Autor: Thomas Williams | Fuente: masalto
Una Conciencia Sana
Hay que cuidarla porque también puede enfermarse...
Nuestra conciencia
se podría comparar con el dolor físico. A nadie le gusta sentir dolor y,
sin embargo, tiene una función muy importante. El dolor nos anuncia que
algo no anda bien en nuestro organismo. Supón que te has fracturado una
pierna, pero no sientes ningún dolor. Tal vez seguirías trabajando o
jugando, aunque la lesión se hiciese más grave; tal vez el hueso
soldaría por sí solo, pero en una posición incorrecta. Del mismo modo,
la conciencia nos indica que se ha producido un daño en nuestra vida de
forma que podamos repararlo.
El papel de la conciencia, sin embargo, no se
limita a descubrir lo malo, sino que nos alienta, y esto es más
importante, a obrar el bien, a buscar la perfección en todo lo que
hacemos. Cuando se presenta la oportunidad de ayudar a una persona mayor
a llevar la bolsa de compras a su coche, o de lavar los platos en la
cocina, nuestra conciencia nos estimula a actuar de forma positiva.
Calibrando con precisión
Cuando una conciencia es sana, no anda con
rodeos: al pan, pan y al vino, vino; reconoce y llama bien al bien y mal
al mal, sin confundirlos. Pero, por diversos motivos, nuestra conciencia
puede desajustarse, como ocurre con las básculas que no señalan el peso
correcto. Tal vez la mayor parte de nosotros no se inquietaría demasiado
al subir a una báscula que marca menos de lo que debería. Sin embargo,
quien desea conocer la verdad sabe que no puede engañarse utilizando
básculas defectuosas.
Para ayudarnos a distinguir entre una conciencia
bien calibrada y una que está desajustada, podemos emplear tres
adjetivos que describen los grados de sensibilidad de la conciencia:
escrupulosa, laxa y bien formada.
1. Escrupulosa: Una conciencia
escrupulosa es una conciencia enferma. Es como una báscula que marca más
de lo debido: todo le parece peor de lo que es. Descubre pecados donde
no los hay y ve un mal grave donde s ólo hay alguna imperfección. La
persona escrupulosa es tímida y aprensiva, cree que sentir equivale a
consentir y, por lo mismo, confunde la tentación con el pecado. Vivir
con una conciencia escrupulosa es como conducir un auto con el freno de
mano puesto: en continuo estado de fricción, tensión y estrés.
El mejor tratamiento contra ello es formar
nuestra conciencia de acuerdo con las normas objetivas, y aconsejarse
por alguien de probada rectitud de juicio.
2. Laxa: Si la conciencia escrupulosa
peca por exceso, la conciencia laxa peca por defecto. Se asemeja a la
báscula que marca menos que lo debido. La persona con conciencia laxa
decide, sin fundamentos suficientes, que una acción es lícita, o que una
falta es grave no es tan seria. Acepta como bueno lo que es una clara
desviación moral.
La persona laxa tiene como lema Errar es humano;
vive convencida de que es demasiado débil para resistirse al pecado, y
tiende a quitarle toda importanci a. No se preocupa ni hace esfuerzo
alguno por investigar si lo que va a hacer es malo; se excusa en un todo
mundo lo hace, por lo que no debe ser tan malo. Este tipo de persona
tiende también a infravalorar la responsabilidad de sus acciones. Una
conciencia laxa es como un resorte vencido. A fuerza de repetir actos
contrarios a lo que exige su conciencia, la persona laxa pierde toda
tensión espiritual; su conciencia ya no le reclama. Normalmente empieza
por cosas pequeñas, pues cree que carecen de importancia; no advierte
que ese camino desemboca en el abismo. Como señaló Chesterton: Un hombre
que jamás ha tenido un cargo de conciencia está en serio peligro de no
tener una conciencia que cargar.
3. Bien formada: La conciencia bien
formada se localiza entre estos dos extremos. Una conciencia bien
formada es delicada: se fija en los detalles, como un pintor de pincel
fino que no se contenta con figuras y formas más o menos burdas, sino
que insiste en la perfección, i ncluso en los aspectos más pequeños.
La persona que tiene su conciencia bien formada
no se deja llevar por sofismas ni pretende huir de la verdad. Aún más,
la conciencia bien formada no se limita a percibir el mal, sino que
impulsa a buscar activamente el bien y la perfección en todo.