PRESENCIA DEL LAICADO CRISTIANO EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD A LO
LARGO DE LA HISTORIA


Domingo Buesa Conde

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La presencia de los laicos en la historia, en concreto su aportación a la construcción del mundo occidental, es un tema muy apasionante si tenemos en cuenta que –a la importancia de su tarea- se suma la permanente dialéctica entre el clérigo y el laico. Por ello, sin entrar en otras consideraciones, podemos anunciar que vamos a asistir a una historia mundana, sólo terrenal, puesto que -desde muy temprano- unos pocos entendieron que los laicos son los que están en el mundo, que los que viven en el siglo son los seglares. Esta terminología nos permitirá suponer que el ámbito de acción de los laicos es el mundo, quedando el orbe de la Iglesia para los clérigos.

Así las cosas, es evidente que existe una división que va hasta el límite de diferenciar la mundanidad de los laicos y la espiritualidad de los clérigos. Una división que se mantiene hasta las Actas del Concilio Vaticano II, donde se dice que “los laicos estén llamados particularmente a hacer presente y operante la Iglesia”1, al mismo tiempo que se explica cuidadosamente que “lo propio del estado seglar es, vivir en medio del mundo y de los negocios temporales”. Estamos en la clave de todo este proceso histórico que vamos a recuperar, y digo recuperar puesto que han sido muy escasos los estudios monográficos que se han dedicado a ello.

La tarea es narrar una historia compartida en la que se han excluido a los laicos del protagonismo de la vida de la Iglesia, la historia de un grupo de gentes que han basado su espiritualidad únicamente en su carácter de “bautizados”2. Al final de todo, atendamos al uso judío o al cristiano del término laico, el aspecto formal era el mismo: la categoría de lo "no sagrado”.

LA PREOCUPACIÓN POR El TESTIMONIO Y EL MENSAJE

LA SUPERACIÓN DEL MUNDO DEL MARTIRIO

Estamos justo en el tiempo en el que se comienza a plantear el debate entre los partidarios de potenciar la integración de los cristianos en la sociedad romana o la separación de ésta (“el desprecio del mundo”), justo en el tiempo en el que se suscita el mantenimiento de un cristianismo puro o su inculturación en las estructuras de la sociedad3.

Este dilema será el que inspira los acontecimientos que se suceden en los primeros cinco siglos del cristianismo, pero además será una cuestión que encontrará su mayor ámbito de debate entre los fieles, en el laicado de estas primeras comunidades que protagonizará los dos grandes asuntos del mundo paleocristiano: las persecuciones y las herejías.

Cuando nos situamos en territorio aragonés, es obligado comenzar por los principios apostólicos que se reconocen a la diócesis de Zaragoza. Por ello, aunque no entremos en análisis profundos de este tema, hay que señalar que el origen de todo está en la presencia de la Virgen -según dicen los textos “en carne mortal”- a orillas del río Ebro. Es notable el protagonismo que la Venerable Tradición -escrita en 1299- concede a los ocho laicos, en ese episodio que acontece en la madrugada del 2 de enero de año 404. Máxime cuando ese es el núcleo inicial sobre el que suponemos se ordenaría la comunidad cristiana de Zaragoza, que va a sufrir un permanente acoso por parte de la sociedad hispano-romana, que no escatimará el denunciarles hasta por reunirse en nombre de Jesús5.

Por eso, estos hombres y mujeres serán los mismos que acabarán protagonizando ese trágico momento de las persecuciones. Un salvaje ataque, cuyo trasfondo hay que buscarlo en el temor que tienen los romanos de que su imperio se desmorone, pues entendían que la persistencia del mismo dependía de la avenencia entre los romanos y sus dioses, razón por la cual los desplantes de los cristianos les producían mucho miedo, máxime cuando se negaban a ofrecer sacrificios a las divinidades romanas.

Sin entrar en el relato de las persecuciones que se dan en el siglo III, señalemos en general que este estallido de fobia se da hasta principios del siglo IV, cuando Diocleciano ordenó destruir las iglesias cristianas, confiscar sus bienes y condenar a muerte a los cristianos que no ofrecieran sacrificios al emperador. El resultado es que murieron muchos, aunque hubo algunos que decidieron ofrecer los sacrificios y abrieron un complejo debate en el propio seno de la comunidad de creyentes.

La presencia de mártires en tierras aragonesas nos remite a notables figuras, entre las que citaremos a san Orencio6, santa Paciencia, san Lorenzo, san Vicente, santa Engracia y los conocidos como Innumerables Mártires7. Estos últimos precisamente, serán objeto de la atención del aristócrata Aurelio Clemente Prudencio, un ilustre poeta cristiano de corte clásico que escribió el Pheristephanon, compuesto por catorce himnos en honor de los mártires hispanos, entre los cuales se refiere detalladamente a los zaragozanos cuando dice “Nuestro pueblo guarda en un solo sepulcro las cenizas de dieciocho mártires. Cesaraugusta llamamos a la ciudad que posee tan gran cosa”8.

Las relaciones de los nombres de éstos mártires es la mejor constatación de algunos laicos que dan testimonio de su credo, junto a los rectores de la comunidad. Pero, además nos ponen en la pista de la importancia que tiene este colectivo cuando se reúna el I Concilio de Zaragoza, cuyas sesiones se inauguraron el 4 de octubre del año 380, y al que se incorporan doce obispos y algunos clérigos, que permanecen sentados mientras están en pie los laicos y los diáconos que asisten a las sesiones.

El problema que constata la celebración de esta reunión conciliar es muy sencillo. Se trata de poner coto al poder que está adquiriendo el laicado en las tierras de la Hispania romana. No cabe duda, que en estos primeros momentos no existe una comunidad cristiana dividida en bloques, ya que son tiempos de atender a predicar el mensaje antes que a organizar la comunidad naciente. Esa es la razón por la que los propios creyentes conciben la Iglesia como una congregación de fieles, de hermanos reunidos que comparten mesa, mantel y palabra en muchas ocasiones.

Y como consecuencia de esta sencilla organización se ha desatado en la península el grave problema del priscilianismo, un movimiento laico que comenzó a crecer en las iglesias de Lusitania y que provocó el nacimiento de congregaciones, en las cuales se daba mucha participación a los laicos9. Podemos recordar que -en este siglo IV- vivió un personaje “de familia noble, de grandes riquezas, atrevido, facundo, erudito, muy ejercido en la declamación y en la disputa” que se llamó Prisciliano10 y que era así retratado por el historiador Sulpicio Severo en su Historia Sagrada.

No entraremos en la descripción de la doctrina de Prisciliano aunque no viene mal recordar que era partidario de que la moral descansara en el ascetismo y que proclamaba la libre interpretació n, con lo cual es un claro precursor de la reforma protestante. Pero sí nos referiremos a algunas cuestiones de carácter básico que nos demuestran el carácter laico de este movimiento. Por supuesto, sin entrar en los otros aspectos que configuran el cuerpo herético de este movimiento, por no ser de interés para nuestra reflexión, cuyo líder acabó siendo obispo de Ávila y murió degollado en Tréveris el año 385.

Todo este grupo apostaba por la defensa de un ascetismo a ultranza., incluido el apartamiento de los fieles de la Iglesia durante los períodos de Cuaresma y Navidad. También defendía la igualdad de sexos y estamentos sociales entre los creyentes, así como el abandono del sacerdocio para dedicarse al monacato. Proponía hacer poco caso a la jerarquía eclesiástica11, a la que retrataba como relajada. Incluso llegaba a proponer que ni legos ni mujeres quedaran exentos del ministerio del altar12. La enorme importancia de¡ movimiento, por la masiva entrada en el mismo de los cristianos -incluido quizás el presbítero Severo de Huesca-, llevó a la convocatoria de un concilio en Zaragoza, que aunque no resolvió nada abrió cauces de diálogo y de reflexión sobre éstos asuntos.

Confirma la preocupación por parte de la jerarquía (que en aspectos más importantes incluso llegó a admitir que se integraron los disidentes y dejó el tema sin resolver hasta el Concilio de Toledo del año 400), su apuesta por dictar ocho cánones13 en los que se intenta someter todas las manifestaciones religiosas al control de la jerarquía. Se prohíbe que los cristianos se entreguen a prácticas que no se desarrollen en las iglesias, incluidas las de sus casas y las de carácter ascético. No se autoriza a predicar a las mujeres y se les prohíbe que se reúnan solas “para enseñar o aprender” la doctrina, llegando incluso a determinar que sólo las personas autorizadas puedan exhibir el título de doctor, como capacidad de enseñar.

La rebelión de grandes contingentes de la iglesia hispana concluyó en el año 400 con un perdón general, con la integración de muchas gentes provenientes del priscilianismo en el seno de una iglesia que había visto cómo se reforzaba su jerarquía, cómo se consolidaba la autoridad del obispo conforme se hundía el mundo romano y desaparecían los responsables del poder imperial. El obispo se había convertido en el rector de la sociedad periférica, incluso en su defensor cuando se implanten los nuevos estados bárbaros.

Al mismo tiempo que ocurre esto, se consolida una organización eclesiástica, en el siglo III, con diáconos, presbíteros y obispos, frente a la gran masa de los laicos. La participación de los laicos en la liturgia fue perdiendo actualidad conforme el Imperio iba dando autoridad a los dirigentes de la Iglesia, proceso que llevó a una clericalizació n de la Iglesia, al incremento de los sacerdotes y a la disminución de las funciones y servicios que los laicos hacían a la comunidad. Este es el tiempo en el que los laicos pasan a ser meros oyentes y espectadores en la Eucaristía, dejándoles como cometido el dar a conocer el mensaje evangélico y “llenar las iglesias, a los que están fuera convertirles. .. y hacedles entrar”14.

EL INTENTO DE MANTENER EL CONTROL

EL PROTAGONISMO DE LOS LAICOS

El desarrollo de esta inevitable crisis romana, en lo que se refiere a los laicos, hay que señalar dos nuevos procesos que van a tener una notable influencia en lo que ocurrirá después. En primer lugar hay que plantear que estamos en el momento en que algunos laicos deciden abandonar el espacio jerárquico de la Iglesia, buscando salida a su vivencia religiosa en la soledad del monte. Y en segundo lugar plantear que algunos laicos de las élites hispano-romanas deciden convertir sus amplias residencias en espacios de convivencia religiosa, al margen de la jerarquía.

Junto a estos dos procesos, no debemos olvidar que muchos miembros de la antigua nobleza romana -para mantener vigentes sus privilegios- decidieron ingresar en el mundo clerical y ocupar altas magistraturas en la jerarquía eclesiástica como mera estrategia de supervivencia, como camino de mantener su posición tradicional de poder. Y que otros laicos colaboraron activamente con la jerarquía como veremos cuando nos encontremos asistiendo incluso a reuniones conciliares.

El mundo en el que nos estamos moviendo vive además lo que podemos llamar la traslación del espacio vital al campo, a las fincas rústicas en las que comienzan a construirse pequeñas basílicas cristianas, como la que se hace sobre una habitación de villa Fortunatus en el siglo IV, desde la cual también se inicia el control de las gentes que habitan el entorno rural de esa villa, un entorno propio de paganos que viven en la aldea o pagus.

Pero, además es evidente que hay un grupo de gentes que opta por abandonar la ciudad y buscar la soledad de las cuevas, como nos testifica la arqueología en tierras de Huesca15. No cabe duda que la mayor parte de este movimiento anacoreta se dio en tierras altoaragonesas, lo cual puede estar vinculado tanto a la presencia de obispos eremitas, el caso de Elpidio, como a la presencia en esa zona de Orencio, obispo de Auch, que defendió la penitencia, el recogimiento y la vida en soledad, como normas de un vivir cristiano más acorde con el mensaje de Cristo.

Los laicos que abandonan el mundo, en cierta medida, lo hacen también para buscar el ámbito de predicación del mensaje evangélico. Las zonas a las que se retiran son espacios paganos que están controlados por los sacerdotes de las antiguas creencias, que viven a costa de sus adeptos16. Y en ellos los eremitas cristianos van a demostrar que -como avispados labradores de arado romano- son capaces de alimentarse con una dieta vegetariana. A esta cuestión se suma su carácter de gentes cultas y cercanas, que predican la paz, y que se erigen en líderes indiscutibles de ese espacio marginal del bosque y del monte. Señores de ese paisaje en el que sus cuevas se truecan en centros dotados de carisma sagrado, cuevas de las que tenemos tantos ejemplos en esta tierra aragonesa17, comenzando por San Juan de la Peña.

Pero, antes de ver cómo termina esta aventura eremítica, vamos a ocuparnos de esa otra opción que toman algunos ricos grupos familiares de laicos y que les lleva a la fundación de conventos familiares. Allí vive toda la amplia familia y sus servidores, entregados a un modo de servicio a Dios que pasa por la oración y por la vida contemplativa. Pero estas comunidades de laicos van a desarrollar graves comportamientos que pueden ser tipificados en aspectos relativos al lujo, en problemas de convivencia entre hombres y mujeres y en la relación con las gentes del entorno.

No podemos dedicar amplios comentarios a estos problemas, aunque debemos indicar que estos mismos problemas irán provocando las reflexiones oportunas que acabarán consolidando una correcta ordenación de los monasterios.

Como me he referido a ellas en otras ocasiones18, ahora sólo apuntaré que todavía en la época visigoda -en el año 656- se explica que algunos laicos “suelen efectivamente algunos organizar monasterios en sus propios domicilios por temor al infierno y juntarse en comunidad con sus mujeres, hijos y siervos y vecinos bajo la firmeza de juramento, y consagrar Iglesias en sus propias moradas con títulos de mártires y llamarlas bajo el título de monasterios”. A lo cual concluye el comentarista diciendo: “Pero nosotros a tales viviendas no las denominaremos monasterios, sino perdición de almas y subversión de la Iglesia”19.

Como podemos intuir, existió una notable literatura crítica contra estos monasterios familiares que nacieron por unas razones muy concretas, sobre todo cuando sus fundadores, al adoptar la experiencia de la vida monástico, pretendían eludir la inmediata experiencia episcopal y beneficiarse de las ventajas de la autonomía económica que la legislación reconocía a los verdaderos cenobios20.

Si la proliferación de cenobios ponía incluso en peligro la pervivencia del ejército, cuando la muchedumbre de varones que pretendía ingresar en la vida monástica era creciente21, era lógico entender que ese entusiasmo popular filomonástico provocara complejas discusiones, como el debate sobre el nivel de lujo a mantener en estos recintos de retiro, que enfrentó a los más notables pensadores. Si san Isidoro no está de acuerdo con que se contemplen niveles sociales en esas comunidades, san Leandro22 explica que “la que vivió en la pobreza y careció de abrigo y alimento, dichosa puede sentirse de no padecer ni frío ni hambre en el monasterio, ni tiene por qué criticar de que se dé un trato más delicado a la que vivió en el mundo con más comodidad”.

Todos estos conflictos van a ser muy positivos para ir consolidando lo que será el monasterio medieval, incluidos los monasterios femeninos que será otra de las grandes aportaciones de los laicos hispanogodos y que encontrarán sustento en ese Libro de la educación de las vírgenes y del desprecio del mundo, que escribió san Leandro para su hermana Florentina, en el siglo VI.

Cuando nos encontramos ya en pleno dominio del reino visigodo de Toledo, las cosas han cambiado mucho y las viejas reticencias de la jerarquía a permitir que algunos grupos de laicos acaben formando monasterios se ha ido diluyendo, incluso se han superado los mandatos conciliares que prohibían optar por la vida monástico en detrimento de la vida clerical.

En este momento las cosas han cambiado de tal manera que el problema se centra en separar muy bien el mundo de los monjes del mundo de los laicos. El III Concilio de Zaragoza, celebrado el año 691, prohíbe que haya laicos en el interior del monasterio relegándolos a que estén en un espacio exterior al monasterio, en la hospedería y en el noviciado, que están entre la primera y la segunda cerca de protección. San Fructuoso23 dejó escrito que el laico que quiera ingresar “durante diez días se entregará a las puertas del monasterio a oraciones y ayunos, con prácticas de paciencia y humildad .

Todo este proceso de aceptación del hecho monástico viene apoyado por un suceso singular que pudo tener sus orígenes en tierras aragonesas. Lo que ha ocurrido es muy sintomático, se ha pasado de la dispersión a la concentración de anacoretas. Las razones pueden ser múltiples, pero es claro que la búsqueda de racionalizar esfuerzos y de contar con espacios comunes para la oración fueron dos claves básicas. Este proceso de consolidación del monasterio, que en Oriente protagonizó san Antonio abad, se da en torno a la figura de san Victorián que recorre estas tierras en la primera mitad del siglo VI, justo cuando acaba asentado en el Monasterio de Asán que -con el tiempo- se convierte en el centro espiritual de Sobrarbe.

Pero, en estos tiempos de dominio visigodo, también hay que hacer referencia al papel desarrollado por los laicos en los concilios visigodos24, teniendo en cuenta que hubo una jerarquizació n de las presencias puesto que los magnates asistieron a los concilios nacionales de Toledo, los funcionarios de la administració n a los provinciales y los laicos más sobresalientes y reputados a las asambleas sinodales.

Esta presencia de “filii ecclesiae saeculares” se produce por el título de miembros de la Iglesia y es la forma más antigua de participación seglar que registra la historia, sobre todo a partir del Concilio de Elvira donde asiste se nos cita una amplia presencia del pueblo cristiano. Pero, sobre todo, está perfectamente documentada y reglada por los propios ceremoniales de las asambleas conciliares que explican cómo tras los diáconos, último grado de los previstos en la asamblea, entran los laicos distinguidos y los notarios, justo antes de que se cierren las puertas del aula25.

Esta presencia laical se dio desde el I Concilio de Zaragoza, celebrado el año 380, pasando por el II Concilio (592) que legisló sobre materia tributaria y llegando al III Concilio que, en el año 691, decidió reglamentar la prohibición de que los monasterios recibieran a laicos dispuestos a habitar dentro del claustro. Con excepción de algunas personas de vida intachable que hubieran caído en la miseria y a las que se recibía en calidad de pobres26.

LA SALVACION PERSONAL COMO OBJETIVO

LA CREACIÓN DE LA ESPIPITUALIDAD MONÁSTICA

Acabamos de ver cómo en el mundo tardo-romano se va consolidando el espacio monástico, tanto por ser una salida apropiada con la que poder hacer frente a la crisis socio- económica, como por constituir una nueva formulación de la búsqueda de la salvación. Además, desaparecido el mundo visigodo, era evidente que corrían malos tiempos para los obispos hispanos, que pasaron de ser los rectores de la sociedad a ser rechazados por los nuevos gobernantes musulmanes, más por lo que fueron antes que por su carácter sacro, más por su dimensión política que por su carácter religioso.

Pero esta cuestión no sólo se detecta en el mundo hispanomusulmá n, en las tierras carolingias se vive la misma oposición a la figura episcopal. El propio emperador Ludovico Pío., en la Dieta Sinodal de Aquisgrán del año 816, acusó a los obispos de haberse olvidado de sus inferiores y de desconocer la virtud de la hospitalidad. Tesis que se implanta en tierras altoaragonesas cuando se funda el monasterio de San Pedro de Siresa, en la primavera del año 833.

Este es el momento en el que Occidente abandonaba el modelo de iglesia secular y apostaba por el modelo de iglesia regular. Y en este abandono, que en tierras de Arag6n tendrá una enorme importancia puesto que el origen de nuestros condados es carolingio, vamos a ver cómo los monasterios se convierten en el punto de referencia para todo y en el espacio que proporcionará el personal de élite que se hará cargo de las jerarquías. Entramos en ese fenómeno que se ha denominado monacocracia, en un período caracterizado por el gobierno de los monjes y que va a tener validez hasta entrado el siglo XII, cuando los nobles ocupen el protagonismo en la gestión del nuevo estado.

Por otro lado, las jerarquías civiles y las grandes familias que van alcanzando un buen vivir en función de las operaciones territoriales de la reconquista, optan por poner en marcha una peculiar modalidad de desarrollo religioso que es la iglesia propia, un centro de vida espiritual y un centro de actividad económica. Estas fundaciones privadas supusieron otra forma de presencia laical en la vida religiosa, toleradas por el episcopado como fuente de grandes beneficios espirituales27 pues se reconocía que la construcción de una iglesia era una forma evidente de abrirse las puertas del cielo.

Las iglesias propias28 fueron el origen además de muchos poblados, cuando se ubicaron en zonas de descampado, alejadas de las pequeñas explotaciones rurales dispersas, y en otras ocasiones fueron el germen de monasterios. Tanto a evitar esta última estrategia, como a lograr que las iglesias particulares sean controladas por el obispo, viene el canon 3 del concilio de Lérida, celebrado el año 546, amenazando que29 “si algún seglar desease consagrar una basílica edificada por él mismo, no se atreva en modo alguno a apartarla del régimen general de la diócesis, bajo el pretexto de que se trata de un monasterio, si no viviere allí una comunidad religiosa bajo una regla aprobada por el obispo”.                         

En este batalla, los seglares lograrán contar con disposiciones conciliares que les benefician y que evitan que sea el obispo el único controlador de sus fundaciones. Las conquistas del movimiento laico sabemos que iban desde la capacidad de elegir al clérigo que consagraría el obispo para llevar esa iglesia, hasta controlar la administració n de los bienes de su iglesia. Así sabemos que estas fundaciones llegaron a ser buenos negocios, sobre todo cuando las gentes comenzaron a entregarles bienes materiales, y que eso las mantuvo vigentes en el tiempo llegando en algunos casos a convertirse en modernos patronatos.

En línea con esta conversión de las iglesias propias en rentables negocios, la jerarquía eclesiástica no pudo estar al margen y denunció esta situación. Ejemplo de lo cual es el canon sexto del Concilio II de Braga30 que denuncia: “se tuvo por bien que si alguno construye una iglesia, no por fe y devoción sino por codicia y lucro, para repartirse a medias con los clérigos, alegando que él ha construido la iglesia en sus tierras, lo cual se afirma que se da hasta ahora en algunas partes, deberá pues en adelante observarse lo siguiente: Que ningún obispo dé su consentimiento a una propuesta tan abominable, atreviéndose a consagrar una basílica que no ha sido fundada para alcanzar la protección de los santos sino mas bien con fines tributarios”.

Como resumen de este aspecto, podemos decir que esta proliferación de iglesias -sobre todo en tierras del reino aragonés durante el siglo XI-, atendidas por clérigos salidos de los propios grupos rurales que las alimentan con sus donaciones, es la muestra más clara del modo de entender la religiosidad en estos momentos, tiempos en los que la comunidad de creencias se manifestaba por la participación de los creyentes en el culto litúrgico31. También son tiempos en los que la reforma de aspectos tan importantes como la implantación del celibato, acaecida en el entorno del año mil, significa en definitiva una reformulación de la distinción entre el clero y el laicado.

Aclarada la importancia de estas fundaciones potenciadas por el movimiento laico, origen de muchas poblaciones y origen de gran parte de los edificios románicos del patrimonio cultural, es necesario hacer una breve referencia a lo que supusieron los monasterios como punto de apoyo a la espiritualidad de los fieles altomedievales. Pero, no sólo desde espacios separados por la cerca del monasterio, sino también desde la búsqueda de un único espacio, en el que el laico abandona el siglo y entra en lo que los documentos medievales denominan la familiáritas.

La institución que se denominó traditio corporis et animae constituye una perfecta relación de las personas con la entidad monástica a la que se entregan en cuerpo y alma32. Por un lado, los seglares y presbíteros entregados, participan de los beneficios espirituales de los monjes y los monjes pueden usar de las donaciones que les entregan así como de la mano de obra que constituían estas gentes. Unos empleados para las tareas agrícolas del monasterio y los otros -los presbíteros- como ayuda en las tareas socio-pastorales.

Todos estos familiares del monasterio encuentran -al final de sus días- el bien más preciado, su enterramiento en el espacio monástico que les permite gozar de esa energía de la oración comunitaria en su propio beneficio. No faltando ocasiones en las que los responsables monásticos aseguran la salvación eterna para estos familiares, para estas gentes que -como dice la Constitución pontificia33 que se da a Rueda en 1234 por Gregorio IX- deben ser acogidas en el monasterio pues es licito retener, “sin contradicción alguna, a clérigos y a seglares libres que huyan del siglo”.

Este afán de los laicos por integrarse en la familia monástico está perfectamente documentado en tierras de Aragón, zona en la que además adquiere una personal forma de entenderse puesto que -en la mayoría de los casos- lleva aparejada la atención a los necesitados. Ejemplos no faltan y podemos seleccionar algunos, atendiendo a las diferentes tipologías. Existe el caso del que se entrega al monasterio por vocación religiosa, buscando vivir una religiosidad monástica aunque permanece en el mundo. Por ejemplo el llamativo de dos cuñadas -Mayor y María de Alinz- que se entregaron al monasterio de San Martín de la Val de Onsera pues estaban muy “descosas de abandonar lo terreno y corruptible y de alcanzar lo celestial y eterno”. El calado de esta decisión obligaba a que sus esposos las liberaran, prometieran ante el abad guardar castidad durante sus vidas, y entregar dos viñas y cuatro campos.

En este bloque hay muchos testimonios que afectan a todos los ámbitos de la sociedad. Así sabemos que la madre de un arcediano de Lérida, de nombre Sancha, con consentimiento de todos sus hijos dice donar en junio de 1169 “a Dios y San Vicente de Roda cuerpo y alma mía con 1a mitad de la almunia que tengo en término de Monzón” para el bien de su alma, la de sus padres y la de su difunto esposo34.

Tampoco faltan aquellos que quieren buscar la seguridad, cuestión que atendieron y mucho los monasterios y canónicas en momentos de necesidad social. Ese es el caso de Bonet y su esposa María que se ofrecieron con toda la familia y sus bienes muebles a Santa María de Alquézar con el fin de ser siempre, ellos y sus sucesores, “buenos y fíeles vasallos de Díos, de Santa María y de sus clérigos”. Esta donación familiar, fue aceptada por los clérigos alquezarenses en noviembre de 1223, cuando decidieron darle una heredad que les habían regalado para que construyeran en ella una casa y la explotaran, de manera que les dieran “cuatro fanegas de limpísimo trigo y cuatro de limpísimo ordio una vez al año, en la fiesta de la Asunción de santa María”35.

Para trabajar por el monasterio se entregan otras gentes, renunciando a todo lo que tienen. Ejemplo es el pastor Sancho Sanz, que “por amor de Dios y remedio de vuestros pecados” se entrega al monasterio de San Andrés de Fanlo con 22 cahíces de trigo, 30 ovejas y 12 corderos, para convertirse en el responsable de atender a los pobres que se acercan a la limosna de Fanlo, a ese espacio en el que se les ofrece alimento y cuidados, desde la primavera del año 1139. A cambio de ello, sólo recibe la manutención y el vestido, además de formar parte de esa comunidad y asegurarse la salvación de su alma36, que para él es lo más importante.

Tampoco faltan las apuestas innovadoras, que en este caso son propias de órdenes reformadoras como la del Cister. Podemos explicar cómo la donación de un laico y su hijo es el punto de partida de la creación de una típica granja cisterciense, en este caso la de Pina de Ebro en el año 1225. Pedro Jiménez, un zaragozano con propiedades en Nuez, y su hijo fijan una oblación personal con el abad del monasterio de Nuestra Señora de Rueda37. El oblato entrega su alma y cuerpo a Dios, a la Virgen y al abad, cediendo también sus bienes al abad Martín de Nugarol, a cambio de que éste le conceda el hábito de los frailes -ya sea como monje o como converso- cuando así se lo inspire Dios.

Y el abad -sin esperar a la llamada de¡ Señor- decide recibirle y darle el encargo de la preceptoría de Pina, donde tienen muchos bienes. Allí se preocupará el monasterio de que sea honestamente tratado,, darle alimentos y vestidos, y una buena cabalgadura para desempeñar las misiones de los monjes. El sólo administrará esta unidad económica y dará a los monjes las ganancias, además de recibirlos en su granja “benigno y caritativamente”. Como premio de todo este servicio al monasterio el abad le promete, nada más y nada menos, que la consecución del reino de los cielos.

Hablando de monasterios cistercienses, debemos recordar que esta estructura de la familiaritas monástica es propia de esta orden benedictina y que además ella la trasladara a otros grupos como los templarios, quienes sabemos la ponen en marcha en tierras de Monzón desde el año 1143. Esta vinculación de los fieles con el Temple concluye con su enterramiento en espacios de la orden y con la pérdida de control por algunas parroquias. Cuestión que provocó conflictos jurisdiccionales de profundo calado, algunos de los cuales exigieron la mediación papal. Alejandro III amonestó al obispo rotense Guillermo por su oposición al entierro de fieles en cementerios, como el del Fosalet38.

EL DESCUBRIMIENTO DE LA CIUDAD

LA DEVOCIÓN COMO CAMINO DE RENOVACIÓN

Mientras se mantenían en pie esas complejas estructuras socioeconómicas que fueron los monasterios, ejerciendo una muy importante labor socioasistencial, comienza a recuperarse el mundo de la ciudad y el protagonismo económico se traslado desde el mundo rural al urbano. El imparable proceso de crecimiento hace que aparezca un nuevo colectivo, los burgueses que viven en los burgos o ciudades, para el que ya no sirven los esquemas defendidos durante casi siete siglos por los benedictinos. Estas gentes, que han logrado triunfar en un mundo difícil, no pueden aceptar ideas como la inmutabilidad del orden social que defendían los monjes; ni tampoco esa idea de la salvación que convertía a los monasterios en los centros de control de la salvación personal. Por otra parte, el cuerpo de devociones vinculado al mundo agropastoril -como ocurre con la gran figura del pastor san Urbez que vive a finales del siglo VIII- ya queda lejano para los habitantes de las ciudades que han optado por las tareas artesanales y mercantiles.

Cuando se comienzan a tambalear los muros de estos reductos de oración, no debernos dejar de saber que detrás de la operación de derribo está el episcopado que ha tenido que estar sometido a ellos durante siglos. Los obispos apuestan por la Cruz corno símbolo de un nuevo modo de entender el mundo, desde las cruzadas que provocan una auténtica aventura a lo divino hasta la meditación sobre la Cruz que comenzará a ser frecuente entre estas gentes urbanas, las cuales seguirán la visión del monje de Limoges que ha visto -hacia 1010- a Cristo llorando, con lo cual se abandona la imagen de Cristo rey impasible y se adapta la imagen doliente del Redentor. Claro está que, aunque no dediquemos más tiempo a este proceso, conviene recordar que los monasterios no se rindieron fácilmente. Ejemplo de ello es esa visita de san Bernardo a París, el año 1140, para convencer a los estudiantes de la necesidad de apartarse de las ciudades y de los estudios39.

Además, en esta operación la monarquía toma partido por las ciudades desde las cuales puede organizar mejor el espacio institucional de su estado. Organizar el reino en su totalidad, dotándolo de capital urbana, generando un público para los actos de corte, creando un obispado que le ayudara en el control del territorio y construyendo una catedral que será el escenario de la vida pública de la familia real. Con todas estas medidas se recupera la tradición jurídica de un mundo romano que era urbano y de un derecho canónico que obliga a que el obispo resida en una ciudad.

El laicado de este momento está dividido en dos grandes bloques: los campesinos y los habitantes de la ciudad. Los campesinos siguen atados a esa espiritualidad controlada por el monasterio ya que de sus oraciones depende la salvación de los aldeanos que siguen buscando el Paraíso a través de sus donaciones, motor de oraciones monacales. No en vano decía un documento de Sancho el Mayor, en el siglo XI, que “así como el fuego consume el agua, con las limosnas se extinguen los pecados”40. Pero todo ello en un mundo de amenazas y de miedos que, para ellos, fue ya habitual, en un mundo en el que saben que su destino es sufrir para alcanzar el triunfo de la otra vida.

La salvación es lo que más preocupa a estas gentes, diría que es lo único que les quita el sueño. Es una realidad constatada por los documentos y que refleja muy bien el escriba real41 cuando explica que el monarca Sancho Ramírez ha hecho una dotación económica -para atender a la manutención y vestido de las monjas de Santa Cruz de la Serós- “llevado a la vez por el temor y el amor de Dios, por la salvación de mi padre, mí madre, mis abuelos, mis hijos, mis antepasados y mi esposa Felicia, para que merezcamos en el día terrible del Juicio Final escuchar con los elegidos de Dios aquella dulcísima palabra de Hijo diciendo “Venid benditos de mi Padre, ocupad el reino que os está preparado desde el origen del mundo porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber...”, después de lo que pasa a manifestar que “yo me hago un tesoro en el cielo y lo ofrezco en satisfacción a Dios, que sufrió, para que sirva de salvación a mi alma y a todos mis antepasados pecadores.

Por eso, es habitual que haya amenazas42 para aquellos que no cumplan lo dispuesto en los documentos, cuando se les avisa que oponerse a ello supone que “sea apartado del Cuerpo y Sangre de nuestro señor Jesucristo y tenga parte con Judas, el traidor”.

Frente a ellos, al otro lado de la muralla de la ciudad, el laico urbano se siente más libre y además adquiere un notable papel protagonista a partir de las reformas que se implantan en el siglo XI, con Gregario VII (+1085) que no duda en buscar la colaboración del pueblo para vencer las resistencias de los clérigos, manifestando que el pueblo es el destinatario de toda la acción pastoral y admitiendo que, en consecuencia, estos laicos puedan no hacer caso a clérigos concubinas, usureros o incultos. Con ello se abre nuevamente la puerta a que los laicos tengan una mayor participación en la vida eclesial43.

La primera muestra de esta acción es la decidida presencia de los seglares en la construcción de las iglesias góticas y especialmente de la catedral, que pasa a ser un símbolo de la ciudad y una muestra del poder de esa comunidad. Pero, esta presencia no sólo es en lo que se refiere al marco arquitectónico puesto que los vamos a ver determinando las manifestaciones religiosas de la piedad desde sus donaciones y, especialmente, desde sus testamentos que intentan arreglar la conquista de la eternidad, asegurándose una buena sepultura. Los ejemplos documentales de estas cuestiones son abundantes por lo que no es necesario recurrir a citarlos, pero si señalar que abarcan a todos los espacios urbanos incluido el de Teruel que se incorpora a finales del siglo XII.

De esta ciudad podemos referir testamentos como el de la tendera dola Olalia44, fechado en agosto de 1246, que entregaba cinco sueldos a cada iglesia de Teruel, diez a la construcción de la del Salvador, y pagaba una comida a los clérigos y otra a los frailes menores. Comidas que en algunas ocasiones se extienden -el día del entierro- a los pobres de la ciudad que pidan en el funeral, como ocurre en el testamento de Arnal Dolz que había construido a sus expensas la capilla de San Matías de la iglesia del Salvador45, dejó ayudas para el Hospital de San Gil y para casar mujeres, así como entregó cálices y misales a las iglesias.

Es habitual que los ciudadanos disponen en sus testamentos todo lo referido a ese ámbito posterior a la muerte, no dejando nada a la improvisación y asegurándose de que los clérigos cumplirán con lo dispuesto, pues si no es así dejan ordenado que no se les pague. Ejemplo de ello es el testamento de Juan Domínguez de Perales46 que decide enterrarse en el claustro de Santa María de Teruel, disponiendo que salga el misacantano a rezar un responso sobre su sepultura y que se asegura las oraciones pues si no sale no cobra, entregándose el dinero correspondiente para que dos pobres compren pan ese día.

Esta vivencia individual de la muerte nos muestra que estamos en un tiempo en el que el pueblo fiel ha salido de su pasividad y apuesta por otros modos de espiritualidad, quizás mas penitencial, más cristológica, más centrada en la pasión de Cristo, más aventurera pues no cabe duda que las Cruzadas son una historia de laicos. Además son tiempos en los que surge preocupación por ayudar a los pobres, a los necesitados, a los que constituyen una sociedad marginal que comienza a poblar las ciudades, a las que llega desde el ámbito rural que abandona.

Pero en esta situación no faltan también las voces de los cristianos que denuncian cómo se está cayendo en la comodidad, en el bienestar que para esas gentes suponía el vivir en las ciudades. Sabemos de casos como el de Pedro Valdo que, en 1173, repartió su fortuna entre los pobres y convocó a una comunidad de laicos, orientada a la pobreza más absoluta y a la predicación penitencial ambulante47, cuestión que nos documenta cómo los laicos quieren solucionar los problemas religiosos del momento al margen del clero, como hará el propio san Francisco de Asís. El pueblo experimenta la necesidad de seguir a Cristo, sentimiento en el que encuentran su desarrollo las terceras ordenes y las hermandades penitenciales.

Frente a esta toma de postura, es chocante ver cómo el papa Inocencio III canoniza -en 1197- a Omobono Tucenghí, comerciante, casado, padre de familia y entregado a la vida apostólica, que supone un claro intento de aportar un nuevo santoral a la sociedad bajomedieval, un santoral desde el que se está planteando la valoración de la actividad económica y profesional. No en vano sabemos de ejemplos variados en los que nos hablan de la cristianizació n de ese ámbito profesional, por ejemplo cuando se preguntó al mercader Santángel48 sobre la existencia de objetos religiosos en su casa de Zaragoza, explicó que durante dieciocho años mantenía un oratorio en su casa “e sehyaladamente en su estudio de la casa suya, donde él se acostumbrava más estar”.

Y debemos decirlo, un santoral con laicos que han contraído matrimonio, lo cual viene a paliar esa vieja idea de san Bernardo que decía que el mundo era un mar que se atravesaba para lograr la salvación. Pero un mar que los monjes pasaban por un puente exclusivo, que los eclesiásticos surcaban en barca y que los casados lo atravesaban a nado.

LA APUESTA POR LA FORMACIÓN

EL VALOR DEL SERMÓN

Estamos viendo como se ha revalorizado la figura del laico en la ciudad, como va configurándose un movimiento laico que se siente depositario de la auténtica vida evangélica. Superado el desprecio monástico por el mundo, este laicado impone el aprecio por el orden natural, marca como necesario el redescubrimiento de la Sagrada Escritura, y apuesta por el matrimonio como condición decidida por Dios para el laicado, lo cual implica una promoción de la mujer en el mundo religioso que -en algunas ocasiones- la llevará a convertirse en heroína y visionaria.

Este laicado que va a tener una gran fuerza será el que controle los espacios urbanos y el que imponga la vivencia religiosa. De su mano nacerán movimientos penitenciales, como los flagelantes, se fundarán hospitales, se crearán grupos para enterrar a los muertos, se organizaran montes de piedad para dar préstamos sin usura a los pobres ...

Toda una nómina que sería interminable de detallar para los pueblos aragoneses, donde adquiere gran intensidad esa proyección religiosa de los artesanos y comerciantes, que se ve en las ordenanzas de cofradías como la de santo Tomás de Jaca, que acoge a los molineros para que “unos a otros se havien de buen corazón e de buena volunptat por tal que nuestro senyor Dos havíe a ellos”49. O en la cofradía de pelaires de Teruel que dispone que, cuando alguno de ellos o su mujer estén enfermos, vayan dos compañeros del gremio a velarles por las noches si hiciera falta50. O en la de boticarios de Calatayud que se decide que “a honor, gloria e exaltamiento de la Virgen e bienaventurada Santa María” si un cofrade se arruine los compañeros y mayordomos “sían tenidos de fazerle ayuda”51. O en la cofradía de los mercaderes de Huesca, dedicada a Santa María de Salas, donde se ordena que a la muerte de uno de sus miembros vayan todos los demás “con sus, capuces y capirotes de luto a la dífunsión y novena y cabo d’año”52. Si así no lo hacen se les castiga con multas en dinero, como se hace con los labradores de Calatayud que “con candela encendida no fuere al soterrar, peche una libra de cera”53.

En realidad toda la organización laboral tiene un claro sentido religioso, tal y como quieren los laicos bajomedievales que dejan muy claro su pensamiento en textos como el de las Ordinaciones de los Ganaderos zaragozanos54 que indican, en 1511, señalando su vinculación a la devoción de san Simón, san Judas y san Andrés, les inspira el “seyerr movidos y aparejados cerqua las obras de buena constunbre, caridat e de misericordia segunt la palabra de nuestro senyor Jesucristo que dize: ‘Allí do dos o tres serén plegados en mi nombre, en medio de ellos so yo’ et segunt la palabra del sancto profeta que dize: ‘Oh que bien, o que alegría, habitar ermanos en uno!’ et segunt la palabra del apóstol, que dize "Siamos amantes en ermandat, ensemble todos et concordablemente’...”.

Mientras se consolida esta dimensión religiosa de las corporaciones laborales, la iglesia va atravesando por un momento tenso provocado por los propios laicos que critican la situación de comodidad y de apatía que se vive en el seno del clero. Esta situación es además la última consecuencia de esos movimientos de espiritualidad que impulsaron -desde el siglo XIII- las ordenes mendicantes, los mismos que han acabado buscando una vida cristiana mas auténtica y se han encontrado con un clero poco formado, con una sensibilidad religiosa enfermiza y dominada por lo sensacional y lo fantástico, con una sociedad muy supersticiosa, con una general falta de instrucción que los laicos comienzan a considerar peligrosa.

En esta línea nos encontramos con algunos documentos como el que se fecha el 6 de enero de 1418 en Daroca, con ocasión de la institución55 del cargo de un lector, maestro en Teología, para el Estudio de los franciscanos que debe residir en la ciudad entre el 1 de noviembre hasta finales de junio. El concejo reunido va explicando la tragedia que supone el que no cuenten con persona entendida, pues “apenas se troba qui buenament pueda oír a los enfermos de peccados et specilament sanar de aquellos, et por aqueste desfallimiento se hayan seguido e se sigan apud vulguz depravacion de buenas costumbres et muchos otros incovinientes”. A partir de aquí sabemos que no se atiende bien a la salvación de las almas en todo el territorio de esa comunidad, que hace falta buenos oradores en las fiestas, que es necesario que alguna persona enterada forme en “teología a aquellos religiosos, clérigos y laicos que le quieran oír al menos dos meses el de cada año” .

Es evidente que la predicación se ha convertido en un instrumento esencial para la formación de los laicos, para esa educación tan buscada por estos movimientos seglares que buscan un sermón moral más que dogmático, que busca conmover, que induce al arrepentimiento y que -a veces- incluye criticas antijerárquicas. Los largos sermones, más extensos cuanto mayor es la popularidad del que lo pronuncia, son el espacio en el que se aprende y en el que se toman claves para esa vivencia religiosa individual que pretende un perfeccionamiento moral del ser humano. Razón por la cual las catedrales incorporan a sus bibliotecas ejemplares de sermones, como los varios que se custodiaba en la catedral de Tarazona al llegar al Siglo XVI56 y que fueron importados de la ciudad de Venecia.

Junto a la predicación, la liturgia -con la música y el canto- constituye el otro espacio de formación de los laicos, máxirne cuando con ella se puede ir conociendo los mensajes de un calendario cristiano que lleva a los misterios de la fe. Oír misa, observar las fiestas, cumplir con los ayunos..., constituye ese cumplimiento normativo que se acompaña con las prácticas de la limosna, el sufragio, la caridad... Y todo ello está controlado cuidadosamente por la parroquia que se convierte en un punto de referencia obligado para la organización de la ciudad tanto en su papel de control socioeconómico como en su dimensión de espacio religioso.

Una parroquia que ya cuenta con las campanas, elemento clave en la ordenación de la vida individual y colectiva, punto de atención para todos los parroquianos que necesitan compartir su muerte57, avisando a todos ”el riguroso trance de la agonía” -como ocurre en Senegüé en 1797- con once “golpes de campana por cada varón y diez por cada muger, para que con esta señal ayuden al moribundo con sus oraciones en tan peligroso trance”. O como se dispone en Cariñena -en 1762- cuando se decide58 que “el Viático, a deshora de la noche se administrara en pública forma, -con repique de campanas”.

La parroquia, coordina la misa, la comunión y la penitencia, que son las tres cuestiones claves de este mundo cristiano que abandona el medievo. Por ello, todos están sujetos al espacio parroquial, en el cual encuentran ayuda para vivir y para morir, en el cual los laicos adquieren protagonismo como autores de esa labor asistencial que atiende a amplios sectores de la sociedad.

Esta solapada dirección espiritual va imponiendo el criterio del clero en la vida diaria, va haciendo que estos recuperen su prestigio, que se conviertan en guías59.

Pero además, dentro del clero hay un movimiento que va a conectar muy bien con los seglares. Me refiero a esa piedad personal que nace de la obsesión por la muerte y que se acrecienta después de los graves sucesos de la Peste Negra de 1348. Una piedad que tiene como imagen la figura de Cristo crucificado y salvador, los sufrimientos de la pasión, el itinerario de la salvación que rememora la sociedad -tan dada a las procesiones y desfiles- con ese Vía Crucis que irrumpe en la modernidad, gracias a la práctica que los franciscanos imponen en Tierra Santa, de donde traen algunas reliquias relacionadas con la pasión y donde se protagonizó el movimiento laico de las cruzadas.

Cuando las gentes se aprestan a morir60, cuando preparan ese momento en sus testamentos, siempre señalan que lo hacen61 encomendándose al Señor para que les perdone los pecados “por los méritos de la Pasión Sancta de su Fíjo Jhesu Christo, Nuestro Redemptor, Dios e hombre verdadero”.

Apoyando este proceso los laicos demandan manuales para leer, para hacer buenos confesiones62 o para prepararse al buen morir a través de esos libros de piedad ilustrados que son el Ars moriendi, el Arte de bien morir. En Zaragoza se publica63 el Arte de bien morir con el breve confesionario sacado de latín en romance para instrucción e doctrina de las personas carescientes de letras latinas, las quales non es razón que sean exclusas de tanto fructo e tan necesario como es e se segue del presente compendio, ya en el año 1479.

Aunque este es un momento de fuerte religiosidad, no deja de notarse un movimiento de crítica hacia el clero y su falta de moralidad, la ausencia de formación o la falta de preocupación por su labor. Ante este panorama hay un sector de los creyentes que quieren retornar al pasado, volver a la edad de oro apostólica, antes que plantear un nuevo paso en el progreso espiritual. En ese contexto, los jurados de Zaragoza se quejan de los fallos que cometen los tonsurados (“coronados”) y de sus desórdenes, asunto de gran importancia puesto que en 1492 nos encontramos con que uno de cada diez zaragozanos tiene calidad de clérigo.

Toda Europa es recorrida por un movimiento de reforma que intenta implantar la renovación de la vida de los laicos, la de los componentes de las órdenes religiosas, la del clero... Su base es la contemplación y la unión con Dios, a través del conocimiento de la escritura, la oración y la iluminación divina. Todo un proceso que lleva inexorablemente a la ruptura de la reforma y a la puesta en marcha de la contrarreforma.

Pero, cuando esto ocurre en pleno siglo XVI, el movimiento de los laicos ya ha logrado construir las bases del estado moderno, máxime cuando se apuesta por una fuerte conciencia comunitaria desde la dimensión religiosa de las cofradías, cuando se apuesta por la formación desde el espacio de la liturgia, cuando se entiende que el trabajo es algo fundamental y por ello, como decía Erasmo, en su Enchiridion militis Christiani, “un gobernante que consume su tiempo en orar en lugar de administrar convenientemente los negocios no es un verdadera cristiano”.

Al SERVICIO DEL CLERO.

El FIN DE LA INDEPENDENCIA

El estallido del luteranismo tuvo una amplia repercusión en las comunidades cristianas de Europa, incluidas las de Aragón, puesto que el agustino planteaba derruir el muro que separaba a los clérigos de los laicos, siguiendo los movimientos reformistas del medievo y las aspiraciones de los reformistas alemanes, llegando a decir que el estado de santidad no es propio de los clérigos.

La Iglesia reaccionó con una reforma muy dura en la que se partía de un hecho claro: la separación absoluta entre el clero y el pueblo en la liturgia. Para hacerlo más evidente, el Concilio de Trento limitó el papel de los laicos a estar al servicio del clero, a trabajar para defender la Iglesia de los herejes. Ningún seglar puede hacerse protagonista de nada, todo es controlado por las parroquias y por el obispo, crece una política centralista que hará posible la consolidación de la jerarquía64. Además el Catecismo del Concilio de Trento va marcando cuidadosamente todas las situaciones, haciendo especial hincapié en el tema de la confesión que es otro medio importante de controlar a la población65 .

En este aspecto el propio catecismo reconoce que los fieles “en su mayoría no pasan ningún día con más impaciencia que los que están destinados por la Iglesia a 1a confesión”. Este nerviosismo que asalta a los que se tienen que confesar fue además objeto de muchas reflexiones pastorales, en las que los grandes teóricos de la confesión decidieron optar por una postura de comprensión, que hiciera menos difícil la presencia de los cristianos en lo que Jaime de Corella llama tribunal venerable en 1685.

El control del confesor, al que se le recomienda llegar a saber hasta los que padecen necesidades básicas y necesitan ayuda material, y el adoctrinamiento del orador son los dos pilares en los que el clero se apoya para controlar todo. Hay textos66 que nos hablan de cómo entender estas dos claves: “cuando se sube al púlpito para predicar la palabra de Dios hay que llevar a él cánones y rayos para fulminar el pecado. Pero al confesionario solo hay que llevar un coparon lleno de mansedumbre y una boca llena de leche y azúcar; nunca vinagre, sólo aceite y miel, porque es cierto que se cazan más moscas de la miel con una cucharada de miel que con un tonel de vinagre”.

Este control por parte del clero es férreo y les libera de cierta contestación. Pero mientras ellos mantienen en tensión al cuerpo social, no dejan de dar mal ejemplo y motivos para la crítica, incluidos los enfrentamientos personales entre clérigos corno el que se recuerda en 1598, cuando hacen el expediente para separar la feligresía de Monzón en tres parroquias67 pues era conocido que -con ocasión de la muerte de una joven- se enzarzaron a golpes con las propias cruces los clérigos de Santa María con los de San Esteban, en la misma casa de la difunta.

El trasfondo de asegurarse una pequeña aportación económica pesa en un clero que pasa mucha hambre y que apenas tiene para mantenerse. Pero esta cuestión se eleva a categoría y produce un enfrentamiento permanente entre las diferentes corporaciones eclesiales de una ciudad. Una tensión que dará más motivos a esa contestación enunciada antes, ejemplo de lo cual es un pasquín68 que aparece en Barbastro -en marzo de 1677- “el qual era tan desvergonzado pues parecía lo había hecho algún erege yriendo en él a muchas personas así eclesiásticas como seculares de mucha posición y crédito”.

Este es el proceso de contrarreforma y en esta situación, se comienza una nueva era que durará cuatro siglos y que concluirá con la revisión de ese espíritu trentino que hizo posible la religiosidad barroca, caracterizada por la dramatización de la vida humana desde el contexto de una visión pesimista de Dios69.

No es necesario que me extienda sobre este período de la contrarreforma, al que se han dedicado algunos importantes estudios, pero sí conviene que recuerde que es el tiempo en el que cualquier movimiento laico desaparece, el tiempo en el que las iniciativas son siempre mal vistas cuando no proceden de la jerarquía, aunque muchos cristianos que luego serán reconocidos como santos lo cuestionan permanentemente y optan por apuestas innovadoras, caso evidente de la Escuela Pía fundada por san José de Calasanz. Mención merece también la difusión en Aragón de la espiritualidad ignaciana70 que admite como posible tener experiencias del Espíritu siendo laicos y entiende que es posible predicar desde la vida laical, opinión por la cual fue perseguido en Salamanca. Incluso del pensamiento de Francisco de Sales (+1622) que mediante ejercicios íntimos de piedad lleva al laico a la vida de perfección respetando su estado secular71. Y cómo no, el caso de la mística teresiana que -aunque alejada de la vida laical- tendrá su influencia por esa popularidad que adquirió la figura de santa Teresa, perfilada como una mujer de su tiempo y profundamente humana.

Como se ha escrito estamos entrando en un tiempo en el que el mensaje es claro: el mal está en el mundo y el bien en el cielo, en el más allá. La visión del siglo se puede plantear desde dos premisas bien diferentes: desde los que sienten que vivir es bueno y que hay que descubrir el gozo de vivir en el mundo, hasta los que entienden que el vivir es lo efímero, lo doloroso, lo perverso. Estos serán los dos extremos en los que también se mueven los aragoneses de los siglos XVI y XVII, algunos de los cuales pudieron disfrutar la lectura de un curioso libro escrito por un clérigo aragonés, un tal Boneta, titulado Gracias de la Gracia, saladas agudezas de los santos, insinuación de algunas de sus virtudes....72, en cuyas páginas se apostaba por plantear una meditación religiosa con un aire alegre y festivo. Además el mismo clima del barroco está presidido por un optimismo salvífico, que enaltece al hombre redimido por la gracia y pone en primer plano la naturaleza y el mundo de los sentidos73.

La sociedad que vive este debate, la misma que hace frente a la implantación de los principios emanados de Trento, está compuesta por una gran masa de labradores cuya religiosidad está apegada a la tierra y que piensa acertado el viejo refrán de “cuando Dios no quiere, el santo no puede74”. Es una gran masa que no obstante va a jugar un importante papel en esa dimensión de crear cultura que tiene la incardinación del Evangelio, máxime cuando se encuentre en la necesidad de honrar a Dios con lo único que sabe hacer, con arreglo a la tradición social y no a la tradición dogmática. De su mano se incorporan al mundo moderno muchas ceremonias del mundo antiguo, pervivencias de viejos rituales paganos que se verán así salvados de desaparecer.

Esta aportación del mundo laico rural se configura con ritos expiatorios y penitenciales, con ritos naturalistas y con celebraciones sociales que hablan de bailes, danzas, enramadas, mayos, hogueras o amuletos. Todo un conjunto de cosas que constituyen el gran patrimonio cultural de nuestra comunidad, que reitero que fue salvado por la Iglesia que asistió tolerante a esta serie de pervivencias aunque en alguna ocasión sea el propio obispo el que invitó a mirar hacia otro lado, como ocurrió en 1737 cuando al novato cura de Sena75 le asustó el dance pues “deben hacer algunas indecencias delante del Crucifijo”.

Pero esta religiosidad campesina, importante en un territorio con muy poca vida urbana, tuvo alguna característica mas a tener en cuenta. Por ejemplo, su permanente equilibrio para lograr conciliar la conquista de la salvación con el asegurarse una buena marcha para los negocios de¡ mundo. Por eso, el conjunto de estos laicos se someterá a rituales penitenciales -en los que sienten la religión más como expiación- y se agarrará al culto a los santos que le aportan una visión religiosa basada en el consuelo y la ayuda.

Cuando los santos protagonicen su vida y el santoral marque su ritmo vital, nos encontramos con otra gran aportación cultural y cultual: la iconografía del santo y la literatura hagiográfica. Una para poner referencia en la iglesia y la otra para mover los espíritus al éxtasis. Junto a esta apuesta por la imaginería religiosa, está la voluntad de creer en el milagro que es la tarjeta de presentación del santo, cuestiones ambas que llenaron nuestra región de muestras de arte barroco excepcionales y de problemas76, a los que no hace falta que dediquemos más atención por ser asuntos estudiados.

Citemos sólo un caso en el que queda claro que ese hecho milagroso debe ser social y sus elementos materiales deben ser expuestos. Me refiero al milagro que refieren hizo la Virgen del Romeral de Monzón en la persona de Pedro Peimat, que le ofreció -en 1604- “una cama riquísima en que fuese llevada en procesión si lograba la curación” de una pierna77.

Junto a los labradores, la sociedad del momento también tiene colectivos importantes como el de los guerreros, la milicia a la que algunos pensadores cristianos censuraron en obras78 como la publicada en Zaragoza, el año 1590, que explica que la nobleza es paganismo puro pues “es gran mal, que han sacado el día de oy los hombres la nobleza del Evangelio de Dios y puesto en las pasiones”. Y los pobres y los herejes, entre los que estaba Miguel de Molinos, el clérigo aragonés que cuando muere en 1698 ya se ha convertido en el alumbrado más importante, en el símbolo evidente de todo un colectivo que afirma no ser necesario el convento para alcanzar la perfección cristiana, que plantea permanentes quiebras a la religiosidad, de un grupo de gentes en las que el poder establecido incluye a ateos, incrédulos, críticos, protestantes, y descontentos.

Por supuesto entre los descontentos hay que ubicar a todos esos cristianos de base que se enfrentan contra la inquisición, esa terrible estructura cívico-religiosa que en 1881 definieron79 con mucha gracia como “Un santo Cristo, dos candeleros y tres majaderos”. Ejemplos de todo este desencuentro entre el Tribunal -mejor dicho entre sus oficiales- y las bases de la población cristiana tenemos abundantes, por ejemplo los que acontecen en las tierras de Monegros y que han sido objeto de alguno de mis estudios80. En ellos se documentan cómo algunos familiares recibieron tal paliza que “estuvo más de dos meses de manera que no se podía traer ni hacer cosa de su persona”, o que otros cristianos afirmaban públicamente que “antes dejaría su hacienda a los herejes y turcos que a los clérigos”.

Pero, mientras esto ocurría en el mundo campesino, en la ciudad se consolidaba una vivencia religiosa en sociedad, en comunidad, pues una de las notables aportaciones del momento es la procesión, el espacio itinerante en el que participa la comunidad eclesial al completo y especialmente el colectivo de los seglares que mantienen la dignidad de ese caminar hacia la casa de Dios, rezando en compañía y dispuestos a reproducir el itinerario de la Madre de Dios rumbo a la casa de su prima santa Isabel.

Pero hemos dicho que la procesión la sostienen los fieles, como individuos y como miembros de una estructura administrativa urbana, pues el clero intenta sumarse a media procesión o no volver al punto de origen. Cuestiones que nos aparecen denunciadas en las visitas episcopales y que nos hablan de la importancia de que se atienda a su perfecta organización, puesto que en ellas “es razón que el clero con devoción suplique a Dios por las necesidades comunes y los laycos asistan con ella”81. La tarea emprendida para poner orden en el clero les lleva a disponer que cualquier incumplimiento se resuelva con rotundidad. La fórmula es clara: “mandamos a los cleros en pena de suspensión de sus oficios y de cinquenta ducados pagaderos de sus haziendas aplicaderos a obras pías82”.

La razón básica de estos problemas que estamos viendo, producidos por este enfrentamiento dentro de la propia Iglesia, es la vivencia de una clara fragmentación de las prácticas religiosas que lleva a poner en peligro las formas antiguas de piedad colectiva. Por ello, aumentará el control de la jerarquía sobre la gestión material y espiritual de las parroquias, e incluso el arzobispo fray Pedro Manrique -en 1614- celebró el XI Concilio de Zaragoza para recordar la necesidad de seguir las disposiciones del concilio de Trento y conseguir “muchos decretos en favor de las almas, para corregir las costumbres, moderar los derechos de la curia y reformar el clero”83.

Se potencia una mayor atención a los fieles, a los que se les debe incorporar a una formación permanente en los valores del cristianismo. Por eso se entiende que -después de poner en marcha los seminarios- hay que atender a la cristianizació n de un pueblo con altos niveles de ignorancia. Es necesario que todos tengan acceso a oír lo que dice el catecismo, incluso a poderlo leer, y también a unas primeras nociones que les permitan ir saliendo de ese mundo de superstición y magia en el que se vive en muchas zonas rurales. El papel desarrollado por el clero rural es muy importante, así como el del clero urbano que escribirá notables tratados como el que hace el abad Martín Carrillo de Montearagón o fray Pedro Aznar84  en pleno siglo XVII.

VIVIR BAJO SOSPECHA

LA OPCIÓN POR LOS PORPIES

Cuando entramos en el siglo XVIII las cosas son absolutamente idénticas a lo que ha pasado en el mundo barroco. Los cambios políticos que se han dado en España no han tenido repercusión en el mundo de la Religión, máxime cuando el nuevo monarca borbón está educado en una moral absolutamente rígida y enfermiza. Pero si esto es así en la primera mitad del siglo, en la segunda mitad observamos que hay un gran interés por el cambio, que incluso muchos sectores clericales -especialmente canónigos- entienden que ha llegado el momento de liderar esa adaptación de los viejos modos trentinos a lo que está constituyendo el proceso cultural que conocemos como Ilustración.

Curiosamente, aunque podamos entender que es un período absolutamente anticlerical podemos constatar que -si bien retrocede el cristianismo en las ciudades- crece de manera notable el número de gente joven que decide dedicarse a la vida sacerdotal, casi un crecimiento del 16% para el clero rural. Y este proceso coincide con una nueva forma de entender la vivencia religiosa que abandona el carácter trágico que ha tenido hasta ahora y se inclina por una vivencia más lúdica y relajada, más integradora y más masiva, cuestión que queda claramente demostrada en ese mundo de la romería85 que es la gran aportación de¡ siglo XVII pero que adquiere su mayor esplendor en este siglo XVIII, cuando se acompaña de una abundante literatura sobre sus titulares y sus milagrosos sucesos.

Esta vivencia de la romería está ya liberada de la carga de desgracias -sequías, lluvias torrenciales, pestes o plagas de langosta- que la atenazaba en el mundo del siglo XVII, por lo que cada celebración es un acto de afirmación de la sociedad, de la familia y de la casa que es la estructura básica de este mundo rural. Comen juntos por niveles de jerarquía en la casa, cierran pactos económicos, ajustan bodas y -después de la marginalidad social que produce el aislamiento de las nieves del invierno- mantienen vivas las amistades entre las gentes de los pueblos que están en esa área espiritual que se controla desde el lugar sagrado de la ermita.

Junto a esta apuesta de los seglares por mantener las viejas devociones lugareñas, documentándolas con noticias y con referencias a lo que han supuesto, la sociedad rural va a querer mejorar sus niveles culturales y este proceso de progreso social lo va a llevar a cabo a través del cura rural que encontrará en esta tarea una razón a su complicada y pobre existencia.

La incursión en el mundo de la Ilustración será positiva para muchos niños y niñas que aprenderán a leer, aunque como decían en Monesma “eran escasos los chicos que acudían porque sus padres se los llevan al campo”. Con ellos colaborarán algunos seglares, maestros la mayoría, que serán contratados para enseñar las primeras letras86, para tocar las campanas, para hacer sonar el órgano en las misas cantadas y vísperas, e incluso para “gobernar el reloj de la torre” (como le ocurre al maestro de Azlor) o para cuidar “la secretaría del ayuntamiento" como pasaba en Relver de Cinca en 1783.

Detrás de todo este proceso está el cura rural, el hombre que va a estar empeñado en el tránsito del mundo agrícola al mundo industrial, en mejorar la vida de sus feligreses, incluso llegando a aportar estudios notables sobre el desarrollo de las técnicas y la explotación de los recursos, asunto cuya pervivencia podemos ejemplarizar en esa Cartilla del cultivo práctico del Almendro “Desmayo” que escribió el párroco87 de Alquézar en 1923. Con razón diría Costa -en 1860- que “el cura párroco debe ser 1a Providencia en los pueblos pequeños, con especialidad en aquellos que carecen de profesor”.

Mientras en el mundo rural las cosas siguen su curso pacientemente, en el mundo urbano se produce la gran revolución de las calles, el momento en el que la sociedad toma conciencia de la gravedad del momento, del fracaso del modelo socioeconómico. Incluso de que tiene un grave problema con esos contingentes de pobres que recorren las calles y que esperan a la puerta de sus templos. Además el mundo se ha dividido entre los que entienden que la pobreza es una manifestación de la gracia de Dios y los que consideran que es una lacra social. En todo caso opiniones con prudencia pues -desde que los protestantes cuestionaran la limosna- cualquier propuesta para solucionar el pauperismo podía ser tachada de herejía88, ya que el pobre era intermediario entre el hombre y su salvación, según determinó la concepción del mundo medieval.

En este momento, la asistencia material al necesitado la controlaban los clérigos que se involucraban ampliamente, llegando a casos como el del arzobispo Lezo y Palomeque que se llevaba a los enfermos del Hospital de Nuestra 5eñora de Gracia a su palacio cuando allá faltaban camas, a pesar de que él mismo construyó nuevas salas en 1786. Las parroquias sostienen la atención de la caridad en sus demarcaciones y algunas, como la zaragozana de Santa Cruz en 1788, ha creado un perfecto sistema por el que canaliza la intervención de sus feligreses en el sustento de esta Obra Pía: dos de ellos pasan casa por casa al final del año recogiendo el dinero.

Pero las presiones de algunos pensadores, que critican las largas filas de los pobres ante las iglesias y las residencias episcopales como mera propaganda de su filantropía, hará que al final la sociedad civil comience a encargarse de esta atención. Este es el tiempo en el que se sientan las bases para lo que podrá ser una espiritualidad de trabajo singular, en la que “desde una teología de la pobreza centrada en la espiritualidad -una teología de la caridad- y en la doctrina moral -en la justicia distributiva- hemos pasado a una teología dogmática en la que el pobre y la pobreza se convierten en una mediación esencial para comprender el significado del Dios cristiano y el papel y función salvífica de la Iglesia”89.

Los laicos, desde sus puestos de responsabilidad, pondrán en marcha obras benéficas como La Junta de Caridad que crea la Real Sociedad Económica de Zaragoza en 1781, destinada a atender las necesidades de los jornaleros pobres afectados por la crisis de 1780. La Iglesia apoya la iniciativa y el paso del ámbito de gestión, llegando incluso a pedir el obispo a las parroquias que canalicen sus limosnas a esta obra que ha abierto talleres, escuelas y comedores para pobres90.

Pero no queda allí el traspaso del tema, los propios seglares como individuos se plantearán gestionar ellos la puesta en marcha de ayudas. Un buen ejemplo de ello es su agrupación en colectivos para ayudar a los pobres vagabundos, dolientes o presos. En Zaragoza nace en 1731 la Venerable y Santa Congregación de los Pobres Enfermos del Hospital General de Zaragoza, que será conocida como “Hermandad de la Sopa” y que incluye en el campo de la asistencia a las familias arruinadas que se veían destrozadas en manos de los prestamistas.

Pero no será la única, pues proliferan otras pequeñas organizaciones -mantenidas por seglares anónimos- que se preocupan de atender a los pobres enfermos en sus casas, como la que se crea entre la feligresía de San Miguel de Zaragoza, la que da leche a los recién nacidos, ejemplo de la Real Hermandad del Refugio y la Piedad, o la que da de comer a los menesterosos, como hace la Tienda Económica que, formada por vecinos del distrito del Azoque que prestan socorro urgente a personas necesitadas, abre en diciembre de 1887 uno de sus comedores zaragozanos91.

Estas apuestas vienen acompañadas de un debate muy interesante entre dos posturas irreconciliables en el seno de la Iglesia. Por una parte, están los que piensan que los laicos deben permanecer en la ignorancia de todas las cuestiones religiosas, con la única excepción de aquellas contenidas en el catecismo. Por otra parte, muchos entienden que hay una obligación de abrirse a las necesidades del tiempo y preparar adecuadamente a los laicos, a fin de poder conseguir una presencia viva y activa en la sociedad. El movimiento laico se ve llamado a protagonizar los cambios, máxime cuando algunos autores como Antonio Rosmini les reconoce -en 1832- que los laicos tienen amplios poderes en la Iglesia que no se reducen al poder de anunciar la fe 92.

No obstante y consecuencia de muchas cuestiones, la Iglesia como bloque se sintió atacada y entendió que los poderes se confabulaban para asaltarla y destruirla, lo que provocó una vivencia traumática a lo largo del siglo XIX, una clara escenificació n de lo que fue una actitud defensiva de la Iglesia ante la nueva cultura de la modernidad, no exenta de revívales medievales que consideran la espiritualidad del románico como la ideal.

Además, como telón de fondo, se, extendía el criterio generalizado de que el cuerpo de laicos sólo podía ser una masa de sospechosos en busca de la revolución. Mucho más cuando desde el entorno del año 1800, los feligreses de muchos lugares se niegan a pagar los diezmos e incluso algunos -como los de Escartín en 1794- los responsos de los domingos, contestando al obispo aquello de “que ni querían pagar, ni querían responsos”93.

El espíritu clerical aflora y el Concilio Vaticano I dice que la Iglesia “no es una comunidad de iguales en la que todos los creyentes tuvieran los mismos derechos” y Pio X, en 1906, llega a explicar que el pueblo fiel “no tiene otro derecho que el de dejarse conducir y seguir dócilmente a sus pastores”94.

Y eso es lo que vemos que ocurre cuando los laicos se agrupan en torno a las nuevas congregaciones y a las devociones a los nuevos santos, siempre dentro de una vivencia misionera del siglo y conscientes de que hay que reorganizarse pastoralmente en auténticos comandos defensivos, que emplean sus afanes en consolidar grupos cerrados, perfectamente definidos con sus emblemas, y en recopilar y sintetizar la espiritualidad que se produjo en los siglos XVII y XVIII después del florecimiento de los místicos.

LA ADAPTACIÓN A LA MODERNIDAD

APOSTANDO POR EL MUNDO OBRERO

La entrada en el siglo XX sigue detectando la ausencia de una espiritualidad laica significativa, inexistente desde finales deL siglo XVIII. Pero pronto veremos cómo van consolidándose grupos de creyentes que muestran inquietud por compaginar su experiencia religiosa y el mundo en el que les toca vivir. Incluso se plantean una profunda reflexión sobre el papel de los laicos en ese modernismo acogedor, sobre su papel de mediadores entre la Iglesia y el mundo moderno95.

Esta apuesta se hace fundamentalmente en el mundo del trabajo, aunque antes de centrarnos en ello debamos reconocer que es más amplia la implicación de estos colectivos de seglares comprometidos con el siglo. Estamos hablando de un colectivo al que se acusa de ser poco instruido y sobre el que vierten sus críticas algunos escritores96 denunciando que “no se conoce la religión; sobre todo, la juventud tiene de ella un conocimiento pobrísimo, superficial y falso. No conoce la religión sino algunas practicas rutinarias y algunas devociones tradicionales”. Este texto de un socialista, que se completa reconociendo que pueden ser causas de incredulidad “la perversión del corazón o la ignorancia de la inteligencia” viene bien para plantear el paisaje de fondo de este momento y para entender que serán las élites formadas las que recibirán de la Iglesia el consejo de protagonizar la eclosión de los laicos en la vida social, económica y política.

Evidentemente estos grupos de gentes atienden también a la modernización de la religiosidad popular, al intento de adaptarla a los tiempos que corren en todas sus manifestaciones. Legado de una acción concreta es la renovación del mundo de la Semana Santa, donde mucha gente sienta las bases de lo que será la masiva presencia del mundo laico en las procesiones, acogiendo tradiciones antiguas -como los tambores del siglo XVII-fundando cofradías que atienden a los nuevos grupos sociales, y modernizando los pasos procesionales97. Se están echando las bases de lo que será uno de los movimientos laicos más significativos -por lo menos en cuanto a número de protagonistas- en el Aragón contemporáneo.

A finales del siglo XIX entran en acción grupos de laicos creando entidades benéfico-sociales que están inspiradas por la entrada en Aragón de nuevas congregaciones. Así actúan las asociaciones de señoras zaragozanas como la de “La Velante”, dentro de ese conjunto de movimientos que atienden a la hospitalidad domiciliaria98, o las que dan comida a los pobres como la “Olla de los Pobres" creada en Huesca en 1893 y en Barbastro en 189799, e incluso las que se ocupan de enseñar como “Las Escuelas dominicales” para jóvenes solteras de Borja (1878)100.

En estos inicios del siglo XX se ponen además en marcha, por lo que se refiere a nuestra comunidad, algunos institutos seglares corno la Institución Teresiana que se define como “una asociación de señoritas que se dedican con gran vocación y cultura al feminismo, en la más alta acepción de la palabra”, junto a otras fundaciones como el Opus Dei que se crea en 1928 por obra del santo aragonés Escrivá de Balaguer, nacido en Barbastro en 1902101, y que entiende que el laicado también es camino de santificación.

Pero estas apuestas concretas por acciones regladas, también se complementan con la puesta en funcionamiento de asociaciones de todo tipo que permitan ir consolidando una idea de grupo perfectamente cerrada, dispuesta a evangelizar y segura de que su papel está en trabajar por la recuperación del tiempo y el espacio perdido. Hay muchas asociaciones que podríamos mencionar pero quizás convenga centrarnos en algunas como los Luises, que atienden a la formación cultural de los jóvenes, la Acción Social Católica, que fomenta toda clase de obras sociales, la Adoración Nocturna, los Jueves Eucarísticos o los Caballeros del Pilar que nacen en 1928102.Y cuando menos explicar que éste es un fenómeno tan amplio, que podemos decir que sólo en la iglesia zaragozana de San Pablo había -en 1926- 15 asociaciones y 9 cofradías103.

Este apogeo de principios del siglo vive también gracias a los problemas que las situaciones políticas van provocando, como la denunciada por la comentarista jacetana104 que -en noviembre de 1920- piensa que “Dios, Patria y Hogar son los tres objetivos que la ola revolucionaria pretende destruir” o como el avance de la difusión del protestantismo    especialmente en tierras turolenses105.

Pero, quizás convenga concluir este bloque con el análisis de lo que supuso la gestación de un catolicismo social en Aragón, afortunadamente bien estudiado106, protagonizado por una minoría de personas que -al margen de la situación de confusión que vive la Iglesia- dedican sus atenciones al mundo obrero. Estas gentes supieron construir una alternativa católica a la cuestión social en tierras aragonesas, comenzando por la fundación en 1878 del primer Círculo Católico Obrero en Huesca, al que siguieron los de Teruel (1883) y el de Calatayud (1886).

Cuando se fundó el círculo oscense “San Lucas Evangelista” previa petición107 de un grupo de católicos seglares al obispo Onaindía -que tardó en aprobar la idea solamente cuatro días- no podían prever que en seis años alcanzarían la cifra de 641 socios, 210 protectores, 333 obreros activos y 98 aspirantes. Este apogeo es compartido en Teruel, donde es el propio obispo Ibáñez Galiano el que funda el círculo108 para “asociar a los Obreros Católicos para ayudarse mutuamente en las necesidades de la vida, instruirse en toda clase de conocimientos útiles a su posición y oficio, propagar y arraigar entre sus miembros las doctrinas católicas y buenas costumbres, y proporcionarles honesto recreo en los días y horas de descanso”.

Y en las tres, incluida Calatayud, se ponen en marcha Sociedades de Socorros Mutuos, una oferta de mutualismo en la que son pioneros los laicos aragoneses turolenses que atendían a los socios cuando, no por culpa suya, se quedaban sin trabajo. Entonces “el presidente hará diligencias para encontrárselo, y si estas resultasen inútiles, se le dará el socorro de tres reales diarios, si fuera padre de familia, o de dos si fuera soltero”, con la limitación de que este socorro no podía recibirse más de cinco días en cada trimestre.109

Corno vemos las aportaciones de estos grupos de laicos a la mejora del sistema laboral es clave, pero incluso conviene anotar que hubo grupos de mujeres -que formaban la Congregación de Madres cristianas- recorriendo las fábricas “invitando a sus dueños a no tenerlos abiertos los días festivos”, y asegurándoles que si colaboran en la conquista del descanso semanal110 para el obrero, su nombre será publicado con honores en la revista El Pilar durante el año 1885.

Este importante asunto había sido planteado por el canónigo Mariano Supervía Lostalé que, en 1884, publicaba un largo memorial sobre la religión y la clase trabajadora, en el que enumeraba las claves del pensamiento social católico, seis años antes de la proclamación de la Rerum Novarum, y se convertía en el verdadero protagonista de los inicios de esta preocupación social. El plantea que el problema del obrero no se resuelve con más dinero, se resuelve con la conquista de una serie de mejoras que contribuyan a mejorar su dimensión humana111 y llega a afirmar que “el obrero es de la misma naturaleza que el propietario" . Con él hay que apuntar la presencia del obispo turiasonense José María Salvador y Barrera que, en agosto de 1904, recogerá el testigo y dirá a sus arciprestes que “no somos enemigos de los capitalistas, pero el alma de un obrero no es para nosotros menos preciosa que el alma de un potentado. Y los obreros son más y están más indefensos a las tiranías de los fuertes y más expuestos a los engaños y mixtificaciones de los hábiles”.

Entre uno y otro texto esta la publicación de la Rerum Novarum112, en 1891, por medio de la cual León XIII respondía a las llamadas de los católicos centroeuropeos y que apenas tuvo incidencia en tierras aragonesas, mucho más cuando fue suplantada por la influencia que tendrá el Catecismo católico sobre la llamada cuestión social que publica (1894) el obispo oscense Vicente Alda y Sancho113, un texto con el quiere “que las personas que no cuentan con libros ni tiempo para dedicarse a estudios extensos y profundos, adquieran las nociones más indispensables sobre la llamada cuestión social u obrera, logren defenderse de los perniciosos errores que se difunden por todas partes y contribuyan en la medida de sus fuerzas a librar a los pueblos de los gravísimos males que les amenazan”.

Junto a la influencia de este texto episcopal, destacan abundantes conferencias114 que imparten destacados laicos preguntándose cuestiones como ”relaciones entre el capital y el trabajo”, “el salario justo y el salario familiar”, “leyes obreras" o “los economistas católicos”; en centros de conferencias como la Academia de san Luis Gonzaga o la Academia Calasancia, en la universidad o en los locales de las asociaciones obreras, e incluso en la revista El Pilar que había nacido en 1883 y estaba destinado a “las clases populares y muy singularmente a los jóvenes trabajadores”115.

Todo este ingente trabajo, mantenido por un amplio conjunto de laicos que están empeñados en demostrar que el mensaje eclesial es ahora más necesario que nunca, sufre un importante cambio de signo en los primeros aros del siglo XX, cuando se produce el nacimiento de otras preocupaciones en el movimiento seglar que, incluso, se compaginarán en el tiempo. A esta primera apuesta centrada en el mundo obrero, en 1901 sucede una nueva forma de actuación que nace de la nueva estrategia de implicarse en el ámbito electoral político.

EL APOSTOLADO SEGLAR

LA IRRUPCION EN LA VIDA POLÍTICA

La ciudad de Zaragoza cuenta con unos cien mil habitantes, a comienzos de¡ siglo XX, justo en el momento en el que esos colectivos de laicos116 comprometidos de la sociedad aragonesa han puesto su atención en los Congresos nacionales que se están celebrando en Burgos (1899) y en Santiago de Compostela (1902), en los cuales se está hablando ya de una nueva forma organizativa para el apostolado seglar que será la llamada “Liga Católica”. Una asociación que tiene como finalidad seguir manteniendo los apoyos para mejorar las condiciones de la clase obrera, pero sobre todo hacerlo desde una nueva dinámica que consiga crear un voto católico que permita alcanzar las responsabilidades del gobierno. Todo ello, siempre bajo la estricta dirección de la jerarquía eclesiástica.

En ese espíritu se produce la primera reunión de la Liga católica de Zaragoza117, en mayo de 1903, inspirada por ese pensamiento del cardenal Cascajares que considera que es necesario arbitrar la unión de todas las fuerzas católicas en un gran partido. Estaba claro que las ligas “se caracterizaban por su participación directa en la cosa pública”, por su talante electoralista y por la idiosincrasia de sus componentes que se vinculan a la burguesía y están agrupados por barrios118. Al frente de ella estará el montisonense Mariano de Pano que, como sus rectores, tendrá una clara vinculación al nacimiento de 'El Noticiero" (en 1901) y, en consecuencia, contará con el apoyo de una prensa católica perfectamente alineada en la conquista de los mismos intereses. Frente a este posicionamiento estará el “Heraldo Liberal”, que criticará la acción y que explicará que lo único que les interesa saber es que “piden el poder a toda costa”, y “El Clamor zaragozano” que llamará a sus partidarios a “tener a raya a los trabucaires con sotana”119.

El 10 de mayo de 1903, la junta directiva de la Liga se presenta al arzobispo Soldevila, al que visita en su palacio y con el que mantienen una protocolario acto en el que el arzobispo les explica la simpatía que les tiene, les avisa120 que ya es tiempo “más de obrar que de habla”, y que “somos la fuerza y el número, pero es necesario unirnos” para saltar a la arena política, pero teniendo claro que siempre deberán anteponer “los intereses del catolicismo a los del propio partido". A esta invitación a la lucha añade “El Noticiero” -el 11 de mayo de 1903- que “los males de la Iglesia y de la sociedad son fruto de la división y apatía de los buenos y no de la fuerza y el poder de los malos” Cuestión que complementa un conferenciante (Pedro García) diciendo que “no es indiferente que el gobierno de un pueblo sea de Dios o del diablo”.

No nos interesa aquí reflejar todo el proceso de participación de este grupo en la política, en las elecciones municipales -donde sólo sacan un concejal-, puesto que muy pronto el grupo de seglares implicado en esta operación vuelve a girar la vista atrás y recupera esa preocupación por el compromiso social apostando por la organización de amplios ciclos de conferencias, en los que poder educar políticamente a sus miembros121. Disertaciones que se dan en 1903 y 1904 y tratan sobre la “Instrucción del obrero”, “El socialismo”, “El anarquismo”, “La acción popular cristiana” o “La unión de los obreros católicos”. Esta preocupación por enseñar hace que un periódico republicano122 se congratule diciendo “la organización sindical católica sin saberlo nos educará soldados, despertando en los pueblos el espíritu de asociación paralelamente a nosotros”.

Puesto en marcha este proceso, la Liga apuesta por hacer una gran fundación que sirva de motor para el desarrollo de la sociedad y para el bienestar de sus gentes. El 1 de mayo de 1905 se iniciaban las operaciones de la Caja Obrera de Ahorros y Préstamos de la Inmaculada Concepción de Zaragoza123, de la que dirá “El Noticiero” que la caja “había sido creada para obreros, intervenida para obreros y por obreros casi totalmente dirigida. Junto a ello, no extrañaba oír decir a los directivos de la Liga, que ya ha tomado el nombre de Acción Social Católica, que sus “socios se reclutaban entre obreros conscientes. Sólo hay dos que no saben escribir pero saben leer”.

Pero inmediatamente de hecha la fundación, la Liga católica vuelve a preocuparse de la formación intelectual cristiana y de la asistencia a la población zaragozana. De esta gestión podemos destacar la creación de la Biblioteca Popular y la Obra de la Blusa, en 1905, y la Cooperativa obrera de Consumo de San José, inaugurada en mayo de 1906 para proporcionar artículos de primera necesidad sin adulterar, incluidos los garbanzos o “carne del pobre”. Es curioso leer que la prensa124 explica que en esta inauguración “llamaba la atención tanto número de trabajadores rodeando a dos sotanas y muy pocos sombreros”. Y no es menos curioso saber que en los estatutos no se obligaba a ser católicos a los que se asociaban a esta obra.

Triunfaba así la labor de un contingente de personas que trabajarán para paliar las necesidades de sus conciudadanos, enmarcando su trabajo en una institución que se ha mantenido viva a través del tiempo y que ha llegado a nuestros días superando el primer centenario. Pero este triunfo estaba muy tutelado por el obispado cesaraugustano que, en 1906, propició la creación del Consejo Superior diocesano de asociaciones católicas y la apertura de una Asamblea de Obras católico-sociales que se reúne en el propio palacio arzobispal y a la que asisten los párrocos125. El cambio está servido. Soldevila ha decidido que a partir de ahora sólo se apoyará en los párrocos y que toda la acción social de la sede zaragozana debe estar controlada sólo por los responsables de las iglesias que la componen126.

A pesar de este cambio de dirección, la Liga y todas las asociaciones se dedican a mantener una clara apuesta por el desarrollo personal y social de los aragoneses. Empresas que contribuyen a ello son la Unión diocesana de Asociaciones Agrarias, creada en 1909, el Sindicato de la Aguja de Nuestra Señora del Pilar (“para la mujer trabajadora de todos los oficios”), la Cooperativa san Antonio de Padua (para construir casas baratas) desde 1913, o el Bazar del Hogar Modesto en cuyas salas se exhiben -limpios y arreglados- aquellos objetos inservibles que pueden ir a “hogares modestos”127. Ya se había ampliado la nómina de acciones mucho y además “la acción social femenina de signo religioso, plasmado en multitud de iniciativas dispersas de ámbito local”, constituía un primer paso de acceso a la actuación pública de las mujeres que así adquirían protagonismo.

LA ORGANIZACIÓN DE LA CARIDAD

LA BÚSQUEDA DE NUEVAS IDENTIDADES

Concluída la guerra de 1936, la nueva situación política genera el ambiente apropiado para que la sociedad española entienda que es necesario apostar por un nuevo concepto de caridad, evidentemente no exenta de sentimentalismo. La miseria de la posguerra es tan grave y generalizada que se ve necesario -desde los sectores de población que tienen alguna responsabilidad- plantear su atención a esa amplia población que necesita ropas y alimentos. los protagonistas de esta llamada de atención son gentes vinculadas con la Iglesia, personas que entienden que los cristianos no pueden permanecer al margen del problema.

Especialmente toman el protagonismo en este asunto las gentes de la Acción Católica Española, nacida en España de la reorganizació n operada en 1926 y consolidada desde la importante apuesta -definida en la reforma estatutaria de 1939- por la diocesaneidad y la parroquialidad de toda su organización. Es el momento en el que los seglares comienzan a entrar en el apostolado seglar con plena dedicación, sobre todo con plena identificació n con los principios de la Acción Católica.

Por este razón, cuando trazamos el panorama de las aportaciones del laicado aragonés, es necesario contemplar la periodización que tiene la historia de este movimiento. Para comenzar, diremos que en estos momentos de la posguerra esta asociación tiene una gran importancia, pues se le reconoce misión apostólica, que pone en marcha la denominada “pastoral de segregación”, en la que la iglesia se repliega sobre sí misma y las ligas de seglares -como Acción Católica- se ocupan en la defensa de los derechos de la Iglesia.

A esta etapa, después de 1936 sucede el “nacionalcatolicismo” que impone la “pastoral de la autoridad”, desde la que se prefiere asignar sólo presencias en todos los actos y en todas las parroquias. Por último, desde 1950 y con la “pastoral de testimonio”, la Acción Católica pretende encauzar el apostolado de hombres y mujeres a la cristianizació n de las personas y de las estructuras, sobre todo desde el ejemplo y la acción personal. Para este momento ya se ha asimilado la teología de Pío XII sobre el laicado128, un criterio que explica que los laicos son Iglesia, construyen Iglesia y son la línea más avanzada de la Iglesia.

En este contexto, Acción Católica pone en marcha una institución eclesial singular (recordemos que ella creó también Manos Unidas) como Caritas, en cuya historia podemos hacer una pequeña periodización129. Los primeros tiempos son los del Secretariado Diocesano de Caridad, vigente entre 1942 y 1952, que nace para organizar la Caridad de la Iglesia en busca de una mayor eficacia, solo cuantitativa y no cualitativa, y en el intento de mantener ese anonimato que muestran las campañas130 cuando dicen que piden “por tus hermanos necesitados que acaso tu no conozcas”.

Este proceso de atender a los necesitados y a los pobres transeúntes, se pone en marcha a través de unas campañas de Caridad que juegan con la emotividad de la Navidad. En 1946 el propio arzobispo entrega la importante cantidad de 4.000 pesetas y -al final- se puede repartir aguinaldo de ropas y alimentos a 700 familias. En 1947 son varios miles las familias atendidas, puesto que el censo de pobreza nos lleva acerca de 8.000 unidades familiares131.

Cada año sube la implicaci6n de los zaragozanos y cada año adquieren más protagonismo los laicos, por lo que -en 1949- se decide que el proceso de reparto de aguinaldos “se organiza diocesanamente por su mayor eficacia, pero se reparten a través de las parroquias” por su mayor operatividad. A esta apuesta por la implicación del laicado, contribuye la escasez de religiosos y sacerdotes. Una grave situación que hace que la jerarquía eclesiástica potencie los movimientos de apostolado seglar, desde organizaciones que ellos pueden dirigir directamente.

En esta operación no podemos pasar por alto dos textos importantes que nos ayudarán a entender qué está pasando en la diócesis cesaraugustana, a la que imitarán las otras diócesis aragonesas. El primer texto es el de las Constituciones sinodales que afectan a los católicos seglares132, los documentos de un sínodo celebrado en 1943 para “fortalecer la fe católica, robustecer 1a disciplina eclesiástica y promover la piedad del pueblo cristiano”. Todo ello necesario para el único fin del sínodo: “es necesario y conveniente que los católicos seglares conozcan, con toda exactitud, los derechos que en el sínodo se les reconocen y los deberes a los que se les sujeta”.

Se considera que el laico, seglar o fiel queda “fuera de la jerarquía eclesiástica y sin potestad alguna”, limitando sus derechos a recibir los bienes espirituales convenientes para su salvación. Las obligaciones133 que se determinan de los seglares, se dividen en religiosas (difundir la fe y obedecer a los pastores diocesanos), en familiares (aversión al matrimonio civil y cuidar la moral de los hijos), en sociales, políticos (aceptar los cargos), profesionales, deberes de caridad para con los pobres indigentes y deberes para con la parroquia, que es su “casa paterna espiritual”, en la “que fueron engendrados para el Cielo”.

A este documento vendrá a suceder una Carta pastoral del arzobispo Casimiro Morcillo (1959) titulada Teología del Apostolado Seglar134 en el que hace especial referencia a una formulación amplia del concepto del quehacer seglar, máxime cuando inicia la carta señalando que “El apostolado seglar es de hoy, de ayer y de siempre en la Iglesia. Seguirá siendo mañana el noble quehacer de muchos fieles, y si un día todos los bautizados ejercieran alguna manera de apostolado, la Iglesia habría entrado en la fase de su plenitud histórica”. O cuando la concluye haciendo una extensa relación135 del apostolado seglar en su diócesis, que alcanza la cifra de mil setecientas hermandades, obras y asociaciones diocesanas.

Pero sobre todo, el arzobispo manifiesta que quiere convertir en referencia de toda esa obra pastoral a las gentes de Cáritas diocesana. Y ello, en un momento en el que la obra va creciendo y consolidando su proyección136, justo cuando como decía el obispo Tarancón el despertar de la conciencia eclesial de los seglares ha rejuvenecido a la Iglesia.

Y es que crecen las necesidades y al implicar en el movimiento a la amplia red de laicos activos en las parroquias se incrementa el censo de los necesitados, incorporándose muchos casos que desde las parroquias conocen y atienden bien. Por ello, también es necesario el buscar nuevos medios de financiación, cosa que hacen en las fiestas pilaristas de 1950 al poner en marcha una Tómbola de Caridad137  que acabará siendo un punto de referencia clásico y que hará famosas rifas como la de las muñecas vestidas de 1960.

Conforme avanza el siglo XX y se consolida un claro crecimiento económico en la península ibérica, la sociedad demanda nuevas maneras de acción y, especialmente, los laicos quieren apostar por nuevos modos de dar testimonio de su compromiso cristiano. En 1953 el viejo secretariado diocesano pasa a llamarse Caritas diocesana de Acción Católica en Zaragoza, al mismo tiempo que apuesta por crear centros de estudio benéfico-asistencial es, y se adentra en la problemática del mundo obrero.

En 1955 el arzobispo Casimiro Morcillo hace una famosa pastoral, titulada “Con Cristo a los suburbios de Zaragoza”, donde marca la nueva orientación de este apostolado. Ciertamente las cosas van cambiando y van bien, gracias a la voluntad decidida de los seglares que dirigen el quehacer de Cáritas y que apuestan por ayudar a las familias obreras, por atender especialmente el mundo de la infancia -donde se llegan a crear Colonias infantiles como la de Arañones en 1951-, o por adentrarse en la asistencia a los enfermos. La gran obra de atender al hermano se plasma en la instauración del Día de la Caridad en la fiesta del Corpus.

Este acontecimiento fechable en 1953 es todo un hito y pronto veremos como se especializa -año a año- con arreglo a las mayores preocupaciones sociales138, puesto que en este tránsito de 1960 nos encontramos con la presencia de nuevas pobrezas y con un hecho incuestionable: Zaragoza se ha convertido en un centro de inmigración rural, en el espacio al que acuden todos los aragoneses que se ven obligados a abandonar sus espacios natalicios.

La campaña “los deberes sociales de los católicos”, desarrollada en 1957, nos habla de la necesidad de poner en marcha nuevos servicios y nos está avisando de la necesidad de consolidar a este movimiento laico muy vinculado al arzobispo, como una entidad benéfico-social de la Iglesia. Y esto es lo que ocurre en 1960, cuando se abre el último período de esta historia y a partir de la cual irrumpen en la gestión de la atención a los necesitados las nuevas tecnologías y las nuevas técnicas de comunicación.

El mundo del cartel irrumpe con fuerza llenando las retinas de los ciudadanos con las pautas del mensaje. Los servicios de orientación permiten evitar males mayores y el estudio económico del problema plantea la búsqueda de canales de financiación fijos. Todo ello, en busca de la rehabilitació n personal y social del pobre como objetivo fundamental de este creciente y ejemplar movimiento de seglares.

El trabajo bien hecho y la fuerza que ha adquirido en tan poco tiempo, provoca que el arzobispo Morcillo le dé personalidad jurídica propia y constituya Cáritas Diocesana el 20 de abril de 1964. Ese es el tiempo en el que se inicia un proceso de profunda revisión, en busca de una identidad muy acorde con el nuevo marco existencial. El momento en el que la diócesis quiere abrir nuevas líneas de ayuda que contemplen también los resultados de los desajustes de la política de planes de desarrollo.

En 1968 se escribe que Zaragoza “es el ejemplo de todas las Cáritas de España, asunto al que no es ajeno el sacerdote Mariano García Cerrada, y en 1976 se explica que se está poniendo en marcha una nueva “reflexión ante la vida desde una perspectiva cristiana”, una nueva reflexión que va ampliando al infinito los campos de acción incorporando problemas como el de la vejez, la enfermedad mental o el de la asistencia a los problemas de la población infantil y preescolar139.

Al final de todo, podernos decir que se pudo hacer posible la idea clave de que Cáritas140 debía “ser un lugar de encuentro de la comunidad cristiana para un mejor servicio a los necesitados”. Al final, en el año 2003, es evidente que ha logrado ser el cauce adecuado para la acción caritativa y social, además de ser el mejor “espacio de mutua información y de diálogo para la relación fraterna entre los que trabajan al servicio de los pobres, lugar de encuentro para la mejor coordinación”141. Estaban echadas las bases para la nueva filosofía del movimiento que ha logrado aunar casi doscientas entidades de apoyo asistencial diocesano, con unos recursos humanos de cerca de cuatro mil voluntarios, de los cuales el 87% concentran sus esfuerzos en la ciudad142.

Pero mientras Cáritas diocesana crece, todos los movimientos que encierra Acción Católica comienzan a vivir un período de crisis desatado sobre todo ante la independencia que estaban tomando los jóvenes, frente a la autoridad eclesiástica y frente al poder político al que critican en muchas ocasiones. Era el final de un tiempo de profundos trabajos en los que se había logrado enraizar a la Iglesia en la masa de jóvenes trabajadores (con la Juventud Obrera Cristiana) y con los estudiantes universitarios (JEC).

Pero si era el final, también era el principio de una nueva forma de entender estas movimientos que nace en la Asamblea de Madrid (1965), promovida por JARC, JEC, JIC, JOC y Movimiento Junior, y que se plasma en las “Orientaciones para el apostolado seglar” que se dictan en 1972 y que hablan de “no imponer otros límites que los de 1a fidelidad a Cristo y a los términos en que El ha encargado a la Iglesia su misión”. Desde esta formulación general se llegará a aceptar que debe prepararse a los militantes “para el diálogo, tanto dentro de la Iglesia como en la sociedad civil”, que se debe despertar “la                    conciencia social de los cristianos”, que hay que hacer “presente a la Iglesia en los diversos ambientes”.

A este proceso de crítica y de renovación incluso se refirió el papa Juan Pablo II, en su reunión con el Apostolado Seglar en Toledo, durante su visita pastoral a España en 1982, cuando decía “Sé que se han ido superando entre vosotros situaciones críticas de identidad asociativa. Ha llegado la hora de superar definitivamente esas situaciones”.

Dos años después, la diócesis cesaraugustana entraba en la celebración del Sínodo diocesano que inauguraba monseñor Yanes el 10 de junio de 1984, cerrando tres años de trabajos en los que reflexionaron muchos seglares y religiosos143 y que se iniciaron a petición de un grupo de sacerdotes reunidos en la casa de espiritualidad de Híjar.

Este es un buen punto final para este proceso de reflexión, coincidente claramente con el que cientos de seglares aportaron a la construcción de este sínodo en el que se pasó del miedo (cuando se convocó algunos clérigos opinaban que no deberían asistir laicos aunque sí opinar por escrito) a la libertad, a esa libertad con la que el Sínodo pidió a los grupos cristianos que siguieran reuniéndose después de la clausura de 1986.

No en vano, el arzobispo de Zaragoza había afirmado en una de las primeras cartas de convocatoria, en 1983, que “en la Iglesia todos somos necesarios, todos somos convocados”144, y no era gratuito que a esa carta de Elías Yanes hubieran contestado 120 sacerdotes, 500 religiosos y nada menos que más de mil quinientos seglares.

En ese momento todos los implicados supieron que había merecido la pena el esfuerzo, como ustedes y yo reconocemos que ha merecido la pena esta larga historia de encuentros y desencuentros, que nos ha permitido construir esta Iglesia que se abre al tercer milenio con los brazos abiertos y convencida de que -hoy más que nunca- es posible inventar el futuro desde el compromiso de los que creemos a ras de tierra en el cielo prometido.  
 


 

NOTAS  
 

144 Interesa analizar la base teológica de la espiritualidad y valorar los textos conciliares que se estudian en la obra La Iglesia, identidad y cambio, pp. 137 a 156, obra de Juan Antonio Estrada Díaz (Madrid, 1985).

2 Juan Antonio Estrada, en el capítulo segundo de su libro La espiritualidad de los laicos en una eclesiología de comunión, (Madrid, 1992), explica cómo “el concepto de laico es el término primordial y originario de toda la teología, ya que es el cristiano sin más, sin ulteriores especificaciones”, haciendo notar cómo “es un laico el que pasa a sacerdote o religioso desde la recepción del sacramento del orden o desde la profesión de vida religiosa”. También hace especial referencia al modelo de santidad de los laicos, explicando cómo no hay muchos santos laicos pues éstos no tienen una forma efectiva de presión, frente a las ordenes religiosas que forman un poderoso cuerpo. Este punto le lleva a referir la abundancia de mártires cristianos, pero a reconocer la escasez de santos laicos hasta el siglo XIX. Para la bibliografía a este respecto acudir a la nota 5, página 46, de este trabajo. J. M. Castillo ha hecho también una “Lectura materialista del santoral' en Misión Abierta 74 (198 l), pp. 307 a 311.

3 L. Dodds analiza el tema en Paganos y cristianos en una época de angustia (Madrid, 1975), pp. 137 a 179. También lo ha analizado M. Ruiz Jurado en su obra El concepto de mundo en los tres primeros siglos del cristianismo (Roma, 1971).

4 Ver el catálogo El Pilar es la Columna (Zaragoza, 1996).

5 Hace referencia a estos asuntos Francisco Beltrán Lloris en su trabajo Los primeros cristianos en Aragón (Zaragoza, 2000), pp. 29 a 31. Minucio Félix escribe, a comienzos del siglo III, que “de los convites de los cristianos no hay por qué hablar, pues es la comidilla de todos”.

6 Para los primeros santos oscenses debe verse el capítulo X de la obra Historia de la diócesis de Huesca, (Huesca, 1993) de Damián Peñart y Peñart.

7 Para este tema hay que consultar la Iconografía de los santos aragoneses, tomo 1, (Zaragoza, 1982, escrita por Wifredo Rincón y Alfredo Romero. Filos mencionan a Agatoclia, muchacha al servicio de unos ricos labradores de Mequinenza; el matrimonio Orencio y Paciencia de Huesca; santa Engracia y su tío san Lupercio en Zaragoza; el soldado san Frontonio; el agricultor san Lamberto; el pastor san Millán, etc.

8 Guillermo Fatás Cabeza habla de este asunto en su libro De Zaragoza, (Zaragoza, 1990), página 29 y ss.

9 Es clara la reflexión que hace Marcelino Menéndez Pelayo en su Historia de los Heterodoxos españoles, 1, (Madrid, 1978), pp. 190 y 191.

10 lbidem, pp. 133 y ss.

11 El análisis global lo hace Joseph Vilella Masana en su artículo "Un obispo-pastor de la época teodosiana: Prisciliano" en Studia Ephemeridis Augustinianum 58 (1997), II, pp. 503 a 530. Ver en concreto para lo referido en el texto las páginas 508, 509, 510 y 517.

12 Historia de los heterodoxos, página 167.

13 De Zaragoza, páginas 118 y 119.

14 Así se expresa la Didakalia de los Apóstoles, II, 56,4, cuando establece la misión de cada uno en la Iglesia y deja a los laicos el cometido único de trabajar en pro del progreso de la comunidad, sobre todo del progreso numérico.

15 Es muy interesante el libro de Adolfo Castán Lugares mágicos del Altoaragón, (Huesca, 2000). En su páginas (87 a 106) Castán documenta la habitabilidad en la Cueva del Toro, en Belsué, donde se encontraron monedas del emperador Constancio que debemos situar a partir del año 323. Su ocupación está clara entre mediados del siglo IV y hasta finales del siglo VI.

16 A estas gentes se refiere todavía el Concilio XII de Toledo, el año 681, cuando se refiere a “los adoradores de ídolos, los que veneran las piedras, los que encienden antorchas y adoran las fuentes y los árboles”.

17 José María Fuixench Naval ha publicado una documentada guía sobre los Santuarios rupestres de/ Alto Aragón, (Zaragoza, 2000)

18 Para estos asuntos monásticos remitimos a mi estudio sobre Los monasterios altoaragoneses en la Historia, (Huesca, 2002), al que sigo en muchos de los aspectos referidos aquí.

19 “Regula Communis”, del año 656. Ha estudiado estos temas Julio Campos Ruiz en sus “Reglas monásticas de la España visigoda” en Santos Padres españoles, II, (Madrid, 1971).

20 Puede verse la importancia de esta cuestión en algunos trabajos locales como el de Saturnino Ruiz de Loizaga sobre Iglesia y sociedad en el Norte de España (Alta Edad Media), (Burgos, 1991), pp.52 a 54.

21 M.C.Díaz y Díaz se refiere a ello en la página 89 de su trabajo La vida de San Fructuoso de Braga. Estudio y edición crítica (Braga, 1974)

22 Isidro Bango estudia estos asuntos en su artículo sobre “El monasterio hispano. Los textos como aproximación a su topografía y a la función de sus dependencias” en Los monasterios aragoneses, (Zaragoza, 1999), página 10. Ver notas 4, 5 y 6 de la página 8.

23 Ibidem, página 9, nota 7. San Fructuoso, godo y promotor de varias fundaciones vivió en el siglo VII y acabó siendo obispo de Braga.

24 Lo estudia José Orlandis en su Hispania y Zaragoza en la antigüedad tardía, (Zaragoza, 1984) pp. 77 y ss.

25 Ibidem, página 79, nota 8, donde refiere la obra de Munier sobre el Ordo celebrando concilio.

26 J. Orlandis estudió este tema en su “Pobreza y beneficencia en la Iglesia visigótica”, dentro de su obra La Iglesia en la España visigótica y medieval (Pamplona, 1976). También ver lo que ha dicho en Hispania y Zaragoza..., página 73 y nota 35.

27 Ver Iglesia y sociedad en el norte de España..., página 55 y ss. Consultar nota 41.

28 Para este asunto se puede recordar el viejo trabajo (1928) de M. Torres López sobre “El origen de las iglesia propias”, publicado en Anuario de Historia del Derecho Español, 5, pp. 83 a 217.

29 Iglesia y sociedad..., pp. 89, nota 86.

30 Iglesia y sociedad..., pp. 55 y 56.

31 Carlos Laliena, La formación del estado feudal. Aragón y Navarra en la época de Pedro I, (Huesca, 1996), páginas 285 y ss.

32 Ver lo que dice de esta institución José Orlandis en sus Estudios sobre instituciones monásticas medievales (Pamplona, 1971, pp. 254 a 309.

33 Concepción Contel Barea se refiere a ello en su trabajo sobre El cister zaragozano en los siglos XIII y XIV: Abadía de Nuestra Señora de Rueda de Ebro, (Zaragoza, 1977), pp 88 y 89.

34 Lo refiere Francisco Castillón Cortada, en su La Catedral de Santa María de Monzón y su diplomatorio, (Huesca, 1997), pp. 468 y 469, documento 4 bis, 18 de junio de 1169.

35 Lo refiere Antonio Durán Gudiol, en su trabajo Historia de Alquézar, (Zaragoza, 1979), pp. 104 a 106.

36 Ver el documento 113 de la Colección diplomática de San Andrés de Fanlo, publicada por Ángel Canellas López (Zaragoza, 1964).

37 Concepción Cantel Barea se refiere a ello en su trabajo El cister zaragozano.. ., pp. 76 y ss. Documento 62.

38 Francisco Castillón Cortada, lo menciona en su La Catedral de Santa María de Monzón..., pp. 128 y 129.

39 San Bernardo escribió que estas gentes urbanas descubrirían “más cosas en los bosques que en los libros, los árboles y las peñas te enseñarán más que ningún maestro”.

40 Ver el capítulo que dedico en Los monasterios altoaragoneses en la historia, referido a la eficacia de los monjes, pp. 65 y ss, especialmente lo que se dice en la página 77 sobre “La felicidad eterna”.

41 Lo edita Ángel Canellas López en el documento 144 de su Colección diplomática de Sancho Ramírez (Zaragoza, 1993). Está fechado en el año 1093 y es la concesión de una pensión anual de cuatrocientos sueldos destinados a la manutención y el vestido de las monjas de Santa Cruz de la Serós.

42 Los monasterios altoaragoneses. .., página 95. En este encarte transcribo algunos textos de donaciones que hablan de cómo éstas se hacen para que “con los santos del Señor, mártires, vírgenes y confesores, merezcamos obtener el perdón de los pecados y percibir el gozo inenarrable”. Es un documento de San Juan de Maltray del año 995.

43 Para asuntos referentes a la reforma gregoriana remito a mi libro Sancho Ramírez, rey de aragoneses y pamploneses, (Zaragoza, 1996), pp. 91 a 105.

44 Alberto López Polo, Catálogo del Archivo General Eclesiástico, (Teruel, 1965), página 21.

45 Ibidem, pp.32 y 33. Testamento de 24 de agosto de 1289.

46 Ibidem, pág. 71. Testamento de Juan Domínguez de Perales y de su mujer María de Hungría. Teruel, 29 de marzo de 1348. En 1351 sabemos que al casarse en segundas nupcias cambió su lugar de entierro por el altar de san Nicolás en la iglesia de San Salvador. Ver pp. 74 y 75 del Catálogo del archivo del Capítulo...

47 Ver lo que explica como marco general Juan María Laboa en su reflexión Los laicos en la Iglesia, (Madrid 2003) pp. 43 y ss.

48 José Angel Sesma y otros, Un año en la historia de Aragón, 1492, (Zaragoza, 1992), página 115.

49 María Isabel falcón Pérez, Ordenanzas y otros documentos complementarios relativos a las Corporaciones de oficio en el reino de Aragón en la Edad Media, (Zaragoza, 1997), pág. 132. 28 de enero de 1398.

50 Ibidem, página 210. Es una refundación fechable en el reinado de Alfonso V, entre el año 1416 y 1458.

51 Ibidem, página 258. 24 de agosto de 1429.

52 Ibidem, página 592. 1496

53 Ibidem, página 49, dadas en Zuera el 17 de diciembre de 1311.

54 Lo publica, documento 73, Ángel San Vicente Pino, Instrumentos para una historia social y económica del trabajo en Zaragoza en los siglos XV a XVIII, tomo I, (Zaragoza, 1988). El texto se fecha en 1511.

55 Ordenanzas y otros documentos.. ., pp. 214 a 222, para la cita, página 215.

56 Tenía los sermones del papa san León, editado en Venecia en 1482, o los de Hugo de Prato, editados en Nuremberg el año 1483, o los Sermones Áureos de santos, para todo el año, obra de Leonardo de Utino (Venecia 1475. De ello dan cuenta Julián Ruiz, José Antonio Mosquera y Justo Sevillano en su Biblioteca de la iglesia catedral de Tarazona, (Zarahoza, 1984), pp. 78, 92 y 106.

57 José Garcés Romero en su La sociedad tradicional serrablesa a través de sus archivos parroquiales, (Huesca, 1997), página 125.

58 Emilio Moliner Espada, Historia de Cariñena, (Zaragoza, 1980), página 157, hace referencia a mandatos de Visitas pastorales.

59 José Sánchez Herrera, “Los catecismos de la doctrina cristiana y el medio ambiente social han de ponerse en práctica (1300-1500)”, en Anuario de Historia de la Iglesia, III (1994), pp.179-195.

60 Ildefonso Adeva Martín, “Cómo se preparaban para la muerte los españoles de finales del siglo XV”, en Anuario de Historia de la Iglesia, I (1992), pp.113-138.

61 Un año en la historia de Aragón..., pág. 139. La cita se refiere al testamento de Violante de Bardají.

62 Hay una abundante serie de manuales para confesar, como uno que dedican dos monjes anónimos al arzobispo don Alonso de Aragón, en la que dicen ayudar a “personas simples y que no alcanzan pericia de letras”, Un año en la historia de Aragón..., pág. 389.

63 Un año en la historia de Aragón..., pág. 137.

64 Está Claro que existieron algunos movimientos de contestación desde dentro de la Iglesia, como esas propuestas descentralizadoras de Port Royal, protagonizada por los laicos que se retiran en soledad para reforzar su espíritu según las normas más estrictas del cristianismo. Igualmente sabemos que san Francisco de Sales (1567-1622) escribió que es “error, o por mejor decir, herejía, pretender desterrar de la vida devota de las compañías de los soldados, de las tiendas de los artesanos, de los palacios de los príncipes y de las familias de los casados”. Ver el capítulo 6 del citado Los laicos en la Iglesia, página 65 y ss.

65 Ver Jean Delumeau, La confesión y el perdón, (Madrid 1992) pp, 22 y 23.

66 Ibidem, página 30. Se refiere a un texto de san Juan Eudes titulado Le Bon Confesseur, escrito en 1644.

67 La catedral de Santa María de Monzón..., página 146. El suceso lo cuenta fray Pedro Pinedo y lo ubica en torno a 1592

68 José Antonio salas, en su La población de Barbastro en los siglos XVI y XVII (Zaragoza, 1981), pp. 306, habla de algunos pasquines anónimos colocados en los pilares de la Plaza del Mercado.

69 Ph. Ariès trata el tema de L’homme devant la mort, (París, 1977), y analiza el resurgimiento de ese pesimismo medieval que hemos visto en el siglo XIV, que potenciaba ya una espiritualidad del miedo y una gran preocupación por el Juicio final.

70 La espiritualidad de los laicos... pp. 122 y ss.

71 Ibidem, páginas 127 y 128. Quiere buscar soluciones a un hecho clave: el laico que vive en el mundo tiene muchas dificultades para las largas oraciones y para la vida regular.

72 Julio Caro Baroja lo cita en Las formas complejas de la vida religiosa (Madrid, 1985), pág 169. Habla que fue editado en 1705.

73 La espiritualidad de los laicos..., pág 120. El capítulo 4 lo dedica a hablar de los influjos de la reforma protestante y de la espiritualidad de la contrarreforma.

74 Las formas complejas de la vida... página 354

75 Ver mi trabajo sobre “La historia del mosen altoaragonés” en Mosen. Historia de curas en el Pirineo Aragonés, (Jaca, 2000), en concreto pp. 325 y 326.

76 Manuel Gómez de Valenzuela en sus Documentos del valle de Tena (siglo XVII, (Zaragoza, 1995) pp.94 a 99, cuenta que en la consagración de la iglesia de Panticosa -en noviembre de 1620- el enviado episcopal anunció al pueblo que no estaba permitido el culto a fray Domingo Guallart, por no estar beatificado ni canonizado. El Vicario general de Jaca pidió a todos qe retiraran del culto las reliquias existentes de este panticuto muerto en Valencia en olor de santidad. Y entonces, ante la pena de excomunión, “muchos hombres y mujeres del dicho lugar de Panticosa dieron y entregaron muchos pedaços de huesos del cuerpo del dicho padre”.

77 La catedral de Santa María de Monzón..., página 237. Sabemos que esa cama se exhibía en las grandes celebraciones en el presbiterio y que estaba relacionada con la costumbre de pasar los niños por la Virgen en esas ocasiones.

78 El autor es Fray Antonio Álvarez y se refiere a ella Caro Baroja en Las formas complejas de la vida religiosa... pág. 448, notas 101 y 102.

79 Las formas complejas de la vida religiosa... , pág. 228

80 La aventura de servir a la Inquisición. Crónica monegrina de la quiebra del poder en el Siglo de Oro, (Zaragoza, 2004). Para las citas que se hacer ver páginas 14 y 13. La cita primera es de agosto de 1522 y ocurre en Lanaja. La segunda cita se refiere a 1645 y se sitúa en Sariñena.

81 Ibidem, pp.179 a 182. La cita se refiere a la visita de Juan de Mora, hecha en 1598 al templo de Santa María de Monzón, para poner en práctica las normas emanadas del Concilio de Trento.

82 Ibidem, página 181.

83 Ver mi La Diócesis de Zaragoza, aproximación a su historia, pp. 52 y 53.

84 El abad escribió el Memorial de confesores (Zaragoza, 1622) y el monje del convento de San Lamberto su Exercicios espirituales, muy provechosos para personas deseosas de su salvación, editado en Zaragoza el año 1630.

85 Enrique Satué estudia la Religiosidad popular y romerías en el Pirineo, (Zaragoza 1991), pp. 33 y ss.

86 La historia del mosen altoaragonés, pp. 341 y 342.

87 Mosen Rafael Ayerbe Castillo es de los grandes teóricos sobre el cultivo del almendro que él mismo creó por injertos en el huerto parroquial. Ver referencia en mi La historia del mosen altoaragonés, página 329.

88 Para todos estos asuntos que vamos a tratar, remito a mi trabajo sobre “La secularizació n de la pobreza. De la bendición de Dios a la condenación de la sociedad” en Ilustración y proyecto liberal. La lucha contra la pobreza, (Zaragoza, 2001), pp. 111 y ss.

89 Juan Antonio estrada trata de esta evolución en su libro Del misterio de la Iglesia al Pueblo de Dios, (Salamanca, 1988), pp. 239 y ss.

90 La secularizació n de la pobreza..., página 123.

91 Ibidem, pp. 124 a 126. El Reglamento de la Tienda Económica de Zaragoza se publicó en 1889 y llegaron a tener redactada una lista de 600 vecinos que necesitaban ayuda urgente.

92 Los laicos en la Iglesia..., páginas 80 a 83. Explica la obra “Las cinco llagas de la Iglesia”, escrita en 1832, publicada en 1848 e incluía en el Índice en 1849.

93 La sociedad tradicional serrablesa.. ., página 165, notas 29, 30 y 31. Se refiere a años comprendidos entre 1785 y 1802. En Pardinilla será –en 1802- el propio alcalde del lugar, el que se ponga a la cabeza de los rebeldes “estorbándola recaudación de las décimas”.

94 Emmanuel Cabello, “San Pío X y la renovación de la vida cristiana”, en Anuario de Historia de la Iglesia, VI (1997), pp. 45-60.

95 En Los Laicos en la Iglesia..., pp. 83 a 85, se plantea Laboa esa relación entre laicos y modernismo, haciendo referencia a autores como Gallarati Scotti.

96 El texto es de Julio Ascaso, Memorias de un Socialista, publicadas en 1927, página 38.

97 Sabemos que la Semana Santa de Híjar se reforma en 1921, que la de Zaragoza se moderniza en el año 1908 y que así ocurre en otros lugares de Aragón. Ver la Semana Santa de Zaragoza, (Zaragoza, 1981) de García de Paso y de Rincón García, pág. 51.

98 Catolicismo social en Aragón..., página 304 y ss.

99 Catolicismo social en Aragón..., pp. 346 y 347.

100 Catolicismo social en Aragón...,página 365.

101 Ver el tomo 2 de Aragón durante la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) escrito por Eloy Fernández Clemente (Zaragoza, 1996), ppa 86 a 103.

102 Para ver un panorama general y básico acudir también al Aragón durante la Dictadura, páginas 93 y 94.

103 Ibidem, pág. 88.

104 Ver mi libro Jaca, dos mil años de historia (Zaragoza, 1962), pág. 449

105 Aragón durante la Dictadura... , pp. 94 a 96. Se explica que en 1927 hay 798 protestantes en Huesca, 175 en Zaragoza y 568 en Teruel.

106 El trabajo principal es de José estarán Molinero, Catolicismo social en Aragón (1878-1901) publicado en Zaragoza el año 2001.

107 Catolicismo social en Aragón..., pp- 153 a 162. Lo aprobó el 14 de diciembre de 1878. El fin del círculo es “arraigar y propagar las creencias de la Iglesia Católica, Apostólica, Romana, las buenas costumbres, los conocimientos religiosos, literarios y artísticos, y ejercer la caridad creando un fondo de socorro para los casos de enfermedad o inhabilitació n”.

108 Catolicismo social en Aragón..., pp 162 a 166.

109 Ibidem, página 175.

110 Ibidem..., pp. 200-201. Hay 151 establecimientos zaragozanos colaborando en este proceso de conseguir el descanso semanal, en la Zaragoza de 1885.

111 Está perfectamente estudiado este texto en Catolicismo social en Aragón..., pp 104 a 112.

112 Teodoro López estudia el pontificado de “León XIII y la cuestión social” (1891-1903), en Anuario de Historia de la Iglesia, (Pamplona, 1997), VI, pp. 29-44.

113 Lo estudia José estarán en su “El catecismo de Alda”, en Revista Aragonesa de Teología, 9 (1999)), pp. 87 yss.

114 Catolicismo social en Aragón..., páginas 265, 267 y 269. Ver el capítulo sobre “los laicos” de la página 264.

115 Ver el primer número correspondiente al 10 de noviembre de 1883, donde así lo señalan sus fundadores.

116 Ver de Federico M. Requena, “Vida religiosa y espiritual en la España de principios del siglo XX”, en Anuario de la Historia de la Iglesia, XI (2002), pp. 39 y ss.

117 José Estarán Molinero, Cien años de “Acción Social Católica de Zaragoza” (1903-2003), (Zaragoza, 2003)

118 Ibidem, página 27.

119 Ibidem, páginas 51 y 55. Este último se publica el 7 de junio de 1903. Frente a esta crítica de la prensa arreciarán las conferencias dadas por los católicos implicados en el proyecto. Mariano de Pano habló de “La unión de los católicos españoles”, Pedro García de “La religión y la política”, Norberto Torcal de “La acción social de los católicos”. Ver páginas 64 a 66.

120 Ibidem, pp 40 y 41.

121 Ibidem, pp. 82 y ss.

122 Se trata de “El Progreso” republicano, que lo edita el 20 de octubre del año 1906. Cien años de..., pp. 175 y ss.

123 Ibidem, capítulo II, pp. 97 a 114.

124 “El Noticiero”, 8 de mayo de 1906. Para la Obra de la Blusa ver Cien años de..., pp 126 y ss, donde se explica que era una organización de damas católicas zaragozanas que confeccionaban blusas para obreros, por lo menos una al mes.

125 Francisco Martínez Hernández, “La formación espiritual de los sacerdotes españoles (1900-1936)” en Anuario de Historia de la Iglesia, II (1993), pp 97 a 125. En la misma revista ver de Primitivo Tineo “La formación teológica en los seminarios españoles (1890-1925)”, pp. 45 y ss.

126 Cien años de..., pp. 155 a 167.

127 Ibidem, pp. 213, 265, 279 y 282.

128 José Orlandis estudia “El papa Pío XII” en Anuario de Historia de la Iglesia, VI (1997), p. 113 a 125.

129 Para Zaragoza hay una tesis realizada (1993) por Francisco José Yagüe Agreda, Aproximación a la evolución y desarrollo de Caritas en Zaragoza (1942-1975), y que hemos podido consultar en su ejemplar mecanografiado gracias a la amabilidad responsable de la Biblioteca de Caritas.

130 Ibidem, página 14. Zaragoza 1949.

131 Ibidem, páginas 36 y 37. Podemos señaar que la campaña en 1942 recaudó 290.000 pesetas, que en 1952 llegó a 4.797.040 pesetas y que en 1958 estaba en 10.944.727 pesetas.

132 Publicadas en Zaragoza el año 1947 por la Junta diocesana de Acción Católica.

133 Constituciones sinodales... , ver páginas 9 a 16, del Capítulo II que trata de las Obligaciones de los seglares. Es interesante cómo en el capítulo II se trata “De la reverencia y obediencia que los seglares deben a la jerarquía eclesiástica” y que el capítulo IV se dedica al tema “De las asociaciones de fieles”.

134 Publicada en Zaragoza con motivo del Congreso Diocesano del Apostolado Seglar, celebrado entre el 8 y 15 de noviembre de 1959. estaba fechada el 21 de septiembre de 1959.

135 Ver páginas 18 a 21.

136 No podemos olvidar que un año antes el obispo de Solsona Vicente E. Tarancón publicó (Madrid, 1958) su libro Los seglares en la historia, donde denuncia los dos peligros existentes: primero el que los seglares se extralimiten en sus tareas y no vean sus errores, y segundo que haya una parte del clero que sólo se dedique a “frenar injustamente esos santos afanes, dejándose llevar de una mentalidad pequeña y una práctica restrictiva de recelo o de miedo ante la injerencia seglar”.

137 Francisco Yagüe explica que primero se situó en el Paseo de la Independencia y que luego acabó en la Plaza de Aragón. El caso es que esa tómbola acabó financiando la mayor parte de las necesidades de caridad. Ver página 53 de su estudio “Aproximación a la evolución...

138 El primer día se dedicó a la Obra Pro Suburbios, muy querida por el arzobispo zaragozano. Aproximación a la evolución..., página 70. Para la colonia creada en Canfranc ver la página 71.

139 Ibidem, para la decisión de Morcillo, ver página 137 y ss.

140 Así se dice en el libro La acción sociocaritativa de la Iglesia en la diócesis de Zaragoza, (Zaragoza, 2003) de enorme interés.

141 Esto se dice en el Proyecto Pastoral para la Archidiócesis de Zaragoza, Zaragoza 28 de noviembre del año 2000.

142 Pp. 131 a 143, del libro La acción sociocaritativa. ...

143 Remito al trabajo de Carlos Pintado Estobal, “El Sínodo diocesano de Zaragoza de 1984-1986”, publicación de dos capítulos de su tesina de licenciatura, en la revista Aragonia Sacra, IX (1994), pp. 281 y ss.

144 El Sínodo Diocesano... , página 293.