Tiempo de Resurrección

Misión Abierta

Mayo - 1999

La resurrección de Jesús constituye el centro del mensaje cristiano. Es el gran acontecimiento, la gran promesa y esperanza. La pastoral evangelizadora implica la concentración en el corazón mismo de la fe. Aunque se ha avanzado mucho en esta línea, la conciencia y la experiencia cristiana tiene que estar más marcada por la esperanza de la resurrección. Los datos sociológicos nos muestran muchas incoherencias entre la fe en Dios y la esperanza de la resurrección de Jesús y de los muertos.

El presente Dossier Abierto ofrece nuevos recursos para comprender, anunciar y celebrar la resurrección de Jesús, que es inicio y promesa de la nuestra. Creer en la resurrección de Jesús es cambiar ya la vida; significa creer en el futuro de la propia vida. Esperar nuestra resurrección es tener ganas de resucitar, es amar lo suficiente a alguien como para necesitar que viva para siempre. Empezar a vivir como resucitados es la forma de hacer creíble la resurrección del Mesías. Es el amor el que hace creíble la esperanza de la resurrección de los muertos.

Con el hecho de editarlo en el tiempo pascual queremos facilitar la predicación y la contemplación del misterio de la resurrección de Jesús en la cincuentena pascual.

 

 

Estudio... por Pedro Belderrain

¿VIDA DESPUES DE LA MUERTE? CREENCIAS DE LOS EUROPEOS

Las investigaciones últimas sugieren que creer en el Dios Cristiano no significa para muchos europeos de hoy creer en la Resurrección. La reencarnación atrae a un buen número de creyentes. Procurando huir de lenguajes técnicos y con una preocupación pastoral nos acercamos a esta realidad.

La década de los noventa ha traído, entre otras muchas cosas, muy interesantes aportaciones al estudio socio. lógico de los fenómenos religiosos en nuestro entorno. No fueron pocos los trabajos que, quizá animándose unos a otros, vieron la luz en los años 90-95. La investigación de calidad dio entonces un gran paso. A ello se ha aludido ya en las páginas de Misión Abierta en distintos momentos. Hoy, más cercano el fin de siglo, esperamos otra oleada de datos y reflexiones que nos ayuden a plantearnos pastoralmente nuevos retos. Mientras tanto, en el deseo de tener pronto esas indagaciones, hemos de operar aún con las cifras de año pasados.

La espera se hace más difícil - hablemos con confianza - en la medida en que las últimas tomas de pulso al estado de lo religioso en Occidente nos han ido sugiriendo la configuración de nuevos escenarios, distintos de los anteriores y, e gran medida, de los que hablan sido previstos. Se hace, por tanta, más urgente que en otros momentos, disponer de nueva panorámicas que permitan profundizar en lo que parece nuevo y distinguir, en la medida de lo posible, lo pasajero de lo que goce de más estabilidad. Algunos autores han llegado a sugerir que los procesos de secularización 'han tocado fondo' en nuestras sociedades. Otros se limitan a subrayar la complejidad de la situación.

Con palabras de Amando de Miguel podemos decir que "la secularización consiste en que mucha gente deja de ir a la iglesia, pero lo que se dice creer, sigue creyendo en Dios, aunque sea a su modo, e incluso en algunas realidades trascendentales de difícil concreción". Francisco Andrés Orizo, autor de trabajos de enorme interés, describe un panorama parecido: los españoles revelamos cierto grado de religiosidad interior y un descenso continuado de la práctica entendida como asistencia a la iglesia. Los últimos datos manejados sugieren que se ha producido en nuestra sociedad una recuperación de los valores del espíritu vinculados a la experiencia religiosa que, en muchísimos casos, alcanzan -tras años de un fuerte descenso- niveles parecidos a los que tenían en 1981. Crece el número de personas que dicen pensar en el significado y objeto de la vida, aumentan la adhesión a las creencias religiosas, el número de quienes se definen como 'persona religiosa', y el peso que los encuestados dicen otorgar a Dios en sus vidas. Los trabajos realizados por otros autores de prestigio, como el vasco Javier Elzo, respaldan esta impresión.

No implica todo esto que sea el momento de 'echar las campanas al vuelo'. Se ha instalado entre nosotros lo que en lenguaje algo técnico podríamos llamar "claro carácter polisémico de los significantes religiosos"; es decir, que las palabras a las que nos adherimos como creencias -Dios, alma, pecado, resurrección- no significan lo mismo para todos. Cada uno de nosotros se ha ido convirtiendo, en gran medida, en el definidor y regulador de su experiencia religiosa. La adhesión sin condiciones a los credos de las iglesias ha dado paso a un determinado tipo de ejercicio de la soberanía de cada uno: a mi me corresponde decidir qué creo, en qué condiciones, y con qué significado. El fenómeno, englobable dentro de lo que se ha llamado la 'individuación', ha arraigado con gran fuerza entre nosotros De ahí a la privatización de la experiencia religiosa y a la llamada 'religión a la carta' hay poca distancia; lo cual no quiere decir que esa siempre se recorra.

¿QUÉ NOS DICEN LOS NUMEROS?

Hay quien ha escrito que España es el país donde más estudios sociológicos sobre la juventud se han realizado en las últimas décadas. Es posible. Tampoco han faltado los estudios sobre adultos. Ello nos permite acercarnos a las realidades con cierta perspectiva, comparándonos en el tiempo con nosotros mismos o en el espacio con otras naciones. Las posibilidades son abundantes y respaldadas por equipos e instituciones de calidad.

En la tabla uno vemos cuál es el porcentaje de españoles que dice creer en una serie de 'verdades religiosas'. Es fácil observar el fenómeno al que antes nos referíamos: el nivel de adhesión a muchas de ellas alcanza en 1994 cotas que eran desconocidas desde principios de los 80.

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Si nos acercamos a ver cómo se distribuye la fe "en la vida después de la muerte" en las diversas edades (tabla dos) nos encontramos con que prácticamente la mitad de los españoles creen en la existencia de otra vida. Llama la atención que el grupo de personas más reacio a esta creencia ha ido variando con el tiempo, lo cual sugiere la posibilidad de que se trate no de un fenómeno vinculado a la edad, sino a una determinada 'generación'.

<Imagen: tabla2.gif (22004 bytes)>Lamentablemente la pregunta sobre 'la resurrección de los muertos' fue únicamente incluida en las investigaciones de 1990 y 1994. De todos modos el estudio realizado por Elzo y su equipo en 1994 puede sugerirnos qué entienden los españoles al hablar de 'resurrección'. Seleccionamos algunos de sus datos para no aburrir con demasiados números. (Tabla 3)

No tenemos argumentos suficientemente fundamentados para decir que los católicos españoles comprenden la resurrección como lo hacen los jóvenes católicos; pero si podemos pensar que en gran medida puede ser así. Llama la atención la diferencia importante -ya señalada por autores serios como Díaz-Salazar en sus investigaciones- que en algunos temas clave se dan entre quienes se definen como practicantes y quienes no lo son. La visión de estos últimos es muchas veces mucho más cercana a la de los indiferentes o agnósticos. Lo vemos por ejemplo al declarar que la resurrección de Jesús da sentido a la propia muerte (39% frente a 8%) o al manifestar duda ("no se sabe si...": 33/56). Es significativo que sólo un 3% de los practicantes crean que "después de la muerte no hay nada" (el 20% de los agnósticos y el 36% de los ateos de su edad lo creen así); pero también lo es -nos detendremos en ello más tarde- que el 21 % de esos jóvenes practicantes sostengan al mismo tiempo su fe en la reencarnación.

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Cuando los creyentes españoles son interrogados acerca de la solidez con la que se adhieren a sus convicciones (González Anieo y González Blasco lo hicieron en 1992) nos encontramos con que "la existencia de otra vida tras la muerte" es 'creída firmemente' por el 43,8% y 'creída pero con dudas' por el 23,3. Es curioso que sea mayor la cifra de quienes -entre estas mismas personas- dicen creer firmemente en la existencia del cielo (52,3%), cosa que hacen "con dudas" otro 22,ó. Hay, pues, católicos que creen en el cielo pero no en la vida después de la muerte.

LA REENCARNACIÓN CASO DIGNO DE ATENCIÓN

Al comentar cómo las cifras de adhesión a verdades religiosas han repuntado hasta llegar casi a las de 1981, Andrés Orizo advierte que hay una creencia que destaca 'por exceso': el número de personas que creen en la reencarnación ha superado las cotas de entonces. Jan Kerkhofs, alma del grupo que estudia los valores de los europeos desde 1980, lo ha dicho con claridad: "la fe en la vida después de la muerte no puede identificarse con la resurrección de los muertos".

La adhesión a la doctrina de la reencarnación ha sido estudiada con detalle en los últimos años. En 1990 se trataba de una creencia compartida por el 22% de los estadounidenses y el 21% de los europeos (un 27% en Suiza o Canadá; un 13% en Bélgica o Noruega). Los españoles eran entonces el 20%.

El estudio detallado del tema nos ofrece algunas sugerencias interesantes. En primer lugar, que se trata de una creencia más extendida entre las mujeres en todos los grupos de edades tanto en Europa como en España. Es también importante señalar que desde principios de los 80 el número de personas que se adhieren a la reencarnación ha crecido fundamentalmente entre los más jóvenes. Pero lo más llamativo -y de relieve- es que puede decirse que "a más religioso más fe en la reencarnación". Preguntados sobre ella, ésta tiene más adeptos entre quienes se dicen religiosos -damos siempre datos europeos- (27%) que entre quienes dicen no serlo (15%); entre quienes frecuentan los templos (26%) que entre quienes no practican (18%); entre quienes tienen más confianza en las iglesias (32%) que entre quienes tienen menos (15%). Un ejemplo: un 23% de los católicos europeos de más de 65 años creen en la reencarnación, cuando sólo un 10% de los europeos de esas edades la respalda.

Nos encontramos, por tanto, con un hecho singularmente llamativo, que ha provocado la reacción de teólogos y pastores en toda Europa. En una tendencia afirmable de todo el continente puede decirse que el 43% de quienes dicen creer en la resurrección creen también en la reencarnación. Si nos limitamos a los católicos los estudios señalan que un 40% de los que afirman la resurrección también sostienen la reencarnación (en Francia la cifra es del 53%).

Entre nosotros, prácticamente en todos los tramos de edad la adhesión a las creencias reencarnacionistas ha subido: un 29% en 1994 frente al 25% de 1981. En la actualidad es el grupo de 18-24 años quien se ha puesto a la cabeza de la causa (un 32% de apoyos). Unicamente en ese tramo de edad la fe en la reencarnación supera a la creencia en la resurrección (32% sobre 30%). En todas las demás edades la comparación se salda a favor de la segunda, aumentando la distancia según se estudia a personas más mayores. El resultado final es el ya expuesto (cf. tabla 1): en 1994 un 39% de los españoles cree en la resurrección y un 29% en la reencarnación.

CÓMO INTERPRETAR ESTOS DATOS

Con la perspectiva que da el trabajo de años, Javier Elzo ha llamado la atención sobre el hecho de que la creencia en la vida después de la muerte parece haber aumentado con fuerza, pero que ese crecimiento no se da en la adhesión a las formas más tradicionales de entender esa vida (cielo, infierno, demonio...). La situación, detectada también por otros autores, ha dado lugar a consideraciones distintas, vinculadas a las diversas interpretaciones de la situación de lo religioso en nuestros días.

Los números parecen sugerir que entre las personas que respaldan la reencarnación nos encontramos con muchos que la sostienen "imprecisamente", que viven su adhesión sin demasiada claridad conceptual, sin razonarla y procurando evitar tener que discutirla. No se trata de nada extraño. Estudios realizados en Francia sugieren que esta creencia prende con fuerza entre las personas menos racionalistas y más sensibles a lo irracional. De Miguel señalaba en 1992 refiriéndose a nuestro país que "el verdadera 'opio' de las clases populares, o de las personas con menos recursos educativos o menos experiencia, no es la religión, sino su sustituto, el esoterismo". Y en estos ambientes la reencarnación ha encontrado grandes defensores.

La cautela y la honradez con lo real obligan, de todos modos, a levantar acta de que esta falta de fundamentación de las creencias se trata de algo muy extendido entre todo tipo de creyentes. González Anleo y González Blasco lo detectaron con claridad en su investigación sobre los creyentes españoles de principios de los 90. Las cifras ofrecidas por las encuestas sugieren que tampoco hay mucha más claridad al describir qué se entiende por resurrección de los muertos o por cielo en muchos de los que dicen creer.

Desde ambientes francófonos algunos expertos han recordado la fuerza de la 'religión popular' entendida como la que ha escapado al control de los clérigos o se ha mantenido vivo 'al margen de las iglesias', cuyo retorno con fuerza es favorecido por la mundialización. Otros destacan la aparición de creyentes que conceden alto crédito a Creencias (astrología, videncia, transmisión del pensamiento...) y que se caracterizan, además, por formas 'blandas' de creencia ('quizá', 'por qué no'...). La difusión alcanzada por toda esa red de fenómenos parareligiosos vinculados a asociaciones, revistas y librerías que cada día se extiende más entre nosotros, facilita este tipo de creencia. Es interesante preguntarse si, como dice Francoise Champion, no se da más eclecticismo que sincretismo; es decir, en muchas ocasiones no existe síntesis, sino yuxtaposición de diferentes elementos tomados prestados de las más diversas tradiciones. Esta hipótesis parece más viable que otras para pulsar muchas situaciones hoy vigentes.

Entre nosotros el teólogo Santiago del Cura, profesor en Burgos y Salamanca y miembro de la Comisión Teológica Internacional, ha abordado el tema con singular profundidad. Sus palabras pueden ayudar a quienes nos interrogamos al respecto: "No estamos ante la simple repetición de ideas antiguas. Es la conciencia de nuestros días, con sus ideales, sus anhelos no cumplidos y sus problemas no solucionados, la que queda reflejada en este espejo. La idea de reencarnación se corresponde muy bien con una postura difusa de reserva frente a toda decisión vinculante y comprometida, con la esperanza de poder revisar decisiones vitales equivocadas, con la oferta de oportunidades múltiples, donde nada se juega a una sola carta, donde siempre será posible renacer para mejorar y llevar a cabo las tareas pendientes.

El hombre aparece como el artífice de su propio destino, con capacidad para acumular experiencias ilimitadas y con el sentimiento de dominar las regularidades que determinan los acontecimientos de su propia vida. En este sentido, el diálogo con las creencias reencamacionistas es mucho más que una confrontación con sabidurías orientales milenarias".

Desde otros terrenos Elzo ha hecho algún comentario parecido: los jóvenes esperan de las iglesias respuestas a las últimas (y primeras) preguntas de la vida y en muchas ocasiones se encuentran con que la atención de las iglesias se centra en las cuestiones morales y de conducta. La persistencia de la creencia en la reencarnación puede ser vista como "indicador de una demanda no cubierta por las confesiones religiosas tradicionalmente instaladas en Europa".

Los obispos de muchas naciones europeas -también los españoles- han abordado el tema, aunque con diversa intensidad. Entre ellos lo hizo con especial detenimiento el Cardenal Danneels, arzobispo de Malinas-Bruselas, que en 1991 dedicó al tema reencarnación gran parte de su escrito 'Más allá de la muerte'. Allí comenta algunos factores que quizá conviene tener muy presentes al abordar la cuestión y señala algo parecido a lo insinuado por Del Cura: no nos encontramos únicamente ante la influencia -pasajera o no- que otras tradiciones religiosas (principalmente orientales) tienen en los europeos de hoy, y particularmente en los jóvenes. Es fácil que esa influencia se de y deba ser valorada; pero ha de serlo en unión de otros factores. La reencarnación es para muchos hombres y mujeres de hoy un acontecimiento que planifica y desdramatiza la vida y la muerte, que aleja la responsabilidad que supone vincular un destino eterno a las cosas de cada día, que parece dar al problema del mal mejor explicación que la apelación al misterio del sufrimiento y que resulta más fácil de aceptar que la existencia de un infierno eterno. Elzo insiste en que el más allá adquiere peso como apertura al infinito y solución a la dificultad de admitir el limite del más acá. Como muchos analistas han señalado, las creencias que suponen castigo (demonio, infierno) son las menos respaldadas por los europeos.

Otros elementos parecen facilitar la aceptación de la reencarnación. Se trata de una creencia que 'se presenta en sociedad' acompañada por diversos padrinos: parece más ecológica (el ser humano se incorpora a los ritmos de la naturaleza y de la vida en armonía con el cosmos), recibe de vez en cuando ciertos visos de cientificidad (o al menos así es presentada al ser relacionada con experiencias de 'vida después de la vida', telepatías, fenómenos psicológicos no ordinarios) y se aprovecha del prestigio que las tradiciones religiosas orientales se han ganado entre nosotros. Los occidentales de hay, señala el cardenal Danneels, conceden a Oriente crédito en lo que a "la sabiduría de la vida" se refiere.

PARA SEGUIR CAMINANDO

Creo que Santiago del Cura acierta de lleno al hacer su planteamiento. La extensión de las tesis reencarnacionistas merece ser estudiada con atención y rigor. En primer lugar debe levantarse acta de que no todos los que dicen 'reencarnación' quieran decir lo mismo. En segundo lugar es conveniente ver qué semejanzas abren puertas al diálogo y al encuentro con quienes sostienen esta concepción del más allá (y con ello del más acá, y del mundo, y del ser humano, y de Dios). Está claro que hay diferencias con el cristianismo, pero los puntos de encuentro deben también ser subrayados.

Pero quizá la conclusión principal deba ser otra: no hemos sabido dar testimonio de la resurrección; no hemos sabido hacer comprensible a los hombres y mujeres de hoy qué supone que Jesús de Nazaret haya sido resucitado, qué novedad irrevocable introduce ese hecho en el mundo y en la historia y qué consecuencias de gracia, felicidad y salvación tiene para cada uno de nosotros. Nuestra teología, nuestra catequesis, nuestro estilo de vida están abiertamente retados por la extensión de la creencia en la reencarnación. Las campanas siguen tocando a salir de las sacristías, a ir humildemente al encuentro del otro, al diálogo y a la coherencia de vida. Y lo hacen porque siguen tocando a resurrección.

 

 

Estudio..... por Bonifacio Fernández

LA RESURRECCION DEL MESIAS JESUS

¿Crees en la resurrección? ¿La has experimentado? ¿La esperas y la deseas? Necesitas que algo 0 alguien viva para siempre? Quieres a alguien bastante para que se sienta vivo? Alguien te ha hecho renacer, te ha creído y te ha creado? Vives con tanta intensidad que desafías la muerte?

Al contemplar la resurrección del Mesías Jesús de Nazaret, contemplas la tuya propia. Es tiempo de resurrección. Conectar con la esperanza de Jesús es pulsar la esperanza del mundo.

En tiempos del pensamiento débil, se necesitan y añoran las esperanzas fuertes. El miedo a lo absoluto y la seducción del encanto de lo relativo y fragmentario no evita el choque con la gran antiutopía que es la muerte y sus anticipos. La antiutopia que es la muerte afecta a los sueños de un mundo mejor pero afecta también a la pretendida utopía del presente inmediato y feliz, con su discreto encanto anestesiante. Nuestra cultura nos apremia a la inmersión en el presente, nos presenta la esperanza como el gran engaño que impide el consumo y disfrute del presente. La acomodación al presente posible parece la única consigna razonable. Se nos incita con fuerza a dejarnos absorber por el éxito y el disfrute apresurado: ya, aquí y ahora. No hay tiempo que perder; nada que diferir y dejar para mañana. La muerte es antiutópica; rompe el encanto del presente feliz.

La muerte es antiestética también para nuestra sensibilidad cultural; quiebra todas las estéticas y las éticas indoloras que adormecen con el consumo acelerado del presente inmediato. Representa la sorpresa, lo inevitable. Llega cuando menos se piensa. Desbarata todos los planes. Produce miedo y hasta terror.

SUPERACIÓN DE LA MUERTE

La lucha por la superación de la muerte, sin embargo, es tan larga como la humanidad misma. Sea la esperanza de Casandra o sea la de la Biblia, el ser humano necesita aprender a esperar; vive en la medida en que sueña un futuro y lucha por conseguir sus sueños. La esperanza de la superación de la muerte reviste la forma de la sobrevivencia de los antepasados, del seol. La misma esperanza anida también en la idea de la inmortalidad del alma, entendida como la condición necesaria para poder reconciliar la aspiración a la felicidad personal y la certeza de la muerte. Un fulgor de la misma esperanza contra la muerte y el olvido toma forma en el atractivo de las obras inmortales: literatura, arquitectura, política...

En tiempos de globalización cultural está de moda entre nosotros la idea de reencarnación. Esta creencia también afirma que la vida no termina en la tumba. Algunas personas tienen la impresión de haber vivido otra vida antes de ésta. Recuerdan cosas. Y explican estos fenómenos recurriendo a la reencarnación en vidas sucesivas. Es ésta una esperanza que viene de otras culturas y religiones como el budismo y el hinduismo; supone otras antropologías que se entrecruzan con la tradición de las religiones monoteístas; supone la concepción circular o cíclica del tiempo, de la vida y de la historia. Pero al fin y al cabo es también una metáfora de lucha contra la mortalidad de la muerte. Convive con la esperanza de la resurrección en nuestra sociedad pluralista y en las mentes de algunas personas poco rigurosas.

Está de moda también la investigación de la vida después de la vida. Con ello se toca la idea de si la vida termina con la muerte, de qué pasa en esa situación entre la vida y la muerte

LA RESURRECCIÓN CORPORAL DE JESUS

La resurrección de Jesús crucificado es el origen del carácter evangélico del evangelio. Constituye su centro focal. Es la gran Buena Noticia que impregna de nuevo todos los gestos y las palabras históricas de Jesús. Constituye el hecho central de la fe cristiana en la persona de Jesús de Nazaret. La resurrección corporal de Jesús crucificado es la gran metáfora de la novedad de la vida más allá de la muerte. No tenemos experiencia directa del acontecimiento; sólo tenemos analogías en nuestra experiencia y proyecciones en nuestra imaginación, en sus utopías, en las promesas. Tenemos anticipaciones en la vida misma de Jesús, en su estilo mesiánico, en su forma de amar a todos y ser para los demás desde los últimos y los excluidos.

Tenemos también memoria en la historia de Israel. Especialmente la experiencia histórica del éxodo, de la pascua. La pascua es ante todo el memorial (zikaron: Ex 12,14) de las maravillas de Dios en la liberación de Israel a partir de la esclavitud. Tenemos el testimonio bíblico sobre esta pascua en textos litúrgicos y legales (Ex 1213; 23,15; 34,1 8; Dt 16,1-8; Lev 23,5-14; Num 28,16-25). Contamos también con narraciones de pascuas históricas (2Re 23,21-23; Esd 6,19-22).

A partir de ahí se entiende el acontecimiento de la resurrección de Jesús crucificado como pascua, como paso de la muerte a la vida, de la muerte ignominiosa de la cruz a la vida gloriosa, del tiempo caduco a la eternidad de Dios mismo.

RESURRECCIÓN DE LA HISTORIA

La resurrección de Jesús crucificado es realización y transformación de su humanidad. No es desencarnación. ¿Resucita Jesús con su propia historia y su propia humanidad existencialmente desplegada en el tiempo? ¿Su biografía es eternizada en un cuerpo glorioso? El resucitado y viviente es el mismo Jesús y no otro; es el mismo, pero no es lo mismo. Insistir en que se trata de una resurrección corporal significa que implica también su historia terrena. La corporeidad está vinculada a la historicidad; y viceversa. La resurrección no es olvido de la cruz, es su glorificación para siempre. Esta es la gran verdad de la vida en amor y entrega en sacrificio para que otros vivan. Por eso en el caso único y modélico, Jesús, la resurrección no va a significar el olvido de la historia, de la cruz, sino todo lo contrario: la glorificación de esa historia crucificada. Así, la vida de cada día muestra toda su grandeza: nada queda perdido en el olvido.

La continuidad entre la historia y la resurrección tiene repercusiones directas a la hora de entender y explicar la significación universal de Jesús en la salvación de la humanidad. Para explicar la universalidad de la mediación salvífica de Jesucristo no se puede deshistorizar al Resucitado; éste no se reduce al Cristo cósmico. Su universalidad no puede ser simplemente la universalidad del Verbo, o la del misterio. Es la universalidad salvífica de Jesús, el Mesías de sus gestos y de sus palabras, de su muerte y de su resurrección. ¿En qué medida el Jesús resucitado se ha convertido en transhistórico y cósmico?

En el diálogo interreligioso resulta decisivo comprender correctamente esta relación entre la particularidad y la universalidad de Jesús. No en vano algunos partidarios del pluralismo religioso terminan entendiendo la encarnación como un mito. Tal es el caso de John Hick. Sin llegar a esos extremos y dentro de la ortodoxia de la cristología tradicional, hay quien insiste en que el Cristo resucitado es transhistórico y cósmico, que ya la resurrección es un evento transhistórico, que Jesús es el Cristo, pero el Cristo es más que Jesús, que no se trata de universalizar lo histórico.

Resurrección corporal de entre los muertos significa una cierta universalidad de la humanidad de Jesús. No es el resucitado más allá o por encima de su humanidad, sino "el cuerpo espiritual", es decir, la plena personalización del cuerpo. Es el resucitado en su humanidad. Es la humanidad histórica y resucitada de Jesús la que nos muestra su carácter filial. Nos revela que es el Hijo de Dios. Y nos revela, a la inversa, que Dios Padre se nos ha autocomunicado en ella y ha mostrado y realizado en ella su justicia y su amor. Lo revela y realiza mostrándose a favor de los crucificados, a favor de las víctimas inocentes.

La universalidad de Jesús es inseparable de su parcialidad histórica; el carácter glorioso no lo aparta de la referencia al mundo de los pobres y de los crucificados. Dios resucita a la víctima. El glorificado es el Viviente para siempre (Ap I, 17-18) y el hombre para los demás definitivamente. El último Adán es Espíritu vivificante (1 Cor 15,45)

Dios resucita a este Jesús al que su sociedad ha rechazado y crucificado. Resucita y ratifica la vida histórica de este Jesús que ha optado por seguir el camino de liberador de los pobres con todas las consecuencias.

RESURRECCIÓN DEFINITIVA

La resurrección de Jesús es acontecimiento escatológico para Jesús mismo. En la resurrección llega a su propia consumación. El acontecimiento nuevo de la resurrección reabre la historia que habla cerrado la crucifixión. Pero ahora la abre como historia escatológica. La historia de Jesús es historia del resucitado por el poder de Dios. El futuro último de las promesas de Dios se ha anticipado e historizado en Jesús.

En la resurrección del crucificado llega la plenitud de los tiempos. Dios se revela de una manera final y definitiva como el Dios fiel a su palabra de promesa; se autocomunica de un modo pleno y total; muestra la totalidad, la anchura, la altura y la profundidad de su amor al mundo; se manifiesta como amor.

En la resurrección del crucificado Jesús se cumplen las promesas y aspiraciones de la historia humana. No se trata de un acontecimiento individualista y aislado; se trata de un acontecimiento personal y representativo. De esta suerte la resurrección del Mesías por obra de Dios pone a Jesús en relación intrínseca con la realidad misma y con lo último de la realidad. El acontecimiento de la resurrección afecta a la humanidad misma. Revela y realiza el sentido último de la existencia humana y de su historia.

La resurrección de Jesús constituye un paso decisivo en su universalización, que ya había comenzado al encarnarse en la vida humana y al emprender la misión mesiánica de anunciar el reino escatológico de Dios. El resucitado es ahora el Señor de la historia y de la creación. El resucitado es la primicia de los resucitados; con Él empieza la resurrección de los muertos (Rm 1,4). En Él ha llegado ya el final de los tiempos. Por eso es presentado el resucitado como mediador de la creación. Pascua es promesa y anticipación de la Parusía La resurrección convierte a Jesús de Nazaret en el Cristo cósmico, el Señor del cosmos con sus principados y sus potestades.

Por eso el lenguaje sobre la resurrección de Jesús es variado y divergente. No se puede armonizar como si fueran diferentes informaciones sobre un hecho controlable. La raíz de la diversidad de tradiciones y lenguajes reside en el carácter escatológico del acontecimiento mismo de la resurrección del Mesías crucificado.

La proclamación del Resucitado.

El hecho de la resurrección de Jesús es central en la fe cristiana. En esto coincide y converge todo el Nuevo Testamento. El Crucificado ha entrado en la vida eterna. Vive para Dios en la gloria. El crucificado es ahora el Viviente.

Literariamente este hecho se expresa primero en aclamaciones. Son como la respiración más simple ante la novedad del acontecimiento: ¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón! (Lc 24,34).

Se expresa también en confesiones de fe. Las primeras son más simples y cercanas al acontecimiento. ¡Si creemos que Jesús murió y resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús! ( I Tes 4,14).

¡Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo! (Rm 10,9).

La proclamación de la resurrección del crucificado se encuentra formulada en el credo prepaulino, de origen araméo, que Pablo trae como fundamento seguro de la esperanza en la resurrección de los muertos. Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí:

- que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras,

- que fue sepultado,

- que resucitó al tercer día según las Escrituras,

- que se apareció (a Cefas y luego a los doce) ( I Cor 1 5,3-6).

La muerte de Jesús fue una muerte real. La resurrección de Jesús acontece según el sentido de las Escrituras. Las promesas salvíficas de Dios en su totalidad desembocan en la resurrección del crucificado (Act 13,32-33).

La narración de las Cristofanías

Otra de las formas del testimonio evangélico sobre la resurrección de Jesús es la narración. Se trata de relatos populares de experiencias indescriptibles. La diversidad es grande. No se pueden armonizar. Todos ellos tienen un dato esencial: Jesús está vivo.

Los relatos son de dos tipos. Se narran los encuentros del resucitado con sus discípulos; se narra también la historia de la tumba abierta y vacía. Los evangelios conservan cinco apariciones que afectan a los discípulos reunidos y otras tres que se refieren a personas individuales.

Con respecto a las cristofanías existen dos tipos de relatos. Pero todos tienen claramente estructura vocacional. Recuerdan la experiencia de la vocación profética. Constan de tres momentos: situación-iniciativa del Resucitado, reconocimiento por parte del discípulo, misión de comunicar la experiencia del encuentro. Nos muestran el itinerario de la fe que va desde Jesús al Cristo; desde el ver al creer; de lo sensible a lo espiritual. Jesús se aparece como el que desaparece. Es el mismo Jesús pero no es lo mismo, de ahí que el centro de la narración sea el reconocimiento dentro del contraste entre el crucificado y el viviente. El que habían visto morir en la soledad y el abandono es el mismo que deja ver en su rostro la gloria y la cercanía de Dios.

Los himnos

En el himno de la carta a los Filipenses se tematiza la resurrección de Jesús como exaltación. Se contempla el misterio de Jesús como un proceso de kénosis y de exaltación. «Se humilló a si mismo haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre" (Fil 2,8-11).

En otro himno se presenta la resurrección de Jesús como justificación en el Espíritu y como asunción a la gloria. "Y sin duda grande es el misterio de la piedad:

El ha sido manifestado en la carne,

justificado en el Espíritu,

visto de los ángeles,

proclamado a los gentiles creído en el mundo

levantado a la gloria" ( I Tm 3,16).

El Mesías ha entrado en la vida intima de Dios a través de su resurrección. El Padre lo ha asumido y lo ha hecho sentarse a su derecha. El resucitado es inundado de la gloria de Dios.

LA RESURRECCIÓN COMO TRANSFORMACIÓN DE LOS DISCÍPULOS

La resurrección de Jesús no puede ser demostrada. No es la consecuencia de la tumba vacía (Lc 24,12). Se trata de un acontecimiento que tiene que ser anunciado y escuchado. La fe en la resurrección brota del anuncio de los dos varones con vestidos resplandecientes (Lc 24, 4-5). Ello no significa que no haya habido otros factores significativos en el origen de la fe pascual. Pero ha sido el resucitado que se hace ver, que se manifiesta y se aparece, el que ha cambiado la actitud de los discípulos. El hecho nuevo y sorprendente es que Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos. Y que ello no supone una ausencia o un final en la relación de Jesús con ellos. Dios lo resucita y lo hace visible. El resucitado, por su parte, derrama el Espiritu sobre los apóstoles.

Conocen a Jesús de una manera nueva:

La resurrección de Jesús es acontecimiento revelador. Jesús se muestra de una manera nueva. Es el mismo; tiene las mismas llagas; hace los mismos gestos. Pero es distinto. Les sale al encuentro con una luz nueva, pero sus ojos no le reconocen automáticamente pues necesitan la iluminación de la fe (Lc 24, 16. 32.35). Toda la vida de Jesús y especialmente su muerte aparece ahora desde el final con un nuevo resplandor.

El resucitado se revela, sale al encuentro de los discípulos, toma la iniciativa de hacerse presente. La resurrección no se reduce a la transformación de los discípulos; no equivale a la fe pascual de los discípulos. Que Jesús resucita en la fe no quiere decir que resurrección equivale a la convicción de que la vida de Jesús sigue siendo válida.

En el contexto de la memoria passionis entienden e interpretan los discípulos la memoria resurrectionis. Y a la inversa, desde la proclamación de la resurrección se recuerdan las palabras de Jesús: "¿`Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado.

Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea..." (Lc 24,ó).

Desde la resurrección entienden la unidad de la vida de Jesús, de su misión, de su estilo mesiánico. Desde el final se les iluminan las palabras de Jesús que antes no habían entendido.

Según la tradición de la aparición a los dos discípulos camino de Emaús Jesús mismo explica las Escrituras. La resurrección es presentada como la clave hermenéutica de la lectura de las Escrituras. Es el resucitado el que hace hablar a las Escrituras (Lc 24,26-27).

Seguidores y testigos

La resurrección transforma el conocimiento de los discípulos. Entienden algo que no hablan entendido antes (Mc 4,13; Lc 9, 45; 24,25). Entienden su camino; ahora pueden reconocer sus torpezas ante la palabra y los gestos de Jesús, pueden admitir que han abandonado a Jesús. Ahora, a la luz de la resurrección y del calor de pentecostés, cambia su autocomprensión de seguidores; no olvidan el pasado ni lo reprimen; lo recuerdan de una manera creadora y reconciliadora. Ahora se entienden a si mismos como verdaderos testigos y apóstoles. Los discípulos aturdidos y angustiados en la pasión se convierten en apasionados testigos y profetas de una nueva forma de presencia del Mesías (Hech 1,8; 2,1718), que descubren con sorpresa y alegría, pero también con dificultad, como muestran las narraciones de apariciones centradas en el reconocimiento (Jn 20,14- 15; 21,7). El resucitado Jesús es el que acompaña a sus seguidores por el camino de la vida y de la misión. Ellos se ponen en marcha en su nombre. Él camina en medio de ellos, según pone de manifiesto la experiencia del camino de Emaús (Lc 24, 15). El itinerario pascual consiste en el progresivo reconocimiento de la persona de Jesús resucitado. Los discípulos ven y creen. Los encuentros del resucitado transforman sus vidas. Han llegado los últimos tiempos. Los discípulos perciben que ha llegado el tiempo de la salvación sobre ellos.

La resurrección hace posible el seguimiento

En primer lugar lo hace posible de una manera nueva porque quita el escándalo de la cruz; no quita la muerte en cruz pero quita su carácter escandaloso de abandono por parte de Dios y de fracaso humano por parte del Mesías. Jesús sigue siendo un escándalo para los judíos y necedad para los gentiles ( I Cor 1,23).

El fracaso histórico de la cruz era un gran escándalo. Los discípulos hablan sentido su fascinación, hablan seguido su llamada, habrían emprendido el camino del reino de Dios; ahora Jesús habla terminado mal; su apuesta habla terminado en el fracaso; la ley se habla impuesto sobre el profeta que la ponía en cuestión. ¿Les habla conducido al fracaso? ¿Tenían razón aquellos que se hablan escandalizado de él, que le hablan abandonado en el camino? (Jn 6,66). Se cumplía la profecía "heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas" (Mc 14,29).

En segundo lugar el acontecimiento de la resurrección de Jesús quita la distancia que se interponía entre Jesús y ellos. La muerte habla creado separación, silencio, ausencia. El Señor crucificado y resucitado establece una nueva forma de presencia en medio de ellos y un nuevo tipo de relación con ellos. La resurrección devolvió la vida al crucificado y con ello le devolvió la capacidad de ser seguido. La muerte se convirtió en vida, el fracaso se convirtió en victoria.

En tercer lugar la muerte de Jesús quita la provisionalidad de su vida y, con ello, la provisionalidad del seguimiento. La apuesta en favor de Jesús es decisión por una forma de vida ya cerrada históricamente y, sin embargo, abierta al cumplimiento pleno de la promesa.

LA DIMENSIÓN PNEUMÁTICA DE LA RESURRECCIÓN DE JESUS

La resurrección de Jesús incluye el envío y la experiencia de Espíritu. El crucificado y resucitado adquiere una nueva presencia en la historia y en la vida de los discípulos. Esa nueva presencia se realiza en el Espíritu. Jesús resucitado envía el Espíritu. Resucita en el Espíritu de la vida. La periodización de San Lucas despliega el acontecimiento pascual en tres momentos: resurrección, ascensión (Act 1,3.5) y pentecostés. Esta fiesta de la efusión del Espíritu coincide así con el pentecostés judío, es decir, con la fiesta de la alianza del Sinaí (Act 1-2). El acontecimiento pascual se despliega durante cincuenta días según el calendario hebraico. Se trata de una concepción histórica y litúrgica.

El Espíritu es Espíritu de Jesús. Y Jesús es el Jesús del Espíritu, es el hombre concebido, guiado, bautizado por el Espíritu. Y, a su vez, es Jesús resucitado el emisor del

Espíritu. Su existencia resucitada es una existencia espiritual.

LA DIMENSIÓN ECLESIAL DE LA PASCUA DE JESUS

La resurrección implica la transformación de los discípulos. Los seguidores se convierten en testigos. La Pascua les revela cómo Jesús pertenece al plan salvador de Dios; les da a conocer a Jesús de una manera nueva. El resucitado es el Cristo que vive en los creyentes (Gal 2,20; Col 3,3-4; 2Cor 5,15). Jesucristo resucita hacia la comunidad de los creyentes, existe en forma de comunidad; ellos forman su cuerpo.

Reconocer que el crucificado y resucitado constituye la revelación del plan salvador de Dios para todos es reconocer la necesidad de conversión. Mirando al crucificado se dan cuenta los discípulos que tienen que dejar de practicar la exclusión; que tienen que dejar de ser perseguidores y víctimas para formar la comunidad de los hermanos y las hermanas, abierta a todos; que tienen que dejar el suelo y la comunidad judía y abrirse a los paganos; que ni la palabra ni el Espíritu están encadenados. La unidad de la nueva comunidad surge del reconocimiento de que el perseguido y crucificado Jesús es al mismo tiempo el que se entrega libremente por amor. En si mismo Jesús rompe los mecanismos de violencia y exclusión. Crea un nuevo comienzo: la gratuidad, el amor a los enemigos, el perdón... La resurrección y los encuentros de Jesús con los discípulos son constitutivos de iglesia. Hace surgir el testimonio y la misión apostólica.

En conclusión, el acontecimiento de la resurrección de Jesús crucificado tiene muchas dimensiones. Es un acontecimiento muy complejo. Se va desplegando paso a paso en el tiempo pascual. Hay variedad de textos, de lenguajes, de consecuencias. Pero una única convicción: Jesús está vivo. Y nosotros en El. Esto hay que proclamarlo. No se puede callar. Es la gran noticia. Es la gran alegría y esperanza de la historia.

Para una buena proclamación es preciso tener muy presente el hecho central de nuestra fe. La proclamación de la Resurrección no debe obscurecerse ante las dificultades de explicar el cómo de la misma. Esta seria un mal servicio al acontecimiento central de nuestra fe y de nuestro amor.

La mejor proclamación de la resurrección de Jesús es la comunidad de amor. Una comunidad viva que cree en la vida, que tiene una cultura de la vida, que narra su paso de la muerte a la vida, que cuenta su historia de amor, que siente ganas de resurrección, es capaz de celebrar este misterio. Sólo las personas que aman tienen ganas de resucitar; sólo el amor es eternizable y resucitable. Los esposos, los enamorados, los amigos necesitan vivir para siempre. Los creyentes no le piden menos a la vida: le piden la resurrección.

 

testimonios

JESÚS HA RESUCITADO: ¿QUE SIGNIFICA PARA Tl?

Contagiado de Resurrección - Domingo Martin

Permitid que os hable, en primer lugar, desde la cumbre de mi fe, y que os diga lo que necesita gritar, Olmo loco de alegría, mi corazón.

¡Resucitó el Señor! Es la aurora del mundo nuevo. La primera hora de la nueva creación. Noche de gloria. EL día de la luz. Espacio y tiempo de la Vida, la Libertad y el Amor.

¡Dios ha resucitado a Jesús! ¡Dios ha dado la razón a Jesús ante los hombres y ante la historia! ¡Dios ha acreditado su camino, su pretensión y su causa! ¡Dios ha dicho si definitivamente a sus gestos y palabras! ¡Dios, hoy más que nunca, es Abbá de Jesús y Abbá nuestro! ¡Es la victoria del Crucificado! ¡Está en pie (y va por delante) el hombre de verdad, el hombre libre, el profeta de los caminos, el amigo de los pobres y pecadores, el mensajero de la Buena Noticia del Reino, aquel cuyo proyecto era darse como regalo a todos, Jesús de Nazaret!

He aquí el núcleo de mi fe, mi verdad primera, donde se atan y desatan todas las otras verdades, todas las demás palabras. No sé cómo decirlo. ¡Se trata de un acontecimiento tan inabarcable! No cabe en mis palabras, ni cabe en mi mente, ni en mi corazón (siempre tan torpe). Sólo la fe puede decir y dice: "He visto y oído". "¡Es verdad, el Señor ha resucitado!". Él ha salido a mi encuentro, me ha ayudado a ver... Y yo he tocado sus llagas, he comido su pan...

Es un acontecimiento tan grande... Pertenece al más allá, y sin embargo, ha alcanzado todo mi ser, ha dejado su huella en mi alma, ha ganado mi vida, ha puesto en pie mi esperanza... Y yo, contagiado de resurrección, creo, me siento llamado (mi vida en seguimiento), soy discípulo, soy testigo.

Dicho todo esto, ya puedo añadir, ahora desde el camino concreto de mi vida, que yo, como los discípulos, también merezco el duro reproche del Señor por mi obstinada incredulidad. Mi fe se abre y se cierra a la luz, confiesa llena de gozo y se retrae hasta sumergirse en la oscuridad; mi oscuridad; mi corazón se entrega confiado y se guarda para si mismo... ¡Cómo me duele este reconocimiento lento del Señor Jesús! ¿Cómo pueden caminar tan juntas resurrección y muerte? ¿Cómo pueden habitar el mismo corazón gracia y pecado?

Todavía no he sido transformado. Me hace gemir este "todavía-no" (gime la creación entera). Pero también me invita a confiar y a esperar, y me otorga tiempo y espacio para hacer mi propio camino, para reconocerle a Él que sale a mi encuentro, para seguirle a Él que me llama y va por delante. Morir y resucitar, morir y resucitar.... este parece el ritmo que ha de marcar mi vida hasta que alcance su plenitud.

Quiero terminar diciendo que siento envidia de Tomás. Él tocando las llagas se curó de sus heridas "¡Señor mío y Dios mío!". Toca las llagas gloriosas del Resucitado y ve a Jesús, el amigo que dio la vida por sus amigos. Esta es la fe que nace del encuentro con el Crucificado/Resucitado. ¿Es posible la fe y el seguimiento de Jesús sin tocar las llagas de tantos crucificados (guerra, hambre, opresión, esclavitud...)? ¿Es posible glorificar las llagas sin tocarlas? ¡Dios tocó las llagas de Jesús y las glorificó, sin borrarlas!.

 

Resucitó de entre los muertos - Pablo d'Ors

Lo que se dice saber, de Jesús resucitado yo no sé nada. He leído varios libros sobre la resurrección; he meditado al respecto; y recuerdo que, en mis años de seminario, hice incluso un trabajo sobre las apariciones del Resucitado, según el evangelios, recibiendo por mi estudio una calificación excelente. Pero no sé nada; no estaba ahí para poder ser un testigo cualificado. Ya que no saber, me cabe esperar. De eso, de mi esperanza, puedo hablar mejor. Yo creo y espero que Jesús haya resucitado de entre los muertos, esto es, que ese Hombre singularísimo que pasó por el mundo en la Galilea del siglo uno viva aún, y que viva después de haber muerto, y que viva sin que la muerte pueda volver a hacer estragos sobre Él. Puedo confesar que esta idea no ha nacido de mi. Me la contaron de niño y, ciertamente, no la entendí. Conviví con este pensamiento en mi adolescencia, sin que turbase mis sueños. Luego fue una convicción que prediqué con entusiasmo juvenil, un entusiasmo que, bajo formas bien diversas, pervive aún Ahora hablo de ello, ocasionalmente, en mis clases de teología: me gusta crear interrogantes en mis alumnos. Pero lo esencial para mi, si he de ser sincero, es que si el Cristo no hubiera roto esa frontera que es la muerte tampoco la podría romper yo. En pocas palabras: la resurrección de Jesús, el Cristo, es para mi el fundamento de mi propia resurrección. No me gustaría que todo terminase aquí, en este valle de lágrimas que es también montaña de risas, según se vea, según cuándo, desde dónde y quién lo vea. Si Él no ha resucitado, mi fe seria estúpida y vana. Y a nadie le place ser calificado de este modo. Yo confio en que, una vez que haya dado mi último suspiro, al igual que Él fue resucitado por un Padre Creador y Providente, también yo, aunque esté lleno de sombras, de muchas sombras, pueda resucitar como Él, que también conmigo haga Dios algo, que no me deje simplemente ahí descansando en el silencio y en la oscuridad. Hace tan sólo quince años, yo no había visto ano ningún cadáver. Hoy ya he visto varios, unos diez, quizá veinte; también los de mis propios padres. No vivo de espaldas a la muerte. Pienso en ella. Pienso en ella incluso excesivamente. Por mi fe en Él, no me da miedo abandonar la faz de la tierra, aunque preferiría quedarme aún un poco más. Sobre todo porque quisiera realizar algunas cosas que, quién sabe por qué motivo, pienso me debo a mi mismo y pienso deber a los demás..

Morir un rato - Lourdes Grosso

Resurrecciones pequeñas es el titulo de un poema de mi Fundador, Fernando

García Rielo, que siempre evoco cuando se aborda este tema. Dice así: Déjame, Señor, morir un rato, Lo que tarda mi reloj en dar ``y cuarto Que una resurrección pequeña vale ya más... que haber vivido siempre. ¿Qué significa para mi vida personal? La resurrección de Cristo me tiene impresionada. Es el aval más notable de la existencia de un Amor absoluto que me rescata del abismo más profundo en que pudiera caer, que es capaz de vencer la muerte y lo va mostrando en la cotidianeidad de mi propia restauración, de donar vida allí donde alguna experiencia de muerte se ha hecho presente: la limitación, la fragilidad, el pecado, el dolor, la ausencia...

¡Déjame, Señor, morir un rato! La contrariedad cotidiana ofrece siempre una doble posibilidad: la rebelión ante la impotencia o el poner mi libertad en las manos del Padre. Para resucitar con Cristo no basta con morir sin más, no es una cuestión de resignación ante lo inevitable. Es la entrega consciente, la aceptación de la voluntad de Dios presidiendo todas mis decisiones, hasta la más ocultas e intimas.

Jesucristo, Hermano mío, creo en las resurrecciones pequeñas cuando te permito restaurarme. Entonces tu Resurrección es una inundación, un aluvión de tu presencia amante en mi historia, que tú haces sagrada. La muerte, aunque duela, no tiene entidad. ¡Cuánta energía en las resurrecciones pequeñas! Son consuelo e impulso para aprender a amar mejor. ¡Cuánta misericordia! Son inicio y preludio de la gran resurrección, la ardientemente esperada, la definitiva.

Tu resurrección resuena hoy en mi como eco del grito que conmovió las entrañas de los primeros discípulos: ¡Vive!

La tarea con sentido - José Luis Rodríguez

Es difícil de expresar. Cuando abro los ojos (lo que no me atrevo a hacer todos los días) veo mucha muerte (en los Balcanes, en Sierra Leona, en los restos del Mitch, en algunos barrios de mi ciudad).

Que Jesucristo resucitó de entre los muertos significa que esto no puede seguir así, (y también, aunque no sé si sobre todo) que no es el final; si no ha resucitado en vano merece la pena seguir viviendo con algo de esperanza y de alegría con todo lo que vemos que ha ocurrido, ocurre y parece que va a seguir ocurriendo. Cuando atiendo a lo que oigo (lo cual tampoco hago todos los días) también me llegan noticias de mucho "muerto" que predica la desesperanza, que predica la desilusión, que predica el escaquéo (yo mismo en muchos momentos). Que Jesucristo resucitó de entre los muertos significa que la desesperanza es un error, que la desilusión no tiene sentido y que el escaquéo no sirve para nada, y también significa que es realista estar ilusionado y no iluso, que es realista tener esperanza aunque parezca un espejismo y que es realista no escaquearse, sino buscar donde está el sentido de la tarea y la tarea con sentido...

Jesucristo la vida esperanza - José Mª Martínez Manero

Fue el verano pasado. Durante uno de los obligados paseos de la tarde, en vacaciones. Ibamos de la mano, por lo del acantilado, que aunque pequeño, no aprecia confianza a unas manitas de sólo seis años. Y allí, cerca de un pequeño saliente, que servia de pretexto para una torreta de metal oteacostas y parque infantil improvisado, allí brotó la pregunta: Papá, ¿y por qué nacemos si nos tenemos que morir?

Todo el Mediterráneo en boca de una niña, una Roxanita de sólo seis años; una niña que, de repente, se ha hecho océano. Egipto, Roma, Grecia, Cartago, Palestina... paises ribereños, no están ya al otro lado de la mar, como yo le decía, están en esta niña océano. Océano misterio cuyos síntomas en forma de pirámide, templos, mitos, creencias... hablan de seres que no se resignan a la muerte, a ser hojas de otoño que caen y ya está. Saben que van a caer, y se rebelan Una rebelión con nombre de civilización, cultura.

¿Será cierto que todo son castillos en la arena, como los que hemos visto, hemos hecho en la playa esta mañana? ¿Es verdad lo que dice el Nobel Saramago de que al final da lo mismo todo lo que hagamos? ¿Y por qué ahora no? ¿A qué la rebeldía, tanta molestia? ¿Todo lo barre y lo nivela la imponente ola de la marea-tiempo? ¿Qué son entonces justicia e injusticia, amor y odio? ¿Son espejismo, mero reflejo de simple polvo inerte?

Papá, ¿y por qué nacemos si nos tenemos que morir? Y a mi mente acude pronto el Pregón, el tantas veces cantado en la Vigilia: ¿De qué nos serviría nacido si no hubiéramos sido rescatados? Alguien al otro lado de este mar Mediterráneo, como nosotros hecho también de barro, recogiendo el clamor y los anhelos de tantos hombres, de todos los hombres, dijo con autoridad que no temamos Él se adentró/se adentra hasta los más bajos fondos de esa noche que anida en nuestro barro. Dijo/dice que no es lo mismo victima y verdugo. Él hizo y hace suya la causa de los pobres, de los apaleados, los sin rostro, se adentro en la negrura espesa de la tierra. No hablaba por hablar, apuró el cáliz. No habla de memoria quien ha tocado fondo. Ya antes de lanzarse al vacío, antes del salto final, poso nerviosa a la muerte y sus lacayos; ese brillo en sus ojos, esa fuerza en el ademán y en su palabra... había algo que paralizaba el tiempo. ¿O vislumbraba en ese "aire" de eternidad el tiempo, ¡al fin!, sus verdaderas dimensiones?

El salto a los abismos era una siembra en forma de semilla; que trabaja de forma misteriosa y bien real. Envuelta en la cáscara protectora de la esperanza-confianza ("Padre, en tus manos...") transforma la semilla el frío y la oscuridad subterráneos en agentes de germinación de vida al contacto con el sol de la cálida sangre derramada en tierra. Los verdugos, muy a su pesar ("No saben lo que hacen"), han abierto un horizonte imparable. Paradojas de la vida ("Convenía que el Hijo del Hombre padeciera").

Este es el Hombre que te da su mano para que puedas apretar la de tu niña de seis años al oir decirle: "No tengáis miedo"..

La vida tiene mañana - José Vico Peinado

Lo primero que ha significado, durante mucho tiempo, esta afirmación de fe para mi ha sido que la vida tiene mañana. Que no está encerrada en los frágiles y precarios limites de la historia. Que su destino no es sólo efímero y transitorio, sino permanente y eterno. Ha significado -y sigue significando- que ese Padre, que me llamó por pura gracia a la plenitud de la vida, se ha comprometido definitivamente con el regalo que me hizo, a pesar de que yo experimento la finitud y las huellas de la muerte a cada paso, en lo cotidiano de mi existencia. Jesús, resucitado de entre los muertos y victoriosamente sentado a la derecha del Padre, era -y sigue siendo para mi- la garantía de que el dolor y la muerte no tienen la última palabra en el acontecer humano. La última palabra la tiene ese Dios elocuente que ha resucitado a Jesús (su Palabra definitiva) y que resucitará también a quienes, atentos a la escucha de su voz, nos sentamos a la mesa con él, para participar de su pan y de su vino (prendas de vida eterna) e intentamos, a lo largo y ancho de nuestra vida -a pesar de todos los vaivenes-, seguir sus huellas.

Sin embargo, desde hace ya algún tiempo, estoy experimentando que mi fe va dando pasos hacia algo más hondo, precisamente en eso de "seguir sus huellas". Ahora percibo que mi fe era quizá excesivamente privada e individualista: demasiado centrada en mi y en mi esperanza. Y quizá también excesivamente última: demasiado centrada en el más allá. A mi fe se le escapaban otros aspectos, que hoy me parecen decisivos. Entre ellos, que afirmar que Jesús resucitó de entre los muertos funda una esperanza que no aquieta, sino que inquieta; que no apacienta, sino que impacienta. Es decir, es una esperanza que compromete en la historia, porque el resucitado es el crucificado. Jesús fue crucificado, en un proceso político y religioso, por dejarse regir por la misericordia entrañable del Padre para con los pobres, los débiles y las víctimas de una sociedad antimisericordiosa. Le condenaron por subversivo. Por no doblegarse a los halagos y a la violencia de los beneficiarios del desorden establecido. Para mi, éste es hoy un punto importante, cuando afirmo que Jesús resucitó de entre los muertos. Porque quiere decir que el Padre no resucitó a cualquier Jesús, sino que ratificó la historia de ese Jesús que la vivió en favor de las víctimas. Esto me cuestiona cómo estoy viviendo mi vida, no sólo de cara al más allá, sino de cara al más acá. Me saca del individualismo al cuestionarme permanentemente si estoy viviendo mi vida de cara a los crucificados de la historia, sean personas concretas o pueblos enteros...

 

 

estudio... por Gonzalo Fernández

HEMOS CENADO CON ÉL

"El asunto de que Jesús sigue vivo es un cuento chino que ninguna persona sensata puede aceptar así como así a estas alturas". El exabrupto se matiza luego según la competencia del que lo suscribe: la ciencia no ha demostrado nada; la Europa del siglo XXI es ya postcristiana; a muchos les interesa Jesús, pero sólo como un personaje atractivo, al estilo de Confucio, Buda o Gandhi; ha pasado la hora del cristianismo; llega un milenio de ecumenismo religioso. Y en este plan.

A estas alturas no sé si es más fácil creer en el Viernes Santo o en el Domingo de Pascua. Llevo años asediado por continuos "certificados de defunción": Dios ha muerto a las tres de la tarde, la gente con cabeza ya no pierde el tiempo en este asunto. No sé exactamente quién expide estos certificados. Algunos los encuentro en libros que leo, pero no estoy seguro de que, por el mero hecho de estar firmados por estudiosos, reflejen lo que la gente que conozco descubre en el fondo de su corazón. Con todo, estos mensajes se difunden como un virus informático y acaban creando un estado de conciencia colectiva, un muro de Berlin que se considera infranqueable. Puede que sea un simple muro de cartón piedra, pero casi nunca nos tomamos la molestia de darle una patada para comprobar su verdadera consistencia. Nos limitamos a asustarnos de su aparato y a ensayar estrategias de ataque como si fueran juegos necesarios para superar el miedo que nos produce.

Algo parecido a lo que sucedía en los tiempos de la "guerra fría" entre Occidente y el bloque soviético. Estos mensajes revisten expresiones muy variadas, pero todas poseen un denominador común.

EL RETO DE VER LA REALIDAD DE OTRA MANERA

¿De qué estamos hablando? ¿A qué problema "real" nos estamos refiriendo? ¿No estaremos luchando contra un enemigo que no existe? Sé que estadísticamente la fe en la resurrección (supongo que tanto en la de Jesús como en la nuestra) a duras penas supera la barrera del 40% entre los creyentes. Con estos resultados en la mano tendríamos que concluir que más de la mitad de la población no cree que Jesús haya resucitado y que nosotros estemos hechos para vivir eternamente. Y, sin embargo, por macizo que parezca, no me parece que este dato revele sólo un problema de credibilidad, un fuerte reparo a admitir un articulo "difícil" del credo, por lo demás esencial en el conjunto de la fe. En la vida cotidiana estamos creyendo a pies juntillas "otras" patrañas sin cuento y no nos hacemos mayor problema. Si la dificultad se ceba particularmente en "ésta" es porque pone el dedo en alguna herida personal y cultural que no acaba de cicatrizar. A mi modo de ver, la dificultad no reside tanto en el punto de llegada (creer o no creer que el Crucificado vive y que, por tanto, también nosotros podremos vivir) cuanto en el punto de partida: el modo como percibimos la realidad en general.

En otras palabras, la dificultad de creer en la resurrección es también la manifestación sobresaliente de algo más hondo: la manera débil y sesgada como nos dejamos sorprender por la realidad, la lejanía de las fuentes de la vida provocada por la civilización artificial en la que vivimos.

A menudo, en un alarde de realismo a medio gas, decimos que la "hermana muerte" es evidente y que, en todo caso, quien tiene que aportar las pruebas de su existencia es la "señora resurrección". Parece que casi nadie pone en duda la verdad de este juicio. Estamos hartos de comprobar que la gente que conocemos, tarde o temprano, se muere, que todo lo que empieza acaba. Lo aceptaremos mejor o peor, pero no albergamos tampoco ninguna duda respecto de nuestro propio final. Y, sin embargo, resulta presuntuoso decir que sabemos bien qué es la muerte, aunque la contemplemos a diario y, llegado el momento, la padezcamos. En realidad, morir y vivir son realidades que se nos escapan, que nos confrontan con el misterio. Tan cierto es que la muerte nos rodea como que estamos inundados de vida. Tan real es que todo muere como que todo nace. Frente a cien historias de Viernes Santo se pueden contar otras cien de Domingo de Pascua. Es imprescindible, pues, escoger una perspectiva correcta que incluya el binomio muerte-vida como dinámica de toda la realidad. Sin este trasfondo, la fe en la resurrección, que es un don de gracia, no encuentra una tierra apropiada para germinar.

Hay manifestaciones de resurrección cósmica que a los griegos les fascinaban y que algunos Padres del siglo IV usan como metáforas para explicar la resurrección de Jesús: el sol que regresa tras "desaparecer" durante la noche, la primavera que vence al invierno, la mariposa que sale del gusano, la espiga que brota del grano podrido, las aguas del mar que se retiran y vuelven a lamer la playa. La ciencia moderna no sólo no ha eliminado el carácter misterioso de estas realidades sino que ha tomado nota de él y lo ha ensanchado hasta un limite inimaginable. Hay también una resurrección personal que tal vez resulte más cercana a nuestra sensibilidad moderna: la del deprimido que sale del túnel y ve la luz, la de los enamorados que se reconcilian tras una separación, la del alejado que retorna a la comunidad, la del pecador que se ve atraído por la gracia. Estos hechos son también macizos y reveladores para quien los sabe leer en profundidad.

Por mucho que nos seduzca la realidad del Viernes Santo, por todas partes nos llegan albores pascuales. Vivir es una pura resurrección. Todo lo mejor de la existencia humana es una victoria sobre alguna forma de muerte. Lo estamos experimentando ya, ahora, cada día La alegría es una tristeza superada. La amistad es un aislamiento vencido. La paz es una guerra que se termina. Estamos inundados de resurrección. Si no, el universo no subsistiría ni un segundo más. ¿Por qué, entonces, se nos hace tan difícil contemplar esta cara de la realidad? ¿Por qué nos cuesta tanto creer que el signo definitivo del mundo y del hombre es el signo de la vida plena y no el del aniquilamiento?

HAY QUE ATREVERSE A PREGUNTAR

El relato del capitulo 24 de Lucas se abre con dos discípulos que se dirigen a la aldea de Emaús. Mientras recorren los once kilómetros que la separan de Jerusalén van conversando entre ellos "sobre todo lo que había pasado". Casi podríamos decir que entre los dos practican un ejercicio de logoterapia para no ser víctimas de la desesperación. Se abreven a poner nombre a sus zozobras. Dan vueltas a sus esperanzas frustradas. Se interrogan sobre el final de Jesús. No saben bien cómo compaginar la certeza de su muerte en cruz, de la que probablemente han sido testigos directos, con el sobresalto que les ha causado el testimonio de algunas mujeres, que ya han empezado a decir que Jesús está vivo. No se resignan a pasar página. Preguntar es, a veces, una forma inicial de creer. Sólo pregunta quien se siente preocupado por algo. Quien ha perdido ya las ganas de hacerse preguntas cierra toda posibilidad de hallar una respuesta.

Si queremos encontrar al Resucitado en las encrucijadas de hoy tenemos que aprender a preguntar por él. Demos rienda suelta a las zozobras que anidan en nuestro interior creyente. Compartamos las dudas de los que alguna vez creyeron o de todos los que no ven razonable dar un paso como este. Abramos las compuertas: ¿Qué significa que Jesús ha resucitado? ¿Había alguien allí para dar fe? ¿Resucitar es lo mismo que reanimar un cadáver? ¿Existe Jesús en el espacio o en el tiempo? Y si no existe bajo condiciones espaciotemporales, ¿cómo puede comer pescado y ser visto y tocado por los discípulos? ¿Estamos ante relatos simbólicos o podemos considerarlos históricos? Si Jesús sigue vivo, ¿dónde está ahora? ¿Qué tipo de realidad tiene un resucitado? No estamos saliéndonos del marco de lo real para introducirnos en la ciencia ficción? ¿Qué signos razonables poseemos para considerar que esta historia es verdadera? ¿No se trata de un bello mito para mantener viva su causa y superar así el desaliento de la cruz?

Estas preguntas no nos alejan de él. Más aún: es él mismo quien misteriosamente se pone a caminar con nosotros y nos empuja a formularlas, porque sabe muy bien que una inquietud no formulada es como un diablo destructivo. No sólo eso. Jesús sabe que "quien busca halla, a quien llama se le abre". Por si no tuviéramos bastante con nuestra incredulidad, él nos pregunta: "¿Qué conversación es esa que os traéis por el camino?". Es como si nos dijera algo parecido a esto: "Tranquilos, muchachos, que ya sé que no resulta fácil creer en mi. Me meto en vuestra piel y me convierto en un agnóstico como vosotros. Normal, esto no es un asunto de tres al cuarto ni se puede dejar simplemente en manos de los científicos".

Echo de menos en nuestra forma de vivir la fe una mayor capacidad de hacernos preguntas y de no contentarnos con cualquier explicación superficial. Lo más preocupante no es que muchos tengan reparos en admitir los dogmas de la Iglesia sino que otros los acepten con la misma indiferencia con la que aceptarían que la tierra es cuadrada o que mañana puede llover. De esta fe resignadamente ortodoxa no cabe esperar mucho aliento de vida.

LA VERDAD SE LEE

¿Dónde hallar una respuesta? Además del libro de la naturaleza (que ofrece una parábola interminable sobre el juego de la muerte y la vida), Dios nos ha regalado el libro de la Escritura para acercarnos a su misterio de amor. Como a Agustín, también a nosotros se nos invita a "tomar y leer". ¡De qué manera tan diferente se configura la espiritualidad de una persona cuando desde niño se ha nutrido de la Escritura! No se trata de buscar en ella un catálogo de respuestas a cada una de nuestras dudas. A menudo, la Biblia no satisface nuestra curiosidad investigadora sino que la aumenta. Pero hay un criterio para saber si lo que leemos nos aproxima a la verdad o nos distancia de ella.

Es el "ardor del corazón". Cuando la Biblia deja de ser un libro hermético y comienza a removernos por dentro, cuando percibimos que no simplemente nos habla de Dios sino que desvela al Dios que habita en nosotros y en el mundo, entonces estamos preparados para reconocer las huellas del Resucitado en lo que a primera vista parece más lejano de él: las heridas y las muertes. La Escritura, pues, nos confronta con el misterio de la cruz. Ante ella emergen siempre, inevitablemente, por contraste, nuestras expectativas irreales, nuestro mundo de deseos, nuestros símbolos regresivos. Por eso la cruz es principio de desestructuración y de muerte. Ahora bien, la cruz de Cristo es, al mismo tiempo, el símbolo progresivo por excelencia. No sólo desnuda nuestras inconsistencias sino que, sobre todo, nos introduce en una perspectiva liberadora. La cruz se revela como fuente de vida porque es también el símbolo supremo del amor.

Pero, claro, para percibir este sentido último no se puede leer la Escritura como quien lee una novela. Se trata de hacer una verdadera "lectio divina", un ejercicio de "leer a Dios" que sólo es posible por la apertura al Espíritu que ora en nosotros y que rompe la barrera del sonido. Son un regalo de Dios las mujeres y los hombres que, curtidos por la experiencia, nos enseñan a leer de este modo. No abundan, pero existen en medio de nosotros.

Lo primero que descubrimos al acercarnos así a la Escritura es una conexión entre la cruz y la resurrección y un modo sorprendente de hablar de ésta. En ninguna parte se describe. Parece que sólo el evangelio apócrifo de Pedro está en condiciones de satisfacer algunas de nuestras curiosidades. En los escritos canónicos se ofrece simplemente una confesión: "Verdaderamente ha resucitado el Señor". Es cierto que en estadios posteriores se componen relatos de apariciones, e incluso descripciones de la tumba vacia, pero todo arranca de una experiencia de fe que ha sido capaz de transformar la vida de los discípulos acobardados. No deberíamos avergonzarnos de que así sea, ni sentirnos humillados ante el tribunal de la ciencia. Las experiencias de encuentro con el Resucitado y el cambio vital que producen constituyen nuestro tesoro más preciado. Ninguna prueba científica puede aspirar a un grado tan alto de verdad.

HAY COMIDAS QUE ABREN LOS OJOS

Disponemos de muchos testimonios que confirman el papel de la Escritura en el descubrimiento del Resucitado. Pero es, en cierto sentido, un papel introductorio, de preparación. En el relato de Emaús el verdadero reconocimiento se produce en la fracción del pan. Llegados a este punto podemos hacer nuestro este verso de un himno litúrgico pascual: "Repártenos tu cuerpo, y el gozo irá alejando la oscuridad que pesa sobre el hombre".

La cena viene precedida por una invitación: "Quédate con nosotros". A todo discípulo que camina se le pide esta insistencia, esta capacidad de pedirle al Señor que no pase de largo. Es una frase centinela que nos previene contra nuestras prisas, contra nuestros deseos de que Jesús se acomode a nuestros planes y a nuestros plazos En el orden He la gracia cadqa se produce porque nosotros lo deseemos ardientemente. El Resucitado no es un ídolo al alcance de nuestros caprichos, ni siquiera de nuestros deseos nobles de sentido. No viene automáticamente cuando apretamos el botón de la necesidad o del deseo.

La cena llega a su cumbre. Ante el gesto del pan, los de Emaús comprenden que ese caminante sólo puede ser Jesús y, al mismo tiempo, se comprenden a si mismos de otra manera: descubren su identidad de discípulos descubriendo la identidad del Maestro. Esta doble experiencia de reconocimiento es la que en el texto se expresa con la fórmula simbólica: "se les abrieron los ojos" que precede a la conclusión: "y lo reconocieron". En la evolución del camino los ojos se abren después de los oídos. Ciertamente, la posibilidad de ver ha sido preparada por la acogida de la Escritura, pero se realiza en la fracción del pan.

¿Cómo reconocer al Señor después de haberlo perdido la pista, después de haber sido victimas de "fuerzas" (la rutina, el ambiente social, el pecado) que han oscurecido nuestros oíos de discípulos? Sabemos que en nuestro itinerario el reconocimiento es sustancial. Supone -como estudia la psicología gestáltica- un "darnos cuenta" o -ateniéndonos a la tradición oriental un "ser iluminados". En este sentido, la fracción del pan no constituye una instancia ética cuanto una celebración iluminadora. En la eucaristía "caemos en la cuenta" de quiénes somos, de cómo es el camino, nos dejamos "iluminar" por la Palabra proclamada y aprendemos a vivir con esperanza la invisibilidad de ese Jesús que, una vez repartido el pan, "se les hizo invisible".

CUÉNTALO: LA VERDAD SE ENSANCHA CUANDO SE COMUNICA

La historia toca a su fin. Por eso se acelera: "En aquel mismo instante se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén". El camino de dimisión se convierte ahora en camino de misión. La bajada de Jerusalén a Emaús se hace ascenso, pero se trata de un ascenso distinto del primero. Subir a Jerusalén no es ya acercarse a un misterio que no se entiende y del cual se huye sino contar una experiencia vivida. Pero el relato nos reserva una sorpresa. En contra de lo esperado, es la comunidad de Jerusalén -y no los viajeros de Emaús- la que da, en primer lugar, testimonio del Resucitado. Antes de que éstos cuenten su experiencia, Lucas pone en labios de los once y de todos los demás una muestra del primitivo pregón cristiano: "Es verdad, el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón". También la comunidad dispersa e incrédula ha sido visitada y rehabilitada por el Resucitado. No se trata de oponer el testimonio de dos escogidos al de una comunidad maltrecha. Tras la prueba de fuego de la cruz, Pedro y los demás renuevan su ministerio eclesial. También ellos han sido alcanzados por la gracia y deben confirmar a los hermanos.

En nuestras búsquedas del Resucitado el papel de la comunidad es esencial. Nos podrá parecer pobre, a veces anacrónico, pero nadie se encuentra con él si desprecia a aquellos a los que él ha querido manifestarse, si se cierra en una aristocrática experiencia personal. En el origen de muchas crisis religiosas está el abandono de la comunidad y el menosprecio de su misión confirmatoria.

CAMINAR Y VER DE OTRA MANERA

Y volvemos a caminar porque lo nuestro es ser peregrinos, pero ¡qué diferencia entre caminar con los ojos ofuscados y hacerlo con los olas limpios! ¡De qué manera tan distinta se camina si, en vez de compartir frustraciones, contamos nuestra experiencia! Tal vez el camino sea el mismo. Es probable que los de Emaús, tras su nueva subida a Jerusalén, regresasen a su aldea para proseguir su vida cotidiana. Pero ahora todo es diferente. El camino hecho en compañía de Jesús les permite descubrir signos de esperanza donde antes sólo veían señales de pesimismo. Han experimentado un ardor del corazón que ha terminado siendo una curación de los oídos una apertura de los ojos y una movilización de los pies.

Los creyentes que viven algo semejante son los que hoy siguen contándonos muchos signos de la presencia del Resucitado. Son ellos los que caen en la cuenta de que hay familias que, con sueldos ajustados, son generosas; seglares que, antes de empezar el trabajo, participan en la misa matutina de su parroquia; enfermos crónicos que no pierden la sonrisa; religiosos que, sin especiales alardes, están siempre dispuestos a ser enviados donde haga falta; jóvenes que no se ajustan al hedonismo ambiental; madres de familia que mantienen el tipo en circunstancias conflictivas. Ellos y ellas, con el testimonio de su esperanza, hacen realidad lo que todos cantamos en este tiempo de Pascua: "Vimos romper el día sobre tu hermoso rostro/ y al sol abrirse paso por tu frente./ Que el viento de la noche no apague el fuego vivo/ que nos dió tu paso en la mañana"

 

 

reflexión ... por José Cristo Rey García Paredes

EL ESPÍRITU DE VIDA O LA ENERGÍA QUE RESUCITÓ A JESÚS

Cuando intentamos comprender el misterio de la muerte y resurrección de Jesús, las tinieblas nos envuelven. Son tinieblas luminosas, que excitan nuestra imaginación, que activan los mejores recursos de nuestra persona. Pero, al fin y al cabo... ¡tinieblas! ¡Viernes Santo! ¿Abbá por qué me has abandonado?

Muere el Hijo del Abbá! Muere Aquel, cuyo ser depende constante e inintermitentemente del Abbá... como un río que depende de la fuente, como un rayo que se desprende del sol, como una música que fluye desde un centro emisor. ¿Qué sucede-nos preguntamos- cuando el río no tiene agua para seguir su curso, cuando el rayo de luz se apaga, cuando la música cesa? ¿Qué sucede cuando el Hijo -que depende intermitentemente del Abbá muere? ¿El problema es de la fuente o del río, del rayo o del sol, del centro emisor o de la música, del Hijo o del Abbá? Muere el Hijo del Abbá y exclama: "Abbá mío, Abbá mío, ¿porqué me has abandonado?" Parece como si el Abbá ese viernes santo no tuviera ya energía procreadora, no pudiese generar al Hijo y el Hijo se le muriera saliendo de su seno. ¿No será el viernes santo el día lúgubre del fracaso de la paternidad-maternidad de Dios?

No podemos hablar en estos términos cuando nos referimos a la paternidad y maternidad biológica y humana. Nacimos de nuestros padres. ¡Nacimos! ¡En pasado! Al principio necesitamos de sus cuidados, de su tarea educativa. Pero poco a poco nos fuimos independizando, hasta llegar a la independencia adulta. De la pertenencia al centro familiar, se pasa a la creación de otro centro familiar. Mantenemos fuertes lazos afectivos con nuestros padres, pero no dependemos ya de ellos para existir. Asi fue también la relación de Jesús con su madre biológica, María.

Con el Abbá ya es otra cosa. El Hijo depende constantemente del Padre. Viven en mutua inmanencia. Nada puede hacer el Hijo sin el Padre. Todo lo que el Hijo es y vive le nace de la fuente paterno-materna. Y el ser paterno-materno se cumple en esa función esencial y permanente que es "ser padre-madre" del Hijo. Dios es sólo Padre-Madre. No es Padre en unos momentos y otra cosa en otros. Por eso, confesamos en el Credo: "Creo en Dios Padre... creador del cielo y de la tierra". Es Padre con relación al Hijo, es Padre con relación a toda la creación. ¡Siempre y únicamente Padre!

Por eso, cuando muere el Hijo, cuando queda suprimido el Otro de la Relación constitutiva (¡sólo hay padre si hay hijo, sólo hay hijo si hay padre!), ¿qué ocurre en el Padre-Madre? ¡Qué acontece con el Abbá cuando el Hijo muere?

La muerte de Jesús nos introduce en el Misterio de la Muerte de Dios, la muerte del Padre. En esas tinieblas, percibo sólo una luz, que nos ayuda a explicar el misterio.: ¡El Hijo muere por amor! ¡El Abbá ama hasta morir! Percibo en esta respuesta algo inimaginable: que el Dios grande se hace muy pequeño, el Todopoderoso se reduce a la total debilidad, el Impasible se hace supervuinerable. Y ¡todo por amor! Nos amó tanto que nos entregó al Hijo. Dios no nos exigió pagar nuestras deudas, no nos pidió expiar nuestros pecados, no nos castigó con una penitencia que nos llevara desde la tierra al cielo. Más bien asumió El nuestra causa. Fue El quien no solo pagó por nosotros, sino que nos pagó. No sólo pagó nuestra deuda, sino que Él mismo se hizo deudor nuestro. No nos exigió una reparación por nuestras ofensas. Ni siquiera le pidió al Hijo que nos representara y pagara por nosotros. Él mismo, el Abbá nuestro Abbá, nos reconcilió, nos redimió, a costa de lo que más quería: su propio Hijo. Pagó el máximo precio que podia pagar, nos entregó su tesoro, la realidad más valiosa y amada: su propio Hijo, su Unigénito, su Amado. Nos entregó su cuerpo, derramó su sangre-vida. Al entregárnoslo, Él mismo se entregó a la muerte, a la muerte metafísica, a la muerte de amor más misteriosa e inexplicable. Juan estremecido exclamó: ¡Dios es Amor! En el viernes santo las tinieblas llenaron la tierra... y el cielo! El Hijo bajó a los infiernos. El Padre bajó a los infiernos. El Espíritu fue entregado. Y como la Paloma del Arca, salió... no tenía dónde posarse. ¡El Espíritu revoloteaba sobre el Caos!

¡EL ESPÍRITU INCUBABA SOBRE EL CAOS!

El viernes santo es el día del caos. El Apocalipsis, el último libro de la revelación, interpreta con imágenes terribles la identidad de este día El número seis se convierte en la clave de su aspecto caótico y horrible.

Y ese día el Espíritu mantenga bajo su mirada el caos del universo. La muerte estaba en el cielo y un espiritu de vida sobrevolaba el caos de la tierra. Una mujer, lo representaba en su silencio, en su tristeza, pero también en su esperanza. A ella se le había dicho ¡Ahí tienes a tu hijo! En ella no se había interrumpido la fuente de la vida, porque seguía diciendo al Abbá, ¡hágase en mi según tu palabra! La palabra, o mejor, la Palabra -¡en sus últimas palabras!la definió como "madre". En ella y en el hijo quedó el Espíritu que Jesús exhaló.

El Espíritu incubaba sobre el Caos y, mientras tanto, la esperanza era posible. Podríamos decir que no se apagó ni la paternidad-maternidad de Dios, ni su símbolo femenino aquí en la tierra, la maternidad de María. El viernes y sábado Santo, tras la muerte de Jesús, todo quedó en manos de la Gran Madre y de su Espíritu, de la Mujer que en el Calvario seria nueva Eva.

Es el tiempo de la Nueva Creación. Se está gestando la maravilla de la Resurrección imperecedera. No sabemos el cómo, ni lo podemos imaginar. Era el tiempo del Gran Silencio. La Palabra había muerto. La Palabra definitiva esperaba a ser proferida. La Ruah se condensaba en el corazón y en la boca de Dios. El seno de Dios experimentaba contracciones como de parto. La tierra tembló, los sepulcros se abrieron, el sepulcro se abrió. Todavía era de noche.

¡QUE MAÑANA DE LUZ RECIÉN NACIDA!

Nunca entendí aquello que se decía en otros tiempos: ¡que Jesús resucitó por su propio poder! y que ¡por su propio poder subió al cielo! Fue el Padre quien lo resucitó y quien lo glorificó y quien lo asentó a su derecha en el cielo. La resurrección es un acontecimiento de generación paterno-materna. El Abbá resucita a Jesús, como Abbá, es decir, engendrándolo, con esa energía generadora que es su Espíritu. Pablo en su discurso sobre el Resucitado en Hechos 13, 27-37, así lo atestigua e interpreta: ¡Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy!

El Abbá resucita a Jesús engendrándolo ya definitivamente. Esa generación es al mismo tiempo una nueva constitución del Padre en cuanto Padre. El "Dios ha muerto" del viernes santo, o "el Padre ha muerto" en el Hijo, se convierte el sábado de resurrección, en el "nació mi amor y mi esperanza". En el "hoy" de la resurrección el Hijo fue engendrado, y ya para siempre. Maria, la madre de la tierra, fue testigo de este nuevo nacimiento "por obra del Espíritu santo", mientras ella asentía a ser madre, aquí en la tierra, del hijo amado.

¡VEN, ESPÍRITU DE VIDA!

Siempre nos resultará difícil e imposible comprender esta realidad tan misteriosa del Espíritu de Dios. Es la energía que moviliza todo en lo divino. Es el amor, la vida, el viento, el torrente, la inspiración y la espiración. Es el gran agente secreto de todo lo que ocurre entre el Abbá y su Unigénito, de todo lo que el Unigénito realizó aquí en la ¡Tierra

Es gracia, la gracia de las gracias, que Jesús nos conceda el Espíritu No hay noticia más sublime y más deseable que ésta: que el Espíritu nos es concedido y que se derrama sobre nosotros. Es más, Jesús nos invitó a suplicar el don incomparable del Espíritu "¡Cuánto más el Abbá del cielo dará el Espíritu santo a quienes se lo piden!" (Lc I 1,13).

Movidos por el Espíritu inspirados por Él, podemos hacer las obras mesiánicas de Jesús y aún mayores. El Espíritu todo lo resucita, alienta y vivifica. Hasta nuestros cuerpos mortales, que son santuario suyo, serán resucitados por su fuerza, como el cuerpo de Jesús