El poeta de la fe

El miércoles 23 del actual (febrero 2005) se cumplirá medio siglo de la muerte del gran escritor francés Paul Claudel (1868-1955). Su adolescencia estuvo marcada por el pensamiento positivista, pero a los dieciocho años Cristo se le reveló durante el oficio de Navidad de 1886. Desde entonces se convirtió en un ardiente católico. Sus obras de teatro, La anunciación a María y El zapato de raso son el testimonio de un espíritu herido por el misticismo más elevado

A cincuenta años de la muerte de Paul Claudel (Villeneuve-sur-Fère, Aisne, 1868-París, 1955), su poesía y su teatro brillan entre las más notables expresiones de la literatura del siglo XX. Maurice Bemol, especialista en historia de las letras francesas, lo llama "uno de nuestros grandes Orfeos". El argentino Raúl Gustavo Aguirre, siempre comedido y certero en sus juicios, afirmó que Claudel es "poeta de inspiración sorprendente, avasalladora, al mismo tiempo un poeta político: su partido es la Iglesia y su poesía exulta un vigoroso catolicismo que identifica la Gracia con la inspiración". Según pasan los años, los aspectos polémicos del hombre -que los tuvo, entre ellos la compleja relación con su hermana, la escultora Camille Claudel- no empañan la intensidad artística de sus creaciones. Luis Cernuda, que conoció sus claroscuros, lo define "grande y arbitrario". "No busquéis en mí la circunferencia, buscad el centro", advertía el mismo Claudel. Y el sabio Angel J. Battistessa, en el estudio que le dedica en El poeta en su poema, aconseja: "Para leer a Claudel, y para comprenderlo y admirarlo, conviene hacerlo desde el núcleo de su creencia, desde su entera y jubilosa aceptación del mundo".

Llegado de provincia a París, a la vez fascinado e insatisfecho por la vida intelectual de los ochenta, el adolescente Claudel respondía a una típica formación positivista: racionalismo y materialismo a ultranza. De pronto, dos episodios marcaron una profunda transformación en su vida. Primero, el descubrimiento de la obra poética de Arthur Rimbaud: Iluminaciones, Una temporada en el Infierno. Más tarde, a los dieciocho años, la conversión católica, el despertar de la fe, un 25 de diciembre de 1886 durante el Oficio de Navidad en la Catedral de Nôtre-Dame de Paris. En páginas memorables que escribiría décadas después, Claudel evoca aquel suceso sumergido en las notas del Magnificat: "Entonces se produjo el acontecimiento que domina toda mi vida. Bruscamente mi corazón fue alcanzado, y CREÍ. Creí, con tal fuerza de adhesión, con tal levantamiento de todo mi ser, con una convicción tan poderosa, con una certidumbre exenta de toda clase de duda, que desde entonces, todos los libros, todos los razonamientos, todos los azares de una vida agitada, no han podido conmover mi fe, ni en verdad rozarla. Había experimentado, de pronto, el sentimiento desgarrador de la inocencia, de la eterna infancia de Dios: una revelación inefable".

Y así fue. Entre 1893 y 1935 recorrió el mundo desempeñando funciones diplomáticas en representación de su patria. Viajes incesantes y el contacto con diversas culturas (Estados Unidos, China, Japón, Brasil y diversos países de Europa: Alemania, Italia, Checoslovaquia, Dinamarca, Bélgica) no lo movieron de aquella conversión. Adquirió multiplicidad de experiencias y saberes, que se reflejan en su poesía y su teatro, pero repetía que no sabía más que lo que estaba escrito en el catecismo. Prácticamente escribió la totalidad de su obra en el extranjero, con visitas regulares a su país, donde murió un 23 de febrero de 1955.

Escritura hierofánica

La obra de Claudel reúne felizmente simbolismo literario y catolicismo, poesía y religión, arte y fe. No se limita a una mera ilustración didáctica del dogma, no pone la poesía en vínculo ancilar, utilitario, con el catecismo. La suya es auténtica potencia literaria, desclasificadora, autónoma. Poesía en el sentido más completo de la palabra. Georges Mounin destacó en sus versos, junto al catolicismo, la afirmación de una vitalidad pagana: "Canta incomparablemente la materia, la lluvia, los ríos, la noche, la tierra y el océano?, la alegría de cantar".

Claudel es un continuador del legado de Baudelaire, Rimbaud, Verlaine y Mallarmé. Su poesía responde a la concepción fundada por el simbolismo: la literatura como enunciación metafísica del universo, como escritura de inspiración sagrada, materia espiritualizada, más real que la realidad material. Poesía hierofánica. Si Mallarmé escribió que "el deber del poeta es la explicación órfica de la Tierra", Claudel tradujo esa afirmación en términos católicos, cabalmente comprensibles según la hermenéutica literaria del teólogo Hans Urs von Balthasar: el arte como vía de conexión con los trascendentales del ser: la belleza, el bien y la verdad.

La producción teatral de Claudel recorre desde fines del siglo XIX hasta 1940. Se abre tempranamente con La adormecida (1883) y Muerte prematura (1886), piezas anteriores a la conversión. Dramaturgia de inspiración cristiana son Cabeza de oro (1889), La ciudad (1890), El cambio y El reposo del séptimo día (ambas de 1901). Su primera gran obra será Partición de mediodía (1905). Luego vendrá la ambiciosa "trilogía papal" de El rehén (1910), El pan duro (1914) y El padre humillado (1916), en la que parte de acontecimientos históricos. De 1912 data su obra maestra: La anunciación a María, vuelta de tuerca contemporánea de la escena cristiana medieval, a la manera de los misterios y milagros, una pieza bellísima. Cinco años de trabajo (1919-1924) le llevó a Claudel escribir su drama más complejo y uno de los más logrados: El zapato de raso, estrenado en la Comédie Française en 1943 por Jean-Louis Barrault y considerada por Sigfried Melchinger "la más poderosa teatralización de lo espiritual que conoce el teatro contemporáneo". Claudel realizó además versiones de tragedias griegas clásicas (Las coéforas, Las euménides de Esquilo) y escribió los textos de los oratorios El libro de Cristóbal Colón (1927, con música de Darius Milhaud), Juana en la hoguera (1935, con música de Arthur Honegger) y La historia de Tobías y Sara (1942, con música de Enno Dugend). Sometió sus piezas a una constante reescritura, de casi todas ellas existen diversas versiones. Fue un precursor, cuya verdadera consagración teatral llegaría en la vejez, en los años posteriores a la II Guerra Mundial, de la mano del gran actor y director Jean-Louis Barrault. Si Antonin Artaud ya había rescatado un fragmento de Partición de mediodía para las experiencias vanguardistas del Théâtre Alfred Jarry a fines de los años veinte, Barrault seguirá por el camino de Artaud y descubrirá en sus puestas de El zapato de raso (1943), Partición de mediodía (1948), El cambio (1951), El libro de Cristóbal Colón (1953), Cabeza de oro (1959) y Bajo el viento de las Islas baleares (1972), así como también en las sucesivas reposiciones y versiones, una magnífica dramaturgia para desarrollar su concepción del "teatro total".

Música y amor

Escribir La anunciación a María le tomó a Claudel veinte años: su génesis data de una pieza temprana, La joven Violaine (1892). El título remite al Evangelio según San Lucas y a la aparición del Angel Gabriel ante la Virgen María para anunciarle su próxima maternidad. Ambientada en la Edad Media, La anunciación a María construye en el personaje de Violaine, quien por compasión y amor ha contraído la lepra, una metáfora de la vocación cristiana. El zapato de raso está ubicada en España, a fines del siglo XVI, y marca la recuperación del drama teocéntrico medieval y barroco, a la manera de Calderón de la Barca. Estudios recientes han puesto en evidencia el impacto de la tragedia griega clásica y del teatro japonés en esta extensa pieza. Para comprender el rico pensamiento de Claudel sobre la actividad escénica es indispensable leer su libro Mis ideas sobre el teatro. Claudel aconsejaba a los actores de La anunciación a María: "El actor es un artista y no un crítico. Su propósito no consiste en hacer que se comprenda un texto, sino en hacer vivir un personaje. Debe pues compenetrarse del espíritu y del sentimiento del papel que encarna, de modo que su lenguaje escénico parezca su expresión natural". Y también: "Lo que más me interesa [en el actor], después de la emoción, es la música. Una voz agradable articulando netamente y el concierto inteligible que forma con las otras voces, en el diálogo, son ya para el espíritu un placer casi suficiente, con independencia incluso del sentido abstracto de las palabras [...] La división en versos que he adoptado está fundada en el proceso de la respiración y fragmenta, por decirlo así, la frase en unidades no lógicas sino emotivas".

Para muchos, es la poesía de Claudel, y no su teatro, la que posee mayor vigencia estética: Conocimiento del Este (1900), poemas en prosa basados en sus experiencias en la China; las Cincos grandes odas (1910), seguramente su obra maestra; Corona Benignitatis Anni Dei (1915); Poemas de guerra (1922) y Hojas de santos (1925), entre otras composiciones. Así traduce Raúl Gustavo Aguirre el final de la Estrofa III de La Musa que es la Gracia, de Cinco grandes odas, donde el poeta se refiere a los procesos hierofánicos de escritura: "¿Qué exiges tú de mí? ¿Debo tal vez crear el mundo para comprenderlo? ¿Debo tal vez engendrar el mundo y hacer que surja de mis entrañas?/ ¡Oh, obra de mí mismo en el dolor!, ¡oh, obra de este mundo para representarte!/ Como sobre un rodillo de imprenta tras capas sucesivas/ se ven aparecer las partes dispersas del dibujo todavía inexistente./ Y como una gran montaña que divide entre cuencas contrarias sus aguas simultáneas,/ Así yo trabajo y no sabré lo que hago, así el espíritu con un espasmo mortal/ Arroja la palabra fuera de sí como un manantial que no conoce/ Nada más que su urgencia y el peso de los cielos".

En la Argentina

Son numerosos los traductores y exégetas argentinos que se han dedicado a la obra de Claudel. Entre ellos sobresale Victoria Ocampo, quien tradujo la Oda jubilar en el Sexto Centenario de la muerte de Dante (Ediciones Sur, 1978). Pero sin duda el estudioso más consecuente y fervoroso fue el maestro Angel J. Battistessa (1902-1993), antes citado. El interés por la producción claudeliana recorre la totalidad de la trayectoria de Battistessa, desde sus años más tempranos hasta su muerte. En la bibliografía del gran humanista argentino, compuesta por Pedro Luis Barcia (y publicada por la Comisión Arquidiocesana para la Cultura, Arzobispado de Buenos Aires, en 1994), se citan unos cuarenta trabajos de Battistessa dedicados a Claudel. Muchos de ellos -catorce- fueron recogidos en páginas de LA NACION entre 1939 y 1988, con escolios y traducciones de poemas. El primer trabajo del que tenemos referencia data de 1932: Battistessa publica en Verbum (Revista del Centro de Estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires) su traducción de dos poesías de Claudel: "El niño Jesús de Praga" y "La Virgen a mediodía". Battistessa tradujo y editó varias de las piezas teatrales claudelianas, de consulta obligatoria tanto por la belleza de las versiones como por la agudeza y sensibilidad de los estudios preliminares: La anunciación a María (Emecé Editores, 1945); Juana de Arco en la hoguera (Secretaría de Cultura de la Municipalidad de Buenos Aires, 1948; reeditado sin grabados y sin texto bilingüe por Compañía Fabril Editora, 1961); Partición de mediodía (Emecé Editores, 1951); El libro de Cristóbal Colón (Teatro Colón, 1954, programa). Tradujo también un pasaje de El cambio para la revista Lyra en 1955. Battistessa se desempeñó además como director del Centro de Estudios Claudelianos en la Universidad Católica Argentina. Su valiosa obra de traducción y análisis permanece dispersa y espera todavía ser reunida en un volumen que, sin duda, contribuirá a mantener vivos la memoria y lo mejor del arte de Claudel.

Por Jorge Dubatti
Para LA NACION - Buenos Aires, 2005