«LOS VICIOS CAPITALES EN LA SUMA TEOLÓGICA DE
SANTO TOMÁS DE AQUINO»

ENVIDIA

P. Andrés Ayala, I.V.E.


1-Presentación de la cuestión

a) Ubicación en la Summa Theologiae

Dentro del tratado de la virtud teologal de la caridad (II-II, qq. 23-46), luego de haber tratado la naturaleza de esta virtud (23-24), su objeto (25-26), el acto principal y los actos consecuentes o efectos de la caridad (27-33), en el apartado cuarto acerca de los vicios opuestos (34-43), Santo Tomás analiza la envidia (q.36).

La ubica después del vicio contra el acto principal de la caridad, el odio, y entre los vicios opuestos a los efectos de la caridad. La envidia es opuesta al primero de ellos, el gozo, lo mismo que la acedia, por consistir ambas en una tristeza. La acedia se refiere al bien divino, y por ello ha sido tratada en primer lugar. La envidia, tristeza del bien del prójimo, es la que nos ocupará en este trabajo.

Notamos de paso que Santo Tomás aún no ha tratado los preceptos acerca de la caridad (apartado quinto) ni el don de la Sabiduría, correspondiente a esta virtud, con el cual cierra el estudio de la misma.

b) El tema en otras obras del Aquinate

La envidia es también tratada por Santo Tomás en el De Malo, en la cuestión 10 principalmente y en la 8. También hay referencias en el comentario a 1 Cor 14, lect. 1, y en In Psal 36. Más adelante, en la misma Summa, en la q.158, a.1.

c) Estructura de la cuestión

Art.1) Sobre la naturaleza de la envidia. El Angélico se pregunta si la envidia es tristeza.
Art.2) Si la envidia es pecado.
Art.3) Si es pecado mortal.
Art.4) Si es un vicio capital, y sobre sus “hijas”, es decir, los pecados que son consecuencia de un vicio capital.

Si bien en el primer artículo se muestra la naturaleza de la envidia, en el artículo dos se especifica aun más el vicio al diferenciarlo de cosas parecidas, como el celo.

Fuentes: La Sagrada Escritura se prefiere en dos de los cuatro “sed contra” (Gal 5, 26 y Job 5, 2) y en varios lugares. Sin embargo el autor más recurrente parece ser Aristóteles, especialmente en el segundo libro de su Retórica. La autoridad del Damasceno es preferida al definir la envidia (a.1, SC), y el santo padre más citado es San Gregorio Magno en sus Morales, libros V, XXII y repetidamente el XXXI en el artículo cuarto. Hay dos referencias a San Agustín, otras dos a San Jerónimo.

2-Desarrollo doctrinal

“Por la envidia del demonio entró la muerte en el mundo” (Sap 2,24). Nos adentramos por tanto en el estudio de un pecado muy particular, cuya gravedad desgarra de manera especial el corazón del mismo Lucifer. Presentamos a continuación un resumen de la exposición de Santo Tomás.

Artículo 1: Si la envidia es tristeza

Parecería ser que la envidia no es una tristeza, porque la causa de la tristeza es un mal, y la causa de la envidia es el bien que vemos en el otro (obj. 1). Pero la autoridad del Damasceno (SC) nos hace pensar otra cosa, al poner a la envidia como especie de la tristeza y definirla: “tristeza del bien ajeno” (De fide orth., c. 14). ¿Cómo, pues, puede haber una tristeza del bien?

En el corpus del artículo explica Santo Tomás el aparente problema. El objeto de la tristeza es el mal en cuanto propio, y sucede a veces que el bien ajeno es aprehendido como mal propio. Así puede haber tristeza del bien ajeno de dos modos. De un modo, cuando del bien del otro se desprende para mí un peligro inminente, como cuando mi enemigo es exaltado en el poder y tengo miedo que lo use para dañarme. Pero esta tristeza no es envidia, sino más bien efecto del temor. De otro modo, cuando el bien ajeno es estimado como un mal para mí porque disminuye mi propia gloria o excelencia. Y así se entristece la envidia del bien ajeno, especialmente de los bienes por los cuales le viene a los hombres la gloria y el honor del mundo.

Artículo 2: Si la envidia es pecado

Excelente artículo para diferenciar bien a la envidia de vicios o actitudes parecidas, y que pueden no ser pecado. Las objeciones van en general en este sentido: vemos que muchas veces la Sagrada Escritura y los santos nos impelen a envidiar o hablan de una envidia buena; ¿cómo puede entonces ser pecado la envidia, o al menos serlo siempre?

El Angélico ya había distinguido la envidia de una primer tristeza (a.1), que se entristece del bien ajeno porque teme que le reportará un daño, bien a sí mismo o bien a sus otros bienes. Y esta tristeza no es envidia, y puede ser sin pecado. Así se comprende la cita que trae la obj. 2 de Prov 29, 2 “Cuando los impíos toman el poder, gime el pueblo”. Y por eso San Gregorio dice que sin perder la caridad, nos entristecemos sin envidia del bien del enemigo, porque tememos que muchos serán oprimidos injustamente.

Pero ¿acaso la envidia no se entristece también por el daño que el bien del otro hará a la propia gloria, que es un bien? Si ambas se duelen por el daño inferido a un bien propio ¿cuál es la diferencia? Pues de no haberla, si la envidia es pecado también esta tristeza lo será.

La diferencia, como ha notado rápidamente el Ángel de las Escuelas, es que esta tristeza es fruto del temor, que siempre es de un mal futuro, y la envidia es tristeza del daño presente que sufre mi gloria por el exceso en el otro de los bienes que traen la gloria y el honor. No se envidia al que tiene los bienes suficientes para disminuir la gloria propia y no lo hace, se envidia al que de hecho disminuye mi gloria.

En segundo lugar, la envidia se distingue también del celo, porque el celo se entristece del bien de otro no porque éste lo tiene, sino porque uno no lo tiene. Y si este celo es sobre cosas honestas, es laudable: y así se explica que San Jerónimo (Ad Laetam, Epist 107) incite a su hija espiritual a tener compañeras a las que pueda envidiar por su mayor virtud (obj. 1); y que San Pablo diga en 1 Co 14,1: “Envidiad lo espiritual”. Por otro lado, si se refiere a bienes temporales, el celo puede ser con pecado o sin él.

El tercer modo en que alguien se entristece por el bien de otro, es cuando el otro es indigno de aquel bien. Esta tristeza no puede venir de los bienes honestos, por los cuales alguien se hace justo; sino que viene de los bienes que pueden acaecer a quienes son dignos o no lo son, como las riquezas. Esta tristeza por el bien temporal que acaece a quienes son indignos se llama némesis, y pertenece a las buenas costumbres, como dice el Filósofo (II Reth, c.9, n.1.7). Pero aclara el Aquinate que esto Aristóteles lo dice porque consideraba los bienes temporales en sí mismos, según que pueden ser vistos como grandes por quien no tiene en cuenta los bienes eternos. En cambio, según la doctrina de la fe, los bienes temporales acaecen a los malos por justa ordenación divina, para su corrección o para su condenación, y así la Sagrada Escritura prohibe esta tristeza en Ps. 36, 1 y 72, 2-3.

El cuarto modo es el que corresponde a la envidia, y es el entristecerse del bien de alguien en cuanto que el bien del otro excede al propio. Y esto siempre es pecado, porque se duele de aquello de lo cual hay que alegrarse, esto es, del bien del prójimo.

Como se ve, se ha determinado bien específicamente qué tristeza del bien ajeno es la envidia, y que siempre es pecado.

Artículo 3: Si la envidia es pecado mortal

¿La envidia pecado mortal? ¿Algo tan común en algunos grupos sociales (de colegas de estudio o de trabajo, de vecinos) y aparentemente sin mayor daño del prójimo, puede ser causa de condenación eterna?

Santo Tomás de Aquino dice que sí, y la razón es muy sencilla. La vida del alma espiritual se da por la caridad (1 Jn 3,14: “Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos”) y la envidia por razón de su objeto (el bien del prójimo) contraría la caridad. En efecto, el bien del prójimo es objeto de ambas, de la caridad y de la envidia, pero según movimientos opuestos: la caridad se goza del bien del prójimo, y la envidia se entristece de lo mismo, por lo cual se excluyen mutuamente. De donde en el que hay envidia, se destruye la caridad, y por tanto la vida del alma espiritual. Luego, la envidia es pecado mortal. Así se dice en Job 5,2 “La envidia mata al insensato”, y Santo Tomás explica en el Sed Contra: “Nada mata espiritualmente sino el pecado mortal”.

Pero aclara enseguida el Doctor Común que como más arriba ha tratado (q.35 a.3; I-II q.72 a.5 ad 1) en todo género de pecado mortal se encuentran ciertos movimientos imperfectos existentes en la sensualidad que él llama pecados veniales. Se trata de los llamados “primeros movimientos” no consentidos, y que en general los teólogos no consideran ni siquiera pecados veniales, por no ser ellos actos humanos plenamente conscientes y libres. Es decir, para que haya pecado debe haber voluntariedad, el sujeto debe saber que algo es pecado y debe querer cometerlo.

¿Puede haber entonces pecado venial de envidia? Además de los primeros movimientos que menciona el Angélico, en consonancia con su doctrina podríamos afirmar que cuando falta plena conciencia o el consentimiento de la voluntad es imperfecto puede haber pecado venial de envidia. Es decir, si bien en sí misma, por su género es pecado mortal, por la imperfección del acto humano puede ser pecado venial.

Artículo 4: Si la envidia es vicio capital

Un vicio capital es aquél que tiene razón de principio de muchos géneros de pecados, es decir, muchos géneros de pecados se producen a partir de él. De modo que se distingue entre los vicios capitales y sus “hijas”, que son los pecados que se originan a partir del vicio capital.

El Aquinate pone la envidia como vicio capital, remitiéndose a la razón que ha dado antes para la acedia en q.35 a.4. Ambos vicios consisten en una tristeza; ahora bien, se ha dicho de la acedia que es un vicio capital por razón de que a partir de ella el hombre es impelido a hacer algo ya sea para huir de la tristeza o para satisfacerla. Luego, por la misma razón, será también la envidia un vicio capital.

Con San Gregorio Magno distingue cinco hijas de la envidia: odio, murmuración, detracción, alegría en la adversidad del prójimo y aflicción en la prosperidad; y en la respuesta a la objeción tres Santo Tomás explica esta distinción: «En el empeño de la envidia hay algo a modo de principio, algo a modo de medio, y algo a modo de término. El principio es que alguien disminuya la gloria de otro ya ocultamente, y así tenemos la “murmuración”; ya de modo manifiesto, y así tenemos la “detracción”. El medio es que alguien que intenta disminuir la gloria de otro lo puede hacer, y así tenemos la “alegría en la adversidad”; o bien no puede, y así tenemos la “aflicción en la prosperidad”. El término está en el mismo “odio”: porque así como el bien que deleita causa el amor, así la tristeza causa el odio».

A raíz de un texto del mismo San Gregorio en la obj. 2, el Aquinate resalta un aspecto interesante de este vicio capital. En dicho texto se pondera la envidia como un pecado gravísimo, ya que “en esta maldad la serpiente remueve sus entrañas y vomita la peste que imprime la malicia”. Pero los vicios capitales son más leves que sus hijas, y así la envidia no sería un vicio capital. Santo Tomás responde que de ese texto no se concluye que la envidia sea el más grave de los pecados, sino que «cuando el diablo sugiere la envidia, induce al hombre a aquello que principalmente tiene en el corazón; ya que, así como luego allí se dice, “por la envidia del demonio entró la muerte en el mundo” (Sap 2, 24)».

De este modo podríamos concluir la gravedad y fealdad de este pecado, que no sólo se opone al gozo, primer efecto de la caridad, sino que de alguna manera es causa principal de todos los males del mundo, y quien lo comete adquiere un horrible parecido al enemigo de la naturaleza humana, el demonio, ya que como dice el Angélico, es “aquello que principalmente tiene en el corazón”.