Peter-Hans Kolvenbach, S.J.

Superior General de la Compañía de Jesús

Cartas y discursos

 

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Sumario:

Rasgos fundamentales de la espiritualidad ignaciana

Carta sobre la Pastoral Vocacional  29 septiembre 1997

10º Aniversario de la muerte del Padre Pedro Arrupe 18 de Enero de 2001.

Carta sobre el Apostolado Social 24 de enero de 2000

«No olvidaré nunca aquella tarde..."

Inauguración de la nueva sede de la Facultad de Teología de la Universidad Javeriana.

(29 de octubre de 2001)

En la 4ª asamblea de la CPAL (30 de Octubre de 2001)

Inaguración de la sede rectoral de la universidad católica de Córdoba, Argentina (12/11/01)

La colaboración con los laicos en la misión

(Encuentro con Laicos en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia – 5/11/01

La formación permanente como fidelidad creativa (Marzo 2002)

La tentación del poder

Donde la mente carece de miedo y la cabeza se mantiene erguida (Enero 2003)

La práctica de la espiritualidad ignaciana (Febrero 2003)

Carta sobre la pobreza (Marzo 2003)

A la Asamblea General de la Comunidad de Vida Cristiana (Agosto 2003)

 

 

RASGOS FUNDAMENTALES DE

LA ESPIRITUALIDAD IGNACIANA

El P. Kolvenbach tuvo una alocución a las personas ligadas a la espiritualidad ignaciana en la Iglesia de Santo Antonio da Barra (Salvador, Bahia, Brasil) el 4 de octubre de 1992. De ella extraemos estos párrafos añadiendo títulos:

  1. Una nueva situación: mayor presencia de los laicos en la vida eclesial

            El Espíritu del Señor ha movido a la Iglesia a descubrir, en los signos de los tiempos, el papel esencial de los laicos en la comunidad cristiana... Una Iglesia que mira el futuro tiene siempre delante de sus ojos y en su corazón la vocación y la misión del laico cristiano, tanto en el ámbito intraeclesial como en la transformación evangélica de la sociedad.

    1. Exigencias para los jesuitas

                  Esta nueva situación exige, en primer lugar, de nosotros jesuitas que hacemos profesión de "sentir con la Iglesia" y de sintonizar con sus orientaciones y deseos, una nueva actitud... Nuestra prioridad será formar adecuadamente los laicos en la fe y el compromiso cristiano, sobre todo a aquellos que desean algo más en términos de profundidad espiritual de su empeño apostólico... De muchas maneras podemos ayudar en la formación de los cristianos que desean cumplir fielmente su misión de testigos de la fe en la Iglesia y el mundo de hoy:

       -          En el campo de la educación de la fe:  Laicos y laicas necesitan de una fundamentación teológica de su fe en el nivel de su competencia científica y profesional y que responda efectivamene a las interrogaciones y preocupaciones del hombre y de la mujer de hoy.

       -          En el campo del análisis de la sociedad:  Tenemos que darles también los instrumentos para un análisis y evaluación, a la luz de los valores evangélicos, de la sociedad en que vivimos.

       -          En el campo de la espiritualidad: Pero sobre todo, tenemos que ayudarles a profundizar su experiencia de Dios en Jesucristo, sin la cual todos los conocimientos teológicos y técnicas pastorales carecen de sentido y de eficacia apostólica. Para esta tarea fundamental, nosotros, los miembros de la Compañía de Jesús disponemos de un instrumento de incomparable valor, la espiritualidad ignaciana.

    2. La espiritualidad ignaciana, fuente común para jesuitas y laicos

            Aquí deseo hacer un llamado especial a mis compañeros jesuitas: les exhorto a compartir generosamente con otros su herencia espiritual. Se trata de la voluntad decidida, del profundo y contagiante deseo de comunicar las riquezas de nuestra espiritualidad, por medio de los Ejercicios Espirituales, las Comunidades de Vida Cristiana, del Apostolado de la Oración, y así mismo impregnando toda nuestra predicación y enseñanza, toda nuestra práctica pastoral con los métodos y los criterios ignacianos.

            De hecho, el objetivo y la aplicación de la propuesta espiritual que deriva de la experiencia de Dios, propia de Ignacio, para servir a Cristo y su Iglesia se extiende a un campo más amplio que la vida de los jesuitas.

            La Compañía de Jesús es una de las expresiones de la espiritualidad ignaciana, sin duda su fruto más acabado en cuanto cuerpo apostólico y presbiteral, ideado y constituido por Ignacio para servir a Cristo y a su Iglesia según la visión y carisma específico., Pero él escribió una gran parte de los Ejercicios Espirituales cuando todavía no había sido ordenado sacerdote y cuando no pensaba ser el fundador de una Orden religiosa. Como laico, durante años, compartió su experiencia con personas de toda condición y continuó haciéndolo hasta el fin de su vida. La enseñanza espiritual de San Ignacio no es esotérica; es un don dado a la Iglesia, un don, definitivamente, del Espíritu del Señor para ser ofrecido y compartido con todos los miembros del Pueblo de Dios

  1. La oferta de la espiritualidad ignaciana para los laicos y laicas

            ¿Qué les puede ofrecer la espiritualidad ignaciana a ustedes, hombres y mujeres planamente insertos en el mundo de hoy con sus contrastes y conflictos? ¿De donde les viene el interés por este método peculiar de introducir los fieles a la experiencia del Espíritu de Dios? ¿Que atracción ejercen las Comunidades de Vida Cristiana u otras estructuras apostólicas promovidas por la Compañía?

            La insatisfacción con el ritmo frenético de vida de las ciudades modernas, con un mundo impregnado del espíritu materialista en el cual se habla sobre todo del dinero, de los problemas del trabajo, de diversiones y espectáculos superficiales, lleva a muchos de nuestros contemporáneos a buscar una espiritualidad, el recogimiento de la oración, algo que ayude a trascender la agitación y monotonía de lo cotidiano, dando un sentido a su existencia. Pero no siempre las respuestas a estas aspiraciones, tanto dentro como fuera de ambientes cristianos, presentan las características esenciales del Espíritu y de la oración cristiana. Pueden llevar a una evasión de la realidad, del compromiso con la liberación de hermanos y hermanas, propio de aquel que se hizo Dios-con-nosotros para comunicarnos la plenitud de su propia vida. A veces se trata más de buscar una satisfacción subjetiva que un empeño generoso por los otros.

La oferta de la oración ignaciana

            En la oración ignaciana buscamos, por el contrario, como Cristo, una intimidad con Dios centrada en el deseo e hacer su voluntad, de agradarle, de servirle. Una intimidad con Dios garantizada por las obras, porque está orientada al servicio. Esta oración nos lleva a "estar atentos a Dios", a "estar abiertos a sus llamados", a estar "desprendidos de nuestro propio querer, amor e interés" para dejar que el Espíritu nos guíe según la voluntad de Dios.

            Muchos de ustedes trabajan a nivel diocesano o parroquial, animan círculos bíblicos y actividades pastorales de jóvenes, matrimonios, enfermos... Muchos están en contacto con grupos de oración, en los cuales buscan métodos de perfeccionamiento espiritual. Una contribución específica de ustedes, a partir de su familiaridad con la espiritualidad ignaciana, podía ser transmitir esta experiencia de oración, centrada, como decía Ignacio, en el "buscar y hacer la voluntad de Dios" en las circunstancias concretas de nuestra vida.

 La oferta del discernimiento

            Además de la orientación práctica de la oración ignaciana, otro rasgo característico, y hoy bien conocido, de esta espiritualidad es el "discernimiento". ¿Cómo descubrir lo que Dios pide de nosotros, sean en relación a las orientaciones fundamentales de nuestra vida, sea en relación a las decisiones de cada dí? La necesidad de criterios espirituales que fundamenten nuestras opciones se hace todavía más urgente en un mundo en rápido cambio, en que constantemente nos encontramos delante de nuevas situaciones personales, familiares, profesionales, políticas, pastorales, que exigen una decisión. Lo mismo se dice con relación al creciente pluralismo, a la diversidad de ideas, de tendencias, de problemas nuevos que surgen en el ámbito de la misma Iglesia o de la sociedad y exigen una toma de posición.

            El discernimiento ignaciano ofrece métodos seguros para integrar, en nuestras decisiones, la oración con el análisis cuidadoso de las alternativas respecto a problemas personales y sociales; la reflexión teológica con los elementos de nuestra experiencia espiritual; la sensibilidad al Espíritu de Dios, con el conocimiento de los caminos humanos. Se trata no tanto de un proceso para momentos particulares, como de una actitud permanente de libertad interior, familiaridad con Dios y atención a las llamadas que El nos hace desde dentro de la realidad y de nuestras ocupaciones y luchas de cada día. Para el laico, llamado a transformar el ambiente y las estructuras sociales del mundo en que vive con el Espíritu del Evangelio, así como a aconsejar y orientar otros hombres y mujeres sobre sus problemas, el discernimiento constituye una fuente fecunda de claridad.

            En nuestra sociedad secularizada no es fácil mantener con perseverancia una actitud radicalmente evangélica, sin el apoyo de otros que comparten la misma fe y el mismo espíritu. La participación en un grupo eclesial, sobre todo si está animado por la misma espiritualidad ignaciana, como sucede en las Comunidades de Vida cristiana, es muy importante para reforzar a cada uno de nosotros en nuestra postura cristiana, para resistir así a la presión del ambiente, a las críticas o las tentaciones que surgen contra nuestras actitudes evangélicas. Además del estimulo de amistad y de ejemplo, los compañeros y compañeras de comunidad se ayudan por medio del "discernimiento comunitario". Esto es particularmente importante ante las nuevas perspectivas que se abren para el compromiso apostólico o la vida personal y profesional de sus miembros, y cuando vienen crisis en la vida de cada uno o del grupo.

 Una espiritualidad para vivirla en Iglesia y para el mundo

            Somos miembros de la Iglesia. Nuestros grupos deben ser conscientes de su unión profunda con la Iglesia y su misión, en el Espíritu de Cristo. Nuestra inserción en la comunidad y el apoyo que ésta nos da, son una concretización de nuestra pertenencia a la Iglesia. Como el Padre envió al Hijo para liberar y salvar el mundo, Cristo nos envía, como Iglesia y, a través de ella, a nuestros hermanos y hermanas en el mundo de hoy.

San Ignacio nos sugiere que contemplemos y vivamos el misterio de la Encarnación en la perspectiva de María, aquella que supo colaborar más que nadie con la misión redentora de su Hijo. Que Ella nos inspire con su fe, su disponibilidad y su amor, para dedicar nuestras vidas con renovado ardor y discernimiento a la tarea de la nueva evangelización.

 

 

 

Carta sobre la Pastoral Vocacional

(Roma, 29 de septiembre de 1997)


Estimados Padres y Hermanos,

    La Congregación General 34a. me recomendó escribir una carta sobre los aspectos prácticos de la Promoción Vocacional, después de estudiar las diversas experiencias en toda la Compañía (Decr.10,4). El Encuentro que se realizó en Loyola, de 21 a 25 de julio de 1997, para reflexionar sobre la Promoción Vocacional y discernir lo que nuestro Señor nos pide, fue muy útil para adquirir mayor y mejor información sobre la situación actual de la Compañía en este campo y para descubrir formas concretas con las que podamos y debamos colaborar con nuestro Señor para suscitar vocaciones para la Compañía.

    Según las informaciones de los Delegados presentes en el Encuentro de Loyola, existe hoy más preocupación por la falta de vocaciones de que interés real en promoverlas. En este momento, hay en la Compañía apenas 23 promotores en tiempo íntegro; pocas Provincias cuentan con Equipos y/o Redes de apoyo; solamente en 9 Provincias existe un proyecto formal de Promoción Vocacional, ejecutado por un Promotor con la ayuda de un Equipo y con el apoyo del Provincial. Aunque en casi todas las Provincias existan actividades para acompañar a los que se interesan por la Compañía, apenas 22 Provincias cuentan con un Pre-Noviciado más o menos institucionalizado. En algunos lugares, la tendencia es confundir o identificar el acompañamiento a los candidatos con la Promoción Vocacional.

    El servicio de Promoción Vocacional es decisivo e imperativo para el futuro de la Compañía y para el servicio a que ella está llamada a prestar a la Iglesia. Las vocaciones son un don de Dios; pero un don condicionado a nuestros esfuerzos en despertarlas y descubrirlas. Estoy persuadido de que nuestro Señor nos envía vocaciones, pues la iglesia continua expresando el deseo de contar con la ayuda de la Compañía. Ciertamente existen factores "externos" (adversos) que dificultan la Promoción Vocacional (culturales, familiares, sociales y eclesiásticos) que no favorecen la valorización de la Vida Consagrada como una opción capaz de realizar humana y cristianamente a los Jóvenes. Mas, debemos reconocer también que nuestro Señor nos llama a ser más activos y "agresivos", a usar todos los medios y recursos necesarios para colaborar con la gracia en el fomento de las vocaciones, a ejemplo de San Ignacio y reasumiendo la tradición de la Compañía. Por eso, pido a los Superiores Mayores que consideren la Promoción Vocacional como una prioridad apostólica real, claramente expresada en los proyectos apostólicos provinciales y que destinen los recursos personales y materiales necesarios. A continuación les propongo algunas formas concretas para poner en práctica esta prioridad.

    Aunque no se pueda considerar como una mera estrategia para obtener vocaciones, una Pastoral de la Juventud renovada y bien planeada es el mejor contexto para despertarlas y descubrirlas. Los Ejercicios Espirituales como experiencia de encuentro personal con Cristo que llama y el contacto personal y acompañamiento espiritual tendrán que ser prioritarios en nuestro ministerio con los Jóvenes. La vida y misión de la Compañía en el futuro depende de los jóvenes de hoy. Por eso, les pido que dediquemos lo mejor de nuestros recursos para mejorar el contacto con ellos, donde lo hemos perdido, y a reforzarlo y organizarlo mejor, donde ya lo tenemos.

    Sólo la Pastoral de la Juventud no es suficiente. Es necesario un trabajo de Promoción Vocacional explícito, diferente, también de los programas de Pre-Noviciado o de acompañamiento a los que están interesados por la Compañía. En cada Provincia o Región debe haber un promotor o Animador Vocacional en tiempo íntegro, que tenga el apoyo real de los Superiores y sea capaz de despertar y descubrir las posibles vocaciones. Y, ya que la responsabilidad por las vocaciones es del Cuerpo Apostólico, el promotor debe fomentar y animar el interés práctico por las vocaciones en todos los Jesuitas y realiza un proyecto de promoción Vocacional adaptado a cada situación concreta, que envuelva de formas diferentes las Comunidades y Obras apostólicas de la Provincia o Región y que no excluya "a priori" ningún grupo social, cultura, región o forma de vivir y expresar la fe.

    Debemos estar conscientes de la capacidad y responsabilidad que todos tenemos de promover vocaciones, si vivimos de forma clara, visible y sin ambigüedades nuestra vocación y misión, como Cuerpo apostólico y no apenas como apóstoles individuales. La falta de simplicidad en el estilo de vida, las incoherencias en nuestro modo de vivir los Votos, algunas posturas de desafecto para con la Jerarquía y de ambigüedades con relación al Magisterio de la Iglesia, el poco celo y creatividad apostólicas y la falta de apertura y hospitalidad comunitaria están influyendo, por cierto, en la dramática disminución de vocaciones en algunas partes de la Compañía. Con seguridad, los candidatos no esperan encontrar formas de vida ideales y hombres perfectos. Pero, por supuesto, desean y necesitan de un apoyo en el desarrollo de su vocación religiosa para ser hombres de oración y de inclinación a la vida comunitaria, para trabajar en la misión de la Iglesia y asumir y vivir con entusiasmo la espiritualidad ignaciana. Por eso, invito a todos a continuar en el discernimiento sobre lo que nuestro Señor nos pide para revitalizar nuestra vida comunitaria y apostólica y para ser señal transparente y visible de hombres consagrados a Dios y a nuestra misión, como Cuerpo apostólico en la iglesia.

    Las vocaciones se promueven por medio de la oración, a través de una presentación clara de nuestro carisma y misión, del contacto personal con los jóvenes en los diversos campos apostólicos e invitando, a los que se interesan por la Compañía, a participar en nuestras obras y ministerios, dando a conocer la Compañía, su misión y sus santos por medio de posters, libros, videos, radio, televisión e Internet. Pero, estos medios, no bastan por sí solos. Se requiere también la relación personal donde se convida y se propone al Joven la vocación por la Compañía como una alternativa de realización personal y cristiana.

    Sin una preocupación obsesiva por el número, el promotor Vocacional debe procurar candidatos de calidad apostólica, con fe profunda, sanos, equilibrados y de vida sacramental; que tengan enfrentado y asumido los aspectos oscuros de su vida, su sexualidad; jóvenes que amen la Iglesia y crean en su renovación; con capacidad intelectual para cumplir la formación académica exigida por nuestra misión apostólica.

    Ya que la vocación es, antes que nada, un don de nuestro Señor, los invito a rezar, personal y comunitariamente por las vocaciones, en forma constante y siempre, conforme la tradición de la Compañía.

    Para dar curso a lo que fue establecido en esta carta, les pido a los Superiores Mayores que, en sus Cartas 'Ex-officio" me informen expresa y concretamente, sobre las decisiones que tomaron y los pasos que dieron para promover las vocaciones en su provincia o Región. Que nuestro Señor nos ayude a descubrir lo que nos pide para colaborar con Él en conseguir vocaciones, y nos conceda la voluntad eficaz para realizarlo.

    Fraternalmente en nuestro Señor

Peter-Hans Kolvenbach S.J.

 

 

 

 

 

 

10º ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL PADRE PEDRO ARRUPE

Roma, 18 de Enero de 2001.

Queridos Padres y Hermanos:

Hace diez años, la víspera de los Santos Mártires Japoneses, el Señor de la Viña llamó a sí a nuestro compañero de ruta, el Padre Pedro Arrupe. Con esta carta quisiera evocar brevemente su vida y su muerte apostólicas e invitaros a todos a la acción de gracias celebrando la Eucaristía del Señor, a ser posible en comunidad, el 6 de febrero.

Más de cincuenta años de desbordante actividad misionera bajo el Espíritu. Más de diez años de una pasividad cada vez más total, sobrellevada también como apóstol, en el mismo Espíritu. Como todo testigo profético, el Padre Arrupe fue signo de contradicción, incomprendido o mal comprendido, en la Compañía y fuera de ella. Su palabra tan franca y tan verdadera a nadie dejaba indiferente, sobre todo cuando hablaba del Espíritu que renueva la Iglesia y realiza también, para la Iglesia, la renovación de la vida consagrada y la de la Compañía.

No vaciló, sobre todo como superior general, en lanzar a sus amigos en el Señor por todas las rutas del mundo. Para proclamar, con la palabra y la acción, la promoción de una justicia que vive la plenitud del Evangelio por y con los pobres. Para inculturar este Evangelio y abrir nuestra misión a un encuentro auténtico con los hombres y mujeres de buena voluntad, en todas las culturas y religiones, sin excluir la increencia moderna. Y para hacer frente - cómo olvidar su apremiante llamada - al drama de los pobres entre los pobres, los refugiados y personas desplazadas en un mundo cada vez más inhóspito.

Por nosotros y con nosotros, el Padre Arrupe escrutaba los signos del Reino y de su venida entre nosotros. Sabía lo difícil que es profetizar, sobre todo cuando se trata del porvenir, como dice un proverbio chino. Pero se dejaba invadir por el porvenir de la Iglesia, el de la vida consagrada, el de la Compañía de Jesús especialmente. Dirigiéndose a la Unión de los Superiores Generales a fines de mayo de 1974, profetizaba un porvenir que tuvo fácil eco en nuestro encuentro de Loyola el pasado mes de septiembre.

No cabe duda que el servicio que debemos prestar a la Iglesia y a la humanidad contemporánea es un elemento valiosísimo de nuestra supervivencia y una garantía para ella. Lo que resulta inútil deja de tener razón de ser. Este deseo de servicio nos debe llevar a un estudio profundo del propio carisma, de las intenciones del fundador, a fin de descubrir su mejor aplicación a las circunstancias actuales y futuras.

Tampoco nos debe amedrentar el aspecto conflictivo y la oposición que puede venir de donde menos se pudiera esperar, ya que el Espíritu tiene a veces caminos difícilmente comprensibles para quienes no poseen o no saben interpretar el carisma fundacional o religioso aplicado a las circunstancias nuevas. Por otra parte, toda aplicación o reforma debe ser realizada por hombres de gran talla espiritual, que posean un verdadero espíritu sobrenatural: éste incluye un gran celo por la gloria de Dios y servicio de la Iglesia, humildad, obediencia y comprensión profunda del Evangelio. Si poseemos hombres de un tal espíritu y tenemos un servicio concreto que ofrecer a la Iglesia y a la humanidad, las dificultades no nos deben atemorizar, antes bien serán un signo del buen camino.

Así es como el Padre Arrupe veía y vivía nuestro porvenir, tanto durante sus años de actividad misionera como en el curso de sus largos años de enfermedad, cuando con tantos otros compañeros jesuitas realizaba su misión orando y sufriendo por la Iglesia y la Compañía. Sintiéndose "puesto con el Hijo" cargado con la cruz, pudo asumir el peso de sus responsabilidades y afrontar los desafíos de nuestro tiempo. Lo recordaba él mismo en su última homilía en la capilla de La Storta. Y añadía:

Es cierto que he pasado por dificultades, grandes y pequeñas; pero confortado siempre con la ayuda de Dios. Ese Dios en cuyas manos me siento ahora más que nunca, ese Dios que se ha apoderado de mí.

Compartía así la convicción de San Ignacio: en salud y enfermedad, vida larga o corta, la misión por la gloria de Dios se sigue realizando.

Cuando en la tarde del 5 de febrero de 1991, el Hermano Bandera nos hizo señal de que el Señor acababa de llamar a sí a su fiel servidor, espontáneamente entonamos la Salve en acción de gracias. Que nuestra Eucaristía del próximo 6 de febrero exprese nuestra sincera gratitud al Padre por la vida del Padre Pedro Arrupe y por la visión ignaciana que le animó. "Y con esto reflectir en mí mismo, considerando lo que yo debo ofrecer y dar a la su divina majestad" (EE 234).

Sinceramente vuestro en Cristo,

Peter-Hans Kolvenbach, S.J

Prepósito General

 

 

 

Carta sobre el Apostolado Social

(Roma, 24 de enero de 2000)

Queridos Padres y Hermanos:

La paz de Cristo!

  1. A sólo unas semanas de la apertura de la Puerta Santa, quisiera recordar que el Gran Jubileo del Año 2000, como todo jubileo, es un llamamiento por parte de nuestro Creador y Salvador a restablecer la armonía perdida y promover la justicia social. El toque de trompeta - el yôbel - que resonaba para abrir el año santo,(1) cuestionaba todas las injusticias y daba esperanza a los pobres. Cuando Jesús comienza a predicar la Buena Nueva, su unción y su misión son "para anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor."(2) El Papa Juan Pablo II ha reactivado ahora la secular finalidad del jubileo para restablecer la justicia social. "La doctrina social de la Iglesia, que ha tenido siempre un lugar en la enseñanza eclesial y se ha desarrollado particularmente en el último siglo, sobre todo a partir de la Encíclica Rerum novarum, encuentra una de sus raíces en la tradición del año jubilar."(3)

  2. El Padre hace también un nuevo llamamiento a la Compañía de Jesús para que se convierta a esta dimensión social de la fe. Desde sus mismos orígenes la opción preferencial por los pobres, en diversas formas según tiempos y lugares, ha marcado toda la historia de la Compañía. Con su vigorosa Instrucción de hace cincuenta años el Padre Juan Bautista Janssens orientó el apostolado social de la Compañía a "proporcionar a la mayor parte de los hombres y, si cabe en lo humano, a todos, cierta abundancia o al menos holgura de bienes temporales y espirituales, aun de orden natural, imprescindible para que el hombre no se sienta oprimido, o postergado."(4)


    El Padre Pedro Arrupe recogió apasionadamente esta orientación apostólica y la basó sólidamente en la relación, absolutamente evangélica, entre justicia social según la definió su predecesor y el nuevo mandamiento del amor - tan nuevo que necesitó un nuevo nombre, agape. Las Congregaciones Generales recomiendan siempre esta justicia social integrada con el gran mandamiento del amor. Tenemos que realizar "la justicia social a la luz de la justicia evangélica que es sin duda como un sacramento del amor y de la misericordia de Dios."
    (5)


    También el Papa Juan Pablo II se ha preguntado si la justicia bastaba de por sí y ha dado esta respuesta: "La experiencia del pasado y de nuestros tiempos demuestra que la justicia por sí sola no es suficiente y que, más aún, puede conducir a la negación y al aniquilamiento de sí misma, si no se le permite a esa forma más profunda que es el amor plasmar la vida humana en sus diversas dimensiones."(6) El Padre Arrupe y las Congregaciones Generales recientes se han hecho eco de la preocupación del Papa y reconocen por una parte que se puede abusar de la caridad si se la hace una capa o subterfugio de la injusticia pero que, por otra, "no se puede hacer justicia sin amor. Ni siquiera se puede prescindir del amor cuando se resiste a la injusticia, puesto que la universalidad del amor es por deseo de Cristo un mandato sin excepciones."
    (7)

  3. Resumiendo autoritativamente lo logrado por las cuatro últimas Congregaciones Generales, las Normas Complementarias afirman: "la misión actual de la Compañía es el servicio de la fe y la promoción, en la sociedad, de la justicia evangélica que es sin duda como un sacramento del amor y misericordia de Dios... Esta misión 'es una realidad unitaria pero compleja y se desarrolla de diversas maneras'"(8) en los variadísimos campos, ministerios y actividades en que se ocupan los miembros de la Compañía a todo el ancho del mundo. A pesar de serias dificultades y de nuestros muchos fracasos, miramos atrás con gratitud al Señor por los dones recibidos en este "itinerario de fe al comprometernos en la promoción de la justicia como parte integrante de nuestra misión."(9) La evolución de la Compañía hizo posible la aprobación unánime por parte de la CG34 del decreto Nuestra misión y la justicia. La inmensa mayoría de los jesuitas ha integrado la dimensión social en nuestra identidad como compañeros de Jesús y en la conciencia de nuestra misión en la enseñanza, la formación y las comunicaciones sociales, la pastoral y los ejercicios. En muchos sitios la preocupación por la justicia es ya parte esencial de nuestra imagen pública en la Iglesia y en la sociedad gracias a aquellos ministerios nuestros que están caracterizados por el amor a los pobres y marginados, defensa de los derechos humanos y la ecología, y la promoción de la no violencia y la reconciliación.

  4. De esta misión contemporánea, con su principio integrador de fe y justicia, brota directamente el apostolado social y su enfoque específico, como explican las Normas Complementarias. "El apostolado social, como cualquier forma de nuestro apostolado, fluye de la misión; en la programación de nuestra actividad apostólica y en el cumplimiento de la misión de la Compañía hoy, debe ocupar un lugar preferente el apostolado social, tendente a que las estructuras de la convivencia humana se impregnen y sean expresión más plena de la justicia y de la caridad."(10) En cada Provincia y Asistencia este apostolado social encarna la dimensión social de nuestra misión, la incorpora en compromisos concretos, y la hace visible. En sitios diversos y situaciones variadas el apostolado social toma múltiples formas: investigación y divulgación de temas sociales, promoción del cambio y del desarrollo humano, y acción social directa con y por los pobres.(11)

    El apostolado social de la Compañía presenta hoy algunos elementos positivos notables. Sobre todo afronta con entrega, energía y creatividad desafíos muy diversos en todos los rincones del mundo. Son incontables los casos de jesuitas que, en colaboración con otros, en proyectos y movimientos, tratan de traer a la sociedad una mayor justicia y caridad. El apostolado social sigue mostrando además su capacidad para atraer colaboradores valiosos y generosos, así como candidatos para la Compañía. En años recientes, como para confirmar la misión de fe y justicia, Dios ha hecho providencialmente a la Compañía la misteriosa dádiva del martirio.

  5. Al mismo tiempo y paradójicamente, esta conciencia de la dimensión social de nuestra misión no siempre encuentra expresión concreta en un apostolado social pujante. Al contrario, éste manifiesta algunas debilidades preocupantes: parecen ser cada vez menos y menos preparados los jesuitas dedicados al apostolado social y los que hay están a menudo desanimados y desparramados, faltos tal vez de colaboración y organización. Factores externos a la Compañía están también debilitando el apostolado social: nuestros días están marcados por imprevisibles y rápidos cambios socioculturales difíciles de interpretar y a los cuales es aún más difícil responder con eficacia (globalización, excesos de la economía de mercado, tráfico de drogas y corrupción, migración en masa, degradación ecológica, explosiones de brutal violencia). Visiones de la sociedad que antes inspiraban y estrategias para un cambio estructural amplio, han cedido el puesto al escepticismo o, en el mejor de los casos, a mera preferencia por proyectos más modestos y planteamientos restringidos.

  6. El apostolado social corre así el peligro de perder su vigor e impulso, su orientación e impacto. Si esto ocurriera a una determinada Provincia o Asistencia, entonces por falta de un apostolado social vigoroso y bien organizado, la dimensión social esencial se desvanecería también poco a poco. Tal proceso de erosión reduciría inevitablemente Nuestra misión hoy (CG32) y Nuestra misión y la justicia (CG34) a unas pocas frases obligatorias pero retóricas de nuestro lenguaje, dejando huecas nuestra opción por los pobres y nuestra promoción de la justicia.

  7. Que no nos encontremos cada vez menos capaces de estar presentes - o aun de oír el llamamiento para acudir - "a cualquier parte en la Iglesia, aun en los campos más difíciles y de vanguardia, en las encrucijadas de las ideologías, en las trincheras sociales, allí donde ha estado y esté el choque entre las exigencias más candentes del hombre y el perenne mensaje del Evangelio," en las estimulantes palabras del Papa Pablo VI dirigiéndose a los delegados de las CG32 y de Juan Pablo II a los de la CG34.(12)

  8. Parece, pues, de vital importancia que sigamos esforzándonos por traducir nuestra conciencia, identidad e imagen sociales en un servicio efectivo y evangélicamente relevante a los más pobres y que más sufren en el Pueblo de Dios. Es cuestión de ir redescubriendo y rediscerniendo de continuo - in situ - las demandas y desafíos que las recientes Congregaciones Generales plantean a nuestra acción social en las sociedades, culturas y religiones de hoy. En "el diálogo de acción," por ejemplo, hemos de colaborar con pertenecientes a otras tradiciones religiosas con vistas al desarrollo integral y la libertad de las personas.(13)

  9. Somos cada vez más conscientes de que las estructuras de la convivencia humana son de varias clases, no sólo económicas y políticas, sino también culturales y religiosas; todas ellas condicionan la vida humana, todas pueden debilitarla o destruirla, y todas pueden impregnarse del Evangelio e incorporar una mayor justicia y caridad. Vale la pena, por tanto, prestar incansable atención a los diferentes aspectos de los contextos en que nos encontramos, no sea que acabemos sin capacidad para captar los cambios en curso y ponernos en contacto con ellos.

  10. Estos son algunos de los motivos por los que después de la CG34 el apostolado social emprendió un examen a nivel internacional. Se consideró necesario organizar el Congreso de Nápoles de 1997 en un esfuerzo por dar nuevo ímpetu dentro de la Compañía al apostolado social como un signo de nuestro pleno compromiso en la dimensión social de nuestra misión. Entre algunos resultados prometedores del proceso, programados para el período 1995-2005, los siguientes parecen especialmente significativos.

  11. Uno es la importancia de elaborar las características del apostolado social a nivel de la universal Compañía y de adaptarlas al ámbito local. Estas características facilitan el marco para discernir de continuo, en fidelidad creativa a la dimensión social de nuestro carisma, a qué nos llama el Espíritu en las siempre diferentes pobrezas e injusticias del mundo. Algunas de las muchas intuiciones y cuestiones necesarias en este sentido encuentran expresión en el borrador de las Características del Apostolado Social. Como la revisión del actual borrador está tardando más de lo previsto, todos están invitados a enviar comentarios y sugerencias para su edición definitiva después de estudiarlas y discutirlas en comunidades y grupos.

  12. Mientras que todo compromiso puede y debe ser muy específico, hay que tener en cuenta los distintos niveles de acción y reflexión involucrados, como lo sugiere el bien conocido binomio "local/global." Estos niveles van desde el contacto y el servicio a los pobres aparentemente más sencillos, pasando por toda suerte de desarrollo y promoción humana, hasta trabajar por cambios trascendentales en las estructuras nacionales e internacionales.

  13. Mientras seguimos trabajando a diferentes niveles, también queremos hacernos conscientes y estar al tanto de lo complejas y cambiantes que son las injusticias y estructuras socioculturales del mundo de hoy. Ello requiere aplicar una pluralidad de puntos de vista a los problemas y emplear múltiples modos de leer la sociedad y actuar en la misma.

    Finalmente, la experiencia nos ha enseñado a cimentar nuestro compromiso social sólidamente en nuestra espiritualidad ignaciana y nuestra tradición jesuítica, que tienden a ponernos gozosamente "con el Hijo y con aquéllos con los que el Hijo quiere estar, los pobres y abandonados de la tierra."(14) Reconocemos que no es posible llamarse compañero de Jesús si no se comparte su amor por los que sufren.

  14. Estos mismos elementos sugieren la dirección en la que seguir marchando e indican algunas medidas concretas para apoyar el proceso en curso.

  15. Su interminable pluralismo de enfoques y variedad de métodos y modelos organizativos constituye sin duda una enorme riqueza del apostolado social; pero para llenar este potencial y crecer como cuerpo apostólico, necesita una coordinación adecuada. Por consiguiente, necesitamos hacer buen uso de las formas y estructuras de coordinación ya disponibles y reforzarlas. Quisiera que cada Provincia, Región y cuerpo interprovincial, como las Conferencias de Superiores Mayores, tuvieran un coordinador del apostolado social, con el soporte de la correspondiente comisión y con capacidad, recursos y tiempo suficientes para desempeñar su función.

  16. Al mismo tiempo hace falta un mayor flujo de información útil y actualizada en el apostolado social dentro de las Provincias y más allá de las mismas. Este intercambio de información debería alentar a los interesados, proponer cuestiones o instrumentos de reflexión, y ayudar el crecimiento y funcionamiento de redes. Se puede sacar mucho más partido de la doctrina social de la Iglesia y de la experiencia de apostolado social acumulada desde la Instrucción del Padre Janssens. Cuento con que el Secretariado para la Justicia Social de la Curia continúe su labor de coordinación y refuerce las comunicaciones en todo el ámbito del apostolado social.

  17. Comparado con lo que hacen otros grupos y organizaciones que actúan en el campo social, el apostolado social de la Compañía se distingue por su presencia a todos los diversos niveles desde las bases populares hasta los cuerpos internacionales y en todos los diversos enfoques, desde las formas directas de servicio, pasando por el contacto con grupos y movimientos, hasta la investigación, la reflexión y la publicación. En esta presencia típicamente múltiple hay escondido un grande pero poco aprovechado potencial de la universal Compañía, que los pobres y la Iglesia nos exigen utilizar mejor. Busquemos activamente maneras de combinar competencias en análisis social y reflexión teológica con la experiencia de cercanía a los pobres y de trabajo con los que sufren injusticias de toda suerte, y de explotar mejor las posibilidades que se nos ofrecen como cuerpo apostólico universal e internacional.

  18. Por último, la perseverancia y desarrollo del apostolado social no pueden darse sin la disponibilidad de jesuitas y colaboradores cualificados. Por lo mismo quiero animar a los jesuitas que se ocupan en el apostolado social y a los responsables de la formación a que cooperen para organizar programas bien pensados dentro de la Provincia e interprovincialmente, tal como lo pide la CG34: "Durante su formación los jóvenes jesuitas deben estar en contacto con los pobres, no sólo ocasionalmente sino de forma más continuada. A tales experiencias debe acompañar una reflexión esmerada como parte de la formación académica y espiritual, que habría de integrar el adiestramiento en el análisis sociocultural."(15) La formación normal de escolares y hermanos debería incluir estudios sociales y experiencias apostólicas que sirvan a todos para crecer en la mentalidad social, y permitan a algunos descubrir en el apostolado social el sector en que puedan desarrollar su vocación personal y sacerdotal a la Compañía.

    También a nuestros colaboradores no jesuitas se les debería asegurar un acceso satisfactorio al legado espiritual y experiencia apostólica de la Compañía con el que enriquecerse integrando sus antecedentes y cualidades personales. Es preciso ofrecerles oportunidades de aprendizaje, reflexión, oración y formación permanente, junto siempre con el mayor respeto a sus convicciones religiosas. Algunas experiencias muestran ya que las Características son un recurso útil para este objetivo.

  19. "Cristo vino para unir lo que estaba dividido, para destruir el pecado y el odio, despertando en la humanidad la vocación a la unidad y a la fraternidad."(16) Las acuciantes necesidades de los pobres, las radicales exigencias del Evangelio, la insistente doctrina de la Iglesia, y las llamadas proféticas de nuestras Congregaciones Generales, no nos permiten estar satisfechos con nuestra respuesta. "El compromiso de la Compañía de una vida radical de fe que se expresa en la promoción de la justicia para todos"(17) ha sido y será una gran gracia para todos. Mucho y muy bueno se viene ya haciendo y mucho se está renovando. Tenemos el mayor aprecio y una profunda gratitud por la labor que hacen en nombre de toda la Compañía las obras sociales grandes y pequeñas, el Servicio Jesuita a Refugiados y muchos Voluntariados jesuíticos.

    Estas pocas páginas indican por qué y cómo afianzar el apostolado social para que la dimensión social de nuestra misión encuentre una expresión siempre más concreta y efectiva en lo que somos, lo que hacemos y cómo vivimos. "¡Qué obras tan grandes realizaría la Compañía" - declaraba el Padre Janssens al final de su Instrucción - "si ahora, unidas nuestras fuerzas, nos lanzamos con humiltad y fortaleza al trabajo!" Que el Señor Jesús, por intercesión de María nuestra Madre del Magnificat, nos acepte cada vez más plena y radicalmente como servidores de su misión.

    Fraternalmente vuestro en Cristo,

Peter-Hans Kolvenbach, S.J.

Notas:

    1. Levítico 25:9.

    2. Lucas 4:16ss.

    3. Juan Pablo II, Tertio Millenio Adveniente (1994), n.13.

    4. Instrucción sobre el Apostolado Social del 10 octubre 1949 (AR XI 714); In: Promotio Iustitiae n. 66 (1997), n.7.

    5. Congregación General 33a., decr.1, n.32; cf. Congregación General 32a., decr.4, nn.28,31.

    6. Juan Pablo II, Dives in misericordia (1980), n.12.

    7. Pedro Arrupe, Arraigados y cimentados en el amor (1981), n.56.

    8. Congregación General 34a., decr.2, n.3 (citando Congregación General 33a., decr.1, n.32 y Redemptoris Missio, n.41) y NC 245 §1 y 2.

    9. Congregación General 34a., decr.3, n.1.

    10. Normas Complementarias n. 299 §1; n. 298.

    11. Normas Complementarias n. 300, §2.

    12. Alocuciones del 3 diciembre 1974 y 5 enero 1995.

    13. Congregación General 34a., decr.5, n.4b.

    14. Congregación General 34a., decr.9, n.18.

    15. Congregación General 34a., decr..3, n.18.

    16. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1er. enero 2000, n.19.

    17. Congregación General 34a., decr.2, n.8

 

 

 

«No olvidaré nunca aquella tarde..."

 

Peter Hans Kolvenbach, Superior General de los jesuitas que llevaba seis años en el cargo cuando se cometieron los asesinatos en la Universidad Católica de El Salvador. Este texto es un fragmento de una entrevista publicada en italiano. Es un testimonio en recuerdo y homenaje a los «mártires de la UCA», al cumplirse el 10º aniversario de su muerte.


Recuerdo que recibí la noticia del asesinato de los jesuitas en El Salvador una tarde que ya nunca olvidaré. Me sentí profundamente emocionado. Recé, pero también tenía que actuar inmediatamente. Fui a la Santa Sede ya que conocíamos los nombres de otras personas que figuraban en la lista de los señalados por los militares para ser eliminados y era absolutamente necesario activar contactos diplomáticos para evitar otras matanzas.

La noche en que fueron asesinados los jesuitas, las guerrillas habían tomado prácticamente la ciudad. El ejército creyó que debía tomar medidas extremas y radicales. Una de ellas era la de proteger a su pueblo y otra la de erradicar, como ellos señalaron, a los dirigentes de la guerrilla. Los jesuitas no pertenecían a las guerrillas, pero durante años y años habían venido trabajando como un grupo intelectual que promovía la justicia en El Salvador para ayudar a que los pobres salieran de su miseria. A los militares esto les parecía motivo suficiente para considerarles como «muy peligrosos». También los jesuitas tenían bastante contacto con la guerrilla, dentro y fuera de El Salvador, y además estaban en contacto permanente con el Presidente de El Salvador y ministros del gobierno. Intentaron llevar a las dos partes a un acuerdo. Sin embargo, el ejército consideró esta acción sumamente peligrosa. A veces tratar con los mediadores resulta incluso más difícil que tratar con radicales.

Y éste es el motivo por el cual fueron asesinados. Resulta algo extraño que unos jesuitas, que sabían que sus vidas estaban en juego, no vieran que esto podría ocurrir. Conocían al detalle la situación del país; con frecuencia hablaban por radio o televisión como analistas de esta situación, pero no llegaron a prever, aun cuando estaban muy próximos a los cuarteles mayores de los militares, que esto podría pasar. Los asesinos llegaron como ladrones en la noche.

Debo decir que los asesinatos no me sorprendieron. Pero creo ciertamente que, si miramos hacia atrás en este caso, apreciaremos que la fuente, la motivación, la fuerza de cuanto ocurrió no era ni política ni ideología; era el deseo de vivir de verdad el Evangelio. Aquí había unas personas que tomaron el Evangelio del Señor como algo real y, lo mismo que el Señor, alzaron su voz en defensa del pobre. Actuaron no por motivaciones políticas o ideológicas. Se habían hecho conscientes de que uno no puede llamarse cristiano si no toma parte en la preferencia de Cristo por los pobres.

Les visité pocos meses antes de que fueran asesinados y en la visita compartimos muchas cosas. Les dije que algunos padres de alumnos nuestros en los colegios jesuitas en América me habían preguntado muchas veces: «Padre, ¿por qué los jesuitas de hoy ya no son como los jesuitas de antes? Hay tantos que son comunistas o izquierdistas...». En nuestra reunión les presenté esta pregunta a los jesuitas en la Universidad Centroamericana (UCA). Cuando les dile: «Al parecer, todos ustedes son marxistas o comunistas», se sonrieron. Y el P Ellacuría dijo: «Cree usted que nosotros daríamos nuestra vida por Marx y sus teorías? Somos compañeros de Jesús y éste es el misterio de nuestra vida».

Sabían lo que podía pasar, pero lo aceptaron como parte de lo que significa vivir como compañeros de Jesús, viviendo con Él el misterio pascual. Cuando una vez hablé con ellos acerca de si sería mejor que abandonaran el país, me dijeron: «¿Abandonó usted el Líbano durante la guerra civil? No. No lo hizo. No es propio de nuestra espiritualidad abandonar al pueblo precisamente cuando la situación se hace difícil o incluso peligrosa».

Y ciertamente era una época peligrosa en América Latina. El asesinato del P. Rutilio Grande en 1977 fue un primer aviso. Y el asesinato en 1980 de monseñor Romero, que se comprometió con la causa de los pobres en el funeral del P Grande, fue la repetición del aviso de que, en esta guerra entre el «establishment» por un lado y la Iglesia y los pobres por otro, no habría restricción ni limitación alguna.

El asesinato de estos jesuitas fue, en cierto modo, el último acto. Produjo un impacto fuerte dentro de la nación y también el ámbito internacional. Obligó a unos y a otros, de ambos lados, a reunirse. Los asesinatos de estos mártires fueron el inicio del proceso de paz, una reconciliación que, aunque frágil, es real.

 

 

Alocución del P. Peter-Hans Kolvenbach, en la inauguración de la nueva sede de la Facultad de Teología de la Universidad Javeriana.

(Bogotá, 29 de octubre de 2001)

Es un verdadero placer encontrarme con Uds., con motivo de la inauguración de la nueva sede de la Facultad de Teología en el campus central de la Universidad Javeriana. Saludo al P. Provincial y Vice-Gran Canciller de la Universidad, al Rector de la Universidad, a los Vice-Rectores, al Decano de la Facultad de Teología, a los Decanos, Directores de carrera, autoridades, cuerpo docente y administrativo, y a los alumnos de esta Pontificia Universidad Javeriana.

La Compañía de Jesús y los estudios teológicos

La importancia que la Compañía de Jesús asigna al estudio de la Teología data de los tiempos de San Ignacio. Las Constituciones subrayan que en las Universidades de la Compañía se debe insistir principalmente en la Facultad de Teología, dado que el fin de la Compañía y de los estudios es el de ayudar al prójimo al conocimiento y amor divino y salvación de sus ánimas. Encontramos aquí un primer rasgo característico de la idea ignaciana de una Universidad: la "ayuda de las almas". Este es el objetivo principal de la presencia y del compromiso de la Compañía en el campo de la educación desde sus comienzos hasta nuestros días.

Con el paso de los siglos, podría parecer que la Teología hubiera perdido protagonismo, especialmente en tiempos de secularización como los que vivimos, en que Dios y los valores religiosos parecen haberse batido en retirada frente al predominio de la ciencia y de la tecnología. Pasaron los tiempos en que parecía que la Teología dominaba como señora, y que las llamadas "facultades inferiores" y demás disciplinas académicas no tenían consistencia propia sino en función de la Teología.

Ya el Concilio Vaticano II reconoció oportunamente "la autonomía legítima de la cultura humana, y especialmente la de las ciencias". Posteriormente, numerosos documentos de la Iglesia han recalcado la necesidad de respetar los objetivos y la metodología propios de las ciencias humanas y positivas, y han puesto de relieve la compatibilidad y armonía entre fe y ciencia. En este proceso, la Teología no ha perdido vigencia, pero sí ha tenido que emprender una profunda reflexión sobre sí misma y sobre su relación con las otras disciplinas, para encontrar su ubicación en el marco de la nueva realidad cambiante. El hecho mismo de transferir esta Facultad de Teología su sede al campus central de la Universidad, constituye un signo emblemático de un nuevo tipo de relación entre Teología y mundo, y de una nueva forma de presencia de la Teología en el ámbito universitario.

Lo cierto es que, cuatro siglos y medio después de Ignacio de Loyola, desde una nueva perspectiva, la Compañía de Jesús sigue considerando la Teología como un ministerio particularmente importante en su apostolado. En los documentos de la Compañía, se señala la prioridad que la Teología y la Filosofía deben tener entre las Facultades de nuestras Universidades, de modo que difícilmente se concebiría una Universidad de la Compañía sin Facultad de Teología, o una Universidad que no contara con una instancia de seria reflexión teológica. Tradicionalmente y hasta nuestros días, la Compañía ha considerado el trabajo científico como uno sus ministerios más propios. En esta actividad, las ciencias sagradas ocupan el primer lugar, sin que esto signifique que se deban descuidar las otras ciencias humanas y positivas.

Si en algún punto se ha de insistir, es en que las Universidades de la Compañía la docencia, la investigación y la reflexión teológicas deben ocupar un puesto primordial. "Superar ignorancias y prejuicios mediante el estudio y la enseñanza, hacer realmente del Evangelio una 'Buena Noticia' a través de la reflexión teológica en un mundo confuso y turbado, es una de las características de nuestro modo de proceder". Ya el P. Pedro Arrupe, de cuya muerte celebramos este año el décimo aniversario, mencionó la reflexión teológica entre las cuatro prioridades apostólicas de la Compañía de Jesús. Por cierto que, entre los temas contemporáneos urgentes que proponía para la reflexión teológica, mencionaba expresamente el fenómeno de la violencia. Documentos posteriores de la Compañía confirmaron este énfasis del P. Arrupe en la necesidad de la reflexión teológica, añadiendo también la necesidad de un análisis social de las causas estructurales de las injusticias contemporáneas y un discernimiento ignaciano sobre la respuesta apostólica que se debe dar a tales injusticias.

La reflexión teológica es una fase del proceso de lo que Juan XXIII y el Concilio Vaticano II llaman "lectura de los signos de los tiempos",[vii] consistente en discernir la presencia y la actividad de Dios en los acontecimientos actuales de la historia contemporánea, tratando de dilucidar los problemas y las oportunidades, para dar respuestas adecuadas a la luz del Evangelio. En la realidad dramática que está viviendo hoy Colombia, una reflexión teológica seria y profunda sobre la problemática nacional es de una actualidad candente. Me referiré en particular a este punto más adelante. Esta reflexión es la que debe guiar nuestro modo de contemplar e interpretar las situaciones personales, sociales, culturales, políticas y económicas. La mirada atenta a lo que pasa a nuestro alrededor, para discernir lo que Dios quiere de nosotros, es como una prolongación de la contemplación ignaciana de la Encarnación, y a la vez una forma concreta de ser contemplativos en la acción.

El diálogo de la Teología con las otras disciplinas

La Teología como ciencia no puede cultivarse en forma independiente, o aisladamente de las otras ciencias. Desde esta perspectiva, se comprende la necesidad de un trabajo conjunto entre la Teología y todas las otras Facultades y disciplinas. El decantado tema de la interdisciplinaridad es más que un simple postulado de necesaria obligación en nuestras cartas fundamentales: es una exigencia absoluta, si no queremos que la Teología y las demás Facultades acaben trabajando recluidas en compartimentos estancos, espléndidamente aisladas unas de otras, aunque físicamente se encuentren en el mismo campus.

La Teología necesita de las otras ciencias, lo mismo que éstas necesitan de la Teología. La presencia de la Facultad de Teología en el campus de la Universidad es una oportunidad única, que no se puede desaprovechar, para entablar un diálogo más estrecho con todas las otras disciplinas. En un mundo cada vez más atomizado y especializado, la integración del saber es uno de los deberes ineludibles de una Universidad digna de este nombre. Promover el trabajo interdisciplinario implica un talante de colaboración y diálogo entre especialistas dentro de la propia Universidad y con otras Universidades. De este modo se podrán abrir nuevos horizontes a la docencia y a la investigación, contribuyendo así a la constante superación de la calidad académica y a la misma transformación de la sociedad. Me alegra saber que el trabajo interdisciplinar constituye uno de los objetivos de esta Facultad.

Las Constituciones Apostólicas Ex Corde Ecclesiae y Sapientia Christiana, cartas magnas de las Universidades Católicas y de las Facultades Eclesiásticas, destacan el papel particularmente importante que desempeña la Teología en la búsqueda de una síntesis del saber, como también en el diálogo entre fe y razón. La Teología presta ayuda a las demás disciplinas en su búsqueda de significado, ayudándolas a descubrir horizontes nuevos que no están necesariamente incluidos en sus propias metodologías. A su vez, las otras ciencias enriquecen a la Teología, proporcionándole una mejor comprensión del mundo moderno y ayudando a la investigación teológica a adaptarse mejor a las exigencias actuales.

En esta recíproca interacción, todas las disciplinas y Facultades se benefician mutuamente. El lenguaje y el contenido mismo de la Teología se enriquece con nuevas perspectivas, mientras que las otras ciencias se superan a sí mismas cuando se abren a la dimensión de la trascendencia y del Cristo-Logos, centro de la creación y de la historia. De este modo la Teología demuestra su primacía, no arrogándose predominio alguno sobre las demás ciencias, sino poniéndose humildemente al servicio de ellas, en busca de la Verdad completa y de la integración del saber.

En el intercambio mutuo entre las distintas ramas del saber, la Teología tiene un aporte específico que ofrecer. La revelación de Dios no planea alejada de la realidad, como divagando en un mundo virtual, sino que se inserta en el tiempo y en la historia concreta de los hombres y mujeres de nuestro mundo real. El mundo y todo lo que en él sucede, como también la historia y las vicisitudes por las que atraviesa el pueblo, son realidades que se han de ver, analizar y juzgar con los medios propios de la razón, pero que no encuentran su explicación última sino a la luz de la fe. Donde la razón no llega a más, allí toca a la Teología abrir al horizonte de la fe. "La fe agudiza la mirada interior abriendo la mente para que descubra, en el sucederse de los acontecimientos, la presencia operante de la Providencia".

Fe y ciencia

La ciencia desafía a la fe, como lo vemos en la predicación de Pablo en el Areópago de Atenas, y en el anuncio de Cristo resucitado, "locura para los judíos, escándalo para los paganos" (I Cor 1,23). Pero la fe interpela también a la ciencia. Es necesario que el espíritu humano se remonte con las dos alas, la de la fe y la de la razón, hacia la contemplación de la Verdad total. Los problemas álgidos que plantean hoy la economía, el libre mercado, la globalización, la tecnología de la información, la nueva cultura, la biología genética, la violencia, la droga, la corrupción, la exclusión, o simplemente la crisis de sentido, no pueden ser ignorados en una Universidad.

Pretender dar respuesta a esta problemática pura y simplemente a partir de la metodología propia de las distintas disciplinas académicas, prescindiendo de la luz que pueda aportar la fe, no es concebible en una Universidad Católica. Ignorar la fe sería condenarse a no poder alcanzar más que fragmentos de verdades truncas e incompletas, no la totalidad y unidad de la verdad a la que todo ser humano aspira. "La razón y la fe no se pueden separar sin que se reduzca la posibilidad del hombre de conocer de modo adecuado a sí mismo, al mundo y a Dios".

También en este ámbito compete a la Teología un papel insustituible. Sin injerirse en las demás Facultades, le corresponde no obstante aportar a las otras disciplinas los elementos de juicio, basados en la revelación cristiana, en el Magisterio de la Iglesia y en la reflexión teológica, que les ayuden a trascenderse a sí mismas en su búsqueda de la verdad, proporcionando así a la ciencia una visión auténticamente holística. El principio de San Agustín "Intellege ut credas; crede ut intellegas" tiene su perfecta aplicación en una Universidad Católica, y es principalmente la Facultad de Teología la que debe dinamizar este proceso.

Respetando los objetivos y la metodología de cada disciplina, el esfuerzo conjunto de la inteligencia y de la fe permitirá avanzar en la búsqueda desinteresada e interminable de la verdad, hasta alcanzar a Aquel que es la Verdad plena y que colma el ansia de verdad y la sed de sabiduría de todo ser humano. En este cometido, la Teología goza de la misma libertad académica que las demás ciencias, en entera fidelidad a la Escritura, a la Tradición y al Magisterio de la Iglesia. Más aún, la Iglesia estimula el trabajo creativo de los teólogos y sus esfuerzos por comprender mejor, desarrollar y comunicar más eficazmente el sentido de la Revelación.[xiv] La Facultad de Teología debe estar siempre alerta para responder con la docencia y la investigación a las necesidades y requerimientos de la Iglesia y de la sociedad, a cuyo servicio está.

La Encíclica Fides et Ratio subraya que el objetivo fundamental al que debe tender la Teología consiste en "presentar la inteligencia de la Revelación y el contenido de la fe". La Facultad de Teología de esta Universidad Javeriana cumple este cometido a través de los cursos que imparte a sus propios alumnos, pero no se limita a ellos. Me complace mucho saber que entre los servicios que la Facultad de Teología presta a esta Universidad Javeriana, figura el de la Formación Teológica y Religiosa a las Facultades, con un anuncio explícito del Evangelio y de la persona de Jesucristo a los estudiantes y al personal de las diferentes disciplinas.

Formación de sacerdotes y de laicos

Uno de los cometidos principales de una Facultad de Teología, aunque no el único, es el de la formación sacerdotal. Desde los tiempos de Ignacio de Loyola, la formación de los sacerdotes se cuenta entre los principales ministerios de la Compañía. A los futuros sacerdotes ofreceremos una sólida formación que les prepare para su ministerio pastoral, además del debido acompañamiento humano y espiritual. En los futuros sacerdotes, según señala la Exhortación Postsinodal "Ecclesia in America", se ha de promover también "la capacidad de observación crítica de la realidad circundante, que les permita discernir sus valores y contravalores, pues esto es un requisito indispensable para entablar un diálogo constructivo con el mundo de hoy".

Además de los jesuitas y de los numerosos religiosos y religiosas que estudian en la Facultad, me felicito de la presencia en ella de laicos. Como indica la misma Exhortación, la renovación de la Iglesia en América no será posible sin la presencia activa de los laicos. Sobre ellos recae en gran parte la responsabilidad del futuro de la Iglesia en este Continente.

Hay laicos que se sienten llamados a trabajar en el ámbito más propiamente "intraeclesial", construyendo de muchas maneras la comunidad eclesial de acuerdo a sus talentos y carismas, o desempeñando en algunos casos un ministerio laical dentro de la Iglesia. La Facultad de Teología cumple un papel fundamental ofreciéndoles la posibilidad de una sólida formación teológica. Pero, además de ellos, está el gran número de laicos llamados a trabajar en la actividad propia de los laicos --el ámbito de las realidades temporales propiamente dichas--, donde ningún sacerdote o persona consagrada puede sustituirles.

Estos últimos laicos y laicas se encuentran no sólo en la Facultad de Teología sino mayormente en las otras Facultades de la Universidad, y necesitan ellos también de la debida atención y formación para poder cumplir con su vocación laical. América necesita de laicos que puedan asumir competentemente responsabilidades directivas en la sociedad, hombres y mujeres capaces de actuar en la vida pública, incluido el ejercicio de la política en su sentido más noble y auténtico. Es necesario para ello que sean formados en los principios y valores de la Doctrina Social de la Iglesia, en la ética y en la teología moral, en las nociones fundamentales de la teología del laicado.

Sé de los esfuerzos que la Facultad y toda la Universidad están desplegando para que de entre sus estudiantes salgan estos laicos cristianos comprometidos que la Iglesia y Colombia necesitan. Quisiera animar a todos los responsables de la Universidad a no escatimar esfuerzos para ofrecer a los estudiantes la posibilidad de esta formación laical. De parte de la Compañía, la última Congregación General ha mostrado su disposición a ponerse al servicio de la misión laical, ofreciendo a los laicos, además de una sólida formación teológica, lo que somos y hemos recibido: nuestra herencia espiritual y apostólica, nuestros recursos educativos y nuestra amistad.[xix] Dentro de esta oferta, los Ejercicios Espirituales ocupan un puesto de primer orden. Me alegra saber que los Ejercicios forman parten del servicio que ofrece la Facultad de Teología. Siguiendo a San Ignacio, les puedo asegurar que nada mejor podemos ofrecer para ayudar a los demás que los Ejercicios.

Una Universidad de la Compañía, y una Facultad de Teología, deben caracterizarse no sólo por su calidad y excelencia académica, sino por la formación de la "persona completa", en el plano de su formación humana, espiritual, moral y social. La atención de la persona concreta, para ayudarla a crecer en todas sus potencialidades, constituye otro de los rasgos típicos de la educación de la Compañía.

Teología y problemática actual

Entre las finalidades que los documentos de la Iglesia asignan a la Teología y a las Facultades de Teología se menciona explícitamente el "reflexionar a la luz de la revelación sobre las cuestiones que plantea cada época", y "buscar diligentemente las soluciones de los problemas humanos a la luz de la misma Revelación".

Característico del modo de proceder ignaciano es también el zambullirse en la realidad del mundo concreto, como lugar del encuentro con Dios. El principio teológico de que "no se sana sino lo que ha sido asumido por Cristo", tiene también aquí su aplicación. La historia es el lugar donde podemos constatar la acción salvadora de Dios a favor de la humanidad. En cualquier acontecimiento de la historia, en toda actividad humana, en los avances de la ciencia y de la tecnología --con sus enormes posibilidades y sus terribles amenazas--, está presente y actuante Dios. Para quienes estén familiarizados con la espiritualidad ignaciana, esta perspectiva evocará fácilmente la "Contemplación para alcanzar Amor" de los Ejercicios, y traerá a la memoria el "buscar y hallar a Dios en todas las cosas", característico también de San Ignacio.

Esta Facultad no opera en una campana del vacío, en una esfera ajena al espacio y al tiempo, sino en un contexto y en una situación histórica concreta. Esta Facultad y esta Universidad están situadas en América, en Colombia, y no pueden prescindir de la realidad que las rodea. La Teología no puede concebirse sino inserta en la realidad del mundo; de la misma manera como la Iglesia está en el mundo y hace suyos los gozos, las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Permítanme referirme a algunos desafíos concretos que interpelan de manera particular a la Teología hoy y en los que, a mi juicio, la Facultad y la Universidad tienen mucho que aportar. Lo haré basándome en algunos de los puntos señalados por la ya mencionada Exhortación Postsinodal.

a) La fe es el mayor don del Señor a este Continente.[xxiii] Sin embargo, a nuestro alrededor vemos signos contradictorios que reflejan un deterioro de la identidad cristiana: la cultura de la violencia perversamente propiciada por tantas personas y grupos, la sistemática falta de respeto a la vida humana y a los derechos de la persona, el conflicto armado y el enfrentamiento a muerte entre hermanos, el odio y la venganza, la crispación social, el sufrimiento y el desarraigo de vastos sectores de la población civil, la pérdida de esperanza; todos estos elementos configuran un cuadro radicalmente opuesto a la fe cristiana, y una negación de hecho del sentido de Dios.

No escapa a nadie la complejidad del tema. Conocemos la preocupación y los esfuerzos de la Universidad por responder a esta problemática lacerante, que afecta profundamente a la conciencia colectiva del país y a su imagen externa. A pesar de todas las dificultades, es motivo de esperanza constatar cómo las iniciativas de paz siguen desarrollándose. La presencia de la Iglesia en el mundo universitario es uno de los factores que más influyen en la formación cristiana del pueblo --afirman los Obispos de este Continente--, y las Universidades Católicas son un rasgo característico de la vida de la Iglesia en América. En este contexto, es responsabilidad muy propia de la Facultad de Teología contribuir desde su ámbito específico a la nueva evangelización y a la recuperación de la identidad cristiana del país.

Es preciso analizar científicamente y poner en evidencia las estructuras políticas, económicas y sociales que conducen a la rutina de la violencia y de la muerte. Sin embargo, no basta el estudio académico. Es preciso además formular alternativas concretas y optar por propuestas para ayudar a los colombianos a salir de esta espiral. No le toca a la Teología resolver los aspectos técnicos de los cambios estructurales que se imponen. Pero sí recae sobre ella la responsabilidad de colaborar desde su campo específico con las otras Facultades para la búsqueda de soluciones globales. A la Teología le toca apelar a las raíces cristianas del pueblo colombiano, comprometerse en la nueva evangelización y reavivar el rescoldo de la fe que corre cada vez más el peligro de convertirse en un nombre sin contenido.

Hay que anunciar sin ambages el mensaje cristiano y llamar a la conversión del corazón Es preciso anunciar a Jesucristo, "nuestra paz" (Ef 2,14). Él vino para unir lo que estaba dividido, para destruir el pecado y el odio, despertando en todos los hombres y mujeres la vocación a la unidad y a la fraternidad. Con Juan Pablo II, podemos afirmar: "No podemos prever el futuro; sin embargo, podemos establecer un principio exigente: habrá paz en la medida en que toda la humanidad sepa redescubrir su originaria vocación a ser una sola familia, en la que la dignidad y los derechos de las personas humanas (...) sean reconocidos como anteriores y preeminentes respecto a cualquier diferencia o especificidad". Con quienes han conocido la trágica experiencia de la violencia y experimentan sentimientos de odio y de resentimiento, hay que hacer todo lo posible por ayudarles a encontrar el camino de la reconciliación y del perdón.

Este es el único modo de poder mirar al futuro con esperanza para los jóvenes, para Colombia y para la humanidad entera. La Facultad de Teología y toda la Universidad prestarán un gran servicio a la sociedad colombiana si su compromiso evangelizador, su docencia y su investigación pueden traducirse en propuestas concretas al gobierno y a la sociedad civil para la construcción de la paz, la justicia evangélica y la convivencia fraterna.

b) En este contexto, se comprende que sea insoslayable el compromiso social de la Universidad. La opción por los pobres y excluidos, el servicio de la fe y la promoción de la justicia, no son una cantinela que repetimos hasta el cansancio, sino una exigencia de nuestra condición cristiana y el sello que marca la misión de la Compañía de Jesús. La Iglesia, en su Magisterio social, "no se cansa de invitar a la comunidad cristiana a comprometerse en la superación de toda forma de explotación y opresión". No se trata de aliviar compasivamente las necesidades más urgentes, sino de atacar las raíces del mal, "proponiendo intervenciones que den a las estructuras sociales, políticas y económicas una configuración más justa y solidaria".

No quiero añadir más a lo que hace un año señalé en Santa Clara, a la Asamblea de las Universidades de los Estados Unidos. La docencia y la investigación no pueden prescindir de una pregunta capital: ¿a favor de quién y en favor de qué se está?[xxvii] En el contexto del neoliberalismo vigente en este Continente y en el marco de la globalización, la pregunta tiene un alcance inquietante.

La Teología y cada disciplina, más allá de sus respectivas especialidades, tienen que comprometerse con la sociedad, con la vida, con el ambiente. Esto las llevará a plantearse como preocupación moral de fondo cómo deberían ser los hombres y mujeres de este mundo para poder vivir juntos en una sociedad justa, fraterna, pacífica y solidaria.

En cuanto a los estudiantes, habría que preguntarse: ¿qué piensan hacer de sus vidas?, ¿qué Colombia están pensando construir para el futuro? La dinámica del mercado somete a tremenda presión a las jóvenes generaciones, que con todo derecho aspiran a equiparse profesionalmente de la mejor forma posible, para poder competir en el mercado y asegurarse un buen puesto de trabajo. Les deseo todo éxito en este legítimo deseo; pero quede bien claro que lo que la Compañía, la Iglesia y Colombia esperan de ellos va más allá. El "magis" ignaciano --y javeriano-- tiene aquí una aplicación muy concreta. El criterio de evaluación de nuestras Universidades jesuitas radica no en lo que la Universidad se propone, sino en lo que nuestros estudiantes de hecho lleguen a ser.

Si su Teología y su quehacer universitario quieren tener un sentido, dejen que la realidad perturbadora que les rodea penetre en este campus, para reflexionar sobre ella y darle la respuesta que la Iglesia y el país tienen derecho a esperar de Uds. como Universidad. Que profesores y estudiantes aprendan a sentir esta realidad, a pensarla críticamente y a comprometerse en la búsqueda y en la aplicación de soluciones. Que todos se acostumbren a percibir, pensar, juzgar, elegir y actuar no sólo pensando en sí mismos sino en favor de los demás, especialmente de los pobres y de los oprimidos.

c) Por último, quisiera concluir subrayando la importancia de la Teología en la evangelización de la cultura, uno de los temas en qué más hincapié hicieron los Obispos del Sínodo de América. En nuestro mundo se está configurando un colorido mosaico, en que coexisten una variedad de culturas que se traslapan y a veces se contradicen entre sí: cultura tradicional , cultura de la modernidad o de la postmodernidad; cultura de inspiración cristiana, cultura secular y cultura postcristiana; cultura indígena, popular, rural, de la urbanización, de los medios, de la tecnología. Por no hablar de la cultura de la nueva pobreza, de la violencia, de la droga, de la muerte. Unas culturas son avasalladoras y tienden a imponerse, otras son frágiles y se sienten amenazadas. También en el ámbito cultural, lo global y lo local se contraponen.

A la fe le corresponde dejarse tocar por las culturas, y éstas a su vez deben ser tocadas por el Evangelio, que discierne los aspectos positivos y negativos de cada cultura. El Evangelio no se identifica con ninguna cultura, pero debe encarnarse en las diversas culturas y necesita de elementos culturales para poder expresarse. Es necesario que "el Evangelio sea anunciado en el lenguaje y la cultura de aquellos que lo oyen".

En este contexto de mutuas influencias y de fuerzas desiguales, la Universidad es el lugar por excelencia para el diálogo entre fe y cultura, de modo que pueda hacer comprensible la fe a los hombres y mujeres de determinada cultura. A la Teología corresponde también inculturar el Evangelio, entablar un diálogo abierto y crítico con las culturas, y dar testimonio del Espíritu creativo y profético presente en toda expresión cultural verdaderamente humana. El Evangelio sintoniza con todo lo que hay de bueno en cada cultura. A la Teología le tocará también desafiar proféticamente a toda cultura invitándola a desprenderse de todo lo que impide la justicia del Reino. Inculturar el Evangelio significa permitir que la Palabra de Dios despierte toda su fuerza en la vida del pueblo. De esta manera será posible que el Evangelio enriquezca las culturas, y sea a su vez enriquecido, renovado y transformado por el aporte de esas culturas.[xxxi] La evangelización de la cultura es una de las dimensiones esenciales de la misión de la Compañía, y la Facultad de Teología debe vigorosamente reflejar esta faceta.

Confío en que estas reflexiones les puedan ser de utilidad en la nueva etapa que la Facultad de Teología inicia con su traslado al campus de la Universidad. Estoy seguro de que la cercanía y el mutuo intercambio entre la Teología y las demás Facultades han de redundar muy positivamente en beneficio de todos.

Que el Señor bendiga copiosamente a la Facultad de Teología y a toda la Universidad Javeriana en su trabajo apostólico al servicio de la Iglesia y de Colombia, para la mayor gloria de Dios y el bien de las almas.

 

 

 

DISCURSO DEL P. GENERAL, PETER-HANS KOLVENBACH,
EN LA 4ª ASAMBLEA DE LA CPAL

(Limpio, Paraguay: 30 de Octubre de 2001)

Agradezco a Dios la oportunidad de poder participar junto con ustedes en esta 4ª Asamblea de la CPAL (Conferencia de Provinciales de América Latina), aquí en Limpio, en el Paraguay. La última vez que estuve con ustedes fue en 1998, en Cali, Colombia, cuando había todavía dos Conferencias de Superiores Mayores en América Latina, una en cada Asistencia. Esta es la primera vez que me reúno con ustedes después de la unificación de las dos Conferencias en la CPAL. Por otro lado, la antigua Conferencia de los Provinciales Jesuitas del Brasil (CPJB), que ya antes hacía parte de la Conferencia de la Asistencia de América Latina Meridional, pasó a ser ahora una Conferencia Regional y parte integrante de la CPAL.

Considero esta reunión con ustedes muy oportuna y providencial por varios motivos. En primer lugar, coincide prácticamente con el 27 noviembre de 1999. Termina ahora su período experimental y ustedes deberían discernir, después de estos dos años, qué modificaciones desean introducir en los Estatutos de la Conferencia para que ésta pueda cumplir mejor la finalidad y los objetivos para los cuales fue constituida. Una vez aprobadas esas modificaciones, comenzará para la CPAL una nueva etapa a servicio de la misión de la Iglesia y de la Compañía de Jesús en América Latina. También mi visita coincide con una notable renovación de la Conferencia, que cuenta ahora con seis nuevos miembros. Sólo uno de ellos participó en la Asamblea que tuvieron en Los Teques, el pasado mes de abril. Para los otros cinco, ésta es su primera participación en la CPAL. Es para mí motivo de satisfacción poder compartir estos días con los nuevos Provinciales que han asumido su cargo y comienzan a desempeñar sus nuevas responsabilidades ya en el contexto interprovincial que la CPAL representa.

La principal motivación que les impulsó a establecer la CPAL no fue meramente de orden administrativo, sino sobre todo de orden apostólico, a la luz de aquel principio que gobierna la vida y misión de la Compañía: el mayor servicio divino y el bien más universal. Se unieron en una única Conferencia, la dotaron de una cierta infraestructura, con una sede permanente, un Presidente y un Secretario Ejecutivo a tiempo completo y su pequeño equipo central, para poder así responder mejor a las necesidades y desafíos que el mundo contemporáneo presenta a la vida religiosa y la misión de la Compañía, sobre todo en América Latina, pero también en todo el mundo, ya que ustedes son parte de un único cuerpo apostólico de carácter universal. Como sabemos, las Provincias, que existieron desde la fundación de la Compañía, son divisiones administrativas para facilitar el gobierno de la Compañía y sobre todo para garantizar por parte de los Superiores el cuidado personal y espiritual de cada jesuita que caracteriza nuestro modo de proceder. Del punto de vista apostólico, sin embargo, los intereses provinciales, por muy legítimos que sean, están siempre subordinados al mayor servicio divino y al bien más universal.

Desde sus comienzos, hubo siempre en la Compañía necesidades que exigieron que algunas Provincias ayudaran a otras, sacrificando a veces sus propios intereses. La rica historia de nuestras misiones, hasta en tiempos recientes, coloca en evidencia la disponibilidad y generosidad con que las Provincias de la Compañía y los jesuitas individualmente respondieron a las necesidades de la Iglesia en regiones a donde la Buena Nueva no había todavía llegado a los operarios eran pocos, o en regiones donde las necesidades apostólicas eran más importantes o urgentes.

Obras de carácter internacional, como nuestras casas e instituciones romanas, también contribuyeron para que las Provincias se movilizaran y prestaran a esas casas y obras la ayuda que necesitaban y todavía necesitan, en términos de recursos materiales y particularmente humanos. Estas obras son "misiones" que la Iglesia nos ha confiado y de las cuales todas las Provincias son corresponsables.

En estos últimos años también ha aumentado la ayuda económica entre Provincias de diversas regiones, a través de convenios bilaterales o del conocido sistema de "hermanamiento". Varias Provincias y Regiones de América Latina se han beneficiado y continúan todavía beneficiándose de ese sistema.

Hoy día, sin embargo, en el mundo global e interdependiente en que vivimos, además de esas necesidades ya presentes en épocas anteriores, han surgido otras que exigen nuevas respuestas y una cooperación todavía mayor entre las Provincias. Algunas de esas necesidades tal vez no sean enteramente nuevas, pero nos afectan a todos y hoy tenemos una mayor conciencia de su existencia y de la necesidad de colaborar más estrechamente entre nosotros a nivel interprovincial, para poder responder mejor a ellas, juntando fuerzas y mediante acciones o proyectos concretos.

Hay también necesidades y desafíos comunes a todos y que quizás puedan y deban encontrar una respuesta en el ámbito de cada Provincia. Pero aún en esos casos, el contexto global e interdependiente en que vivimos y los modernos medios de comunicación, sitúan esas necesidades y desafíos en un contexto más amplio que exige un intercambio de ideas y experiencias a nivel interprovicial y hasta internacional, para responder a ellos de un modo más adecuado y eficaz del punto de vista apostólico.

En las últimas décadas, para poder salir al encuentro de esa nueva realidad apostólica, de esos signos de los tiempos que al mismo tiempo que exigen nuevas respuestas, abren para nosotros nuevas oportunidades, han surgido en la Compañía estructuras intermediarias de gobierno al nivel de una o varias Asistencias. Las principales y más conocidas son las Conferencias de Superiores Mayores. Estas estructuras facilitan el gobierno del P. General, constituyen para que se refuercen en la Compañía su espíritu universal y ésta pueda así cumplir mejor su misión a servicio de la Iglesia, tanto en el ámbito internacional, como también al nivel de continentes o vastas regiones, como América Latina. Esas regiones, a pesar de su diversidad, tienen una cierta homogeneidad cultural y también problemas y necesidades comunes de orden social, económico y político con claras implicaciones apostólicas y que exigen, para ser atendidas de un modo adecuado, la acción conjunta de todas o varias Provincias.

Aunque las Conferencias de Superiores Mayores varían en su estructura y funciones de una región a otra, ellas tienen, sin embargo, características y necesidades comunes que permiten una comparación entre ellas y un mutuo enriquecimiento. Eso aparece de un modo especial cuando se reúnen anualmente en Roma , como aconteció el mes pasado, los Moderadores de las Conferencias de Superiores Mayores de todo el mundo. Esas reuniones tienen como principal finalidad promover esa visión más universal y global de los problemas y necesidades que hoy debemos enfrentar y ayudar al P. General en el gobierno de toda la Compañía. Ellas también contribuyen, sin embargo, para colocar en evidencia los puntos fuertes y débiles de cada Conferencia e identificar los cambios que serían necesarios para mejorar el servicio que prestan a la Compañía.

La lectura de los decretos de nuestras últimas Congregaciones Generales revela una clara evolución de nuestra legislación en relación con esas Conferencias y, en particular, en relación con la autoridad que la Compañía, directamente mediante sus Congregaciones Generales o a través del P. General, les pueda conferir para que puedan cumplir mejor su misión. Cuando se trata del mayor servicio divino y del bien más universal, nuestro Instituto y nuestras Constituciones son bien claras: El mayor servicio y el bien más universal deben siempre prevalecer, aunque eso implique una cierta limitación de la independencia y autonomía de las Provincias y nos obligue a colocar en segundo plano algunas de sus necesidades, cuando se trata de importantes y urgentes desafíos de naturaleza Inter o supraprovincial o internacional y que exigen la acción conjunta de todas las Provincias de la Compañía o de aquellas de una determinada área geográfica.

Aunque la CPAL no tiene todavía dos años de existencia, en ese breve tiempo ustedes ya han dado muchos pasos para promover una mayor conciencia interprovincial e internacional entre sus Provincias y Regiones y con frecuencia lo han hecho de un modo bien concreto, mediante actividades y proyectos de naturaleza interprovincial. Es verdad que ya se habían dado pasos en esa misma dirección, antes de que la CPAL fuera creada. Es evidente, sin embargo, que la CPAL ha contribuido para ampliar y reforzar esa cooperación y multiplicar esos esfuerzos, a través de nuevas iniciativas y proyectos. Algunos de ellos ya han comenzado a producir esos frutos, como, por ejemplo, el Año Arrupe iniciativa que ha tenido repercusión fuera de América Latina, en otras regiones donde la Compañía trabaja. En el contexto de la CPAL se han iniciado, con mucha aceptación, cursos para Superiores y Formadores. La CPAL también acaba de publicar un folleto sobre "Colaboración con los laicos en la misión" que ciertamente contribuirá para promover esa colaboración hoy tan importante.

Sé, sin embargo, que hay otros importantes proyectos en vías de realización como, por ejemplo: la creación de una Federación de nuestros colegios en el ámbito latinoamericano (FLACSI); los esfuerzos para crear una red de acciones de base en el campo del desarrollo socio-económico; la elaboración de criterios para evaluar la dimensión social de nuestras comunidades y obras apostólicas y – de un modo muy especial y en un área de suma importancia para la colaboración interprovincial – el proceso actualmente en curso para definir prioridades y objetivos comunes a todas las Provincias y Regiones de la Compañía en América Latina. Ese es un paso esencial y absolutamente indispensable para llegar a una planificación apostólica al nivel de toda América Latina y definir acciones y proyectos interprovinciales para llevarla a cabo. El año pasado, en Javier, ustedes también constataron la importancia de los movimientos migratorios dentro de la misma América Latina y entre ésta y otros continentes, junto con la necesidad de unir fuerzas para poder ofrecer una ayuda a las poblaciones que emigran, no ya por motivos políticos o bélicos, sino simplemente para poder sobrevivir.

Aunque la CPAL ha realizado mucho en el corto tiempo de su existencia, el camino que lleva a la cooperación interprovincial e internacional que la presente situación exige, es un camino todavía abierto, lleno de posibilidades y de esperanzas.

En el momento en que ustedes deben evaluar los Estatutos de la CPAL y sugerirme las modificaciones que juzgaren necesarias u oportunas para el futuro de la Conferencia, deben considerar atentamente, con gran libertad y disponibilidad, si la misma Conferencia, y en particular su Presidente, cuenta con los medios y, especialmente con la autoridad necesaria, no sólo para ejecutar decisiones han unánimemente tomada, si no también asuntos sobre los cuales tal vez no haya una clara unanimidad, pero sobre los cuales la gran mayoría de ustedes concuerda. Cada uno de ustedes es responsable – en inglés diríamos que cada uno de ustedes es "accountable" – delante del Moderador, no sólo de la ejecución de las decisiones tomadas, si no también de la fidelidad a las posiciones adoptadas por la Conferencia en relación a asuntos de común interés.

Es a la luz de las necesidades y, desafíos de nuestra misión en el conjunto de América Latina y no sólo en función de las necesidades que todos enfrentamos, en el ámbito de cada una de nuestras Provincias o Regiones, que deberemos hacer esa evaluación, conciente de que algunas de nuestras decisiones, una vez aprobadas por el Padre General, podrán limitar nuestra autoridad y exigir de todos nosotros ciertos sacrificios. Tal vez la palabra "limitar" no sea la más adecuada y deberíamos más bien subrayar la necesidad de subordinar los bienes que todos ustedes, como Superiores Mayores, ciertamente se esfuerzan por perseguir en la ámbito de cada Provincia , al bien mayor y más universal, en el contexto de nuestra misión en el mundo de hoy.

La CPAL no es una mera unión de Superiores Mayores que se enriquecen entre sí a través del intercambio de ideas y experiencias o se ayudan mutuamente mediante algunos servicios que atiendan necesidades que todos experimentan. La CPAL constituye una unidad, un cuerpo corresponsable con el P. General del gobierno religioso y, apostólico de la Compañía de Jesús, en particular en América Latina. Esa responsabilidad mayor, que va más allá de los límites provinciales, se debe reflejar en el gobierno de cada Provincia y, por ejemplo, en la elaboración de sus Planes Apostólicos que deberían siempre incluir esas necesidades supra e interprovinciales y ser sometidos a toda la Conferencia, no sólo para su información, sino también para examen y eventual revisión, en función de las prioridades y objetivos comunes que ustedes mismos han definido o que el P. General les ha indicado.

Esa solidaridad y transparencia entre ustedes se debe manifestar de diversos modos, como por ejemplo intercambiando informaciones, no sólo sobre la situación religiosa y apostólica de sus respectivas Provincias, sino aún de su situación financiera, como ya hacen varias Conferencias y ustedes también han comenzado a hacer.

Termino felicitándolos por el camino que han recorrido ya en tan poco tiempo y animándoles a seguir adelante. Aunque su Conferencia es todavía muy joven, ustedes viven en países que también son jóvenes y miran el futuro. Pueden, pues, permitirse quemar etapas y llegar en breve tiempo allí donde otros sólo llegaron después de muchos años y mucho esfuerzo. A ustedes, que tuvieron la benéfica iniciativa de conmemorar el décimo Aniversario del fallecimiento del querido Padre Arrupe, sirvan de inspiración y estímulo sus palabras.

"Amar a la Compañía, pertenecer a ella por entero es, para San Ignacio, aportar la propia docilidad al Espíritu de Dios que actúa en ella, contribuir creativamente a esta acción del Espíritu y dar cuerpo a su personal docilidad, encarnándola en la libertad de la obediencia" (Alocución en Lima, 31 de julio de 1979).

 

 

 

INAGURACIÓN DE LA SEDE RECTORAL DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CÓRDOBA, ARGENTINA (12/11/01)

Me complace en gran manera encontrarme entre ustedes, con ocasión de la inauguración de la nueva sede del rectorado. Tengo mucho gusto en saludar al P. Provincial de la Compañía, al Rector de la Universidad, a las autoridades, cuerpo docente, administrativos, estudiantes, antiguos alumnos y amigos de esta Universidad Católica de Córdoba.

Quisiera con unas breves palabras referirme a la función propia del rectorado, encuadrándola dentro del marco más amplio de los objetivos de una universidad, y en particular de una universidad de la Compañía.

Unidad e integración del saber

Por definición, la universidad es la comunidad de maestros y estudiantes animados por el mismo amor al saber, que, de modo riguroso y crítico, contribuye a la tutela y al desarrollo de la dignidad humana y de la herencia cultural, mediante la docencia, la investigación y el servicio que presta a la sociedad. Una universidad católica cumple este objetivo, aportando de manera institucional a su tarea la inspiración del mensaje cristiano (Cf. Ex Corde Ecclesiae, 1, 12-15). Una universidad de la Compañía se propone estos mismos objetivos, incluyendo además la perspectiva propia de la misión de la Compañía de Jesús, definida hoy como el servicio de la fe y la promoción de la justicia, de acuerdo a "nuestro modo de proceder".

En este contexto, la función del rectorado es ante todo garantizar que la universidad se mantenga y se desarrolle como universidad. Existe el peligro de que la universidad se disgregue en un cúmulo de facultades y departamentos, centros e instituciones, todos ellos académicos, pero sin un lazo de unión entre si. En la actualidad, se está generalizando en todo el mundo un proceso de desintegración del saber de tal genero, que la universidad está perdiendo la función que su nombre indica, a saber, el ser universal en el campo del saber, y capaz de integrar el conjunto de todos los ámbitos de la ciencia humana.

Hubo un tiempo en el que el nombre de universidad constituía un verdadero programa, tanto para los estudiantes, sedientos de lograr una visión de conjunto de todo el saber humano, como para los profesores, fascinados por la "paideia", el nacimiento y desarrollo de la vida intelectual como tal en sus estudiantes. Profesores y estudiantes se unían en la búsqueda de la "sophia", de la sabiduría que integraba todo el saber y hacer humano, incluida la dimensión trascendental. Era la época de las "sumas" filosóficas y teológicas. Gracias a estas "sumas", las diferentes ramas de la universidad mantenían una relación orgánica con el conjunto del saber universitario. Sobre todo en la edad media, la universidad se fundamentaba en la unidad del saber, encaminada a la fuente única de toda verdad, Dios.

El proceso de desintegración se atisba ya en el siglo de San Ignacio. La reforma, junto con la desunión de las iglesias cristianas, incapacita a la teología para ser en adelante factor de unidad universitaria. Posteriormente, con la revolución copernicana, las ciencias positivas rompen la unidad del saber, arrogándose el derecho de ser las únicas científicas y relegando todos los otros campos al rango del saber no científico, o a la tarea de convertirse en científicos. La consecuencia es que toda rama del saber humano elabora su propio método y se especializa, haciendo de la especialización una norma de su carácter científico. Cuanto más especializado es uno en su propio campo, con más derecho se siente a ser considerado como científico. De ahí un mundo universitario cada vez más cerrado, un saber académico cada vez más disperso, hasta llegar – como se ha dicho – a saberlo casi todo sobre casi nada, o a saber casi nada sobre casi todo.

Apertura pluridisciplinar. Cabeza y cuerpo

En el ámbito de la organización de una universidad, la necesaria e indispensable autonomía de las disciplinas provoca una mera yuxtaposición de facultades y departamentos, centros y círculos. El rectorado debe reconocer el derecho de cada disciplina a desarrollarse con la libertad propia de la investigación, según sus principios y métodos peculiares. Pero, en cualquier caso, debe promover a toda costa una colaboración pluridisciplinar que mantenga a la universidad, en todos sus centros y círculos, fiel a una unidad del saber universal al servicio del carácter humano de toda ciencia.

Ninguna profesión científica puede hoy contentarse con una saber restringido. Todas las profesiones tienen necesidad de apertura pluridisciplinar. Ya no es posible asumir una responsabilidad en el campo científico y técnico sin tener conciencia de los valores que implica hoy toda ciencia, y sin tomar en cuenta las consecuencias sociales y económicas de determinadas opciones. No se puede prescindir de la referencia a lo religioso o a lo político, a la hora de que una facultad o un departamento elabore su proyecto académico. De ahí que la primera responsabilidad del rectorado sea la de mantener todas las especializaciones académicas en una apertura pluridisciplinar al mundo universitario de todo el saber, que se especializa precisamente al servicio de la sociedad humana.

En tiempos de San Ignacio, esta responsabilidad unificadora recaía de por si en la figura del rector de la universidad. A él correspondía el gobierno entero de la universidad, en particular el enderezar en letras y costumbres toda la universidad (Const. S.J., [490]). Contrariamente a lo que ocurría en otras universidades de la época, sobre todo de tradición hispánica como Salamanca o Alcalá, en la universidades de la Compañía el rector no era elegido por el cuerpo de profesores y estudiantes sino nombrado directamente por el General. Este punto no era negociable para Ignacio. De este modo se pretendía asegurar la unidad de todo el cuerpo de la Compañía con la cabeza.

La comparación de la cabeza y del cuerpo, aparece con frecuencia en los escritos de Ignacio. La Compañía es para Ignacio para "cuerpo" apostólico universal. "Cuerpo" y "miembros" son las palabras más usadas por el para referirse a esta realidad. El General, cabeza de la Compañía, es quien rige todo el cuerpo y sus miembros. La cabeza cumple una función rectora, en estrecha unión con el cuerpo. En este esquema, rigurosamente piramidal, cada uno participa en la estructura a través de la subordinación, de la responsabilidad compartida, de las consultas, estructurando una jerarquización a partir de la base.

La cabeza cumple una función no tanto de poder sino de responsabilidad: delegar su autoridad, mantener la unión entre los miembros por medio del amor, dinamizar el cuerpo, consultar, discernir. En el caso del rector de la universidad, entre sus obligaciones se menciona la de llamar y oír a sus oficiales y a los representantes de la Facultades. El rector debe consultar y atender el parecer de los más entendidos para que mejor se determine lo que conviene (Const. S.J. [501-503]). Para expresar la unidad orgánica del cuerpo, en esta estructura a primera vista tan vertical Ignacio utiliza siempre la palabra "nosotros".

Reflexión teológica

En el proceso de integración del saber, así como en el diálogo entre fe y razón, la teología desempeña un papel insustituible. En tiempos de Ignacio, la facultad de teología ocupaba siempre el primer lugar entre todas las facultades. En la actualidad, los documentos de la Iglesia insisten en que toda Universidad Católica deberá tener una facultad, o, al menos, una cátedra de teología (Ex Corde Ecclesiae, 19), dada la importancia de la teología entre las disciplinas académicas. Ya el P. Arrupe, de cuya muerte celebramos este año el décimo aniversario, mencionó la reflexión teológica como una de las prioridades apostólicas de la Compañía de Jesús. La reflexión teológica insoslayable en una universidad de la Compañía, contribuye a la búsqueda de significado de las otras ciencias, proporcionándoles perspectivas nuevas que van más allá de lo que cada disciplina es capaz de alcanzar de acuerdo con su propia metodología. Las otras disciplinas, por su parte, enriquecen a la teología, proporcionándole una cercanía y una mejor comprensión del mundo de hoy.

La reflexión teológica permite también iluminar a la luz del Evangelio la problemática que la realidad circundante lanza a la universidad. El contexto local y global ejercen un impacto sobre la universidad, y ésta, a su vez, está llamada a ejercer su influjo sobre la sociedad. En la difícil situación socio-económica y política que está viviendo la Argentina, la reflexión teológica y la contribución de las distintas disciplinas a la solución de los problemas que atraviesa el país constituyen una exigencia que deriva del compromiso de la universidad con la sociedad.

El Padre Arrupe señaló en cierta ocasión que el carisma de las instituciones de la Compañía consiste en emplear sus fuerzas para estudiar las manifestaciones trágicas de los malentendidos existentes en el seno de nuestras sociedades. Ello comporta para el rectorado el "servir a la fe", sobre todo a través de la reflexión sobre el sentido, valores y referencias que permiten a la universidad situarse y actuar en nuestro mundo contemporáneo, formando agentes de cambio de la sociedad humana, procurando privilegiar en su reflexión y en su acción el punto de vista de los más pobres y marginados; en una palabra, buscando el advenimiento de esa sociedad nueva a la que todos aspiramos, al comprometernos en el trabajo universitario bajo la animación del rectorado.

Apertura crítica a la ciudad

Tocamos aquí otra responsabilidad de la universidad y del rectorado, que es su apertura a la ciudad. La universidad no es un fin en si misma, sino que es para la sociedad. La universidad debe dejarse interpelar por la sociedad, y a su vez debe interpelar a la sociedad. La universidad no es una torre de marfil, pero tampoco es un servicio publico, en el mismo sentido que lo es la administración pública. Sobre todo porque, debido a su responsabilidad universal, la universidad es una respuesta a una necesidad o a las necesidades de toda la sociedad. Su servicio especifico es el de la enseñanza y la investigación, enraizadas ambas en su entorno social y cultural.

Es cierto que el conocimiento tiene una finalidad y un sentido en sí mismo. No obstante, desde la perspectiva ignaciana, cabe siempre preguntarse el "porque" y el "para quien" del conocimiento. La respuesta a esta pregunta tiene siempre que ver con la sociedad y con el bien común. La universidad no puede distraerse de su misión específica, ni caer tampoco en el activismo social. Pero, al propio tiempo, no puede ignorar cuestiones fundamentales que tocan a la realidad ambiente, como, por ejemplo, la coyuntura económica y social, la ética de la vida pública y de los negocios, la precariedad laboral, la nueva pobreza, la fragilidad democrática, la crisis de valores ciudadanos, o la fuga de cerebros. Ante esta vasta problemática, la universidad tiene una palabra que decir como universidad, desde su ámbito específicamente universitario, como conciencia crítica de la sociedad a la que ilumina con su reflexión y su propuesta.

Ello implica que el rectorado abra la mente y los corazones de la comunidad universitaria a la sociedad humana circundante y a los cambios religiosos, culturales, económicos y sociales que la sacuden y transforman. Ello significa también que la enseñanza, aun cuando privilegie el dominio de los conceptos y de las técnicas de la investigación, incluya también la responsabilidad de emitir su juicio sobre los valores que entran en juego en toda rama del saber. De esta manera toda enseñanza estructura la visión de las realidades de la sociedad y del mundo. No se trata en absoluto de aumentar la cantidad de saber que hay que acumular, sino de cualificar el saber – todo saber – en el impacto que inevitablemente tiene sobre la sociedad y su futuro.

La universidad debe seguir siendo un recinto de creatividad, de crítica y de participación, con plena libertad para la construcción de la sociedad en toda su complejidad. Al abrir la universidad a su responsabilidad específica con respecto a la ciudad, el rectorado tendrá también que hacer frente a los requerimientos de la industria, del mercado y de las organizaciones públicas, para emprender proyectos conjuntos. En esta concertación de universidad debe resistir a las presiones de la economía del mercado sobre la enseñanza y la investigación, con el fin de salvaguardar su aportación original, haciendo prevalecer tanto el avance del conocimiento como el carácter específico de su acción científica y tecnológica.

Las exigencias del mercado del conocimiento, de la tecnología informativa y de la industria están haciendo vacilar los cimientos de la educación superior. La integración del saber, y la misma liberad y autonomía académica, están seriamente amenazadas. La que por vocación estaba llamada a ser universitas magistrorum et schorarium corre el riesgo de convertirse en una especie de gran supermercado intelectual, en concurrencia con otros proveedores, al que los consumidores acuden a aprovisionarse de ciertos productos puntuales. La universidad puede acabar cediendo a las presiones de la "clientela", en una contexto cada vez más competitivo.

Las demandas de la sociedad deben ser pasadas al tamiz de la crítica, para discernir cuales responden a la misión de una universidad de la Compañía y cuales no. La misión es lo que tipifica nuestra oferta. Además de una docencia, investigación y formación de la más alta calidad, como pudiera ofrecerlas otra institución similar, una universidad de la Compañía incluye un valor añadido, que otras no pueden ofrecer. Este "más" – palabra típicamente ignaciana -, consiste en el conjunto de objetivos y características que conforman la identidad y misión de la universidad. El sello ignaciano es lo que puede y debe hacer la diferencia. Por la cuenta que le trae, la misma sociedad debería comprender que esta "plusvalía" hecha de una concepción determinada del ser humano y de valores espirituales y éticos fundamentales – representa también un valor de mercado.

Fuera de la enseñanza y de la investigación propiamente dichas, un campo específico que la universidad no puede dejar de lado en su servicio a la sociedad es el de formación permanente. Su objetivo no consiste únicamente en la actualización de los conocimientos, sino en brindar a la universidad la oportunidad de un intercambio constante entre las necesidades de la ciudad y los intereses académicos. De esta manera también, la universidad no es solamente lugar para la adquisición de una disciplina o de una técnica, sino lugar de experiencia de vida para sus estudiantes, y un lugar de solidariedad con al ciudad.

El desafío de la justicia

El servicio de la fe, así como el diálogo entre fe, cultura y sociedad, de los que el rectorado es impulsor y garante, son inseparables de la promoción de la justicia. El tema de la justicia en una universidad jesuítica no es un añadido extraacadémico, o un slogan demasiado conocido, sino una dimensión esencial de la misión de la Compañía, con una actualidad dramática en todo el mundo, especialmente en el medio latinoamericano en que se inserta esta universidad.

El criterio para evaluar una universidad de la Compañía no es lo que la universidad pretende de sus estudiantes, sino en definitiva lo que los estudiantes lleguen a ser, y la responsabilidad cristiana adulta que demuestren en el futuro para trabajar a favor de sus prójimos y de su mundo. Nuestros estudiantes deben aprender ya desde ahora a pensar, juzgar, elegir y actuar al servicio de los demás, especialmente de los menos aventajados y de los excluidos. No solo la pastoral universitaria, sino la universidad institucionalmente, tiene aquí ancho campo de acción.

Esto no significa de ninguna manera tener que ceder del nivel académico de la docencia o la investigación, o convertir la universidad en una simple agencia de acción social. No se trata de tener que elegir entre excelencia académica o servicio a los pobres. Se trata de compaginar ambos objetivos, en nombre no de una corriente pasajera sino como consecuencia de la misión evangelizadora de la universidad y de su compromiso con la doctrina social de la Iglesia. La excelencia académica es irrenunciable, como lo es también el servicio a la Iglesia y a la sociedad. Pero se puede dudar de una excelencia que olvide la "composición de lugar" de la realidad ambiente, y que no sea capaz de incidir universitariamente en la transformación de esta realidad.

Se percibe a veces cierto malestar por el hecho de que la extracción social de nuestro alumnado parece estar en contradicción con los repetidos principios de la justicia y la opción por los pobres. Todo reduccionismo es peligroso, como lo es un inclusivismo en que todo vale igual. El verdadero problema no es si los pobres pueden ingresar en la universidad; sino que hacemos con nuestros estudiantes, ricos o pobres, una vez han ingresado en ella. Si no logramos formarles hombres y mujeres para los demás, y capaces de transformar nuestro mundo en un mundo fraterno, justo y solidario, podemos darnos por fracasados. El punto de la cuestión es si la universidad entera ha hecho de la fe y de la justicia una prioridad dentro de su misión, y si su práctica institucional responde a este objetivo.

Si los pobres no pueden ingresar en la universidad, la universidad es la que debe entrar al mundo de los pobres. Profesores y alumnos, unos y otros desde su campo específico, tienen que ver cómo comprometerse de manera adecuada con la sociedad ambiente. Me alegra saber de los programas de contacto con la realidad y servicio a la comunidad que existen en la universidad. La solidaridad y el servicio, no se aprenden nocionalmente, sino a través de la inmersión en la realidad. No es cuestión sólo de proponerse cambiar la realidad, sino de dejarse cambiar por ella.

Hace cerca de treinta años, el P. Arrupe lanzava su famosa expresión hombres para los demás. Es decir, hombres – y mujeres – que no conciban el amor de Dios sin el amor al hombre; un amor eficaz que tiene como primer postulado la justicia, y que es la única garantía de que nuestro amor a Dios no es una farsa. (A los Antiguos Alumnos de Europa, Valencia, 1973). El tema de la justicia dista mucho de estar agotado.

Unidad e integración del saber, reflexión teológica, diálogo con la sociedad, compromiso con la fe y la justicia: he aquí algunos de los cometidos fundamentales de una universidad católica de la Compañía. En todos estos campos, compete al rectorado una responsabilidad particular. Pero el Rector – la cabeza – no está sólo en esta vasta tarea. Con él están los miembros del "cuerpo", inspirados todos ellos por el carisma de Ignacio de Loyola, que son parte del "cuerpo universal" de la Compañía, cuya verdadera cabeza es Cristo nuestro Señor.

Que la inauguración de esta sede rectoral sea para la Universidad Católica de Córdoba la ocasión de profundizar su sentido de pertenencia a este cuerpo apostólico, y señalarse en cumplimiento de su misión como universidad para "el mayor servicio divino y bien de las ánimas".

 

LA COLABORACIÓN CON LOS LAICOS EN LA MISIÓN

(Encuentro con Laicos en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia – 5/11/01)

Me es muy grato tener este encuentro fraterno con Ustedes, laicos y laicas comprometidos estrechamente con la obra apostólica que la Compañía de Jesús realiza en la ciudad de Santa Cruz. Nos une a todos los aquí presentes un lazo común muy profundo, pues a todos nos mueve un espíritu común.

Cambio experimentado en la Iglesia

Hemos iniciado un nuevo milenio. El comienzo de esta época ha estado unido a cambios cada vez más acelerados: se quiebran viejas formas y métodos de acción sobre la sociedad, cambian los esquemas de interpretación de la realidad, aparecen nuevas exigencias y desafíos a nuestra creatividad en todos los campos de la labor apostólica.

Desde el Concilio Vaticano II, iluminada por el Espíritu, la Iglesia nos viene recordando que Cristo prosigue su misión en el mundo no solamente a través de los obispos y sacerdotes, sino también por medio de los laicos que son la mayoría del Pueblo de Dios. Asimismo, los Obispos Latinoamericanos en su reunión de Santo Domingo en 1992, resaltaron el reclamo de América Latina urgiendo un protagonismo mayor de los laicos, en la Nueva Evangelización, la promoción humana y la creación de una cultura auténticamente cristiana.

Hoy no cabe duda que la Iglesia del tercer milenio ha de ser una iglesia "laical". ¿En qué sentido? En el sentido de una creciente responsabilidad de los laicos –hombres y mujeres- en la vida de la Iglesia: en las parroquias, en las organizaciones diocesanas, en las instituciones teológicas, en las obras de caridad y promoción de la justicia. Usamos la expresión "Iglesia laical" porque a través de Ustedes, los laicos, puede la Iglesia ser fermento de justicia, paz e igualdad para la reconstrucción de este mundo roto.

Esta misma convicción la expresamos los jesuitas en nuestra última Congregación General, que es el máximo organismo "legislativo" de nuestra Orden: los laicos tienen una palabra que decir, se sienten parte integrante de la misión de la Compañía de Jesús, ésta no puede realizar su obra apostólica sin contar con la cooperación de muchos hombres y mujeres de buena voluntad que se nutren, al igual que los jesuitas, de las fuentes de la espiritualidad de San Ignacio de Loyola. Esta emergencia del laicado en la Iglesia fue reconocida por los jesuitas en la Congregación General 34ª. como una verdadera gracia y, consecuentemente, surgió allí una clara toma de posición, que se expresa en estos términos: Deseamos responder a esta gracia poniéndonos al servicio de la plena realización de la misión de los laicos y nos comprometemos a llevarla a buen término cooperando con ellos en su misión.

Razones que justifican el protagonismo de los laicos

Alguien nos puede decir que nuestro interés es utilitario: frente a una creciente escasez de mano de obra en la enorme tarea de la evangelización, los Obispos y sacerdotes, y también nosotros los jesuitas, nos vemos obligados a recurrir a la ayuda de los laicos. Esto no se puede negar, hay un decrecimiento en el número de las vocaciones en muchas partes del mundo, debemos ser realistas; pero pensar solamente en esos términos es desconocer la realidad honda de la Iglesia y las raíces de la espiritualidad ignaciana.

En el Concilio Vaticano II se proclamó solemnemente la igualdad fundamental de todos los miembros de la Iglesia –obispos, sacerdotes, religiosos, laicos- con estas frases llenas de contenido: la condición de este pueblo es la dignidad y libertad de los hijos de Dios en cuyos corazones habita el Espíritu como en un templo. Tiene por ley el nuevo mandamiento del amor como el mismo Cristo nos amó a nosotros (Jn 13, 34). Y tiene como fin el dilatar más y más el Reino de Dios iniciado por Dios mismo en la tierra (Lumen Gentium, n. 9). Esto vale para obispos, religiosos, sacerdotes y laicos por igual. No es de extrañar que el mismo Vaticano II afirme también que todos estamos llamados a la santidad (Lumen Gentium, n. 39), cada uno según su propio estado de vida.

Esto lo expresa San Ignacio en sus Ejercicios Espirituales, que son el instrumento a través del cual nos transmitió su honda captación del Evangelio. En su meditación sobre el "Rey Temporal", nos hace experimentar el llamamiento que Cristo, Rey eterno, dirige a cada uno de nosotros en el fondo de nuestro corazón para que empeñemos nuestra vida en la construcción de su reino. Unos respondemos a ese llamamiento como sacerdotes o religiosas, otros responden como laicos, pero la sinceridad y entrega de la respuesta debe ser la misma para todos.

En esta respuesta no hay sitios más altos o más bajos. Es respuesta del corazón al designio de Dios sobre cada uno de nosotros. Podrá variar en las formas pero no en su contenido último y fundamental: la vocación de hijos e hijas de Dios en Cristo.

Más aún, San Ignacio no se conforma con un seguimiento de Cristo en el que meramente se ofrece la persona al trabajo. Dice que los que más se querrán afectar y distinguir ofrecerán su vida misma, libres de todo apego desordenado. En eso consiste el "magis", el MÁS ignaciano, característico de su espiritualidad, que impulsa a entregarse "más", a buscar cada vez más la mayor gloria de Dios, sin medias tintas, sin respuestas mediocres, pues la mediocridad no tiene lugar en la cosmovisión ignaciana.

Así, pues, se elige ser sacerdote o ser laico para servir más, para servir mejor a Dios nuestro Señor y llevar adelante la misión de Cristo. Ser laico es una elección en respuesta a una vocación. Ser laico no es un simple estado que resulta de no elegir, sino que es la posibilidad concreta escogida por mí para cumplir mejor la voluntad de Dios sobre mi vida y comprometerme en la construcción de su reino. De este modo, en palabras del Papa Juan Pablo II, la vocación del laico consiste en participar, según el modo que les es propio, del triple oficio –sacerdotal, profético y real- de Jesucristo" (Redemptoris Misio n. 71). O en palabras del Concilio: la misión propia del laico es buscar el Reino de Dios tratando los asuntos de este mundo y ordenándolos según Dios (Lumen Gentium, n. 31).

Desafíos que jesuitas y laicos debemos asumir juntos

Cuando todavía era un laico, San Ignacio de Loyola fue un hombre osado y generoso que se puso al servicio de la misión de Cristo. Sufrió prisión de parte de la Inquisición en Alcalá, Salamanca, Paris, Venecia, porque sin haber estudiado teología se ponía a "dar Ejercicios Espirituales y aclarar la doctrina cristiana" a la gente. Él se sentía urgido a ello por el Espíritu, no podía apagar el fuego que llevaba dentro. Años más tarde, y como señal de que ese mismo Espíritu era quien también movía a la Iglesia, fundó la Compañía y la puso al servicio del Papa.

En ese mismo Espíritu, que movió e inspiró a San Ignacio, la Compañía de Jesús hoy quiere ponerse al servicio de la realización de la misión de los laicos. La C.G. 34ª. expresó en un decreto sobre los laicos la inquietud más sentida de los jesuitas hoy en el mundo: colaborar con los laicos. Y de manera sorprendente para todos, fue la primera orden religiosa que dedica una decreto especial en favor de la promoción de la mujer y de su situación en la Iglesia y en la sociedad.

Pero este hecho no debería extrañarnos a quienes interpretamos la vida laical como una vocación particular de Dios. ¿No tenemos el ejemplo emblemático de la respuesta incondicional de María a la vocación divina? Como ella, hay muchas mujeres que con una entrega radical viven el "magis" ignaciano, lejos de actitudes mediocres y con una fortaleza ejemplar que sólo el Espíritu puede inspirar. Es el momento de escuchar a la mujer y de darle su sitio en la sociedad y en la Iglesia.

Lamentablemente durante mucho tiempo hemos proclamado las verdades cristianas desde una visión muy masculina, privándonos de la riqueza que puede provenir del oír con atención esas mismas verdades desde la visión femenina. Son innumerables los aportes que las mujeres hacen a la Iglesia, son variadísimos sus campos de participación, la labor de la Iglesia en el mundo (y de modo particular en los países de América Latina) no se sostiene sin la ingente y abnegada contribución de tantas y tantas religiosas y laicas. Los jesuitas contamos con ellas en todas nuestras obras, incluso en dar Ejercicios Espirituales, pues creemos que en ese "ayudar a las almas" ellas tienen mucho que ofrecer pues cuentan con cualidades innatas que las favorecen. Puedo manifestarles que es motivo especial de satisfacción para mí el poder comprobar el importante papel que juega la mujer en las obras de la Compañía en Bolivia: en puestos de gran responsabilidad, en las parroquias, en la educación primaria, secundaria y superior, en el trabajo radial y en las publicaciones, en las obras sociales de asistencia a los necesitados y en los proyectos de desarrollo.

En este gran proceso histórico que a todos nos compromete, ¿dónde veo yo la mayor necesidad? ¿Cuál es la condición indispensable para que crezca la vocación laical, para que se incremente la colaboración en la misión, para que podamos juntos buscar la voluntad de Dios en el servicio que brindamos a Bolivia, hablando un único lenguaje que todos podamos comprender?

La respuesta es: participar en el mismo espíritu ignaciano y empeñarnos juntos en un camino de formación continua de nuestro ser cristianos. Para esta formación pueden ustedes contar siempre con los jesuitas. Ellos quieren y pueden transmitirles la espiritualidad ignaciana principalmente por medio de su instrumento más eficaz que son los Ejercicios Espirituales. Este instrumento ha sido sobradamente probado a lo largo de la historia de la Iglesia y, gracias a él, estamos seguros de que se formarán los apóstoles que la Iglesia del Siglo XXI necesita.

La profunda experiencia de Dios, cuya fuerza transformadora experimentamos en los Ejercicios, es la que ha de sostener y nutrir el propósito fundamental que los jesuitas han definido en su Plan Apostólico de la Provincia Boliviana: participar en procesos personales, eclesiales y sociales que contribuyan a la construcción de una sociedad más democrática y equitativa. Tal propósito se concreta, como línea estratégica, en el acompañar la formación de las personas que vivan la experiencia espiritual y ejerzan la ciudadanía, empeñándose de modo especial en la tarea de promover la incorporación y participación de los sectores marginados. Es, pues, una espiritualidad comprometida con la justicia y el cambio la que queremos transmitir para formar hombres y mujeres que sirvan realmente a esta sociedad, "que influyan en ella" y se inserten en las instituciones para renovarlas desde dentro, perseverando fieles a sus ideales porque son "capaces de trabajar a pesar de denuncias y de sospechas" (Cf. Plan Apostólico).

Queda claro, por consiguiente, que el Espíritu de Jesús nos está llamando, en cuanto hombres para y con los demás, a compartir con el laicado lo que creemos, somos y tenemos en creativa hermandad para ayuda de las almas y para la mayor gloria de Dios (C.G. 34ª.).