Autor: P. José Luis Richard
Una oración antigua siempre nueva
Salve Regina explicada
En la
formación religiosa de todo cristiano ocupan un lugar muy relevante aquellas
plegarias que desde niños hemos estado escuchando y rezando. De una forma
imperceptible pero eficaz esas oraciones han ido formando nuestra piedad y
delineando nuestro trato con Dios, con la Santísima Virgen, con el ángel de la
guarda y con los santos; han enriquecido nuestra oración con unas determinadas
actitudes, sentimientos y modos de invocar que sin duda influyen hoy en
nuestra vida.
Sin embargo, tales oraciones, a base de repetición, pueden perder su brillo y
atractivo, como ciertas hermosas catedrales y monumentos que ya no inspiran
nada al transeúnte que ha vivido siempre frente a ellas. No obstante, bastaría
detenerse un momento y contemplarlas tranquilamente para arrancarles nuevos
secretos y emociones.
Una de estas oraciones es la Salve Regina. Se trata de una oración muy
antigua: consta por la historia que ya existía en el siglo XI, antes de la pr
imera cruzada y, de hecho, su vocabulario rebosa de la cortesía y galantería
que por aquellos tiempos se comenzaba a abrir paso en la sociedad. La Salve es
una oración que ha gustado en todas las épocas por su brevedad y sencillez,
por su ternura y profundidad, en la que se entrelazan de modo admirable la
tristeza del peregrino y la esperanza del creyente: no por nada, tanto los
franceses como los españoles y alemanes se han disputado siempre su autoría.
La Salve es un maravilloso ejemplo de lo que significa una oración
"esencial". En ella se hace una única petición: et Jesum, benedictum
fructum ventris tui, nobis post hoc exsilium, ostende. Esta única súplica va
precedida de un saludo (Salve, Regina, Mater misericordiae, vita, dulcedo, et
spes nostra, salve) y de una breve presentación (Ad te clamamus, exsules filii
Evae; ad te suspiramus, gementes et flentes in hac lacrimarum valle). Termina
con una brevísima "coda": O clemens, o pia, o dulcis Virgo Maria.
El adjetivo "nuestra" nos indica que cuando rezamos esta oración no nos
presentamos...
Saludo
El saludo es una sucesión rápida pero abundante de piropos, que tienen la
función de atraer la mirada y ganar la benevolencia de la Santísima Virgen.
Los latinos dirían que es la captatio benevolentiae con la que debe comenzar
todo buen discurso.
- Salve es el típico saludo latino, respetuoso y familiar al mismo tiempo, y
ciertamente, no tan solemne como la traducción española: "Dios te salve".
Es simplemente un augurio de buena salud.
- Regina: es el primer piropo de la oración. Es verdad que María es Reina,
pero no es normal que un hijo llame así a su madre: nosotros no nos dirigimos
a nuestras madres recordándoles sus títulos: <"doctora o licenciada"... Si
alguna vez lo hacemos está claro que hay de por medio una intención bien
concreta: queremos llegar a nuestra madre por el lado femenino -tod a mamá
guarda siempre algo de la coquetería femenina- para obtener mejor lo que
deseamos. Por otra parte, este título también nos recuerda -a María y a
nosotros- que Ella, por ser reina, es poderosa y puede concedernos lo que le
pedimos.
- Mater misericordiae: inmediatamente después la oración pasa al título más
querido por nosotros: Mater. Y además, con un matiz especial: misericordiae.
El que suplica quiere salir al paso, cuanto antes, de una posible objeción: es
cierto que él no se presenta con méritos y que no tiene ningún derecho para
obtener lo que pide. Su único argumento es que Ella, María, es misericordiosa.
También el Mater misericordiae se podría traducir, aunque no es el sentido de
esta oración, como "Madre de la Misericordia", es decir, Madre de
Cristo, de Jesús, que es la misericordia infinita, como diciendo: "Tu hijo
no tendría ningún problema en que me concedieras esto que te pido... Él es la
misericordia misma".
- Vita, dulcedo: apelativos muy tiernos y cariñosos. Creo que no hay oración
mariana en la que le dirijamos nombres más dulces: "mi vida... dulzura...".
Spes nostra: el adjetivo "nuestra" nos indica que cuando rezamos esta
oración no nos presentamos a María como hijos únicos, sino junto con todos los
hermanos. Si ya de por sí es difícil a una madre resistirse cuando su hijo le
pide algo, ¿qué será cuándo se le presentan todos al mismo tiempo?
...a María como hijos únicos, sino junto con todos los hermanos.
Presentación de la súplica
Antes de entrar de lleno en su única petición, el suplicante se presenta a sí
mismo y describe el estado en el que se encuentra:
- Clamamus: la traducción exacta es más fuerte que la que ordinariamente se
usa en castellano. No sería "llamamos" sino más bien "gritamos" o
"clamamos". Suspiramus: indica esa dificultad para respirar propia de
aquél al que le asaltan las lágrimas o una pena muy g rande. Gementes et
flentes: describe dos formas de llorar: ruidosa y violenta una, suave y mansa
la otra. No hace falta más introducción para expresar que el suplicante no es
feliz y que se encuentra en una situación de necesidad. Exsules filii Hevae:
sin concretar sus penas, las resume todas ellas en su condición de pecador
(hijo de Eva), desterrado de un Paraíso maravilloso que podría haber sido
suyo. Esta nostalgia del Paraíso perdido se hace más acuciante todavía en esos
momentos de abatimiento y de tristeza que la vida tiene y que están
maravillosamente sintetizados con la alusión a las lágrimas y con la imagen
geografica del valle: in hac lacrimarum valle. Mientras la montaña sugiere
sentimientos de exaltación, luminosidad y fuerza, al valle, por el contrario,
le acompaña la niebla, la oscuridad, la incertidumbre.
Petición
Antes de hacer la petición, una última alabanza, precedida de una expresión
sumamente coloquial: eia: ea, venga!, orsù di rian los italianos.
- Advocata: "si tú, que eres nuestra defensora, no nos ayudas, ¿a quién
vamos a recurrir?". Es una invocación que pone a María entre la espada y
la pared... Illos tuos misericordes oculos ad nos converte: el suplicante,
antes de pedirle a la Santísima Virgen la gracia que necesita, le pide que le
mire: ¿cómo va a negar algo una madre cuando su hijo le está mirando a los
ojos? Por eso, el hijo le pide a María que, por favor, le mire. Pero,
obviamente, no lo dice así, sino con un giro poético y finísimo: "dirige
hacia nosotros esos tus ojos misericordiosos". De nuevo, otro piropo a
María como mujer: y concretamente a sus ojos, cuya belleza natural se ve
potenciada por el amor y la misericordia que en ellos se reflejan.
Finalmente, llegamos a la petición. En latín, por el hipérbaton
característico, que pone normalmente el verbo al final, la construcción de la
frase tiene un encanto especial: et Jesum, benedictum fructum ventris tui, nob
is post hoc exsilium, ostende. Refleja muy bien el titubeo, la indecisión, los
anacolutos del que quiere hacer una petición difícil y no sabe cómo comenzar.
Una traducción literal sería ésta: "y a Jesús, que es el fruto bendito de
tu vientre... a nosotros, después de este exilio... muéstranoslo".
¡Qué bien dicho! La idea es que nos deje entrar en el cielo, que nos alcance
esa gracia. Pero no lo dice de modo tan directo y burdo, pues podría parecer
una petición interesada. El suplicante quiere expresar que lo de menos es el
cielo; lo que a él le interesa es... ver a Jesús. Obviamente, es lo mismo,
pero dicho de modo más fino, más elegante. Esto me recuerda una anécdota de mi
infancia: cuando era pequeño en mi barrio existía la costumbre de invitar a
todos los amigos de los hermanos a una pequeña merienda cuando nacía un nuevo
niño.
Pues bien, cuando mis amigos y yo nos enterábamos de que en tal casa se estaba
festejando un nuevo nacimiento, acudíamos a l a casa aunque no tuviéramos nada
que ver con la familia, y le preguntábamos a la señora: "Disculpe, señora,
¿nos deja ver al niño?". La señora, emocionada y contenta de ver niños tan
modositos, nos hacía pasar de mil amores y nos mostraba a la criatura. Después
de esto, obviamente, no nos iba a echar de la fiesta con las manos vacías...
Los momentos de abatimiento y de tristeza de esta vida están sintetizados con
la alusión a las lágrimas.
Coda final
La coda, que algunos atribuyen a san Bernardo, es el broche final y la
despedida de esta hermosísima oración: · O clemens: invoca la clemencia de
María y muy discretamente hace referencia a nuestra condición de pecadores. O
pia alude a nuestra triste condición de hombres que sufren. O dulcis Virgo
sintetiza todos los cariñosos apelativos que se le han dirigido a la Virgen a
lo largo de la oración. Y concluye de modo magistral pronunciando simplemente
el nombre de María: Maria. El últ imo recurso para alcanzar de la Virgen la
gracia de las gracias: pronunciar su nombre con un hilo de voz, con amor y
mirándola confiadamente a los ojos.