Jorge Yarce
Curso Liderazgo II
Pontificia Universidad Católica
De Puerto Rico
Con la asesoría del Instituto Latinoamericano de Liderazgo (ILL)
Los principios se consideran, normalmente, inmutables a través del tiempo. Cambiar los principios, para muchos, es como cambiar de moral, como ser incoherente en la vida. Cuando se está hablando de estos principios, se entiende como tales, entre otras cosas, la dignidad de la persona, el respeto a la palabra dada, la integridad, la honestidad, la lealtad, el respeto la vida, procurar hacer el bien, amar la patria, etc.
En esa enumeración hay cosas que en realidad corresponden a lo que llamamos valores (honestidad, lealtad...) y otras que más propiamente las colocaríamos al nivel de los principios o normas básicas naturales (procurar hacer el bien, respetar la vida...), porque tienen un carácter más fundamental.
Quien llama principios a aquellos valores es porque les está asignando ese carácter, les está dando una validez especial, por encima de circunstancias variables.
“Principio” viene del latín principium y del griego arjé. Significa “ aquello de lo cual algo proviene de una determinada principio de la línea o la causa es principio del efecto.
Los principios no son resultado de una moda pasajera. Constituyen una preocupación antigua en la historia de la humanidad. Los primeros filósofos griegos se preguntaron por el principio de las cosas (arjé), su origen y también por su esencia o por su razón de ser primordial. Y daban respuestas relacionadas con la naturaleza física: el fuego, el aire, el agua, etc.
Poco a poco la ciencia fue descubriendo los principios que la rigen. Entonces se habla del principio de la gravedad, de la relatividad, de la conservación de la energía, etc.
Pero también se habla de principios lógicos, metafísicos, éticos, jurídicos, sociales. A todos ellos se les considera como leyes naturales, universales, reglas fundamentales, absolutas, válidas siempre e incondicionales.
No sólo hay principios en ciencias como la física. Los encontramos en el campo jurídico, médico o administrativo, por ejemplo la buena fé, la salud, la calidad, la excelencia o el servicio.
Pero no se puede colocar en un mismo orden de análisis la excelencia que la dignidad humana. Lo primero es un principio administrativo y lo segundo es un derecho humano fundamental que corresponde a una ley natural que no puede ser cambiada por nadie. Lo mismo podría decirse de valores que a veces se colocan como principios: honestidad, lealtad, integridad, etc. En realidad se trata de valores (en sentido de algo bueno y deseable como ideal realizable) que también pueden darse como virtudes personales.
En la ética como ciencia práctica de la conducta humana también hay principios o leyes naturales, reconocidas como tales a lo largo de los siglos: “Hacer el bien y evitar el mal”, “No hacer a otro lo que no se quiere para sí”, etc. Son normas prácticas universales propias del obrar moral del hombre independientemente de su cultura, raza, ideología o religión. En esta línea pueden inscribirse lo que hoy se denominan derechos humanos primarios: la dignidad de la persona, el derecho a la vida, al buen nombre, a la libertad, al trabajo...
También se habla a veces de los principios como paradigmas o como normas. La palabra paradigma está de moda y no es extraño que su uso lleve a ampliar el significado inicial. Primeramente paradigma se entendía como verdad científica clave o fundamental, de la cual se derivaban otras verdades. Pero hoy en día se emplea más como modelo o ejemplo, arquetipo, esquema o punto básico de referencia, parámetro o manera de ver o entender algo. Cambiar de paradigmas es cambiar de modos de pensar en un determinado asunto. Por ejemplo, los paradigmas empresariales de hoy son muy diferentes a los de los años treinta.
Los principios obran, en cierta manera como paradigmas básicos en una ciencia o en el comportamiento, o como normas básicas que hay que acatar. Pero no podemos reducir los principios a paradigmas ni a normas, porque el principio inspira conductas que van más allá del paradigma o de la norma. Decimos, por ejemplo, que una persona de carácter se guía por principios, pero esos principios hay que integrarlos en la conducta personal, y ya nos movemos en un terreno próximo a los valores y a las virtudes. Una persona de carácter, sin duda, es una persona que tiene y vive valores y posee virtudes comprobables. Las normas están más cerca de la adquisición de habilidades, de la instrucción o del entrenamiento que de la educación o formación, que suponen una visión más personalizada e integrada del hombre.
Valor viene del latín “valere” que significa estar en forma, ser fuerte, ser capaz de algo, valerse por sí mismo. Virtud viene de “vis” que quiere decir fuerza, y las virtudes en realidad son fuerzas, que llevan la persona a la excelencia, a la perfección moral, a ser capaz establemente (hábito) de hacer algo bueno, mediante el obrar personal. El valor puede ser mirado como un ideal deseable (civismo, generosidad...), sin referirlo a nadie en concreto, pero el valor que interesa realmente es el que se incorpora a la vida, no el que se queda en la aspiración, en el deseo, en el ideal general.
“El valor es un bien descubierto y elegido en forma libre y consciente, que busca ser realizado por la persona” (Derisi). Ella expresa muy bien su condición de bien deseable, su dimensión subjetiva y su carácter práctico.
Valores hay para todos los gustos y de todos los tipos: sensibles, económicos, estéticos, humanos, espirituales, sociales, religiosos, etc. Unos son más subjetivos (estéticos por ejemplo) y otros más objetivos (económicos) pero en realidad el valor no prescinde de su carácter subjetivo porque es algo propio del ser humano (los animales no tienen valores) y no puede dejar de tener un nexo con los principios externos al hombre, que dan consistencia a los valores.
Otra manera de mirar los valores es verlos como algo irreal, ilusorio o reducido a un “deber ser”, a algo normativo-objetivo, desencarnado y frío. No es ésta una óptica adecuada para entenderlos. Es verdad que los valores se ofrecen como ideales pero es todavía más preciso que son reales, reconocidos, participados a otros, relativos a las personas entre sí, realizables, practicables, identificables, que llevan a obrar, que no se quedan en una abstracción mental. El valor siempre cualifica o determina concretamente pero no se reduce a ser un sustantivo (lealtad) o un adjetivo (generoso) o un símbolo (el fuego). El valor tiene que ver directamente con la conducta humana. Ayuda a estructurarla y a transformarla en la medida en que es algo vivido, reflejado en las acciones personales. Se puede decir que cuando muchas personas viven los mismos valores, esos valores compartidos se viven corporativa o socialmente. Pero su raíz más íntima sigue siendo la práctica individual de los mismos.
Los valores presentan siempre dos lados o caras de la moneda: la cara afirmativa, positiva -la propia de los valores, a secas-, o la cara negativa, que podemos llamar antivalor o contravalor, que es su antípoda: generosidad versus egoísmo, amor versus odio, lealtad versus traición...Todos tenemos valores y todos buscamos realizar nuevos valores y fortalecer los que ya tenemos. Como también es cierto que tenemos antivalores que nos arrastran hacia abajo y hay que combatirlos con el ejercicio de los valores y con la formación de hábitos estables de buen obrar (virtudes personales). Por eso los valores, como la vida misma y como el desarrollo personal, son algo dinámico y cambiante No siempre poseo los mismos valores. Hay valores que antes no eran reconocidos como tales, por ejemplo el respeto al medio ambiente, pero su principio básico (la naturaleza como ámbito esencial del hombre) ya existía. Los valores son realidades dinámicas, no estáticas o inamovibles. Por ejemplo el cambio, la flexibilidad y la negociación son valores dinámicos que se oponen al inmobilismo, a la resistencia o al enfrentamiento o ruptura. Tienen más vigencia y fuerza los valores personalizados, como el trabajo, la creatividad o el compromiso, que simplemente singularizados, como ocurre con el rango de una persona en una empresa, con el éxito o el logro individual. Son algo más consistente que las habilidades que se adquieren a nivel de la entrenamiento, porque se apoyan mucho más en el conocimiento y en la actitud.
La virtud es la encarnación operativa del valor. No se trata ya de ideales deseables o de bienes atractivos que yo puedo hacer realidad a través de acciones aisladas entre sí o esporádicas en mi conducta. La virtud le da estabilidad al valor y hace que su vivencia se prolongue en el tiempo. Hoy en día se toman, a veces como sinónimos o se piensa que hablar de valores es un discurso más universal que hablar de virtudes. Lo cierto es que la vida ética del hombre no se reduce a la afirmación de los valores sino que necesita de la virtud. No todo valor, pues, es una virtud. Por ejemplo el amor o la calidad son valores pero no virtudes personales. Las virtudes se conciben como hábitos o disposiciones estables, que convienen a las posibilidades que hay en la persona de obrar–que permanece en ella, es acción inmanente, a diferencia del hacer que no se interioriza–. Cuando hablamos de una persona generosa nos referimos al modo habitual de vivir el valor de la generosidad, a su disposición de dar y darse a los demás. La virtud permite obrar con mayor facilidad, buscar mas eficientemente la excelencia en la vida personal y la operatividad de los valores a nivel corporativo o social. La virtud ayuda a vencer resistencias instintivas, emocionales o ambientales, a romper la indiferencia frente a los valores. No basta con respetar los principios o las normas ante las cuales nos sentimos obligados y que en cierta manera se nos imponen desde fuera. El conocimiento en sí es un valor, pero puede ser usado para hacer bien o para hacer mal. La virtud sólo puede dirigirse al bien. Y tiene como el valor, una cara subjetiva como proceso psicológico individual, y una objetiva en cuanto se presentan las virtudes como la inspiración o incluso como normas básicas para la conducta, no impuestas desde fuera sino desencadenadas desde dentro.
El campo de los valores es más amplio que el de las virtudes. No todos los valores se convierten en virtudes personales. Como ya se dijo, en el lenguaje común se toman como sinónimos y muchos valores llevan el mismo nombre de las virtudes (sinceridad, prudencia, fidelidad, etc. Después puede hablarse de virtudes humanas en general, que mantienen una relación con las virtudes antes citadas: excelencia, alegría, responsabilidad, amistad, generosidad, flexibilidad, solidaridad, orden, comprensión, fe, credibilidad, laboriosidad constancia,creatividad, diligencia, esperanza, optimismo, honestidad, humildad, integridad, naturalidad, civismo, sencillez, respeto, serenidad, tolerancia, simpatía, sociabilidad, valentía, autenticidad,confianza, etc.
El resumen de todas las virtudes es el amor, como síntesis del esfuerzo de la persona por alcanzar el bien de diferentes maneras. El orden del amor es fundamental en la creación de los hábitos. Sin amor no hay crecimiento en la virtud. La virtud como encarnación operativa habitual de los valores goza del mismo dinamismo que se atribuye a los valores, personalizándolos aún más más plena. El trabajo es la actividad humana fuente por excelencia de virtudes. Ahí se ponen a prueba esas fuerzas interiores adquiridas con la práctica constante, que no se cultivan para tener algo que mostrar a los demás sino como el camino concreto para que exista una conducta recta, conforme con la razón humana y con las aspiraciones de felicidad y bien que hay en todos. Su sentido pleno se alcanza en la comunicación a los demás de lo mejor de sí mismo.