Transfiguración, lo que Cristo es
Segundo domingo
Cuaresma.
¿Sabemos nosotros llenar esos pozos de tristeza con la auténtica felicidad, que es Cristo?
Autor: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net
La Transfiguración del Señor es particularmente
importante para nosotros por lo que viene a significar. Por una parte,
significa lo que Cristo es; Cristo que se manifiesta como lo que Él es ante
sus discípulos: como Hijo de Dios. Pero,además, tiene para nosotros un
significado muy importante, porque viene a indicar lo que somos nosotros, a
lo que estamos llamados, cuál es nuestra vocación.
Cuando Pedro ve a Cristo transfigurado, resplandeciente como el sol, con sus
vestiduras blancas como la nieve, lo que está viendo no es simplemente a
Cristo, sino que, de alguna manera, se está viendo a sí mismo y a todos
nosotros. Lo que San Pedro ve es el estado en el cual nosotros gloriosos
viviremos por la eternidad.
Es un misterio el hecho de que nosotros vayamos a encontrarnos en la
eternidad en cuerpo y alma. Y Cristo, con su verdadera humanidad, viene a
darnos la explicación de este misterio. Cristo se convierte, por así decir,
en la garantía, en la certeza de que, efectivamente, nuestra persona humana
no desaparece, de que nuestro ser, nuestra identidad tal y como somos, no se
acaba.
Está muy dentro del corazón del hombre el anhelo de felicidad, el anhelo de
plenitud. Muchas de las cosas que hacemos, las hacemos precisamente para ser
felices. Yo me pregunto si habremos pensado alguna vez que nuestra felicidad
está unida a Jesucristo; más aún, que la Transfiguración de Cristo es una
manifestación de la verdadera felicidad.
Si de alguna manera nosotros quisiéramos entender esta unión, podríamos
tomar el Evangelio y considerar algunos de los aspectos que nos deja
entrever. En primer lugar, la felicidad es tener a Cristo en el corazón como
el único que llena el alma, como el único que da explicación a todas las
obscuridades, como dice Pedro: "¡Qué bueno es estar aquí contigo!". Pero, al
mismo tiempo, tener a Cristo como el único que potencia al máximo nuestra
felicidad.
Las personas humanas a veces pretendemos ser felices por nosotros mismos,
con nosotros mismos, pero acabamos dándonos cuenta de que eso no se puede.
Cuántas veces hay amarguras tremendas en nuestros corazones, cuántas veces
hay pozos de tristeza que uno puede tocar cuando va caminando por la vida.
¿Sabemos nosotros llenar esos pozos de tristeza, de amargura o de ceguera
con la auténtica felicidad, que es Cristo? Cuando tenemos en nuestra alma
una decepción, un problema, una lucha, una inquietud, una frustración,
¿sabemos auténticamente meter a Jesucristo dentro de nuestro corazón
diciéndole: «¡Qué bueno es estar aquí!»?
Hay una segunda parte de la felicidad, la cual se ve simbolizada en la
presencia de Moisés y de Elías. Moisés y Elías, para la mentalidad judía, no
son simplemente dos personaje históricos, sino que representan el primero la
Ley, y el segundo a los Profetas. Ellos nos hablan de la plenitud que es
Cristo como Palabra de Dios, como manifestación y revelación del Señor a su
pueblo. La plenitud es parte de la felicidad. Cuando uno se siente triste es
porque algo falta, es porque no tiene algo. Cuando una persona nos
entristece, en el fondo, no es por otra cosa sino porque nos quitó algo de
nuestro corazón y de nuestra alma. Cuando una persona nos defrauda y nos
causa tristeza, es porque no nos dio todo lo que nosotros esperábamos que
nos diera. Cuando una situación nos pone tristes o cuando pensamos en
alguien y nos entristecemos es porque hay siempre una ausencia; no hay
plenitud.
La Transfiguración del Señor nos habla de la plenitud, nos habla de que no
existen carencias, de que no existen limitaciones, de que no existen
ausencias. Cuántas veces las ausencias de los seres queridos son tremendos
motivos de tristeza y de pena. Ausencias físicas unas veces, ausencias
espirituales otras; ausencias producidas por una distancia que hay en
kilómetros medibles, o ausencias producidas por una distancia afectiva.
Aprendamos a compartir con Cristo todo lo que Él ha venido a hacer a este
mundo. El saber ofrecernos, ser capaces de entregarnos a nuestro Señor cada
día para resucitar con Él cada día. "Si con Él morimos -dice San Pablo-
resucitaremos con Él. Si con Él sufrimos, gozaremos con Él". La
Transfiguración viene a significar, de una forma muy particular, nuestra
unión con Cristo.
Ojalá que en este día no nos quedemos simplemente a ver la Transfiguración
como un milagro más, tal vez un poquito más espectacular por parte de
Cristo, sino que, viendo a Cristo Transfigurado, nos demos cuenta de que ésa
es nuestra identidad, de que ahí está nuestra felicidad. Una felicidad que
vamos a ser capaces de tener sola y únicamente a través de la comunión con
los demás, a través de la comunión con Dios. Una felicidad que no va a
significar otra cosa sino la plenitud absoluta de Dios y de todo lo que
nosotros somos en nuestra vida; una felicidad a la que vamos a llegar a
través de ese estar con Cristo todos los días, muriendo con Él, resucitando
con Él, identificándonos con Él en todas las cosas que hagamos.
Pidamos para nosotros la gracia de identificarnos con Cristo como fuente de
felicidad. Pidámosla también para los que están dentro de nuestro corazón y
para aquellas personas que no son capaces de encontrar que estar con Cristo
es lo mejor que un hombre o que una mujer pueden tener en su vida.