La infertilidad se define como la incapacidad
para concebir tras un año de relaciones sexuales no protegidas, mientras que
la esterilidad se considera como la imposibilidad absoluta de concebir. En
España se considera que más del 17% de la población española es infértil,
siendo un problema que va en aumento progresivo en toda Europa.
Existe acuerdo en señalar multitud de factores, además de las alteraciones
estrictamente médicas padecidas por el hombre y la mujer, que inciden
directa o indirectamente en el aumento de la infertilidad o en los problemas
de concepción. Entre dichos factores cabe señalar las enfermedades de
transmisión sexual, el consumo elevado de alcohol, tabaco y drogas, algunos
medicamentos, los trastornos de la alimentación, la contaminación ambiental,
el estrés y la ansiedad, así como otros relacionados con los métodos
anticonceptivos utilizados (p.e. utilización de dispositivos intrauterinos),
el acceso de la mujer al mercado laboral y la edad avanzada a la que se
desea tener hijos.
Sin embargo, tales condicionantes responsables de la infertilidad no parecen
amenazar a priori el equilibrio y bienestar de la pareja. Así, por ejemplo,
una mujer que padezca alguna alteración en las trompas de Falopio que le
impida quedarse embarazada o un hombre con una escasa producción de
espermatozoides, pueden presentar un perfecto estado de salud, y disfrutar
de la vida junto con su pareja a lo largo de toda su vida. En cambio, dichos
factores se convertirán en disfuncionales y podrán suponer un obstáculo para
las parejas en el momento en que decidan tener un hijo y fracasen en el
intento. Será en estos momentos cuando las parejas experimenten frustración
y fracaso respecto a sus expectativas y deseos de procreación y de
convertirse en padres.
El desajuste emocional que pueden vivir las parejas con infertilidad es
debido a que la imagen del hijo deseado se intercala entre ellos, y en
algunas ocasiones, en lugar de unirles, les separa. Su deseo se superpone a
la realidad, y dejan de vivir con objetividad todos los aspectos positivos
que habían creado entre ellos y para ellos, para centrarse casi
exclusivamente en lo que no tienen, en la ausencia del hijo.
Existe consenso en considerar que la dificultad para tener hijos, cuando
existe el deseo de tenerlos, supone una de las situaciones más difíciles a
las que tiene que hacer frente la pareja a lo largo de su historia personal
y que afecta no sólo a la identidad personal de cada uno de los miembros
sino también al proyecto vital de la pareja.
Los procedimientos diagnósticos y los tratamientos de reproducción asistida
suelen representar una fuente de estrés adicional para la mayoría de las
parejas, que afecta a las distintas áreas de su funcionamiento habitual.
Pese a ello, la posibilidad de concebir un hijo supone para estas parejas
una motivación suficientemente potente como para enfrentarse a posibles
desgastes físicos, psicológicos, de relación de pareja, económicos, sociales
o familiares. Los individuos en esta situación se ven enfrentados, en muchas
ocasiones, a una crisis que genera sentimientos de angustia, pérdida y
frustración importantes. Diferentes estudios han puesto de manifiesto que la
infertilidad puede dar lugar a alteraciones psicológicas como ansiedad
elevada, depresión, baja autoestima, estrés, ira, sentimientos de culpa y
pérdida de control de la propia vida. Otros estudios han concluido que la
infertilidad afecta a la calidad de vida de las parejas siendo menor que la
satisfacción experimentada por aquellos que no padecen este problema.
Con respecto a la relación de pareja, también se ha constatado que la
infertilidad puede ocasionar dificultades en la relación marital, tanto en
el ámbito afectivo como en el de la comunicación, la relación sexual o
incluso de la afiliación. En esta línea, Burns y Covington (1999)
encontraron que la infertilidad alteraba la comunicación, hacía que
disminuyera el interés por la pareja, empobrecía la relación sexual y podía
provocar que los miembros de la pareja se replantearan seguir juntos.
La vida sexual de la pareja suele resentirse como consecuencia de la
infertilidad haciendo que, en muchos casos, disminuya la calidad y
frecuencia de las relaciones sexuales. Diferentes autores concluyen que la
infertilidad produce un descenso del deseo sexual, problemas de eyaculación,
dificultades para conseguir el orgasmo e insatisfacción sexual en general.
Al parecer, tener que programar las relaciones sexuales en días concretos
del ciclo o hacer que éstas adquieran un carácter meramente reproductor
lleva a la pérdida de la espontaneidad, que es uno de los principales
problemas que suele afectar a las parejas y por el que suelen solicitar
ayuda e intervención profesional. En otros casos, sin embargo, el sexo se
convierte en una experiencia dolorosa por la incapacidad para concebir. Ante
estos problemas, la misión del profesional será ayudar a la pareja a
recuperar el placer, la satisfacción y la comunicación afectiva y también
habrá de intervenir en aquellas parejas que presenten disfunciones sexuales.
Otras investigaciones sugieren que la infertilidad aumenta la unión, el
amor, el apoyo en la pareja y además supone una experiencia de crecimiento
personal para ambos cónyuges (Callan, 1987; Pasch y Christensen, 2000).
Todas estas evidencias dan cuenta de la infertilidad como un problema
complejo con una amplia variedad de manifestaciones y ante el que cada
pareja puede responder de manera diferente. Tal variabilidad puede
explicarse, de acuerdo con Gerrity (2001), por el tipo de infertilidad que
presente la pareja, por el modo de afrontar el problema y por el rol que
adopte cada miembro.
Pese a todo, se afirma de forma unánime que la infertilidad es un problema
que afecta a la pareja como entidad unitaria y que así debe ser tratado en
terapia psicológica. Por tanto, es probable que aquellas parejas que
presenten un buen ajuste marital, una visión compartida del problema y una
adecuada comunicación entre ambos miembros afronten de manera más saludable
su situación de infertilidad e incluso salgan fortalecidas de la misma,
frente a aquellas otras para las que la infertilidad supondrá un problema de
tal intensidad que ponga en juego su propia relación de pareja.
La terapia de pareja es recomendable en aquellos casos en los que el
equilibrio de la relación se ha visto alterado como consecuencia de la
infertilidad y también en aquellos otros en los que, aunque inicialmente no
haya problemas, la pareja pueda estar en riesgo de tenerlos.
Los procedimientos más utilizados en el tratamiento psicológico de parejas
infértiles son los derivados de la terapia cognitivo-conductual. Dichas
técnicas han demostrado su eficacia tanto en el afrontamiento del
diagnóstico de la infertilidad como durante el tratamiento de la misma. Así
mismo, los objetivos que se persiguen con la terapia de pareja en estos
casos son: (1) la enseñanza de habilidades de afrontamiento respecto a su
situación de infertilidad; (2) la mejora de la calidad de la comunicación e
interacción en la pareja; (3) el aprendizaje de habilidades para solucionar
los conflictos en la relación de pareja derivados de la infertilidad; y (4)
la ayuda en la búsqueda de soluciones y alternativas ante la posibilidad de
un futuro sin hijos.
Noelia Flores Robaina, Cristina Jenaro Río y Carmen Moreno Rosset
(Universidad de Salamanca. Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED)