RETOS QUE LA ACTUAL SITUACIÓN SOCIO CULTURAL PLANTEA A LA PRESENCIA PÚBLICA DE LA IGLESIA Y DE LOS CRISTIANOS
2 ponencia CONGRESO LAICADO Aragón.doc
Rafael Serrano Castro
- La Iglesia Católica siempre ha tenido presencia pública:
2. Contexto eclesial favorable a la misión
- El Concilio Vaticano II, un hito significativo y sorprendente en la vida de la Iglesia.
- En la aplicación del Concilio Vaticano II en España, se pueden distinguir varias etapas.
- Iglesia conciliar actualizada.
- Comprensión teológica.
- Nueva conciencia seglar.
3 Valoración del proceso recorrido:
- Vitalidad de la Iglesia: Aspectos positivos e insuficiencias.
- La opción eclesial misionera, no se corresponde con los resultados.
4-Caracteristicas y pautas de comportamiento que son hegemónicos en nuestra sociedad
- Valores positivos de la sociedad y de nuestra cultura
- Cambios socioculturales
- Culto excesivo a la libertad individual
- Clima cultural laicista
- Menosprecio de la Religión y de Moral católica
- Progresiva descristianizació n
- Perdida de influencia de lo cristiano
- Ambivalencia de lo religioso
5- Repercusiones de la situación anterior
- Crisis de fe en Dios.
- Radicalizació n del pensamiento filosófico del Siglo XVIII.
- Negación practica del valor humanizador de la fe cristiana.
- Arrinconamiento de la Iglesia en la Sacristía.
- El Estado quiere ejercer un control moral que no le corresponde.
- Las mayorías fuente del Derecho objetivo.
- Concepto de persona.
-
6 - Un nuevo empeño evangelizador
- La fe es una oferta más.
- Necesidad de superar el desajuste que hay entre las opciones eclesiales y la realidad de la Iglesia.
- Urgencia de formar un nuevo sujeto evangelizador.
- Actualizar el modelo de presencia.
.Algunos principios aceptados y compartidos.
. Criterios de análisis.
. Aspectos que deben configurar la nueva teoría de la acción.
- Recuperación de la dimensión pública de la fe.
- Promoción de asociaciones en línea misioneras.
- Parroquias misioneras.
- Lograr un clima pastoral adecuado.
- Fomento de instituciones de solidaridad.
- Acompañamiento Pastoral.
Conclusión
- Recuperar el orgullo de ser católico.
- Revitalizar la Esperanza
I ntroducción
La transmisión de la fe es hoy la primera prioridad de las actividades misioneras de la Iglesia. Vivimos en una sociedad que ha cambiado, y presenta a la Iglesia nuevos retos, que influyen en la manera de vivir y transmitir la fe. Preguntarse cómo transmitir a las nuevas generaciones la fe que da sentido a nuestra vida y responder adecuadamente a esta pregunta es fundamental para el presente y el futuro del cristianismo. Creo que ésta es la razón por la que estamos aquí: hacer un acto reflexión comunitaria, que nos ayude a descubrir cuáles son las urgencias y desafíos que la nueva situación social demanda de la Iglesia.
Como cristiano, estoy convencido de que la humanidad tiene futuro; la resurrección de Jesucristo es la garantía total y absoluta de la salvación del mundo. Por tanto, soy consciente de la presencia activa y operante de Dios en el mundo empujando la historia hacia la salvación. No obstante, con el fin de resaltar los problemas que tenemos planteados en toda su amplitud, en mi exposición voy a resaltar los aspectos negativos, que cuestionan o dificultan nuestra tarea evangelizadora, más que las convicciones y aspectos positivos que nos ayudan a vivir en la esperanza.
La ponencia anterior ha puesto de manifiesto que en Aragón ha habido una aportación importante y continuada de los cristianos a la estructuració n cultural y social de esta tierra; la fe cristiana ha sido y es fuerza generadora de cultura, que humaniza y engrandece al hombre. Partiendo de este presupuesto, intentaré enlazar con el mundo de hoy.
1. CONSIDERACIONES PREVIAS
¿Qué entendemos por «presencia»?
Por experiencia sabemos que la vida de toda persona, además de tener una dimensión personal y familiar íntima, también tiene una proyección social y pública. Cuando hablamos de la presencia pública de la Iglesia, nos referimos a cómo la Iglesia se hace presente en una sociedad concreta a través de la presencia activa o proyección social y pública de los católicos y de sus asociaciones en el tejido social.
La presencia de los católicos en la vida pública no se puede reducir a su compromiso personal, ni a su adscripción a los partidos políticos; la presencia pública de los católicos integra y comprende estas actividades, pero no se limita a ellas. Desde la perspectiva de la eclesiología de comunión, tan viva hoy en la Iglesia, la presencia pública de los cristianos abarca los hechos, las obras, las actitudes, los comportamientos y actuaciones tanto de los cristianos individualmente considerados, como de sus asociaciones, movimientos e instituciones: sus publicaciones, pronunciamientos, comunicados, notas de prensa y materiales de difusión son elementos integrantes de esa presencia; las acciones solidarias, campañas de opinión y sensibilizació n, conferencias, artículos de prensa, cursillos, programas de radio y televisión, etc. son también elementos de la presencia pública.
Motivos para esta presencia
La presencia en la vida pública es un deber irrenunciable de cada cristiano. Si renuncia a esta presencia, renuncia a su misión evangelizadora. Por ello, hablar de la presencia pública de los cristianos, es igual a hablar de qué es lo que tenemos que hacer los cristianos en la sociedad.
La religión católica nunca se ha considerado un hecho privado. Por eso la Iglesia, siempre ha tenido presencia pública. Pero en cada época ha tratado de adaptar su presencia pública y su quehacer en la sociedad a las circunstancias históricas del momento. Así hemos podido ver en la ponencia anterior cómo la Iglesia, a pesar de sus limitaciones, ha intentado ser fiel a su tarea evangelizadora en cada momento de la historia real y concreta de su caminar por Aragón. Sin embargo, conviene no olvidar que el Concilio Vaticano II representa el momento más próximo a nosotros para captar cómo la Iglesia se pone al día para realizar su misión en una sociedad nueva y diferente.
2. CONTEXTO ECLESIAL FAVORABLE A LA MISIÓN.
El Concilio Vaticano II fue un hito importante, significativo y sorprendente, en la vida de la Iglesia. Sin embargo, la aplicación del Concilio Vaticano II tropezó, en nuestro país y en sus primeros momentos, con muchas dificultades, debidas en gran medida al régimen social y político en el que nos encontrábamos inmersos.
La etapa postconciliar coincidió en España con el auge y la posterior crisis de la Acción Católica , lo cual supuso notables dificultades para la aplicación del Concilio y truncó una de las experiencias de militancia cristiana más interesantes, en lo que se refiere al apostolado seglar asociado, que se habían producido en la Iglesia española. En diciembre de 1.972, la Conferencia Episcopal Española buscó el camino para recuperar la normalidad, mediante la aprobación del documento «Orientaciones Pastorales del Episcopado Español sobre el Apostolado Seglar» [1] . A partir de este documento, se han ido poniendo nuevas bases para que surgiera un apostolado seglar renovado, como cauce fundamental para realizar la tarea evangelizadora de la Iglesia.
En el año 1.973 se produce un cambio importante en nuestra Iglesia, que se puede cifrar en la aprobación por la Conferencia Episcopal Española de otro magnífico documento, el titulado «Iglesia y Comunidad Política» [2] . Este documento es como la carta de presentación de la Iglesia Española ante la nueva sociedad que se viene configurando. En sus contenidos hay una apuesta clara por la democracia, un rechazo a la identificació n de la Iglesia con cualquier proyecto político partidista, y una afirmación del carácter evangelizador y misionero de la Iglesia.
Después vendrán otros documentos importantes referidos al compromiso y a la presencia pública de los cristianos, como son «Testigos del Dios vivo» [3] , «Los católicos en la vida pública» [4] , «La verdad os hará libres» [5] y «Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo» [6] . Éste último viene a ser la continuación y actualización de «Orientaciones» que aprobaron nuestros Obispos en el año 1.972. En dicho documento, los Obispos españoles marcan unas prioridades, señalan unas urgencias y nos ofrecen nuevamente un conjunto de propuestas para promover la participación y la Corresponsabilidad de los Laicos, en la Vida y Misión de la Iglesia.
Podríamos decir que el contenido del documento «Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo» [7] ha sido un nuevo intento de poner en forma al apostolado seglar asociado para realizar la tarea misionera de la Iglesia en una sociedad fuertemente secularizada.
Los documentos antes mencionados no son puras elaboraciones doctrinales y teóricas, sino que sus aportaciones han iluminado muchos programas pastorales, son punto de referencia para el quehacer apostólico del laicado y han supuesto un nuevo impulso en el caminar de la Iglesia en España. Sin estos documentos no se podría comprender adecuadamente el camino recorrido por nuestras Iglesias diocesanas en todos estos años.
Iglesia Conciliar actualizada
La Iglesia en España, se encuentra en plena sintonía con los postulados del Concilio Vaticano II e identificada con el proceso de nueva evangelizació n en el que está embarcada toda la Iglesia universal. Para comprender y apreciar en toda su importancia la evolución de nuestras Iglesias particulares en todos estos años, me parece oportuno resaltar los siguientes aspectos a modo de ejemplo:
— La Iglesia rompió con su etapa anterior de «nacionalcatolicismo» y no ha querido identificarse con ningún proyecto social o político de carácter confesional.
— Acepta gustosa la autonomía del mundo en cuanto a lo económico, lo político, lo social y lo jurídico; la no confesionalidad del Estado y la libertad de culto.
— Reconoce y valora la Constitución Española como un instrumento muy positivo para la normalización de nuestras estructuras institucionales, para el desarrollo de la vida social y para la convivencia de los españoles. [8]
Teniendo en cuenta las consideraciones expuestas, podemos decir que la Iglesia ha encontrado su sitio en el ámbito social e institucional, ya que sus relaciones con la sociedad civil se regulan por medio de los Acuerdos y tratados internacionales (Concordatos) , a través de los cuales la Iglesia ha promovido, desde el Concilio Vaticano II, un intenso diálogo con el mundo, se ha consolidado el principio de libertad religiosa, la separación entre Iglesia Estado, el principio de la colaboración mutua y el de independencia recíproca.
Comprensión teológica:
La celebración del Concilio Vaticano II y el posterior desarrollo de sus orientaciones, ha hecho posible que en la Iglesia se haya producido un gran cambio que ha dado lugar a una nueva teología seglar. Tanto el Magisterio como la teología actual, coinciden en que la realidad de la Iglesia no está constituida únicamente por el clero [9] , sino que todos los miembros de la Iglesia son iguales en dignidad cristiana y todos tenemos la obligación de anunciar a Jesucristo. La evangelizació n es un derecho y un deber de todo el pueblo de Dios y, por tanto, todos los cristianos, —clérigos, religiosos y laicos— estamos llamados a evangelizar según las propias funciones, ministerios y carismas.
En coherencia con lo dicho, hoy no se puede comprender un cristiano laico que pretenda vivir su fe encerrado en la sacristía ya que la lucha en favor de la justicia y el respeto a la dignidad de las personas son elementos esenciales de la evangelizació n. El Sínodo de los Obispos sobre la justicia en el mundo nos lo recuerda claramente cuando dice: «La acción a favor de la justicia y la participación en la transformació n del mundo se nos presenta claramente como una dimensión constitutiva de la predicación del Evangelio, es decir, la misión de la Iglesia para la redención del género humano y la liberación de toda situación de opresión» [10] .
3. VALORACIÓN DEL PROCESO RECORRIDO
Nos centramos ahora en los logros y los avances que se pueden constatar en nuestras Iglesias diocesanas. No quiero olvidar los problemas que tenemos, que son muchos. Estamos necesitados de conversión y, si tenemos en cuenta el número de bautizados que se consideran católicos, debemos afirmar que el compromiso de los católicos en la vida pública es, desde la perspectiva evangélica, poco significativo.
El catolicismo militante, que está en sintonía con los postulados del Concilio Vaticano II, con las actuales orientaciones del Magisterio y de la Doctrina Social de la Iglesia, es minoritario, sin relevancia pública y poco influyente en la sociedad; mientras que la gran masa del catolicismo español se ha instalado en una vivencia de la fe circunscrita a su vida privada y no ha descubierto la dimensión social y política que la fe cristiana comporta.
La diversidad de carismas hace posible el crecimiento misionero de la Iglesia, su renovación y su vitalidad. Sin embargo, no existe un asociacionismo seglar vertebrado. Muchos movimientos y asociaciones responden más a opciones personales de algunos sacerdotes que a las necesidades reales de la Diócesis. Esta situación genera una atomización de asociaciones de tal amplitud, que el necesario pluralismo, que debe existir en la Iglesia, se convierte en una dispersión tan amplia que convierte el pluralismo en ineficacia [11] .
Los laicos no asociados que participan en la vida parroquial tienen grandes dificultades para recibir una formación integral; su formación depende de la capacidad, disponibilidad y creatividad de cada párroco para ofrecerles instrumentos de formación adaptados a las diferentes circunstancias. También hay que hacer notar que las lógicas preferencias y simpatías de cada sacerdote por unos u otros carismas o metodologías formativas hacen que la pluralidad de modelos de apostolado y la tipología de cristianos que surgen de la labor parroquial sea excesivamente ambigua y diversa.
También podemos constatar que en algunos movimientos y asociaciones se da una escasa o nula inserción en la Iglesia particular, en la pastoral diocesana y en la vida de la comunidad parroquial; se guían más por las orientaciones que les llegan de sus organismos nacionales que por los proyectos pastorales diocesanos.
En el ámbito de las Iglesias diocesanas
Pero también hay aspectos positivos. En el ámbito de las Iglesias diocesanas se han realizado procesos de puesta al día para responder adecuadamente a la nueva evangelizació n, a la que nos convoca hoy el Santo Padre. Este camino seguido por nuestras Iglesias se manifiesta en la gran cantidad de Sínodos celebrados en los últimos años, en la elaboración de valiosos Planes Pastorales, en los documentos y cartas pastorales que nos han dirigido nuestros Obispos, y en las acciones y prioridades que se han venido impulsando desde los organismos pastorales de las Diócesis. En todas ellas aparece de manera clara la llamada urgente a la nueva evangelizació n. De hecho, si examinamos los Planes Pastorales de las Diócesis aragonesas, podemos comprobar que en todas ellas sobresalen unas líneas pastorales orientadas por la teología de la misión e impulsoras de una pastoral misionera.
También podemos constatar claramente que, en los últimos años, la mayoría de las Diócesis han orientado sus esfuerzos a fortalecer la fe y el testimonio cristiano, a potenciar la acogida y el acompañamiento de los alejados, a promover la iniciación cristiana y la catequesis, a impulsar la participación de los laicos en la vida pública y a promover nuevas acciones en el campo de la caridad cristiana y de la justicia social. El camino recorrido en estos años nos está sirviendo para avanzar en un talante más misionero y en la preocupación por estar cerca de los pobres y necesitados.
El compromiso personal
A poco que profundicemos en la realidad de nuestras Iglesias, nos daremos cuenta de que, en lo que se refiere al compromiso personal, han cambiado de forma positiva en muchas cosas. Se está pasando de un cristianismo pasivo y desencarnado a una concepción más participativa y activa. Son muchos los seglares que van asumiendo sus responsabilidades en la Iglesia. Cada día hay más preocupación por la persona humana, mayor sensibilidad hacia los problemas sociales y crece la conciencia solidaria hacia los sectores más desfavorecidos de nuestra sociedad, que se extiende hacia los países más necesitados
A pesar de las actuales dificultades para la militancia cristiana, gracias a Dios, hay muchas personas que se han tomado en serio el seguimiento de Jesucristo con todas sus implicaciones y participan en partidos políticos, sindicatos y asociaciones de todo tipo, movidos por la fe y con un talante cristiano. También es numerosa la presencia evangelizadora de los cristianos en el mundo de la salud y de la enfermedad, de la drogodependencia, del SIDA; en la atención a los inmigrantes, los alcohólicos y la infancia desprotegida. Además del testimonio personal, hay gran cantidad de obras sociales de carácter asistencial, de promoción humana, de voluntariado, fundaciones e instituciones de inspiración cristiana, creadas o promovidas por cristianos, que prestan grandes servicios y son muy valoradas por la sociedad civil. [12]
Otro aspecto importante a destacar, es que hoy no se puede identificar al catolicismo con una determinada ideología política, ya que hay presencia de católicos prácticamente en todos los partidos del arco parlamentario y el voto católico no es uniforme; hay un gran pluralismo electoral y no se puede identificar el ser católico con ser de derechas, de izquierdas o de centro.
Las asociaciones y movimientos, una autentica primavera de la Iglesia
Las asociaciones y movimientos son una autentica primavera de la Iglesia. Así los ha definido el Papa Juan Pablo II en diferentes ocasiones y, verdaderamente, son una gracia para la vida de la Iglesia. Son muchísimas las experiencias comunitarias de espiritualidad y de compromiso apostólico, de vida eclesial comunitaria, que ofrecen. Pero, además, ofrecen también una alternativa de vida a muchas personas, que sin estas asociaciones no hubieran encontrado un lugar adecuado para una vida eclesial y apostólica coherente con la fe de la Iglesia.
Aunque es verdad que el asociacionismo seglar y las comunidades eclesiales han generado conflictos dentro de la Iglesia y también hoy pueden generar tensiones en algunos casos, el balance global es muy positivo, por lo que no debemos dejar de considerar a estas organizaciones eclesiales como un fruto del Espíritu y signo de esperanza.
Como se ha podido ver en este breve recorrido, hay un cambio positivo en el conjunto de la Iglesia. Es verdad que aún persisten muchas cosas negativas, que tenemos asignaturas pendientes, que el camino que nos queda por recorrer es largo...; pero si miramos la realidad con perspectiva histórica, podemos ver la ingente labor, de signo positivo, que se viene realizando en nuestras Iglesias y que indudablemente es un signo que anticipa la promesa del Reino.
En relación con otras épocas, podemos afirmar que nos encontramos en un contexto eclesial favorable a la misión. Sin embargo, en la historia más reciente, nunca fue tan cuestionada la Iglesia como lo está siendo ahora. Hay que preguntarse, pues, por qué pasa esto: ¿cómo es que, siendo el Evangelio Buena Noticia para el mundo, hoy se entusiasma tan poca gente con el ideal que nos propone Jesucristo?, ¿qué podemos hacer para superar la actual situación?
Causas de esta situación
Las causas son muchas y variadas. Me voy a centrar en las que considero fundamentales:
— Creo que hay un problema de coherencia. Hablamos de Dios, pero no hacemos lo que Dios nos dice. Muchos de los que nos llamamos cristianos tenemos un discurso que no se corresponde con nuestra vida, somos incoherentes, y por eso contagiamos a pocas personas. En nuestro actuar hay una disociación entre lo que decimos y lo que hacemos, que es percibida por la gente de nuestro entorno. Éste es uno de los grandes retos que los cristianos tenemos planteados: el de la unidad entre la fe y la vida.
— Otro problema que observo se refiere al conjunto de la Iglesia y de su organización pastoral. Es verdad que la Iglesia necesita de una mayor purificación para que llegue a predicar con el ejemplo. Pero, además, también necesita líneas pastorales diferentes. No es posible decir que el mundo ha cambiado, que estamos en una época nueva, y seguir haciendo las mismas cosas que hacíamos antes. Una pastoral de consumo de sacramentos no puede ser la respuesta que necesita hoy una sociedad marcada por la indiferencia y el relativismo religioso.
— Doctrina sobre la necesidad del protagonismo de los seglares hay mucha, pero hay que hacer de los documentos vida para que el laico ocupe en la Iglesia el lugar que le corresponde. De nada sirve la doctrina; si el clero no facilita la corresponsabilidad de los seglares en la tarea evangelizadora de la Iglesia, estaremos limitando posibilidades y restando energías a la acción misionera de la Iglesia.
— Vivimos en un contexto social donde la fe ya no tiene relevancia pública de otros tiempos, no se valora lo que hace la Iglesia como algo bueno, útil y provechoso. Nuestro mensaje no empalma con la sensibilidad de la cultura actual, ya que los patrones y los modelos que se nos ofrecen desde las instancias sociales y culturales o son contrarios a lo que propugna el cristianismo o van por otros derroteros.
— Nos encontramos en un momento crucial de nuestra historia, con una progresiva y radical descristianizació n e indiferencia religiosa. En la sociedad actual la Iglesia ya no tiene un papel predominante. Se relega a Dios como algo poco eficaz, que no sirve para gran cosa. ¿Para que sirve la fe, si no arregla los males que existen en el mundo y, además, supone una cortapisa para triunfar en la vida? Puesto que para ser coherente con la fe, hay que limitar los beneficios, el gozo, el éxito, el prestigio y el poder... Hay que ser consciente de que ser católico hoy tiene costes nuevos y, desde la perspectiva mundana, no es el camino a seguir por aquellos que quieren triunfar a toda costa.
4. PAUTAS DE COMPORTAMIENTO HEGEMÓNICAS EN NUESTRA SOCIEDAD
¿ En que mundo vivimos?
No pretendo aquí hacer un análisis exhaustivo de la realidad. Me limitaré a señalar algunas cuestiones fundamentales de ámbito universal, que debemos tener en cuenta a la hora de realizar nuestra tarea evangelizadora en medio del mundo. También servirán para descubrir posibles errores y limitaciones en los que estamos cayendo. Todo ello con el fin de que logremos reorientar nuestra vida y nuestra actividad apostólica, en coherencia con los signos de los tiempos.
Aspectos positivos
Esta sociedad nuestra, a pesar de sus defectos, tiene numerosos valores que podemos percibir fácilmente. Son signos de esperanza, de progreso y de autentica renovación. En muchos lugares existen iniciativas sociales y culturales de todo tipo, que ayudan a la humanización del mundo. Así, en el campo de los valores y de la cultura, podemos enumerar una serie de logros que hoy forman pare de la conciencia popular, como son: los derechos de la persona, la afirmación de la libertad y el convencimiento de la inutilidad de las guerras, el pluralismo y la tolerancia, el reconocimiento de la igualdad entre el hombre y la mujer, la valoración de los métodos democráticos de participación, la preocupación por la ecología y una mayor conciencia europea.
Un cambio de época
Según todos los analistas, estamos asistiendo a un momento realmente nuevo en la historia de la humanidad. No se trata de un cambio generacional, como dicen algunos, sino de un cambio de época marcada por la globalización, el aumento de la pobreza mundial, de las guerras, del terrorismo y la consolidación del neoliberalismo como único sistema.
La globalización , originada por el desarrollo científico–técnico, ha producido un espectacular avance en la comunicación, de tal manera que por primera vez en la historia la comunicación puede llegar a todos los rincones del planeta acercando unos pueblos a otros y poniendo a todos en estrecho e inmediato contacto.
La globalización no es buena ni mala en sí misma; d epende de la orientación que se le dé. El problema surge cuando la globalización, que debería hacerse para todos, se hace solamente para algunos a costa de los demás. Esto es lo que está sucediendo, ya que la globalización que se está potenciando es la de quitar barreras al capital para que éste pueda circular libremente. La globalización que se está desarrollando configura un panorama lleno de incertidumbres, que antes o después nos afectarán a todos, porque si la globalización y el desarrollo de la ciencia y la técnica no van acompañados de una mayor justicia social y de una mejor redistribució n de la riqueza, estamos `poniendo las bases para que en cualquier momento se pueda disparar una situación incontrolable; máxime cuando las desigualdades existentes, no son tanto porque hay escasez real de bienes materiales, sino por la mala voluntad política y moral, que impide que una gran mayoría de la población mundial, no consiga realizar su vocación humana fundamental al carecer de los bienes indispensables. Esta situación es una bomba que puede explotar en cualquier momento, pues mientras una tercera parte de la humanidad esté condenada a la pobreza, nadie puede estar seguro.
El aumento de las guerras y del terrorismo es casi siempre una consecuencia del fanatismo, del egoísmo insolidario, de la injusticia y de la negación de los derechos humanos fundamentales. En tal sentido se pronuncia el Consejo Pontificio «Cor unum» en el documento titulado «El hambre en el mundo», cuando dice: «La paz duradera no es el resultado de un equilibrio de fuerzas, sino un equilibrio de derechos (...) Para llegar a una paz verdadera, a una seguridad internacional efectiva, no es suficiente impedir la guerra y los conflictos; es necesario también promover el desarrollo, crear condiciones que garanticen plenamente los derechos fundamentales del hombre» [13] . En síntesis podemos decir que la paz es una aspiración humana, pero si falta la verdad, la libertad y la justicia, la paz esta puesta en peligro.
La consolidación del Neoliberalismo . La caída del muro de Berlín y el derrumbamiento del comunismo como sistema político mundial han significado la liberalizació n de muchos millones de personas y de muchos países; pero también han significado el triunfo del capitalismo y la consolidación del Neoliberalismo como sistema político, económico e ideológico a escala mundial. El capitalismo, además de ser un modelo de producción económica, también es un modelo de vida, de consumo, de cultura y hasta de estructuració n y configuración de la personalidad individual y colectiva. Es un modelo que habla mucho de libertad y de igualdad, pero que ha consagrado la desigualdad a escala planetaria, imponiendo la lógica del máximo beneficio sin que importe cómo alcanzarlo. Este sistema, aceptado y halagado por muchos como el mejor de los sistemas económicos posibles, plantea grandes retos a los católicos, pues la Doctrina Social de Iglesia, rechaza todo sistema que basa sus fundamentos en la lógica del máximo beneficio sin que importen los medios o que considere al ser humano única o principalmente como instrumento de producción.
Pautas de comportamiento que son hegemónicas.
Una vez definido el entorno socio político donde tenemos que realizar nuestra tarea evangelizadora, vamos a describir de forma sumaria otras cuestiones de carácter cultural que constituyen un marco de referencia más amplio, que nos permita comprender de manera adecuada los profundos cambios que se están produciendo en nuestra sociedad, ya que tienen repercusiones importantes en la vivencia de la fe y condiciona la manera de transmitirla en el futuro.
No queremos caer en una visión de los problemas unilateralmente cultural. Somos conscientes de que el mundo de los derechos humanos y de la justicia social no puede quedar excluido de nuestro análisis, pero bien es verdad que, en nuestra sociedad desarrollada y satisfecha, los aspectos culturales adquieren una dimensión fundamental a la hora de realizar la misión. Además , los temas relacionados con la justicia social propiamente dicha, están muy bien desarrollados en multitud de documentos eclesiales [14] y, dado el tiempo de que disponemos, preferimos emplearlo en los temas más directamente relacionados con los enunciados de la ponencia. Por eso nos parece oportuno destacar las pautas de comportamiento que son hegemónicas en nuestra sociedad, cuyas características más sobrealimentes son:
— Culto excesivo a la libertad individual, como valor último en sí. Cualquier acto puede ser legítimo con tal de que el interesado lo haga libremente. Sí cada uno hace lo que quiere prescindiendo de toda regla y normativa, la forma de comportarse queda condicionada la mayoría de las veces por el capricho, que no se sujeta a principios ni valores. Es más, el único principio de conducta termina siendo el propio yo, que convierte su experiencia personal en norma. Sus pautas de comportamiento adquieren una dimensión pura y exclusivamente egoísta, ya que la libertad como valor, se convierte muchas veces en un elemento relativo que depende de las circunstancias.
— Clima cultural laicista, que no valora lo religioso porque cree que es anacrónico, desfasado y que, a lo sumo, se puede vivir en la intimidad, pero sin relevancia social, ni dimensión pública. La fe es una cuestión privada y su ámbito de expresión es el templo. En algunos casos también se puede expresar en las calles, pero sólo cuando se trate de conservar tradiciones y costumbres, como en el caso de las procesiones, las romerías y las peregrinaciones, ya que una cierta sensibilidad religiosa puede ser buena para la convivencia.
— Menosprecio de la religión, desconfianza de la transcendencia y rechazo de una moral anterior o superior al propio juicio. La verdad es relativa, queda al libre albedrío de los sujetos. No hay verdad absoluta; ésta depende de la voluntad y de las creencias particulares de cada uno, así que la pretensión de verdad que mantienen las religiones debe ser puesta en cuestión, porque de lo contrario corremos el riesgo de volvernos intolerantes. Por eso hay que aceptar que cada uno tiene su verdad y todas las religiones tienen su parte de verdad,
Como consecuencia de estas maneras de pensar se da una pérdida de influencia de los valores cristianos y el triunfo de los postulados del liberalismo burgués, tales como el individualismo, que hace a los hombres egoístas e insolidarios; el cientifismo como único criterio de verdad; el progreso tecnológico, que ha pasado de ser un medio a convertirse en un fin; la rentabilidad y la eficacia, como criterio último de la producción y del mercado; el hedonismo, como objetivo central del sentido de la vida: pasarlo bien a toda costa sin importar el cómo conseguirlo, aunque sea utilizando a las personas.
Ambivalencias de lo religioso
A pesar de la realidad descrita, el sentimiento y la demanda de lo religioso no ha desaparecido. Son muchos los que buscan en lo esotérico y los horóscopos, de los cuales se fían más que de los sacerdotes y de la Iglesia. La religión interesa y suscita controversias interminables en los medios de comunicación, cuando se trata de problemas morales, pero siempre como espectáculo, sin profundizar, sometiéndolo todo a las encuestas, poniendo como criterio de verdad lo que piensan las mayorías. También se valoran los misioneros, Cáritas, Manos Unidas e instituciones religiosas, pero como realidades prestadoras de servicios sociales, sin darle ningún valor al elemento religioso o trascendente e, incluso, en algunos casos, ocultando el origen religioso de estas organizaciones que pasa a ser sustituido por identidades humanitarias u órganos sociales para el desarrollo.
5. REPERCUSIONES DE LA REALIDAD SOCIAL SOBRE LA FE CRISTIANA
La fe cristiana es una oferta más entre otras
En España se nacía cristiano y se moría cristiano; la fe no se cuestionaba, sino que se daba por supuesta. Existía una transmisión natural de los valores y de la cultura cristianos a través de la familia, la escuela, las tradiciones sociales, la catequesis y la actividad eclesial. Sin embargo, la situación actual es distinta. Para la sociedad española, hoy la fe cristiana es una oferta más, de carácter moral o religioso, entre las muchas que se ofrecen o se pueden ofrecer. En pocos años se ha pasado de una situación en la que la fe lo impregnaba todo a otra, en la que la fe católica importa muy poco.
Esta nueva realidad nos obliga a replantearnos nuestros modos de proceder y de actuar, ya que el destinatario de la evangelizació n es nuevo y diferente al de otras épocas. «El hombre de hoy ya no sintoniza con las formas culturales en las que tradicionalmente se ha expresado el cristianismo, necesita aprender de nuevo qué significa Jesucristo, para sus vidas, no desde los discursos, sino desde el testimonio y la entrega desinteresada» [15] . Igualmente se deben tener en cuenta algunos datos que son fundamentales para entender el cambio de nuestra sociedad en toda su complejidad. En síntesis, son los siguientes:
— La cultura rural, en la que tradicionalmente había arraigado el cristianismo en nuestro país, está en trance de desaparición y aunque sigue existiendo el mundo rural, le ha ganado la partida la cultura urbana y los valores que habían sido tradicionales en el mundo rural no tienen capacidad para influir en los modos de pensar y de vivir de las personas como lo había tenido en épocas pasadas.
— La incorporación de la mujer al mercado laboral ha hecho que pierda en gran parte el papel de transmisora de la fe, que tradicionalmente había ejercido a través del cuidado y la educación de los hijos en el propio hogar. Este papel educativo en la etapa infantil está siendo sustituido por las guarderías, los colegios y otras instancias de tipo recreativo y cultural, donde el elemento religioso no es tenido en cuenta.
— El auge de las nuevas potencias emergentes fuera del ámbito cultural europeo y el fuerte despertar de otras religiones ponen en entredicho la supremacía de Europa a escala universal; más aún, el modelo europeo, que llevó la fe cristiana a gran parte del mundo, empieza a estar en franco retroceso.
Radicalizació n del pensamiento filosófico del siglo XVIII
Si a estos datos añadimos el secularismo galopante de nuestro país, no resulta demasiado aventurado afirmar que estamos en una época donde la relevancia histórica del Cristianismo y de la Iglesia en la sociedad actual es cada día menor. Además, en un clima de critica sistemática a la Iglesia y de ridiculizació n de las creencias religiosas, muchas personas tienen complejo de inferioridad, se sienten marginadas y no encuentran condiciones reales para poder ejercer públicamente el derecho a practicar sus convicciones religiosas, con lo que la tan cacareada libertad religiosa queda en entredicho. Por eso, la situación actual necesita respuestas nuevas y diferentes a las de hace unos años, porque ya no se recibe la fe del contexto cristiano en el que nacíamos y vivíamos.
Aunque se mantienen vivas tradiciones y creencias religiosas, el cristianismo es considerado hoy como algo anacrónico que debe ser superado. La idea de Dios está tan relegada en muchos ambientes que nos «obligan a hablar de momento crucial; es lo que se podía llamar la radicalizació n última del pensamiento (...) y la visión del hombre que nace en el siglo XVIII como alternativa a la visión y a la herencia cristiana de Europa» [16] .
Otro dato a tener en cuenta, complementario del anterior, sobre la crisis de la fe en la España actual lo aporta el profesor y teólogo Eloy Bueno de la Fuente en su libro «España entre cristianismo y paganismo», cuando dice que «la descristianizació n de la sociedad española y el debilitamiento del tejido eclesial es un hecho que no se debe simplemente al proceso de secularizació n, sino que va acompañado de la irrupción de un paganismo que se afirma y se propone como alternativa al cristianismo» [17] .
Esta forma de pensar, de sentir y de actuar, se traduce en:
— La negación práctica del valor social y humanizador de la fe cristiana, circunscribié ndola a los actos de culto y predicación y quitándole toda la posibilidad de dimensión social y pública.
— La tendencia, fomentada por el Estado, a sustituir la vida religiosa de los ciudadanos por ideales culturales, éticos o políticos, usurpando un papel que no le corresponde. La función del Estado debe limitarse a garantizar el orden público, el respeto del bien común y los derechos fundamentales de las personas, y a tutelar y hacer cumplir las leyes.
— La consolidación de una corriente que piensa que la mayoría parlamentaria es la fuente última del ordenamiento jurídico sin excepción alguna. Con lo cual «comienza a desdibujarse peligrosamente, en la doctrina jurídica y en la conciencia popular, el concepto mismo de persona humana como sujeto transcendente de derechos fundamentales, anterior al Estado y a su ordenamiento jurídico positivo» [18] . La consecuencia lógica de este modo de pensar nos lleva a imaginar el triste destino que les espera aquellos que no son útiles para la vida productiva, social y económica; los enfermos, los indigentes, los ancianos y todos los que no reportan beneficios al sistema tienen la suerte echada.
Ante esta situación, la Iglesia seguirá levantando su voz en defensa de la persona humana, aunque la tachen de institución trasnochada, y esto no por capricho, ni por intereses particulares o partidistas, sino porque forma parte de su propia misión. El que la Iglesia quiera ser consecuente con su doctrina no quiere decir que sea beligerante. La realidad es que, en muchos de estos temas, siempre ha buscado el diálogo, el consenso y la concertación, porque esta convencida de que la Iglesia y la sociedad no son realidades opuestas que se excluyen, sino complementarias.
6. NECESIDAD DE UN NUEVO EMPEÑO EVANGELIZADOR
Tomando como punto de partida el progresivo avance del secularismo, la poca incidencia social que tiene la Iglesia y la pretensión de los poderes públicos de recluir a la Iglesia en la sacristía, es claro que ésta encuentra dificultades para realizar su misión adecuadamente. En este sentido, urge una renovación pastoral y misionera de la Iglesia, que haga posible el fortalecimiento de la fe en orden a la nueva evangelizació n. Lo cual implica al menos los siguientes aspectos .
Actualizar el modelo de presencia
Los cambios acaecidos en los últimos años son de tanta envergadura, que condicionan la realidad y la manera de situarse ante ella. El problema de la transmisión de la fe y de la evangelizació n de las nuevas generaciones no es sólo un problema de los movimientos y asociaciones de seglares, sino que afecta a toda la Iglesia, que se encuentra con dificultades reales para el desarrollo de su tarea evangelizadora.
Es verdad que la Iglesia universal, a lo largo de la historia, ha venido ampliando y configurando su pensamiento, inspirado por la fe que profesa, ante los acontecimientos y los grandes temas que afectan al hombre en sus circunstancias concretas. Podemos afirmar que, en líneas generales y al menos en lo que se refiere al aspecto formal y doctrinal, la Iglesia tiene bien definida cuál es su identidad y su naturaleza así como su quehacer y su tarea en medio del mundo, de modo que no puede ser confundida ni identificada con la comunidad política. Sin embargo, en el terreno de la práctica y de los acontecimientos diarios, tenemos que reconocer que el clima de indiferencia y aún hostilidad que en amplios sectores existe hacia la Iglesia, es terreno poco favorable para diseñar con claridad un nuevo modelo de presencia que, siendo coherente con su identidad y su razón de ser, responda suficientemente a las nuevas circunstancias y a los retos que la sociedad española demanda a la Iglesia.
La recuperación de la dimensión publica de la fe.
La formación de un laicado adulto para evangelizar en una sociedad secularizada
Es urgente y prioritaria la formación de un laicado que esté capacitado para realizar una presencia pública evangélicamente significativa en la vida social. Ello implica formar cristianos adultos en la fe, que, a través de su conversión personal y de su actividad apostólica, lleven el Evangelio a todos los rincones de la tierra, trabajado por construir una Iglesia mucho más auténtica, un mundo más humano y mucho más acorde con la voluntad de Dios.
La tarea de la formación es una necesidad fuertemente sentida en toda la Iglesia. Hoy nadie cuestiona su necesidad, pero la formación no es tarea fácil, porque aun siendo muchas las experiencias de formación que se vienen realizando en nuestras iglesias, no todas dan los mismos resultados. La tarea de formación es tan importante y de tal envergadura, que podemos afirmar que el laicado que hoy necesita la Iglesia no puede surgir solamente de la labor parroquial; son necesarios además otros medios y otros cauces. De ahí la importancia que tiene articular un horizonte formativo que nos permita planificar, discernir y reorientar la formación implicando a las diversas asociaciones, instituciones y organismos que en las Diócesis se encargan de la formación. En esta tarea de discernimiento, el Obispo diocesano, maestro en la fe y primer responsable de la Diócesis, es garantía de fidelidad para que el pueblo de Dios no se aparte de la fe.
La tarea de la formación es una necesidad fuertemente sentida en la Iglesia. Nadie cuestiona su necesidad, pero los contenidos de la formación son el autentico reto. En dichos contenidos deben entrar claramente unos principios, criterios de análisis y aspectos que ayuden a configurar una teoría de la acción actualizada, que sirva de orientación para nuestro compromiso personal y comunitario .
Principios:
— La fe y el seguimiento de Jesucristo, son algo muy bueno para las personas y para la sociedad. Es el mayor y mejor camino de felicidad y de liberación integral que se puede ofrecer al hombre.
— La Iglesia, a pesar de sus defectos e infidelidades, es la mediación necesaria e indispensable para conocer a Jesucristo; sin la pertenencia a la Iglesia y la comunión con ella, no es posible ser cristiano
— La Iglesia debe tener libertad y medios para realizar su misión, tal como nos dice el Concilio Vaticano II, en la Constitución Pastoral Sobre la Iglesia en el Mundo: «Es de justicia que pueda la Iglesia en todo momento y en todas partes predicar la fe con autentica libertad, enseñar su doctrina sobre la sociedad, ejercer su misión entre los hombres sin traba alguna y dar su juicio moral, incluso sobre materias referentes al orden político, cuando lo exijan los derechos fundamentales de las personas o la salvación de las almas, utilizando todos y sólo aquellos medios conforme al Evangelio y al bien de todos según la diversidad de tiempos y situaciones» [19] .
Doy por hecho que la nueva teoría de la acción de los movimientos y asociaciones de apostolado seglar debe de asumir las orientaciones y presupuestos teológicos y misioneros que hay en el documento « Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo » [20] , pero desde las siguientes claves de análisis:
— Estamos en un contexto socio–cultural en el que la idea de Dios está relegada y desprestigiada y no se valora lo religioso; más aún, las personas y las sociedades se consideran más progresistas en la medida en que se alejan de lo religioso.
— Desde la propia Iglesia muchos cristianos, hemos colaborado con nuestras actitudes y comportamientos a que exista este clima de vacío cultural e indiferencia religiosa, y debemos pedir perdón por las cosas que hacemos mal. Pero no debemos olvidar que la progresiva descristianizació n, que está viviendo Europa, hunde sus raíces en el materialismo ateo, tanto en su fase capitalista como marxista. Este materialismo ha arrojado a Dios fuera de la esfera pública y ha propiciado un laicismo, que no sólo ha pasado a dominar nuestra cultura, sino que pretende extinguir cualquier forma de experiencia religiosa.
— El secularismo también ha entrado en la Iglesia creando en muchos cristianos un fuerte complejo de inferioridad, que se traduce en actitudes y en comportamientos desmesurados de fuerte contestación a la institución eclesial y sus pastores. Esta situación, más que favorecer un proceso de conversión, de unidad y de comunión para la tarea evangelizadora, producen división y hasta enfrentamientos, con la consiguiente desorientació n de muchas personas, que en materia de fe ya no saben a que atenerse y optan por la despreocupació n, la apatía o la indiferencia religiosa.
— El humanitarismo social, siendo necesario, no puede ser el sustitutivo de la religión; reducir la fe a la justicia social es un gran peligro para la fe.
— Tomar conciencia de que el trasfondo de muchos de los conflictos que se le han planteado a la Iglesia desde que apareció la modernidad como alternativa al cristianismo, no es la alternativa entre los que están a favor o en contra de la justicia social, como se ha hecho creer muchas veces, sino entre los que buscan una sociedad fundada sobre el laicismo y los que buscan una sociedad fundada sobre el cristianismo. La confrontación inevitable que surge entre estas dos maneras de entender la relación « fe–mundo » y « fe–política » encuentra respuesta en aquella opción que afirma que la Iglesia y el mensaje cristiano tienen cabida en una sociedad secular, siempre que se respete la legítima autonomía del mundo, pero sin subordinarse a ningún proyecto de tipo partidista. Sin embargo, esta opción, que nace del Concilio Vaticano II y podemos decir que es la opción oficial de la Iglesia, parece que no se tiene en cuenta, pues, en la práctica, se quiere llevar a la Iglesia a la confrontación o se quiere que sea mera comparsa de las teorías laicistas.
Aspectos que deben configurar la nueva teoría de la acción:
La situación descrita anteriormente, exige una nueva teoría de la acción, que se fundamente en los siguientes principios:
— Combatir el espiritualismo evasivo y desencarnado, pero también la identificació n de la fe con cualquier proyecto político. Ello implica, desmarcarse de la identificació n simplista del cristianismo progresista con la izquierda y del conservador con la derecha.
— Promover la lucha contra la injusticia y la defensa de la persona por encima de todo.
— La promoción de las obras sociales y de inspiración cristiana que ayuden a salir de la pobreza e impulsar la cultura y la promoción de las personas.
— La reanimación de los valores de identidad católicos.
— La urgencia del compromiso social y político en coherencia con la Doctrina Social de la Iglesia.
— La denuncia de las grandes injusticias que se producen en el mundo.
— La defensa decidida de los pobres y marginados de la sociedad.
— La coherencia de la vida cristiana con la fe de la Iglesia.
— Apuesta decidida por la Paz
— El ecumenismo y el diálogo interreligioso
— La familia.
En síntesis: no se trata de cambiar las motivaciones cristológicas y eclesiológicas que nos han llevado al compromiso en el mundo, ni las actitudes y comportamientos surgidos de nuestra espiritualidad y sensibilidad cristiana, sino de actualizar y reorientar el modelo de presencia y de cambiar las claves de nuestra teoría de la acción, que corresponde ya a otra época y otra cultura social y política.
Al hilo de estas reflexiones debemos tener en cuenta algo fundamental que nos dijo el Papa en su reciente visita a España: «la fe no puede ser impuesta sino propuesta» [21] . Es decir, debe ser presentada como un estilo de vida. No basta con la doctrina, son necesarios testigos para que la Iglesia sea identificada por su servicio a las personas, especialmente a los pobres y alejados
El anuncio del Evangelio no es posible dando la espalda a las realidades sociales de marginación, de insolidaridad y de injusticia. Los pobres, los marginados y excluidos, tienen que percibir que Jesucristo es liberación para la situación en la que viven. Ello requiere, más allá de un discurso lleno de palabras radicales, encarnación en la realidad; reclama el compromiso diario y concreto allí donde se desarrolla la vida ordinaria de las personas. En este sentido pienso que deben ser lugares prioritarios de compromiso y testimonio cristiano los siguientes:
Las asociaciones intermedias de participación ciudadana:
La participación en la vida pública no es una tarea exclusiva de los partidos políticos, ni la presencia en vida pública puede quedar reducida a votar en unas elecciones. Es necesario reconstruir el tejido social y potenciar todo tipo de asociaciones intermedias y de participación ciudadana, como cauce de libertad, de acción solidaria y de sensibilizació n de los derechos individuales y colectivos, ya que este tipo de asociaciones, a través sus actividades, hacen posible una sociedad equilibrada no sometida a los intereses del poder institucional. Si no hay sociedad civil, no hay verdadera libertad, pues la sociedad civil sirve como vehículo de participación y como instrumento de presión y de denuncia de los excesos del poder institucional. En esta tarea los cristianos tenemos un deber y una experiencia insustituible.
El mundo de las leyes y el derecho es un campo del que los cristianos no debemos abdicar, porque en los Parlamentos es donde se hacen las leyes y donde muchas veces se decide el destino de los pobres. Ahí debemos de estar presentes, procurando que se existan legislaciones civiles que potencien el derecho a la vida, desde su concepción hasta su muerte natural; que no permitan la manipulación de embriones humanos; que fomenten la calidad de vida, la justa redistribució n de la riqueza, la atención a los ancianos, a los enfermos, a los inmigrantes y a los más desfavorecidos
La educación y la cultura:
También es importante que se garantice de manera real el derecho de los padres a escoger la educación que consideren más adecuada para sus hijos, para lo cual es necesario que exista un apoyo justo a los centros de iniciativa social y las escuelas concertadas, así como una regulación adecuada respetuosa y justa de las enseñanzas religiosas.
Trabajo y derechos sociales
España es un país que ha experimentado un gran desarrollo e incluso ha crecido por encima de la media europea, pero siguen existiendo grandes desequilibrios económicos que afectan a un gran número de personas. Aún existen dificultades para que se muchos jóvenes que buscan su primer empleo se puedan incorporar al mercado de trabajo, pensiones insuficientes, trabajo precario, gente sin escrúpulos que se aprovechan de los inmigrantes sin papeles y de las personas con baja cualificación profesional como mano de obra barata.
Los derechos sociales incluyen no sólo políticas económicas, sino que deben promover el trabajo para todos, la justa distribución de las rentas, el apoyo a las familias; deben facilitar el acceso a la vivienda, especialmente a los jóvenes y desfavorecidos; favorecer la solidaridad con el tercer mundo, el reconocimiento del trabajo domestico y la dignidad de las personas.
Promoción de movimientos y asociaciones en línea misionera:
La urgencia de promover la participación y la corresponsabilidad de los laicos en la vida y misión de la Iglesia, así como su presencia pública en la sociedad, serán palabras vacías si no ponemos los cauces y los medios adecuados para que vaya surgiendo ese nuevo sujeto evangelizador que hoy necesita la Iglesia.
La experiencia nos demuestra que difícilmente la Iglesia puede estar presente de modo eficaz en la sociedad, si no es potenciando asociaciones y movimientos que animen, formen y sostengan a sus militantes para que lleguen a los alejados, despierten la conciencia social de sus miembros e impulsen respuestas cristianas ante las urgencias de nuestro mundo.
Desde esta perspectiva podemos afirmar que todo lo que sea impulsar la promoción de apostolado seglar asociado es invertir en el futuro, no sólo desde el punto de vista de la eficacia pastoral, sino desde la perspectiva teológica, pues el apostolado seglar asociado es signo de unidad y comunión con la Iglesia; así se nos ha venido recordando en diferentes documentos del magisterio de la Iglesia y últimamente la Carta Apostólica del papa Juan Pablo II «Novo millennio inneunte» nos vuelve a recordar que «es importante para la comunión promover las diversas realidades de asociaciones, tanto las más tradicionales como las más nuevas, aunque nos advierte que todas deben actuar en plena sintonía eclesial y en obediencia a las directrices de los pastores» [22] .
Se trata, en definitiva, de que en las Diócesis se impulse, se promueva y se consolide, en los distintos ambientes o sectores de evangelizació n, movimientos y asociaciones seglares que sean impulso y fermento misionero tanto en la Iglesia como en el mundo. Dichas asociaciones deben tener al menos las siguientes características:
— Que sean auténticas escuelas de formación, de espiritualidad y de encuentro con Jesucristo y con su Iglesia.
— Que promuevan una pastoral orientada a la transformació n del mundo e impulsen la vida de oración, la celebración de los Sacramentos y la revisión evangélica.
— Que estén debidamente integradas en su Iglesia particular e inmersas en la pastoral diocesana.
— Que mantengan un equilibrio entre los fines y objetivos del propio carisma y el Plan de Pastoral Diocesano.
Opción por una pastoral misionera en las Parroquias
El Congreso «Parroquia Evangelizadora», celebrado en Madrid, del 11 al 13 de noviembre de 1998, ponía de manifiesto que en la mayor parte de las parroquias, predomina una pastoral de servicios y de atención a los miembros de la comunidad. Esto , con ser necesario, es insuficiente. Para que las parroquias puedan ir asumiendo el papel que les corresponde en la nueva evangelizació n tienen que poner el centro de su actividad en impulsar un laicado adulto en la fe y en potenciar y desarrollar la dimensión social que la fe cristiana comporta.
Nuestras parroquias serán más evangelizadoras si son capaces de abrirse cada vez más a la corresponsabilidad y a la participación de los laicos, de sus movimientos y de sus asociaciones, con el fin de que sus miembros más conscientes sean un puente natural entre la parroquia y el mundo, proyectándose sobre las diferentes actividades de tipo cultural, recreativo y social que se realizan en el barrio; haciéndose presentes en las instituciones existentes en el ámbito territorial de la parroquia y del arciprestazgo, como son: el mundo de la familia, de la educación y la cultura, de la sanidad y de la política, las organizaciones de solidaridad y de tiempo libre.
Clima pastoral adecuado y compartido
La urgencia de la evangelizació n, en las circunstancias actuales, nos exige lograr un clima pastoral adecuado que implica:
— compartir, al menos en sus líneas generales, las prioridades pastorales y la convergencia en objetivos comunes a medio y largo plazo, aunque los métodos y las estrategias para conseguirlas puedan ser plurales y diferentes;
— fomentar la convicción de que promover y relanzar el apostolado seglar no significa que los seglares abandonen otras tareas necesarias para el buen funcionamiento de la parroquia y de su pastoral ordinaria.
Fomento de instituciones de solidaridad
Por coherencia con nuestra fe, debemos ser solidarios con el hombre que sufre y hemos de fomentar todo tipo de instituciones de solidaridad. Los pobres y necesitados no pueden esperar a que exista un orden social justo; mientras éste llega, esas personas no pueden ser abandonadas a su suerte.
Acompañamiento pastoral .
Hoy es un hecho, que el cristiano que realiza su actividad apostólica en los ambientes más alejados y difíciles frecuentemente se siente desguarnecido, se ve sólo en su compromiso en medio del mundo. Por eso reclama de la Iglesia compresión, apoyo, acompañamiento pastoral, aliento y animación en su tarea.
Para dar respuesta a la dolorosa situación de soledad en la que se encuentran muchos militantes cristianos se requiere crear y potenciar cauces que faciliten el apoyo y la ayuda mutua e impulsar ámbitos que ayuden a vivir la fe y a alentar el compromiso de todos los cristianos, especialmente de aquellos que hasta ahora no se han sentido suficientemente apoyados ni comprendidos.
Es necesario también fomentar la corresponsabilidad, el diálogo, la consulta y el asesoramiento mutuo entre pastores y laicos. Programar encuentros comunes, cultivar espacios y lugares de oración donde celebrar la fe y en los que se viva y profundice la comunión eclesial.
CONCLUSIÓN
Recuperar el orgullo de ser cristiano.
En una sociedad como la actual, donde muchas veces observamos y experimentamos en carne propia que la Iglesia y los cristianos somos cuestionados, cuando pretendemos estar presentes en la vida pública, es necesario superar complejos y recuperar el orgullo de ser católico. Es verdad que a lo largo de la historia los cristianos tenemos muchas cosas de que arrepentirnos; en algunos casos, el cristianismo ha alumbrado experiencias negativas, pero también es verdad que en el balance global de la presencia de la Iglesia en la historia humana arroja muchas más luces que sombras.
Hoy se puede reconocer la huella humanizadora del cristianismo en todos los lugares donde se ha implantado y los beneficios que ha aportado al desarrollo de las personas, de las culturas y de los pueblos. Es un hecho incuestionable para un historiador imparcial. Por eso es necesario fomentar el conocimiento de la historia de la Iglesia y resaltar que ser cristiano es un «plus» que ayuda a ser buen ciudadano y a crecer en conciencia cívica, y contribuye a la implantación del bien común.
Merece la pena ser cristiano. La fe cristiana, cuando es madura, da a luz unas actitudes activas que cambian el mundo. La experiencia cristiana compromete la globalidad de la persona y le impulsa a la generosidad, a vivir, amar y entregarse al bien de los demás de forma desinteresada. El cristianismo, en definitiva, es una llamada a construir un mundo nuevo donde reine la justicia para todos. No sólo desde la dimensión evangelizadora, sino también desde la perspectiva de la humanización, tenemos razones poderosas para no ser relegados de la vida pública. Podemos y debemos aceptar la crítica, pero no podemos resignarnos a no dar testimonio.
Revitalizar la esperanza
Nuestros compromisos y nuestras actuaciones públicas deben ser un medio para quitar obstáculos a la acción evangelizadora que el Espíritu realiza en las personas. La finalidad última del compromiso cristiano y de la presencia pública de la Iglesia es despertar en todos los ámbitos de la sociedad el deseo de que se conozca a Jesucristo, de que exista un entusiasmo por su mensaje de liberación y salvación total y de que las personas quieran seguirle, incorporándose a la Iglesia que es la comunidad de sus discípulos y creyentes.
Desde nuestra fe en Jesucristo debemos revitalizar la utopía y sembrar ansias de libertad, de participación y de solidaridad. Tenemos que gritar que es posible una sociedad nueva y distinta, salir del «ghetto», de nosotros mismos, para redescubrir qué significa hoy el seguimiento de Jesucristo y vivir la experiencia de Dios. Debemos intensificar la vida sacramental y de oración, para descubrir la voluntad del Padre y buscar la afirmación de lo humano, para alumbrar una situación donde el hombre sea verdaderamente el centro y la norma por encima de la rentabilidad económica y de los interese políticos, económicos e ideológicos.
Todo ello haciéndolo coincidir explícitamente con el ideal evangélico de un hombre nuevo y una tierra nueva, que recrea su existencia desde la presencia de Dios, abiertos a la fuerza del Espíritu. Sin él no hay misión ni evangelizació n.
[1] Orientaciones Pastorales del Apostolado Seglar en España. XVII Asamblea Plenaria del Episcopado Español, diciembre 1972. B.A.C. nº. 367. Madrid .
[2] Iglesia y Comunidad Política. Declaración de la Conferencia Episcopal Española , 23 de enero de 1973. B.A.C., nº. 377. Madrid .
[3] Testigos del Dios vivo. XLII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española , 24–29 de junio de 1985.
[4] Los católicos en la vida pública”. Instrucción pastoral de la Comisión Permanente del la Conferencia Episcopal Española , celebrada el 26 de abril de 1986.
[5] La verdad os hará libres. Instrucción Pastoral de la Conferencia Episcopal Española , aprobada el 20 de noviembre de 1990.
[6] Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo. LV Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española , 18–23 de noviembre del 1991. EDICE, nº. 14. Madríd.
[7] Cf. o. c.
[8] Cf. Cardenal Antonio Mª Rouco, Discurso de apertura de la LXXIII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española : «La fidelidad de Dios dura siempre. Mirada de fe al siglo XX». Madrid, 26 de noviembre de 1999.
[9] Cf. el Decreto conciliar Ad Gentes cuando dice: « La Iglesia no está verdaderamente formada, no vive plenamente, no es señal perfecta de Cristo entre los hombres, mientras no exista y trabaje con los pastores un laicado propiamente dicho. Porque el Evangelio no puede penetrar profundamente en las conciencias, en la vida y en el trabajo de un pueblo sin la presencia activa de los seglares» (nº. 21).
[10] Cf. Sínodo de los Obispos sobre la justicia en el mundo, del año 1971.
[11] A modo de ejemplo fijémonos en los siguientes datos: En el año 1995 estaban inscritas en el Registro de Entidades Religiosas del Ministerio de Justicia 11.877 asociaciones católicas, de las cuales sólo 70 habían renovado sus estatutos de acuerdo con la normativa que la Conferencia Episcopal Española promulgó en abril de 1984. Otro dato a destacar es que 10.340 de dichas asociaciones se integran en Institutos o Congregaciones religiosas.
[12] U na información más pormenorizada sobre este tema, en una reciente publicación de Cáritas diocesana de Zaragoza, donde se nos ofrece una visión de conjunto de la acción caritativa y social de 184 entidades cristianas presentes en Aragón.
[13] «El hambre en el mundo» Nº. 28. Documento del Consejo Pontificio, Cor Unum, Roma 4 de octubre de 1996.
[14] Los interesados en el tema, pueden consultar las siguientes Encíclicas del Papa Juan Pablo II: «Laborem exercens», «Solicitudo rei socialis», «Centesimus annus».
[15] Cf Cardenal Ángel Suquía, Discurso de apertura de la LVI Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española , Madrid, 18–23 de mayo de 1992.
[16] Cf. Cardenal Antonio Mª Rouco, «Alfa y Omega», Nº 171, 24 de junio de 1999.
[17] Eloy Bueno de la Fuente , «España entre cristianismo y paganismo». Editorial San Pablo, Madrid, 2002.
[18] Cf. Cardenal Antonio Mª Rouco, «Relaciones Iglesia y Estado en la España del Siglo XXI». Ponencia presentada en el Club Siglo XXI, Madrid, 22 de febrero de 1996.
[19] LG 76.
[20] o. c.
[21] Cf. Discurso del Papa Juan Pablo II a los jóvenes en Cuatro Vientos, V visita a España, 3 y 4 de mayo de 2003.
[22] - Novo Millennio Ineunte, Nª- 46.