revelación divina mediante la Encarnación del Verbo nos habló el Concilio Vaticano II en su constitución Dei Verbum. El Concilio no tuvo pudor de presentar la divina autorrevelación a un mundo, con el que quería entrar en diálogo, anunciándole explícitamente a Dios y gloriándose de ese anuncio . Además, en el decreto Ad Gentes invitaba una vez más a anunciar el Evangelio entre todos los pueblos.

Tanto Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi como Juan Pablo II en Redemptoris missio y en otros numerosos documentos, insistieron en la necesidad del anuncio explícito del Evangelio. Y Juan Pablo II no se cansó de invitar a toda la Iglesia a una "nueva evangelización".

Parece verosímil pensar que exista una relación entre décadas de lasitud y vergüenza por el anuncio del evangelio, entre un anuncio más al modo meramente humano que en ostentación de espíritu y poder, con la sobrevenida implicitación de Dios por un lado, y la progresiva descristianización de la cultura por el otro. Si el sol recede, las tinieblas nos invaden.

Juan Pablo II, en Tertio Milennio Adveniente explicitó la diferencia existente entre las religiones creaciones humanas que buscan a Dios, y la religión de Dios que viene en busca del hombre y le sale al encuentro . Un Dios que se explicita revelándose y que se explica humanándose. Ante este Dios, el creyente es un hombre que acogiendo esta explicitación, es exaltado y glorificado, siendo divinizado por comunicación de la vida divina .
En la Instrucción Dominus Jesus, se nos recuerda que, en Jesús y solamente en él, se revela y se explicita plenamente Dios y que esa fe está íntegra y explícita en la Iglesia católica, que puede gloriarse de ello. La Instrucción vuelve a proponer la doctrina católica ante mentalidades relativistas que tienden a contradecirla o a muchas veces a silenciarla por simple implicitación u omisión.

San Pablo enseña que el creyente ha de gloriarse, en este Dios que se revela y se hace explícito en Jesucristo: "lejos de mí gloriarme en otra cosa que en Jesucristo y éste crucificado" , "el que se gloríe, que se gloríe en el Señor" .

Los creyentes, pues, no nos enorgullecemos. Nos gloriamos. Nuestra gloria consiste en que ha tenido lugar una divina explicitación de Dios por sí mismo: una revelación divina. Nos gloriamos en esa revelación que nos ha alcanzado a nosotros mediante el don de la fe, libremente aceptada. Nos gloriamos de haber sido objeto de una elección y de haber recibido un regalo. No hay otro modo de recibirlo que gloriándose en él, que no es sino el Dios explícito, el que se explicita a Sí mismo, haciéndose hombre en el seno de una mujer, la Virgen María.

Nos gloriamos por último de haber sido capacitados por la gracia para escuchar la palabra de Dios en nuestros corazones en la oración, en especial en la celebración de los sacramentos y sobre todo en la eucaristía.

Reafirmar este modo de ver las cosas se hace tanto más urgente, cuanto que hemos visto, en nuestros tiempos, cundir como epidemia intelectual e instalarse luego casi como pauta cultural, una forma muy moderna y progresista de "vergüenza por el evangelio" o sea por el "Dios explícito". En efecto, hemos visto a numerosos creyentes, algunos cualificados por su ciencia teológica o por sus misiones docentes y hasta jerárquicas, incurrir en una falsa humildad y avergonzarse de la revelación, como si proclamarla y comunicarla fuese "arrogarse la verdad" o "la posesión de la verdad". Así se introdujo y cundió, con apariencia de humildad, una deplorable soberbia. Por no parecer soberbios ante los hombres, se prefirió ocultar la luz bajo el celemín . Esa conducta indujo a dejar a Dios implícito y avergonzarse de la fe, contra explícitos mandatos divinos dados por Jesucristo en el Evangelio y por Pablo, que le pedía a Timoteo que no se avergonzase del evangelio ni de él, su prisionero .

Por otra parte, tanto la explicitación de la autorrevelación de Dios, que no es otra cosa que la proclamación del evangelio, como el gloriarse en el Señor de nuestra fe cristiana, son algo obligatorio. Negarse a ello equivale a avergonzarse del evangelio y de sus pregoneros: "Ay de mí si no evangelizare" , "No te avergüences del evangelio ni de mí su prisionero" .

La virtud cristiana de la religión en todos sus aspectos, ha padecido grave deterioro debido a la tendencia cultural a la implicitación de Dios en el pueblo cristiano. Han padecido de este mal, que es adecuado calificar de acedia, miembros de todos los estamentos del pueblo de Dios. Los padres de familia y muchos mayores se han callado ante las nuevas generaciones el anuncio de la fe y del evangelio. Se han abstenido de orar en familia y menos aún públicamente, de llevar o de enviar a sus hijos al templo, de orar con ellos al comenzar o al terminar el día, de iniciarlos con el ejemplo en el cumplimiento del precepto dominical.

Una nueva metodología catequística ha vedado como error pedagógico comenzar por presentar y exponer el mensaje de la autor revelación de Dios. Y ha elevando a dogma la presunción de que es inaceptable si es presentada por sí misma, por lo que debe ser iluminada por la superior luz de "los hechos de vida". Como si no fueran "hechos de vida" ¡y qué vida! ¡Divina y por excelencia! aquellos hechos en los que Dios se nos manifestó en su Hijo, después de haber hablado en otros tiempos de muchas maneras y a través de muchos profetas. Y aquellos hechos revelados por el principal agente evangelizador y catequizador que es el mismo Espíritu Santo en persona. Se ha incurrido así en implicitar al Dios explícito, ante quienes no toleraban la explicitación. Y de esta manera, el rechazo del Dios explícito se convirtió en norma para quienes, debiendo proclamarlo, se aconsejaban a sí mismos, por falsa prudencia, un silencio imprudente.

Paralelamente a esta crónica y difusa dolencia, la Iglesia nos invitaba una y otra vez a evangelizar. Más recientemente nuestros obispos, desde Aparecida, nos han renovado la misión y el Papa Benedicto XVI convocando el Sínodo sobre la Palabra de Dios y el Año de San Pablo nos alecciona para hacerlo más eficazmente.

Este es el contexto en que me ha parecido útil ofrecer los capítulos que siguen como un modesto aporte a la predicación explícita del Padre en miras al cultivo de la espiritualidad cristiana, que es una espiritualidad filial. Ojalá puedan ayudar a algunos a descubrir la dicha de vivir como Hijos, de vivir como el Hijo, de cara al Padre. Y habiendo renacido de nuevo y de lo alto, puedan convertirse en apóstoles, enviados por el Padre a llamar a muchos a la comunión.

Hebreos 1, 1-2
Juan 1, 18
Dei Verbum Nº 1
Tertio Milennio Adveniente, Nos. 5-7
"El Verbo Encarnado, es pues, el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad: este cumplimiento es obra de Dios y va más allá de toda expectativa humana. En Cristo la religión ya no es un buscar a Dios a tientas (Hechos 17, 27) sino una respuesta de fe a Dios que e revela" (...) "La religión fundamentada en Jesucristo es religión de gloria" (Tertio Milennio Adveniente nº 6) "Este es un gran desafío para la evangelización, dado que sistemas religiosos como el budismo o el hinduismo se presentan con un claro carácter soteriológico. Existe pues la urgente necesidad de un Sínodo, con ocasión del Gran Jubileo, que ilustre y profundice la verdad sobre Cristo como único Mediador entre Dios y los hombres, y como único Redentor del mundo, distinguiéndolo bien de los fundadores de otras grandes religiones, en las cuales también se encuentran elementos de verdad, que la Iglesia considera con sincero respeto, viendo en ellos un reflejo de la Verdad que ilumina a todos los hombres. En el 2000 deberá resonar con fuerza renovada la proclamación de la verdad: Ecce natus est nobis Salvator mundi" (Tertio Milennio Adveniente Nº 38).
Gálatas 6,14
1ª Corintios 1, 31; 2ª Corintios 10, 17
Mateo 5, 14-16
2ª Timoteo 1,8
1ª Corintios 9, 16
2ª Timoteo 1, 8
 

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