PENTECOSTÉS ES EL AMOR DE DIOS


Decir que todos se quedaron llenos de Espíritu Santo significa que todos se hallaron llenos del amor de Dios. Fue como si el océano de la vida trinitaria rompiera las puertas y sumergiera a los apóstoles.

Esto es bautizar en el Espíritu Santo. En griego, bautizar no significaba como entendemos nosotros hoy: derramar algunas gotas de agua sobre la cabeza del niño. Bautizar en su origen significa sumergir completamente en el agua. Entonces lo que Jesús quería decir es :

“vosotros seréis sumergidos en el amor del Padre”.

Experimentareis lo que nosotros las personas Divinas experimentamos en nuestra vida trinitaria...que misterio...San Pablo que explica así Pentecostés cuando dice

”El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado”.

Esto es Pentecostés, una experiencia arrolladora, sobrecogedora de ser amados por Dios.

Y esto significa que en este momento se cumple todo el plan de Dios.

Dios creó el mundo para compartir esto: su amor con las criaturas.

Reveló la Biblia por esto, para preparar a los hombres a conocer su vida.

Envió a Jesús para que destruyese el pecado para que ello permitiera que Dios pudiera compartir su vida y su amor con los hombres.

Entonces Pentecostés es esto, es ser bautizados, es decir, sumergidos en el amor de Dios.

Pero Dios quiere que hagamos permanentemente la experiencia de Pentecostés, que no sea un hecho histórico, del pasado.

Para ello la tarea de los cristianos es que no sigan considerando el Espíritu Santo como algo abstracto, que se sabe que existe pero que nunca se experimenta. Que nunca más se pregunte “Qué es” sino “Quien es” para experimentarlo en nuestra propia vida, para tener con El una experiencia de Amor.

Fue el amor de Dios lo que transformó desde dentro a los apóstoles. A partir de ese momento nunca más fueron los mismos, no solamente porque pierden el miedo y salen a predicar a la gente el amor de Dios, por medio de Jesús glorificado, sino que experimentan una transformación profunda, radical, del corazón. Es el signo que ahora el corazón de piedra ha sido destruido y los apóstoles tienen un corazón de carne, el corazón prometido por Ezequiel. Pero el cambio esencial que Pentecostés produce en cada uno de los discípulos es que empezaron ha contar las maravillas de Dios:

“Comenzaron a hablar en lenguas extrañas según que el Espíritu les otorgaba expresarse”.

Antes de Pentecostés los apóstoles estaban siempre preocupados cada uno de sí mismo y cada que vez se encontraban discutían de quien pudiera ser el más grande entre ellos. Es decir, que ellos estaban concentrados en si mismos, estaban preocupados de afirmar su identidad, su vida, su honor, su nombre, su prestigio.

A partir de este momento ellos proclaman las grandezas del Señor, se han olvidado de si mismo, están completamente “borrachos” por la gloria de Dios y, por esto, todos los entienden, porque no hablan más de si mismos, sino que proclaman las maravillas de Dios.

El primer fruto, la primera manifestación de la venida del Espíritu Santo es que Jesús se vuelve persona viva, este Jesús no es más una memoria, más o menos olvidada, sino que Jesús resucitado está presente y vivo.

“Sepa con seguridad toda la casa de Israel, que Dios a hecho Señor y Mesías a este Jesús a quien ustedes crucificaron.”
  (es la primera definición dogmática de un Papa).

El Espíritu Santo está dado para proclamar a Jesús Señor. Esto se llama kerigma. Kerigma significa simplemente el grito que dice:

Jesús murió por nuestros pecados, resucitó  por nuestra salvación. Entonces es el Señor.

Ese es el kerigma, y aquí estamos frente a la primera evangelización, la primera proclamación del evangelio, que permanece como el modelo.

Por ello san Pablo dice en la carta a los Romanos:

“Si confiesas con tus labios  que Jesús es el Señor y en tu corazón crees que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo”

JESUS ES EL SEÑOR
DIOS LE RESUCITO DE ENTRE LOS MUERTOS

Este es el kerigma.

Porque decir Jesús es el Señor no es una cosa tan simple, no es simplemente profesar una verdad. Es tomar una decisión. Quien dice Jesús es el  Señor, está diciendo Jesús es mi Señor, Yo lo acepto como mi Señor, yo me someto a El, yo someto toda mi vida a El, yo considero a Jesús como el centro de mi vida, el sentido de mi vida, la razón de mi gozo, de mi alegría, el centro de todo.

Entonces, he tomado una decisión, la decisión de la vida, que divide la vida en dos partes: antes y después de Cristo Jesús. Mucha gente divide  su propia vida a partir del momento cuando se casaron o cuando fueron ordenados sacerdotes u obispos. Antes de ordenarme o después; antes de casarme o después. El verdadero acontecimiento que divide la vida por toda la eternidad es esto: antes de conocer y aceptar a Jesús como mi Señor y después de ello.

Decir Jesús es el Señor significa decir de Jesús es el Señor cuando estoy en la mesa, cuando estoy en la cama, cuando estoy en el trabajo, cuando estoy en mi negocio, cuando estoy con mi familia. Es decir, que el Señorío de Cristo no es una profesión (confesión) abstracta. Puede ser la  regla suficiente para vivir: tener a Jesús como Señor y al Espíritu Santo como la ley.

Dios lo ha hecho todo: ha enviado a Jesús que ha destruido el pecado, ha renovado la vida, ha enviado al Espíritu Santo.  Pero hay algo que hacer de nuestra parte, es decir, aceptar que somos pecadores y permitir al Espíritu Santo que guíe nuestra vida bajo el Señorío de Jesús.