Reconocer a Dios como el Señor de mi vida
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Cipriano Sánchez
El Adviento, que es la época del año en la que nos preparamos para recibir a
Jesucristo, Nuestro Salvador, nos recuerda que el Señor viene, y viene en la
pequeñez, en la sencillez y en la humildad. Sin embargo, el evento de Belén, la
pequeñez de Jesús, el hecho de que todo se manifieste en un ambiente sencillo,
escondido, oscuro, nos podría hacer perder de vista la realidad de que el que
viene es el Señor. El Adviento para todos los cristianos debería tener una muy
especial dimensión, porque cada uno de nosotros se tendría que atrever a
preguntarse si Dios es el Señor y el dueño de su vida.
En teoría podríamos decir que sí, pero ¿realmente creo que el Señor es el dueño
de mi vida? Cuántas veces no somos capaces de encontrar a Nuestro Señor porque
no tenemos un corazón sencillo, abierto, transparente, sino que tenemos un
corazón enredado, tergiversado por dentro; y damos vueltas a las cosas, y
permitimos que el egoísmo vaya por mil vericuetos dentro de nuestra vida, y
aceptamos que nuestra soberbia o nuestra pereza se conviertan en los verdaderos
reyes y señores de nuestra existencia.
Muchas veces la cultura en la que vivimos nos impide reconocer a Dios como
Señor, porque nos presenta otras muchas cosas que aparentemente son señores de
la vida. Cuántas veces se nos puede presentar la riqueza como el señor de la
vida, y parecería que con los bienes materiales puedes lograr todo; pero la
riqueza lo que no te da es vida. O cuántas veces ponemos como señor de la vida
el poder; sin embargo, nos engañamos, porque el poder no te realiza como
persona, sino que te hace usar a las personas, con lo que tú mismo acabas
perdiendo la dignidad. Y lo que en teoría te serviría para ser más libre, en el
fondo te hace más esclavo.
¿Cómo podemos saber si nuestra vida está llena de la ciencia del Señor, si Dios
es realmente el dueño, el Señor de nuestra vida? El Evangelio es muy claro, nos
habla de dos dimensiones fundamentales. Por un lado, nos dice que tenemos que
tener sencillez interior para poder recibir al Señor. Y por otro lado, nos habla
de cómo Cristo es el Señor. "Te doy gracias porque has escondido estas cosas a
los sabios y entendidos, y se las has revelado a los sencillos".
Cristo nos habla de la sencillez de corazón. Es decir, un corazón abierto, de
una forma muy especial, de cara al Señor: a reconocer a Dios y pedirle que se
haga su voluntad. Un corazón sencillo es el que acepta la voluntad de Dios, es
el que no se busca a sí mismo, sino que se entrega de una forma generosa, sin
esperar nada a cambio. Es el corazón que es capaz de saber quién es el Padre y
quién es el hijo; es el corazón que es capaz de reconocer a Dios como Señor; es
el que permite que Dios sea el que diga cómo quiere la propia vida.
Para lograr tener un corazón sencillo es necesario permitir que Dios vaya
«invadiendo» todas los ámbitos de nuestra vida. Que Él sea el que va normando y
señalando el camino concreto de nuestra existencia. Reconocer a Dios como Señor
es permitirle que ilumine mi pensamiento, que fortalezca mi voluntad, que
oriente mis sentimientos, que norme y marque el criterio de mi comportamiento.
Si yo acepto esto sobre cualquier circunstancia de mi vida, estoy reconociendo a
Dios como el Señor de mi vida. Pero si no lo hago, no puedo decir que Dios es mi
Señor. Cada uno tendría que entrar en su corazón y preguntarse de forma muy
sincera y profunda: ¿Señor, dónde todavía no eres mi Señor? Y después, atreverse
a bajar a aspectos muy concretos para descubrir en qué lugar mi egoísmo, mi modo
de ser, mis conveniencias, mi historia o mi educación me impiden reconocer al
Señor como mi Señor.
Sigamos este camino de Adviento buscando cultivar en nuestra alma el señorío de
Cristo sobre nuestras vidas, porque entonces tendremos el gozo y la alegría.
"¡Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven! Porque les digo que muchos
profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, y no lo vieron, y oír lo que
ustedes oyen, y no lo oyeron”. Nosotros veremos y oiremos sólo si permitimos que
Cristo sea Señor de nuestra vida. Nosotros veremos, oiremos y nos alegraremos el
día en que la ciencia del Señor llegue a nuestra existencia.