¿Qué enseña la moral católica sobre el preservativo?

Autor: Pbro. Dr. Eduardo María Volpacchio
Fuente: www.algunasrespuestas.blogspot.com

 

En primer lugar, tenemos que decir que la Iglesia no tiene ningún interés, ni nada que decir acerca de

 

 

un pedazo de goma.

En tanto y en cuanto ese pedazo de goma, sea un instrumento que afecte la vida sexual, sí tendrá algo que decir, en cuanto que afecte la moralidad de los actos (los haga anticonceptivos o difunda la promiscuidad).

La pregunta correcta sería ¿cuándo afecta la moralidad?

Evidentemente el uso de preservativo en una relación heterosexual tiene una función anticonceptiva. En síntesis, la Iglesia declarará la inmoralidad del preservativo, de la misma manera que de cualquier otro anticonceptivo. Esto hace que para entender la enseñanza de la Iglesia sobre los preservativos, haya que entender previamente qué dice exactamente de la anticoncepción.

¿Qué enseña la Iglesia sobre la moral sexual?

En el ámbito de moralidad de la sexualidad, los principios son muy pocos. Básicamente todo se resume a decir que la sexualidad debe ser vivida en un contexto de entrega amorosa total. El acto sexual tiene un significado antropológico concreto: ser signo de la unión de vida de los esposos.

Este principio tiene dos consecuencias inmediatas: todo uso de la sexualidad fuera del matrimonio resultará inmoral (le faltará la entrega amorosa); y, dentro de éste, deberá estar abierta a la vida (es decir, no se deberá alterar artificialmente la potencial fertilidad del mismo). Es lo que enseña el n. 14 de la Enc. Humanae vitae.

Si el acto sexual se realiza fuera del matrimonio es un pecado (adulterio, en caso de personas casadas; fornicación, en el de las solteras). Y si se realiza haciéndolo artificialmente infecundo, también (anticoncepción).

¿Qué problemas presenta el preservativo?

Que cuando se usa en un acto sexual tiene una función anticonceptiva.

Entre homosexuales ¿tiene alguna relevancia moral el uso de preservativos? Absolutamente ninguna, ya que es obvio afirmar que no convierte el acto sexual en cerrado a la vida… El acto homosexual es ilícito moralmente de por sí.  El uso o no de preservativo no cambia absolutamente nada desde el punto de vista moral. Pero esto no significa que la Iglesia se dedique a fomentar que los homosexuales activos usen preservativos en su vida sexual. Tampoco se opone: sencillamente, les enseña que el comportamiento homosexual es contrario a la dignidad de la persona y por tanto, les hace daño como personas. Son libres de desobedecer a la Iglesia y hacerlo; pero, si lo hacen, no necesitarán el consejo de la Iglesia sobre cómo realizarlo…

En el caso del sexo extramatrimonial, la malicia de la acción está dada por el acto en sí mismo considerado (una unión sexual vaciada de su contenido). La Iglesia es pro-vida, pero pro-vida porque quiere que el acto sexual tenga toda su potencialidad expresiva estando abierta a la vida. Sería absurdo pensar que la Iglesia deseara que de cada acto sexual, naciera una vida. Y sería patológico pensar que la Iglesia exigiera a los adúlteros que en su infidelidad cuidara mucho la apertura a la vida de sus adulterios… La cualidad moral del adulterio no cambia mucho por la apertura o no a la vida. La Iglesia desaconseja con todas sus fuerzas el adulterio. Jamás pretenderá enseñar cómo ser mejor o peor adúltero.

¿Por qué se rechaza la anticoncepción?

Se entenderá mejor, si consideramos el porqué del rechazo de la moral católica a la anticoncepción. No es una cuestión de reglas, es una cuestión antropológica.

El acto sexual —como todo acto humano— tiene un significado. En este caso, el significado es tan profundo que, si se lo priva del mismo, se lo desvirtualiza de tal manera que se lo corrompe.

Este significado tiene una doble dimensión: es unitivo y procreativo. La malicia de la anticoncepción reside en rechazar el significado de entrega total, que el acto tiene. Ahora bien, una unión sexual en caso de prostitución, o de adulterio, o de fornicación, no son unitivas: la unión de cuerpos no significa y ni realiza la unión de almas y de vidas, ya que esto es inexistente. Es lo que los hace un acto mentiroso: expresan algo que no existe. Sólo en el matrimonio —cuando marido y mujer se han entregado mutuamente, realizando la unión de sus vidas—, la unión sexual es la expresión corporal de esa unión.

Es decir, que a la Iglesia no le preocupa demasiado cómo se realice el pecado de adulterio o de fornicación, sino que quiere que se los evite por el daño moral que hacen.

¿Y la prostitución?

El acto sexual de una prostituta y quien le paga por sus servicios, no es un acto conyugal: no realiza una entrega amorosa y fecunda. Es una transacción comercial en la que se vende la propia intimidad y dignidad por unos pesos. De modo el significado de la acción no es unitivo y procreativo, sino de negocio carnal. Un trozo de goma no dignifica la acción, a lo sumo protegerá a los participantes de los virus con que se hayan ido contagiando a lo largo de su vida promiscua. Y esto no redime la acción. No sin una cuota de ironía Benedicto XVI comenta que podría llegar a ser un primer paso moralizador, al comprender que con el sexo no se puede hacer cualquier cosa.

Las acciones que libremente se asumen tienen un precio antropológico —y no hablemos a nivel de gracia, cuyo costo se llama pecado— mucho más caro que los virus que cada uno pueda aportar al otro en la relación. La sexualidad —vehículo para expresar corporalmente el amor— queda dañado, ya que pierde la capacidad de expresar amor; y esa pérdida —la ruptura de la conexión entre amor y sexo— no es evitable con un preservativo.

¿Entonces, por qué la Iglesia se opone a la distribución masiva de preservativos?

Porque con ella se fomentan la promiscuidad y los comportamientos inmorales. Y eso no es bueno. Hace mal a las personas y a la sociedad. Y en cuanto al SIDA, si bien disminuye mucho las posibilidades de contagio, puede dar una falsa sensación de inmunidad, que fomente la promiscuidad de manera que, a la larga, haga más riesgoso el contagio que pretende evitar. Por eso, con gran sentido común y sin negar el grado de eficiencia que pueda tener, sostiene que el preservativo no es la solución a las enfermedades de transmisión sexual. La solución verdadera es un poco más compleja.

Ahora bien, hay que distinguir entre la entrega y propaganda masiva, y campañas de salud pública dirigidas a públicos restringidos, de riesgo real: recomendarle a una prostituta que use preservativos, no afecta en nada su conducta moral; y es un tema de salud pública procurar que no difunda enfermedades. Pero, la Iglesia nunca fomentará la prostitución, ni siquiera con la excusa de hacerla más saludable y mejorar sus condiciones de vida.

Así como dijimos que un acto homosexual no cambia de moralidad por el uso de preservativos, la Iglesia tampoco recomendará a los homosexuales que los usen: sencillamente tratará de ayudarlos a vivir su sexualidad según la moral cristiana.

¿La doctrina de la Iglesia es causa de aumento del SIDA?

Acusar a la Iglesia de fomentar el SIDA por su rechazo a los preservativos en el matrimonio y la difusión masiva de los mismos, es una burla: ¿quién puede pensar que alguien que rechaza vivir la enseñanza de la Iglesia sobre la sexualidad —haciendo un acto directamente contrario a la misma—, cuidará algo que nadie le pide? ¿Puede alguien ser tan ignorante como para pensar que en sus pecados la Iglesia le pide que esté abierto a la vida? ¿Actuará contra el sexto mandamiento, pero se cuidará de obedecer un inexistente mandamiento de no usar preservativo? ¿Será infiel al matrimonio, pero se cuidará de que esos actos estén bien abiertos a la vida? Parece bastante tonto pensarlo.

Conclusión

De manera, que la Iglesia no demoniza el preservativo, ni lo difunde. Sólo cumple con su misión de enseñar a vivir de un modo auténticamente humano la sexualidad.

Y el Papa no ha cambiado la posición de la moral católica sobre el tema, ni ha bendecido el preservativo, sólo se ha referido a un caso concreto haciendo un comentario prudencial.

Eduardo María Volpacchio

 

ANEXO: Las palabras del Papa sobre el preservativo en el libro “Luz del mundo”

Fragmento del libro-entrevista Luz del mundo en el que Benedicto XVI aborda la cuestión del uso del preservativo (páginas 130 a 132).

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Con su viaje a África en marzo de 2009 la política del Vaticano en relación con el sida quedó una vez más en el mira de los medios. El veinticinco por ciento de los enfermos de sida del mundo entero son tratados actualmente en instituciones católicas. En algunos países, como por ejemplo en Lesoto, son mucho más del cuarenta por ciento. Usted declaró en África que la doctrina tradicional de la Iglesia ha demostrado ser un camino seguro para detener la expansión del VIH. Los críticos, también de las filas de la Iglesia, oponen a eso que es una locura prohibir a una población amenazada por el sida la utilización de preservativos.

 

“El viaje a África fue totalmente desplazado en el ámbito de las publicaciones por una sola frase. Me habían preguntado por qué la Iglesia católica asume una posición irrealista e ineficaz en la cuestión del sida. En vista de ello me sentí realmente desafiado, pues la Iglesia hace más que todos los demás. Y sigo sosteniéndolo. Porque ella es la única institución que se encuentra de forma muy cercana y concreta junto a las personas, previniendo, educando, ayudando, aconsejando, acompañando. Porque trata a tantos enfermos de sida, especialmente a niños enfermos de sida, como nadie fuera de ella.

He podido visitar uno de esos servicios y conversar con los enfermos. Ésa fue la auténtica respuesta: la Iglesia hace más que los demás porque no habla sólo desde la tribuna periodística, sino que ayuda a las hermanas, a los hermanos que se encuentran en el lugar. En esa ocasión [vuelo a África en marzo de 2009] no tomé posición en general respecto del problema del preservativo, sino que, solamente, dije -y eso se convirtió después en un gran escándalo-: el problema no puede solucionarse con la distribución de preservativos. Deben darse muchas cosas más. Es preciso estar cerca de los hombres, conducirlos, ayudarles, y eso tanto antes como después de contraer la enfermedad.

Y la realidad es que, siempre que alguien lo requiere, se tienen preservativos a disposición. Pero eso solo no resuelve la cuestión. Deben darse más cosas. Entretanto se ha desarrollado, justamente en el ´ambito secular, la llamada teoría ABC, que significa: “Abstinence-Be faithful-Condom!” [Abstinencia-Fidelidad-Preservativo], en la que no se entiende el preservativo solamente como punto de escape cuando los otros dos puntos no resultan efectivos. Es decir, la mera fijación en el preservativo significa una banalización de la sexualidad, y tal banalización es precisamente el origen peligroso de que tantas personas no encuentren ya en la sexualidad la expresión del amor, sino sólo una suerte de droga que se administran a sí mismas. Por eso, la lucha contra la banalización de la sexualidad forma parte de la lucha por que la sexualidad sea valorada positivamente y pueda desplegar su acción positiva en la totalidad de la condición humana.

Podrá haber casos fundados de carácter aislado, por ejemplo, cuando un prostituido utiliza un preservativo, pudiendo ser esto un primer acto de moralizacion, un primer tramo de responsabilidad a fin de desarrollar de nuevo una consciencia de que no todo está permitido y de que no se puede hacer todo lo que se quiere. Pero ésta no es la auténtica modalidad para abordar el mal de la infección con el VIH. Tal modalidad ha de consistir realmente en la humanización de la sexualidad.

¿Significa esto que la Iglesia católica no está por principio en contra de la utilización de preservativos?

Es obvio que ella no los ve como una solución real y moral. No obstante, en uno u otro caso pueden ser, en la intención de reducir el peligro de contagio, un primer paso en el camino hacia una sexualidad vivida de forma diferente, hacia una sexualidad más humana.