«LOS VICIOS CAPITALES EN LA SUMA TEOLÓGICA DE
SANTO TOMÁS DE AQUINO»

VANAGLORIA


P. Lic. José Giunta, I.V.E.


Podría parecer inadecuado considerar la vanagloria en un Seminario sobre los vicios o pecados capitales, ya que varios autores[1] y el mismo Catecismo de la Iglesia Católica[2] no la mencionan entre esos pecados. Sin embargo, Santo Tomás de Aquino, siguiendo a San Gregorio Magno, la considera como uno de ellos[3].

Se designa con el nombre de pecados o vicios capitales aquellos pecados que son fuente u origen de muchos otros pecados. Santo Tomás prefiere llamarlos vicios más bien que pecados, porque se trata no de actos aislados sino de hábitos viciosos o malas inclinaciones que empujan a toda clase de pecados y desórdenes.

Hay unanimidad en cuanto al número de los pecados capitales. Tradicionalmente se han considerado siete, aunque unos colocan la soberbia y otros la vanagloria junto a los otros seis, a saber: avaricia, lujuria, envidia, gula, ira y acidia. Santo Tomás prefiere colocar la soberbia fuera de ellos ya que incluso los vicios capitales tienen como fuente o raíz a la soberbia[4], e incluir la vanagloria entre ellos.

El Aquinate clasifica los vicios capitales en aquellos que desean el bien desordenada-mente, y los que huyen del bien por el mal adjunto. Entre los primeros tenemos la vanagloria, o apetito desordenado de la propia alabanza; la gula, o apetito desordenado de comer y beber; la lujuria, o apetito desordenado del placer venéreo; y la avaricia, o apetito desordenado de los bienes exteriores. Entre los segundos se encuentran la acidia, o tedio de las cosas espirituales por el esfuerzo que suponen; la envidia, o tristeza del bien ajeno que rebaja la propia excelencia; y la ira, o apetito desordenado de venganza[5].

Ubicación en las obras del Aquinate

Los vicios o pecados capitales son estudiados por el Aquinate especialmente en dos de sus obras, la Suma Teológica y las Cuestiones Disputadas De Malo. La vanagloria, en particular, es considerada en la cuestión 132 de la Secunda Secundae, y en la cuestión 9 De Malo.

En la Suma Teológica Santo Tomás considera la vanagloria dentro del tratado de la virtud de Fortaleza, como un vicio opuesto a una de sus partes singulares, la magnanimidad. La magnanimidad es una virtud que inclina a emprender obras grandes, dignas de honor en todo género de virtudes. Cuatro vicios se oponen a ella, tres por exceso y uno por defecto. Por exeso se oponen la presunción, que inclina a emprender empresas superiores a las propias fuerzas; la ambición, que impulsa a procurar honores indebidos al propio estado y merecimientos; y la vanagloria, que busca fama sin mérito en que apoyarla o sin ordenarla a su verdadero fin, que es la gloria de Dios y el bien del prójimo. Por defecto se opone la pusilanimidad, que por una excesiva desconfianza de uno mismo o por una humildad mal entendida no hace fructificar todos los talentos que Dios le ha dado.

Siguiendo un esquema similar a aquél seguido al considerar otros vicios capitales, Santo Tomás se pregunta en la Suma Teológica:

a1: si la vanagloria es un pecado

a2: si se opone a la magnanimidad

a3: si es un pecado mortal

a4: si un un vicio capital

a5: las hijas de la vanagloria

En la cuestión De Malo se pregunta:

a1: si la vanagloria es un pecado

a2: si es un pecado grave

a3: las hijas de la vanagloria

Notemos que los artículos tratados en la cuestión De Malo son equivalentes a los artículos 1, 3 y 5 de la Suma Teológica. En esta cuestión el Aquinate no considera si la vanagloria es un pecadeo capital ya que lo ha estudiado al enumerar los vicios capitales en la cuestión precedente[6].

No cabe duda que la principal fuente de Santo Tomás al considerar la vanagloria como vicio capital es el Comentario al libro de Job o Moralia de San Gregorio Magno. San Agustín, San Juan Crisóstomo y Cicerón, son también citados.

Doctrina de Santo Tomás

1) Deseo de gloria

El deseo de gloria no parecería ser un pecado:

a) ya que se nos manda ser imitadores de Dios (Ef 5,1) y es propio de Dios buscar su propia gloria [7].

b) ya que lo que es un incentivo para la virtud no es un pecado y el deseo de gloria mueve al hombre a obrar bien[8].

c) ya que el buscar que las propias obras sean alabadas por los hombres, en lo que consiste la vanagloria, es recomendado por el Sabio: “Ten cuidado de tu buen nombre” (Sir. 41,15) y por el Apostol: “Haced el bien no sólo delante de Dios, sino también delante de los hombres (Rom12,17)[9].

Sin embargo, Santo Tomás cita la doctrina de San Agustín para quién el amor a la alabanza es un pecado[10]. Además, según el Aquinate, todo lo que impide al hombre el creer es un pecado, y tal es el caso del deseo de gloria, según la afirmación de Nuestro Señor: “¿Cómo podéis creer vosotros , que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios?” (Jn 5,44)[11].

Tanto en la Suma Teológica como en la cuestión De Malo, Santo Tomás considera primeramente qué se entiende por gloria y qué por vanagloria, para luego responder de qué modo la vanagloria es un pecado.

1. La gloria implica una cierta claridad, ya que para San Agustín el ser glorificado es lo mismo que ser clarificado. La claridad incluye la belleza y la manifestación. Por lo cual la gloria incluye la manifestación de alguna cosa que los hombres consideran bella, sea en el orden material o espiritual. Y como las cosas que tienen una claridad absoluta pueden ser percibidas por muchos y de lejos, con el término gloria se quiere indicar que el bien de una persona resulta conocido y aprobado por muchos.

Gloria implica, pues, la manifestación de la bondad de alguien. Ahora bien, el bien de alguien puede ser manifiesto para muchos, para pocos o para sólo la persona que lo posee, el cual piensa que su propio bien es digno de alabanza. De allí que “una persona se dice que se gloría cuando desea o se deleita en la manifestación de su bien, sea a una multitud, o a pocos o incluso a uno, o sólo a él mismo”[12].

2. Para entender lo que es la gloria vana o vanagloria es necesario considerar que la palabra vana es usada en tres diferentes modos:

-Vano es aquello que no tiene subsistencia como, por ejemplo, las cosas falsas según aquello del Salmista: “¿Porqué amas la vanidad y buscas la mentira? (Sal 4,3).

-Vano es lo que no tiene solidez o estabilidad, y así se dice en el Eclesiastés: “Vanidad de vanidad, todo es vanidad” (Ecl 1,2).

-Vano se dice de lo que no alcanza su propio fin, así una persona que no recupera la salud con una determinada medicina se dice que tomó esa medicina en vano. De allí que Isaías dice: “Por poco me he fatigado, en vano e inutilmente mi vigor he gastado.” (Is. 49,4).

De acuerdo a esto la gloria puede ser vana de tres modos:

-Cuando el hombre se gloría falsamente, como por ejemplo, en un bien que no posee. De allí que San Pablo afirme: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿porqué te glorías como si no lo hubieras recibido?” (1Cor 4,7)

-Cuando un hombre se gloría en un bien que pasa rápidamente, de acuerdo a lo que dice Isaías: “Toda carne es hierba, y su gloria como flor del campo.” (Is 40,6)

-Cuando la gloria del hombre no se ordena al propio fin, así el deseo de conocer la verdad se ordena a su propia perfección, más el deseo que su bondad sea conocida no es propiamente un deseo de perfección. El hombre en este caso tiene una cierta vanidad, a menos que ese deseo sea ordenado a la gloria de Dios según aquello de San Mateo: “Brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen al Padre que está en los cielos” (Mt 5,16); o a la salvación del prójimo según el decir del Apóstol: “que cada uno busque de agradar a su prójimo haciendo el bien, para su edificación.” (Rom 15,2); o al provecho del mismo hombre, quien al considerar sus buenas obras da gracias a Dios y se confirma en la práctica de las buenas obras, Así San Pablo frecuentemente recuerda a los fieles sus buenas obras para que persistan firmemente en ellas (Rom12,17; 2Cor 8.21).

3. Por tanto, si alguno desea la manifestación de sus buenas obras o se deleita en su manifestación pero no por uno de los tres motivos indicados, su gloria será vana y será un pecado ya que existe un desorden en el apetito en lo cual consiste el pecado. Asi la vanagloria es siempre un pecado.

Con todo lo dicho quedan fácilmente respondidas las objeciones. La felicidad del hombre consiste en el conocimiento de la bondad divina, y no en el conocimiento de su propia bondad, por lo cual es propio de Dios que su gloria sea buscada por los hombres, más el hombre no debe buscar la gloria en sí misma sino por la gloria de Dios, el bien del prójimo o su provecho personal, según se dijo[13]. Por otro lado , si bien es cierto que muchos hombres obran virtuosamente por la gloria que obtienen, sin embargo el deseo desordenado de gloria es pecado, como es pecado el deseo desordenado de bienes temporales, aunque los hombres obren actos de virtud para conseguir esos bienes[14]. No es verdaderamente virtuoso el hombre que busca la gloria humana como enseña San Agustín, sino el que lo hace por el bien de la virtud, o mejor aun por Dios[15]. Finalmente, es laudable el cuidar el buen nombre o el buscar hacer el bien no sólo delante de Dios sino de los hombres, cuando ello implica la gloria de Dios, el bien del prójimo o para perseverar en la práctica del bien[16].

2) La vanagloria se opone a la magnanimidad

Parecería que la vanagloria no se opone a la magnanimidad:

a) Ya que, según se afirmó anteriormente, la vanagloria consiste en gloriarse en cosas falsas, en cosas terrenas y caducas o en el testimonio de los hombres cuyo juicio es incierto. Lo primero pertenece a la falsedad, lo segundo a la codicia y lo tercero a la imprudencia y ninguno de estos vicios se opone a la magnanimidad[17].

b) Ya que no se opone for defecto como la pusilanimidad, ni por exceso como la presunción ni la ambición[18].

Cicerón es citado por el Aquinate en el sed contra: “Debemos guardarnos del deseo de gloria: ella quita la libertad al alma por la cual el magnánimo debe luchar con todas sus fuerzas”[19].

La vanagloria se contrapone a la magnanimidad ya que la gloria es un efecto del honor y de la alabanza[20], pues al recibir alabanzas y otras manifestaciones de reverencia uno se vuelve “claro” o ilustre en el conocimiento de otros. Y como el honor es el objeto de la magnanimidad[21], también la gloria lo es, y así como la magnanimidad se sirve con moderación del honor, también se sirve con moderación de la gloria. Por lo cual el deseo desordenado de gloria se opone directamente a la magnanimidad[22].

En el Comentario a las Sentencias Santo Tomás dice que tanto la soberbia como la vanagloria se oponen a la magnanimidad[23]. Ello se debe a que todas tienen el mismo objeto, a saber, las cosas grandes y arduas. Mientras la magnanimidad tiende con moderación a las cosas grandes “en absoluto”, es decir a realizar actos perfectos de virtud según la propia capacidad del sujeto, la vanagloria tiende no a las cosas grandes en sentido absoluto sino “secundum quid”, es decir, a cosas exteriormente grandes, de las cuales el primer puesto lo ocupan los grandes honores. Así el magnánimo no se preocupa tanto de ser honrado, ya que considera el honor como algo vano y transitorio, sino de ser digno de honor, en cuanto el honor es una prueba de la virtud. La vanagloria, en cambio, mira a la alabanza y el honor como fin y la soberbia tiende a cosas grandes en absoluto, pero desproporcionadas a la propia capacidad.

Y nada impide que aunque la vanagloria se contraponga a otras virtudes se contraponga también a la magnanimidad, en cuanto se tienen por grandes las cosas que en realidad son pequeñas[24]. En la opinión del vanaglorioso la gloria que busca es algo grande y tiende a conseguirla más alla de sus méritos por lo cual, en la estimación del sujeto, la vanagloria se contrapone por exceso a la magnanimidad[25].

3) La vanagloria no es un pecado mortal

Parecería que la vanagloria es un pecado mortal:

a) Ya que el pecado mortal excluye el conseguir el premio eterno, y la vanagloria impide el conseguir el premio eterno según aquello de Mt 6,1: “Tened cuidado de no practicar vuestras buenas obras delante de los hombres para ser vistos por ellos, de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial”[26].

b) Ya que el que se apropia algo que pertenece a Dios peca, y el que se vanagloría se atribuye la gloria que corresponde sólo a Dios según la afirmación del Profeta: “no daré mi gloria a nadie” (Is 42,8) y de San Pablo: “ A sólo Dios honor y gloria” (1Tim 1,17), cometiendo un pecado de idolatría[27].

c) Ya que un pecado que es sumamente peligroso y nocivo es mortal, y tal es el caso, según San Agustín, San Juan Crisóstomo y San Jerónimo, de la vanagloria[28].

d) Ya que todo vicio capital es pecado mortal, y la vanagloria es un vicio capital[29].

Para sostener que la vanagloria no es siempre pecado mortal, el Aquinate cita un texto del Crisóstomo en el cual afirma que otros vicios se encuentran en los siervos del diablo, más la vanagloria se encuentra también en los siervos de Cristo, por lo cual no puede ser un pecado mortal[30].

Para argumentar Santo Tomás tendrá en cuenta que un pecado es mortal cuando es incompatible con la caridad. En sí mismo la vanagloria no es un pecado contrario a la caridad con el prójimo, aunque puede ser contrario al amor de Dios de dos modos:

-Por parte del objeto en que se gloría: puede gloriarse en algo falso, lo cual es opuesto a la reverencia debida a Dios; o cuando prefiere el bien temporal en que se gloría a Dios; o cuando prefiere el testimonio de los hombres al de Dios.

-Por parte del sujeto que se gloría: al considerar la gloria como su último fin y ordenando todos los actos virtuosos a ese fin e incluso no evitando aquello que es contrario a Dios.

Es evidente que cuando el sujeto obra algo contrario al amor de Dios con el fin de conseguir la gloria peca mortalmente. Más si el amor a la gloria humana, aunque sea vana, no repugna a la caridad, ni por el objeto ni por la disposición del sujeto que la busca, no es un pecado mortal sino venial[31].

En cuanto a esto último conviene aclarar que, según ya lo hemos considerado, la gloria es vana cuando no se ordena a Dios como a su fin. Ello se debe o a la intención del hombre que no se vuelve a Dios ni actual ni habitualmente al gloriarse en algo, o a que el acto mismo realizado por la persona no es ordenable a Dios como a su fin por el hecho de ser desordenado. En el primer caso, la vanagloria es siempre pecado mortal ya que el hombre se gloría en algún bien creado sin referirlo, ni actual ni habitual-mente, a Dios como a su fin. En el segundo caso, la vanagloria no es siempre pecado mortal porque si bien el desorden en el deseo de gloria lo hace no ordenable a Dios, por ejemplo cuando se gloría en lo que no debe o más de lo que debe, sin embargo el pecado mortal ocurre cuando el acto desordenado es contrario a la ley de Dios[32].

Cuando Nuestro Señor dice que el practicar la justica delante de los hombres no tendrá recompensa eterna (Mt. 6,1) se refiere a buscar la gloria humana como último fin, porque en ese caso la vanagloria es un pecado mortal y excluye al hombre de la recompensa eterna. Sin embargo, aun la vanagloria cuando es un pecado venial excluye al hombre de la eterna recompensa, no absolutamente sino en relación al acto particular, ya que ese acto que procede de la vanagloria es incapaz de recompensa eterna, como todo pecado venial lo es, ya que nadie merece la vida eterna pecando[33].

No todo el que vanamente desea la gloria, desea el honor y la gloria debida a sólo Dios, sino aquella que es debida al hombre en virtud de cierta excelencia. Sin embargo, en esto a veces el hombre peca mortalmente cuando no refiere esa gloria al propio fin. Y así aunque no usurpa la gloria de Dios en sí misma, la usurpa en cuanto a la manera de tenerla, ya que es propio de sólo Dios que su gloria no se ordene a otro fin[34]. De allí que el vanaglorioso será un idólatra sólo si usurpa para sí el honor y la gloria de la divinidad, como lo hacen reyes y tiranos; más no todos los vanagloriosos usurpan la gloria de Dios en este modo, por lo cual no son idólatras[35].

La vanagloria es un pecado peligroso no por su gravedad sino porque predispone a cometer muchos pecados graves, ya que la vanagloria hace al hombre presuntuoso y confiado de si mismo[36].

Finalmente, digamos que por el hecho de ser un vicio capital la vanagloria no siempre es un pecado mortal, ya que un vicio es llamado capital por el hecho de que muchos otros pecados se originan de él, sean veniales o mortales. Sin embargo, todo pecado capital en relación a otro pecado mortal que surge de él es un pecado mortal ya que se ordena al fin de aquel vicio o pecado capital. Así si una persona está afectada desordenadamente a los placeres del gusto que lo llevan a cometer pecados mortales por causa de ese placer, la gula misma será un pecado mortal para él. Lo mismo se debe decir de la vanagloria: será un pecado mortal cuando una persona comete otro pecado mortal por vanagloria[37].

4) La vanagloria es un vicio capital

Parecería que la vanagloria no es un vicio capital:

a) Ya que un vicio que nace siempre de otro no es un vicio capital, y la vanagloria nace siempre de la soberbia[38].

b) Ya que el honor es más importante que la gloria que es un efecto de aquel, y la ambición, que es el deseo desordenado de honor, no es un vicio capital. Por tanto, tampoco lo debería ser la vanagloria[39].

c) Ya que un pecado capital tiene cierta preeminencia e importancia, más la vanagloria no parece tenerla ni como pecado, ya que no es siempre pecado mortal, ni en cuanto al bien apeticido, ya que la gloria humana es algo efímero y exterior[40].

Santo Tomás sigue el parecer de San Gregorio a quien cita en el sed contra, quien enumera la vanagloria como un vicio capital, y no a la soberbia. San Gregorio considera a ésta como “madre de todos los vicios” y coloca así la vanagloria, que es un efecto de la soberbia, entre los vicios capitales. Ello se debe a que el fin de todo vicio se ordena al fin de la soberbia , a saber, el apetito de la propia excelencia. Por ello la soberbia tiene una causalidad universal sobre todos los otros vicios, incluidos los pecados capitales. Ahora bien, entre los bienes que el hombre se vale para adquirir excelencia el primer lugar lo ocupa la gloria, y como muchos vicios nacen del deseo desordenado de gloria, se sigue que la vanagloria es un pecado capital[41].

Por lo dicho no hay inconveniente en que un vicio capital, entre ellos la vanagloria, nazca de la soberbia[42], como tampoco que la vanagloria tenga una prioridad debido a la cosa apetecible, y esto la hace un pecado capital[43].

El honor y la alabanza son causas de la gloria, por lo cual ésta es como el fin a los cuales tienden aquellos, ya que se ama el ser honrado y alabado en cuanto se piensa que así se vuelve alguien célebre en el conocimiento de otros[44].

5) Hijas de la vanagloria

San Gregorio asigna como hijas de la vanagloria la desobediencia, la ostentación o jactancia, la hipocresía, las disputas, la obstinación, la discordia y la presunción de novedades ( afán de cosas novedosas). Parecería que no están bien enumeradas:

a) Ya que todos estos vicios parecen nacer de la soberbia, cuya hija es la misma vanagloria, y por tanto todos ellos, incluída la vanagloria, deben considerarse hijas de la soberbia[45].

b) Ya que la ostentación según San Gregorio es una de las especies de la soberbia, y si la ostentación nace de la vanagloria se seguiría que la soberbia nace de la vanagloria, lo cual es manifiestamente falso[46].

c) Ya que las disputas y la discordia nacen principalmente de la ira, y ésta es un vicio capital distinto de la vanagloria[47].

d) Ya que la desobediencia es un pecado general en cuanto transgresión de la ley y los preceptos divinos, y por tanto no debe derivarse de otro pecado[48].

“Hijas” de un vicio capital se llaman a aquellos vicios que nacen y se ordenan al fin del vicio capital[49]. El fin de la vanagloria es la manifestación de la propia excelencia, por lo cual serán hijas de la vanagloria aquellos vicios por los cuales el hombre se esfuerza en manifestar su propia excelencia.

La manifestación de la propia excelencia puede hacerse de dos maneras:

-Directamente: por palabras y tenemos la ostentación; o por obras, que si son verdaderas y dignas de admiración tenemos el afán de novedades, y sin son falsas tenemos la hipocresía.

-Indirectamente, mostrando que uno no es inferior a otros: y esto puede darse de cuatro maneras, a saber, en relación a la inteligencia, apoyándose en el propio parecer y no queriendo aceptar un parecer mejor, y así tenemos la obstinación; en relación a la voluntad, cuando no se quiere renunciar al propio querer para estar de acuerdo y en paz con otros mejores, y así surge la discordia; respecto a las palabras, cuando uno litiga con otro en alta voz, y así surge la disputa; y en relación a las acciones, cuando no se quiere seguir el mandato del superior, y así tenemos la desobediencia[50].

Todas las hijas de la vanagloria tienen una afinidad con la soberbia debido a que, de entre todos los vicios capitales, la vanagloria es la más parecida a la soberbia ya que la excelencia que la soberbia busca, la vanagloria trata de manifestarla[51].

La ostentación o jactancia es mencionada entre las especies de soberbia por la causa interior que la produce, a saber, la arrogancia; más en sí misma la ostentación es un pecado externo, que se ordena algunas veces al lucro pero más frecuentemente a la gloria y el honor, de allí que se la considera una hija de la vanagloria[52]. La disputa y la discordia son causadas por la ira pero en cuanto ésta es acompañada por la vanagloria, ya que porque uno se considera mejor no quiere ceder al querer y a la palabra de otro[53]. La desobediencia, hija de la vanagloria, es un pecado especial en cuanto desprecia un mandamiento de Dios, aunque también es un pecado general en cuanto se aparta de los mandamientos de Dios, pudiendo ser por ignorancia o debilidad y no sólo por desprecio[54]. La presunsión es hija de la vanagloria en cuanto uno se apoya en su propia fuerza para realizar algo que supera su capacidad, lo cual supone el deseo de gloria y cosas novedosas que producen gran admiración[55]. La obstinación es hija de la vanagloria por que el que se obstina en su propia opinión quiere por este medio mostrar su propia excelencia[56]. Finalmente, la hipocresía es hija de la vanagloria ya que el hipócrita busca manifestar a los hombres una excelencia que no tiene, como era el caso de los fariseos a los cuales Jesús llama hipócritas ya que “todo lo hacen para ser vistos por los hombres” (Mt 6,2), buscando gloria y alabanza en ello[57].

6) Remedios contra la vanagloria

La vanagloria puede introducirse en todas las obras buenas, por lo cual es necesario una continua vigilancia. Escribe Santo Tomás que a veces la vanagloria antecede al acto de la voluntad y otras veces la sigue[58]. Cuando la vanagloria antecede al acto de la voluntad, como por ejemplo cuando un hombre quiere dar limosna por vanagloria, quiere lo que es bueno en sí mismo pero bajo la especie de mal, ya que el acto de la voluntad no puede decirse que es bueno si una mala intención es la causa de quererlo. Más si la vanagloria sigue al acto de la vountad, ésta puede ser buena y la intención no arruina ela acto precedente de la voluntad, sino el que sigue[59].

Los medios más eficaces para combatir la vanagloria son los siguientes[60]:

-Conocimiento íntimo de sí mismo, de la propia nada, de la propia condición de pecador.

-Consideración de la inanidad del aplauso humano y vanidad de la gloria humana.

-Imitar el ejemplo de humildad de Jesucristo, María Santísima y los santos.

-Actualizar o rectificar la intención de hacer todo por amor a Dios.

Conclusión

Citamos, a modo de conclusión, un sermón de San Agustín comentando las palabras del Apostol, “Quien se gloríe, gloríese en el Señor” (1Cor 1,31): “Gloriarse, pues, en el Señor es gloriarse en la justicia de él y no en la justicia propia. No atinaron a la justicia del Señor cuantos se gloriaron en la suya… Nadie, pues, se gloríe de la justicia, como si fuese suya, aun siendo justo, pues a quien se gloría de su propia justicia le fue dicho: ¿Qué tienes no recibido? Por tanto, quien se gloríe, gloríese en el Señor. ¿Hay cosa más segura que gloriarse en aquél de quien nadie en absoluto puede sonrojarse? Si te glorías en el hombre, algo puede hallarse en el hombre, qué digo, muchas cosas puede hallar en el hombre de qué confundirse quien en él se gloría. Y pues se te dice que no se ha uno de gloriar en el hombre, luego tampoco tú en ti, porque no dejas de ser hombre; y aun no hay insensatez tan execrable como gloriarte tú en ti mismo. Si pones tu gloria en algún justo o en algún sabio, no es él quien se gloría en sí mismo; pero si te glorías en ti, no te glorías en sabio ni justo alguno, porque no lo eres; y siendo ilícito poner la gloria en un sabio, más lo será ponerla en un hombre necio. Y quien se gloría en sí mismo, en un necio se gloría. El hecho mismo de gloriarse uno en sí, evidencia su estulticia. Luego, quien se gloríe, gloríese en el Señor”[61]. Y el Kempis agrega: ”Porque delante de ti yo soy vanidad y nada, hombre mudable y flaco. ¿De dónde pues me puedo gloriar, o porqué deseo ser estimado? ¿Por ventura de la nada? Eso es vanísimo. Verdaderamente la gloria vana es una mala peste, y grandísima vanidad; porque nos aparta de la verdadera gloria, y nos despoja de la gracia celestial. Porque contentándose un hombre a sí mismo, te descontenta a ti.; cuando desea las alabanzas humanas, es privado de las virtudes verdaderas. La verdadera gloria y alegría santa consiste en gloriarse en ti, y no en sí; gozarse en tu nombre y no en su propia virtud, ni deleitarse en creatura alguna sino por ti. Sea alabado tu nombre, y no el mio; engrandecidas sean tus obras, y no las mias; bendito sea tu santo nombre, y no me sea a mí atribuída parte alguna de las alabanzas de los hombres… Busquen los hombres la gloria que se dan recíprocamente: yo buscaré la gloria que viene sólamente de Dios. Porque toda la gloria humana, toda honra temporal, toda la alteza del mundo, comparada con la eterna gloria, es vanidad y necedad”[62].


[1] Cf. San Isidoro, Commentarium in Deut., 16; Casiano, De Institutione Coenobiorum, V,1; ID., Collationes, V,2.

[2] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n°1866.

[3] Cf. S.Th., II-II, 84,4; II-II, 132,4; De Malo 8,1. San Gregorio Magno, Moralia, XXXI, c.45, n°87.

[4] Cf. S.Th., I-II, 84,2; 84,4 ad. 4; II-II, 153,4 ad. 2; 162,8.

[5] Cf. STh., I-II, 84,4; De Malo 8,1.

[6] Cf. De Malo, 8,1

[7] Cf. S.Th., II-II, 132,1 obj.1; De Malo 9,1 obj. 4.

[8] Cf. S.Th., II-II, 132,1 obj. 2; De Malo 9,1 obj. 6.

[9] Cf. S.Th., II-II, 132,1 obj. 3; De Malo 9,1 obj. 2.

[10] Cf. S.Th., II-II, 132,1 sc.

[11] Cf. De Malo 9,1 sc.

[12] Ibidem, 9,1 resp.

[13] Cf. Ibidem, ad. 4.

[14] Cf. Ibidem, ad. 6.

[15] Cf. Ibidem; S.Th., II-II, 132,1 ad. 2.

[16] Cf. S.Th., II-II, 132,1 ad. 3; De Malo 9,1 ad. 1 y 2.

[17] Cf. S.Th., II-II, 132, 2 obj. 1.

[18] Cf. Ibidem, obj. 2.

[19] Ibidem, s.c.

[20] Cf. Ibidem, 103,1 ad. 3.

[21] Cf. Ibidem, 129,1-2.

[22] Cf. Ibidem,132, 2 c.

[23] Cf. II Sent. d.42, q.2, a.4.

[24] Cf. S.Th., II-II, 132,2 ad.1.

[25] Cf. Ibidem, ad. 2

[26] Cf. Ibidem, 132,3 obj. 1; De Malo 9,2 obj. 1.

[27] Cf. S.Th., II-II, 132,3 obj. 2; De Malo 9,2 obj. 6 y 7.

[28] Cf. S.Th., II-II, 132,3 obj. 3; De Malo 9,2 obj. 2 y 4.

[29] Cf. De Malo 9,2 obj. 5.

[30] Cf. S.Th., II-II, 132,3 sc; De Malo 9,2 sc.

[31] Cf. S.Th., II-II,132,3 c.

[32] Cf. De Malo 9,2 resp.

[33] Cf. Ibidem, ad. 1; S.Th., II-II, 132,3 ad. 1.

[34] Cf. De Malo 9,2 ad. 6; S.Th., II-II, 132,3 ad. 2.

[35] Cf. De Malo 9,2 ad. 7.

[36] Cf. S.Th., II-II, 132,3 ad. 3; De Malo 9,2 ad. 4.

[37] Cf. De Malo, 9,2 ad. 5.

[38] Cf. S.Th., II-II, 132,4 obj. 1

[39] Cf. Ibidem, obj. 2.

[40] Cf. Ibidem, obj. 3.

[41] Cf. Ibidem, c.; S.Th., II-II, 162,8; De Malo 8,1.

[42] Cf. S.Th., II-II, 132,4 ad. 1.

[43] Cf. Ibidem, ad. 3.

[44] Cf. Ibidem, ad. 2.

[45] Cf. De Malo 9,3 obj. 1.

[46] Cf. S.Th., II-II. 132,5 obj. 1; De Malo 9,3 obj. 3.

[47] Cf. S.Th., II-II, 132,5 obj. 2; De Malo 9,3 obj. 4.

[48] Cf. De Malo 9,3 obj. 2.

[49] Cf. S.Th., II-II, 118,8.

[50] Cf. S.Th., II-II, 132,5 c; De Malo 9,3 resp.

[51] Cf. De Malo 9,3 ad. 1.

[52] Cf. S.Th., II-II, 132,5 ad. 1; De Malo 9,3 ad. 3.

[53] Cf. S.Th., II-II, 37,2; 38,2; 132,5 ad. 2; De Malo 9,3 ad. 4.

[54] Cf. De Malo 9,3 ad. 2; S.Th., II-II, 105,1 ad. 2.

[55] Cf. S.Th., II-II, 21,4.

[56] Cf. Ibidem, 138,2 ad. 1.

[57] Cf. Ibidem, 111,2 y 4.

[58] Cf. S.Th., I-II, 19,7 ad. 2.

[59] A este propósito escribe el Padre Alfonso Torres: “ A veces, la vanagloria antecede a la obra buena; otras veces la acompaña, y otras, por fin, la sigue. Cuando la vanagloria antecede, de tal manera que la razón de practicar la obra buena es puramente la vanagloria, entonces es evidente que la obra buena queda del todo envenenada y, como tal, no merece recompensa del Padre celestial. Cuando la vanagloria acompaña nuestras obras, se injerta en ellas; la obra buena perderá más o menos mérito, según que en ella se injerte más o menos profundamente la vanagloria… Cuando la vanagloria viene después de haber practicado la virtud, es decir, cuando habiendo hecho una buena obra por amor a Dios, salta la tentación de vanagloria y caemos en ella, es evidente que con esta caída ofendemos a Dios, pero la obra buena anterior puede conservar el mérito que tuvo al practicarla.” Alfonso Torres, Lecciones Sacras sobre los Santos Evangelios, en Obras Completas, B.A.C., Madrid 1968, Tomo II, 133-134.

[60] Cf. San Francisco de Sales, Introducción a la Vida Devota, III, 4-6; San Ignacio de Loyola, Reglas para sentir y entender escrúpulos, E.E. [351]; Royo Marín, Teología de la Perfección Cristiana, B.A.C., Madrid 1988, 618-621.

[61] San Agustín, Sermón 160,1 en Obras Completas, B.A.C., Madrid 1950, Tomo VII, 697.

[62] Tomás de Kempis, Imitación de Cristo, III, 40, 4-6.