Sencillamente... jóvenes

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En su artículo ‘El «piercing» y la eucaristía. Desafíos juveniles para la Iglesia’[1], Daniel Izuzquiza parte de una anécdota, o de una «imagen», como él la llama, que merece la pena recordar como punto de partida de nuestra reflexión.


 

“Hace pocos años, en un anuncio de un coche por televisión: música de órgano, una fila de personas en la iglesia acercándose a comul­gar, y entre ellos un chico joven que, al abrir la boca para recibir la forma consagrada... muestra un piercing en la lengua”.

Aunque es algo que te puede pasar si no te ha pasado ya en cualquier momento, está claro que el anuncio en cuestión quiere jugar con el con­traste más radical. Lo aburrido, ceremonioso, ritualista, repetitivo, caduco... frente a lo divertido, innovador, creativo, personal, joven.

¿Acaso no es ésta una imagen adecuada de la situación actual, del marco de relaciones y visiones entre los jóvenes y la Iglesia?”.

 

Yo no sé si es tan importante la anécdota en sí como los sentimientos que evoca en nosotros: risa, escándalo, indignación o resignación, indiferencia, desengaño, incredulidad, extrañeza... o lo que nos cuestiona e interroga: estamos lejos de los jóvenes, ni nos comprenden ni les comprendemos, no se puede hacer nada con ellos, o qué majos son.

Cuando menos hemos de reconocer que «nos choca», que puede ser reflejo de un «desencuentro», pero que también supone un reto y quizá, una ocasión provocativa para acercarnos a los jóvenes e intentar comprenderlos. En ello estamos.

1         «Conversiones» previas.

 Tal como subrayó Levinas, el rostro del «tú» es un rostro interpelante, quizá porque me configura al descubrirme a mí mismo como «hijo y hermano». La verdad es que cuando somos capaces de dejar a un lado el lenguaje de «esencias» (el ser humano, la juventud,  el pobre...) y miramos a los ojos del «tú» que tenemos enfrente (un tú que es siempre nuevo – no hay dos seres humanos iguales, dos jóvenes iguales, dos pobres iguales) experimentamos en nosotros múltiples «conversiones» que dan forma a una relación.

Eso es lo que pretendo con este primer apartado previo a este intento de adentrarnos en el mundo y en los mundos de los jóvenes: plantearnos qué actitudes deben guiar nuestro intento, qué predisposiciones, muchas de ellas nacidas de la experiencia, tengo respecto a ellos, qué conversiones deben darse en mí a la hora de intentar comprender cómo son los jóvenes con los que me toca vivir.

 Ello implica que en primer lugar me plantee cómo me sitúo ante los jóvenes (ya veremos más adelante cómo se sitúan los jóvenes ante nosotros).

Como muchos adultos, en primer lugar, puedo sentir:

1. Extrañeza. A estos jóvenes ya no hay quien les entienda. Son diferentes. Y aquí cabría que nos preguntáramos en serio: ¿son en realidad tan diferentes de las generaciones que les hemos precedido? Más aún, sus actitudes de fondo ¿son tan diferentes de las de los adultos?.

Con todo, como iremos viendo, hay cosas que cambian, y, además, aceleradamente, pero influidas lógicamente por los cambios experimentados por la sociedad: una ambivalente globalización, internet y la revolución en el mundo de las comunicaciones, nuevos estilos de vida, precariedad laboral etc, etc.

No es que la sociedad de los adultos permanezca y el mundo de los jóvenes cambie. Cambia la sociedad, y, en consecuencia, como si de su sombra se tratase, cambian los jóvenes, aunque sea con acentos que inquietan, preocupan, o, incluso, lleguen a desesperar a padres y educadores. Es curioso por ejemplo ver la evolución de los títulos de obras pedagógicas para los padres: así como los padres de antaño leían libros como el del Dr. Spock, Tu hijo..., los títulos que hoy nos encontramos suenan así: Cómo convivir con un hijo adolescente y no perecer en el intento; Socorro, tengo un hijo adolescente; Manual de supervivencia para padres desesperados...

2. Junto a la extrañeza, nos suele atacar la fiebre comparativa. ¿Quién no ha oído esto alguna vez?: “Los jóvenes de hoy no son como los de otras épocas: aquéllos eran respetuosos con sus mayores, generosos y honrados, pero los de ahora están invadidos por la disolución, son de ánimo resbaladizo, fáciles de engañar, amancebados, jugadores, y despilfarradores”. Si somos sinceros, tenemos que reconocer que estas palabras o parecidas las han dicho ya de nuestra generación, y, si nos descuidamos, las hemos dicho nosotros de la presente. Por eso no debe extrañarnos que el autor de tan notable sentencia no sea otro que Salustio[2], hace la friolera de un par de milenios. No hemos de asustarnos, pues nada nuevo hay bajo el sol. 

3. Muy unida a la anterior, hemos de reconocer que en nuestra acción pastoral, en lo que esperamos o no de los jóvenes, o, sencillamente, en nuestra relación con ellos, solemos proyectar para bien y para mal la imagen que nos hemos hecho ya de los mismos. Esta imagen se ha ido forjando a lo largo de los años a partir las experiencias vividas desde nuestra propia juventud (que será siempre, lo queramos o no, uno de nuestros referentes y criterios hermenéuticos a la hora de valorar a los jóvenes) y del contacto mayor o menor que hayamos tenido con jóvenes o determinado colectivos de los mismos.

Esta imagen puede ayudarnos a tratar con los jóvenes, siempre que no la absoluticemos, o, al contrario, es capaz de bloquear cualquier relación con ellos, siendo ocasión de desencuentros y de frustración en el agente de pastoral. De hecho, cuando debatimos (o nos acaloramos) con un joven no es difícil que recurramos al conocido “es que los jóvenes hoy .....” y espetemos una de las muchas imágenes que tenemos de ellos; o, incluso, si queréis, en un tono más positivo, proyectemos actividades y planes para ellos en aras de una juventud crítica, revolucionaria, contraria al sistema, con ganas de comerse el mundo, que olvide desgraciadamente que los jóvenes del 00 no son ya los de los 70.

Con todo, reconozco que es difícil sustraernos a estas imágenes, o, al menos concederles su justa importancia, pero es bueno saber que están ahí  y que suelen condicionar nuestro lenguaje sobre los jóvenes[3]; un lenguaje que, en muchas ocasiones, clasifica a los jóvenes dualmente en «buenos» y «malos»,  es decir:  por una parte: los que son como a los adultos nos gustaría que fuesen, o sea, los que entran por nuestros esquemas, aquellos que parecen estar integrados dentro de la sociedad, o de la Iglesia.... (que, atención, ya no coinciden necesariamente como vamos a ir viendo) y, por otra, los «desarraigados», los que están fuera de todo. Normalmente, en esta dualidad social y religiosa solemos proyectar una dualidad moral o ética. Es decir, los jóvenes que se hallan en estos contextos son portadores de valores y contravalores. Así estos últimos son aquellos que no se plantean nada, son indiferentes, individualistas, consumistas.... 

4. Visto esto no es de extrañar que para muchos adultos los jóvenes resulten incluso una amenaza. Que esta amenaza no es algo gratuito basta con comprobar los índices de la inseguridad ciudadana, pero seamos sinceros ¿no deberíamos plantearnos las «raíces adultas» de esta inseguridad?.

5. Por otra parte, asistimos, paradójicamente, a una «divinización» de «lo joven». Se trata de un hecho social con “capacidad coercitiva”[4]. El mito del joven (que no es más que un eufemismo para nuestra sociedad del mito de narciso) invade nuestra cultura.

En tiempos, el mantenerse joven podía ser una mentira piadosa, hoy es un mandato – por el que se sufren los sacrificios y penitencias que hagan falta, penalizándose el fracaso - y un calificativo «que vende», una auténtica garantía publicitaria.

Pero si el mundo adulto necesita ser joven, el joven se queda sin modelos referenciales fuera de sí mismo. ¿Qué crea entonces esta situación?: Narcisos, pero, atención, narcisos huérfanos, sin modelos, y condenados a una «eterna juventud»; narcisos «marionetas» o «etiquetas» del consumo rápido. “Un año es «la generación X», el siguiente son presentados como «JASP» y así, sucesivamente, se convierten en etiquetas para vender que sirven a los objetivos del mercado.

Da la impresión de que los jóvenes han dejado de marcar su impronta en la sociedad en el mismo momento en el que, paradójicamente, la estética juvenil se utiliza para representar unos valores bastante tradicionales”[5]. En no pocas ocasiones, la adulación del joven, el mito del joven, no hace más que esconder la falta de voluntad de una verdadera integración y participación del joven en la sociedad, al no ser como «sujeto real de consumo» de un sistema que le bombardea de productos para consumir y que termina viviendo de ellos.

 

En consecuencia, en nuestro esfuerzo por adentrarnos en el mundo de los jóvenes, hemos de evitar un triple riesgo: el primero, caer en la adulación de los jóvenes, porque conduce a una nada educativa idolatría del joven y divinización de lo juvenil. El segundo, el desprecio. Ni el catastrofismo, ni el derrotismo, ni la amenaza son sendas educativas ni evangelizadoras. Mas aún cortan toda senda y toda posibilidad de diálogo, relación y comprensión. Pero tampoco se puede entender a los jóvenes desde una visión redentora que los considera un grupo a ser salvado, como si sobre ellos pesase una mayor oscuridad que sobre el resto de la sociedad. Más bien da la impresión de lo contrario. De hecho, si hacemos caso a las encuestas, ellos se sienten más satisfechos y felices que sus propios padres.

Por todo ello, resulta interesante la advertencia que García Roca plantea a los animadores de jóvenes y agentes de pastoral en su artículo sobre las constelaciones de los jóvenes. “La cuestión no es, por tanto, «qué hacer por los jóvenes», sino «qué hacer conjuntamente con ellos ante los problemas que tenemos planteados». No deberíamos estar preocupados «por los jóvenes» sino «con los jóvenes» por los problemas que afectan a todos los hombres”[6].

No quiero decir con ello que los jóvenes no necesiten «ser salvados o redimidos», pero tanto como los adultos. De hecho, cambiarán muchas circunstancias (en virtud de la edad, psicología....) pero hemos de admitir que la mayoría de esas realidades y sobre todo actitudes que descubrimos en ellos como «contravalores», «problema», y si alguno prefiere «como pecado» son contravalores, problemas y pecados de la sociedad en general que en ellos se encarna de una forma determinada, al igual que en los adultos. Hemos de reconocer que, con todos los matices que les pongamos, los jóvenes nos ofrecen un retrato de la propia sociedad de adultos. Nadie salta por encima de su propia sombra[7]. ¿Y si el reto, entonces, radica en cómo provocar en ellos la experiencia de Jesús de Nazaret y hacerlos receptores y a su vez constructores del Reino?.

6. Existe, por último, una sexta actitud (que, ciertamente puede ir entremezclada con las anteriores, aquí no hay nada químicamente puro): querer a los jóvenes y quererlos como son. Y de ahí, nuestro interés por comprenderlos y evangelizarlos. San Agustín solía decir que se ama realmente lo que se conoce, y, la verdad es que, cuando nos proponemos conocer a alguien en profundidad es porque se le ama, o se intenta amarle. Trabajar con jóvenes supone quererlos. De ahí, la importancia radical del acompañamiento gratuito (no para «cazarlos» para algo) y del «tú a tú». Si no se les quiere, sobran técnicas, pedagogías, y análisis.

Por eso, sin romper con nuestra experiencia, pero abiertos también a los cambios constantes que experimentan los jóvenes, conscientes además de que muchos de los fenómenos que les afectan son fenómenos sociales y culturales, reflejo o consecuencia, cuando menos, del mundo de los adultos, vamos a intentar conocer por dónde va el mundo o, mejor dicho, los mundos de los jóvenes, (por eso no podemos hablar de «juventud» sino de «jóvenes»), ya que cada joven es un mundo, y, por lo general, un mundo plural y cambiante.

De hecho, “si algo se concluye de los sucesivos estudios que sobre juventud y jóvenes se ha realizado en las últimas décadas es que, lejos de poder atribuirse o abstraerse a un modelo único y coherente, las existencias de los jóvenes constituyen experiencias diversas en las que se mezclan elecciones de múltiples matices, a menudo contradictorias y por lo general inestables que desembocan en itinerarios abiertos en los que se juega a experimentar y probar”[8].

2         Jóvenes, ¿de quiénes hablamos?.

Muchos han sido los intentos de delimitar la edad que puede disfrutar del calificativo de joven. Y no hablo de ese «joven de espíritu» que normalmente no intenta más que camuflar que uno ya tiene sus añitos. La tarjeta joven, por ejemplo, lo tiene claro: hasta los 26; aunque otras instituciones alargan este periodo, incluso, hasta los 35 años.

Para no extendernos en este punto, que no es el más importante, creo que podemos asumir sin problemas la propuesta de Javier Elzo en su última reflexión sociológica sobre los jóvenes y sus factores de socialización[9].

Preadolescencia; 12-14 años; Adolescencia: 15-17 años; Jóvenes: 18-24 años; Juventud prolongada: 15-29 años; Tardo jóvenes, «aduljóvenes» o «adultescentes», en categorías de Eduardo Verdú en su ensayo sobre la juventud española del 2001: 30-35 años.

 Esto podría valernos ateniéndonos a la edad. Pero realmente resulta más problemático delimitar la juventud desde unos baremos  propiamente sociales. Veamos.

 Hasta ahora, el «pacto social» que hasta anteayer regulaba el paso de la condición joven, y con ella, los consabidos y eternos conflictos generacionales o, incluso, intrageneracionales, a la de adulto venía marcado por la emancipación familiar y la independencia económica o inserción laboral. Es decir, las notas de la transición a la madurez eran estas cuatro: autonomía personal – capacidad de decisión sobre sí en todos los planos de la existencia; la constitución de un hogar propio, y la independencia económica y autoadministración de los recursos.

La «varita mágica», bueno, no tan «mágica», que hacía esto posible era el poseer un trabajo estable, trabajo que para muchos, además de suponer la asunción del rol de adulto, configuraba tu proyecto e identidad de madurez, tu mundo de relaciones, para formar, junto con la familia, tu mundo vital. Si le preguntabas a alguien «quién eres» no era difícil que te contestase señalando la profesión que ejercía «carpintero», «perito agrícola», «médico»....

Hoy este pacto se ha quebrado. Hoy muchos no alcanzan los elementos requeridos para la transición a la adultez hasta bien entrada la veintena e, incluso, la treintena.; y, todo ello, básicamente, por la insuficiencia que hoy presenta el trabajo como factor de emancipación laboral.

Ello conlleva por un lado, aparte de la precariedad personal y social en la que sume a un joven cuya máxima aspiración es la «renovación del contrato» (¿cómo no van a ser presentistas los jóvenes, cómo no van a vivir sólo el momento, cómo van a ser críticos, se les deja alguna oportunidad? – volveremos más adelante sobre ellos),  el alargamiento del «estado sociológico del joven», a veces casi crónico, como situación de dependencia, con las repercusiones psicológicas, sociales y afectivas que conlleva, al verse privado de la autonomía personal y económica de la que debería ya gozar.

Por ejemplo, comportamientos conflictivos que, podríamos decir, eran, por ejemplo, simples «ritos de paso» hacia la adultez (borracheras, consumo de sustancias tóxicas, gamberradas episódicas) amenazan con constituirse en tópicas y crónicas liturgias o «modus vivendi»; por no decir otros hábitos menos conflictivos sociales pero que pueden plantearnos muchos interrogantes, como puede ser un eterno sobrevivir de lunes a viernes para vivir a tope la marcha del fin de semana (o sábado noche, el domingo se duerme), o plantar la tienda en la casa paterna de la que uno no va ni a tiros, lo que algunos han llamado «el síndrome de Peter Pan», prolongando indefinidamente la etapa de formación, (a lo que también contribuye la notable mejora de relaciones «padres-hijos» y de la valoración de la familia por parte de los jóvenes –que, en ocasiones, esconde una tolerancia pactada).

3         Pistas comunes.

Como ya hemos dicho, no hay un «retrato robot» del joven actual. Aunque sí es posible destacar algunas visiones, pistas, coyunturas vitales de los jóvenes que son compartidas por esta generación y que pueden ayudarnos a adentrarnos en la espesura del bosque juvenil.

a              Mirada al presente y optimismo vital.

Uno de los rasgos que apunta a esta generación de jóvenes es su optimismo. Sin duda, una de las características que más les aleja de los jóvenes de los principios de los noventa – que se vieron afectados por el desencanto y el desengaño ante la incertidumbre de un futuro que no se presentaba tan bien como se les había prometido - . Así, el futuro para muchos de los jóvenes de los noventa había dejado de ser objeto de deseo o de promesa para convertirse en una especie de amenaza que suscitaba incertidumbre, preocupación y miedo. En aquellos años un 37 % de los jóvenes europeos consideraba que el futuro empeoraría las cosas, un 36% que seguiría igual, y sólo un 10 % que mejoraría.

A los jóvenes de hoy esa es una cuestión que les preocupa menos. Son los hijos de la reducción de la natalidad; ha habido espacios y medios suficientes para ellos en las familias y en las aulas, incluso en la Universidad; además su tiempo ha conocido una cierta recuperación del empleo y, en general, una mejora de la economía que les posibilita consumir y gozar de un equipamiento (ordenador, móvil....)  a todo trapo.

El futuro sigue siendo incierto para ellos, pero, he aquí la novedad, ni les desespera, ni les obsesiona porque han dejado de guiarse por él. No el patrón que orienta sus vidas, aunque muchos tengan la conciencia de que hay que estar «sobradamente preparados» y son auténticos «másters en másters». Importa lo alcanzable, lo práctico, y lo real a corto o inmediato plazo. El futuro a medio y largo plazo no aparece en sus planteamientos ni siquiera como negativo. Importa un presente galopante en el que ni siquiera hay tiempo para el «carpe diem», porque lo que se lleva es el «zapping», un «zapping» de experiencias, sensaciones, y vivencias en cascada sin un hilo conductor, sin una Meta con mayúscula por la que apostar. Se trata de vivir lo instintivo, hacer caso a los impulsos inmediatos, disfrutar, no tener que dar razones para hacer lo que me apetece.

Son «posmodernos» y se invierte en el presente para cobrarlo en el presente. Presentismo significa a su vez enfriamiento de sueños y utopías y desinterés por proyectos a largo plazo. Desde un punto de vista simbólico, y también real o literal, la cuenta corriente se impone al plan de pensiones, y la tarjeta 6000 al plazo fijo.

En este contexto se entiende que el 81 % de los jóvenes se sientan «muy o bastante satisfechos» con la vida que llevan, lo cual refuerza la tesis de que están instalados en un presente que consideran como bueno y amable. Ya desde los noventa, el miedo a ser agobiados y absorbidos por el sistema (lenguaje del 68) cede su paso a un cierto temor (cada vez menor) a ser excluido de él y al interés por integrarme y beneficiarme de él. No son muy dados a grandes utopías en el sentido clásico de la palabra. ¿Qué queríais que cambiaran de la sociedad?...

Esta satisfacción girará como veremos el próximo día hacia las categorías de la amistad y del tiempo libre que representan el encuentro, el disfrute, la noche y el consumo.

Así, el papel vertebrador que ejercía antes el trabajo fijo como configurador de un proyecto y de una identidad, y como elemento básico de un «pacto social» con la juventud  es asumido en la actualidad por el consumo y el gasto inmediato; pero atención, no un consumo instrumental de acumular, sino vital, ociosidad pura y dura. Ello ha generado un nuevo y específico mercado joven en el que el «móvil» es el rey: melodías, tonos de llamada, carátulas, carcasas....., seguido de la ropa y de la marcheta del fin de semana que cobra elementos litúrgicos y religiosos (tiene su ritmo, su sentido, su liturgia.... –entraremos más adelante en ello - ).

 «La noche» surge como símbolo poderoso que suspende el paso del tiempo, la disciplina del adulto, el control de la sociedad, y se convierte en espacio propio de libertad, diversión y encuentro, de goce total y simultáneo. Los jóvenes españoles invierten hoy en diversión y concomitantes cerca de un cuarto de billón de pesetas al año y le dedican interminables fines de semana de, a veces, más de 50 horas. ¿Para qué ahorrar, por ejemplo, si no hay nada digno de ese nombre? En este contexto, el esquema «trabajar para consumir y disfrutar» se ha impuesto definitivamente sobre el clásico «trabajar, ahorrar y subir».

 

Eclipses y oportunidades históricas:

1. Es cierto que la potencia del presente ha debilitado las otras dos dimensiones del tiempo: el pasado como memoria y el futuro como utopía. Ahí está el reto de todo educador de cómo recuperar la memoria (el auge de movimientos neofascistas tiene mucho que ver con la neutralización de la memoria y las trampas históricas – no olvidemos que algunos jóvenes incapaces de aceptar su presente y su futuro miran con una nostalgia más nostálgica, valga la redundancia, que real un pasado que idealizan y transforman en certeza).

Otro gran reto es recuperar el valor de la utopía, del proyecto, en el cual también se juega lo comunitario. Si no sabemos adónde vamos ¿de qué sirve ir juntos?

2. Con todo, la dignificación del presente facilita al educador recuperar el valor del realismo, recrear el valor de la vida cotidiana, prevenir contra mesianismos y utopías deshumanizadoras, proyectos negativos (siempre vamos «contra algo» en vez de «proponer algo» como fascinante – quizás es más fácil...), o demasiado ilusorios. Un futuro que no puede convertirse en presente e ilusionar el presente sirve para poco.

Educar en el presente es educar en el valor de las cosas sencillas. Recuperar la importancia del valor del presente y liberarnos de no pocas angustias pasadas y futuras. Partir del presente, eso sí, para ahondar miras; para sentirnos enraizados y para descubrirnos como proyecto. Sólo así daremos paso a la esperanza y sólo la esperanza puede dar sentido a la vida y liberar nuestra sociedad del poder de lo necrófilo.

3. Por otra parte el «zapping» galopante de la búsqueda de experiencias siempre nuevas nos plantea dos retos: primero, la necesidad de experiencias (no nos los ganamos con teorías, sino con experiencias, debemos darles agua, no hablarles de ella);  y, segundo, la necesidad de «zapear», suele ir de la mano del desencanto ¿podemos ser capaces de provocar experiencias que calen, que toquen?.

b              «Libres».

Los jóvenes quieren ser libres. Es algo sabido y de siempre. No es de extrañar que una empresa de telefonía móvil cuyo mercado es casi exclusivamente «joven», lleve varios años centrando su campaña con la bandera de la libertad, adornada de una coreografía provocativa y alucinante. Y es que, si desde siempre la juventud ha simbolizado el ímpetu de la libertad, también es cierto que los jóvenes de hoy ofrecen unas características peculia­res: han nacido y crecido en la democracia, en libertad (los que nacieron en 1975 tienen ya 27 años). No conocen otro horizonte político ni otro entorno cultural. Y como, además, viven sin las penurias económicas de décadas pasadas, su libertad implica tam­bién la posibilidad de ejercer el consumo con bastante eficiencia.

Así, además de contentos, los jóvenes actuales dicen sentirse libres y la libertad es determinante para vivir el presente como un tiempo de oportunidad. Un 69 % considera que el nivel de libertad que tienen es bastante adecuado, incluso un llamativo 22% lo considera excesivo (sólo un 9 % considera escaso su grado de libertad actual).

En torno a un 90% reconocen que son libres para escoger sus opciones políticas, religiosas, sexuales y sus formas de diversión; un 60% reconocen que son menos libres para escoger sus opciones de trabajo, lo cual indica que no les falta realismo[10]. Ésta satisfacción con el alto grado de libertad que ellos experimentan es la expresión de un culto a yo, que más que una descarada egolatría esconde su afán de independencia y de autonomía. No se buscan ya tanto el tener modelos de referencia, prefieren ser ellos mismos, afirmar su yo por encima de normas externas, basándose en su propia experiencia .

Hemos de reconocer que todo esta sensación se ve favorecida por el mero hecho de que la sociedad en la que estamos viviendo cada vez es más una sociedad de individuos en la que se reconoce el valor de lo privado y de lo individual; a la vez que por la instauración de oportunidades históricas para los jóvenes en la construcción de su yo, sustentada sobre todo en la facilidad actual para ampliar horizontes y abrirse a nuevas perspectivas culturales.

Valoran profundamente la libertad, hasta el punto de no poder imaginar una vida en la que ella esté ausente; pero en realidad no está claro que la ejerzan, en parte quizá porque la dan por supuesta. No han tenido que luchar por ella. De hecho, en muchas ocasiones, no son más que víctimas de un mundo que nos ofrece una cierta «sensación de libertad» pero, a la vez, atrofia nuestra capacidad de ejercer esa misma libertad.

 

Eclipses y oportunidades históricas.

1. La ambigüedad en el modo juvenil de situarse ante la libertad es clara: una libertad a la carta, centrífuga, sin compromisos estables, desvinculada del bien común… Una «libertad-de» pero no una «liber­tad-para». Una libertad sin proyecto propio, víctima fácil de todo tipo de manipulación. De acuerdo.

2. Pero el reto está ahí: nunca la Iglesia podrá acercarse a los jóvenes si no mira de frente sus ansias de libertad, aunque necesariamente sea para purificarlas y hacerlas más auténticas, encarnadas y radicales[11]. Tenemos ante nosotros el valor del reconocimiento. Los jóvenes quieren ser considerados como personas plenas, con derecho de palabra y de respuesta, y con derecho a ser escuchados, valorados y respetados por todos. No en vano, el «protagonismo de los jóvenes» es una de las líneas fundamentales de la PJ.

Ello conlleva tenerles más en cuenta en nuestras programaciones, partir incluso de sus necesidades e inquietudes, sin renegar de la responsabilidad y fidelidad, primar la flexibilidad sobre la obligación, y respetar, a la vez, su derecho a la diferencia, atentos a la demanda de sentido que puede esconder su ansia de libertad y ese proceso abierto de construcción de su identidad.

c              Fragmentación ética e individualismo moral.

Unida a la libertad está la elección, que, lógicamente afecta también a lo que se considera bueno o malo. Ésta es una realidad que afecta a la mitad de la sociedad española, no nos engañemos, pero que en los jóvenes halla una expresión extrema. “Dos de cada tres jóvenes piensan que no puede haber nunca líneas directrices absolutamente claras sobre lo que es el bien y lo que es el mal, que lo que está bien o está mal depende completamente de las circunstancias del momento”[12].

Como decía arriba, nuestros jóvenes son posmodernos y esto se traduce también en el rechazo explícito a todo tipo de absolutos, a las totalidades, y en consecuencia a un código moral, a una ideología e incluso a una utopía que pretenda abarcar y unificar toda la existencia. La elección entre lo bueno ( no ya «el Bien») y lo malo es un ejercicio libre de ataduras dogmáticas, realizado desde la libertad de conciencia y desde la capacidad de discernir según las circunstancias. Son, por tanto, abiertos, tolerantes, aunque también relativistas, y celosos de su dignidad, de su derecho a «ser yo». 

Esto conlleva la aceptación implícita de la validez de las diferentes propuestas éticas. Todas las creencias, valores, ideales o formas de vida pueden ser válidas y legítimas, pues no hay unas mejores que otras, y lo que puede ser bueno para unos, no lo es para otros; y lo que es bueno en un momento determinado para mí, mañana puede no serlo. Desde aquí se entiende la tolerancia y la permisividad con los diferentes comportamientos éticos de una forma especial en el campo de la moral privada («eros» y «tánatos» individual, con excepciones como el suicidio y la clonación), sobre la pública, en la que hemos de destacar un rechazo mayoritario a la violencia (terrorismo, violencia callejera, pena de muerte...). 

La vida es compleja, no todo tiene por qué ser blanco o negro. De ahí, la permanente invocación al «depende» con el que el joven expresa la dificultad de optar por respuestas «simples».

No estamos, por tanto, ante una generación que abdique de los valores éticos o morales, (valoran convenientemente el respeto por la vida, la paz, la libertad, la igualdad, la tolerancia, el amor y la emoción, así como la alegría de vivir, la independencia, el disfrute)[13] sino de una generación que opta por su aceptación parcial y selectiva.

 

Eclipses y oportunidades históricas.

El relativismo puede ayudar a poner muchas cosas en su sitio. Por ejemplo ¿podríamos afirmar que el fenómeno de la secularización ha sido totalmente negativo...?. Relativizar puede ser el camino para dejarnos asombrar en la vida, para abrirnos a la tolerancia, al diálogo, a la flexibilidad, para apuntar a lo realmente importante, para ahondar en los porqués y no tanto en las normas.

Por otra parte, se ha hablado mucho del hedonismo y del culto al deseo, al placer y al cuerpo que esconde la permisividad ética de los jóvenes. Mas hemos de reconocer también un valor en la recuperación del cuerpo, y en una nueva cultura incluso del deseo y del erotismo. He ahí el reto: Descubrir los valores del sentimiento y la afectividad, el valor del placer y del cuerpo. Descubrirlos y relativizarlos para intentar integrarlos en una armonía que conjugue sentimiento y razón. En la expresión de Zubiri, el reto de la educación es la “inteligencia sentiente”. Educar el deseo y liberarlo de lo concreto para ahondar en él hasta descubrir las corrientes profundas de ansias de felicidad que hacen crecer mi yo, abriendo mis puertas a los demás, liberándolas de las consecuencias de un yo empobrecido que provocan la injusticia y la desigualdad social. Se trata de descubrirnos en «el país de los pozos».

d              «Connecting people».

Quizá el símbolo juvenil por excelencia de este momento sea el telé­fono móvil. Siempre ha existido esta necesidad de estar «conectado» con el otro, desde los mensajes en clase hasta las interminables facturas de teléfono; pero, con la ayuda de la técnica, la cosa ahora es mucho más eficaz: se ofrece al joven la oportunidad de estar conectados con sus amigos, de mandarles un mensaje, de “darles un toque»  (aunque el contenido sea en sí insus­tancial lo importante es la sensación de saberse conectados), de hecho, suelen enviarse llamadas perdidas que no quieren decir nada concreto, solo expresar que te acuerdas de él o de ella, que estás en línea con él.

En medio del anonimato (y de la soledad), el teléfono móvil, las macrofiestas, Internet, el correo electrónico, los conciertos de músi­ca pop y, especialmente, los macrofestivales veraniegos, el «chateo», el botellón o los programas interactivos de televisión ofrecen otras tantas oportunidades de encontrarse con otros, de sentirse acompañado, de experimentar vínculos (aunque sean virtuales).

Estamos, por tanto, ante una generación celosa de su autonomía personal, pero que siente la necesidad de estar conectado, ante todo, con sus amigos e incluso con su familia (como iremos viendo, uno de los rasgos más notorios de esta generación es su querencia familiar y el valor que le dan incluso como una de las instancias donde se dice lo auténticamente importante para la vida ); pero también con el entorno social en el que vive, siempre y cuando este vínculo se dé de forma personalizada, sin cesiones ni delegaciones en la dirección de la propia persona. El joven, por así decirlo, se reserva el derecho de admisión.

Ello se refleja en el alcance de su vinculación con las estructuras sociales y políticas, el escaso interés que para ellos tiene la política y la religión (que ocupan los últimos lugares en los que consideran que se dicen las cosas importantes de la vida) y la progresiva desconfianza en las instituciones y en las asociaciones (un 70% de jóvenes no asociados)

De estas últimas se salvan las organizaciones de voluntariado y los diferentes movimientos sociales y suspende con un drástico último lugar de confianza, la Iglesia. Las confianzas, simpatías y opciones de los jóvenes se orientan hacia estructuras o grupos menos «formales», más cercanos a ellos, que posibilite la relación y con objetivos puntuales y concretos.

 

Eclipses y oportunidades históricas.

Todo esto «muestra bien que el vínculo social no es ya simple­mente contractual, sino que en buena medida integra aquello que Max Weber llamaba lo «no-racional». Nos encontramos ante la paradójica lógica de lo «no-lógico» que el alumbramiento de una nueva manera de «estar juntos», que, ciertamente, recela de los componentes institucionales, para subrayar los acentos afectivos y personales.

Es posible que se asista a la emergencia de un verdadero ideal comunitario, en el que el «sentimiento» juega un papel importante. “Con todo, parece claro que si en décadas anteriores la fe religiosa estuvo más ligada a la ética y la transformación, actualmente lo está a la estética y al espíritu de convivencia. La cuestión está en si la Iglesia es capaz de responder al reto planteado, de ofrecer unos vínculos fuer­tes y auténticos, de conectar los deseos juveniles de comunicación con la experiencia humana y cristiana de lo comunitario”[14].

4         Jóvenes españoles del XXI en cinco grupos.

Hasta ahora, hemos hablado de los jóvenes en general, sin más ma­tices ni diferenciaciones. Pero no todos los jóvenes son iguales. Entre ellos existen además diferencias significativas marcadas, entre otros factores, por su misma realidad social. No es lo mismo ser joven en situación de integración y confort que vivir en los már­genes de la exclusión social, o que estar anclado en la franja de la vulnerabilidad. Queremos ahora acercarnos a los matices que los diversos tipos de jóvenes aportan a la vivencia de los valores arriba indicados. Lo haremos siguiendo la tipología establecida por Javier Elzo en el conocido y fundamental estudio de la Fundación Santa María., una de las posibles, como el mismo autor reconoce, y los acertados comentarios de Daniel Izuzquiza.

a              El voluntariado, o el joven altruista comprometido.

Poco más del 12% de los jóvenes, con un 55% de chicas, integran este colectivo, entre los que se encuentran los únicos que colaboran con alguna ONG o aso­ciación religiosa, y los que más confían en ellas. De hecho, son el grupo que más confía en instituciones como la Iglesia y las organizaciones de voluntariado.

Son los que en mayor medida realizan algún trabajo eventual y los que más interés mues­tran por la religión y por la política. Son los más religiosos. El 37% se considera católico practicante, el 87% cree en Dios y el 83 % cree que se ha manifestado en Jesucristo, y un 71% asegura querer pertenecer a la Iglesia; aunque baja  el porcentaje de los que se dejan alcanzar totalmente por las directrices de la Iglesia (43% y de forma más bien «light»), y sólo el 8,5 % de este grupo considera que en ella se dicen las cosas más importantes de la vida en cuanto a ideas e interpretaciones del mundo.

Son también los que menos jus­tifican la eutanasia, el suicidio y el aborto; están menos interesados que la media en ganar dinero y en una vida sexual satisfactoria, pero más interesados en la familia (con la que mantienen un mayor grado de compenetración, incluso ideológica), el trabajo, los estudios y en llevar una vida digna. Es el colectivo en el que encontramos más estudiantes y menos jóvenes trabajando; así como un mayor porcentaje de castellanos, andaluces, y votantes de «centro-derecha».

Se sienten contentos con la vida, más contentos que la media de sus coetáneos. Tal como sostiene Izuzquiza, “vienen a ser algo así como «el joven ideal», la joya de la corona, la novia per­fecta para mi sobrino. O eso nos quieren hacer creer, porque ni todo es magnífico en este grupo, ni todo es desastroso en los demás. Sería un error para la Iglesia refugiarse en este grupo de jóvenes, bautizando todo lo que ellos hacen o viven, y olvidando o desaten­diendo al resto”[15].

“También ellos encarnan, a su manera, los valores comunes a la juventud, empezando por la libertad: el voluntariado me permite hacer lo que me gusta, me hace sentirme bien; es difícil compro­meterse más allá de lo mío (nótese la diferencia, por ejemplo, con el histórico movimiento obrero sindical). En cuanto al experimen­tar, el voluntariado se convierte en una fuente de experiencias (incluso puedo incluirla en el curriculum vitae); de manera signifi­cativa, se habla de «tener experiencia de« o de «hacer voluntaria­do». Evidentemente, el elemento de conexión es esencial: en el voluntariado estoy con otra gente que va a lo mismo que yo; en oca­siones, si una organización de voluntarios no tiene cuidado, acaba prestando más atención y energías a las relaciones entre los propios voluntarios que a la propia tarea o que a los «beneficiarios» de su acción solidaria.

Por tanto, es preciso mirar a este grupo de jóvenes con cariño y verdad. Debemos purificar lo que nos plantean y lo que viven. No todo vale, no todo es perfecto; no son, sin más, los buenos de la película. Hay mucho individualismo expresivo, mucha solidaridad de diseño. Pero hay también retos que nos lanzan: menos hablar y más actuar; es necesario romper el clasismo imperante, los restos ideológicos que nos justifican, la comodidad; es vital recuperar la fuerza revolucionaria de la proximidad y la gratuidad. En todo caso, haría mal la Iglesia centrándose en exclusiva en este grupo o pre­tendiendo «bautizar» ingenuamente sus ímpetus de compromiso solidario”[16].

b              «Operación Triunfo», o el joven ilustrado institucional

No debe sorprendernos que la imagen utilizada para caracterizar al grupo «ilustrado» sea precisamente un programa de TV: dicho grupo es el que más televisión ve habitualmente (93%).

Este colec­tivo es el más numeroso (29,7% del total), el que mayor presencia femenina presenta, y agrupa a los jóvenes que más confían en las instituciones públicas (OTAN, parlamentos, justicia, fuerzas armadas...). De ahí que les llamemos «institucionales). Además, es el que más museos y exposi­ciones visita, asiste a conferencias, lee libros y «hace cosas» con el ordenador, En definitiva, un carácter plenamente «ilustrado».

 En concordancia con ambas actitudes, es el que menos justifica acciones asociales (emborra­charse, tomar drogas – aunque consume moderamente - , engañar en el pago de impuestos, hacer ruido los fines de semana...). Podríamos decir que son los máximos defensores de la moral laica, a diferencia del grupo anterior más sensibles a los aspectos morales propiamente católicos (como es la postura ante la eutanasia o el aborto).

Al igual que el grupo anterior, están más interesados que la media en lo polí­tico y religioso (en este orden y abiertos a nuevos movimientos religiosos), en la familia (es el que mejor se lleva con sus padres), el trabajo y los estudios; pero, a diferencia del tipo altruista, no colabora en organizaciones de voluntariado (aunque reconoce que le gustaría, sólo lo hace ¡el 1,6%!) ni en asociaciones de Iglesia.

Políticamente está en el centro y es el más partidario del europeísmo; y predomina entre catalanes y gallegos.

Son los que más contentos dicen estar de la vida, y los que consideran que tienen mayor grado de libertad (más del 90%) para escoger sus opciones de estudio, reli­giosas, políticas, sexuales, de diversión; sólo la libertad para elegir trabajo se reduce al 71% (valor que sigue siendo el más alto del total).

Izuzquiza ve en el concurso «Operación Triunfo» una especie de paradigma de los ideales de este joven, lo que en parte justificaría el éxito del mismo[17]. Una clave de la academia de Operación Triunfo está en que allí hago lo que me gusta, lo que quiero... y por ello soy capaz de luchar y de esforzarme; concretamente, deberíamos estar atentos a lo que pueda significar el caso de Rosa para una supuesta recupera­ción de la ascesis («...libremente elegida», decía Rahner). El pro­grama en sí ofrece toda una sucesión de experiencias (trabajo cotidiano, artistas invitados, participación del público, nominación semanal...) entre las que prima el «sentirme conectado con». Por un lado, la academia es un lugar de roce cotidiano; por otro, la interacción del público vincula a una historia que nos supera. Hay un relato común, compartido. El teles­pectador se siente protagonista de algo. Y podría ser yo mismo el que estuviera en la pantalla. Los sueños ¿se pueden cumplir, aunque sea con esfuerzo?.

El éxito del programa es evidente, como también lo es que ha conseguido encauzar de alguna manera valores en parte olvidados (esfuerzo, superación, sana competencia, compañerismo, participa­ción, arte musical...). Ahora bien, el triunfo supone exclusión, gentes que quedan al margen: las famosas nominaciones y exclusiones ¿Qué ocurre con el fracaso, con los fracasados, cuando el modelo único es el triunfo público? Por otro lado, sin olvidar, claro está, los intereses comerciales y el montaje que supone, la ope­ración es un «experimento», y... ¿dónde queda la vida real cotidiana?.

c              Adolescentes en conflicto, o el joven anti-institucional­

Un 5% de la población juvenil española, mayoritariamente masculino, conforma este grupo, defi­nido por ser el que más justifica el terrorismo y los destrozos calle­jeros, el que menos confía en la Iglesia y las demás instituciones oficiales; el que menos importancia otorga a la familia, el trabajo, el estudio o llevar una vida digna; el que menos practica el deporte y menos uso hace de la TV y del ordenador; y el que más justifica comportamientos asociales. Ve con normalidad emborracharse porque sí, no pagar los transportes públicos, consumir droga, montar broncas, y las aventuras sexuales.

Estamos ante los jóvenes que menos dificultades presentan a la hora de aceptar unos vecinos hacia los cuales encontramos convencionalmente niveles de rechazo importantes en la sociedad, también en la juvenil. Presentan así la mayor tolerancia vecinal hacia los drogadictos, «punkis», «okupas», miembros de ETA, aunque aceptan mal a los inmigrantes y extranjeros.

En los parámetros de la religiosidad institucional católica arrojan los niveles más bajos. El 43 % “pasa de Dios». Sólo un 37 % dice creer en Él, cuando la media es del 67.

Es el que más a la izquierda se sitúa políticamente y predomina entre los vascos y navarros.

Todo un panorama, sin duda. Ahora bien, ¿hay otra manera de mirarlos? Estamos ante los jóvenes que menos contentos dicen estar con la vida, y, atención, aquellos que han estado en mayor contacto con la violencia. Está claro que son los que más han participa­do activamente en agresiones, maltratos u otros tipos de violencia; pero no podemos olvidar que son, con diferencia, los que más han sido víctimas de la violencia: de sus padres (22%), de profesores (17%), de gente desconocida (15%), de amigos (15,5%), insultos o amenazas graves (31%), agresiones sexuales (4%).

Por supuesto, estos jóvenes encarnan también a su modo los valores antes señalados. Son, con bastante diferencia, los que más libertad reclaman (el 25% de ellos piensa que los jóvenes tienen menos libertad de la que deberían tener, opinión que mantiene el 9% del total de los jóvenes), en buena medida porque son los que en la práctica menos pueden ejercerla. Desean tener experiencias múltiples, novedosas y llamativas (la relación entre hiperactividad y conductas asociales es clara), y, a su vez, necesitan del grupo, la banda, la «tribu». Como todos demandan vínculos y conexiones. En definitiva, unos «figuras» a muchos de los cuales se les ha negado el presente, y todo un reto nada fácil de responder.

d              El «botellón», o el joven libredisfrutador

Para este grupo, que constituye el 25% de nuestra juventud, lo esen­cial es andar por libre y pasarlo lo mejor posible. Son los que en más alto grado valoran el hecho de ganar dinero, llevar una vida sexual satisfactoria, el divorcio, estar con sus amigos, ir de bares, y en general el ocio y el tiempo libre (significativamente, más que la familia). Todo lo demás es secundario: las instituciones, la religión, el sistema de enseñanza, la política, la familia, el trabajo, llevar una vida moral y digna...

Son, aunque en menos medida que el grupo anterior, más bien «antiinstitucionales», pero más por desinterés, distanciamiento vital o indiferencia que por ideología o actitud crítica. De hecho, no suelen compartir los métodos violentos para manifestar su postura, distinguiéndose nítidamente del grupo «antiinstitucional» en sus bajísimos niveles de justificación del terrorismo y del vandalismo callejero.

Con todo, son los segundos que menos contentos dicen estar con la vida que llevan, aunque se sienten libres. Su ámbito preferido, los amigos. Es ahí donde se dice y se vive lo importante para la vida.

Desconfían de la Iglesia, acuden aún menos que el grupo anterior, aunque si hay que casarse por ella, se casan, y suelen interesarse por realidades pseudoreligiosas (horóscopos, videntes, «new age»)... Políticamente se sitúan también a la izquierda; serían tolerantes con vecinos marginales, siempre que no fueran ni neonazis ni cabezas rapadas.

La polémica de los últimos meses en torno al botellón nos ha regalado una imagen ideal para caracterizarlos. El botellón, obviamente, tiene una dimensión económica: resul­ta más barato que los pubs o las discotecas, pero, sobre todo, ofrece a los jóvenes – al igual que «la noche», un espacio propio y un ámbito de libertad, en el que prima la centralidad del grupo y el deseo de relacionarse. A propósito de las recientes polémicas en torno a la regulación del botellón, deberíamos preguntarnos: en realidad, ¿qué molesta y qué preocupa a los adultos: la salud de los jóvenes o la propia tran­quilidad? ¿qué otras alternativas de ocio se han potenciado, cuando se ha querido privatizar el tiempo libre en perjuicio de los que apostaban vocacionalmente por alternativas creativas y liberadoras?.  Por otro lado, cuando hablamos de la necesidad de diálo­go y comunicación, ¿no nos dan los jóvenes una lección al compar­tir (superficialidades... y también complicidades, intimidades) aun­que sea en torno a la botella? También la gente hablaba, murmuraba y criticaba a Jesús por juntarse con comedores y bebedores. Y, hablan­do de retos, ¿no será el momento de recuperar la figura del educador de calle, recreándola y poniéndola de nuevo a pie de obra...?[18].

e              Espacio ausente: «Barrio», o el joven retraído social

Finalmente, tenernos un grupo apocado, retraído. Casi nadie habla de ellos. No visitan muse­os ni exposiciones, no van a conferencias, son los que menos libros leen; les importan poco en su vida los amigos, el tiempo libre y el ocio; son los que menos confianza tienen en las organizaciones de voluntarios y los sindicatos; son también los que menos viajan, acu­den a conciertos, o van a bares y cafeterías; y, por supuesto, no les interesa la política ni la religión. Pasan totalmente desapercibidos; pero, atención, ¡son más del 28% del total de la juventud!.

Izuzquiza los identifica con los protagonistas de la película Barrio (dirigida por Fernando León en 1998), a quienes les han robado los sueños o la misma capacidad de soñar. En la última escena se preguntan los protagonistas por los sueños que tenían de pequeños. Uno contesta que soñaba que el grifo de su casa daba cocacola en vez de agua; el otro dice... ¡que no recuerda sus sueños, que no soñaba! Los jóvenes de hoy no sueñan; simplemente, duermen.

Pero ¿quién les ha robado sus sueños? Sabemos que la violencia genera dos posibles reacciones extremas: unas de tipo agresivo (grupo antiinstitucional), y otras más pasivas (grupo retraído). Y también sabemos que hay dos formas de violencia social: una virulenta, y otra latente. Pues bien, podemos decir que estos jóvenes retraídos son las víctimas silenciosas de la violencia estructural, golpeados y machacados. No les queda ni anhelo de libertad (el 27% dice que tienen más libertad de la que deberían tener) ni de experiencias (son los que menos hacen... ¡de todo!) ni de conexiones (¿con qué o con quiénes se vinculan, aunque sea débilmente...?).

Por ello, es posible que este grupo suponga el mayor reto ecle­sial de todos. Son, directamente, la oveja perdida. Los que no vie­nen a grupos, no llaman la atención, no molestan en clase, no hacen deporte..., nada de nada. Son los desapercibidos para todos. Son los predilectos de Dios. ¿Y de la Iglesia?[19].

 

Bibliografía

1.      Revistas.

·         Documentación social 124 (2001). “Jóvenes del siglo XXI”.

·         Sal Terrae 90/5 (2002). “Jóvenes e Iglesia. Llegar hasta donde los jóvenes están”.

2.      Informes.

·         E. Gastón , La juventud aragonesa a principios del s. XXI, Egido, Zaragoza 2002.

·         J. Elzo (ed.), Jóvenes Españoles 99, SM, Madrid 1999.

·         M. Martín-O.Valverde, Informe Juventud en España 2000, Injuve, Madrid 2001.

3.      Otros.

·         F. Moral- A. Mateos, El cambio en las actitudes y valores de los jóvenes, Injuve, Madrid 2002.

·         J. Elzo, ‘Los jóvenes españoles en los últimos 25 años’: Vida Nueva 2352/3 (2002) pliegos. 

·         J. García Roca, ‘Constelaciones de los jóvenes’: Cristianisme i justicia 62.

 

 

Ernesto J. Brotóns

Zaragoza 2002


 


[1] Cf. Daniel Izuzquiza, ‘El «piercíng» y la eucaristía. Desafíos juveniles para la Iglesia’: Sal Terrae 90/5 (2002) 407-420. Junto con el Informe Jóvenes Españoles 99, tendré bastante presente este artículo a lo largo de mi reflexión.

 

[2] Salustio, Conjuración de Catilina 13, 2-3; 14, 5-6.

[3] Cf. Ignacio Cervera, ‘El lenguaje de la Iglesia  sobre los jóvenes’: Sal Terrae 90 (2002) 377-388.

[4] Cf. Javier Martínez Cortés, ‘¿Qué hacemos con los jóvenes? (juventud/sociedad/religión)’: Fe y Secularidad 5 (1989) 43.

[5] Félix Moral – Araceli Mateos, El cambio en las actitudes y los valores de los jóvenes, Injuve, Madrid 2002.

[6] Joaquín García Roca, ‘Constelaciones de los jóvenes. Síntomas, oportunidades, eclipses’: Cristianisme i Justicia 62 (1994) 6.

[7] Ésta es la hipótesis defendida ampliamente por Javier Martínez Cortés, ‘¿Qué hacemos con los jóvenes? (juventud/sociedad/religión)’: Fe y Secularidad 5 (1989).

[8] Ana Irene del Valle, ‘Coyunturas vitales y visiones del mundo en los jóvenes’: Documentación social 124 (2001) 33.

[9] Cf. Javier Elzo, ‘Los jóvenes españoles en los últimos 25 años’: Vida nueva (pliego) 2352-2353 (2002) 23-30, 23-30 bis. La clasificación en 24.

[10] Cf. J. Elzo (ed.), Jóvenes Españoles 1999, 250-251.

[11] Cf. D. Izuzquiza, art. cit.,409.

[12] A. I. Del Valle, art. cit., 44.

[13] Elzo (ed.), o.c., 62s.

[14] D. Izuzquiza, art. cit., 411.

[15] Ib., 412.

[16] Ib., 412s.

[17] Cf. Ib., 413s.

[18] Cf. D. Izuzquiza, art,.cit., 415s.

[19] Cf. Ib., 416s.