Los signos de la veneración eucarística
Carta
de monseñor Julián López Martín, obispo de León
LEÓN, sábado, 18 agosto 2007 (ZENIT.org).-
Publicamos la carta a los presbíteros y diáconos que ha enviado monseñor Julián
López Martín, obispo de León (España), quien participó en el Sínodo de obispo
del mundo sobre la Eucaristía (octubre de 2005).
* * *
Queridos hermanos:
Deseo comentar con vosotros algunos aspectos del culto a la Santísima Eucaristía
a propósito de la publicación de la Exhortación Apostólica postsinodal
Sacramentum caritatis de S.S. el Papa Benedicto XVI, de 22-II-2007 (= SCa y
nº)[1]. Con este documento culmina una serie de intervenciones de carácter
doctrinal y pastoral del Magisterio pontificio que comenzó con la Encíclica
Ecclesia de Eucharistia del siervo de Dios Juan Pablo II (17-IV-2003)[2], con el
propósito de mejorar las celebraciones de la Eucaristía y, a la vez, renovar e
intensificar el culto del Misterio eucarístico en la Iglesia. Ahora bien, esto
no será posible si los pastores no procuramos formar a los fieles de manera que
adopten «una actitud coherente entre las disposiciones interiores y los gestos y
las palabras» (SCa 64). Esto tiene aplicación también a los elementos materiales
que entran en la celebración litúrgica, como los signos, los lugares de la
celebración, la colocación del Sagrario, etc.
Por eso deseo invitaros a leer atenta y reflexivamente la Exhortación
Apostólica, para captar su riqueza teológica y espiritual. Como una ayuda y a
modo de introducción a su lectura, en este mismo número se publica una
conferencia mía ofrecida precisamente a sacerdotes.
Desearía también que, a medida que os adentráis en el documento pontificio,
tengáis en cuenta el modo concreto de celebrar, con el fin de revisarlo, mejorar
todo lo que sea mejorable y corregir lo que sea preciso. Para este es muy útil
consultar también la Ordenación General del Misal Romano publicada en lengua
española en 2005 (= OGMR y nº)[3] e, incluso, la Instrucción Redemptionis
sacramentum de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos, de 25-III-2004[4].
Por último, os pido que pongáis en práctica las siguientes indicaciones y
sugerencias, que afectan no sólo a la celebración de la Eucaristía sino también
a su culto fuera de la Misa y a la misma Reserva eucarística. Su observancia
tiene mucho que ver también con el comportamiento de los fieles en el interior
de las iglesias.
1. Verdad y belleza de la celebración y del culto a la Eucaristía
Antes de entrar en las sugerencias concretas, me parece oportuno recoger y
comentar esta afirmación de la Exhortación Apostólica: «La relación entre el
misterio creído y celebrado se manifiesta de modo peculiar en el valor teológico
y litúrgico de la belleza. En efecto, la liturgia, como también la revelación
cristiana, está vinculada intrínsecamente con la belleza: es veritatis splendor.
En la liturgia resplandece el Misterio pascual mediante el cual Cristo mismo nos
atrae hacia sí y nos llama a la comunión» (SCa 35). El Papa se refiere a una
realidad mucho más profunda que una mera estética o armonía de las formas a la
hora de celebrar la liturgia. Lo que está en juego, cuando se realiza una acción
litúrgica, es la verdad del misterio que se hace presente en ella y que, a la
vez, se oculta en el conjunto de signos, palabras y elementos que integran la
celebración y que es necesario percibir claramente para entrar en contacto con
él. La Iglesia no ha creado el ritual, los gestos, los símbolos, la música,
etc., de su liturgia buscando la ceremonia, la majestuosidad o la pura
solemnización, sino tratando de ayudar al hombre a entrar en comunión con Dios,
para que le alabe del mejor modo posible y se deje santificar por Él. «La
verdadera belleza (de la liturgia) es el amor de Dios que se ha revelado
definitivamente en el Misterio pascual» (ib.).
Por eso, celebrar bien no consiste en ejecutar fríamente unos actos o recitar de
manera rutinaria unas fórmulas de plegaria. En este sentido, no se puede olvidar
que la forma externa condiciona decisivamente las actitudes internas. De ahí que
se debe cuidar con el mayor esmero todo aquello que facilita la comunicación
visual y verbal en las acciones litúrgicas. Especialmente hoy, cuando todo el
mundo está acostumbrado a ver y a escuchar a auténticos maestros de la
expresión. Y esto afecta no solamente a la responsabilidad de los ministros,
sino también a la necesaria educación litúrgica de los fieles que ocupan la
nave, a los que se ha de considerar como verdaderos participantes en la parte
que les corresponde como miembros del pueblo sacerdotal (cf. 1 Pe 2,5.9)[5].
«Conscientes de todo esto, hemos de poner gran atención para que la acción
litúrgica resplandezca según su propia naturaleza» (ib.)[6].
2. Los gestos de la veneración
«Un signo convincente de la eficacia que la catequesis eucarística tiene en los
fieles es sin duda el crecimiento en ellos del sentido del misterio de Dios
presente entre nosotros. Eso se puede comprobar a través de manifestaciones
específicas de veneración de la Eucaristía, hacia la cual el itinerario
mistagógico debe introducir a los fieles. Pienso, en general, en la importancia
de los gestos y de la postura, como arrodillarse durante los momentos
principales de la plegaria eucarística» (SCa 65).
Por su parte, la OGMR es muy clara al señalar: «(Los fieles) estarán de rodillas
durante la consagración, a no ser que lo impida la enfermedad o la estrechez del
lugar o la aglomeración de los participantes o cualquier otra causa razonable.
Y, los que no pueden arrodillarse en la consagración, harán una profunda
inclinación mientras el sacerdote hace la genuflexión después de ella» (n. 43).
La Conferencia Episcopal Española no ha señalado otro gesto, lo que quiere decir
que la norma general tiene pleno vigor en España.
Allí donde la mayoría de los fieles permanece aún de pie durante la
consagración, es necesario que, con claridad y paciencia, se les invite a
recuperar el gesto de arrodillarse, explicándoles el sentido del estar de
rodillas o de la inclinación profunda. Esta explicación debe hacerse antes de la
celebración eucarística. En las iglesias en las que se instalaron bancos sin
reclinatorio, los responsables deberían estudiar cómo hacer la oportuna
adaptación a los mismos. Por otra parte, conviene también recordar a todos los
fieles y enseñar a los más pequeños a poner en práctica la genuflexión, cuando
pasan por delante del Santísimo Sacramento (cf. OGMR 274).
3. El modo de comulgar
La OGMR, cuando se ocupa de la distribución de la Comunión a los fieles dice:
«El sacerdote toma después la patena o la píxide y se acerca a los que van a
comulgar, quienes, de ordinario, se acercan procesionalmente. A los fieles no
les es lícito tomar por sí mismos ni el pan consagrado ni el sagrado cáliz y
menos aún pasárselos entre ellos de mano en mano. Los fieles comulgan de
rodillas o de pie, según lo haya establecido la Conferencia de los Obispos.
Cuando comulgan de pie, se recomienda que, antes de recibir el Sacramento, hagan
la debida reverencia del modo que determinen las citadas normas» (n. 160).
Ya hace muchos años que en España se autorizó el recibir la comunión en la mano,
correspondiendo a los fieles el usar o no de esta facultad[7]. En su momento se
indicó también el modo de hacerse. Anteriormente se había permitido así mismo
comulgar de pie. Sin embargo las cosas se olvidan si no se recuerdan
oportunamente, y a los niños, cuando se preparan para hacer la Primera Comunión,
hay que enseñarles cómo deben proceder. Por eso no es infrecuente el que algunos
fieles, al acercarse a comulgar, hacen ademán de quitar la Sagrada Forma de la
mano del ministro. Otros se la llevan a la boca sobre la misma mano en la que la
reciben. La indicación del Misal es clara, pero podría precisarse un poco más a
la hora de explicarla a los fieles.
En efecto, los fieles comulgarán habitualmente de pie, haciendo antes una
inclinación de cabeza, pudiendo recibir la comunión en la boca o en la mano. Si
eligen este último modo, extenderán una mano abierta ante el ministro con la
otra debajo, también abierta. Una vez depositada la Sagrada Forma en la mano, la
persona que va a comulgar se la llevará con la mano libre a la boca, delante del
ministro, antes de retirarse. Si eligen el modo de comulgar de rodillas, no es
necesaria ninguna otra reverencia. Tratándose de niños, puede ser eficaz un
sencillo ensayo con formas no consagradas.
Si se da la comunión bajo las dos especies, supuestas las condiciones exigidas
para ello (cf. OGMR 282-287), cuando se hace «por intinción», que es el modo más
adecuado para hacerlo[8], deberá recibirse obligatoriamente en la boca. No está
permitido a los que comulgan mojar por sí mismos la Sagrada Forma en el cáliz,
ni recibir ésta en la mano una vez mojada[9].
4. La colocación del Sagrario y de la Sede
«Es necesario que el lugar en que se conservan las especies eucarísticas sea
identificado fácilmente por cualquiera que entre en la iglesia, gracias también
a la lamparilla encendida. Para ello, se ha de tener en cuenta la estructura
arquitectónica del edificio sacro: en las iglesias donde no hay capilla del
Santísimo Sacramento, y el sagrario está en el altar mayor, conviene seguir
usando dicha estructura para la conservación y adoración de la Eucaristía,
evitando poner delante la sede del celebrante» (SCa 69).
Por su parte la OGMR dice también: «El puesto más habitual de la Sede será de
cara al pueblo al fondo del presbiterio, a no ser que la estructura del edificio
o alguna otra circunstancia lo impida; por ejemplo, si, a causa de la excesiva
distancia, resulta difícil la comunicación entre el sacerdote y la asamblea
congregada o si el sagrario ocupa un lugar central detrás del altar» (OGMR 310;
véanse también nn. 314-317).
En la gran mayoría de nuestras iglesias el Sagrario sigue formando parte del
retablo mayor y se encuentra, por tanto, detrás del altar de cara al pueblo,
generalmente a la misma altura en que ha estado siempre. A veces, sobre todo en
iglesias de reciente construcción, el Sagrario sobresale por encima de la cabeza
del sacerdote celebrante. Pero, a tenor de los dos documentos citados, el
problema lo ha planteado un equivocado concepto de lo que es la Sede. Ésta no es
un asiento más, sino que debe significar la función presidencial en toda
celebración litúrgica. Por eso ha de estar situada de manera que haga posible la
comunicación del sacerdote con los fieles, para que éstos puedan verlo y oírlo
fácilmente. Colocada la Sede detrás del altar, cuando el sacerdote la usa,
produce la impresión de que está sentado a una mesa.
Es cierto que muchas iglesias tienen un presbiterio muy reducido. Pero, teniendo
en cuenta que la Sede ha de ser única y que, por tanto, no se requiere un
asiento de cada lado, cabe ponerla en un lateral del presbiterio, en la parte
opuesta a la del ambón. La Sede puede estar adosada a la pared de manera que el
sacerdote, sentado, mira al ambón y escucha las lecturas como los demás fieles;
y, cuando está de pie, puede volverse a la asamblea sin dificultad. En la
concelebración, si no hay espacio en el presbiterio para los asientos de los
concelebrantes o ministros, éstos se pueden situar delante de los fieles. Lo que
importa es que se destaque la presidencia litúrgica -es uno solo el que preside-
y que ningún ministro esté sentado o de pie inmediatamente delante del Sagrario
dándole la espalda. Colocar la Sede delante del altar, tampoco es solución
adecuada.
5. El cuidado de la Reserva eucarística
Las normas de la Iglesia acerca de la dignidad, reverencia y seguridad que se
han de observar en el lugar donde se guarda la Eucaristía son expresión y
garantía de la fe y veneración de las comunidades eclesiales hacia el Santísimo
Sacramento y han ser observadas escrupulosamente (cf. Código de Derecho
Canónico, c. 934-944). Me refiero de manera particular al decoro del Sagrario, a
la lámpara encendida y a la custodia de la llave, que nunca debe dejarse puesta
en la cerradura ni junto al Sagrario, una vez terminada la celebración, sino en
lugar seguro en la sacristía (cf. c. 938; 940).
Ahora bien, la situación de las pequeñas parroquias de nuestra diócesis,
especialmente en aquellos pueblos que se cierran durante el invierno o allí
donde no es posible asegurar la Misa todos los domingos, obliga a que los
párrocos y quienes hacen sus veces tomen las medidas oportunas. De ningún modo
puede dejarse la Reserva eucarística en las iglesias de los pueblos que se
cierran (cf. c. 934,2). En las iglesias en las que solamente se celebra la Misa
una o dos veces al mes, para reservar el Santísimo Sacramento ha de procurarse
que algún fiel, al menos, se responsabilice de su cuidado (cf. ib.), por
ejemplo, visitando al Señor diariamente (cf. c. 937). De no ser así, es
preferible que no se haga la Reserva. Cuando el Santísimo no esté reservado, se
puede dejar abierta la puerta del Sagrario y la lámpara estará apagada.
6. Sobre los ministros extraordinarios de la comunión
En la Exhortación Apostólica Sacramentum caritatis el Papa Benedicto XVI se
dirige a los ministros de la Eucaristía con estas palabras: «Pido a todos, en
particular a los ministros ordenados y a los que, debidamente preparados, están
autorizados para el ministerio de distribuir la Eucaristía en caso de necesidad
real, que hagan lo posible para que el gesto, en su sencillez, corresponda a su
valor de encuentro personal con el Señor Jesús en el Sacramento. Respecto a las
prescripciones para una praxis correcta, me remito a los documentos emanados
recientemente[10]« (n. 50).
Por su parte, la OGMR establece para la distribución de la Comunión: «Si están
presentes otros presbíteros, pueden ayudar al sacerdote a distribuir la
Comunión. Si no están disponibles y el número de comulgantes es muy elevado, el
sacerdote puede llamar para que le ayuden, a los ministros extraordinarios, es
decir, a un acólito instituido o también a otros fieles que para ello hayan sido
designados[11]. En caso de necesidad, el sacerdote puede designar para esa
ocasión a fieles idóneos. Estos ministros no acceden al altar antes de que el
sacerdote haya comulgado y siempre han de recibir de manos del sacerdote el vaso
que contiene la Santísima Eucaristía para administrarla a los fieles» (n. 162).
Es evidente la intención de la Iglesia de que la Comunión sea distribuida, ante
todo, por el sacerdote celebrante, ayudado si es necesario por otros sacerdotes
o diáconos. Sólo cuando una verdadera necesidad lo requiera, los ministros
extraordinarios, entre los que se cuentan los acólitos instituidos, pueden
ayudar al sacerdote celebrante, según las normas citadas. No cabe, por tanto,
que habiendo ministros ordinarios en el lugar, se recurra a los extraordinarios.
Estos no deben acceder, sin más, al altar para tomar por sí mismos la patena o
el copón para ayudar a distribuir la Comunión, sino que han de recibirlos de
manos del sacerdote. Terminada la distribución, tampoco deben ellos recoger las
partículas sobrantes ni purificar los vasos sagrados. Si hay que trasladar las
Formas consagradas al Sagrario situado lejos del altar donde ese está
celebrando, es preferible que sea un sacerdote o diácono el que lo haga o el
mismo celebrante, una vez terminada la Misa. Las deficiencias en el modo de
tratar la Santísima Eucaristía terminan dañando las actitudes internas de
veneración debidas a tan augusto Sacramento.
Para las celebraciones dominicales en la espera del presbítero, se requiere
también que quienes, con la conveniente autorización del Obispo, las moderan o
dirigen, actúen con el máximo sentido de veneración hacia la Eucaristía, según
las normas de este tipo de celebraciones.
7. Sobre las disposiciones personales para recibir la Eucaristía
Estas indicaciones y sugerencias no serían del todo eficaces, como expresión de
«una actitud coherente entre las disposiciones interiores y los gestos y las
palabras» SCa 64), si no se aludiera también a la práctica de la Iglesia según
la cual «es necesario que cada uno se examine a sí mismo en profundidad (cf. 1
Cor 11,28), para que quien sea consciente de estar en pecado grave no celebre la
Misa ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión
sacramental, a no ser que concurra un motivo grave y no haya oportunidad de
confesarse; en este caso, recuerde que está obligado a hacer un acto de
contrición perfecta, que incluye el propósito de confesarse cuanto antes» [12].
El Papa Benedicto XVI escribe al respecto, sobre la relación entre los
sacramentos de la Reconiliación y de la Eucaristía: «Como se constata en la
actualidad, los fieles se encuentran inmersos en una cultura que tiende a borrar
el sentido del pecado, favoreciendo una actitud superficial que lleva a olvidar
la necesidad de estar en gracia de Dios para acercarse dignamente a la comunión
sacramental. En realidad, perder la conciencia de pecado comporta siempre
también una cierta superficialidad en la forma de comprender el amor mismo de
Dios. Ayuda mucho a los fieles recordar aquellos elementos que, dentro del rito
de la santa Misa, expresan la conciencia del propio pecado y al mismo tiempo la
misericordia de Dios» (SCa 20).
En la siempre conveniente y, en ocasiones muy necesaria, catequesis sobre la
celebración de la Eucaristía, no debiera faltar la explicación de dichos
elementos o momentos de carácter penitencial -sin valor sacramental, por
supuesto-, como los modos de hacer el acto penitencial, la oración en voz baja
del sacerdote antes de comulgar («Señor Jesucristo...»), la exclamación «Señor,
no soy digno...», etc.
Confío en que acojáis con el mayor interés estas observaciones sacadas de los
últimos documentos sobre la Eucaristía y su celebración. Pueden parecer
insignificantes, porque sin duda tenemos que ocuparnos también de celebrar bien
-el ars celebrandi del que se habla en la Exhortación Apostólica- como condición
indispensable para la participación consciente, activa y fructuosa en la
Eucaristía (cf. SCa 38 ss.). Sin embargo, sin la adecuada correspondencia entre
las actitudes internas de adoración, asombro y sinceridad ante lo que nos es
dado celebrar, y las formas externas representadas por los gestos, los signos y
los elementos de la celebración, nuestras celebraciones se quedarían en una
estética puramente aparente y desprovista del verdadero espíritu de la liturgia,
que no es otro que la presencia del Misterio de la fe.
Con el deseo de que en nuestra Iglesia diocesana «se crea realmente, se celebre
con devoción y se viva intensamente este santo Misterio» (SCa 94), invocando la
intercesión de María «mujer eucarística».
León, 10 de junio de 2007, solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo:
+ Julián, Obispo de León