Recursos para vivir la cuaresma

Un cuento transcurrido en una imaginaria ciudad —que puede tener múltiples similitudes con nuestras propias ciudades— nos puede ayudar a reflexionar si, efectivamente, es posible intentar vivir una cuaresma solidaria, en un mundo que se nos presenta cada vez más deshumanizado:

 

Para leer:

 

Había una vez un pueblo en un valle rodeado de montañas. Sus habitantes vivían muy preocupados. Debajo de sus pies, día a día, se formaban arenas movedizas. Nadie sabía la razón.

 

Una mañana, todo estaba inclinado hacia la izquierda. Sentían ganas de trabajar, comer, limpiar sus casas. Al día siguiente, todo estaba inclinado hacia la derecha. Entonces, se volvían vagos, inconstantes y sucios. El problema no terminaba aquí, sino que cada día se inclinaban más hacia la derecha. El pueblo se hundía por el oeste. Además, el suelo era fango y arenas movedizas.

 

El alcalde y sus concejales, que sufrían de la misma suerte, acordaron buscar ayuda. Así fue que entró en el Ayuntamiento un mago. Su nariz era pequeña y puntiaguda.

 

Vestía solo de rojo y negro. Sonrió y dijo: “Yo puedo ayudarlos. Observaré su vida de cada día. Mis amigas las hadas y las ninfas me asistirán”.

 

La mayoría aceptaron el acuerdo.

 

Pasó una semana de trabajo. Al anochecer, el mago congregó a sus amigas las hadas y las ninfas invitándolas a cenar. Charlaron durante largas horas. Intercambiaron información. Dialogaron y comentaron las diversas opiniones. Una pequeña ninfa resumió las investigaciones:

 

“Las arenas se han formado debido a los desequilibrios que producen los ciudadanos. Unos trabajan demasiado, otros nada. Los primeros comen menos, los segundos se hartan. Las casas de algunos son espejos, las de otros, cubos de basura ─hizo una pausa para respirar y siguió─. El problema es que cada vez son más los que ‘no mueven un dedo’. Esta situación transforma el suelo firme en arenas movedizas, tan inconstantes como los habitantes que las pisan”.

 

Al día siguiente, el mago se acercó presuroso y preocupado al Ayuntamiento.

Explicó lo observado al alcalde y sus concejales.

 

El concejal de transportes indicó: “Hay que buscar otra tierra firme y trasladarnos a ella. Empezaremos de nuevo”. El alcalde sugirió: “¿Y perder nuestras casas y cosechas? No me parece buena idea. Esta tierra era firme. Nosotros la hemos transformado en arenas movedizas”.

 

El mago aplaudió al alcalde mientras decía: “Eres muy sensato. Deseo ayudarte. Yo creo que si informan al pueblo y proclaman un mes de equilibrio y constancia, podrán volver a pisar tierra firme”.

 

Dicho y hecho. El alcalde hizo proclamar en todas las esquinas un bando siguiendo los consejos del mago. El pueblo lo escuchó. Y todos, ante el inminente peligro,  se pusieron manos a la obra.

 

No fue nada fácil. El mago junto con las hadas y ninfas animaron a todos. Las arenas se alejaron del pueblo. Rodearon un fangoso charco que se transformó, día a día, en un hermoso lago de aguas cristalinas. Era estupendo descansar y jugar allí.

 

Tomado de Educar en valores con cuentos y leyendas, A. Francia y G. Sánchez, SAN PABLO, España

 


 

Para la reflexión personal y grupal:

 

-Describamos los diversos personajes que protagonizan esta historia, según como los apreciamos e imaginamos a partir del texto, y cómo obra cada uno en el contexto y desarrollo del relato.

 

-¿Cuáles eran las principales dificultades que padecía aquel pueblo? ¿Y cuáles las causas de tales desequilibrios? ¿Desde dónde se originaban y crecían esos problemas? ¿De qué modo actuaron las autoridades ante ese cuadro? ¿Tomaron alguna decisión importante o prefirieron resignarse o acostumbrarse cómodamente al nuevo escenario que se les presentaba?

 

-¿De qué manera llegaron a descubrirse los orígenes de los problemas de aquel pueblo? ¿Qué descubrimiento de fondo reveló la investigación del mago y sus colaboradoras? A partir de ello, ¿cuál fue la solución concreta que cambió el panorama de aquella imaginaria ciudad?

 

 -Señalemos similitudes y diferencias entre las características de nuestra ciudad, pueblo, provincia, etcétera, y las del pueblo del cuento. Preguntémonos si, en nuestra sociedad actual y, más puntualmente, en el entorno más cercano donde vivimos, existen desequilibrios, injusticias, y cuáles son las “arenas movedizas” que desnivelan y ponen en peligro el normal desarrollo de nuestra sociedad.

 

-Definamos qué significa ser solidario para cada uno de nosotros: preguntémonos qué es la solidaridad, cómo se la debe practicar y si es posible ejercerla en estos tiempos difíciles en los que vivimos.

 

-A partir de la última pregunta, reflexionar si el tiempo de cuaresma es un momento propicio para experimentar la conversión necesaria que nos conduzca a vivir un mayor compromiso solidario, especialmente, con aquellos que menos tienen. Precisar los motivos de ello.

 

-Desde lo trabajado y reflexionado, establezcamos alguna acción, propósito, gesto, solidario que podamos cumplir tanto personal como grupalmente, a lo largo de esta cuaresma.

 

-¿Cómo estamos viviendo este tiempo cuaresmal? ¿Qué cosas nos pueden ayudar a descubrir y valorar este tiempo litúrgico? ¿Cómo estamos transitando este camino hacia la pascua?

 


 

Para profundizar nuestra reflexión:

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

Uno de los peligros más grandes que nos acechan es el "acostumbramiento". Nos vamos acostumbrando tanto a la vida y a todo lo que hay en ella que ya nada nos asombra; ni lo bueno para dar gracias, ni lo malo para entristecernos verdaderamente. Me causó asombro y perplejidad preguntarle a un conocido cómo estaba y que me respondiera: "mal pero acostumbrado".

 

Nos acostumbramos a levantarnos cada día como si no pudiera ser de otra manera, nos acostumbramos a la violencia como algo infaltable en las noticias, nos acostumbramos al paisaje habitual de pobreza y de la miseria caminando por las calles de nuestra ciudad, nos acostumbramos a la tracción a sangre de los chicos y las mujeres en las noches del centro cargando lo que otros tiran. Nos acostumbramos a vivir en una ciudad paganizada en la que los chicos no salen a rezar ni saben hacerse la señal de la cruz.

 

El acostumbramiento nos anestesia el corazón, no hay capacidad para ese asombro que nos renueva en la esperanza, no hay lugar para el reconocimiento del mal y poder para luchar contra él.

 

Por otra parte, suele suceder que sobrevienen momentos tan fuertes que, como un shock, nos sacan del acostumbramiento malsano y nos ponen en la brecha de la realidad que siempre nos desafía a un poco más: por ejemplo, cuando perdimos a alguien algo muy querido solemos valorar y agradecer lo que tenemos y que, hasta un momento antes, no lo habíamos valorado lo suficiente. En el camino de la vida del discípulo, la cuaresma se presenta como ese momento fuerte, ese punto de inflexión para sacar el corazón de la rutina y de la pereza del acostumbramiento.

 

Cuaresma, que para ser auténtica y dar sus frutos, lejos de ser un tiempo de cumplimiento, es tiempo de conversión, de volver a las raíces de nuestra vida en Dios. Conversión que brota de la acción de gracias por todo lo que Dios nos ha regalado, por todo lo que obra y seguirá obrando en el mundo, en la historia y en nuestra vida personal.

 

Acción de gracias, como la de María, que, a pesar de los sinsabores por los que tuvo que pasar, no se quedó en la mirada derrotista, sino que supo cantar a las grandezas de Señor.

 

La acción de gracias y la conversión caminan juntas. "Conviértanse porque el Reino de Dios está cerca", proclamaba Jesús al inicio de su vida pública. Solo la belleza y la gratuidad del Reino enamoran el corazón y lo mueven verdaderamente al cambio. Acción de gracias y conversión como la de todos los que recibieron gratuitamente de manos de Jesús la salud, el perdón y la vida.

 

Jesús, al enviar a sus discípulos a anunciar ese Reino, les dice: "den también gratuitamente". El Señor quiere que su Reino se propague mediante gestos de amor gratuito. Así los hombres reconocieron a los primeros cristianos portadores de un mensaje que los desbordaba. "Recibieron gratuitamente, den también gratuitamente". Quisiera que estas palabras del Evangelio se graben de un modo muy fuerte en nuestro corazón cuaresmal. La Iglesia crece por atracción, por testimonio, no por proselitismo.

 

Nuestra conversión cristiana ha de ser una respuesta agradecida al maravilloso misterio del amor de Dios que obra a través de la muerte y resurrección de su Hijo y se nos hace presente en cada nacimiento a la vida de la fe, en cada perdón que nos renueva y sana, en cada eucaristía que siembra en nosotros los mismos sentimientos de Cristo.

 

En la cuaresma, por la conversión, volvemos a las raíces de la fe al contemplar el don sin medida de la Redención y nos damos cuenta de que todo nos fue dado por iniciativa gratuita de nuestro Dios. La fe es don de Dios que no puede no llevarnos a la acción de gracias y dar su fruto en el amor.

 

El amor hace común todo lo que tiene, se revela en la comunicación. No hay fe verdadera que no se manifieste en el amor, y el amor no es cristiano, si no es generoso y concreto. Un amor decididamente generoso es un signo y una invitación a la fe. Cuando nos hacemos cargo de las necesidades de nuestros hermanos, como lo hizo el buen samaritano, estamos anunciando y haciendo presente el Reino.

 

Acción de gracias, conversión, fe, amor generoso, misión son palabras claves para rezar en este tiempo, al mismo tiempo que vamos encarnándolas a través del gesto solidario cuaresmal que tanto ha edificado durante estos últimos años a nuestra Iglesia porteña. Les deseo una santa cuaresma. Que Jesús los bendiga y la Virgen santa los cuide. Y, por favor, les pido que recen por mí.

 

Fraternalmente,

 

Card. Jorge Mario Bergoglio s.j., Arzobispo de Buenos Aires, 22 de febrero de 2012

 


 

Para meditar a lo largo de la semana:

 

 

Ustedes recibieron gratuitamente, den también gratuitamente

 

(Mt 10,8, Juan Pablo II, Cuaresma 2002).

 


 

Para rezar:

 

Jesús
maestro bueno,
enséñame el camino
para vivir solidariamente.

Ayúdame a convertir
mi corazón duro
en un corazón sensible
y cercano a los que sufren.
Enséñame a ver
el dolor, el sufrimiento,
y las necesidades de los demás.

Dame la sencillez necesaria
para conmoverme
frente al prójimo
y acudir en su ayuda.
Que no sea mezquino
en mi entrega,
que aprenda a dar
todo lo que tengo:
mis cosas, mi tiempo, mi esfuerzo,
mi vida entera
para que otros vivan más y mejor.

Aprender a dar,
antes que pedir y que recibir.

Enséñame a ser solidario.
A vivir el amor de verdad
y a construir la justicia
y el Reino.
Enséñame a compartir
todo lo que tengo.
Ayúdame a liberarme
de todo lo que me ata
y me impide ser generoso
con los demás.
Ayúdame a dedicar tiempo
a atender a los que sufren
y a los que necesitan.
Enséñame a descubrir tu rostro
en el que pasa hambre,
o sufre sed o frío,
o está desnudo,
enfermo o en la cárcel.
Enséñame a verte
en los despojados
que viven al lado del camino
en nuestra sociedad de hoy.

En los enfermos,
en los que tienen sida,
en los que se drogan,
en los chicos de la calle,
en los ancianos que están solos,
en los que no tienen trabajo,
en los excluidos
por nuestra injusta sociedad.
Enséñame a ser solidario
compartiendo lo que tengo,
que no es mío sino regalo
y don tuyo.

Jesús,
tú que viviste solidariamente
y practicando la justicia,
ayúdame a seguir tus pasos
y ser tu discípulo
por el camino
de la solidaridad activa
y el compromiso
con la vida de los demás.

 

Marcelo A. Murúa