Talento desperdiciado

Eulogio López
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"A veces hay noticias tan originales y raras que parece como si se le hubieran ocurrido a uno mismo". Este ejercicio de modestia, es que el da pié a Francisco Umbral,  el columnista más famoso de España, para hablar de la gallina vasca, después de reconocer su pesar, otro alarde de humildad, por tocar un asunto "sobre el que ya han caído todos mis colegas", que ya es rebajarse...

Al parecer, el Gobierno nacionalista vasco está empeñado en mantener la pureza de la gallina vasca, lo que ha servido para que todos los amantes del tópico, amantes del fonema (mira que es fácil criticar un proyecto que tiene como base a un animal de nombre tan ridículo como la gallina) se hayan lanzado a larguísimas especulaciones sobre lo ridículo del nacionalismo vasco: paletos boinardos que pretenden entronizar a las gallinas. La verdad es que los hombres de Arzallus no pretenden entronizar a tan ridículo animal, sino crear una denominación de origen de una raza como instrumento de marketing. Es decir, lo mismo que castellanos, extremeños y andaluces hacen con el cerdo ibérico, riojanos, manchegos y catalanes con sus vinos y los navarros con sus espárragos.

Pero claro, Umbral necesitaba distanciarse de la turbamulta de sus "colegas". Necesitaba ir más allá, pero no sabía cómo. ¡Ya está!, pensó, en otro alarde, esta vez metafísico: de la gallina vasca se pasa al nacionalismo vasco, del nacionalismo vasco al clero vasco, del clero vasco al Espíritu Santo. Es lo que se llama una traslación semántica propia de espíritus profundos. Y en una espléndida conclusión, acaba comparando al Espíritu Santo con las gallinas. Y emplea las mayúsculas par que queda bien claro que el Dios al que insulta no es una metáfora. Los demás se conforman con hacer gracias con las sotanas, pero el "number one" debía cruzar el Rubicón: si no blasfemara, no ofendería a los creyentes, y, de paso, a Dios. Y si no insulta, no llamaría la atención, no sería objeto de comentario.

Lo propio de Umbral son los adjetivos, no los nombres ni los verbos, y mucho menos las premisas. De las conclusiones, ignora hasta su significado. Y los adjetivos hacen reír e impiden pensar. Es decir, que hacen literatura umbraliana. Es pensamiento simbólico, aquel que se guía por símbolos, no por razonamientos. Pero sus símbolos son muy buenos, que conste.

Los semiargumentos don Paco son tan injuriosos que hacen bueno a aquel majadero que fue Sabino Arana, quien identificaba todo lo español como vulgar y chabacano, y a los españoles como hombres de navaja y blasfemia. Umbral no tiene navaja, porque manejarla conlleva riesgos, pero blasfemias... las que quieran. Don Paco, con sus insultos, justifica a don Sabino. Con Umbral, cualquier persona sensata adopta la misma actitud que el teutón del chiste:

- ¿Usted es alemán?

- ¡Sííí! Pego yo seg alemán de Alemania, no alemán de miegda.

A don Paco ya sólo le queda la blasfemia. Y es cosa curiosa, porque, si Dios no existe -dijo Umbral-, la Iglesia es un camelo -corrigió Umbral-, y los creyentes unos hipócritas -sentenció Umbral. ¿Y por qué esa obsesión con el Espíritu Santo, la clave de todo el dogma cristiano, aquel de quien Cristo afirmó que la blasfemia contra Él no sería perdonada ni en este mundo ni en el otro? Pues por eso mismo. Lo que más ofende a un cristiano es la ofensa al Espíritu de la Gracia.

Don Paco lleva dos décadas inventando palabras, pero no se le ocurre ninguna idea. Y algo tiene que escribir, el pobrecillo. Todos los adjetivos, tan injuriosos como brillantes, que Umbral otorga a Dios, la Iglesia o a Menganito Pérez, el creyente, no componen ni una sugerencia, salvo cuando la plagia, actividad a la que se dedica con especial esmero.

Hay mucho talento desperdiciado en el columnista del mundo. Y el talento inútil provoca una mala leche feroz. Mala leche muy brillante, oiga usted.