LAS DICHOSAS BIENAVENTURANZAS
POPE GODOY
El Reinado de Dios
Sabido es que la expresión “Reino de los Cielos”, empleada sólo en el Evangelio de Mateo (34 veces por tres veces “Reino de Dios”), es una perífrasis para no utilizar el nombre de Dios. Mateo se dirige a una comunidad cristiana mayoritariamente judía y evita herir su sensibilidad religiosa de respeto al nombre de Dios. Por tanto, la expresión “reino de los cielos” es, sin duda, una traducción literal, pero que induce a confusión. La gente entiende “la otra vida”.
Por otra parte, el término griego “basiléia” tiene tres acepciones distintas, según los contextos:
Puede significar “reino”: “Si un reino se divide internamente, ese reino no puede seguir en pie” (Mc 3,24).
Puede significar “reinado”. En el Padrenuestro, por ejemplo, la traducción correcta es: “Llegue tu Reinado” (Mt 6,10). Así en otros muchos pasajes evangélicos y, desde luego, en las bienaventuranzas..
Y puede significar “realeza”. El pasaje más característico es el de Jesús ante Pilatos: “Mi realeza (mi forma de ser rey) no pertenece a este mundo (a este sistema de valores)” (Jn 18,36). La cantidad de confusiones que ha provocado una traducción incorrecta.
Todos estos aspectos están estudiados muy detenidamente y no son mi tema aquí. Mi punto de arranque es una traducción que le oí decir varias veces a Juan Mateos y que yo he comentado en distintas ocasiones. Mateos decía que la frase evangélica con que empieza la predicación de Jesús “está cerca el reinado de Dios” (Mc 1,15) puede traducirse perfectamente a un lenguaje no religioso con esta expresión exacta: Es posible una sociedad alternativa. Cuando yo he explicado esta original traducción en distintos ámbitos cristianos, la gente comentaba aliviada: ¡Eso sí se entiende! Esta experiencia nos avisa, como tantas otras, de lo lejos que queda el lenguaje religioso para nuestra cultura actual. Podemos seguir aferrados a nuestras fórmulas religiosas, podemos repetir al pie de la letra textos evangélicos, pero cada vez están más lejos del lenguaje y de la mentalidad de nuestra sociedad.
¡Ojo! No se trata de suavizar o de escamotear los contenidos evangélicos. Para eso ya tenemos la normativa castrense antes citada. El objetivo es justamente el contrario: la exigencia de fidelidad al mensaje. Para que pueda ser aceptado necesita previamente ser comprendido. Y para que sea comprendido necesita ser expresado en palabras y conceptos al alcance de cada colectivo y de cada persona. La tarea es inmensa porque la evolución de las mentalidades es muy rápida y la iglesia oficial suele vivir anclada y ensimismada en fórmulas repetidas miméticamente, aunque no nos suenen a nada y nos resulten vacías.
Vuelvo a la traducción secularizada de Juan Mateos. Nos podemos fiar de él, por supuesto, como maestro indiscutible tanto por su palabra como por sus escritos. Pero a él no le gustaba lo de maestro, porque era muy sensible a las palabras de Jesús: No os dejéis llamar ´Rabbí´, porque vuestro maestro es uno solo y todos vosotros sois hermanos (Mt 23,8). Por cierto, y para más ironía, la palabra Rabbí puede ser traducida perfectamente por Monseñor, Alteza o Excelencia. Vamos, es que ni a posta damos una en el clavo. Mateos prefería la palabra “instructor”.
Nos gusta verificar las cosas.
El argumento de autoridad no goza de demasiado prestigio en una sociedad
democrática. Por eso, voy a buscar algunas traducciones alternativas que nos
permitan calibrar la justeza de la traducción laica que propone Juan Mateos.
“Les dijo otra parábola: -Se parece el reino de Dios (la sociedad alternativa) a
la levadura que metió una mujer en medio quintal de harina; todo acabó por
fermentar.” (Mt 13,33). ¡Caramba! No se puede formular de modo más breve y
certero el proceso de fermentación que se da en una sociedad: ideas que, en
principio, escandalizan y hasta crispan o por lo menos se ven como raras e
inviables. Pero aquella extraña intuición inicial se va abriendo camino hasta
que es asumida con naturalidad por todo el cuerpo social. ¡Y encima lo hace una
mujer!
Otro ejemplo: “-¡Con qué dificultad entran en el reino de Dios los que tienen el
dinero!” (Lc 18,24), comenta Jesús tras el abandono del joven rico. La
traducción sería ésta: ¡Qué difícil es que los ricos se apunten a la sociedad
alternativa!... ¡Anda que es mentira! Jesús añade esa vigorosa exageración del
camello por el ojo de una aguja para hacernos caer en la cuenta de que el
problema es mucho más grave de lo que parece.
Con toda modestia, os invito a que releáis otros muchos pasajes del Evangelio
teniendo presente esta clave de lectura. Se descubren matices y actualizaciones
que resultan sorprendentes. Un último ejemplo: “Desde que apareció Juan hasta
ahora, se usa la violencia contra el reinado de Dios (contra la sociedad
alternativa) y gente violenta quiere quitarlo (quitarla) de en medio”. (Mt
11,12).
Pobres por espíritu
Según la concepción semita, el espíritu es la sede del conocimiento y de la
decisión en cada ser humano. Por eso, en teoría es posible una doble traducción
de esos “pobres por espíritu”. Podría ser “Dichosos los que saben que son
pobres”. Aquí nos quedamos en el terreno del conocimiento. Es una visión más
ascética y más espiritualista. Compromete menos. Pero muy pronto descubrió Juan
Mateos que el mismo sermón de la montaña va mucho más allá. En Mt 6,19-34
explica ampliamente Jesús lo que significa “pobre por espíritu” y está claro que
exige y lleva consigo una decisión de la voluntad: “no podéis servir a Dios y al
dinero” (Mt 6,24). Por eso, su traducción final fue: “Dichosos los que eligen
ser pobres”.
Alberto Maggi tiene un precioso y muy documentado libro sobre las
Bienaventuranzas (A. Maggi: Las Bienaventuranzas. Edic. El Almendro.- Córdoba,
2001). Entre las muchas originalidades, presenta tres “lecturas” de cada
bienaventuranza: La literal, la teológica y la pastoral. Es una aproximación
sugerente para tener más elementos de juicio. Respecto de la primera
bienaventuranza, éstas son sus tres traducciones:
Traducción Literal: Dichos los pobres por el espíritu, porque de éstos es el
reino de los cielos.
Traducción Teológica: Dichosos aquellos que deciden vivir pobres, porque éstos
tienen a Dios por rey.
Traducción Pastoral: Cuantos eligen compartir todo lo que tienen: ¡Dichosos!
Porque Dios cuida de ellos.
Interesente, sin duda, y enriquecedora por los nuevos matices que añade. Pero,
¿qué queréis que os diga? Yo me quedo insatisfecho. Me deja más bien frío, no
llega a entusiasmarme. Si yo soy el único tío raro, pues me quedo tranquilo.
Pero si hay más gente que le pasa lo que a mí, me atrevo a proponer una
“traducción” alternativa en lenguaje no religioso. Con esta formulación intento
sintetizar los datos anteriores.
Traducción Laica (no religiosa): Son felices las personas solidarias, porque
ésas saben que otro mundo es posible.
La afirmación es un desafío espectacular. Jesús no hace formulaciones teológicas
ni promesas de futuro. Es algo mucho más obvio, más inmediato y más universal.
¡Hace una apelación y una llamada a la experiencia de cualquier persona! La
solidaridad es fuente de felicidad. Aquí, en cualquier parte del mundo, en
cualquier religión y en cualquier ética verdaderamente humana. ¡Es una
verificación que está al alcance de todo el mundo! Que se vive –se puede vivir-
en nuestra historia personal de cada día. SON FELICES. ¡Jesús lo dice en
presente! ¡Ahora! No después, en una fácil promesa de futuro. Esa experiencia de
felicidad personal, ahora, en este momento, es el punto de partida y el punto de
llegada.
Efectivamente, las personas solidarias llegan a “saber”, en su sentido
etimológico más genuino. Es decir, descubren, saborean, experimentan y hasta
disfrutan porque “otro mundo es posible”. Es una conclusión gozosa, esperanzada
y dinamizadora. Jesús llama a una reflexión sobre la propia experiencia como
punto de arranque y de compromiso para un cambio de sociedad.
Un poder desencadenante
La primera bienaventuranza, como anticipo y síntesis de todas las demás, es una
oferta de felicidad: ¡felices, dichosos! Felicidad que se verifica en una doble
dimensión. Ante todo, es una llamada a la felicidad personal. Podemos ser
felices, dentro de las limitaciones, incertidumbres y tragedias de la vida
humana. Y, a renglón seguido, descubrimos que nuestra felicidad individual está
ligada a la felicidad de los demás. Somos felices compartiendo, ejerciendo la
solidaridad.
Bueno, podemos decir que Jesús de Nazaret no ha descubierto la pólvora. De
acuerdo. Su “acierto”, por decirlo así, consistió en formular esas aspiraciones
profundas que llevamos dentro. Y proponer a plena luz que esas aspiraciones
personales pueden ser y son también objetivo válido para toda la comunidad
humana. En resumen, una oferta de felicidad individual y colectiva... Pero, ¿es
que estamos soñando? Pues sí. Soñamos que otro mundo es posible y trabajamos
para que se vaya haciendo realidad.
¿Hasta dónde tiene que llegar la solidaridad? Ponte a la escucha de tu corazón y
de tu experiencia. Empieza por lo mínimo, si quieres. Ni siquiera un vaso de
agua quedará sin recompensa (Mc 10,41). Pero el camino se va abriendo a nuevos
horizontes y a nuevas metas. Tampoco aquí Jesús se queda corto en los objetivos.
La solidaridad puede llegar hasta hacerse un miserable (ésa es la correcta
traducción del “ptojói” griego, los pobres) en solidaridad con las personas más
excluidas de la sociedad. El tema tiene una dimensión amplísima y no me detengo
más.
Si las consideraciones que hago aquí no están completamente desacertadas, me
surgen dos conclusiones. La primera es remachar una vez más esta afirmación:
Jesús de Nazaret es patrimonio de toda la humanidad y no es propiedad de una
iglesia. Esa sociedad alternativa, que él anunció y a la que nos llamó, rebasa
los límites de una cultura o de una religión. Es una aspiración humana y habrá
que trabajar desde todos los ángulos para hacerle camino. La segunda conclusión
es relativizar el papel de la iglesia-institución. ¡Ojalá que sea palanca
poderosa para construir esa sociedad alternativa! Tendría que tener muy clarito
que la función eclesial primaria es servir a la causa de la felicidad humana
personal y colectiva. Que esa causa es anterior a la iglesia y que está por
encima de la iglesia. Que esa causa, tan humana y tan “divina”, se irá abriendo
camino con la iglesia o sin ella, a pesar de ella y aún contra ella, como, por
desgracia, ha ocurrido en otros momentos de la historia.
Por último, es posible que a personas creyentes se les quede demasiado
desangelada esta traducción no religiosa de la primera bienaventuranza. Lo
comprendo y hasta casi lo comparto. Pero está claro que, desde la fe, se
mantiene de forma permanente un luminoso telón de fondo: Dios, Padre-Madre de
todos los seres humanos. La fraternidad humana es otra formulación del Reinado
de Dios. Por eso, con distintas formulaciones, desde el Reinado de Dios, desde
la fraternidad universal o desde la sociedad alternativa... hay trabajo “pa
reventar”. Eclesalia 4 de febrero de 2005.