Proceso de protestantización del catolicismo
Estudio preliminar
Horacio Bojorge, S.I.
Sumario.
Introducción.
- El cuadro clínico de la dolencia protestante según San Ignacio de Loyola.
- Arzobispo Marcel Lefebvre.
- Señalar la protestantización no significa ser lefebvrista.
- Monseñor José Guerra Campos.
- El Rin se vuelca en el Tiber.
- Alrededor del Primado de Pedro: La Nota Explicativa Previa.
- Un buen conocedor del paño calvinista.
- Mengua de la devoción eucarística.
- Disminución de las vocaciones sacerdotales y de la vida sacramental.
- Indisciplina ritual y secularización de la liturgia.
- Protestantismo y modernidad.
- ¿Profetas del Rey?.
- Hoy como ayer, una desviación eclesiológica.
- Lutero hoy, ante la Congregación para la Doctrina de la Fe.
- Hay que ser contracultural para permanecer católico.
- Luigi Giussani: la intelectualidad católica gravemente protestantizada hoy.
- Tres caídas: subjetivismo, moralismo, debilitamiento de la unidad.
- Politización de los católicos proporcional a su creciente impotencia
política.
- ¿Reforma a costa de la identidad?.
- Augusto del Noce: una caída en la inmanencia.
- Infidelidades en la Iglesia.
- Resumen e impresión general.
Conclusiones.
"Desviaciones doctrinales análogas a las que efectuó en su época la Reforma
Protestante". S.S. Paulo VI (27-6-67).
Introducción.
Federico Mihura Seeber, en su introducción al primer tomo de "La Nave y las
tempestades", del P. Alfredo Sáenz S.J., (Ed. Gladius, Buenos Aires 2002)
observaba atinadamente, que las olas y los embates sufridos por la Iglesia en
el pasado serán los mismos que sufrirá más tarde, "sólo que mucho más graves".
Lo que Mihura Seeber observa acerca de las primeras persecuciones y herejías,
vale también para la novena tempestad que el Padre Alfredo Sáenz nos presenta
en el volumen titulado: La Reforma Protestante, que acaba de presentarse el 30
de noviembre del 2005 en Buenos Aires, y para el cual fueron escritas las
páginas siguientes a modo de estudio preliminar.
En efecto, son numerosas, desde diversos sectores, y muchas de ellas muy
cualificadas, las voces que afirman que el catolicismo continúa sufriendo hoy
un proceso de protestantización. Un proceso que, según algunas de esas voces,
sería aún más severo y más grave hoy que en el pasado. Bien puede decirse, a
creerle a esas voces, que el efecto de la Reforma protestante no ha terminado
aún y que asistimos en nuestros días a nuevos capítulos de ese proceso y hasta
a una radicalización del mismo. De ahí que lo que nos dice en este volumen el
Padre Sáenz resulte tan iluminador para comprender muchos hechos de la vida
del catolicismo contemporáneo. En muchos aspectos puede comprobarse que la
historia continúa.
Creo que la historia nos enseña a descubrir que el espíritu protestante nació
en el seno del catolicismo y que sigue naciendo en él y de él. La Reforma
protestante brota y sale de la Iglesia católica. Se plantea en sus comienzos
como lo auténtico frente a lo inauténtico.
Pero a medida que se aparta de su cuna católica, lo protestante se desvirtúa
progresivamente, languidece y muere. Se nutre del vigor católico del que nace
y con el que convive, aunque sea en oposición dialéctica. Por eso el
protestantismo está decayendo en Europa junto con el catolicismo y en cambio
es vigoroso en Latinoamérica donde florece a costa de los remanentes del vigor
cultural católico que él consume y destruye a la vez. Se diría que la
protestantización es el camino de la autodisolución de lo católico y que por
eso lo protestante no es, desde su raíz, algo exterior al catolicismo, sino de
algún modo interior a él. Algo que le es tan necesario como las divisiones
necesarias de que hablaba San Pablo o como el juanino: "Salieron de entre
nosotros porque no eran de los nuestros pero esto sucedió para que se
manifestara que no todos son de los nuestros" (1 Juan 2,19).
Por eso, no es mi intento acusar al protestantismo de ser el culpable de los
males del catolicismo pasado y actual. Lo que corresponde es alertar al
catolicismo acerca de sus propios males, de lo que está dentro de él y es
capaz de salir de él y corporeizarse en formas antagónicas exteriores después
de haber protagonizado antagonismos intestinos. La ruptura de la comunión
suele estar latente, y tiende de suyo a permanecer latente, antes de quedar de
manifiesto. Quisiera, pues, poner estas líneas bajo el amparo de las numerosas
advertencias de Jesucristo, cuando nos exhorta a vivir en guardia, velando y
orando; y nos dice con solícita caridad, transida de preocupación amorosa de
hermano mayor: "Cuídense, guárdense" (Marcos 13, 5.9.33.37).
El cuadro clínico de la dolencia protestante según San Ignacio de Loyola.
Por protestantización, entendemos un cambio complejo de la fe, de la
religiosidad, de la sensibilidad, la piedad y la cultura católica. Se
manifiesta principalmente en una disminución del afecto y la adhesión al Papa,
a la Eucarística y a María. Este cambio consiste en una ruptura latente con la
tradición y la doctrina católicas que comienza como una exigencia de reforma y
termina con la ruptura manifiesta con la comunión eclesial. Se ha señalado
también que el lenguaje protestante es más bien dialéctico y contrapone los
opuestos como disyuntiva: o, o; mientras que el lenguaje católico une los
opuestos y los concilia: y, y.
San Ignacio de Loyola nos dejó un diagnóstico y una semiología de la Reforma
protestante en sus: Reglas para el sentido verdadero que en la Iglesia
militante debemos tener. El título mismo de estas Reglas, nos enseña que la
protestantización se presenta ante todo y visiblemente como una crisis del
sentido común eclesial, del sentir católico. Para Ignacio, la expresión tiene
el mismo sentido que en Pablo, cuando habla de tener un mismo sentir entre los
hermanos en la fe y con Cristo: "siendo todos de un mismo sentir [...] tened
entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo Jesús" (Filipenses 2, 2.5).
La tentación ‘protestante’ entendida así, como ruptura de la unidad
espiritual, está presente desde los orígenes. La quiebra inicialmente oculta,
la ruptura con el sentido común católico, se manifiesta visible y
exteriormente en forma de desobediencia: "depuesto todo juicio contrario
[elemento interior oculto] debemos tener ánimo aparejado y pronto para
obedecer en todo [manifestación externa] a la verdadera esposa de Cristo que
es la nuestra santa madre Iglesia jerárquica" (EE 353). La existencia de una
voluntad rebelde puede pasar inadvertida para el clínico, si se la toma como
una inocente indisciplina.
Pero Ignacio percibió que la desobediencia de los reformadores era, en su
esencia, 1) una crisis del sentido de comunión eclesial, 2) un defecto de la
fe y 3) un error de la doctrina eclesiológica que implicaba: 4) otros dos
errores, uno cristológico y otro pneumatológico.
San Ignacio percibió que la crisis de comunión – oculta bajo apariencia
católica todavía o ya abiertamente protestante - pasaba en primer lugar por la
pérdida del sentido de obediencia a la "Esposa de Cristo, nuestra santa madre
Iglesia jerárquica" [Regla 1ª EE 353]. Una pérdida que se manifestaba en su
comienzo principalmente como un debilitamiento de la adhesión al Papa y al
sacerdocio ordenado y que podía llegar a convertirse en una aversión violenta
y en una abierta rebelión. A esta debilidad o quiebre de la fe eclesiológica
le subyace una debilidad paralela de la fe en el vínculo amoroso que une al
Señor con su Iglesia y en la acción del Espíritu Santo en Cristo y en su
Esposa: "creyendo – dice Ignacio - que entre Cristo Señor, esposo, y la
Iglesia su esposa, es el mismo Espíritu que nos gobierna y rige" [Regla 13ª;
EE 365]. No se trata pues de un mero problema disciplinar sino de una
desobediencia que nace de un espíritu de impugnación; se trata de una rebeldía
espiritual, que se origina en una debilidad de la fe y culmina en la pérdida
de la fe católica y una separación de la comunión eclesial.
De este afecto rebelde, observable también hoy tanto en algunos fieles
católicos como protestantes, nacen todas las impugnaciones disciplinares y de
aspectos particulares de la vida eclesial. La terapia del mal que propone
Ignacio no pasa ni por la polémica ni por la impugnación. A este mal opone San
Ignacio aquel afecto creyente y católico que aprueba y alaba los usos
católicos impugnados. Alabanza de la práctica sacramental, confesar con
sacerdote, comulgar con la mayor frecuencia posible, oír misa a menudo,
cantos, salmos y oraciones en el templo y fuera de él, oficio divino y horas
canónicas. Alabanza no solamente de los sacramento sino también de los
sacramentales, puestos bajo sospecha o acusación de ser prácticas
supersticiosas: vida religiosa y votos de religión, virginidad, continencia,
devoción a los santos y a sus reliquias, invocación de su intercesión;
peregrinaciones, indulgencias, cruzadas; agua bendita, incienso, escapularios
y medallas, bendición de personas, de animales y de objetos, de imágenes, de
casas y edificios; candelas encendidas, ayunos y abstinencias, tiempos
litúrgicos; penitencias internas y más aún externas (cilicios, disciplinas);
ornamentos litúrgicos, edificios de iglesias. Hoy habría invitado a alabar el
uso del velo para orar las mujeres, y de reclinatorios. Alabar la abundancia
de retablos e imágenes sagradas tenidas en veneración. Alabar preceptos de la
Iglesia, sus tradiciones y costumbres de los mayores. Alabar la teología
positiva y también la escolástica.
Este elenco permite comprobar en qué y en qué medida, según los lugares,
personas, parroquias, órdenes y congregaciones religiosas, estos usos han sido
y siguen siendo impugnados, abandonados o combatidos, sea mediante
cuestionamientos teóricos sea mediante burlas; o están en regresión o en
proceso de desaparición. Y esto demuestra hasta qué punto permanece viva la
tentación interior contra la comunión.
Para terminar señalemos un hecho: la protestantización es hoy una epidemia del
catolicismo en Latinoamérica donde asistimos a un verdadero éxodo de fieles
católicos hacia los cultos pentecostales o evangélicos. Unos, en su mayor
parte los profesionales e intelectuales, porque se han enfriado en su
pertenencia católica debido a la transculturación a la cultura globalizada
adveniente y dominante. Otros porque van a buscar fervor en los cultos
pentecostales; o respaldo moral y solidaridad comunitaria en comunidades
evangélicas. Otros porque caen en las redes de un pseudocristianismo sin cruz
que les promete el pare de sufrir. Pero el actual abandono multitudinario de
la comunión católica es el desenlace final de un mal que se venía incubando
desde mucho antes debajo de las apariencias exteriores de la comunión eclesial
católica.
Después de describir el síndrome protestante, sus síntomas y su naturaleza
íntima, escuchemos las voces de atentos observadores de la realidad eclesial,
que han señalado la presencia actual del mal y nos permitirán comprender mejor
su naturaleza, sus causas y su desenlace.
Arzobispo Marcel Lefebvre.
Comenzamos por la voz de quienes, debido a la alarma ante la gravedad del mal
y por la vehemencia misma de su preocupación, terminaron, desgraciadamente,
apartándose de la comunión eclesial. Tras la finalización del Concilio
Vaticano II, Monseñor Marcel Lefebvre le había reprochado al Novus Ordo Missae
de Pablo VI, haber abierto el camino a la protestantización de la celebración
eucarística católica. Fue ese uno de los motivos, aunque ni el primero ni el
principal, por el que sus protestas terminaron en cisma. Diríamos que fue la
gota que desbordó el vaso.
Su sucesor Mons. Bernard Fellay, en sus conversaciones con el Cardenal Darío
Castrillón Hoyos, mantenidas con la esperanza de restaurar la unidad en
ocasión del año jubilar del 2000, previno que, aún si volviese hoy a la unidad
católica, seguiría combatiendo el modernismo y el liberalismo en la Iglesia y
continuaría sosteniendo, entre otras cosas, que "la misa de Pablo VI tiene
silencios que abren el camino a la protestantización" y que se seguiría
oponiendo "a una forma de ecumenismo que hace perder la idea de la única
Iglesia, con el peligro de una mentalidad protestante". Si volviera a la
comunión no estaría solo en esta lucha en la que se siguen empeñando muchos
católicos, como veremos a continuación.
Señalar la protestantización no significa ser lefebvrista.
Dado que estas denuncias han sido casi una bandera del sector de creyentes
cuyo sentir interpretaba Mons. Lefevbre y sus seguidores, han estimado algunos
que hablar de protestantización – ya sea de la celebración eucarística ya sea
de otros aspectos del catolicismo - sería algo propio y exclusivo de una
óptica "fundamentalista" y, por eso, un tópico que habría que desechar, so
pena de incurrir en lefebvrismo.
Esta afirmación no resiste al examen. Porque no han sido solamente Monseñor
Marcel Lefebvre y la Hermandad Pío X, quienes han señalado la tendencia
protestantizante dentro del catolicismo actual. Coinciden en comprobar y
reconocer lo mismo, con parecida alarma, numerosas voces eclesiásticas
católicas nada sospechables de lefebvrismo; que señalan y resisten el proceso
desde dentro de la comunión católica. Espiguemos algunas ...
Monseñor José Guerra Campos.
Mons. José Guerra Campos, destacada figura del episcopado español, que
participó en el Concilio Vaticano II, comprobaba en 1980 que estaban
ocurriendo ya "tantas cosas extrañas" en la Iglesia católica en la España
postconciliar, "que su acumulación – decía - anula ya la extrañeza,
convirtiendo lo deforme en algo acostumbrado". Y se preguntaba acto seguido:
"¿No demuestra esto precisamente que está en marcha un proceso de
protestantización de la Iglesia en España?". Proponía este prelado como medida
imprescindible, con la finalidad de que las fuerzas sanas que había todavía en
el catolicismo español contuviesen el proceso de protestantización y
consiguiesen en España un nuevo florecimiento de la vida católica, "la acción
adecuada de la Jerarquía", para lo cual es – decía – "indispensable que los
organismos dependientes de la Jerarquía no sigan albergando la oposición al
Magisterio de la Iglesia". Es decir, que las tendencias protestantizantes
habían penetrado y se albergaban, según el diagnóstico de este prelado, dentro
mismo de las instituciones eclesiásticas oficiales y a vista y paciencia de la
jerarquía española.
El Rin se vuelca en el Tiber.
Si esto estaba empezando a suceder con el episcopado español del postconcilio,
en otros episcopados la situación era de larga data. Ya dentro del aula del
Concilio Vaticano II se puso de manifiesto una tensión, sin duda preexistente,
entre la óptica de los obispos provenientes de los países de mayoría
protestante por un lado y los provenientes del mundo latino y de mayoría
católica por el otro. Ralph M. Wiltgen SVD en su libro El Rin desemboca en el
Tiber. Historia del Concilio Vaticano II: ha mostrado documentadamente cómo la
influencia protestantizante llegó a Roma desde los países bañados por el Rin
(Alemania, Austria, Suiza, Francia y Holanda) y de la vecina Bélgica. "Los
cardenales y teólogos de estos seis países – afirma y documenta el Padre
Wiltgen - consiguieron ejercer un influjo predominante sobre el Concilio
Vaticano II". El Padre Wiltgen fue testigo de las luchas libradas dentro y
alrededor del aula conciliar, a la que no eran ajenas las infiltraciones
culturales del mundo y las presiones de la prensa y de los centros de
documentación.
"La opinión pública sabe muy poco – afirma – de la poderosa alianza
establecida por las fuerzas del Rin, factor que influyó de forma considerable
sobre la legislación conciliar. Y se ha oído hablar todavía menos de la media
docena de grupos minoritarios que surgieron precisamente para contrarrestar
esa alianza".
Alrededor del Primado de Pedro: La Nota Explicativa Previa.
Humanamente hablando, sin la acción moderadora del Espíritu Santo y del justo
medio alcanzado gracias a su acción, se hubiera impuesto la visión de gran
parte de los episcopados residentes en el mundo protestante. Esta tendencia se
puso de manifiesto no solamente alrededor del Concilio sino incluso dentro del
aula, en forma de visiones eclesiológicas ‘episcopalistas’ que amenazaba
menguar la autoridad suprema, doctrinal y jerárquica correspondiente al
primado del Papa. Pablo VI tuvo que moderar la fuerza de esa tendencia y de lo
que había logrado en la redacción de la Lumen Gentium, mediante la Nota
explicativa previa referente al capítulo tercero de esa Constitución. Pablo VI
salió así al paso de interpretaciones del texto conciliar que ya circulaban y
que apuntaban a recortar la autoridad propia que la tradición católica
reconoce al sucesor de Pedro y Vicario de Cristo, Se pretendía relativizar el
dogma de la Infalibilidad, proclamado por el Vaticano I.
La Comisión Doctrinal, ‘por Autoridad superior’, es decir por mandato del
Papa, declara en la Nota explicativa que: "El paralelismo entre Pedro y los
demás Apóstoles por una parte, y el Sumo Pontífice y los demás obispos, por
otra, no implica la transmisión de la potestad extraordinaria de los apóstoles
a sus sucesores ni, como es evidente, la igualdad entre la Cabeza y los
miembros del colegio".
La necesidad en que se vio Pablo VI demuestra que lo relatado por Wiltgen se
ajusta a la verdad histórica y que entre los mismos Padres conciliares había
una fracción que, sin la intervención del Magisterio pontificio, hubiera
podido excederse en la dirección que sale a vetar Pablo VI. Se había logrado
un texto ambiguo que se prestaba a ser interpretado en la dirección de una
eclesiología protestantizada, tendiente a recortar la autoridad Papal,
nivelándola con la de los demás obispos.
De hecho, después del Concilio, y para dar satisfacción a esas aspiraciones en
lo que tenían de justas y no se apartaba de la sana eclesiología, se crearon
las conferencias episcopales y los sínodos periódicos de obispos.
Un buen conocedor del paño calvinista.
Otra voz que señala la protestantización es la del cardenal primado de
Holanda, Adrianus Simonis, quien, como holandés, es un buen conocedor del paño
calvinista. En una entrevista a la revista 30 Días publicada en octubre de
1995, afirmó: "La situación de la Iglesia es hoy dificilísima. Puede uno
preguntarse si no está en acto, en el mundo del oeste, una sedicente segunda
Reforma. Hablo de una situación semejante a la del siglo XVI, que laceró a la
Iglesia. [...] Esta segunda Reforma me parece aun más peligrosa que la
primera".
Quien recuerde lo sucedido con el catecismo holandés, con el sínodo pastoral
holandés y con el llamado a Roma de los obispos holandeses, comprenderá a qué
se está refiriendo el cardenal Simonis. Sólo que él, en esta entrevista, no se
refería solamente a la Iglesia en Holanda, pionera del proceso secularizador
protestantizante, ni solamente a lo que señala Wiltgen sobre el Concilio, sino
a un acontecer que ya se daba antes del Concilio y que eclosionó vigorosamente
durante el Concilio, a raíz de él y después de él.
Mengua de la devoción eucarística.
El Cardenal Basil Hume, según un informe de The Catholic Herald publicado el 3
de septiembre de 1999, lamentaba, muy poco tiempo antes de su muerte, el hecho
de que los católicos de su país hubiesen perdido la devoción por la
Eucaristía, base de la Fe católica, asimilándose así al cristianismo
protestante. Esto sucedía no obstante el alerta de Pablo VI en su encíclica
Mysterium Fidei, en la que el Papa había salido, ya en 1965, al cruce de
"opiniones acerca del las Misas privadas, del dogma de la transubstanciación
[y por consiguiente de la presencia real], y del culto eucarístico que turban
las almas". Se trata de las mismas opiniones de Lutero. En 1967, a poco de
terminado el Concilio, Pablo VI comprobaba la expansión de este tipo de
"desviaciones doctrinales análogas a las que efectuó en su época la Reforma
Protestante" (27-6-67).
Disminución de las vocaciones sacerdotales y de la vida sacramental.
El Cardenal Godfried Danneels, de Bruselas, manifestó en una entrevista al
Catholic Times el 12 de mayo de 2000, que la crisis de las vocaciones
sacerdotales ha llegado a ser tan severa que pone en riesgo la existencia
misma de la Iglesia católica en Europa y arriesga su reducción a un
cristianismo de tipo protestante: "Sin sacerdotes, la vida sacramental de la
Iglesia terminará por desaparecer. Vamos a transformarnos en protestantes, sin
sacramentos. Vamos a ser otro tipo de iglesia, no católica". Como bien lo ha
señalado el P. André Manaranche S.J., la ideología teológica de matriz
protestante que está en la raíz de la crisis es la que equipara el sacerdocio
ministerial con el sacerdocio común de los fieles.
El Cardenal Godfried Danneels ha percibido también el fenómeno de
protestantización bajo la forma de una creciente pérdida del sentido de la
economía sacramental que caracteriza a la fe católica. "Los sacramentos –
afirma - han dejado de ser el centro de gravedad para la pastoral católica. De
hecho, aunque los hombres y mujeres contemporáneos todavía entienden el poder
de la palabra y la relevancia del servicio diaconal en la Iglesia, tienen muy
poca comprensión y apreciación de la realidad del mundo sacramental. Como
resultado, la liturgia corre el peligro de ser dominada, en gran parte, por un
exceso de palabras o, de ser considerada meramente como un modo de recargar
las pilas para tomar parte en el servicio y en la acción social. La Iglesia
parece ser nada más que un sitio donde uno habla y donde se pone al servicio
del mundo. La vida sacramental está cambiando su puesto desde el centro de la
Iglesia, a la periferia" Y concluye preguntando: "¿Será tal vez comparable a
una lenta e inconsciente protestantización de la Iglesia desde adentro?".
Con estas mismas apreciaciones del Cardenal Danneels coinciden tanto Max
Thurian, figura célebre del ecumenismo, como el también célebre liturgista
Pere Tena. Ambos lamentan, como el Cardenal, que la praxis litúrgica se haya
hecho excesivamente verbalista, asemejándose en la práctica al culto
protestante más allá e incluso contra la intención de los documentos
conciliares y de lo que permite la Nueva Ordenación de la Misa de Pablo VI.
Indisciplina ritual y secularización de la liturgia.
El Cardenal Joseph Ratzinger, caracterizando el grado de indisciplina
litúrgica post-conciliar dentro del catolicismo, llegó a admitir en una
oportunidad que "no hay dos misas iguales".
Ahora bien, la falta de cánones litúrgicos comunes y fijos, bajo pretexto de
libertad creativa, es característica del culto de las comunidades
protestantes. En relación con esta deriva litúrgica en el catolicismo
postconciliar, el Cardenal Ratzinger deploraba el hecho, cada vez más
frecuente, de que: "No sólo los sacerdotes, a veces hasta los obispos, tienen
la impresión de no ser fieles al concilio si oran con arreglo al misal". Y
ejemplificaba: "han de introducir al menos una fórmula ‘creativa’, por trivial
que sea. El saludo civil a los asistentes y, a ser posible, también los
mejores deseos a la despedida, son ya partes obligadas de la celebración
litúrgica que nadie se atreve a eludir". La razón de todo ello la veía el
Cardenal en el olvido de que, según la visión católica, la liturgia es Opus
Dei y que como tal no es creación de la comunidad o de un grupo de creyentes
ni está librada a la creatividad humana. "La liturgia es bella – afirmaba el
Cardenal Ratzinger – precisamente porque nosotros no somos sus agentes, sino
que participamos en lo que es más grande, nos envuelve e incorpora [...] toda
liturgia es liturgia cósmica, un salir de nuestras humildes agrupaciones hacia
la gran comunidad que abraza cielo y tierra".
Protestantismo y modernidad.
En 1985, el periodista Vittorio Messori le preguntaba al Card. Joseph
Ratzinger en la entrevista que se publicó como Informe sobre la fe:
- Messori: "Empiezo con una ‘provocación’: Eminencia, hay quien dice que se
está dando un proceso de ‘protestantización’ del catolicismo".
- Card. Ratzinger: "Depende de cómo se defina el contenido de
‘protestantismo’. Quien habla hoy de ‘protestantización’ de la Iglesia
católica, se referirá sin duda, en términos generales, a un cambio de
eclesiología, a una concepción diferente de las relaciones entre la Iglesia y
el Evangelio. Existe, de hecho, el peligro de semejante cambio: no es un mero
espantapájaros montado por algunos círculos integristas.
- Messori: Pero ¿Por qué precisamente el protestantismo – cuya crisis no es
ciertamente menor que la del catolicismo – debería atraer hoy a teólogos y
laicos que hasta el Concilio permanecían fieles a Roma?.
- Card. Ratzinger: "Desde luego no es fácil explicarlo. Me viene a las mientes
esta consideración. El protestantismo surgió en los comienzos de la Edad
Moderna y, por lo mismo, está más ligado que el catolicismo a las ideas-fuerza
que produjeron la edad moderna. Su configuración actual se debe en gran medida
al contacto con las grandes corrientes filosóficas del siglo XIX. Su suerte y
su fragilidad están en su apertura a la mentalidad contemporánea. No es
extraño que teólogos, católicos, que no saben ya qué hacer con la teología
tradicional, lleguen a opinar que hay en el protestantismo caminos adecuados y
abiertos de antemano para una fusión de fe y modernidad".
¿Profetas del Rey?.
Permítaseme interrumpir la entrevista e intercalar una reflexión en atención
al tema que vengo tratando: El Cardenal le responde a Messori, concediendo que
el peligro de protestantización del catolicismo es real, que existe y que no
es una ilusión integrista. Pasa luego a dar una interpretación del fenómeno:
hay una cierta congenialidad del espíritu de la Reforma protestante con el
espíritu moderno. Esta observación sugiere que hay que ponderar los riesgos y
repensar las condiciones de un aggiornamento para que no sea indiscreto, para
que no sea una apertura al mundo ingenua e idílica y por ende suicida.
La ‘protestantización’ de tantos católicos tiene mucho que ver con una
mimetización acrítica con el mundo moderno, a costa de la propia identidad. La
protestantización derivada de este mimetismo con la cultura dominante es
directamente proporcional a la falta de capacidad contracultural de los
católicos de hoy. Sólo si logran ser contraculturales lograrán permanecer
fieles católicos. Los asimilados engrosarán las filas de las sectas y las
comunidades eclesiales protestantes.
Por mimetización acrítica y por incapacidad de contracultura, los cristianos
terminan siendo lo que he llamado en otro lugar "el partido del mundo" dentro
de la Iglesia, o "los profetas del Rey". Es lo que estamos observando en
Latinoamérica, donde hasta la protesta política de los creyentes se ejerce a
menudo desde una sumisión a lo político y no desde la libertad de los hijos de
Dios. Pero continuemos con la entrevista de Messori al Cardenal Ratzinger.
Hoy como ayer, una desviación eclesiológica.
- Messori: ¿Qué principios entrarían en juego en esa opinión?.
- Card. Ratzinger: "Hoy como ayer, el principio de la Sola Scriptura desempeña
un papel primordial. Para un cristiano medio hoy resulta más ‘moderno’ y
‘evidente’ admitir que le fe nazca de la opinión individual, del trabajo
intelectual, de la contribución del especialista. Si ahondamos más,
encontraremos que de tal concepción deriva lógicamente el que el concepto
católico de Iglesia ya no es realizable, y que se debe buscar un nuevo modelo,
en el sitio que sea, dentro del vasto ámbito del protestantismo".
- Messori: Así que desembocamos, una vez más, en la eclesiología.
- Card. Ratzinger: "Ciertamente. Al hombre moderno de la calle le dice, a
primera vista, más un concepto de Iglesia que en lenguaje técnico llamaríamos
‘congregacionalista’ o de ‘Iglesia libre’ (Freechurch). De donde se sigue que
la Iglesia es una forma mudable y pueden organizarse las realidades de la fe
del modo más conforme posible a las exigencias del momento. Ya hemos hablado
de ello varias veces, pero vale la pena volver sobre el tema: resulta casi
imposible para la conciencia de muchos, hoy día, el llegar a ver que tras la
realidad humana se encuentra la realidad divina. Este es, como sabemos, el
concepto católico de la Iglesia, que, ciertamente es mucho más duro de aceptar
que el que el que acabamos de esbozar, que no es, por supuesto, ‘lo
protestante sin más’, sino algo que se ha formado en el marco del fenómeno
protestantismo".
Lutero hoy, ante la Congregación para la Doctrina de la Fe.
- Messori: A finales de 1983 – quinto centenario del nacimiento de Martín
Lutero -, visto el entusiasmo de alguna celebración católica, las malas
lenguas insinuaron que actualmente el Reformador podría enseñar las mismas
cosas que entonces, pero ocupando sin problemas una cátedra en una universidad
o en un seminario católico. ¿Qué me dice de esto el Prefecto? ¿Cree que la
Congregación dirigida por él invitaría al monje agustino para un ‘coloquio
informativo’?.
- Card. Ratzinger (sonríe): "Sí, creo de veras que habría que hablar también
hoy con él muy seriamente y que lo que dijo tampoco hoy podría considerarse
‘teología católica’. Si así no fuera, no sería necesario el diálogo ecuménico,
el cual busca precisamente un diálogo crítico con Lutero y plantea la cuestión
de cómo cabe salvar los grandes principios de su teología y superar cuanto en
ella no es católico".
- Messori: Sería interesante saber en qué temas se apoyaría la Congregación
para la Doctrina de la Fe para intervenir contra Lutero.
- Card. Ratzinger: "No hay la menor duda en la respuesta: ‘Aún a costa de
parecer tedioso, creo que nos centraríamos una vez más en el problema
eclesiológico. En la disputa de Leipzig, el oponente católico de Martín Lutero
le demostró de modo irrefutable que su ‘nueva doctrina’ no se oponía solamente
a los Papas, sino también a la Tradición, claramente expresada por los Padres
y por los Concilios. Lutero entonces tuvo que admitirlo y argumentó que
también los concilios ecuménicos habían errado, poniendo así la autoridad de
los exegetas por encima de la autoridad de la Iglesia y de su Tradición".
- Messori: ¿Fue en ese momento cuando se produjo la ‘separación’ decisiva?.
- Card. Ratzinger: "Efectivamente, así lo creo. Fue el momento decisivo,
porque se abandonaba la idea católica de la Iglesia como intérprete auténtica
del verdadero sentido de la Revelación. Lutero no podía compartir la certeza
de que en la Iglesia hay una conciencia común por encima de la inteligencia e
interpretación privadas. Quedaron alteradas las relaciones entre la Iglesia y
el individuo, entre la Iglesia y la Biblia. Por tanto, si Lutero viviera, la
Congregación habría de hablar con él sobre este punto, o, mejor dicho, sobre
este punto hablamos con él en los diálogos ecuménicos. Por otra parte, no es
otra la base de nuestras conversaciones con los teólogos católicos: la
teología católica debe interpretar la fe de la Iglesia; cuando se pasa
directamente de la exégesis bíblica a una reconstrucción autónoma, se hace
otra cosa".
¡Sí Eminencia! ¡Se hace teología protestante!.
Hay que ser contracultural para permanecer católico.
La entrevista de Vittorio Messori al Cardenal Ratzinger continúa ponderando
las vicisitudes y posibilidades del diálogo ecuménico postconciliar. En un
momento de esta conversación, el Cardenal Ratzinger afirma que al convivir
protestantes y católicos, son los católicos los que corren mayor riesgo de
deslizarse hacia las posiciones protestantes. "El auténtico catolicismo se
mantiene en un equilibrio muy delicado, en un intento de compaginar aspectos
que parecen contrapuestos y que, sin embargo, aseguran la integridad del
Credo. Además, el catolicismo exige la aceptación de una mentalidad de fe que
frecuentemente se halla en una radical oposición con la opinión actualmente
dominante".
Luigi Giussani: la intelectualidad católica gravemente protestantizada hoy.
También Monseñor Luigi Giussani, fundador de Comunión y Liberación, afirma la
deriva protestantizante del catolicismo actual, especialmente de la
intelectualidad católica; y hace un análisis de los principales rasgos que la
ponen de manifiesto. Su señalación del hecho va acompañada de una descripción
y caracterización de la esencia del mismo que coincide notablemente, salvas
las diferencias de estilo y planteos, con la del Cardenal Ratzinger en la
entrevista con Vittorio Messori. Me detendré a exponerla aunque,
necesariamente, en forma sintética, como una corroboración de la objetividad
de lo que decimos: que el proceso de protestantización dentro del catolicismo
es un hecho que sigue operándose.
En una de sus obras: La Conciencia religiosa en el Hombre moderno, afirma
Mons. Giussani que no es solamente el Hombre moderno quien ha abandonado a la
Iglesia sino que, de alguna manera, también la Iglesia ha abandonado o está
por lo menos descuidando de alguna manera a la Humanidad. Ello es debido en
gran parte, - opina Giussani - a que hoy "el hecho cristiano se presenta en el
mundo profundamente reducido". Está lejos – dice – de ser aquélla presencia en
lucha contra la ruina del hombre que debería ser. "Hablo – dice – de una
reducción del cristianismo en el modo de vivir su propia naturaleza". Y
caracteriza esa reducción así: "A mí me parece que el cristianismo en nuestro
tiempo se ha visto como angustiado, debilitado, entorpecido por una influencia
que podríamos llamar ‘protestante’". Pero, - advierte inmediatamente -, "no es
éste el lugar adecuado para detenernos a describir la profundidad religiosa de
la que nace el protestantismo o que puede alcanzar; esto que voy a decir es
una crítica dirigida ciertamente no al mundo protestante, sino a la realidad
católica, o más bien diría, a la intelectualidad católica, que hoy se presenta
gravemente protestantizada".
Tres caídas: subjetivismo, moralismo, debilitamiento de la unidad.
Prosigue explicando Mons. Giussani el sentido de esta protestantización en
estos términos: "la observación capital que motiva dicho juicio consiste en la
reducción del Cristianismo a ‘Palabra’ (‘Palabra de Dios’, ‘Evangelio’ o
simplemente ‘Palabra’), [que sería lo más característico del espíritu
protestante]. Esto da lugar a consecuencias decisivas para la cultura".
¿Cuáles? Giussani enumera tres consecuencias o caídas: 1) subjetivismo, 2)
moralismo y 3) debilitamiento de la unidad orgánica, histórica y social, del
hecho cristiano.
Tres caídas "que tienden a reducir desde dentro el hecho cristiano, y en
particular, al catolicismo; que lo desmovilizan desde dentro y debilitan en él
la lucha contra una mentalidad para la cual ‘Dios no tiene nada que ver con la
vida’".
Tenemos que resignarnos con resumir aquí el iluminador análisis que hace de
estas caídas protestantizantes:
1) Subjetivismo que deriva en sentimentalismo y pietismo, porque
inevitablemente la Palabra se somete en último término a la interpretación
personal, o en su defecto, a la interpretación de los exégetas. Pero no bastan
los intelectuales para alcanzar la necesaria objetividad, ni la comunidad de
base, ni siquiera la iglesia local.
2) Moralismo porque ¿Qué comportamiento sugerirá la Palabra ante el embate de
los problemas humanos y de la urgencia de la realidad social? La respuesta es,
por desgracia, una sola: el comportamiento del hombre se verá guiado y verá
medido su valor, por los ideales que apruebe la cultura dominante. Una
concepción de vida avalada por el poder y reconocida, en consecuencia, por la
mayoría. Si el cristianismo es reducido a palabra, viene a coincidir con una
emoción de la conciencia que tiene el derecho de interpretarla, y tal
conciencia no puede independizarse del flujo de los valores que más se estiman
en el momento histórico en que vive. La moral termina siendo fijada por el
poder real, por la identificación con los valores morales que la sociedad
parece considerar evidentes. Y es así como la moralidad se convierte en
moralismo rabioso.
Politización de los católicos proporcional a su creciente impotencia
política.
Viene al caso recordar aquí, en confirmación de estas observaciones de Mons.
Giussani, lo que observa Gianfranco Morra acerca de las dificultades de muchos
en aceptar la Doctrina Social de la Iglesia y de su relación con la mentalidad
protestante. De una manera u otra se llega a desentenderse de la pretensión de
la fe de configurar prácticamente el orden social y político concreto. Morra
pone en relación estas posiciones mentales con lo que él llama ‘el
escatologismo intratemporal protestante’. Es en otras palabras esa postura
doctrinal protestante lo que ha dado lugar al nacimiento de la teología de la
secularización dentro del mundo protestante, como un producto que el mundo
protestante pudo reclamar como genio y tarea propias por boca de Dietrich
Bonhoeffer y Friedrich Gogarten.
En esta visión se combina el optimismo acerca del progreso moral del mundo
emancipado de toda referencia religiosa cristiana con el pesimismo acerca de
la iglesia y de la fe, con la consiguiente abdicación de la pretensión
cristiana a configurar el mundo según sus ideales. Esta bina de optimismo y
pesimismo se combina, a su vez, con otra bina de pesimismo y optimismo,
cruzada con la bina anterior, dando lugar a una actitud compleja que, sin
embargo, determina la conducta política de los creyentes. Junto al optimismo
ante el orden político, se es pesimista respecto de que el orden político
pueda admitir las directivas del orden espiritual cristiano. Y junto al
pesimismo por la capacidad de la fe para incidir en el orden político, se es
optimista respecto de que el orden espiritual cristiano pueda subsistir sin
daños mayores dentro de un orden político y social que se edifica a sus
espaldas. Podría verse aquí, subyacente, una nueva forma de la lucha entre los
dos poderes, el político y el espiritual en el mundo de Occidente, y una
reiteración de las diversas posturas adoptables - e históricamente de hecho
adoptadas - ante este problema. ¿No sería una postura semejante a la de Lutero
frente al príncipe secular? ¿No sería, en el fondo, la tentación de quemar
incienso al César? ¿Y no sería el error de entender el aggiornamento como
asimilación?.
¿Reforma a costa de la identidad?.
3) La tercera caída que comprueba Mons. Giussani es el Debilitamiento de la
unidad orgánica del hecho cristiano. Como consecuencia de la reducción del
cristianismo a Palabra, se debilita el nexo que une el presente al pasado, se
debilita el valor de la historia, de la tradición y, por consiguiente, de la
organicidad del acontecimiento cristiano que hace viva la vida de la Iglesia.
Se debilita también el sentido del primado pontificio, se introduce un cierto
congregacionalismo o episcopalismo, con debilitamiento de la adhesión al Papa
y por lo tanto de la unidad católica, es decir universal. Pero he aquí que una
iglesia ‘local’ no puede mantenerse frente a una cultura dominante
globalizada; sólo puede soportarla [¿Puede?]. La Iglesia local solamente puede
recibir sus valores de la Iglesia católica o sucumbirá ante la cultura global.
Mientras el gobierno mundial se globaliza, el del catolicismo corre el riesgo
de fragmentarse en conferencias episcopales nacionales. Las ‘iglesias
particulares’, delimitadas y separadas por fronteras políticas, lingüísticas y
socio culturales, corren el riesgo de funcionar de espaldas las unas a las
otras y de asemejarse a las iglesias nacionales protestantes.
El debilitamiento de la unidad católica se manifiesta, pues, en un
debilitamiento de la comunión que es diacrónico y sincrónico a la vez.
Diacrónico por debilitamiento de la comunión de la Iglesia de hoy con la
Iglesia del pasado. Para algunos parecería que la Iglesia católica hubiese
comenzado del Concilio Vaticano II en adelante. Sincrónico, por debilitamiento
de la conciencia de comunión de las Iglesias particulares entre sí, con su
cabeza y con el todo de la Católica.
Esta es, a grandes rasgos la descripción que hace Mons. Luigi Giussani del
proceso endógeno de protestantización que, a su juicio, está sufriendo el
catolicismo y de manera especial sus intelectuales: el clero, los religiosos,
los teólogos, los catequistas, los centros académicos y educativos.
Augusto del Noce: una caída en la inmanencia.
Para el filósofo Augusto del Noce la protestantización del catolicismo era una
evidencia ya en la década del setenta. Se ocupa de ella en un escrito de 1974.
Lo que afirmaba entonces este pensador es coherente con lo que diez años
después plantearía Giussani al hablar de las tres caídas del catolicismo.
También para Del Noce la protestantización del catolicismo equivale a una
caída. Una caída en el inmanentismo.
Para el agudo observador de la realidad espiritual de nuestra época que fue
Del Noce, "si es verdad que el modernismo es la penetración del protestantismo
en el catolicismo, no hay que imaginársela, sin embargo como una
protestantización del catolicismo; la penetración da lugar a un fenómeno
nuevo, en el cual se eliminan los caracteres religiosos trascendentes tanto
del protestantismo como del catolicismo".
Lo que resulta, según del Noce, es la reducción de la teología a filosofía. El
resultado, dice del Noce, es Friedrich Gogarten en el mundo protestante [la
secularización como tarea para el cristiano] y J. B. Metz en el mundo católico
[la teología política y su epígona latinoamericana, la teología de la
liberación]. Los resultados son, respectivamente, el secularismo y la
servidumbre política. El abandono del culto y de la trascendencia y el
confinamiento en las tareas de la inmanencia. La plasmación, desde dentro del
cristianismo, de la reducción hegeliano-gramsciana de lo trascendente a lo
inmanente.
Aquí se afina la comprensión de la naturaleza de la congenialidad entre
espíritu protestante y espíritu de la modernidad. La negación de la acción
histórica del Espíritu Santo por parte de Marx, parece hija de la negación
luterana y calvinista de su acción histórica en la Iglesia católica - y, a
través de ella, en el mundo -; y es coherente con esta negación. Hegel es
descendiente de Lutero. Pero Lutero nació católico. No se trata pues – como lo
hemos advertido al comienzo - de acusar al protestantismo de ser el culpable
de los males del catolicismo actual. Se trata de alertar al catolicismo sobre
sus propios males.
Infidelidades en la Iglesia.
De estos males del catolicismo actual, acaba de darnos un panorama el Pbro.
Dr. José María Iraburu en su obra reciente Infidelidades en la Iglesia, con un
fragmento de cuyo testimonio daremos fin a este elenco de voces que podría
ampliarse más.
Observando la realidad eclesial presente, donde detecta confusión y división,
se pregunta Iraburu: "¿Cómo es posible que nunca haya habido en la Iglesia un
cuerpo doctrinal tan amplio, asequible y precioso, y que al mismo tiempo nunca
haya habido en ella una proliferación comparable de errores y abusos? Parecen
dos datos contradictorios, inconciliables. La respuesta es obligada: porque
nunca en la Iglesia se ha tolerado la difusión de errores y abusos tan
ampliamente.
La confusión no es católica. Es, en cambio, la nota propia de las comunidades
cristianas protestantes. En ellas la confusión y la división son crónicas,
congénitas, pues nacen inevitablemente del libre examen y de la carencia de
Autoridad apostólica.
El papa León X, en la bula Exurge Domine (1520), condena esta proposición de
Lutero: «Tenemos camino abierto para enervar la autoridad de los Concilios y
contradecir libremente sus actas y juzgar sus decretos y confesar
confiadamente lo que nos parezca verdad, ora haya sido aprobado, ora reprobado
por cualquier Concilio» (n.29: DS 1479).
Partiendo de esas premisas, una comunidad cristiana solamente puede llegar a
la confusión y la división. Este modo protestante de acercarse a la Revelación
pone la libertad por encima de la verdad, y así destruye la libertad y la
verdad. Hace prevalecer la subjetividad individual sobre la objetividad de la
enseñanza de la Iglesia, y pierde así al individuo y a la comunidad eclesial.
Es éste un modo tan inadecuado de acercarse a la Revelación divina que no se
ve cómo pueda llegarse por él a la verdadera fe, sino a lo que nos parezca. No
se edifica, pues, la vida sobre roca, sino sobre arena.
De hecho Lutero destrozó todo lo cristiano: los dogmas, negando su
posibilidad; la fe, devaluándola a mera opinión; las obras buenas, negando su
necesidad; la Escritura, desvinculándola de Tradición y Magisterio; la vida
religiosa profesada con votos, la ley moral objetiva, el culto a los santos,
el Episcopado apostólico, el sacerdocio y el sacrificio eucarístico, y todos
los sacramentos, menos el bautismo...
Pero Lutero, ante todo, destroza la roca que sostiene todo el edificio
cristiano: la fe en la enseñanza de la Iglesia apostólica. Y lógicamente todo
el edificio se viene abajo.
La fe teologal cristiana es cosa muy distinta, esencialmente diferente, de la
libre opinión de un parecer personal. Como enseña el Catecismo, «por la fe, el
hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios... La Sagrada
Escritura llama "obediencia de la fe" a esta respuesta del hombre a Dios que
revela (cf. Rm 1,5; 16,26)» (143).
La fe cristiana es, en efecto, una «obediencia», por la que el hombre,
aceptando ser enseñado por la Iglesia apostólica, Mater et Magistra, se hace
discípulo de Dios, y así recibe Sus «pensamientos y caminos», que son muy
distintos del parecer de los hombres (Is 55,8)".
Resumen e impresión general.
Después de escuchar estas preclaras voces y sus inteligentes diagnósticos de
la situación, permítasenos terciar modestamente con la nuestra. Me parece
percibir que está teniendo lugar un enfrentamiento de culturas, de maneras de
ver la vida. Lo que está sucediendo, y muchos católicos que quieren seguir
siéndolo padecen, es la expansión de la cultura anglosajona de matriz
protestante sobre naciones y poblaciones herederas de la cultura hispana y
latina, de matriz católica.
Vivimos un capítulo más en la historia multisecular de la expansión de la
reforma protestante. Pero no es un fenómeno exclusiva ni principalmente
religioso; aunque quien se queda mirando solamente los hechos que se dan en
ese campo, no logre ver sus conexiones con la penetración general; la que está
teniendo lugar en todos los frentes de la vida y la cultura: la lengua, la
literatura, la música, el folklore, las artes plásticas, el cine y la TV, la
economía, la banca y el comercio, los recursos naturales y la facultad de
disponer de ellos, la industria y sus normas, las ciencias del hombre, las
relaciones laborales y familiares, los hábitos alimentarios y sexuales, el
comportamiento humano, el derecho y la justicia ...
En lo estrictamente eclesial, la deriva protestantizante, de la que no están
libres ni las más altas esferas del clero, es reconocible dondequiera haya un
receso de la devoción a la Eucaristía, a María y al Papa; de la piedad
sacramental en general; una devaluación de las mediaciones, una disminución o
pérdida del sentido de lo sagrado, un olvido o positiva aversión a ‘los que
fueron antes’, una pérdida de la memoria, un desamor por las tradiciones; una
indisciplina exegética que huele a Sola Scriptura. Pero también en una deriva
hacia la nacionalización y politización del catolicismo, en una tendencia al
episcopalismo y a las Iglesias nacionales, rasgos propios del protestantismo
histórico. ¿Un signo? La Humanae Vitae, que puso a dura prueba la autoridad de
Pablo VI, confrontado por enteras conferencias episcopales. ¿Otro? la pérdida
de la autoridad del obispo limitada por un lado por la Conferencia episcopal y
por otro por el consejo de presbiterio. No se me oculta que hago afirmaciones
polémicas. Pero creo que son hechos que fundamentan mis afirmaciones.
Está en curso un corrimiento cultural general desde la matriz católica de la
que alguien procede, hacia la matriz protestante que invade el mundo en que
vive. Si no la asume y se identifica, tendría que resistirla y padecer. Y eso,
como la fe, no es de todos.
Son cosas a tener en cuenta para proceder con inteligencia de la naturaleza de
los hechos. Y para actuar con misericordia y humildad. Pero también para
resistir firmemente y defender los valores recibidos en herencia, los que nos
hacen ser lo que somos. Y para apreciar la gracia de preservación de la que,
hasta ahora, hemos sido objeto.
Conclusiones.
Hemos querido mostrar en este estudio preliminar cómo la exposición de la
Novena Tempestad que nos hace el Padre Alfredo Sáenz en las conferencias sobre
la Reforma Protestante recogidas en este volumen, es manifiestamente útil para
orientarnos en la comprensión de la naturaleza de las derivas y tentaciones
presentes en la vida de la Iglesia, ya que es un fenómeno espiritual que, como
tantos y tan autorizados observadores de la realidad eclesial lo atestiguan,
continúa y lo continuamos padeciendo.
Si el poder político de Constantino y sus sucesores se empeñaron en lograr la
unidad de la Iglesia católica como un bien político, parecería que el poder
político global del mundo moderno favoreciera, por serle más congenial, al
cristianismo protestante y la protestantización del catolicismo.
Horacio Bojorge S. I.