II. TUS PREGUNTAS SOBRE JESÚS

 

Querido amigo, de Jesús ya te he hablado mucho, porque todo lo dicho de Dios puede aplicarse a el. Es curioso que tus preguntas sobre Jesús sean menos que sobre Dios. Además, las preguntas que me planteas sobre Dios muestran que quieres resolver muchos problemas prescindiendo del Hijo. Y eso es imposible. No tomes, pues este capitulo como si el Hijo fuese un apéndice, y no pienses tampoco que Dios es mas conocido que Jesús.

Con tus preguntas sobre Jesús se pueden hacer cinco grupos:

 

1.      ¿Cuál es la relación que hay entre Dios y Jesús?

2.      ¿Qué sabemos del Jesús histórico?

3.      ¿Cómo comprender la persona de Jesús?

4.      ¿Cómo creer en su concepción virginal?

5.      ¿Para que sirven los sacramentos?

 

Me parece que este plan engloba todas tus interrogantes. De todas formas, permíteme remitirme a mi libro «un amor llamado Jesús», en el que muchos de estos temas están mas ampliamente tratados.

 

JESÚS Y DIOS

 

Entre el cúmulo de preguntas que hacen referencia  este tema, me permito seleccionar estas tres:

 

«Jesús y Dios ¿son dos personas diferentes?»

«¿por qué se habla mas de Jesús que de Dios?»

«¿por qué no soy capaz de rezar a Dios Padre?»

 

¿Cómo relacionar a Jesús con Dios?

 

Comprendo perfectamente tu dificultad, amigo mío. Cuando era pequeño me di cuenta que mi abuelo materno hablaba de «Dios» y del «buen Dios». El primero era… Dios; él «buen Dios» era Jesús. En estos términos, que aparecen oponer a las dos personas sugiriendo que una es mejor que la otra, se expresaba mi abuelo. Ahora bien, en el texto del joven rico, Cristo rechaza categóricamente esta idea. «¿Por que me llamas bueno? Nadie es bueno mas que Dios»

Ya ves que no eres el único en pensar así. Muchos cristianos creen en lo mismo, aunque no se atrevan a confesarlo. En Europa, «Dios» evoca al ser supremo; en África, a una antigua divinidad pagana mal bautizada. En ambos casos, ¿quién es Jesús?¿Un hombre bueno, un profeta, un mensajero, un testigo? Tú sabes bien quien es Jesús es mucho más que todo esto.

En el fondo, la dificultad radica en lo mal que se nos ha enseñado el misterio de la trinidad. Para muchos cristianos, este misterio no es mas que un puro detalle que no cambia nada y que lo complica todo. La trinidad sería un invento de los teólogos que clasifican el espacio divino para colocar en él a tres personas difíciles de identificar. En el fondo, piensan estos cristianos, la trinidad no cambia nada a la cuestión de Dios, a no ser en que ofende a los musulmanes, y hace mucho más difícil el diálogo. Más en concreto, estos cristianos piensan que la divinidad es un plato común de todas las religiones en la gran cocina ecuménica que cada religión puede preparar y condimentar a su manera. ¡ la trinidad sería, pues, una especie de salsa para todo! O dicho de otra manera, Dios es un patrón confeccionado en la fabrica ecuménica al que cada confesión religiosa puede modificar y adornar como le plazca, sin salirse del modelo estándar. Cuando la gente dice que todas las religiones tienen el mismo Dios, esto es lo que sobreentienden. Para ellos, Dios es un objeto, una cantidad sin calidad(sin amor). La trinidad es pura palabrera: sugiere aspectos diferentes, pero no relaciones vivas. Por eso, su oración es mortalmente aburrida.

No, amigo mío. El creyente no comienza creyendo simplemente en Dios para después irle añadiendo florituras sin importancia. Desde el principio el cristianismo, en compañía de Jesús, empieza por descubrir al Padre, «abba, Padre querido», al que el espíritu hace nombrar así. Desde el principio conoces su ternura y no solo su existencia bruta, sin embargo, fíjate que en todas tus preguntas del capitulo anterior versaban sobre un ser concebido como un superobjeto, cuya mecánica solo ponía  en funcionamiento el mal. ¡Por eso me preguntabas como un Dios así podía amarte! Y yo te contesté, no con teorías, sino acurrucándome contra el corazón de Jesús para oír los latidos del Hijo. La fuente de mis enseñanzas es la oración.

Jesús es pues, el Hijo de Dios Padre, que se hizo hombre en el seno virginal de Maria para revelarnos un misterio maravilloso: que somos hijos queridos, salvados y destinados a la gloria.

En el nuevo testamento, Dios es casi siempre el Padre, o«el Dios y Padre». Ciertamente, el Padre no es el único que posee la vida divina, por la sencilla razón de que no la posee, sino que la entrega. Ahora bien, como Él es la fuente, se le atribuye, en primer lugar, el nombre de «Dios». Hay un solo Dios porque hay un solo Padre, del que procede todo. Eso no quiere decir que Jesús no sea Dios, ciertamente lo es, pero recibe su divinidad del Padre. Y también es hombre.

Lo mismo ocurre en la liturgia, donde «Dios» significa el Padre. De ahí que todas las oraciones estén compuestas siguiendo el mismo esquema básico: «Dios todopoderoso y eterno… tú que has hecho esto o aquello…, te pedimos… nos concedas… por Jesucristo tu Hijo. » el Dios que tiene un Hijo no puede ser mas que el Padre. No olvides y note lo imagines mas allá arriba como un Júpiter barbudo que se burla de tu oración. Y entonces caerás en la cuenta de que el poder divino más colosal es, ante todo, la misericordia.

En  el lenguaje corriente, «Dios» suele designar a toda la trinidad. En este sentido me encanta una frase sé sor Isabel, que repito todos los días al levantarme: «OH, Dios mío, trinidad que yo adoro.» Es decir. Tienes que tener cuidado para que la palabra «Dios» no pierda su sabor trinitario y se convierta en una palabra pagana. En este caso se vacía de vida, evoca un desierto por donde el amor no circula, y te encuentras ante un bloque de cemento sin entrañas que no puede responder a tus preguntas. Desgraciadamente, esto se produce muy a menudo. Amigo, no «descristianices» nunca a tu Dios.

Lo mismo ocurre con el titulo de «Señor». En la Biblia Adonai se aplica, como nombre propio de Dios. Pero, en san Pablo, «Señor» (kyrios) se aplica sobre todo al Cristo resucitado. Entonces la palabra funciona como un adjetivo. «Jesús es el Señor» significa que Jesús es tan Señor como el Padre. El gloria de la misa dice lo mismo: «solo Tú Señor, Jesucristo», señalando con ello que ningún ser humano ( ni siquiera el emperador) puede reivindicar esta apelación. Hay mártires que dieron su vida por ello.

 

¿Hay que hablar de Dios o de Jesús?

 

Entiende muy bien tu segunda pregunta, porque también yo me la planteo. De hecho, parece que hay dos clases de cristianos: los adultos que siempre hablan de «Dios» y los jóvenes que hablan de Jesús con afecto. ¿Por qué? Es toda una historia.

En el nuevo testamento el problema no se plantea. En efecto, la primera predicación de los apóstoles recoge todo el plan de salvación. «el Dios de nuestros padres, que hizo a Abraham la promesa de un pueblo nuevo, acaba de cumplir sus promesas, entregándonos a su Hijo, anunciando por los profetas. Pero vosotros habéis matado al dador de la vida. Sabed, sin embargo, que Dios le ha resucitado, mostrándonos  así a Jesús, como Cristo y Señor. De eso somos testigos. Creed, pues en la palabra, uniros a nosotros y recibid el bautismo. Este era el discurso de los apóstoles a sus compatriotas judíos. En cambio, a los paganos, que desconocen las escrituras, les hablan así: «¡escuchadnos! Por lo que parece, sois muy religiosos, pero os engañáis creyendo encerrar a Dios en vuestros templos. En efecto, el credo del mundo no es un objeto en nuestras manos, al contrario, él es el que nos da la vida. Eso es lo que vislumbraron algunos de vuestros poetas. Pero para clausurar el tiempo de la ignorancia, durante el cual los hombres buscaron lo divino en la oscuridad a ciegas, Dios ha enviado a su Hijo Jesús. Y para acreditarlo ante nuestros ojos, le ha resucitado de entre los muertos. La carcajada que en ese momento resonó en el areópago ateniense impidió a Pablo proseguir su discurso y proponerles el bautismo. Sin embargo, algunos le siguieron. En ambos casos, la fe cristiana es un conjunto coherente. Esta claro que no hay Dios sin Jesús, ni Jesús sin Dios.

Pero también es verdad que en el centro del anuncio ( del kerigma) es un grito gozoso: «Jesucristo es el Señor», o «Cristo ha resucitado. Lo que en el fondo, quiere decir: «Dios le ha resucitado. Fíjate en una cosa. Al decir«Jesucristo», no estamos pronunciando un nombre, si no haciendo una profesión de fe. En efecto, el nombre es Jesús, Yeschoua en hebreo. «Cristo», en cambio, es el título dado a Jesús para confesar que es el Mesías y el Señor. Juntando las dos palabras, proclamo que el hombre llamado Jesús, el hijo de Maria es, para mí, el hijo de Dios resucitado. Pero, ¿quién sabe hoy esto? La gente dice «Jesucristo» como si dijese cualquier otra cosa. Tienes que tener, amigo mío, ideas claras a ese respecto. Pablo, en sus cartas, utiliza diversas formas: «Jesús el Cristo», «el Cristo Jesús», «el Señor Jesús» o el Señor «Jesucristo». Si Jesús hubiera tenido un carnet, se leería en él: Nombre, yeschoua; sobrenombre, alias «el Cristo». Pero en el credo le llamamos «Jesucristo nuestro Señor. ¿Entiendes ahora el por que?

Si sigues avanzando en el devenir de los siglos, veras que, en la practica espiritual, los cristianos han privilegiado en cada momento una manera de invocar al Señor. Hay toda una corriente muy antigua, que se decanta por «Jesús», con un matiz muy afectivo. Esta forma se encuentra en la edad media, en un poema latino, por ejemplo, utilizando en la liturgia:

«Jesu, dulcis memoria». En el siglo XV nos volvemos a encontrar con él, en la vigorosa predicación de Bernandino de Siena. En Ignacio de Loyola, «fundador de la compañía de Jesús» en el siglo XVI. Y más cerca ya de nosotros, en Charles de Foucauld y en la pequeña teresa. Charles trataba a su Señor de usted; en cambio, teresa lo tuteaba.

Fue al final del siglo pasado, en un contexto muy deísta (en el que Dios era una adquisición de la razón), cuando algunos santos revalorizaron el nombre de Jesús. Sin hacer cortes absolutos en la historia de la iglesia, la revalorizaron del nombre de Jesús preside también el nacimiento de la acción católica hacia 1925. Jesús de la JOC, que era cordial sin ser dulzón, estalla, de alguna manera, en el movimiento carismático y en su calurosa oración. Las dos silabas de la palabra «Jesús» se musitaban libremente después de la acción de gracias colectiva.

Entretanto, se produjo una gran debacle en el seno de la iglesia. Sucumbiendo ante las ciencias humanas que denunciaban a Dios como un ser perverso, fruto del ser humano enfermo (psicológicamente para Freud y Nietzsche, y sociológicamente Marx), o negaban cualquier valor filosófico a la misma cuestión de absoluto,  algunos teólogos comenzaron a cantarnos una canción que les duro unos veinte años. El estribillo era siempre el mismo: «Dios ha muerto.» La frase es ambigua y puede interpretarse de diferentes maneras: «Dios ha muerto sobre la cruz en Jesús crucificado», lo cual es cierto; o «muriendo, Jesús ha hecho perecer una idea falsa de Dios», lo que es verdad a medias, porque, después de eso, ¿hay que hablar del verdadero Dios o hay que guardar el mas absoluto silencio sobre el? o, por ultimo, «para nuestros contemporáneos, ha muerto la misma pregunta sobre Dios; Abordemos, pues, el evangelio reduciéndolo a filantropía social y utilizándolo solamente para la hacino política». ¡Que catástrofe!

La reacción no se hizo esperar y fue una reacción por parte doble. Primero en América, y después en Francia, surgió el movimiento hippy «Jesús people», que, apartándose de la droga y del sexo, extendió por la sociedad europea una ola de admiración por un Jesús en vaqueros y bastante mal definido. En su camino, un éxito al menos: el espectáculo musical «Godspell» La otra reacción partió de una serie de familias espirituales (no me atrevo a llamarles sectas) que, obviando la pantomima de un Jesús ídolo y vedette, recogieron de la tierra al Dios que los cristianos(al menos, algunos!)habían tirado al suelo. Dicho de otra forma, tanto unos como otros nos acusaron de habernos convertido en ateos. ¿Y cómo sostener lo contrario, cuando los mismos teólogos lo escribían en grandes caracteres y los marxistas trataban de atraer hacia sus tesis a este «ateismo cristiano» que les presentamos en bandeja de plata?

Quizá por eso habían surgido diversas escuelas que, con una curiosa mezcla de psicología y religión, ofrecían sus servicios a los cristianos que se sentían mal consigo mismos, ofreciéndoles un Dios aspirina... muy parecido a ellos mismos o a su ombligo. En este contexto, una vez participé en la clausura de una de estas sesiones en la que la Eucaristía no tenía sen­tido, y menos durante el tiempo de Cuaresma. Pero el colmo lo constituyó la fiesta compartida, en la que algunos dieron gracias a Dios, pero en la que nadie pronunció el nombre de Jesucristo. La curación no es la conversión. No se adhiere uno a Jesús mirándose en un espejo.

Discúlpame por contarte todas estas cosas, pero tengo que hacerla si quiero contestar a tu pregunta. Volvamos ahora al fondo de la cuestión y escúchame bien.

Jesús no vino a anunciar a los judíos otra religión u otro Dios, sino a cumplir la Promesa. No vino a enseñamos otra! doctrina sobre Dios, sino a actuar de parte de Dios y como el mismo Dios. Ni siquiera vino a revelarles una misericordia divina de la que no tuviesen ni la más mínima idea, sino a enseñarles que dicha misericordia no excluía a nadie, ni siquiera a los pecadores o a los paganos.

Jesús no vino a ocupar el sitio de Dios ni a suplantarle. Ya te lo dije: el no es todo Dios, ya que no es más que el Hijo; y no sólo es Dios, ya que también es hombre (1 Timoteo 2,5). Cierta­mente, los judíos le acusaron de blasfemar (Juan 5,18; 10,33), por hacerse igual al Padre, lo que, efectivamente, pretendía (Juan 10,30); pero nunca le acusaron de ser un ateo (6: Los primeros cristianos fueron acusados de ateísmo, pero porque negaban los falsos dioses paganos). Sobre esta cuestión, los exámenes más minuciosos siempre le fueron favorables. «Muy bien, Maestro», le dice el escriba, «tienes razón al decir que Dios es único» (Marcos 12,32).

Jesús tampoco tuvo la intención de añadirse a Dios, herejía que el Islam reprocha a los cristianos. «¿Cómo situáis a Dios, a Jesús y a María en el mismo nivel?», me preguntaba un musulmán, creyendo que esa era la Trinidad de los cristianos. Es evidente que María no es Dios (¿por qué, entonces, algunos de nuestros hermanos protestantes nos acusan de adorarla?). El Hijo -y el Espíritu- no se añaden aritméticamente a un Dios que sería ya un sólo Dios aritméticamente. Y es que no se puede someter al Infinito a nuestras raquíticas sumas. Como dice con razón Tertuliano, un abogado africano del final del siglo IlI, dándonos a su Hijo y al Espíritu, «Dios ha que­rido ser creído uno de una nueva manera». En efecto, el Dios Tri. nidad no es uno como un bloque de cemento sólido y estático. Es uno como el Amor que circula del Padre al Hijo en el Espíritu. Su unidad dimana del dinamismo de la ternura. Una vez más constatas que, a pesar de la semejanza de los términos, las religiones ape­nas se parecen, a no ser para el ignorante o para el miope.

No estás, pues, forzado a escoger entre Dios y Jesús. Puedes quedarte con todo, como Teresa.

 

¿Cómo hay que rezar a Dios Padre?

 

Antes de responder a tu pregunta, quisiera que analizaras la procedencia de esta dificultad. Quizá sea debida a que en tu hogar no ha habido un papá, porque tu mamá era madre soltera; o quizá porque tu madre se casó después de tu nacimiento, y un padrastro, por muy cariñoso que sea, nunca es lo mismo que un padre. O todavía peor, quizá has sido abandonado por una madre a la que nunca llegaste a conocer, y, por supuesto, mucho menos a tu padre, aunque quizá hayas sido adoptado por un matrimonio que te quiere como a un hijo. «Con ellos estoy tranquilo, me decía un chaval hablando de sus padres adoptivos, por­que estoy completamente seguro de que nunca me abandonarán...» O puede, incluso, que tengas un verdadero padre con el que no te entiendes, porque es demasiado severo. O incluso puede que tus padres estén divorciados y tu padre viva con otra mujer, lo que te ha herido profundamente. En cualquier caso, necesitas urgentemente una «papáterapia». Necesitas que el Señor ponga en tu camino la ternura de un hombre que cure tu herida y que sea como la imagen del papá de Jesús. Incluso el cariño de tu novia, único para ti, se sitúa en otro nivel. Seas lo que seas, casado o soltero consagrado, ojalá consigas la experiencia de la paternidad, aunque sea simplemente espiritual, y ojalá descubras a este Padre «de donde viene toda paternidad, en el cielo y en la tierra» (Efesios 3,15).

Más allá de estos casos trágicos, quizá sólo seas un adolescente que tiene un amigo muy cerca del corazón y, en casa, continuas escenas con tus padres. En este caso estarás predispuesto a rezar a Jesús como a tu amigo más querido, mientras que Dios Padre te parece más lejano. Pero ten cuidado de no hacer cómplice de tus sentimientos a Cristo, que amaba apasionadamente a su Padre, incluso en su agonía en Getsemaní. No intentes arrastrado a tus posiciones; de lo contrario no entenderás nada del Evangelio.

Quizá seas un joven lanzado a la acción, y la Escritura te sirva para revitalizar tu fervor y recalentar calderas. Buscas en el Evangelio textos en los que puedas encontrar una imitación de Jesús o una incitación a amar a los pobres. Pones la oración al servicio de tus compromisos; ella es, para ti, como el alcohol del combatiente. Por eso no tienes demasiadas ganas de contemplar al Padre..., lo que, sin embargo, Jesús hacía a menudo y nos aconseja hacer. Por lo tanto, te hace falta rectificar un poco tu postura.

No voy a repetirte lo que ya he escrito en «Un Amor llamado Jesús». Quiero decirte simplemente que no entenderás nada del corazón de tu amigo si no adivinas el secreto de su ternura: Abba. No entenderás el Evangelio si no pones el «estéreo»; es decir, si al captar la voz de Jesús, haces callar a la otra fuente sonora, la del testigo oculto que dará a tu escucha relieve trinitario. Empieza inmediatamente. Verás como eso lo cambia todo.

El Padre es la fuente primera de donde brota todo amor; la . roca sobre la que puedes construir sólidamente tu vida; la ternura que te sirve de fortaleza. El es la respuesta a todas tus preguntas..., no la busques en otra parte.

Amigo mío, para tener un corazón filial sólo puedes hacer una cosa: vivir en estado de vocación. Y entiéndeme bien. No hablo sólo de las grandes orientaciones vitales y de las grandes decisiones. No hablo sólo de un camino de Damasco, sino de la vida diaria. Por otra parte, ten presente que no eres el único hombre en la tierra y no serás el último. Desde hace mucho tiempo, la humanidad ha elaborado una sabiduría (más o menos exacta) y la ha confiado a su memoria. Esta sabiduría te llega bajo la forma de leyes generales recapituladas en códigos. Pero cuando tienes que escoger el bien, no te encuentras ante un libro, sino ante el Padre del cielo, que te mira con una infinita ternura. «Pobre Dios, estará tan ocupado que no sabrá a quién atender, y su central telefónica debe estar continuamente saturada. Aunque lo intente, seguramente lo único que conseguirá será conectar con el contestador automático, en el que la voz de un ángel desesperadamente suave repetirá hasta la saciedad: «Este es el Secretariado de la Primera Persona de la Santísima Trinidad, que os pide disculpas por no poder atenderos a causa de sus múltiples ocupaciones, pero os remite al código de la moral universal, edi­tado por su Iglesia, que podéis comprar en las buenas librerías. Al final de la obra encontrará un índice detallado, en el que con toda seguridad estará resuelto su caso personal. ¡Animo y hasta la próxima!» No, amigo mío. El Padre Eterno no tiene problemas de tiempo. Rézale: es todo tuyo. Ama a todo el mundo y, por tanto, te ama a ti. Escucha cómo te dice en las más pequeñas circunstancias de la vida: «Pequeño mío, soy yo el que te lo pide; hazlo por mí.» Y contéstale, sin dudado: «Sí, Papá, te quiero, y por ti lo hago inmediatamente» (cf. Mateo 21,28-32). Verás cómo eso lo cambia todo, y cómo el Padre te adjudicará tareas que no están en el código: las más bellas tareas, evidentemente.

Así pues, di conmigo una vez más:

 

Oh, Padre, soy tu hijo,

Tengo mil pruebas de tu amor. Quiero alabarte con mi canto, el canto de amor de mi bautismo.

 

 

JESUS y LA HISTORIA

 

Hace algunos años, un sondeo afirmaba que, para el 50 por 100 de los franceses, Jesús era un personaje sobre el que sólo podemos saber que existió. Tú, en cambio, me preguntas:

«¿Por qué Jesús se ha convertido en un punto de referencia en la historia?

-¿Es normal a nuestra edad plantearse preguntas sobre Jesús?

 -¿Qué pensar de los milagros de Jesús?

-¿Qué es el Evangelio para usted?

-A su juicio, ¿Jesús es un impostor?»

Estas cinco preguntas plantean el problema de la historicidad de los cuatro Evangelios, del que intentaré darte un resumen progresivo.

1. Actualmente nadie niega ya la existencia de Jesús, que ha servido de punto de partida a nuestra era cristiana (los judíos dicen «era común» porque les molesta el adjetivo «cris­tiano», lo cual es perfectamente comprensible). Esta era tiene cuatro años de retraso porque el monje Dionisio el Pequeño se equivocó en sus cálculos. Los musulmanes utilizan también otro calendario que comienza en el 622, fecha de la égira, es decir, de la huida de Mahoma de la Meca a Medina.

Que los historiadores griegos y romanos apenas hablen de Jesús es una prueba más de su existencia, ya que en su tiempo era imposible detectar la presencia de un «perro judío», de un Israel minúsculo en la enormidad del imperio romano. Por otra parte, en el propio Israel proliferaban los falsos mesías, que, de vez en cuando, alteraban la paz de los ocupantes romanos. En cambio, es normal que un historiador judío, contemporáneo de Jesús, Flavio Josefo, hable de Él en su libro «La Guerra de los Judíos». Los mejores especialistas; entre ellos mi compañero André Pellegier, han establecido la autentici­dad de un pasaje controvertido de su obra en el que hace alu­sión a Cristo y a su brillante reputación. Los demás historia­dores, todos ellos más tardíos, sólo hablan de los discípulos de «Chrestos», perseguidos por los emperadores.

2. Los manuscritos más completos de los textos evangéli­cos se remontan al siglo IV, lo que no deja de ser sorprendente, ya que en todas las grandes obras literarias de la antigüedad la distancia entre el autor y las primeras huellas escritas de su obra es mucho mayor. Además, poseemos fragmentos de papiros del capítulo 18 de San Juan, del año 130. Conservamos también citas evangélicas en las obras de autores cristianos de los siglos II Y IlI. En lo que concierne, pues, a la tradición manuscrita, los evan­gelios ocupan una excelente ,posición en relación con las demás grandes obras de la antigüedad.

3. Todas las disciplinas científicas han sido utilizadas para verificar la exactitud de lo que dicen los evangelios. No con­trapongas, pues, la ciencia a la Biblia, porque hay una ciencia de la Biblia, e incluso varias. Los exégetas suelen ser auténticos sabios que, además de estar especializados en una determi­nada materia, tienen conocimientos de arqueología, de nu­mismática, de tejidos, inscripciones, costumbres y, natural­mente, de lingüística. Si has visitado Tierra Santa, habrás visto excavaciones arqueológicas impresionantes que nos hacen remontar a los tiempos bíblicos más remotos, y, por supuesto, a la época de Jesús. Los judeo-cristianos, y después los bizan­tinos, construyeron santuarios ,en los lugares venerados, ya fuese la casa de María en Nazaret o la de Pedro en Cafarnaúm. Otros sabios se dedicaron a estudiar las distintas mane­ras de crucifixión en tiempos de los romanos, o las diversas formas de enterrar pe los judíos, que confirman lo que nos dicen los textos sagrados. Amigo mío, la Iglesia no tiene miedo al rigor científico. Pío XII no dudó en mandar hacer exca­vaciones bajo la basílica de San Pedro para verificar la exis­tencia de la tumba de Pedro, que quedó así confirmada. Por su parte, Juan Pablo 11 ha querido someter el santo sudario de Turín a la prueba del carbono 14, y ya sabes que los tres labo­ratorios encargados de hacerlo han coincidido en fechar el tejido en torno al siglo xv. Acepto este veredicto. De cualquier manera, el sudario no es el fundamento de mi fe, aunque me emocionaba rezando ante él y lo sigo haciendo. Además, este análisis no invalida los hechos anteriormente por los sabios de la NASA en lo que concierne a los pólenes descubiertos así como a la imagen tridimensional y al origen no químico de la imagen (que parece que se debe a una radiación). Todavía estoy esperando que alguien me explique estos fenómenos, y, sobre todo, cómo se podía inventar un cliché negativo en pleno siglo xv...

4. La exégesis bíblica está todavía viciada por una serie de presupuestos, procedentes del siglo pasado, y que no tienen nada de científico. Numerosos sabios alemanes, pertenecientes a menudo al protestantismo liberal, basaron sus estudios en aprioris racionalistas que falsearon sus juicios. Para muestra, dos ejemplos. Estos exégeta s afirman: el milagro es imposible; luego los relatos de milagros han sido inventados por la co­munidad cristiana primitiva; luego los evangelios son tardíos; y todo lo que es tardío es sospechoso. Señalan también que la profecía no existe; luego las que se encuentran en el texto han sido escritas después de que se hubiesen producido los aconte­cimientos anunciados; luego los evangelios son tardíos; y lo tardío es sospechoso. Postulan, asimismo, que los ministerios de la Iglesia son invenciones del catolicismo, que Jesús no ha podido crear, ni Pablo poner en funcionamiento en Corinto; luego las epístolas de la cautividad, que hablan mucho de los ministerios, no son de San Pablo; son, pues, más tardías; y lo tardío es sospechoso... Hoy, cada vez más exégetas denuncian estos presupuestos pseudocientíficos.

5. Así pues, el camino es estrecho y serpentea entre dos errores.

 

Por una parte, debes saber que:

a) el Evangelio no es una biografía de Jesús. Su objetivo ( dar un testimonio para conducir al lector o al oyente a plantearse la cuestión: ¿Quién es este hombre? Lo que no quiere decir que un testimonio sea menos verdadero que una biografía.

b) el Evangelio no es un reportaje hecho por un periodista con una cámara y un magnetofón, para sorprender a Jesús e flagrante delito de existir y de actuar. Además, a una instantánea de este tipo le hubiera faltado profundidad. Reflexionando con posterioridad, San Juan no alteró nada. Tardío n quiere decir inexacto, sino más profundizado y reflexionado.

Por otra parte, es falso adjudicar todo el trabajo a la primitiva comunidad como si fuese una especie de comodín capaz d explicado todo.

a) En primer lugar, los sabios han rechazado la idea de que las obras de los grandes autores de la Antigüedad, Homero por ejemplo, son una creación colectiva. ¿Por qué el Evangelio tendría que ser la única excepción a esta regla?

b) Se le endilgan a la comunidad una serie de cosas que no j quieren adjudicar a Jesús, como la institución de la Iglesia, la d los Doce Apóstoles o la de la Eucaristía. Todo esto habría aparecido más tarde para tapar un agujero, reemplazando la Iglesia al Reino que tardaba en llegar, o para crear un rito semejante al de los paganos (la misa). Pero estos aprioris son falsos. Los mismos protestantes han demostrado que la formación de la Iglesia no sólo coincidió con la época de Jesús sino que fue puesta en marcha por el propio Jesús. Probaron también que era imposible entender la Eucaristía si el mismo Jesús no la hubiese instituido, y descubrieron los sacramento en el Evangelio de San Juan.

6. Hoy se percibe mejor la estrecha relación existente entre Jesús y los Evangelios.

a) El mismo Jesús dio a sus discípulos y a sus Apóstoles una formación inspirada en la tradición rabínica, con una manera de hablar que favorecía la memorización: frases cortas, juegos de palabras y juegos sonoros, técnicas pertenecien­tes todas ellas a la tradición oral. Muy pronto sus enseñanzas fueron puestas por escrito en forma de «fichas» más o menos grandes, en las que se inspiraron los evangelistas.

b) Por otra parte, el texto griego, que es nuestro texto actual, deja entrever, por sus giros incorrectos, que es la traducción de un original más antiguo, hebreo o arameo. Así pues, los evangelios se basan en testimonios semíticos (7: Así, en el cántico de Zacarías (1, 72-73), las tres palabras «salvación», «memoria» y «promesa» corresponden en hebreo a los nombres de tres persona­jes: Juan (Yahvé, salva), Zacarías (Yahvé se recuerda) e Isabel (promesa). Yendo hacia el portal, los pastores se dicen: «Vayamos a ver esta palabra» (Lucas 2,15), lo que no es correcto en griego, pero sí en hebreo, porque en esta lengua una palabra (dabar) es, ante todo, un acontecimiento que se contempla y no un discurso que se oye. Además, hay juegos de palabras que facilitan la memorización: «Con estas piedras (abanim), Dios puede hacer hijos (banim) de Abrahán» (Lucas 3,8). Etcétera.

 

En cualquier caso, Lucas nos advierte que él ha utilizado fuentes de primera mano (Lucas 1,1-4).

c) Se ha rehabilitado, sobre todo, el Evangelio de Juan, que, a principios de siglo, pasaba a ser una meditación piadosa escrita al final del siglo n. Ahora bien, los papiros encontrados en Egipto obligan a situar su composición antes del año 100. Y los descubrimientos del Qumran, en el desierto de Judea, permi­ten relacionado con la tradición judía, lo que, por otra parte, reconocen los mismos judíos. Además, Juan demuestra en canti­dad de detalles que conoce perfectamente aquello de lo que habla. Incluso relata tradiciones desconocidas para los demás evangelistas, y la fecha que asigna a la Cena parece muy plausi­ble. «Si Jesús hubiera podido leer el cuarto Evangelio, concluye P. Dreyfus, hubiera dicho: "soy yo".» '

7. Hoy existe una tendencia que consiste en volver  a fechar el Nuevo Testamento, es decir, en situar los Evangelios más pró­ximos a Jesús. Se trata de un asunto que hay que seguir estu­diando, pero:

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a) Esa no es una razón suficiente para excitarse y dar a la disputa una vertiente política, como sucede en Francia.

b) Tampoco hay que exagerar y remontar demasiado las fechas, como si se quisiesen convertir los textos en un reportaje.

c) No hay que caer en el razonamiento del adversario. Hace algunas décadas se decía que una fecha tardía convertía en sospechoso al testimonio. Por eso, hay hoy algunos que fechan los Evangelios lo más cerca posible de Jesús, para demostrar así su autenticidad. Pero el error es el mismo en ambos casos: la proximidad del escrito y del acontecimiento no establece la verdad del acontecimiento, así como la distancia entre ambos no significa una menor autenticidad. Un reportaje inmediato puede ser falso o simplemente superficial; en cambio, una mediación más alejada puede ser más justa y más profunda.

8. Además, no olvidemos a San Pablo, cuyas cartas, redactadas a partir del año 50, son anteriores a los textos evangéli­cos que poseemos. Pablo es un puente fundamental entre Jesús y la Iglesia. Hacia el año 57 recuerda a los Corintios lo que les ha enseñado algunos años antes (hacia el 51), durante la fundación de su Iglesia: una doctrina que él mismo había recibido de los Apóstoles en el momento de su conversión (hacia el año 37), y que éstos habían a su vez recibido del mismo Señor, cuyos testigos habían sido. Esta doctrina es la Eucaristía (1 Corintios 11,23). ¡De esta manera, estamos conec­tados directamente con el acontecimiento, y en un tiempo récord! Además, reconocemos en los escritos paulinos la mis­ma fe que la nuestra de hoy, aunque en la actualidad esté más desarrollada. Por eso, un teólogo protestante se ha atrevido a decir que, en el espacio de dos décadas, han pasado más cosas en la-Iglesia que en los siete siglos anteriores. ¡Algo extraordinario!

Por otra parte, fíjate bien en que Pablo no se hace pasar por el Buen Dios. En determinados momentos nos dice: «Os he transmitido lo que yo mismo he recibido» (1 Corintios 15,3). «He recibido del Señor lo que a mi vez os he transmitido» (1 Corintios 11,23). En otro momento, precisa: «Por lo que se refiere a las vírgenes, no recibí orden del Señor, pero os doy mi parecer como un hombre que, por la misericordia del Señor, merece confianza (1 Corintios 7,25). El Apóstol juega, pues, claro y sin mezclar unas cosas con otras: lo que procede direc­tamente de Cristo y lo que procede de él. ¡Es digno de todo crédito!

Discú1pame, amigo mío, por estas páginas un poco densas, que tal vez tengas que releer con más tranquilidad y haciéndote ayudar por alguien competente. Pero no podía ser más breve si quería responder a tu pregunta. Es bueno que, al menos una vez en tu juventud, te des cuenta de la seriedad de nuestra fe. Dicho esto, te invito a que leas con cariño y con toda confianza la Escritura. ¡el novio no lee la carta de su prometida haciendo un estudio de su estilo, y todavía menos bus­cando las faltas de ortografía!

 

LA PERSONA DE JESUS

 

Sobre la persona de Jesús me voy a detener solamente en dos de tus preguntas: una que me parece muy... anticuada, y otra que está de rabiosa actualidad. La primera versa sobre la «impostura» de Jesús, la segunda sobre sus tentaciones (pues­tas de actualidad por la película de. Scorsese).

 

¿Fue Jesús un impostor?

 

No sé, amigo mío, de dónde has sacado esta idea. Tal vez de un libro (¿cuál?), charlando con un camarada anticristiano, o simplemente dialogando contigo mismo. Vamos a anali­zarla juntos con calma..

 

Opiniones sobre Jesús

 

Cuando el Hijo de Dios se encarnó entre nosotros, se encontró aprisionado entre dos gigantescos pares de tenazas que le oprimieron de muchas y diversas formas. El odio le manchó, la incredulidad le redujo, la herejía le mutiló, la curiosidad le violó, la impureza le manchó, la opinión y los medios de comunicación le banalizaron... Y el fervor le adoró. Este fue el riesgo que Jesús corrió con la Encarnación. ¡Ya ves que no ha regateado compromiso! ¡Toma ejemplo!

Hubo muchos enfrentamientos entre los judíos y los cristianos, pero sólo existió realmente un escrito judaico que deni­gró a Cristo más allá de los límites permitidos. Es el «Toledot Jesu», panfleto redactado en Alemania en los alrededores del siglo IX. Este libro atribuye el nacimiento de Jesús al adulterio de María, y justifica su condenación imputándole crímenes de herejía y magia. Casi me da vergüenza contarte todo esto, porque se trata de una historia muy antigua que hace avergon­zarse incluso a nuestros hermanos judíos (8  Al menos la mayoría, porque no hace mucho tiempo todavía escu­ché a un guía israelita recordar esta historia durante una peregrinación a Tierra Santa. ¡Pero esto no es más que un anticristianismo... primario!)

 

Tú eres joven e ignoras las peripecias de los últimos cincuenta años. Tienes que saber que, durante la gran persecución de Israel por el nazismo, la Iglesia, a pesar de todo, se puso de parte de estas víctimas y, ante el antisemitismo de Hitler, el Papa Pío XI se declaró un «semita espiritual». A partir de los años 30 se desa­rrollaron las relaciones judeo-cristianas, y el judaísmo intelec­tual comenzó a mirar a Jesús de una forma totalmente nueva, incluso admirativa, sin que -dicho respeto llegue hasta la con­versión masiva, naturalmente. Desde entonces, muchos histo­riadores judíos escribieron obras en las que mostraban sus simpatías hacia Cristo, aunque sólo fuese reconociéndole... uno de los suyos, tanto a nivel de pensamiento, como de espi­ritualidad, cultura y práctica religiosa. Hoy, esta evolución se ha confirmado tanto de una parte como de la otra, hasta el punto de provocar la emocionante visita de Juan Pablo II a la sinagoga de Roma. Últimamente, por un curioso cambio, son los antisemitas los que han recogido la antorcha del anticristianismo. Pero estas gentes, a menudo relacionadas con la extrema derecha, no han llegado a tachar de impostor a Jesús.

Insertándose en una larga tradición filosófica de siglos, tradición que recuerda el cardenal Lustiger en «La Elección de Dios», estos racionalistas afirman que Jesús no es más que ti n aventurero de ideas incendiarias e incoherentes, un profeta hirsuto de palabras revolucionarias capaces de desestabilizar el mundo, un charlatán incapaz de crear una obra sólida. Le reprochan también el haber nivelado la humanidad por abajo, tomando partido por los pobres y predicando el perdón de los enemigos; haber degradado y debilitado el carácter de ese hombre vigoroso que era el pagano, criticando a los jefes y a los emprendedores, y de haber hecho más frágil la conciencia, predicando la misericordia. Prefieren con mucho a San Pablo, que es, para ellos, el verdadero inventor del cristianismo. Y, por último, felicitan a la Iglesia católica de antaño, por haber contribuido a la construcción de Europa y al nacimiento de la industria, olvidando a Jesucristo. En cualquier caso, estas gentes ven en Jesús a un malhechor que a un impostor. ¡No compartirás tú su opinión ... !

 

La luminosa figura de Jesús

 

Jesús, desembarazado de todas las leyendas inventadas por los evangelios apócrifos -es decir, los evangelios no reconocidos por la Iglesia (9: Gracias a nuestra querida Iglesia por haber barrido todas estas fábulas románticas o heréticas, para entregarnos al verdadero Jesús. Cuando se examinan estos textos, que datan del final del siglo II, se descubre todavía  con mayor claridad la seriedad de nuestros Evangelios canónicos. La diferencia  es apabullante. Desgraciadamente, todavía hoy hay gente que busca la fantasía para tapar los agujeros de la Escritura, sobre todo los de la infancia o la Pasión. ¡No ofendas al Espíritu acusándole de hacer mal su trabajo...!)-, es una figura absolutamente límpida. Rechaza en el desierto todos los tratos que Satanás le propone (Lucas 4,1-13). Predica su Evangelio con las manos desnudas, como sus Apóstoles (Hechos 3,6). Habla en público sin ocultarse ni esconderse, como hacen los truhanes (Marcos 14,48-49). Dice bien alto lo que piensa, sin parar mientes ante los poderosos (Mateo 23). Es capaz de descubrir las cáscaras de plátano que los hipócritas le colocan bajo los pies y de responder con sabiduría, sin dejarse engatusar por los cumplidos (Mateo 22,15-22). Domina la situaciones difíciles (Lucas 13,3 1 33) con más astucia que el astuto zorro. Quiere ayudar a la gente, pero sin hacerse partícipe de sus «componendas» (Lucas 12,13-15). Hace lo que tiene que hacer, sin precipitarse (Juan 11,6-10). Trata con cariño a los discípulos que ha elegido, aunque a menudo no le entiendan. Asume su soledad con dignidad (Marcos 10,32). Y, si seduce a las multitudes (Juan 7,12), no es con trucos comerciales para tontos, ni con promesas falsas, ni con sentimentalismos.

Con la gente es bueno, esencialmente bueno. Asume la defensa de la mujer adúltera con valentía, y planteando a los hipócritas la pregunta que les confunde (Juan 8,1-11). Es capaz de postular la mayor de las misericordias, pero sin por ello alentar el pecado (Lucas 15,11-32). No apaga la mecha humeante (Mateo 12,20). Rectifica el torpe gesto de una mujer enferma que toma su túnica por un talismán, y, sin vejarla, le muestra el poder de su fe (Mateo 15,21-28). Sabe hacer a Zaqueo (Lucas 19,1-10) y a la Samaritana (Juan 4) la propuesta que transformará toda su vida.

Pero es siempre absolutamente leal. No se aprovecha de la generosidad adolescente del joven rico para embarcarle de inmediato; al contrario, le pone a prueba, aun a riesgo de verle volver hacia su casa, a pesar de que le amaba (Marcos 10, 17-22). A los dos hijos del Zebedeo, que se han compinchado con su madre para que interceda por sus respectivas carreras ante el Maestro, les plantea la cuestión decisiva del cáliz que han de beber: así, las cosas quedarán claras (Mateo 19,20-23). Cuando la multitud le sigue, seducida por la multiplicación de los panes, no se aprovecha de la ocasión para ganar admiradores. Inesperadamente, les provoca hablándoles de una comida imperecedera, lo que terminará por desalentar a casi todos (Juan 26-27). En realidad, no tiene sentido alguno del marketing, para desesperación de sus Apóstoles. No, realmente no hay en el gesto alguno de impostura. Los suyos vivirán días difíciles, pero el ya les había prevenido (Juan 16,4).

Su doctrina es, a la vez, difícil y sencilla. Se expresa con imágenes  claras, como en la admirable parábola del hijo pródigo. Lejos de planear por las alturas, es capaz de pensar en las necesidades elementales de la gente y de conmoverse ante la multitud hambrienta (Mateo 15-32). Resucita a la hija de Jairo y, ante el estupor general, está pendiente incluso de recordar a sus padres que le den de comer (Marcos 5,43). Es capaz de hablar del cielo y de abrazar a los niños.

Y, sin embargo, Jesús no es un coloso de mármol, inaccesible a la emoción: se estremece y llora ante la tumba de Lázaro (Juan 11,32-38), o ante la vista de su ciudad rebelde, Jerusalén (Lucas 19,41-44). Es vulnerable y fuerte a la vez. Cuando Pedro lo niega, acusa el golpe, pero aun así es capaz de volverse y de fijar en el Apóstol su penetrante mirada para hacerle sentir su cobardía (Lucas 22,61). Ciertamente no murió abatido, pero tampoco fue al Calvario como un héroe intrépido: llevó la cruz sin chulería; tuvo miedo a morir (Mateo 26,37). Su coraje no fue el de un «duro» que, para fingir serenidad, se muestra cínico, jovial o bromista. Sin embargo, en la vía dolorosa sacó fuerzas de flaqueza para consolar a las mujeres que lloraban por el (Lucas 23,26-32). Sus últimas palabras en la cruz son asombrosas. ¿Cómo puede un moribundo pensar todo eso y decirlo, incluso en un suspiro y entre dos gemidos?

De los milagros de Jesús ya te he hablado, al menos de una forma general. Te aconsejo que leas una y otra vez un libro magnífico sobre la cuestión de los milagros (10: «Milagros de Jesús y teología del milagro», Cerf Bellarmin, 1980. No es un libro fácil de leer de una tirada,  pero puedes consultarlo sobre un determinado milagro. No conozco un libro mejor sobre la cuestión).

En él cada relato evangélico es estudiado minuciosamente, y se percibe claramente la estupidez (el carácter no científico) de tantos intentos de demolición. En efecto, la tradición de los milagros evangélicos sería inexplicable si Jesús no fuese un «taumaturgo» (hacedor de cosas maravillosas). Los signos más incontestables son aquellos que más molestaron a los judíos: las curaciones hechas en sábado y los exorcismos. Todo ello nos es contado de la manera más sencilla, con detalles sorprendentes y en vivo. Ya te lo he dicho: Jesús nunca se presenta como un vendedor de feria; al contrario, realiza sus signos de una manera discreta e imperceptible. No intenta asombrar. sino demostrar que el Reino está presente. Algunos pretenden que determinados episodios han podido ser retocados después de la resurrección. Por ejemplo, el de Jesús marchando sobre las aguas (Marcos 6,45-52). Pero eso es algo imposible. En efecto, si bajo el influjo de la alegría pascual Los Once y sus discípulos hubieran retocado el acontecimiento, no hubieran escrito: «Y fue sobremanera mayor el asombro que les invadió, pues no habían comprendido aún el hecho de los panes y tenían embotada su inteligencia» (Versículos 51-52).

Por el contrario, en la euforia reencontrada, hubieran concluido: «Los Apóstoles estaban en el colmo de la alegría y llenos de reconocimiento cantaron: Aleluya.» Marcos cuenta, pues, la verdad más estricta sin maquillarla. ¡De hecho, en su Evangelio, no les regala nada a los Apóstoles, sobre todo a Pedro! Es evidente, sin embargo, que, después de Pascua, los cristianos daban al relato una significación más profunda: en la tempestad del lago ven ahora la imagen de las borrascas que azotan a la barca de la Iglesia, y piensan que el milagro va a repetirse muchas veces a lo largo de la Historia. Así pues, releían el relato, es decir lo veían con otros ojos, pero no por eso lo retocaban.

 

 

¿CÓMO Y DE QUÉ FUE TENTADO JESUS?

 

En algunas de tus preguntas me interrogas sobre la película de Scorsese de una forma lacónica. Pero mi respuesta no se centrará en el film, sino en el problema que plantea y que resuelve mal. Ahora bien, a pesar de la indignación que la susodicha producción ha suscitado «por principio», estoy seguro de que muchos cristianos piensan lo mismo que el cineasta, con la única excepción de que no pondrían sus pensamientos en imágenes. No hace mucho tiempo, una mujer muy tradicionalista me hacía partícipe de sus ideas realmente sorprendentes sobre la sexualidad de Jesús.

 

¿Zarandeado por la prueba o seducido por el mal?

 

La palabra griega, que en el Nuevo Testamento es traducida a menudo por «tentación», puede tener dos sentidos.

En primer lugar, significa poner a prueba a alguien y testar su resistencia a través del sufrimiento físico o moral. Seguramente Jesús pasó por ello: «Por cuanto no tenemos un Pontífice incapaz de compadecerse de nuestras flaquezas; antes bien, a excepción del pecado, ha sido en todo probado igual que nosotros» (Hebreos 4,15). La culminación es, evidentemente, la Pasión. En Getsemaní sobre la cruz, Cristo «ofreció plegarias y súplicas con vehemente clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte; y fue atendido a causa de su abnegación. Aun con ser Hijo, aprendió con la experiencia del sufrimiento la obediencia» (Hebreos 5,7-8). La misma idea es la expresada por el grito de Jesús en el Calvario: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Marcos 15,34).

 

Pero si bien Dios nuestro Padre nos puede hacer pasar por la prueba siempre ayudados por su gracia, nosotros, en cambio, no debemos poner a prueba su eficacia, dándole un ultimátum, para ver cómo reacciona. Es lo que Jesús responde a Satanás para rechazar la película que le presenta: «No tentarás al Señor, tu Dios» (Mateo 4,7). No se puede probar a Dios, como se prueba la solidez de un puente o se verifica la firmeza de carácter. Hacer eso con Dios sería intentar burlarse de el. La fe confía y se abandona en los brazos de una persona en vez de verificar la mecánica de un motor.

El segundo sentido de la palabra «tentación» significa ser empujada al mal por una seducción que viene del exterior o del interior y que encuentra en nosotros complicidad. Evidentemente, de esta manera Dios no tienta a nadie (Santiago 1,1215). En el Padre Nuestro (tan mal traducido, por cierto) no le pedimos que «no nos someta a la tentación» (como si fuera Él el que nos diese males ideas), sino que le suplicamos que no nos deje caer en ella. «No nos dejes caer en la tentación.» Le pedimos, asimismo, que nos libre del mal, es decir, del Maligno, de Satanás.

Pero, ¿cómo es posible que Jesús, el Hijo de Dios, haya podido sufrir una agresión de este tipo, aunque fuese así de sutil? ¿Por dónde ha podido introducirse la tentación en su conciencia?

 

¿De qué fue tentado Jesús y cómo?

 

En el desierto (Mateo 4, 1 -11; Lucas 4,1-13) el diablo no propone el pecado a Jesús: sería algo demasiado evidente. ¡Poner el fruto del paraíso ante las narices de Eva para tentarla, sin respetar la prohibición divina y sin temer el castigo, es una estrategia demasiado grosera y evidente para almas mal convertidas, a quienes el pecado les gusta tanto, que están dispuestas a jugarse el infierno! Con Cristo, Satanás utiliza una técnica mucho más sutil. Diciéndole «si eres el Hijo de Dios», el tentador presenta las cosas de una manera tremendamente hábil; se disfraza de padre espiritual, e incluso de exégeta bíblico o de «ángel de la luz» (2 Corintios 11,14). Pero sin éxito alguno. Jesús recibe la tentación de frente y sin encontrar en el la menor complicidad. Jesús es capaz de descubrir al primer golpe de vista los sofismas más verosímiles. Por eso responde al diablo en los mismos términos y sin dudar ni un segundo. La respuesta es inmediata y fulgurante.

Pero, ¿de qué fue tentado Jesús? ¿Cómo es posible tal cosa? ¿Dónde se encuentra su punto débil, si se puede hablar así?...

 

1. Jesús nunca ignoró quien era. En Él, su conciencia se confunde con su misión: Él es el Hijo que el Padre ha enviado a salvar el mundo. Cuando dice «Yo», añade inmediatamente, «Yo he venido para...” (Juan 9,39; 10,10; 12,27...). Él es Aquel que ha venido a darnos la vida, y es perfectamente consciente de ello. Su persona es inseparable de su misión. Sobre este punto no hay duda alguna. Jesús tiene una conciencia clara de su identidad y no necesita informarse para saber quién es.

 

2. Jesús nunca quiso hacer lo contrario de su misión. Nunca se preguntó si debía o no llevarla a cabo, y todavía menos si podía desviarse de la línea trazada por la voluntad de su Padre. Él «poder pecar» no tiene cabida en su libertad: Él es muchísimo más libre que nosotros. No estuvo sometido al poder del mal, lo que no quiere decir que no haya tenido mérito alguno.

 

3. Porque, a pesar de que tenía siempre clara su misión, Jesús tiene que buscar el cómo realizarla en el detalle y en lo concreto, con la libertad que le es propia y sin la cual no sería realmente un hombre. Por eso, la idea de evitar la humillación de la cruz se le presenta como un atajo humanamente plausible, e incluso seductor. Las sugerencias que le hace el Maligno, con gran profusión de textos de la Escritura, se reducen a utilizar los medios fáciles para conseguir una mayor eficacia, preparar el terreno con profusión de pequeños regalos, el recurso a las técnicas de mercadotecnia. Pero Jesús huele desde el primer momento la enorme falsedad que le presenta el Mentiroso (Juan 8,44), susurrándole al oído que la cruz no merece la pena, cuando será el polo de atracción por excelencia (Juan 12,32). El Tentador se aleja entonces, antes de volver a la carga (Lucas 4,13). Más tarde utilizará la ingenuidad de Pedro para disuadir a Jesús de aceptar la Pasión, y el pobre Apóstol será tratado de Satanás (Mateo 16,22-23). El diablo se introducirá, asimismo, en las burlas de los fariseos, retando al Crucificado, en un odioso chantaje: «Baja de la Cruz y creeremos en Ti» (Mateo 27,42). Esta es la verdadera tentación de Jesús, la primera y la última, la de toda su vida. No hay otra. Lucas afirma explícitamente que Satanás agotó todos sus recursos. Esta tentación procedía, sin duda, también del mesianismo político de los zelotas, gentes que desenvainaban fácilmente la espada, luchando por la liberación del territorio de Israel. No olvidemos que, en el grupo de Jesús, había cinco o seis miembros de ese grupo.

 

No hay nada que buscar en la sexualidad

 

Vivimos una época en la que la sexualidad se exhibe sin recato alguno. Es, pues, comprensible que algunos proyecten mis fantasmas sobre Jesús para justificar sus prácticas. Al hacer esto, no se dan cuenta hasta qué punto su conducta contradice la Encarnación. En efecto, el Hijo se hace hombre para revelar al hombre a sí mismo. El hombre no puede, pues, pretender revelar a Cristo atribuyéndole problemas que no son suyos. No pongamos el mundo al revés.

Señalemos, en primer lugar, que, en los Evangelios, los escribas, que no cesan de hostigar a Jesús, nunca lo cogieron en flagrante delito de irregularidad sexual, a pesar de su inmejorable servicio de espionaje. Se acusó a Cristo de ser un glotón y un bebedor (Mateo 11,19), se le reprochó el que frecuentaba a los pecadores, pero nunca se interpretaron sus relaciones con las mujeres como faltas de impureza, a pesar de que algunos de sus encuentros con ellas fueron insólitos, e incluso escabrosos. Sin embargo, Simón el fariseo no se escandaliza de los besos de la pecadora. De esta promiscuidad consentida deduce que su huésped seguramente no es un profeta, pues no sabe quién le está tocando (Lucas 7,39). De lo que realmente se escandaliza Simón es del perdón que Cristo concede a la prostituta (Lucas 7,49). De la misma manera, en el pozo de Siquém, los Apóstoles, que vuelven a buscar vituallas, no imaginan nada dudoso al encontrar a Jesús con la Samaritana. De lo único que se sorprenden es de que el rabí puede hablar con una mujer que, además, es extranjera (Juan 4,27). Nadie reprocha tampoco a Cristo que permanezca sólo -aunque sea en público- con la mujer adúltera. Lo que les escandaliza es que haya impedido que sus acusadores la lapidasen, como lo exigía la ley (Juan 8, 1 -1 l). Por eso, Jesús pudo lanzar este desafío increíble: «¿Quién de vosotros me acusará de pecado?» (Juan 8,46). Al no poder acusarle de impureza, sus enemigos le dieron la vuelta al argumento y le trataron de impotente y de eunuco (Mateo 19,12). Una buena ocasión para que Jesús precisase: «Eunuco, si queréis, pero por el Reino, voluntariamente, y no por malformación o por mutilación.»

De lo que no se puede dudar es que Cristo fue un hombre sexuado (Lucas 2,23; Apocalipsis 12,5). Pero su afectividad no se puede comparar totalmente con la nuestra. Tuvo necesidad de amigos, como Lázaro y sus hermanas de Betania; fue feliz acariciando a los niños; sufrió la indiferencia y la traición..., pero su vida afectiva se desarrolló en un nivel distinto al nuestro, un nivel que pueden entender un poco mejor que los demás los célibes consagrados.

No es bueno que el hombre esté solo, dice el Creador a Adán antes de darle una esposa (Génesis 2,18). Pero a Jesús no le falta nada: como Hijo único está plenamente satisfecho por su Padre, que jamás le deja sólo (Juan 8,29; 16,32). No necesita, pues, compañía. Es plenamente feliz con la ternura que recibe de su Padre y a la que corresponde a corazón abierto. Su relación trinitaria le basta: se empapa en ella sin necesitar ningún otro complemento. Y, como siempre, el cuerpo sigue al corazón.

Jesús viene como el Esposo (Marcos 2,19-20), pero de otra manera. En efecto, no necesita a su Iglesia como Adán deseaba a Eva, para servirle de ayuda y de complemento. Él es la Plenitud (Colosenses 1,19; 2,9) y nos la comunica generosamente, pero sin fondo para apagar la sed de la Samaritana. No está casado con una Diosa como los Dioses paganos de la antigüedad. Ciertamente, no es indiferente a nuestra respuesta, pero, pidiéndonosla, es Él el que nos la concede como una gracia.

Jesús tiene muchos hijos, pero no bajo el impulso del instinto (Juan 1,13), ni en la cópula, ni para conjurar la muerte. Nos ofrece un nuevo nacimiento, un nacimiento de lo alto, absolutamente gratuito. Inaugura un nuevo Reino en el que los hijos tic la Resurrección no podrán morir jamás y donde el matrimonio habrá prescrito (Lucas 20,35-36).

Jesús nos ama con todo su corazón. Su ternura alcanza el punto culminante cuando en la Cena nos dice: «Tomad y comed: este es mi cuerpo entregado por vosotros.» Renueva incesantemente esta donación en la Eucaristía, entregándose en nuestros labios como el beso del Esposo. Pero esta comunión sacramental, que toma su simbología del matrimonio, nos introduce en otra realidad, más allá de nuestras bodas y de nuestra tierra.

Jesús inaugura un Reino en el que las relaciones familiares saldrán de su estrecho círculo (Marcos 3,31-35) y romperán todas las barreras (Gálatas 3,28). No se puede encerrar a Jesús en una familia, que siempre constituye un límite, aunque las relaciones que en ella se establezcan sean tremendamente generosas. ¿No tuvo que tomar distancias con su clan de Nazaret, que se estaba convirtiendo para el en una carga pesada?

Por todas estas razones, la psicología de Cristo no es igual que la nuestra. Moon, el dirigente de la secta que lleva su mismo nombre, lo ha entendido muy bien; y para evitar el, en su opinión, «fracaso» de un Jesús virgen y crucificado, ha preferido vivir como un esposo prolífico y colmado de bienes para instaurar el Reino en la tierra.

La tentación de Cristo no es, pues, moral (no se basa en un posible pecado), sino mesiánica, porque plantea la cuestión del verdadero Mesías. Es una tentación teologal, porque pone en juego (durante una fracción de segundo solamente) la legitimidad del plan del Padre, aparentemente inhumano e ineficaz. En este nivel es en el que Cristo ha tenido que elegir libre y amorosamente para no «avergonzarse del Evangelio» (Romanos 1,16). Esto es todo, amigo mío. No busques en otra parte.

 

La concepción virginal de Jesús

 

Abordemos juntos la última cuestión sobre Jesús, que es también una cuestión sobre María. Tú la expresas discretamente y a tu manera, sin utilizar el lenguaje oficial de la Iglesia, pero, aun así, te plantea problemas. Tanto más que la enseñanza habitual sobre este punto concreto dista mucho de ser la enseñanza de la fe.

 

Antes de comenzar, quisiera asegurarme de que no confundes, como otra mucha gente, incluso Académicos, la concepción virginal de Jesús con la inmaculada concepción de María, su madre. Para María, la inmaculada concepción es el hecho de haber sido concebida sin pecado original, a causa de la maternidad divina a la que había sido destinada. Nosotros somos salvados de este pecado en el bautismo por liberación, María lo fue por preservación. La concepción virginal de Jesús consiste en el hecho de que Este nació de una mujer virgen por la acción del Espíritu Santo y, por lo tanto, no tiene padre humano en el sentido biológico del término.

La  concepción virginal de Jesús se encuentra en el Evangelio (Lucas 1,34-35; Mateo 1,18 y 20) y, por lo tanto, no es una idea discutible. El Credo recoge esta verdad y la introduce en la confesión de la fe, texto común a todas las Iglesias cristianas. Tanto es así, que este punto concreto de la doctrina nunca fue cuestionado, ni siquiera en los momentos en los que la comunidad cristiana se dividió. Es un error adjudicar al protestantismo primitivo una total alergia a María: tal fobia fue muy posterior. En los comienzos de la Reforma nadie puso en duda la concepción virginal de Jesús. ¿De dónde provienen, entonces, las dificultades que han terminado por alcanzar también a numerosos miembros de la Iglesia católica? Creo que hay dos grandes explicaciones para ello. La primera es la Sospecha lanzada por el racionalismo contra los Evangelios de la infancia. La segunda es la incomprensión de lo que significa esta doctrina.

 

 

 

 

 

LOS EVANGELIOS DE LA INFANCIA

 

Se llama así a los dos primeros capítulos de Mateo y de Lucas. Ahora bien, estos pasajes han planteado dos cuestiones. En primer lugar, ¿por qué no están en los demás Evangelios? Y, en segundo lugar, ¿hay que tomar en serio estos relatos que, más bien, parecen fábulas?

 

1. Es verdad que Marcos comienza por la vida pública de Jesús, y que Juan, después de comenzar hablándonos de la Encarnación del Verbo, se salta también la infancia de Cristo para hablarnos de su bautismo en el Jordán (11: Sin embargo, los exégetas discuten sobre Juan 1,13, texto que los manuscritos no transcriben de la misma forma. Si se adapta el singular, como ocurre en la versión más antigua, nos encontramos con la concepción virginal de Jesús: «... El, cuya generación no es carnal, ni fruto, del instinto, ni de un plan humano, sino de Dios»).

Pero, ¿Qué prueba eso? Que la fe cristiana tiene su centro en el misterio pascual y no en ninguna otra parte, como es lógico. ¿Y de q u e es centro este centro? De un conjunto de verdades segundas, que no secundarias, y que, muy pronto, la fe ha tenido que desarrollar para no quedarse sin base histórica. En efecto, ¿quién sería un Cristo que no fuese Jesús, hijo de María? ¿Y cómo se convirtió en hijo de María? No se puede eludir esta profundización de lo contrario el Resucitado se encontraría privado de su tronco como un niño huérfano. Aquí vuelves a constatar el error que te señalaba anteriormente y que pretende que «todo lo que es tardío es falso». Los que sostienen esto poseen una concepción regresiva de la verdad: sólo se fían de las fuentes. Entonces, ¿qué pasa con el Vaticano II?... ¡Amigo mío, no seas de esos cristianos que, como en los autobuses, caminan hacia adelante mirando hacia atrás!

 

2. No, amigo mío: los Evangelios de la infancia no son culebrones escritos para satisfacer la imaginación popular. Nada más lejos de la realidad. Ciertamente no nos presentan la historia como un historiador actual, cosa que tampoco hacían los mejores historiadores de la antigüedad. ¡Lucas no cronometra, reloj en mano, la hora en que Gabriel llega a Nazaret! Sólo se preocupa por presentar los hechos, subrayando su significado profundo. Y es una suerte, porque una simple anécdota no puede salvamos. Pero, lejos de sucumbir a la mentalidad ambiental, Lucas y Mateo la contradicen totalmente en dos puntos precisos.

En primer lugar, en la concepción virginal precisamente. Los judíos cristianos de la época hubieran preferido que Jesús naciese de José. Primero, porque era mucho más fácil de entender y su explicación no era nada problemática; mientras que la concepción milagrosa, ¿quién se la iba a creer?...

Además, eso permitía entroncar a Jesús con la familia real, lo que, evidentemente, era mucho más honorable para el y para nosotros. Asimismo, eso exigía una explicación por parte del ángel Gabriel a José: «No temas, le hubiera tenido que decir, tomar a esta mujer, de cuya pureza no sospechas -¡la conoces demasiado bien!-, pero que no te atreves a disputársela a Dios, que la ha tomado para Él (entre nosotros, ¡bravo por tu humildad!). Naturalmente, no es necesario decirle que el niño que lleva no es tuyo, pero tú le darás un nombre de parte de todo Israel. Así, gracias a ti, su padre adoptivo, la genealogía que comienza en Abrahán será la de Jesús.» Al escribir algo así, Mateo no sigue la opinión generalizada, sino que trata de revelar la verdad absoluta, al tiempo que calma sus inquietudes.

Lo mismo sucede con la estancia de Jesús en Nazaret. También en este punto los judeo-cristianos hubieran preferido otro lugar distinto de esa aldea de provincias, de donde nada bueno podía salir (Juan 1,46). Les hubiera gustado que Jesús viviese en un barrio elegante de Jerusalén y hubiese estudiado en un buen colegio... Tampoco aquí ceden los evangelistas. Sólo mucho más tarde los apócrifos sucumbirán a la tentación.

Me temo que, también hoy, los que niegan la concepción virginal de Jesús se plieguen a su vez a la presión de la cultura racionalista ambiental. ¿Dónde está, pues, la libertad?

 

Una mala comprensión

 

Siempre se rechazará un milagro en el que no tenga sentido alguno creer. Y, mucho más, si ofende los valores en curso. Esto es lo que sucede en este caso.

La mayoría confunde la concepción virginal con la inmaculada concepción, y les parece una afrenta a los nacimientos normales, lo cual es absolutamente falso. María no es pura por ser virgen, sino porque no tiene pecado, que no es lo mismo.

 

El plan de Dios no intenta infravalorar el matrimonio ni el amor conyugal.

 

Incluso los que no comparten esta teoría no conceden mucho valor a la virginidad. En nuestra época, permanecer virgen más allá de una edad cada vez más precoz se considera algo anormal y poco saludable. Por otra parte, la concepción del cuerpo humano no tiene en cuenta para nada lo moral o lo espiritual. Al contrario, el cuerpo es un objeto de placer o un estorbo, cuya libertad hay que salvaguardar a cualquier precio, sobre todo para protegerse de la amenaza del amor, es decir, de los hijos.

Hay gente que piensa que es grotesco que el cuerpo humano tenga un papel que jugar... en el plan de Dios. ¿Qué relación puede haber entre un útero y el Amor de Dios?, se preguntan. Y por eso niegan la doctrina. Otros, por el contrario, la aceptan, pero pensando que no tiene la menor importancia y que no vale la pena hablar de ello.

A todo esto hay que añadir que la Iglesia acaba de salir de una fuerte crisis, durante la cual numerosos sacerdotes y religiosos se casaron: unos, en silencio, y otros, declarando públicamente su gesto como un gesto profético. Para muchos de ellos, la Virgen representa un reproche.

 

Comprender bien lo que se cree

 

Ahora puedo ya, amigo mío, introducirte en el bello misterio de Nuestra Señora, que se resume en tres puntos: novedad, gratuidad y audacia.

 

1. La concepción virginal de Jesús significa, en primer lugar, la novedad de Dios. La salvación que nos trae no es el resultado de nuestros procesos humanos, biológicos o políticos, sino un don que se manifiesta en una intervención inesperada de Dios que no se atiene al desarrollo normal de las cosas. Ciertamente, el Padre pide su seno a una madre, pero es el quien toma la iniciativa y, además, pasa de padre. Al contrario de muchas tareas humanas masculinas, la salvación escapa a nuestra creatividad... Otra huella de novedad tendrá lugar al final de la vida de Jesús: su resurrección. Ya lo dijo el teólogo protestante Karl Barth: se trata de un mismo y único signo, el de un seno virgen lleno y el de una tumba llena que se encuentra vacía.

 

2. La concepción virginal de Jesús significa que el Salvador procede del Amor gratuito de Dios y de nada más. El embarazo ordinario procede de la masculinidad, de la necesidad sexual o de prolongación de la especie, cosas que, evidentemente, no tienen nada de malo, pero que evidencian los límites humanos. Sólo Dios es capaz de querer sin sentir necesidad alguna: Cristo es fruto de este Agape absolutamente libre. Por eso su nacimiento nos puede traer la salvación: porque es un regalo de la caridad en estado puro y absolutamente desinteresado.

 

3. Finalmente, y sobre todo, la concepción virginal de Jesús atestigua esta audaz realidad: que Cristo es el Hijo del Padre desde el primer instante, y no un hombre cualquiera. Alguien dijo que «en Jesús, Dios no tuvo un hijo, sino que nos dio su Hijo». El Padre no esperó a que un hombre y una mujer de buena familia y con excelente estado de salud tuviesen un niño precioso, y que este niño bien educado estuviese vacunado y hubiese superado sus exámenes universitarios y su servicio militar, para inocularle hacia la treintena (¡edad tranquila!) una sobredosis de Espíritu Santo que le convirtiese en su hijo, o en algo parecido, al menos hasta que no se descubriese el pastel... El Padre no tomó estas precauciones de pequeño burgués: cometió una locura desde el primer momento. Puedes, pues, adorar a Jesús desde las Navidades, o incluso algunos meses antes («Oh, Jesús, viviente en María», decíamos todas las mañanas en el seminario): es el Hijo en persona, es el. No es una carcasa humana en espera de divinización, y menos en espera de una divinización provisional.

Fíjate bien en esto. Si la fe cristiana hubiese predicado la divinización de un hombre, los paganos no hubieran encontrado dificultad alguna en creerlo, dado que estaban acostumbrados a conceder la gloria a sus emperadores sin ninguna dificultad. Pero la fe dijo absolutamente lo contrario: no que un hombre se hizo Dios, sino que Dios se hizo hombre. Y esto se le atraganta a mucha gente (quizá también a ti). En términos más cultos, la Iglesia no nos enseña la apoteosis, sino la kénosis, no predica la elevación de un hombre, sino el rebajamiento de un Dios. ¡Así de claro!

Así pues, acoge con alegría este signo que el Padre te da en María. No le digas, haciendo una mueca: «ha sido todo un detalle por tu parte, Señor, pero, entre nosotros, lo habrías podido hacer de otra manera; te hubiera costado mucho menos, y nos habría complicado mucho menos la vida, todo sea dicho sin que te enfades.» ¡No vayas a poner pegas a la maravilla de regalo que se te hace! ¡No des lecciones al amor para que ahorre en la Economía de la Salvación! ¡No tengas la cara de querer proponerle un plan más audaz, más astuto y más competitivo! ¿Qué sabes tú del corazón del hombre? ¿Es tan ruin como tú lo crees?

Esto es lo que quería decirte sobre Jesús. Estoy terminando estas páginas el Miércoles de Ceniza, portada de la Cuaresma. Hoy he ayunado, escribiendo para mi Dios y para ti. Ya es tarde. Buenas noches. ¡Y hasta mañana!...

 

«¿,A qué país de soledad,

 cuarenta días y cuarenta noches,

irás, empujado por el Espíritu?

¿Qué te pone a prueba y te desnuda?

Pero los tiempos son llegados,

 y Dios se convoca al olvido

de lo que fueron vuestras servidumbres.

¿Por qué permanecer anclados en vuestras huellas,

bajando vuestras frentes de ciegos de nacimiento?

¡Habéis sido bautizados!

el amor de Dios hace renacer todo. Creed a Jesús.- ¡es el Enviado! Vuestros cuerpos están unidos al suyo.

Aprended de Él a ser luz.

Ya vuestras tumbas se abren

con la fuerza del Dios vivo.

Mirad ¡Jesús desciende!

 Llamadle.- ¡el os llama!

¡Venid! Es hoy,

 el día en que la carne y la sangre

 están llenas de vida nueva» (12: Poema de Didier Rimaud).