¿Podemos alcanzar a Dios?
“Mis pensamientos no son vuestros pensamientos”
Javier Garralda Alonso
Si miramos en torno nuestro
vemos diversos seres, entre ellos diversas personas humanas, y si indagamos
de dónde proceden nos remitimos a sus padres, que a su vez vienen de sus
respectivos progenitores y así de manera indefinida en el tiempo anterior.
Usando una comparación: en
un convoy de tren vemos como un vagón es arrastrado por otro y éste a su vez
por el que va delante. Pero si no hubiera una locomotora, que arrastra al
vagón inmediato y en definitiva a todos los vagones, ninguno de los vagones
se movería. La locomotora mueve y ella no es movida por otro elemento
ferroviario.
De modo análogo, los seres
(vagones) vienen producidos por otros seres y así sucesivamente, pero si no
existiera un ser (locomotora) que originara al primer ser relativo y en
definitiva a todos ellos y que él no fuera producido por ningún otro,
ninguno de los seres hubiera venido a la existencia. A este ser que es por
sí mismo lo llamamos Dios. Si decimos que Dios es la primera causa, sin la
que los seres que no siempre han existido no existirían, de ello se deriva
algo que casi es obvio: que los seres relativos son mantenidos en su
existencia por el mismo Dios, de modo que sin su continuo dar el ser no
podrían mantenerse existiendo. Si el ser limitado no fuera sostenido en su
ser efectivo constantemente por el Ser primero y no limitado, volvería a la
nada.
De modo que Dios está
presente esencialmente en sus criaturas dándoles el ser. Pero Dios no
depende de sus criaturas para existir, ya que Él existe antes que ellas y
les ha dado su ser relativo, y si dependiera de ellas ya no sería el Ser
primero y necesario sino que más bien sería explicado, por lo que no siempre
habría existido. Y el no captar justamente esto ha dado origen a teorías
filosóficas, en el fondo endebles, pero que han hecho mucho daño: se ha
querido poner a Dios al nivel de las criaturas, confundiendo su Ser infinito
con el ser relativo y limitado de los demás seres.
Santo Tomás de Aquino nos advierte que el ser de Dios sólo por analogía
puede compararse con el ser de las criaturas: En realidad, entre Dios y sus
criaturas hay un abismo ontológico que la criatura no puede atravesar por sí
misma. La pretensión de “cazar” o comprender a Dios con el pensamiento
humano es una auténtica locura: ni siglos, ni eternidades podrían ser
suficientes para que ni el mejor pensador humano desarrollara o se acercara
al pensamiento de Dios con sus propias luces.
Leemos en la Biblia: “Porque
no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni mis caminos son vuestros
caminos, dice Yavé. Cuanto son los cielos más altos que la tierra, tanto
están mis caminos por encima de los vuestros y mis pensamientos por encima
de los vuestros” (Is 55,8-9).
Entonces, ¿debemos
desesperar de alcanzar a Dios?: Por nosotros mismos ello es imposible. Pero
Dios por puro amor se acerca a nosotros, colma el abismo que nos separa de
Él, nos revela parcialmente su misterio, nos concede la gracia, una
presencia suya más allá de la de darnos el ser como causa primera, por la
que podemos “tocar” la divinidad al amarlo y conocerlo. (Ver páginas 135-136
de Id a Tomás, de Eudaldo Forment).
Un camino sencillo de
humildad y de amor a quien tanto nos ama nos acercará a Dios más que una
especulación meramente intelectual. De modo que Dios se revela a los
humildes y huye de los orgullosos. Puede suceder que personas simples e
ignorantes en muchos campos del saber sean en cambio pozos de sabiduría,
moradas gratas al Espíritu Santo, dentro de su simplicidad. Y su buena
voluntad les acerca íntimamente a Dios, que estima más la bondad que la
ciencia, más el buen corazón que la mera inteligencia. Más huir del mal y
hacer el bien que todas las especulaciones con apariencia de conocimiento.