Un infierno "light"
Existen cristianos “light” que son partidarios de un infierno “light”: sin pena de daño, sin pena de sentido, sin eternidad y/o sin habitantes
Autor: P. Carlos M. Buela, IVE | Fuente: www.iveargentina.org
Así como hay cerveza sin alcohol, café sin cafeína,
sal sin sodio, azúcar sin glucosa, tabaco sin nicotina, hombres sin sustancia y
sin humanidad, o sea, “sin fundamento, sin misión, sin fin último” (1); y estos
son todos productos “light”; así existen, también, cristianos “light” que son
partidarios de un infierno “light”.
Nos podemos preguntar, ¿qué es un infierno “light”? Es un “infierno” carenciado.
Es un infierno “liviano”: sin pena de daño, sin pena de sentido, sin eternidad
y/o sin habitantes. Sobre la base de estas cuatro carencias las variantes son
muchas y las hay para todos los gustos. Algunos son plenamente “light” y
sostienen las cuatro negaciones, otros son más medidos y aceptan sólo algunas
variantes “light” o les ponen atenuantes.
En muchos textos de la Sagrada Escritura se fundamentan las verdades reveladas
acerca del infierno. Pero, para mi intento, son suficientes tan sólo dos mitades
de dos versículos. Se enseña la pena de daño, o sea, la privación de la vista de
Dios, en “Apartaos de mí, malditos,…” (Mt 25, 41); la pena de sentido, o sea, el
sufrimiento que proviene de cosas sensibles, en “ …id al fuego…” (id); la
eternidad de las penas, que no terminarán jamás, en “…eterno.” (id); y acerca de
sus habitantes: “Éstos irán al castigo eterno…” (Mt 25, 46). Para los que
tenemos el convencimiento de que la Biblia es Palabra de Dios, no son necesarios
más textos.
Las cuatro negaciones acerca del infierno:
1.
La privación de la vista de Dios o pena de daño
2.
El castigo infligido a las creaturas o pena de sentido
3.
La eternidad de las penas
4.
El infierno “vacío”
En fin, no nos alcanzará la vida presente, ni aún la eternidad, para dar gracias
a Jesucristo que “de Creador es venido a hacerse hombre, y de vida eterna a
muerte temporal, y así a morir por mis pecados”108.
Nunca agradeceremos suficientemente la paciencia de Dios con nosotros que, por
estar en vida, todavía tenemos la esperanza de conversión. Podríamos haber
terminado nuestra existencia en esta tierra estando en pecado y Él no lo
permitió.
Debemos seguir pidiendo, todos los días de nuestra vida, la gracia de las
gracias, la gracia de la perseverancia final, como lo hacemos en cada Avemaría:
“Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.
Y mucho más inteligente que proponer dudas acerca del infierno, las cuales por
otra parte hace siglos que han sido resueltas por los Santos Padres y Doctores,
vivamos de manera que no vayamos a ir a él. Que siempre será verdad, “Que al
final de la jornada/ el que se salva sabe/ y el que no, no sabe nada”.
____________________
Notas:
1 Cf. Dr. Mario Caponetto, La Kábala y el gnosticismo, AICA, nº 2063, 3 de julio
de 1996, p. 21. Antes les decíamos “tilingos”.
Autor: P. Carlos M. Buela, IVE | Fuente: www.iveargentina.org
¿Se ve a Dios en el infierno?
Lo más dramático del infierno no es lo que más asusta a la mayoría, a saber, las penas sensibles. Lo que aterra del infierno es no ver a Dios
La privación de la vista de
Dios o pena de daño
Ésta es la pena esencial del infierno. Si con la imaginación más tropical y el
corazón más calenturiento imaginásemos las torturas más refinadas e increíbles,
las penas de sentido más espantosas que jamás se hayan pensado, y si aún
dejásemos como nenes de pecho a la imaginería barroca acerca del infierno, a la
tortura china y a los modernos torturadores con sus refinadas técnicas, si el
infierno tuviese todos esos tormentos sensibles incluso elevados a la enésima
potencia, pero si no hubiese pena de daño, el infierno no sería infierno sino
más bien paraíso, ya que se vería a Dios. Por el contrario, si en el infierno no
hubiese pena de sentido, pero sí privación de la vista de Dios, el infierno
sería infierno y tan insufrible como el que tuviese los más espantosos y
horribles castigos infligidos por las creaturas.
Lo más dramático del infierno no es lo que más asusta a la mayoría, a saber, las
penas sensibles. Lo que aterra del infierno es no ver a Dios: “...no los
conocerá aquel Dios a quien no quisieron conocer en la vida” (2). Por eso decía
sabiamente San Alfonso, Doctor de la Iglesia: “todas las demás penas apenas si
son penas comparadas con esta pena” (3). Ni el “fuego inextinguible” (4), ni el
pestilencial olor, ni la compañía insoportable de los demonios y de los otros
condenados, ni el lugar espantoso (5), ni el tormento de los sentidos corporales
internos y externos, ni el “gusano que no muere” (6) roedor de la conciencia, ni
“el llanto y crujir de dientes” (7), ni “las tinieblas exteriores” (8), ni
ninguna otra de estas cosas, ni todas ellas juntas, forman el infierno, sino el
haber perdido a Dios.
Dicho de otra manera, ¿cuál es el bien que pierde el condenado? Pierde a Dios
que es un Bien infinito. El dolor y la pena son, por tanto, infinitos (9). Lo
formal del castigo es estar alejados de Dios. Así como el dolor sustancial de la
Pasión del Señor son los dolores interiores y no los sensibles, así como en el
temor de Dios es más importante el temor filial y el temor servil debe
conducirnos a ese (10), así como en la penitencia lo esencial es el dolor
interior por los pecados cometidos y la penitencia externa es sólo fruto y
acicate para la interna -y si no fuese así no serviría para nada, pudiendo
incluso ser pecado- (11), así, de manera parecida, es la pena de daño respecto
de la pena de sentido.
Claro que esto al mundano no le llama la atención, ya que de hecho en esta
tierra vive como si Dios no existiese y esa futura lejanía de Dios ni le
preocupa, porque la imagina como una prolongación de la lejanía placentera y
actual de Dios. Claro que esto al pecador que vive revolcándose en el retortero
de innumerables pecados esto no le preocupa, ya que de hecho vive ofendiendo
siempre a Dios y esas ofensas le parece que no le acarrean ningún castigo ahora,
prolongando hacia el futuro en su imaginación esa ausencia -aparente- de
castigo. Claro que esto no lo ve el que vive en las tinieblas de su casi
invencible estupidez y por su misma estupidez es incapaz de abrir los ojos.
Claro que esto no lo ven quienes viven sumergidos en la fugacidad del tiempo que
pasa, en los miles de productos de los supermercados que ansían y en el
ensimismamiento de su voluntad permisiva. El tiempo les impide ver la eternidad,
el tener les obstaculiza captar la primacía del ser y el creerse los autores de
su libertad a no notar la presente esclavitud, ni temer la futura inexorable; su
materialismo les impide considerar la posibilidad de un castigo esencialmente
espiritual. En última instancia, la pérdida del sentido de Dios, los lleva a la
pérdida del sentido del pecado, y ésta los lleva a no percibir la realidad del
justo castigo por el pecado.
Niegan el infierno los que primero han deformado o negado a Dios, en algunas de
sus características, como ser personal, espíritu puro, libre, providente y
trascendente. Cuando no hay Dios no hay forma de trascender los horizontes de
este mundo y el hombre queda encerrado en la concreción de la inmanencia. La
realidad del infierno es demasiado clamorosa para quien ignora que tiene un
verdadero Padre en los cielos. En su libro “Discusión”, Jorge Luis Borges,
sostiene “la blasfemia de decir que todo el que cree en el infierno ‘es
irreligioso’, con lo que caen en la Irreligión casi toda la Humanidad, menos
Borges; e inclusive Jesucristo...” (12). Algunos, aparentemente, nunca
encontraron la salida de sus tortuosos laberintos interiores.
Lo espantoso de la pena de daño sólo lo comprenden aquí en la tierra las almas
santas y fervorosas. Los mundanos, los que viven en pecado, lo comprenderán
tarde, sólo se les abrirán los ojos cuando entiendan que, por culpa propia,
perdieron un Bien infinito.
______________________
Notas:
2 San Agustín, Serm. 251, E.B. app.: “Ultra nescientur a Deo, qui Deum scire
noluerunt”.
3 Obras ascéticas, B.A.C., Madrid, t. II, p. 669.
4 Cf. Mc 9, 42; Lc 3, 17; etc.
5 Llamado abismo (Lc 8, 31; Ap 9, 11; 20, 1-3), horno de fuego (Mt 13, 42 y 50),
estanque de fuego y azufre (Ap 19, 20; 20, 9.15; 21, 8), fuego eterno (Mt 18, 8;
25, 41), perdición, destrucción (Mt 7, 13; Fil 3, 19; 1Tim 6, 9; 2Ts 1, 9),
muerte segunda (Rm 6, 21; Ap 20, 6. 14; 21, 8), tártaro (2Pe 2, 4), fuego
inextinguible, tinieblas exteriores, etc.
6 Cf. Is 66, 24; Jdt 16, 21; Eclo. 7, 19 y Mc 9, 43 ss.
7 Cf. Mt 15, 50; etc.
8 Cf. Mt 8,12; 22, 13; 25, 30; etc.
9 Santo Tomás, S.Th.,1-2, 87, 4: “Poena damni est infinita, quia est amissio
boni infiniti”.
10 Cf. San Ignacio de Loyola, Exercicios Spirituales, [370].
11 Ibid., [82].
12 Leonardo Castellani, El Evangelio de Jesucristo, Dictio, Bs. As., 1977, p.
489.
Autor: P. Carlos M. Buela | Fuente: www.iveargentina.org
¿Se sufre físicamente en el infierno?
Es de fe que la pena de daño y la pena de sentido son realmente distintas y no se puede reducir la pena de sentido a la mera aflicción psicológica producida por la privación de la vista de Dios
El castigo infligido a las
creaturas o pena de sentido
No sólo es un dogma de fe definida la existencia y eternidad del infierno, tal
como fue declarada por el Concilio IV de Letrán: “...para que reciban según sus
obras, ya hayan sido buenas o malas, los unos con el diablo pena perpetua, y los
otros con Cristo gloria sempiterna” (13); es también de fe definida que los
condenados padecen pena de daño, como se enseña en la constitución “Benedictus
Deus:” “...según común ordenación de Dios, las almas de los que mueren en pecado
mortal actual en seguida después de su muerte descienden a los infiernos, donde
son atormentadas con penas infernales” (14), es también de fe definida la
existencia y eternidad de la pena de sentido, como se enseña en el Símbolo “Quicumque”:
“...y los que hicieron bien, irán a la vida eterna; los que hicieron mal, irán
al fuego eterno. Ésta es la fe católica: a no ser que uno la crea fiel y
firmemente, no podrá salvarse” (15).
En el Concilio Vaticano II, en la Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen
gentium, 48, se enseña la necesidad de una constante vigilancia, para que “no
como a siervos malos y perezosos (cf. Mt 25, 26) se nos mande apartarnos al
fuego eterno (cf. Mt 25, 41), a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y
rechinar de dientes (Mt 22, 13 y 25, 30). Estas palabras se introdujeron en el
texto para afirmar “la pena eterna del infierno”. En efecto, dice la Comisión
teológica: “Se introdujeron en el texto las palabras de nuestro Señor acerca de
la pena eterna del infierno, como fue pedido explícitamente por muchos Padres”
(16). (Más adelante indicaremos porqué las explicaciones de la Comisión
teológica constituyen la explicación oficial del texto). Asimismo, donde se
habla de “la resurrección de vida” y de “la resurrección de condenación”, en el
mismo número, estas palabras se conciben como complemento de las otras palabras
referidas al infierno que citamos anteriormente. Dice la Comisión teológica:
“tomando razón de la precedente enmienda, por la lógica interna de la exposición
y para más satisfacer los deseos de los Padres, se introdujeron las palabras
acerca de la resurrección de vida o de juicio” (17).
La principal pena de sentido es el fuego, de ahí que diga el rico epulón: “estoy
atormentado por estas llamas” (Lc 16, 24). Como lo afirman los Santos Padres y
Doctores, y autores eclesiásticos antiguos, por ejemplo:
* San Ignacio de Antioquía: “No erréis, hermanos míos: los perturbadores de las
familias no heredarán el reino de Dios. Si, pues, aquellos que han obrado estas
cosas según la carne, están muertos, ¿cuánto más si alguno corrompe, con prava
doctrina, la fe de Dios, por la que Jesucristo fue crucificado? Ese tal, estando
manchado, irá al fuego inextinguible; de modo semejante, el que le presta oído”
(18).
* El autor del “Martirio de San Policarpo”: “Y atendiendo a la gracia de Cristo,
[los mártires] despreciaban los tormentos mundanos, liberándose, con la duración
de una hora, de la pena eterna. Les parecía frío el fuego de los crueles
verdugos. Porque tenían ante los ojos el huir de aquel que es eterno y nunca se
extinguirá” (19).
* El autor de la llamada 2da. carta a los Corintios: “Y los incrédulos verán la
gloria de él y su fuerza y se admirarán viendo el dominio del mundo en Jesús,
diciendo: Ay de nosotros, porque tú eras y ni lo supimos ni lo creímos ni
obedecimos a los presbíteros, que nos predicaban de nuestra salvación; y el
gusano de ellos no morirá y el fuego de ellos no se extinguirá, y serán un
espectáculo para toda carne...[los justos] verán cómo son castigados con
terribles tormentos y fuego inextinguible, los que erraron y negaron a Jesús con
palabras y obras darán gloria a su Dios” (20).
* San Justino: “...en ningún modo puede suceder que a Dios se le oculte el
maligno, o el avaro, o el insidioso, o el dotado de virtud, y que cada uno va o
a la pena eterna o a la salvación eterna según los méritos de sus acciones.
Porque si estas cosas fuesen conocidas por todos los hombres, nadie elegiría el
vicio para un breve tiempo, sabiendo que iría a la condenación eterna del fuego;
sino que se contendría totalmente y se adornaría de virtud, ya para conseguir
los bienes que están prometidos por Dios, ya para huir los suplicios” (21).
* San Ireneo: “la pena de aquellos que no creen al Verbo de Dios, y desprecian
su venida, y vuelven atrás, ha sido ampliada; haciéndose no sólo temporal, sino
eterna. Porque a todos aquellos a los que diga el Señor: Apartaos de mí,
malditos, al fuego perpetuo, esos serán siempre condenados” (22).
* Discurso a Diogneto: Los mártires se admirarán al ver el castigo de “la muerte
verdadera, que es reservada para aquellos que serán condenados al fuego eterno,
que será suplicio hasta el fin para los que le son entregados” (23).
* Tertuliano habla de: “fuego continuo” (24), “fuego eterno” (25), “fuego
perpetuo” (26), “fuego eterno de la gehenna para la pena eterna” (27).
* San Cipriano: “La gehenna siempre ardiente quemará a los que le son
entregados, y una pena voraz con llamas vivaces; ni hay posibilidad de que los
tormentos tengan alguna vez descanso o fin. Las almas con sus cuerpos serán
conservadas para infinitos tormentos de dolor ... Creerán tarde en la pena
eterna los que no quisieron creer en la vida eterna” (28).
* San Agustín: “será un fuego corpóreo” (29).
* San Juan Crisóstomo dice que todos los padecimientos de esta vida, por grandes
que se los suponga, son pálida imagen de las torturas del infierno y ni llegan a
ser sombra de aquellos suplicios (30).
* San Gregorio Magno: “No dudo en afirmar... es corpóreo” (31).
* Santo Tomás de Aquino: “Es preciso decir que el fuego que atormentará a los
cuerpos de los condenados es corpóreo” (32).
* Santa Catalina de Siena: “Hija, la lengua no es capaz de hablar sobre estas
infelices almas y sus penas... El primero es verse privados de mí, lo cual les
es tan doloroso, que, si le fuera posible, antes que estar libres de las penas y
no verme, elegirían el fuego y atroces tormentos con tal de verme... El cuarto
tormento es el fuego, que arde y nunca se acaba. El alma, por su propio ser, no
se puede consumir, por no ser algo material, sino incorpórea. Pero yo, por
justicia divina, he permitido que la queme sufriendo, que la aflija y no la
consuma. La quema y hace sufrir con penas grandísimas, de modos diversos según
la diversidad de los pecados, a unos más y a otros menos en conformidad con la
gravedad de la culpa” (33).
* Santa Teresa de Jesús: “...como del dibujo a la verdad, el quemarse acá es muy
poco en comparación de este fuego de allá” (34).
* San Alfonso de Ligorio: “Como el pez en el agua se halla rodeado de agua por
todas partes, así el condenado se halla por completo sumido en el fuego” (35).
* San Juan Bosco cuenta un sueño que tuvo del infierno donde fue obligado a
poner su mano en la pared y dice que al día siguiente “observé que la mano
estaba efectivamente hinchada; y la impresión imaginaria de aquel fuego tuvo tal
fuerza, que poco después la piel de la palma de la mano se desprendió y cambió”
(36).
* La Virgen de Fátima el 13 de julio de 1917, en su tercera aparición, según
contó Lucía: “...abrió de nuevo sus manos. El haz de luz que de ellas salía
parecía penetrar la tierra, y vimos como un mar de fuego, y mezclados en el
fuego los demonios y las almas como si fuesen brasas transparentes negras o
bronceadas, con forma humana, que se movían en el fuego llevadas por las llamas,
que de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos
lados, así como caen las chispas en los incendios, sin peso ni equilibrio, entre
gemidos de dolor y desesperación, que horrorizaban y hacían estremecer de
pavor... Aterrados, levantamos la mirada hacia Nuestra Señora, quien nos dijo
con bondad y tristeza: -Han visto el infierno a donde van a parar las almas de
los pobres pecadores. Cuando recen el Rosario, digan después de cada misterio:
-¡Oh Jesús mío! perdónanos nuestras culpas, presérvanos del fuego del infierno,
lleva al cielo a todas las almas, y socorre especialmente a las más necesitadas
de tu misericordia” (37).
Pablo VI en el “Credo del Pueblo de Dios” afirma que los que hayan rechazado
hasta el final el amor y la piedad de Dios: “serán destinados al fuego que nunca
cesará” (38).
Por último, por el modo de hablar de los documentos y del magisterio ordinario,
que así se ha expresado durante tantos siglos, es de fe que la pena de daño y la
pena de sentido son realmente distintas y no se puede reducir la pena de sentido
a la mera aflicción psicológica producida por la privación de la vista de Dios
(39).
Frente a esta nube de testigos, ¿se puede, cuerdamente, dudar de la realidad de
este “lugar de castigo” (cf. Lc 16, 28)? ¿No sería más cuerdo vivir de manera de
no ir a él?
Por tanto, teniendo en cuenta el sentir moralmente unánime de los Santos Padres
y teólogos, el magisterio ordinario de la Iglesia, etc., afirmamos con ellos que
el fuego del infierno no es metafórico (no existe tan sólo en la mente de los
condenados (40)), sino verdadero, real, corpóreo (en cuanto es un agente
material, que existe en su objetiva realidad y que atormenta a los réprobos).
Así como afirmamos su corporeidad, afirmamos que no conocemos su materialidad
porque es un fuego especial, sui generis, ya que tiene propiedades diferentes al
fuego de la tierra. Es un fuego no extinguible, sino inextinguible (no necesita
de combustible para ser alimentado); no temporal, sino eterno; no para confort
de los cuerpos, sino para castigo de las almas y de los cuerpos; y que atormenta
a los réprobos sin destruirlos. Es un fuego que sin matar, abrasa; sin consumir,
quema; sin alumbrar, arde; y que, a pesar de sus llamas, envuelve a los
condenados en opacas tinieblas y noches sempiternas.
Ni la más escabrosa y estrafalaria descripción de las penas de sentido, ni
siquiera la más truculenta y grotesca, podrán llegar a mostrar con fidelidad, lo
que esas penas son. Los que se horrorizan de esas pinturas o de esas
descripciones, más bien deberían apartarse de sus pecados que les impiden ver,
con toda su hondura, al fin al que se encaminan por propia culpa.
Por eso, teniendo en cuenta la importancia de la pena de daño sobre la pena de
sentido, decía San Juan Crisóstomo: “Hay muchos hombres que, juzgando
absurdamente, desean ante todo evitar el fuego del infierno; pero yo creo que
incomparablemente mayor que la pena del fuego será la pena de haber perdido para
siempre aquella gloria; ni creo que sean más dignos de llorarse los tormentos
del infierno que la pérdida del reino de los cielos; pues este tormento es el
más acerbísimo de todos” (41). En otro lugar dice: “La pena del fuego del
infierno es ciertamente intolerable. Pero, aunque imaginemos mil infiernos de
fuego, nada habríamos adelantado para comprender lo que significa haber perdido
la bienaventuranza eterna, ser rechazado por Cristo, oír de él aquellas
palabras: No os conozco” (42).
Es que la pena de sentido, por muy grande que sea, es finita, mientras que la
pena de daño es infinita. Enseña Santo Tomás: “La pena es proporcionada al
pecado. En el pecado hay que distinguir dos aspectos. El primero es la aversión
del bien imperecedero, que es infinito; y por este motivo el pecado es también
infinito. El segundo es la conversión desordenada a un bien perecedero; y en
este sentido el pecado es finito, tanto por parte del objeto al que se
convierte, que es finito, como por el acto pecaminoso en sí mismo, ya que los
actos de la creatura no pueden ser infinitos. Por consiguiente, por parte de la
aversión le corresponde al pecado la pena de daño, que es infinita, ya que es la
pérdida de un bien infinito, como es el mismo Dios. Y por parte de la conversión
desordenada a la criatura, le corresponde la pena de sentido, que es finita”
(43).
Por muy difícil que sea a la sensibilidad del hombre moderno, lo que está
revelado, revelado está. Y no hay forma cuerda de evadir esa realidad. Un autor
después de afirmar la existencia del fuego material y corpóreo -aunque no como
el nuestro- nada menos que ... ¡lo identifica con el Espíritu Santo!: “¡El fuego
del infierno es, de algún modo, el mismo Dios! Es la misma llama de amor viva
-que es el Espíritu Santo- que purifica en esta vida y en el purgatorio y
atormenta eternamente en el infierno” (44).
____________________
Notas:
13 Dz. 429 [801].
14 Dz. 51 [1002].
15 Dz. 40 [76].
16 “Introducta sunt in texto verba Domini nostri circa poenam aeterna inferni,
sicut explicite a multis Patribus petitum est (E/2639 2675 2676 et 11 alii, E/
2682 2695 2716 2720”. Textus emendatus Capitis VII Schematis Constitutionis de
Ecclesia, Relatio de nº 48, p. 181, lin 22 (Romae 1964), p. 13.
17 “Ratione habita praecedentis emendationis, ob internam logicam expositionis
et ut amplius desideriis Patrum satisfieret, introducta sunt verba de
resurrectione vitae vel iudicii (E/ 2788 2838 cum 13 aliis)”. Ibid., nota 5, lin
26.
18 Ef 16, 1s.
19 Martirio de San Policarpo, 2, 3; cf. San Ireneo, Ad haer., 4, 39; San
Ambrosio, Comentario a San Lucas, 7, 20.
20 2Co 17, 5ss.
21 Apología, 1, 12.
22 Adversus haereses, 4, 28, 2.
23 10, 7s.; Funk, 1, 408-410.
24 Apologeticus,48; PL 1, 527.
25 Ibidem, PL 1, 528; y en De poenitentia, 12; PL 1, 1247.
26 De praescriptione haereticorum,13; PL 2, 845.
27 De resurrectione, 35.
28 Ad Demetrianum, 24; ML 4, 561s.
29 La ciudad de Dios, 21,10.
30 Ad Pop. Ant., Hom.49: “Haec omnia ludicra sunt et risus ad illa supplicia.
Pone ignem, pone ferrum, quid nisi umbra sunt ad illa tormenta?”. (Todo esto son
juegos y risas en comparación con aquellos suplicios. Considera los tormentos
del fuego y del hierro, ¿qué son sino sombras en comparación con aquellos
tormentos?).
31 Diál. IV, 29; PL 77, 368.
32 S. Th., Supl. 97, 5.
33 El diálogo, cap. XVIII, B.A.C., 1950, p. 256.
34 Libro de la Vida, cap. 32, 4. Describe la Santa Doctora una visión del
infierno que tuvo y dice que “fue una de las mayores mercedes que el Señor me ha
hecho” (ibid., 5).
35 Op. cit. p. 662.
36 Biografía y escritos, B.A.C., Madrid, 1955, p. 647.
37 Pbro. Julio Triviño, Teología, espiritualidad y profetismo del Mensaje de
Fátima, en Universitas, nº 41, setiembre 1976, p. 17.
38 Solemne Profesión de fe el 30 de junio de 1968, n. 12; comentario teológico
por Cándido Pozo, S.J., 2da. edición, B.A.C., Madrid, 1975, p. 21.
39 Cándido Pozo, S.J., Teología del más allá, B.A.C., Madrid, 1968, p. 197.
40 Como sostenía en la antiguedad Orígenes y en la actualidad, por ejemplo, el
Diccionario Teológico de Rahner (Herder, Barcelona, 1967, p. 514).
41 Ad
Theodorum lapsum, I, 12; MG 47, 292.
42 In Mt., hom. 23, 8.
43 S.Th., I-II, 87,4.
44 Palabra de
Comunión, 71 (texto policopiado); entiendo que el A. cae en el error lógico de
la suppositio terminorum que lo lleva a una fallacia equivocationis, porque del
fuego real y corpóreo, pasa a significar el fuego del amor de Dios -¡El Espíritu
Santo!-, lo cual es una falacia por tomar de modo equívoco el mismo término en
un mismo silogismo; también me parece que se confunde por identificar el fuego
del infierno con el del purgatorio, entendiendo el fuego del purgatorio según la
concepción de los Padres griegos. (En una oportunidad, tomando como titular un
exámen de Escatología, el profesor vocal sostenía que “el fuego del infierno
podía ser un cancer”; como puede apreciarse si uno se maneja en exégesis
arbitrariamente, se le puede hacer decir a las palabras cualquier cosa. Así
“fuego” podría ser agua, viento, nube, dulce de leche, caramelo, hojaldre,
lavandina o cualquier cosa, lo cual es absurdo).
Autor: P. Carlos M. Buela, IVE | Fuente: www.iveargentina.org
¿Se puede salir del infierno?
Una de las más grandes desgracias de los progresistas cristianos es que se creen más buenos que Dios. Sostienen que el infierno va contra la naturaleza de Dios, que “es Amor”
La eternidad de las penas
El tercer elemento que configura la realidad del infierno es que sus penas son
eternas. Si sus penas fuesen temporales estaríamos en presencia de un falso
purgatorio. Al respecto es curioso que muchos protestantes que niegan la
realidad del purgatorio, prácticamente lo aceptan al sostener que las penas del
infierno son temporales.
¿Por qué razón las penas del infierno son eternas? Dice Santo Tomás: “La pena
del pecado mortal es eterna, porque por él se peca contra Dios, que es infinito.
Y como la pena no puede ser infinita en su intensidad, puesto que la criatura no
es capaz de cualidad alguna infinita, se requiere que, por lo menos, sea de
duración infinita” (45).
Los que niegan la eternidad del infierno lo suelen hacer por alguna de las
siguientes hipótesis:
- O porque el pecador repara sus faltas y se rehabilita, hipótesis condenada por
la Iglesia (46) y totalmente absurda ya que, fuera del tiempo, es imposible el
cambio con relación al último fin.
- O porque Dios lo perdona sin que se arrepienta el condenado, lo cual
contradice a la justicia de Dios, a su infinita sabiduría y al amor mismo de
Dios.
- O porque Dios lo aniquila volviéndolo a la nada, lo cual también contradice la
sabiduría de Dios y a su justicia.
Esta última hipótesis parece ser la que sostiene el teólogo progresista Eduardo
Schillebeeckx, OP. Sostiene literalmente que: “No se sabe si hay hombres que
hagan el mal con voluntad definitiva, rechazando la gracia y el perdón de Dios;
pero si hay hombres -es una hipótesis- que no tienen relación teologal con Dios,
éstos no tienen ni siquiera el fundamento de la vida eterna. El infierno es el
final de quienes hacen el mal de forma definitiva. Su muerte física es también
su final absoluto. Por tanto, desde el punto de vista escatológico, sólo existe
el cielo.
Es una cosa totalmente distinta de la apocatástasis o recapitulación general de
Orígenes y otros. Repito: no sé si existirán hombres tan perversos que rechacen
la gracia y el perdón de Dios. Es posible que todos los hombres estén destinados
al cielo; pero, en todo caso, si eventualmente existen hombres malvados, en el
sentido de definitivamente malvados, su muerte física sería el final de su
existencia. Existe sólo el cielo, y no junto a un infierno donde los hombres
sufren el fuego y las penas para toda la eternidad. Va contra la naturaleza de
Dios, que es Amor, el que los hombres sean castigados eternamente. Para mí, como
hombre de fe, es impensable que, mientras que la alegría inunda el cielo, haya
personas a dos pasos (47), en medio de sufrimientos infernales y eternos. No
puede existir un infierno que sea el reverso de la alegría eterna del Reino de
Dios. No existe más que el Reino de Dios” (48).
Una de las más grandes desgracias de los progresistas cristianos es que se creen
más buenos que Dios. Sostienen que va contra la naturaleza de Dios, que “es
Amor” (1Jn 4, 16), ¡lo que ha revelado el mismo Amor encarnado! Pretenden
enseñarle a la Sabiduría Infinita lo que pertenece o no a su naturaleza. Le
indican al Amor Subsistente cómo debe ser su Amor. Da la impresión que nos
consideran tan estúpidos que vamos a hacerles caso a ellos, en contra de
Jesucristo.
Continua hipotizando: “Cielo e infierno son posibilidades antropológicas porque
el hombre es finito, su libertad es finita, puede elegir el bien o el mal de una
forma definitiva. Es un dato antropológico. Si existen estos hombres que optan
por el mal, no lo sé. Pero aun admitiendo que existan, el infierno no existe
(49). No hay una vida infernal” (50). Por algo se la llama muerte eterna. Pero
eso no quiere decir que el infierno no exista. Mal que le pese al dominico belga
de lengua flamenca, es dogma de fe definido que los demonios están condenados,
ya, en el infierno, y, por tanto, éste existe; y, asimismo, es dogma de fe
definido que “el hombre que muere en pecado grave tiene que vivir eternamente en
el estado del infierno” (51), y, por tanto, éste existe.
A continuación, este teólogo “católico”, muy suelto de cuerpo, afirma la vieja
doctrina gnóstica de la aniquilación: “Si hay alguno que en su vida es capaz de
separarse totalmente y de forma definitiva de la comunión con el Dios de la
vida, éste está destinado a la aniquilación de su propio ser” (52).
Schillebeeckx es peor que los nazis que mataban el cuerpo, pero no podían matar
el alma; él no solo desintegra los cuerpos, sino que quiere que Dios desintegre
las almas. ¡Qué poco respeto por la persona humana! ¿Dónde queda la inmortalidad
del hombre? En su cerrazón quiere obligar a Dios que haga lo que Dios nunca
hará. Ignora Schillebeeckx que Santo Tomás, quien debería ser su maestro,
enseña: “Aunque por el hecho de que uno peca contra Dios, que es Autor del ser,
merece perder el mismo ser; considerado, sin embargo, el desorden de su mismo
acto, no debe perderlo: porque el ser se presupone para el mérito o el demérito,
ni tampoco por el desorden del pecado se quita o se corrompe el ser. Y, por lo
tanto, no puede ser adecuada pena de alguna culpa la privación del ser mismo”
(53).
El Angélico Doctor sostiene que nada se aniquila y lo demuestra aún del punto de
vista natural: “Las naturalezas de las criaturas demuestran que ninguna de ellas
es aniquilada: porque o son inmateriales, donde no hay potencia para no existir;
o son materiales, y estas subsisten siempre, por lo menos en cuanto a la
materia, que es incorruptible como sujeto existente de la generación y
corrupción. Tampoco pertenece a la manifestación de la gracia reducir algo a la
nada, porque más se muestra la omnipotencia y bondad de Dios en la conservación
de las cosas en su ser. Luego, debemos decir simplemente [simpliciter] que
ninguna cosa se aniquila” (54).
Continua el “teólogo feliz” con expresiones semejantes a las que utilizáramos
antes y a las que ya hice referencia: “Algunos teólogos me dicen: «Entonces no
hay castigo para el mal que se comete». Respondo: no se entiende lo que se
quiere decir estar con Dios durante toda la eternidad. Para los hombres no
habría una vida de comunión con Dios... Es terrible. Dios no tiene sentimientos
de venganza. Para mí es imposible esta coexistencia del cielo eterno para los
buenos y el infierno para los malos, que reciben un castigo eterno. El «éschaton»
o cumplimiento último es exclusivamente positivo: no existe un «éschaton»
negativo. Es el bien, no el mal, el que tiene la última palabra. Este es el
mensaje y esta la praxis de la vida de Jesús de Nazaret” (55). El dominico de
Nimega ignora que Dios triunfa por su misericordia con los que se salvan y
triunfa por su justicia con los que se condenan, y que aún con éstos tiene
misericordia “en cuanto son castigados menos de lo que lo merecen” (56). O como
decía Santa Catalina de Siena en una oración dirigida al Padre celestial: “En el
infierno resplandece tu gloria por la justicia que se verifica en los
condenados; más también obra con ellos la misericordia, puesto que no tienen el
castigo tan grande como habían merecido” (57).
Schillebeeckx ignora que el mensaje y la vida de Jesús de Nazareth incluye la
clarísima enseñanza de que existe el infierno con su pena de daño: “Apartaos de
mí, malditos...”, con su pena de sentido: “...id al fuego...”, con su eternidad:
“...eterno...”, y con sus habitantes: “E irán éstos a un castigo eterno”. No
deben creer que “Jesucristo ha venido en carne” (1Jn 4, 2) quienes niegan
verdad, autoridad y utilidad a todas sus palabras. Quienes creemos que Él es “el
Verbo [que] se hizo carne” (Cf. Jn 1, 14) confesamos, y por ello estamos
dispuestos a dar la vida si fuese necesario, a Cristo: “Tú tienes palabras de
vida eterna” (Jn 6, 68). Y también son palabras de vida eterna sus palabras
sobre el infierno.
Schillebeeckx sostiene que no hay simetría entre la noción de cielo y la de
infierno, y por tanto, la noción de infierno no puede hacer de contrapunto a la
del cielo, pero no se da cuenta que el más perfecto contrapunto del cielo es el
“infierno” que él propone, ya que contrapone al mismo Ser Subsistente -que es el
objeto de la visión y fruición del cielo-, el nihil -la nada- en que terminan
los condenados, en su teoría. Para Santo Tomás no hay ningún contrapunto entre
la predestinación y la reprobación. La primera es toda obra de Dios
correspondida por el hombre; la segunda, comienza por la desviación de la
criatura que prefiere la carencia a la plenitud del ser. En la aniquilación de
Schillebeeckx no hay lugar para Dios; en el infierno revelado hay lugar para
Dios que, naturalmente, está por esencia, presencia y potencia, y en la
conciencia de los condenados que allí sí saben lo que perdieron por culpa
propia. Tal vez en ningún otro punto de doctrina se vé tanto la asimetría entre
la fe católica y la fe progresista, como en éste del infierno.
Por el contrario, la Iglesia Católica enseña, sin ir más lejos en mayo de 1979,
con toda claridad que “Ella cree en el castigo eterno que espera al pecador, que
será privado de la visión de Dios, y en la repercusión de esta pena en todo su
ser... Esto es lo que entiende la Iglesia cuando habla del infierno...” (58).
Nosotros debemos hacer caso a quien Jesucristo prometió la indefectibilidad y no
a los teólogos del disenso.
Me parece que la principal dificultad contra la doctrina católica del infierno
brota, justamente, de no conocer lo que es el amor: “¿quién puede garantizar,
sin destruir el mismo amor, que el amor realmente ofrecido no puede convertirse
en un amor libremente rehusado?” (59). Genialmente el Dante colocó en la entrada
del infierno: “Los que entráis aquí, abandonad toda esperanza”; y agregó:
“La Justicia movió a mi sublime Hacedor;
Soy la obra del Divino Poder,
de la Suprema Sabiduría y del Primer Amor”.
Comenta el P. Lacordaire: “Si fuese únicamente la justicia la que hubiese
abierto el abismo, aún tendría remedio; pero es también el amor, el Primer Amor,
quien lo ha hecho: he ahí lo que suprime toda esperanza. Cuando uno es condenado
por la justicia, puede recurrir al amor; pero cuando es condenado por el amor,
¿a quién recurrirá? ... El amor no es un juego. No se es amado impunemente por
un Dios, no se es amado impunemente hasta la muerte de cruz. No es la justicia
la que carece de misericordia; es el amor mismo el que condena al pecador. El
amor -lo hemos experimentado demasiado- es la vida o la muerte; y si se trata
del amor de Dios, es la vida eterna o la eterna muerte” (60).
Por eso, sabiamente afirma Cornelio Fabro: “sin la eternidad de las penas del
infierno y sin infierno la existencia se convierte en una gira campestre” (61),
en un pic-nic. Cita a Kierkegaard: “Una vez eliminado el horror a la eternidad
(o eterna felicidad o eterna condenación), el querer imitar a Jesús se convierte
en el fondo en una fantasía. Porque únicamente la seriedad de la eternidad puede
obligar, pero también mover, a un hombre a cumplir y a justificar sus pasos”.
Los progresistas han eliminado el horror a la eternidad y sus predicaciones, sus
acciones pastorales, su evangelización ...¡son una fantasía! Sin eternidad el
seguimiento de Cristo ...¡es una fantasía! No quieren la seriedad de la
eternidad y por eso son incapaces de obligarse, moverse, cumplir y justificar
sus acciones. Sin la posibilidad concreta de la eterna condenación, la eternidad
del cielo es fútil, pueril, insignificante. La pérdida de la seriedad de la
eternidad, y no la supuesta falta de vocación, está en la base de la
claudicación de tantos sacerdotes y religiosas (62).
Quien no está convencido de la seriedad de la eternidad, no convence a nadie,
sus palabras son aire que se lleva el viento y sus obras pesan lo que tela de
araña. ¿A quién puede convencer la frivolidad del infierno gnóstico, producto de
la cultura de la trivialización?
Todavía hay que decir más. Los que quieren extender en demasía la misericordia,
en el fondo, la acortan. Así es. Algunos se creen muy misericordiosos, pero en
el fondo son crueles, porque si se terminase el castigo para los ángeles malos y
los condenados, no se ve porqué motivo no se terminaría la bienaventuranza para
los ángeles y los santos. Enseña Santo Tomás: “Así como los ángeles buenos son
bienaventurados por su conversión a Dios, del mismo modo los ángeles malos son
reprobados por su aversión a Dios. Por tanto, si la miseria de los ángeles malos
alguna vez hubiere de terminar, también la bienaventuranza de los buenos tendría
fin, lo cual es inadmisible” (63). Y en otra parte explica porque este error de
Orígenes fue reprobado por la Iglesia: “porque, por una parte, extendía
demasiado la misericordia de Dios, y por otra la coartaba demasiado. Pues la
misma razón parece que hay para que los ángeles buenos permanezcan en la
bienaventuranza eterna y que los ángeles malos sean castigados para siempre. De
ahí que, así como afirmaba que los demonios y las almas de los condenados en un
tiempo serían librados de las penas, así decía que los ángeles buenos y las
almas de los bienaventurados volverían de la bienaventuranza a las miserias de
la vida” (64). Y aún: “Es totalmente irracional [pensar que terminará en algún
tiempo el castigo de los condenados]. Del mismo modo que los demonios están
obstinados en su malicia, y por eso estarán eternamente castigados, así están
también las almas de los hombres que mueren sin caridad, dado que ‘la muerte es
para los hombres lo que la caída para los ángeles’ (65) como dice San Juan
Damasceno” (66).
___________________
Notas:
45 S.Th., Suppl. 99, 1.
46 Dz. 211.
47 “...a dos
pasos...”, esto no es más que la imaginación del A. Si hiciese más caso al
Evangelio de Jesucristo se daría cuenta que “entre nosotros y vosotros se
interpone un gran abismo” (Lc 16, 26). El infierno no está a dos pasos del cielo
como pretende Schillebeeckx.
48 Soy un
teólogo feliz, Entrevista con Francesco Strazzari, Soc. Educación Atenas,
Madrid, 1994, pp. 100-101.
49 Es claro
que Schillebeeckx niega el infierno. Para él la lógica del bien, tal como se
expresa en la praxis del reino, lleva, sobre la base de la promesa y de la
gracia, al cumplimiento final de la felicidad eterna; la lógica del mal no
lleva, en cambio, a ninguna parte; y si hay alguno que es capaz, en su vida, de
separarse total y definitivamente de la comunión con el Dios de la vida, este
está destinado a la aniquilación de su propio ser: “pero no hay ningún reino de
sombras infernal junto al reino de Dios de la felicidad eterna.[...] El éschaton,
o sea, lo que es último, es exclusivamente positivo. No hay ningún éschaton
negativo. El bien, no el mal, tiene la última palabra. Este es el mensaje y la
característica de la praxis humana de Jesús de Nazaret, a quien, por esto, los
cristianos confiesan como el Cristo” (E. Schillebeeckx, El hombre, imagen de
Dios).
50 Ibid.,
nota 48.
51 Michael
Schmaus, Teología Dogmática, Ed. RIALP, Madrid, 1965, t. VII, p. 429.
52
Ibid., nota 48.
53 S. Th., Suppl., 99, 1,
ad 6.
54 S. Th., I, q. 104, a. 4,
c.
55 Ibid., nota 48.
56 S.Th., Suppl.,99, 2, ad 1.
57 Taurisano, Preghiere ed
elevazioni de S. Caterina, Roma, 1932, p. 105.
58 Sagrada Congregación
para la Doctrina de la Fe, Carta sobre algunas cuestiones referentes a la
escatología, del 17 de mayo de 1979, publicada en Mundo Mejor del 4 de agosto de
1979.
59 Cf. Martelet, G.,
L’audelà retrouvé, París, 1975, p. 182; citado por Juan L. Ruiz de la Peña, La
otra dimensión. Escatología cristiana, Ed. Sal Terrae, Santander, 1986, p. 265.
60
Conferencias de Nuestra Señora de París, conf. 72 (año 1851). Cf. Obras
completas, traducción del P. Castaño, Madrid, 1926, t. 7, pp. 186-187. (Citado
por Antonio Royo Marín, O.P., Teología de la Salvación, B.A.C., Madrid, 1965, p.
328).
61 La
aventura de la teología progresista, Eunsa, Pamplona, 1976, p. 230.
62 Afirma
Hans Küng: “...No es extraño que actualmente ni a los mismos obispos les resulte
fácil responder convincentemente a la pregunta de por qué permanecer en la
Iglesia o simplemente en el ministerio, cuando ya no se puede amenazar con el
infierno...” (Mantener la esperanza. Escritos para la reforma de la Iglesia, Ed.
Trotta, 1993, p. 18). En la actualidad más de 900 sacerdotes abandonan el
ministerio (cf. L’Osservatore Romano, del 27 de mayo 1994, p. 7); y según el
CELAM en América Latina cada 30 minutos 200 católicos dejan la Iglesia Católica
para pasar a las sectas (AICA, nº 2066, 24 de julio de 1996, p. 157).
63 IV
Sent. d. 46, q. 2, a. 3 sc. praet.
64 IV Sent. d. 46, q. 2, a.
3, sol.1; cf. Suppl. 99, 2, c.
65 De fide orth. lib. 2,
cap. 4.
66 IV Sent. d. 46, q. 4,
sol. 2; cf. Suppl.
99, 3.
Autor: P. Carlos M. Buela, IVE | Fuente: www.iveargentina.org
¿Hay condenados en el infierno?
Una eternidad sin nadie que, de hecho, se haya condenado ni se vaya a condenar, es una eternidad frívola, no seria, es un infierno “light”
El infierno "vacío"
Hoy día algunos pretenden que el infierno está deshabitado. Piensan que no hay
condenados de hecho. Los textos que hablan del infierno no serían más que
amenazas que nunca se realizarán. Orígenes admitía condenados temporales, ahora
se niega la existencia misma de condenados.
En el Concilio Vaticano II un Padre pidió que se declarase que había, de hecho,
condenados en el infierno, porque si no, el infierno sería una mera hipótesis
(67). La Comisión teológica juzgó que no era necesario introducir esa
declaración porque los textos neotestamentarios citados en el documento
conciliar tienen forma gramatical futura (68); no son verbos en forma hipotética
o condicional, sino en forma futura. “Irán” supone, como cae de maduro, que
alguien irá (69).
Las explicaciones de la Comisión teológica son el presupuesto de las votaciones
y constituyen la interpretación oficial del texto. Si algún Padre no hubiese
estado de acuerdo con la interpretación hubiese votado “non placet”. De modo tal
que estamos frente a la interpretación oficial de cómo entiende el Concilio
Vaticano II esos pasajes bíblicos y lo entiende en el sentido de que hay y habrá
condenados de hecho, excluyendo la interpretación meramente hipotética del
infierno.
Una vez más comprobamos que algunos que se creen los adalides del Concilio
Vaticano II son los que más ignoran sus textos y la interpretación correcta de
los mismos.
La fe católica afirma sin ambages que hay condenados en el infierno y que no fue
destruido por Jesucristo. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, citando
enseñanzas anteriores del Magisterio de la Iglesia: “Jesús no bajó a los
infiernos para liberar de allí a los condenados (70) ni para destruir el
infierno de la condenación (71), sino para liberar a los justos que le habían
precedido” (72). Por eso enseña Mons. José Capmany Casamitjana, Obispo Director
Nacional de las Obras Pontificias Misionales de España: “Lo cierto es que el
infierno existe y que allí hay y habrá condenados” (73),y los que tienen un
mínimo de sentido común deducen: “Y yo puedo ser uno de ellos. Pondré todos los
medios para evitarlo”.
Ciertamente que la Iglesia no tiene poder para declarar quienes son los que se
han condenado. No existe una suerte de canonización al revés. Más aún, la
incapacidad que tiene la Iglesia para señalar quien está en el infierno, es
salvífica. En la Iglesia, nadie tiene poder para destruir, sino sólo para
construir: “...conforme al poder que me dio el Señor para edificación nuestra y
no para destruir” (cf. 2 Cor. 13,10).
Se cuenta de San Vicente Pallotti que un día el santo sacerdote acompañaba al
suplicio a un asesino del peor género, que rehusaba obstinadamente arrepentirse,
se mofaba de Dios y blasfemaba hasta en el cadalso. El P. Palotti había agotado
ya todos lo medios de conversión: estaba en el tablado al lado de aquel
miserable; bañado de lágrimas el rostro, se había echado a sus pies,
suplicándole que aceptase el perdón de sus crímenes, mostrándole el anchuroso
abismo en que iba a caer. A todo esto, el criminal había respondido con un
insulto y una blasfemia, y su cabeza acababa de caer al golpe de la fatal
cuchilla. En la exaltación de su fe, de su dolor e indignación, y también para
que aquel horrible escándalo se trocase para la muchedumbre de los asistentes en
saludable lección, el piadoso eclesiástico se levanta, toma por los cabellos la
ensangrentada cabeza del ajusticiado y presentándola a la multitud: “¡Mirad!,
exclamó con voz atronadora; ¡mirad bien!; ¡he aquí la cara de un condenado!” Se
dice que este sólo hecho basto para retardar el proceso de beatificación. ¡Hasta
tal punto la Iglesia es misericordiosa! (74).
Del Santo Cura de Ars solamente se cita un caso en el cual pareció temer por la
suerte eterna de un difunto. “Una persona recién llegada de París o de sus
alrededores -refiere Hipólito Pagés- le preguntó donde estaba el alma de uno de
sus parientes recientemente fallecido. Recibió esta respuesta, sin comentario
alguno: ‘No quiso confesarse a la hora de la muerte’. Desgraciadamente, era muy
cierto: el moribundo había rechazado al sacerdote. El Cura de Ars no podía
saberlo de antemano” (75).
Ni del mismo Judas se puede afirmar con seguridad, a pesar de que hay varios
textos bíblicos que parecieran abonar la hipótesis de su condenación. De hecho,
San Vicente Ferrer afirmaba que se había salvado (76).
En nombre de la misericordia divina
Hacia el 420 San Agustín (77) indica distintas teorías sobre el infierno,
actuales en aquel entonces:
1- Algunos creían que todos los pecados eran expiados en vida o después de
morir;
2- Otros sostenían que Dios no condenaría a nadie por la intercesión de los
santos;
3- Otros sostenían que ningún bautizado, ni aún los herejes, se condenarían;
4- Había quienes limitaban la salvación a todos los bautizados en la Iglesia
católica, que aunque cayesen en idolatría y ateísmo no se condenarían para
siempre;
5- Otros decían que los que perseveraran en la fe, aunque cayesen en pecados
graves, se salvarían;
6- Algunos afirmaban que sólo se condenarían los despiadados.
Ideas todas que fueron defendidas en nombre de la misericordia divina, como pasa
ahora también. Todos los hombres y mujeres estarían confirmados en gracia.
San Agustín refutó todas esas teorías: “Después del juicio final unos no querrán
y otros no podrán pecar... Los unos viven en la vida eterna una vida
verdaderamente feliz, los otros seguirán siendo desventurados en la muerte
eterna, sin poder morir: ni unos ni otros tendrán fin... La muerte eterna de los
condenados no tendrá fin y el castigo común a todos consistirá en que no podrán
pensar ni en el fin, ni en la tregua, ni en la disminución de sus penas” (78).
Ya hemos visto cómo en nombre de la misericordia divina Schillebeeckx niega el
infierno. Pero hay otros teólogos católicos, no “infernalistas” como dice uno de
ellos, que pareciera que, de hecho, creen que el infierno está vacío, como
Teilhard de Chardin, Rahner y von Balthasar (79), que consideran el infierno
como una posibilidad real de desastre final pero, al mismo tiempo, insisten en
el deber de “esperar para todos”, según R. Gibelli (80). A primera vista
pareciera que la postura de Schillebeeckx es más grave, sin embargo, este último
es más peligroso engaño.
Una eternidad sin nadie que, de hecho, se haya condenado ni se vaya a condenar,
es una eternidad frívola, no seria, es un infierno “light”. No vale la pena
luchar por evitarlo, si de hecho se evita; por tanto tampoco vale la pena
esforzarse por ganar la otra eternidad, que nos es dada sin esfuerzo. La
propuesta del infierno progresista es una propuesta autoritaria y demagógica.
Autoritaria, porque todos, aunque no quieran, se salvan; demagógica, porque como
los políticos actuales hacen promesas fáciles de eterna salvación, que luego no
cumplirán, muchos se enterarán cuando ya sea tarde, y ¿a quién reclamarán?
Un infierno vacío no es un infierno salvífico; por el contrario, un infierno
habitado, sí, es salvífico. Por eso está revelado: “...irán...”, y como toda
revelación sobrenatural, es una revelación salvífica.
Negar el infierno -en alguno o en todos sus elementos- es una forma de univocar
el ser, de homogeneizarlo, lo cual es típico de todo sistema gnóstico. El
infierno “light” es, en el fondo, un infierno hegeliano, es decir, una idea del
infierno, no un infierno real, concreto, de hecho; es un “flatus vocis”, no un
acontecimiento. Digamos que a la pastoral del “flatus vocis”, corresponde un
infierno que es un “flatus vocis”. Los que afirman que no hay condenados en el
infierno, se inscriben en la misma línea ideológica de los que niegan la
transmisión por generación del pecado original, o niegan la Encarnación
verdadera y real de nuestro Señor, o su resurrección corporal (81), o la
integridad biológica de la Virgen María, o la presencia física de Cristo en la
Eucaristía. Algunos no niegan descaradamente el infierno, ni el pecado original,
ni la Encarnación del Verbo, ni la resurrección, ni la virginidad de María, ni
la Eucaristía; pero sí niegan aquello que verifica, sustenta, a modo de
preambula fidei la realidad del infierno, del pecado original, de la
Encarnación, de la resurrección, de la virginidad, de la presencia real en la
Eucaristía. Es decir, imitan la actitud inconsciente de quien serrucha la rama
donde está sentado. Este infierno de ficción es una pamplinada más del
progresismo. Es un infierno vano y nimio, como repulgo de empanada.
¡Qué diferencia! Antes se decía que había un cartel en la entrada del infierno:
“Los que entráis aquí abandonad toda esperanza”; ahora cambiaron la leyenda del
cartel por: “Prohibido entrar”. Antes: “Aquí no hay salvación”; ahora: “Se
alquila. Desocupado”. Antes los malos iban al infierno; ahora si hay infierno
Dios es malo.
Mucho tiempo atrás ya advertía San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la
Iglesia, sobre los misericordiosistas: “Pero ¡Dios es tan misericordioso! Sí; es
misericordioso, pero no es tan estúpido que vaya a obrar irracionalmente; ser
misericordioso con quienes quieren continuar ofendiéndole no sería bondad, sino
estupidez de Dios. Dice el Señor: ¿Ha de ser malo tu ojo porque yo soy bueno? (Mt
20,15) Y porque yo soy bueno, ¿tú quieres ser malo? Dios es bueno, pero también
es justo, y, por tanto, nos exhorta a observar su santa ley si queremos
salvarnos: Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos (Mt 19,17). Si
Dios fuera misericordioso con todos los hombres, buenos y malos; si concediera a
todos la gracia de convertirse antes de morir, sería ocasión de pecado hasta
para los buenos; pero no, que cuando llega el término de sus misericordias
castiga y no perdona más. Y mis ojos no se compadecerán de ti ni me apiadaré (Ez
7,4); por lo que nos avisa: Rogad que vuestra fuga no sea en invierno ni en
sábado (Mt 14,20). En el invierno no se puede actuar por el frío ni en el sábado
por la ley; lo que significa que para los pecadores impenitentes vendrá tiempo
en que quisieran darse a Dios y se verán impedidos de hacerlo por sus malos
hábitos” (82).
Sabias palabras que hay que sopesar atentamente:
- Dios es misericordioso, pero no estúpido;
- Dios es misericordioso, pero su misericordia es regulada por su sabiduría
(83);
- Dios es Amor, pero no obra irracionalmente;
- Dios es bueno, pero no para que nosotros seamos malos; si Dios fuese bueno
para que nosotros seamos malos, Dios no sería bueno;
- Dios es bueno, pero es justo (84);
- Si Dios salvase a todos, si quisiese con voluntad eficaz la salvación de todos
los hombres, sean buenos o sean malos, Dios sería ocasión de pecado aún para los
buenos, o sea, que si no castigase a los malos induciría a los buenos a que se
hiciesen malos, ya que sería lo mismo. Ese absurdo, que en Dios no se da, sí se
da en predicadores, catequistas o formadores que niegan el infierno por el
motivo que fuese -niegan la pena de daño, o la de sentido, o la eternidad, o lo
vacían-: ellos sí, de hecho, son ocasión de pecado aún para los buenos. Dios
quiere con voluntad antecedente la salvación de todos los hombres, pero con
voluntad consecuente, luego del pecado no retractado, quiere castigar a algunos.
Sugiero que en nuestras Congregaciones religiosas se invite, tempestivamente, a
quienes nieguen cualquier aspecto del infierno, a que salgan de nuestra familia
religiosa. Que no nos pase, lo que ha pasado con tantos otros. Tápense los oídos
cuando alguien hable negando la terrible realidad del infierno, esos son retoños
del Maligno que trabajan para él. Son lobos con piel de oveja.
Si Dios quisiese con voluntad eficaz la salvación de todos los hombres, ¿para
qué la Encarnación de su Hijo?, ¿para qué la muerte en cruz?, ¿para qué la
Iglesia?, ¿para qué el Papa, los obispos, los sacerdotes y diáconos?, ¿para qué
la nueva evangelización?, ¿para qué las Conferencias Episcopales, las Curias, el
CELAM y todos los demás organismos?, ¿para qué los sacramentos?, ¿para qué la
liturgia?, ¿para qué la Palabra de Dios, la Biblia?, ¿para que la predicación?,
¿para qué evangelizar la cultura?, ¿para qué la misión ad gentes?, ¿para qué
tratar “sobre la Iglesia en el mundo actual”?, ¿para qué el diálogo, con los
otros cristianos, con los que creen en Dios, con los que no creen en nada?,
¿para qué trabajar en el areópago de los medios de comunicación?, ¿para qué...?
El infierno se puebla más con la “misericordia” que con la justicia. El
progresismo es antifrástico -como al gordo que le dicen flaco-: quieren un
infierno vacío y lo único que logran es poblarlo más. Son los colonizadores del
infierno. Un infierno deshabitado es un infierno fatal para los hombres.
Es también San Alfonso el que enseña: “Cierto autor indicaba que el infierno se
puebla más por la misericordia que no por la justicia divina; y así es, porque,
contando temerariamente con la misericordia, prosiguen pecando y se condenan.
Dios es misericordioso. ¿Pero, quién lo niega? Y, a pesar de ello, ¡a cuántos
manda hoy día la misericordia al infierno! Dios es misericordioso, pero también
justo, y por eso está obligado a castigar a quien lo ofende. Él usa de
misericordia con los pecadores, pero sólo con quienes luego de ofenderle lo
lamentan y temen ofenderlo otra vez: Su misericordia por generaciones y
generaciones para con aquellos que le temen (85), cantó la Madre de Dios. Con
los que abusan de su misericordia para despreciarlo, usa de justicia. El Señor
perdona los pecados, pero no puede perdonar la voluntad de pecar. Escribe San
Agustín que quien peca con esperanza de arrepentirse después de pecar, no es
penitente, sino que se burla de Dios (86). El Apóstol nos advierte que de Dios
no se burla uno en vano: De Dios nadie se burla (87). Sería burlarse de Dios
ofenderlo como y cuanto uno quiere y después ir al cielo” (88).
Leí un artículo muy ambiguo: “Díme cómo es tu infierno y te diré quién es tu
Dios” (89), lo cual vale también para saber cómo es la persona que opina sobre
el infierno. Si tu infierno está vacío, tu dios es estúpido y vos lo mismo. Si
tu infierno es “light”, tu dios es “light”, y vos sos un hombre “light”.
Los infernovacantistas lo único que han dejado vacíos son los conventos, los
seminarios y los noviciados. Muchos se quejan de que no tienen vocaciones, pero
si no creen en la eternidad, ¿cómo podrán convencer a los jóvenes que vale la
pena entregarlo todo por Cristo? En toda decisión vocacional a la vida
consagrada está presente la dimensión escatológica. Cuando ésta falta, falta la
motivación para hacer algo que valga la pena. Sin eternidad es imposible que
haya vocaciones a la vida consagrada: “...es constante la doctrina que la
presenta como anticipación del Reino futuro. El Concilio Vaticano II vuelve a
proponer esta enseñanza cuando afirma que la consagración ‘anuncia ya la
resurrección futura y la gloria del reino de los cielos’ (90). Esto lo realiza
sobre todo la opción por la virginidad, entendida siempre por la tradición como
una anticipación del mundo definitivo, que ya desde ahora actúa y transforma al
hombre en su totalidad” (91).
Los infernovacantistas disminuyen la grandeza del misterio pascual y transforman
la necesidad y urgencia de la nueva evangelización en una suerte de nuevo
proselitismo. Son los agoreros de “los cielos nuevos y la tierra nueva”
profetizados y prometidos (Is 65, 17 y cf. 66, 22; 2Pe 3, 13).
_____________
Notas:
67 “Unus Pater vult aliquam sententiam introduci ex que appareat reprobos de
facto haberi (ne damnatio ut mera hypotesis maneat”. Schema Constitutionis
dogmaticae de Ecclesia, Modi VI, cap. 7, nº 40, p. 10.
68 “Ceterum in n. 48 Schematis citantur verba evangélica quibus Dominus ipse in
forma grammaticaliter futura de reprobis loquitur” (ibid., nota anterior).
69 Prescindimos en este trabajo de la cuestión si son muchos o pocos los que se
salvan. No entra dentro de nuestro intento ocuparnos de esa cuestión.
70 Cf. Concilio de Roma, año 745: DS, 587: “...Clemens, qui per suam stultitiam
sanctorum Patrum statuta [scripta] respuit vel omnia synodalia acta [parvipendit],
/.../ insuper et dominum Iesum Christum descendentem ad inferos omnes [!] pios
et impios exinde praedicat [simul inde] abstraxisse...” (“...Clemente, quien por
su estulticia rechazó los escritos de los Santos Padres o (tuvo en poco) las
actas sinodales, /.../ dijo también que el Señor Jesucristo descendiendo a los
infiernos extrajo a todos los píos y a los ímpios”).
71
Cf. Benedicto XII, libelo Cum dudum: DS, 1011: (“ ...sed dicunt, quod Christus
propter salutem hominum est incarnatus et passus, quia per suam passionem filii
Adam, qui dictam passionem praecesserunt, fuerunt liberati ab inferno, in quo
erant non ratione originalis peccati quod in eis esset, sed ratione gravitatis
peccati personalis primerum parentum. Credunt etiam, quod Christus propter
salutem puerorum qui nati fuerunt post eius passionem, incarnatus fuit et passus,
quia per suam passionem destruxit totaliter infernum...”.
(“Pero ([los armenios] dicen que
Cristo se encarnó y padeció por la salvación de los hombres, porque por su
pasión los hijos de Adán que a dicha pasión precedieron fueron liberados del
infierno, en el cual estaban no en razón del pecado original que en ellos había
sino en razón de la gravedad del pecado personal de los primeros padres. Creen
también que Cristo se encarnó y padeció por la salud de los niños que nacieron
después de su pasión, porque por su pasión destruyó totalmente el infierno”.);
Clemente VI, c. Super quibusdam: DS, 1077: “Quod Christus non destruxit
descendendo ad inferos inferiorem infernum” (“Cristo descendiendo a los
infiernos no destruyó el infierno inferior”).
72 Nº 633.
73 Gran Enciclopedia Rialp (GER), t. 12, p. 710.
74 Cf. Mons. de Segur, El Infierno, Iction, Buenos Aires, 1980, pp. 150-151
75 La declaración consta en el Proceso del Ordinario, p. 449.
76 Cf. Henri Gheón, Vicente Ferrer y su tiempo.
77 La Ciudad de Dios, cap. 21, sec. 17, 22.
78 Enchiridion, cap. 29, sec. 111 y 113.
79 Por ejemplo, afirma: “Il Crocifisso non soffre semplicemente l’inferno
meritato dai peccatori; egli soffre qualcosa che é al di lá e al di sotto de
essi: un abbandono da parte di Dio in pura obbedienza de amore, cui egli
soltanto é capace in quanto é il Figlio, e che abbraccia da sotto
qualitativamente ogni possibile inferno. Ció elimina in un modo ancora piú
radicale la simmetria giudiziaria veterotestamentaria” (TeoDrammatica. L’Ultimo
Atto, V. 5, ed. Jaca Book, 1986, p. 237 ).
“Previamente si deve avvertire che tutte le parole del Signore indicanti la
possibilitá di una eterna dannazione sono prepasquali” (idem, p.238).
“Il Signore non é morto soltanto per i buoni che subito si aprono a lui, ma
anche por i cattivi e gli si negano. Egli ha tempo di aspettare fino a che anche
i dispersi figli de Dio siano raggiunti dalla sua luce. Giacché anche il cattivo
non é fuori dalla zona del suo potere, e la dispersione del Signore abbraccia e
supera anche la dispersione dei peccatori” (idem, p. 239).
“Nella passione egli deve soffrire per tutti coloro che senza di lui avrebbero
meritato l’inferno. Cosí la tenebra dei peccati rimane recinta dalla tenebra
dell’ amore, come la patisce il Figlio nell’abbandono di Dio” (idem, p. 241).
“Nell’inferno rimarrebbe, come realtá dannata difinitiva il peccato staccato dal
peccatore mediante l’opera della croce, una realtá non assolutamente nulla a
causa della forza in essa investita dall’uomo. I peccati vengono rimessi, divisi
da noi, da noi distolti. Vengono rinciati lá dove é tutto ció che Dio non vuole
a che condanna: nell’inferno. Questo é il loro luogo. Che un luogo simile ci sia
é, nella storia che va dal peccato originale alla redenzione, molto piú
importante che se non ci fosse, perché é la permanente testimonianza della
remissione dei peccati. In questo censo l’inferno é addirittura un regalo della
grazia divina” (idem, p.269).
80 La teología de XX secolo, Queriniana, Brescia 1992, p. 368: “...lo stesso Von
Balthasar, che prospettano l’inferno come una reale possibilita del fallimento
finale, ma insieme insistono sul dovere di ‘sperare per tutti’”.
81 Cf. mi artículo La resurrección, ¿mito o realidad?, Mikael, año 2, nº 6.
82 Obras Ascéticas, Sermón 34, De la impenitencia, t. II, B.A.C., 1954, p. 749.
83 Cf. S. Th., Suppl., 99, 2, ad 1.
84 Que Dios sea bueno nos da esperanza, que evita la desesperación; que Dios sea
justo nos infunde temor, que evita la presunción (cf. SantoTomás, Ad Rom. 11,
22).
85 Lc 1, 50.
86 “Irrisor est, non poenitens” (Ad. Fr. in er., s. ), cit. en San Alfonso, ver
nota 87.
87 Gal 6, 7.
88 Sermón 32, Ilusiones del pecador, op. cit., pp. 731-732.
89 Boletín salesiano, agosto 1993, nº 510, p.10 y ss.
90 Constitución dogmática Lumen gentium, 42.
91 Exhortación apostólica post-sinodal Vita consecrata, nº 26.