Pedagogía de la Fe
Fuente: Escuela de la Fe - Catholic.net
Autor: Salvador Hernández
¿Para qué sirve un libro?
*Pedagogía de la Fe I
*I. LA MISIÓN EVANGELIZADORA DE LA IGLESIA
*1. La Evangelización
*a. Definición de evangelización.
*2. El proceso de la evangelización.
*A. Primera evangelización:
*B. Catequesis:
*C. Predicación:
*D. Teología:
*PARA REFLEXIONAR:
*3. La actualidad de la evangelización.
*A REFLEXIONAR:
*4. Los retos actuales de la evangelización
*Derrumbe de una estructura sociocultural:
*Derrumbe de una estructura moral:
*Derrumbe de una estructura religiosa y eclesial:
*II. LA CATEQUESIS EN EL PROCESO DE EVANGELIZACIÓN
*1. Naturaleza de la catequesis
*A. Definición de catequesis
*B. La catequesis: acción de naturaleza eclesial:
*C. Finalidad de la catequesis: la comunión con Jesucristo.
*2. La catequesis como educación de la fe:
*A. Las dos dimensiones de la fe.
*B. Otras concepciones de la catequesis.
*3. Ciencias auxiliares de la catequesis
*A. Catequesis y teología.
*B. Catequesis y pastoral.
*C. Catequesis y ciencias auxiliares.
*D. Catequesis y espiritualidad.
*E. Catequesis y vida humana.
*F. Catequesis y religiosidad popular.
*G. Catequesis y Biblia.
*Pedagogía de la Fe II
*III. CRITERIOS PARA LA PRESENTACIÓN DEL MENSAJE EVANGÉLICO EN LA CATEQUESIS.
*1. La Palabra de Dios, fuente de la catequesis.
*2. La fuente y las fuentes del mensaje de la catequesis.
*3. Criterios para la presentación del mensaje:
*4. El cristocentrismo del mensaje evangélico.
*5. El cristocentrismo trinitario del mensaje evangélico.
*6. Un mensaje que anuncia la salvación.
*7. Un mensaje de liberación.
*8. La eclesialidad del Mensaje.
*9. Carácter histórico del misterio de la salvación.
*10. La integridad del mensaje evangélico.
*11. Un mensaje orgánico y jerarquizado.
*12. Un mensaje significativo para la persona humana.
*13. Principio metodológico para la presentación del mensaje.
*Pedagogía de la Fe III
*IV. LOS ELEMENTOS FUNDAMENTALES DE LA CATEQUESIS:
*1. La finalidad.
*2. El contenido.
*3. El destinatario.
*4. El método.
*5. El lenguaje.
*6. La Inculturación.
*7. Iniciación misionera:
*8. Los instrumentos didácticos.
*9. Las circunstancias de lugar y tiempo.
*10. Los canales para catequizar:
*11. El Agente y su función.
*Pedagogía de la Fe IV
*V.
POSTULADOS FUNDAMENTALES DE LA PEDAGOGÍA DE LA FE. *1. Principios catequéticos generales:
*2. Criterios teológicos fundamentales de la catequesis:
*3. Conseguir el objetivo de una completa educación en la fe:
*4. Sistematizar el contenido de la catequesis:
*5. Impartir una catequesis eficaz.
*6. Lograr una visión adecuada del destinatario.
*7. La Pedagogía de Dios modelo de pedagogía de la fe
*A. La pedagogía de Dios
*B. La pedagogía de Cristo
*C. La pedagogía de la Iglesia.
*D. La pedagogía divina, acción del Espíritu Santo.
*E. Pedagogía divina y catequesis.
*F. Se inspira radicalmente en la pedagogía de Dios.
*G.
La catequesis como pedagogía original de la fe. *H.
La catequesis comunica la palabra de Dios y el credo de la Iglesia. *I.
La pedagogía de Maria de Guadalupe. *Pedagogía de la Fe V
*VI.
ELEMENTOS DEMETODOLOGIA *1.
Cómo preparar bien una sesión de catequesis: *2.
Metodología para la catequesis *A.
Generalidades: *B.
Diversidad de métodos en la catequesis. *C.
La relación contenido-método en la catequesis. *D.
Métodos inductivo y deductivo. *E.
La experiencia humana en la catequesis. *F.
La memorización en la catequesis. *G.
Función del catequista. *H.
La actividad y creatividad de los catequizandos. *I.
Comunidad, persona y catequesis. *J.
Aplicaciones del método deductivo: *K.
Aplicaciones del método inductivo: *L.
Aplicaciones del método activo: *M.
Aplicaciones del método audiovisual: *N.
Aplicaciones del método experiencial: *3.
Consejos metodológicos prácticos para catequesis *A.
Guía de consejos para una clase de catequesis. *B.
Sugerencias para lograr una buena disciplina con los niños. *a.
Consejos prácticos: *b.
Actitudes necesarias del catequista para manejar debidamente un grupo de niños: *C.
Sugerencias para la educación cristiana de los adolescentes. *4.
Cómo realizar programas. *A.
¿Vale la pena programar? *B.
Límites y posibilidades de la programación. *C.
Pasos esenciales para un buen programa de catequesis. *D.
Cómo realizar bien el análisis de nuestro entorno. *a.
Datos geográficos: *b.
Nivel cultural: *c.
Situación religiosa: *d.
Situación familiar: *g.
Intereses de la gente: *h.
Valores y antivalores predominantes: *i.
Factores que facilitan la evangelización. *j.
Dificultades para evangelizar: *E.
Cómo sabemos lo que necesita nuestra comunidad. *a.
¿Por dónde empezar?: La regla del 80 / 20. *b.
¿A quiénes y a cuántos vamos a educar? *c.
¿En qué lugar y a qué hora? *5.
La Promoción Catequética *A.
Diversas formas de promoción catequética. *a)
Misiones de evangelización: *b)
Celebraciones de la Religiosidad popular. *c)
Celebraciones paralitúrgicas: *d)
Celebraciones litúrgicas masivas. *e)
Peregrinaciones. *f)
Actividades presacramentales *g)
Teatro leído o actuado. *h)
Visitas a enfermos: *i)
Grupos de animación litúrgica: *j)
Encuentros de adolescentes. *k)
Pastoral en los Santuarios: *l)
Pláticas en tiempos litúrgicos fuertes: *m)
Paralitúrgias fúnebres: *n)
Semanas de educación familiar: *ñ) Domingos familiares:
*o)
Celebraciones grupales de aniversarios: *p)
Grupos de acción social: *q)
Visitas casa por casa. *B.
¿Cuáles medios necesitamos? *C.
¿Quiénes vamos a realizarlo? *D.
¿Qué dificultades importantes vamos a encontrar? *E ¿Qué momentos son los más convenientes?
*F.
Evaluar nuestro trabajo. *a)
La evaluación de los catecúmenos es necesaria, pues podemos pensar que todo es asimilado y estar equivocados. Tiene tres partes: *b)
Evaluación del programa preparado por los catequistas: *Pedagogía de la fe VI
*VII.
EL PERFIL DEL CATEQUISTA *1.
La formación al servicio de la catequesis. *A.
La pastoral de catequistas en la Iglesia particular. *B.
Criterios inspiradores de la formación de los catequistas. *C.
Las dimensiones de la formación: el ser, el saber y el saber hacer. *D.
Diversos tipos de catequistas, hoy especialmente necesarios. *2.
Vocación y fisonomía del catequista. *A.
Papel vital de la vocación del catequista: *B.
Fisonomía teológica del catequista: *C.
Fisonomía humana del catequista: *D.
Características prioritarias del catequista: *E.
Ministerio y compromiso del catequista: *3.
La formación del catequista: *A.
Formación doctrinal. *B.
Formación espiritual. *4.
Formación metodológica. *
Leemos un libro para crecer. Por eso el primer objetivo de éste es proporcionar información de utilidad, que capacite al evangelizador para convertirse en más apto instrumento de salvación en las manos de Dios. Ningún texto, ni ningún método, suple a Dios.
Los catequistas grises que buscan solución a los problemas metodológicos o doctrinales en fórmulas tumbativas, no encontrarán en ninguna biblioteca recetas automáticas que resuelvan sus lagunas de formación, sus múltiples limitaciones prácticas o su frialdad espiritual. El recurso de un buen catequista no es una miscelánea volumétrica de soluciones tipo "Hágalo Usted Mismo". La solución, va dentro, es él mismo, si dispone de una buena formación de base al servicio de la acción del Espíritu Santo.
Este libro, sumando esfuerzos, es un instrumento de trabajo y reflexión que quiere presentar las bases sólidas para ser un buen catequista. No es ni un recetario ni un talismán. Es solo un tabique del gran edificio de la formación integral de un catequista. Pero un tabique es un tabique.
Es un libro de divulgación sin mayores aspiraciones que las de ser leído y consultado frecuentemente para integrar a la propia experiencia y creatividad, los principios que propone el Directorio General para la Catequesis (1997) y la Guía pastoral para la catequesis de México.
Con el fin de facilitar el estudio de la catequesis desde sus bases fundamentales hasta sus aplicaciones prácticas presenta dos bloques: Los presupuestos teóricos de la pedagogía de la fe, y algunos elementos prácticos de metodología catequética.
Después de haber leído reflexivamente un libro, nadie dirá que perdió su tiempo, tal vez si, una onza de ignorancia. Ojalá, también aquí, eso se haga realidad. No pretendemos más.
I. LA MISIÓN EVANGELIZADORA DE LA IGLESIA
La Iglesia, sacramento universal de salvación por voluntad de Cristo, existe para evangelizar (Cfr. EN 29), esto es, para llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad, y con su influjo trasformar desde dentro y renovar a la misma Humanidad (Cfr EN 18).
La evangelización es el primer servicio que la Iglesia ofrece a cada hombre y a la humanidad entera que a pesar de tantas conquistas parece haber perdido el sentido de las realidades últimas y de su existencia.
a. Definición de evangelización.
Para seguir adelante el primer punto que necesitamos aclarar es el concepto de evangelización. Tiene mucho que ver con la catequesis. Pero no son dos cosas iguales. Distinguirlas nos permitirá realizar ambas tareas con mejores resultados.
Evangelización es el proceso por el que la Iglesia, respondiendo al mandato de Cristo y movida por el Espíritu, anuncia y difunde el Evangelio en todos los hombres de todo el mundo (DGC 48); entre los que lo ignoran y entre los que han perdido su identidad cristiana.
Dicho así, aparece como una tarea muy amplia. Y, efectivamente, lo es. No es amplia sólo porque quiere llegar a todos los hombres a lo largo y ancho del planeta. Es amplia también porque abarca múltiples actividades. Porque para que la Iglesia alcance su finalidad, que es salvar a todos los hombres, necesita desarrollar tres grandes tareas: sin disociar ninguna del conjunto de actividades pastorales y misionales.
Enseñar y difundir entre los hombres el mensaje de Cristo.
Santificar a los hombres distribuyéndoles la gracia, para que el Evangelio trasforme sus corazones.
Guiar a los hombres hacia Dios en las variadas situaciones de su vida para que l vivan más de acuerdo con el Evangelio.
Es obvio que estas tareas no se cumplen solo con palabras. Se realizan con obras y palabras. Con testimonio y anuncio, con enseñanza y compromiso personal y social (DGC 39).
En una palabra, evangelización es la comunicación del Evangelio hecha vida. Planteada en términos de comunicación, podemos sacar ya algunas conclusiones importantes que dan soporte a toda labor evangelizadora:
El comunicador esencial, el evangelizador por excelencia es Dios. Nosotros, como agentes humanos evangelizadores somos colaboradores de Dios. Por eso, no podemos tener resultados si no vivimos en sincera y fuerte unión con Dios.
El evangelizador humano tiene que ser fiel al mensaje y plan de Dios. No puede cambiar el mensaje del Evangelio a su parecer, ni siquiera en algún aspecto que moleste a la mentalidad de quienes escuchan sus palabras.
Pero tampoco puede exigir a las personas que vayan más veloces que la gracia de Dios: tiene que tener paciencia y acomodarse al paso de la gracia, mediante una catequesis fundada en lo esencial, hecha gestos y palabras sencillas capaces de llegar a todos los corazones.
El evangelizador tiene que poner todos sus talentos humanos al servicio de la acción evangelizadora. Por eso, yo evangelizador debo ser educado, debo prepararme, debo amar los valores humanos, debo cuidar mi salud y mi familia, etc.
El evangelizador debe inculturizarse para presentar correctamente el mensaje evangélico que debe transmitir. Es decir, debe adaptarse a la mentalidad de sus destinatarios, convivir con ellos, conocer su historia y sus tradiciones, etc.
El evangelizador debe elegir el canal correcto para llevar el Evangelio. Porque los canales cambian según las comunidades y culturas.
Para respetar la libertad del destinatario, la evangelización debe centrarse en el testimonio de vida y la santidad del evangelizador. De lo contrario parecería un fariseo.
2. El proceso de la evangelización.
La Iglesia, aun conteniendo en sí permanentemente la plenitud de los medio de salvación, actúa según un proceso gradual estructurado en etapas progresivas (Cfr EN 52).
La primera evangelización fue la gran tarea de los primeros Apóstoles. Y al núcleo del mensaje salvador que ellos predicaban lo llamamos "kerigma".
Es la primera presentación del mensaje evangélico y tiene por objetivo provocar la conversión a Cristo. Es obvio que esta tarea se realiza sobre todo en las tierras de misión. Pero no es excluyente porque también hay muchos bautizados en ambientes tradicionalmente cristianos que nunca se han planteado personal y seriamente seguir a Cristo o no. Por eso, también se puede hablar de una primera evangelización para los bautizados que necesitan hacer una opción consciente y, por lo tanto por primera vez, por Cristo.
Así pues el primer anuncio se dirige a los no creyentes y a los que de hecho viven en la indiferencia religiosa. Asumiendo la función de anunciar el evangelio y llamar a la conversión.
Los que optan por el evangelio necesitan completar o reestructurar su iniciación en la fe y en la vida cristiana en otro ministerio de la palabra. Y esta actividad es precisamente la catequesis, cuyo objetivo es la profundización en el mensaje evangélico integral, hasta llegar a la madurez en la fe.
La catequesis, como continuación del primer anuncio del evangelio, promueve y hace madurar la conversión inicial, educando en la fe al convertido e integrándolo a la comunidad cristiana (DGC 61). De hecho es la que pone los cimientos de la fe (DGC 64), pero va más allá, de las certezas básicas esenciales, a la formación orgánica y sistemática de la fe.
Más que una enseñanza es el aprendizaje de la vida cristiana en su dimensión integral que propicia una auténtico seguimiento de Cristo centrado en su persona y en los valores evangélicos fundamentales (DGC 67).
Es la acción pastoral que tiene por objetivo la educación permanente en la fe de los fieles cristianos ya maduros e integrados en el seno de la comunidad (Cfr DGC 47-49).
Su objetivo es ayudar a vivir con intensidad la celebración litúrgica o el proceso de conversión que se está experimentando en el presente. Por eso, si bien es verdad que la predicación en la liturgia y en los momentos de oración sirven para profundizar en la fe, no se deben convertir en catequesis, aunque tengan su dimensión educadora de la fe.
Es el estudio científico y metódico de la fe.
Como es estudio, se realiza sólo con la inteligencia. Como es científico, requiere de un método y de una terminología específica. Como es sobre la fe, presupone que se tiene ya la fe.
Es obvio que teología y catequesis tienen en común estudiar la fe. Pero tienen dos diferencias grandes: el objetivo y el método. Porque la catequesis busca educar la fe, no sólo estudiarla. como hace la teología. Y el método de la catequesis armoniza la acción de la inteligencia y de la voluntad, mientras que la teología se centra casi exclusivamente en la inteligencia.
De alguna manera, hemos visto la catequesis hasta aquí en referencia a otras actividades propias del ministerio de la palabra en la Iglesia. Pero es oportuno que definamos mejor qué es catequesis, para poder profundizar en este mundo fascinante de la educación de la fe.
Estas diferentes actividades que realiza la Iglesia para enseñar, nos hacen ver cómo la catequesis no es igual a la evangelización, sino que es una parte de ella. La catequesis ayuda mucho. Pero no se puede quedar la evangelización en la sola profundización del mensaje evangélico.
La catequesis distinta del primer anuncio del Evangelio promueve y hace madurar esta conversión inicial educando en la fe al convertido e incorporándolo a la comunidad cristiana. De hecho es la que pone los cimientos de la fe (DGC 61) pero va mas allá es una formación orgánica y sistemática de la fe, más que una enseñanza es un aprendizaje de toda la vida cristiana, una iniciación cristiana integral (CT 21) que propicia el auténtico seguimiento de Jesucristo centrado en su persona.
La catequesis como formación básica esencial, se centra en lo nuclear de la experiencia cristiana, en las certezas más básicas de la fe y en los valores evangélicos fundamentales (DGC 67).
"No todos la interpretamos de la misma manera. Para unos, la evangelización sólo tiene que ver con las cosas exclusivamente espirituales, sólo debe buscar la conversión del corazón, sin propiciar compromisos que transformen la realidad social que está en contra de los planes de Dios. Hay también quienes la consideran como una actividad que sólo debe ocuparse de la promoción humana y social, descuidando los valores espirituales como la oración, los sacramentos o la gracia del Espíritu. Hay finalmente quienes sólo toman en cuenta determinados aspectos, reduciéndola a una forma muy personal e incompleta de interpretarla" (GPCM, 32b).
3. La actualidad de la evangelización.
La nueva evangelización no consiste en un nuevo evangelio, que surgiría de nosotros mismos y de nuestro análisis de las necesidades del hombre. Tampoco consiste en recortar del evangelio lo que parece difícilmente asimilable para la mentalidad de hoy. La novedad no afecta al contenido del mensaje del evangelio que es inmutable, pues Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Esta novedad afecta al estilo, al esfuerzo y a la programación o sea al ardor, a los métodos y a la expresión.
Hablar de Nueva Evangelización, tampoco significa que la anterior haya sido inválida. Significa que hay desafíos nuevos a los cuales es hoy urgente responder. No significa proponer un nuevo evangelio diferente al primero. Hay un solo y único evangelio del cual se pueden sacar nuevas luces para los problemas nuevos y tiende a formar comunidades maduras en la fe y dar respuestas a la nueva situación que vivimos, provocada por los cambios sociales y culturales de la modernidad.
Si una tarea especifica tiene la nueva evangelización es la de suscitar la adhesión personal a Cristo y a la Iglesia de tantos bautizados en su seno que viven sin energía el cristianismo, porque han perdido el sentido de la fe, e incluso ya no se reconocen como miembros de la Iglesia y llevan una existencia alejada de Cristo y del Evangelio (RM 33).
"En la actividad pastoral, la catequesis es una forma de acción eclesial que trata de llevar a la madurez de la fe tanto a las comunidades como a los individuos. Por la catequesis las comunidades cristianas logran un conocimiento más profundo y más vivo de Dios y de su plan salvífico cuyo centro está en Cristo, Verbo de Dios Encarnado, y se consolidan alcanzando una fe madura e ilustrada, haciendo a la vez partícipes de esa fe a los hombres que desean abrazarla.
Para cualquier hombre cuya alma se abra al mensaje evangélico, la catequesis es el medio más apto para captar el plan de Dios en su propia vida y descubrir el significado último de la existencia y de la historia, de suerte que tanto la vida de los individuos como la de la sociedad se ilumine con la luz del Reino de Dios, se adapte a sus exigencias y pueda conocer el misterio de la Iglesia como la comunidad de los que creen en el Evangelio. Todos estos aspectos determinan las tareas específicas de la catequesis" (DGC 21).
4. Los retos actuales de la evangelización
El anuncio de Jesucristo, en el centro de la historia de personas y pueblos, se hace siempre dentro de un contexto y una dinámica histórica. Es evidente que la evangelización se apoyó en los distintos pueblos en aquellos elementos que permitían la comunicación de la fe cristiana.
Respecto a la situación actual, en palabras del P. Javier García, la Iglesia en América ha de hacer frente a un triple derrumbe: de una estructura socio-cultural, de una estructura moral y de una estructura religioso-eclesial.
Derrumbe de una estructura sociocultural:
El paso de una sociedad agrícola a una sociedad urbana está suponiendo el cambio de una mentalidad cristiana tradicional a una mentalidad laica y pragmática. En efecto, en la sociedad agrícola todo ayudaba al cristiano a vivir su propia fe religiosa: el ambiente familiar y social, las tradiciones, la religiosidad, los valores, todo llevaba el sello cristiano. En la sociedad urbana predomina la lucha por mejorar el propio nivel económico, el dinero y el tener se convierten en el primer valor, la sed de disfrute inmediato arrastra inconteniblemente.
Derrumbe de una estructura moral:
De una visión moral unitaria, inspirada en los valores evangélicos estamos pasando a una visión pluralista, subjetivista, relativista, inspirada en una nueva escala de "valores": el dinero, el tener, la libertad desgajada de la verdad; y por nuevos modelos de vida: el éxito, el culto al cuerpo, el disfrute inmediato. Es decir, una moral guiada por "consensos mayoritarios" y hecha a la medida de cada cual.
Derrumbe de una estructura religiosa y eclesial:
El paso de un ambiente cristiano único y unitario a un "pluralismo religioso" con una miríada de ofertas religiosas. El hombre de hoy de México y de América se encuentra ante una suerte de "supermercado religioso", en el que aplica el expeditivo "método" del "sírvase Ud. mismo", terminando por construirse un credo religioso a su gusto. Causa y efecto a la vez es la crónica ignorancia religiosa de nuestro pueblo, el constante debilitamiento en su fe católica, los nuevos "mentores o maestros de su fe" ya no son el párroco, los padres de familia, los maestros de la escuela, la Iglesia, sino los mass media, los intelectuales del momento, la gente del espectáculo y del deporte, el partido, los políticos y los legisladores. Por otro lado, la escuela, el deporte, la TV, el trabajo, la discoteca ya no dejan espacio para ir a la parroquia y para profundizar en el conocimiento y vivencia de su fe cristiana.
El hombre actual, religiosamente hablando, está a la intemperie; ya no lo arropa un clima de cultura cristiana. Está expuesto al bombardeo cruzado de múltiples propuestas de confesiones religiosas, substitutos y lenitivos de su conciencia. Nunca como hoy proliferan y se multiplican las sectas o las religiones tradicionales no cristianas; nunca como hoy ha sido tan intenso el proselitismo de las confesiones cristianas no católicas.
Ante este terremoto cultural, moral y religioso, nos preguntamos desde la responsabilidad del Evangelio de Jesucristo que hemos de anunciar: ¿qué debemos hacer? La respuesta es frente al debilitamiento de la fe católica, el empuje de la nueva evangelización y el desafío de una cultura cristiana. Porque el clima social en que actualmente vive el pueblo de América es un clima de creciente secularismo y neopaganismo, o, con una imagen ecológica, cada día avanza más la "desertificación" de la cultura cristiana. Se hace, pues, indispensable y urgente una nueva evangelización para afrontar el reto gigantesco de volver a dar un alma cristiana a la sociedad actual.
Y está también el reto de la nueva evangelización frente al empuje de las sectas. Llama la atención su proselitismo compulsivo, que no siempre respeta la libertad de juicio y de conciencia de las personas y que no sigue un juego limpio en relación al pueblo católico sencillo: aprovechándose de su ignorancia religiosa, le pone" trampas" a su fe, o aprovecha de su pobreza y miseria extrema para hacer un trato innoble de ayuda material a cambio del abandono de su fe católica y de su adhesión al nuevo credo.
Esto no nos oculta el hecho de que las sectas vienen a cubrir ciertos vacíos pastorales por parte nuestra, como la atención religiosa en parroquias a veces masiva y despersonalizada, las débiles estructuras de comunión y misión, la religiosidad popular no suficientemente evangelizada, la pastoral orientada casi exclusivamente, en algunos casos, hacia logros materiales y sociales a costa del anuncio pascual de conversión y resurrección, la falta de un anuncio kerigmático de la fe gozoso y de un testimonio que haga creíble la evangelización. De aquí la necesidad de pasar de una fe consuetudinaria y de tradición a una fe consciente, acogida y vivida personalmente.
II. LA CATEQUESIS EN EL PROCESO DE EVANGELIZACIÓN
1. Naturaleza de la catequesis
La catequesis es acción evangelizadora dentro de la misión general de la Iglesia. Y debe ser considerada como participe de las urgencias y afanes propios del mandado misionero para nuestro tiempo.
La peculiaridad de la catequesis, distinta del anuncio primero del evangelio que ha suscitado la conversión, persigue el doble objetivo de hacer madurar la fe inicial y de educar al discípulo por medio de un conocimiento más profundo y sistemático de la persona y mensaje de Nuestro Señor Jesucristo (CT 19).
La catequesis es el conjunto de esfuerzos realizados por la Iglesia para hacer discípulos
La catequesis es una actividad de las muchas que realiza la Iglesia para ayudar a los hombres a vivir mejor el Evangelio y que puedan alcanzar la salvación. Y la catequética es una ciencia. Precisamente, la ciencia que estudia cómo hacer mejor la catequesis. De este modo, hablamos del catequista como de quien protagoniza la catequesis. Y hablamos del catequeta como del estudioso que investiga qué ayuda más y qué es más conveniente para hacer una buena catequesis.
La catequesis es una acción. Vive todos los días en el esfuerzo de tantos catequistas esparcidos por los cinco continentes. Es una acción aparentemente sencilla. Basta ver a una mujer en el atrio de un templo, con un grupo de niños bajo un árbol a quienes comenta los misterios de la Salvación, para que pensemos inmediatamente en la catequesis.
Pero hay más. A la hora de precisar lo que es y lo que no es la catequesis, no todo es tan simple. Porque puede entrarnos la duda. Por ejemplo, ¿es también catequesis el sermón que da un párroco frente al difunto en un funeral? ¿Es también catequesis promover el compromiso social de unos jóvenes en la parroquia? ¿Y es también catequesis una palabra de aliento que da la religiosa al enfermo en el hospital? ¿Cómo precisar qué papel ocupa la catequesis en la Nueva Evangelización?
El Directorio General para la Catequesis nos da una muy detallada y excelente presentación de lo que es la catequesis, su naturaleza finalidad y sus tareas primordiales.
B. La catequesis: acción de naturaleza eclesial:
La catequesis es una acción esencialmente eclesial. El verdadero sujeto de la catequesis es la Iglesia que, como continuadora de la misión de Jesucristo Maestro y animada por el Espíritu, ha sido enviada para ser maestra de la fe. Realizada en unión con la comunidad eclesial, el anuncio no es asunto personal, sino unido a la actividad misional de toda la Iglesia (RM 45) es el resultado del unánime esfuerzo misionero de todo el pueblo de Dios.
Por ello, la Iglesia, imitando a la Madre del Señor, conserva fielmente el evangelio en su corazón, lo anuncia, lo celebra, lo vive y lo transmite en la catequesis a todos aquellos que han decidido seguir a Jesucristo.
Esta transmisión del Evangelio es un acto vivo de tradición eclesial:
La Iglesia, transmite la fe que aquella misma vive: su comprensión del misterio de Dios y de su designio de salvación; su visión de la altísima vocación del hombre; el estilo de vida evangélico que comunica la dicha del Reino; la esperanza que la invade; el amor que siente por la humanidad y por todas las criaturas de Dios.
La Iglesia transmite la fe de forma activa, la siembra en el corazón de los catecúmenos y catequizandos para que fecunde sus experiencias más profundas. La profesión de fe recibida de la Iglesia (traditio), al germinar y crecer a lo largo del proceso catequético, es devuelta (redditio) enriquecida con los valores de las diferentes culturas.
La Iglesia al transmitir—en la iniciación cristiana—la fe y la vida nueva actúa como madre de los hombres, que engendra a unos hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios. Precisamente, porque es madre es también educadora de nuestra fe; es madre y maestra, al mismo tiempo.
Por la catequesis alimenta a sus hijos con su propia fe y los inserta, como miembros, a la familia eclesial. Como buena madre, les ofrece el Evangelio en toda su autenticidad y pureza, que les es dado, al mismo tiempo, como alimento adaptado, culturalmente enriquecido y como respuesta a las aspiraciones más profundas del corazón humano.
C. Finalidad de la catequesis: la comunión con Jesucristo.
El fin definitivo de la catequesis es poner a uno no sólo en contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo.
Toda acción evangelizadora busca favorecer la comunión con Jesucristo. A partir de la conversión inicial de una persona al Señor, suscitada por el Espíritu Santo mediante el primer anuncio, la catequesis se propone fundamentar y hacer madurar esta primera adhesión. Se trata, entonces, de ayudar al recién convertido a conocer mejor a ese Jesús en cuyas manos se ha puesto: conocer su "misterio", el Reino de Dios que anuncia, las exigencias y las promesas contenidas en su mensaje evangélico, los senderos que Él ha trazado a quien quiera seguirle. El Bautismo, sacramento por el que nos configuramos con Cristo, sostiene con su gracia este trabajo de la catequesis.
2. La catequesis como educación de la fe:
A. Las dos dimensiones de la fe.
Para comprender estas dimensiones necesitamos primero recordar que catequesis: es profundizar en el mensaje evangélico para educar la fe. Esta simple definición tiene mucho contenido. Para exponerlo, veamos sus elementos principales:
profundizar: es conseguir más de lo que se tiene. Por eso, la catequesis no es el primer paso hacia la fe. Se presupone que ya se consiguió con la primera evangelización.
mensaje evangélico: es la doctrina de Cristo. Pero entendida como la ve la Iglesia. Es decir, no como la pueda interpretar cada uno caprichosamente.
educar: Etimológicamente es sacar de dentro. Es decir, la catequesis busca hacer crecer la semilla que Dios depositó en el alma el día del Bautismo. No busca tanto dar y dar muchas informaciones sobre el mensaje de Cristo.
la fe: es aceptar lo que Dios nos propone. Y, si es aceptar, no es prioritariamente comprender. Claro, se debe entender algo. Porque, si no entendemos nada, no sabemos lo que debemos aceptar.
La fe no solo es adhesión vital a Dios, sino también asentimiento intelectual y de la voluntad a la verdad revelada(DGC 130) por eso los fieles deben tener un conocimiento orgánico de la fe aunque sea de modo sencillo.
Conviene resaltar que aceptar es una acción de la voluntad. Es decir, no aceptamos con la inteligencia, sino con la voluntad. Porque la voluntad es la facultad humana que nos permite admitir una cosa o rechazarla. Pero hay un funcionamiento muy curioso en la voluntad: no se puede aceptar lo que no ha sido entendido previamente por la inteligencia. Por ejemplo, si no tenemos seguridad de que un cable grueso tiene electricidad o no, no nos decidimos a tocarlo. Nuestra inteligencia busca, antes, la forma de comprobar si tiene o no corriente. Aunque sólo sea pasando rápidamente el dedo para que roce uno de sus extremos. Después, decidimos con la voluntad si lo tocamos o no.
Al haber estudiado estos complejos mecanismos del ser humano, descubrimos un dato básico para la catequesis: que la fe no es sólo un acto de la inteligencia. Es, sobre todo, un acto de la voluntad. Y, por lo tanto, la catequesis no es sólo dar informaciones a la inteligencia del catequizando para que conozca más del mensaje de Cristo. Es, sobre todo, ayudar a la voluntad para que acepte ese mensaje en su interior. Y, desde luego, es mucho más difícil esta segunda parte de la fe que la primera. Porque, con un poco de ingenio y capacidades, podemos transmitir los datos evangélicos a quien nos escucha. ¿Pero quién puede mover la voluntad de otro ser humano para que acepte lo que proponemos?
Pero resumamos un poco todos estos pasos:
1. Primero, la persona conoce el mensaje de Cristo con su inteligencia. Por eso, la catequesis debe dirigirse a esta facultad humana presentando el mensaje cristiano con claridad y precisión.
2. Los datos que recibe la inteligencia sobre el mensaje evangélico siempre tienen sombras: porque la inteligencia nunca llega a comprender y abarcar totalmente la grandeza infinita de Dios. Dicho de otro modo, no podemos explicar todo.
3. Después, la voluntad decide si acepta o no los datos que ha recibido en la inteligencia.
4. Pero, como la voluntad no recibe total seguridad sobre cuanto le presenta la inteligencia (porque la inteligencia no alcanza a abarcar todo el misterio infinito de Dios), necesita la ayuda de la gracia para aceptar lo que está más allá de sus posibilidades.
Los primeros tres pasos expuestos son acciones humanas, naturales. El cuarto paso que hemos presentado supera los limites humanos. Es el momento de la intervención de Dios. Por eso, decimos que la fe es un don de Dios, decimos que es una virtud sobrenatural.
La catequesis, que busca educar la fe, tiene que atender a todos los pasos que hemos expuesto. Es decir:
exponer el mensaje de Cristo para que sea recibido.
hacer ver las zonas oscuras y superiores al ser humano que tiene el mensaje evangélico.
motivar a la voluntad para que acepte todo el mensaje de Cristo, tanto la parte iluminada como la parte oscura.
facilitar la apertura del alma a la gracia de Dios.
pedir a Dios esa gracia para que mueva la voluntad dudosa ante la dificultad de creer.
Por tanto, la catequesis se dirige a todo el hombre, a todas sus facultades. Y debe lograr educar la fe en sus dos dimensiones: la objetiva o recepción del mensaje evangélico en la inteligencia; y la subjetiva o aceptación de dicho mensaje por la voluntad.
PARA REFLEXIONAR:
"La fe cuya maduración busca la catequesis, se puede considerar de dos maneras: como la adhesión plena del hombre a Dios que se revela, bajo el influjo de la gracia (fides qua), o como la materia de la revelación y del mensaje cristiano (fides quae).
Estos dos aspectos no pueden separarse por razón de su misma naturaleza, y la maduración normal de la fe supone un progreso coherente de ambos, pero estos dos aspectos se distinguen por razones metodológicas" (DGC 36).
B. Otras concepciones de la catequesis.
Hemos presentado la catequesis como educación de la fe. Pero hay otro modos de concebirla. Por ejemplo, hay quienes consideran la catequesis como dirigida a crear una mentalidad de fe. Es decir, la catequesis seria la acción de la Iglesia orientada a formar en el cristiano una disposición habitual en la mente para ver todas las cosas desde la fe. Este modo de considerar la catequesis es muy bueno, pues produciría cristianos con una visión propia de un auténtico creyente ante cuanto viven.
Hay otros que consideran la catequesis como instrucción religiosa. Es decir, la catequesis se presenta prioritariamente como la acción orientada a proporcionar todos los conocimientos necesarios al creyente para vivir cristianamente. Lo que importa entonces es tener una buena pedagogía que ayude al niño a comprender el mensaje de Cristo. De ahí, surgirá espontáneamente la vivencia personal y convencida de la fe. Esta postura se guía un poco del conocido adagio "las ideas mueven al mundo".
Otros consideran que lo importante, en la catequesis, es la memorización del catecismo. Estiman que el resultado fundamental es lograr que la persona tenga bien archivados los datos básicos de la fe. ¿Por qué? Porque así todo cristiano podrá defender su fe de las dudas que se le vayan presentando. Luego, podrá ir comprendiendo el mensaje de esas fórmulas aprendidas de memoria.
Hay quien prefiere poner el acento de la catequesis sobre la experiencia de fe. Es decir, la catequesis debe lograr principalmente que cada cristiano experimente situaciones favorables a la fe. No importa tanto conocer y entender la maraña de normas y dogmas cristianos. El cristiano mismo ir descubriendo, de este modo, los misterios y las normas en su cercanía y trato con Dios. Además, de nada sirve conocer todo si falta la experiencia vital de Dios en nuestro interior.
Nosotros consideramos todas estas orientaciones de la catequesis como válidas en su acento. Pero estimamos que pueden olvidar el núcleo central de la catequesis. Por eso, hemos preferido fijarnos en ella como educación de la fe. ¿Por qué? Hagamos un pequeño análisis:
La mentalidad de fe es un buen resultado de la catequesis. Pero no el único. Pues, si hay mentalidad y no hay compromiso, ¿basta?
La instrucción religiosa es básica para ofrecer los datos de la fe a la inteligencia. Pone las bases para una decisión fuerte de la voluntad por Dios y por su mensaje. Pero ya hemos subrayado que lo más importante en la catequesis es la aceptación de la voluntad y no la mera transmisión de datos. La catequesis no es sólo instrucción religiosa. Debemos garantizar más la dimensión subjetiva de la fe.
La memorización es útil. Pero ya lo refiere la Catechesi Tradendae (n.55) que es un grave error aprender fórmulas si antes no se ha comprendido su significado. Pero hay más: si un niño memoriza bien su catecismo, ¿quién nos garantiza que después alguien se lo explicará? ¿Le dará el mundo indiferente y alejado de Dios la profundización en la fe? ¿Tenemos seguridad de que asistir a la necesaria catequesis de adultos? Basta ver la realidad de nuestro pueblo hoy para no dejar bajo la protección del destino la educación de la fe.
Respecto de la experiencia de fe conviene destacar que propicia un excelente fruto. ¿Podemos desear algo más profundo que la unión personal del cristiano con Dios y su disposición de fuerte interés por las cosas de Dios? Pues diremos que sí, que podemos desear algo más profundo. Porque podemos y debemos buscar la participación de todo el ser humano en el misterio de Dios. Debemos aspirar a la recepción de todo el mensaje evangélico en la inteligencia, a la aceptación sincera de ese mensaje, a la experiencia afectiva y personal de Dios, a la actuación diaria de acuerdo con su doctrina, a la modelación de toda la personalidad según el modelo de Nuestro Señor Jesucristo. Por eso, no basta la experiencia de fe, sino la educación de toda la persona para la vivencia totalizante de la fe.
3. Ciencias auxiliares de la catequesis
La catequética es la ciencia que estudia cómo hacer mejor la catequesis. Es una ciencia. Y, como todas las ciencias, tiene que actuar con un método científico. Emplea además un lenguaje técnico y preciso. Por ejemplo, para la caterética el catequista es llamado agente y el credo es llamado símbolo de la fe. También, como todas las ciencias, se apoya en otras ciencias, que se llaman ciencias auxiliares. Unos ejemplos de ciencias auxiliares de la catequética son la teología, la psicología, etc.
La catequesis es una acción. La teología es una ciencia. Las dos tratan sobre la fe. Pero las dos la tratan de modo diferente. La catequesis trata la fe como un tesoro para transmitirlo a alguien. Y a un alguien que, ordinariamente, tiene dificultades para aceptarla completamente. La catequesis suele ofrecer la fe al hombre de la calle. Tiene que llegar a todos los estratos sociales y culturales. Debe ser accesible por encima de los obstáculos. Y, si no lo logra, fracasa en su tarea. Tiene que dar respuesta a muchas preguntas simples e intranscendentes. Pero siempre son preguntas que tocan la vida diaria y los conflictos de las personas comunes.
La teología trata la fe de modo diferente. La trata como un delicado instrumento de precisión, que debe conservarse muy limpio de contaminantes e iluminado sin la m s mínima sombra. Es realizada por los estudiosos. Y esta destinada a los estudiosos. Si hay muchas personas que no la entienden, no importa. Lo que importa es que la entiendan los científicos. Tiene que dar respuesta a las cuestiones ideológicas más espinosas. Y, trata preguntas tan elevadas, que no siempre tiene tiempo para enfrentar otros temas m s triviales. Como decía un sabio párroco, "los teólogos se definen como personas que dan respuesta a preguntas que nadie se hace". No queremos así despreciar a la teología. Tiene un valor crucial, como veremos enseguida. Sin embargo, conviene distinguirlas.
Pero volvamos al punto crucial: la diferencia esta en que la catequesis es una acción y la teología es una ciencia. Y, como todo en la vida, no puede haber buena acción si no hay buena ciencia que la sustenta. Es decir, la catequesis necesita de la teología:
porque la teología establece los principios cristianos que deben regir toda acción correctamente evangélica.
porque la teología garantiza la solidez del contenido de la
catequesis, evitando que las herejías o las lagunas doctrinales se extiendan entre los catequistas, aunque caigan en estas fallas inconscientemente.
porque la teología permite desarrollarse a la catequesis con sus nuevas aportaciones y avances.
De todos modos, conviene destacar que es un error convertir la catequesis en clases de teología. O trasladar la terminología, los esquemas o los razonamientos propios de la teología al mundo de la catequesis. Por ejemplo, ¿qué diríamos de un catequista que explica algunos misterios de la fe siguiendo los esquemas de la Summa Teológica de Santo Tomás de Aquino? O ¿cómo juzgaríamos a unos catequistas que exponen sus clases "bajo la perspectiva del Reino terreno y del Reino escatológico", o "de la Vida Teologal y la vida Carismática" o "del crecer en la esperanza dialogal"?
PARA REFLEXIONAR:
"El ministerio de la palabra toma diversas formas, según las diversas maneras de ejercerlo y los fines que se persiguen, entre ellas esta la catequesis.
Hay en primer lugar una forma que es la evangelización o predicación misionera que se propone suscitar aquel primer acto de fe con el cual los hombres se adhieren a la Palabra de Dios. Sigue la forma catequística "cuyo fin es que la fe, ilustrada por la doctrina se torne viva, explicita y activa". Luego viene la forma litúrgica en el ámbito de la celebración litúrgica, especialmente eucarística (homilía). Y hay, por último, la forma teológica, es decir, el estudio sistemático y la investigación científica de las verdades de la fe.
Para nuestro propósito es importante distinguir estas formas, cada una de las cuales obedece sus propias leyes, aún cuando en realidad guardan entre s¡ una ¡íntima conexión. Por lo tanto, lo que hasta ahora hemos dicho del ministerio de la palabra de una manera general se aplica también a la catequesis" (DGC 17).
"De todo evangelizador se espera que posea el culto a la verdad, puesto que la verdad que él profundiza y comunica no es otra que la verdad revelada y, por tanto, m s que ninguna otra, forma parte de la verdad primera que es el mismo Dios. El predicador del Evangelio ser aquel que, aun a costa de renuncias y sacrificios, busca siempre la verdad que debe trasmitir a los demás. No vende ni disimula jamás la verdad por el deseo de agradar a los hombres, de causar asombro, ni por originalidad o deseo de aparentar. No rechaza nunca la verdad. No obscurece la verdad revelada por pereza de buscarla, por comodidad, por miedo. No deja de estudiarla. La sirve generosamente sin avasallarla" (EN, 78b).
La pastoral es una acción, como la catequesis. La pastoral es el conjunto de tareas por las que la Iglesia ayuda a los hombres a vivir el Evangelio. Por eso, la pastoral es una labor m s amplia que la catequesis. Dicho de otro modo, la catequesis es una parte de la acción pastoral de la Iglesia.
Las diócesis y parroquias suelen organizar la pastoral en varios sectores:
Pastoral social: atiende la caridad, el compromiso social del cristiano, la defensa de los derechos humanos, el cuidado ecológico de la comunidad, etc.
Pastoral litúrgica: atiende la organización y vitalidad de las celebraciones comunitarias, promueve la participación consciente de los fieles en la liturgia y los sacramentos, etc.
Pastoral profética: abarca todas las actividades evangelizadoras que se realizan mediante la palabra: primera evangelización, grupos bíblicos, movimientos de formación cristiana, etc. Obviamente la catequesis forma parte de la pastoral profética.
Pero, aunque la catequesis sea sólo una parte de toda la pastoral de una comunidad, ocupa un lugar prioritario en toda la actividad pastoral de la Iglesia. Y, si no lo ocupa en una determinada comunidad, no habrá buen avance evangelizador. ¿Por qué? Porque la catequesis permite organizar cualquier otra actividad pastoral con la base imprescindible de conocer el mensaje básico de Jesucristo y la aceptación de la fe cristiana. Dicho de otro modo, ¿cómo puede un cristiano vivir bien su compromiso social si no conoce el mensaje del Evangelio? O ¿cómo puede activarse la liturgia si no se ha crecido en la fe? La catequesis no es la única actividad de la Iglesia. Pero es su actividad básica. (Cfr Catic n.890)
PARA REFLEXIONAR:
"El ejercicio del ministerio de la catequesis abarca la totalidad de los pastores, de los religiosos y de los fieles laicos, según el servicio y el carisma que cada uno tiene en el pueblo de Dios. Abarca igualmente a las instituciones eclesiales como la familia, la escuela, la parroquia o la diócesis. Es tarea de los grupos apostólicos, de las comunidades de base, de los movimientos, que sólo así podrán madurar su sentido y su pertenencia a la Iglesia de Jesús, liberándose de la tentación de ser grupos aparte, exclusivos y cerrados" (GPCM, 70).
C. Catequesis y ciencias auxiliares.
Si la catequesis busca educar la fe, necesita actuar en dos campos: el humano y el sobrenatural. Debe hacerlo porque su acción tiene parte de ambos niveles. Educar, de hecho, es una acción humana. Pero la fe es un don sobrenatural. La catequesis, pues, debe aprovechar tanto los instrumentos humanos que ayuden a su acción educativa como los elementos sobrenaturales que colaboren a la recepción del sobrenatural don de la fe.
La catequesis, pues, debe ayudarse de ciencias auxiliares. Unas ser n de corte humano. Y otras de corte sobrenatural o teológico. He aquí¡ un cuadro de las ciencias auxiliares humanas y teológicas que ayudan a la catequesis:
Ciencias auxiliares humanas:
Psicología: para poder conocer a las personas a quienes se dirige.
Sociología: para conocer el entorno y ambiente de las personas.
Pedagogía: para poder enseñar bien la fe.
Dinámica de grupos: para hacer trabajar bien a un grupo de personas.
Programación y organización: para estructurar bien un curso.
Ciencias auxiliares teológicas:
Estudios Bíblicos: para fundamentar correctamente los planes de catequesis.
Historia de la Iglesia: para aprender del pasado qué conviene y qué no conviene.
Dogmática: para respaldar los contenidos de la catequesis.
Pastoral: para realizar una labor de acuerdo con la acción eclesial.
PARA REFLEXIONAR:
"Nuestra ‘poca se caracteriza por el grandioso desarrollo de las ciencias antropológicas. Estas ciencias ya no se reservan únicamente a los especialistas, ellas penetran en la conciencia que el hombre moderno tiene de sí mismo; afectan las relaciones sociales y constituyen una especie de contexto cultural que es común aun a los menos cultos.
La enseñanza de las ciencias humanas, dada la enorme extensión y diversidad de estas disciplinas pone difíciles problemas de elección y de m’todo. Puesto que no se trata de formar especialistas en psicología sino catequistas, el criterio a seguir es el distinguir y escoger lo que puede ayudarles directamente en la adquisición de la capacidad de comunicación" (DGC 112b). (Cfr. DGC 242)
D. Catequesis y espiritualidad.
La catequesis esta protagonizada por personas. Y estas personas deben dar un testimonio fuerte. Porque, a fin de cuentas, la catequesis es el transmitir la fe recibida de Cristo y de los miembros de la Iglesia que nos precedieron en la historia. Y toda transmisión es protagonizada por un testigo. Y, para que haya buenos testigos de la fe, es imprescindible una vida espiritual sólida.
Pero si vemos la catequesis desde el ángulo de quien la recibe, también hay que destacar la urgente necesidad de una fuerte espiritualidad. Porque ¿quién puede aceptar el mensaje de Cristo con docilidad y apertura si no tiene buena espiritualidad? Y ¿quién puede comprometerse sinceramente con el mensaje de Cristo si no tiene una espiritualidad ardiente, que contrarreste la seductora tentación de un mundo alejado de Dios?
PARA REFLEXIONAR:
Tareas propias del Ministerio de la catequesis:
1. Debe llevar al creyente del don de la fe, es decir, de una fe que es regalo por parte de Dios a una fe que es aceptación consciente y compromiso responsable por parte del hombre.
2. Ha de empeñarse en hacer crecer continuamente la vida teologal de la fe, la esperanza y el amor. "Cualquiera que sea el tema que expones, exponlo de tal modo que aquel a quien te diriges, oyendo crea, creyendo espere y esperando ame" (26).
3. Debe enseñar a los cristianos cómo han de seguir a Jesucristo, aceptando la integridad de su persona y la totalidad de su doctrina.
4. Debe de acompañarlos para que vivan como miembros de la comunidad eclesial, empeñados en construir la fraternidad dentro de ella.
5. Necesita mostrarlos los caminos para celebrar la fe en los sacramentos, sabiendo que sin catequesis (fe proclamada) la liturgia se vuelve vacía, y sin celebración (fe celebrada), la catequesis se convierte en ideas (27).
6. Debe enseñar a tener los ojos puestos en la realidad y en los acontecimientos, aprendiendo a descubrir las intenciones de Dios en ellos para comprometerse en acciones de cambio según el plan divino.
7. Esta llamada a formar hombres nuevos, con mentalidad y criterios evangélicos, que los lleven a vivir en el mundo como profetas de las bienaventuranzas. Formar hombres solidarios, justos y servidores, que tienen en el Evangelio su única fuerza para ser signos de liberación cristiana.
8. Ha de estar presente en la religiosidad del pueblo sencillo para iluminar y orientar su fe" (GPCM 69).
La catequesis cultiva la fe sobre la frágil tierra del ser humano. Y, después, da sus frutos en medio del gran campo de la sociedad. Por eso, la catequesis debe atender a toda la vida del ser humano. Este principio tiene multitud de aplicaciones. La catequesis debe cuidar no sólo el crecimiento espiritual de quien la recibe, sino también multitud de elementos humanos: la puntualidad de los alumnos, el orden en sus cosas, el respeto a los compañeros de catequesis, la sinceridad en la participación, la constancia en la asistencia, la comprensión ante quienes piensan diferente...
El desarrollo humano de quien asiste a la catequesis es imprescindible. Porque la semilla de la fe sobrenatural no puede desarrollarse en un terreno salvaje. Pues la gracia no cambia al ser humano, sino que lo eleva. Primero, esta el recipiente humano; luego, recibimos el contenido divino. Por eso, el catequista debe crecer constantemente en las virtudes y en los valores humanos. Tiene que ser un experto en humanidad.
La catequesis contribuye grandemente a la promoción humana de los destinatarios. Primero, porque desarrolla la dimensión espiritual y moral del hombre, que ya es una gran promoción. Y, segundo, porque el Evangelio impulsa al cristiano a desarrollar todos sus talentos. Pero es claro que la catequesis no tiene por objetivo prioritario la promoción humana de los destinatarios. La catequesis es una acción eminentemente religiosa. Si la catequesis se subordinara a tareas sólo económicas, sociales o culturales, habría perdido su m’dula. Porque la catequesis tiene por objetivo educar la fe.
PARA REFLEXIONAR:
"La fe del Evangelio es madura cuando logra penetrar en la vida y en las realidades humanas donde vivimos en concreto el seguimiento de Cristo. Cambiar las estructuras de pecado y las situaciones de injusticia no es una simple añadidura para la fe cristiana. Es m s bien la actualización del Ministerio de Jesús, enviado por el Espíritu a traer "la Buena Nueva a los pobres, a anunciar a los prisioneros su libertad, a devolver la luz a los ciegos, a despedir libres a los cautivos y a proclamar el año de gracia del Señor". Llegar a los hombres en la integridad de su persona, construir el Reino en las realidades humanas, es parte esencial de nuestra fe que debe expresarse como experiencia de encarnación transformadora" (GPCM 83).
F. Catequesis y religiosidad popular.
En México, pasan 30 millones de peregrinos por los tres santuarios más importantes del país. Hay sacerdotes que acompañan a las peregrinaciones. En estas ocasiones, los fieles reciben mucho acompañamiento, variadas ayudas y atención pastoral. Muchas veces, es una ocasión de fuerte catequesis. Pero ¿todas las manifestaciones de la religiosidad popular tienen el mismo efecto evangelizador? ¿Todas la riquísimas tradiciones de nuestro pueblo, desde el juramentarse para no beber hasta una fiesta quinceañera, dejan su formación en la fe para quienes asisten? O, como decía aquel amigo: "Yo te pago el vestido de primera comunión del niño. Pero, eso de confesarme y comulgar para ser padrino, como que no me va.
La religiosidad popular, entendida como las expresiones espontáneas o tradicionales de los fieles para manifestar su amor a Dios y su fe, son un trampolín privilegiado para educarles en la fe. Son tan sinceras y vivénciales, tienen elementos tan propios de la cultura, conservan signos cristianos tan ricos y enraizados, que constituyen un reto para el catequista: o los aprovecha para hacer crecer la fe del pueblo, o pierden su fuerza educadora para caer m s en ocasiones de diversión profana o desviarse con mezclas de superstición.
Pero imaginemos el resultado de un video que repetidamente presenta la historia y el mensaje del Señor de Chalma para cuantos esperan, por un cuarto de hora, la oportunidad de pasar a besar su imagen.
Es obvio, las manifestaciones de religiosidad popular no son sólo para aprovechar el momento de dar una catequesis. Son, ante todo, momentos de expresión y vivencia de la fe. Pero no podemos descuidar la oportunidad de enriquecer vivencias tan fuertes que gritan pidiendo un crecimiento en la fe.
PARA REFLEXIONAR:
Podríamos expresar las tareas de la catequesis de la siguiente manera:
1. La catequesis comenzar por una aceptación sincera de la religiosidad popular, reconociéndola como realidad muy unida a la fe cristiana y como parte vital de nuestra cultura.
2. La catequesis debe acercarse a la religiosidad popular con deseos de comprenderla profundamente, descubriendo los valores y antivalores que en ella se contienen. Así podrá servirla impulsando la fe que nace del Evangelio como regla suprema de la experiencia religiosa de un pueblo, que busca a Dios y se relaciona intensamente con todo lo sagrado.
3. La catequesis tendrá que ofrecer continuamente a la religiosidad popular la Palabra de Dios. En ella los creyentes vemos la manera auténtica cómo Dios se revela: Quien es Él, qué’ piensa El de los hombres que los buscan, cómo han de buscarlo y en dónde. En la Palabra de Dios aprendemos la clase de relaciones que El espera que tengamos con Él. Por la Palabra de Dios la catequesis enriquece y purifica a la religiosidad popular mostrándole que Jesucristo y la Iglesia son centro y meta de todo el cambio de la fe.
En Jesucristo se vive el verdadero encuentro con el Padre y con los hermanos. La religiosidad popular necesita de una catequesis que presente a Jesús como modelo de toda piedad cristiana. Una piedad que consiste en vivir en comunidad fraterna comprometidos con los valores del Reino adorando al Padre en espíritu y en verdad.
4. La catequesis debe crear puentes entre la religiosidad popular y la celebración litúrgica. Muchas expresiones religiosas y símbolos del pueblo pueden tener un lugar en la liturgia, as¡ como muchos elementos litúrgicos pueden enriquecer a la religiosidad popular. La catequesis podrá tener un papel decisivo para superar una situación donde parece que hubiera dos liturgias: una popular y otra oficial.
5. La catequesis ha de promover el compromiso social de los cristianos a partir de los grandes valores sociales que se viven en la religiosidad popular, como el compartir, la organización y el sentido de la fiesta, el sacrificio por los demás, la búsqueda de energías renovadas para la lucha diaria, la devoción a María como fuerza de unidad del pueblo religioso. Así la catequesis podrá ser un medio muy eficaz para liberar a la religiosidad de la tentación de ser un simple refugio o un escape fácil a los compromisos del cristiano en la sociedad.
6. La catequesis estar presente en la religiosidad popular sabiendo que muchos aspectos del misterio cristiano se encuentran en ella, aunque a veces de modo poco claro. Ha de aprender a descubrirlos y aprovecharlos para afianzar en el pueblo cristiano una vivencia m s profunda de su fe" (GPCM 98).
Cada uno defendía su posición acaloradamente. Ambos tengan la mejor intención. El primero insista en que no era necesario el catecismo. "Si quieres transmitir la doctrina de Cristo, decía, no necesitas muchas preguntas y repuestas. Te basta con que tus niños conozcan el Evangelio". El segundo replicó: "Pero no basta el Evangelio. Tienes que enseñar a los niños el Credo, los Sacramentos... Si sólo saben parábolas ¿cómo podrán vivir bien su catolicismo?". Es obvio que el catequista bíblico volvió a la carga y el catequista teórico le respondió. Necesitaban un punto de equilibrio. Llegó el párroco, puso la mano sobre el hombro de cada uno y les dijo sonriendo: "No se me vayan a los extremos. Recuerden: si nos falta la Biblia, nos falta el alma; pero, si nos falta un buen esquema de ideas, nos falta el esqueleto".
Los primeros catequistas fueron los Apóstoles. Y ¿qué exponían en su catequesis? La vida y enseñanzas de Jesús. Ellos no explicaban el Credo o los Sacramentos. Pero, con el paso del tiempo, nacieron las herejías, vinieron las discusiones, hubo gente vestida con piel oveja que trató de ocultar sus colmillos de lobo para engañar. Y no hubo m s remedio: la Iglesia tuvo que precisar el mensaje de las par bolas y discursos de Jesucristo. Nació así la doctrina de la Iglesia. Una doctrina enraizada sobre el Evangelio. Una doctrina no diferente del Evangelio. Pero una doctrina que se presenta con un lenguaje diferente del Evangelio.
La catequesis, pues, debe saborear la Biblia como el agua directa del manantial. Pero también debe colocar el mensaje bíblico en un recipiente adecuado a quien lo va a beber. Porque no olvidemos que el lenguaje y la cultura de los libros inspirados esta n muy distantes de nosotros en el tiempo y en la mentalidad. En concreto: hay que poner a los destinatarios en contacto frecuente con la Palabra de Dios; hay que tomar de los pasajes bíblicos luz y orientaciones, nuestro actuar de catequistas; es preciso utilizar las enseñanzas de la Iglesia, aunque tengan lenguaje diferente del bíblico; y necesitamos emplear un catecismo actualizado para acomodarnos a la mentalidad de quien nos escucha.
PARA REFLEXIONAR:
"Todo el ministerio pastoral de la Iglesia, ha de tener como sustento la palabra de la Escritura. Tenemos la convicción de que la catequesis, por ser parte indispensable del Ministerio de la Palabra, encuentra su raíz m s profunda en la Escritura. Por eso quienes realizan la catequesis han de vivir en contacto permanente con el libro sagrado, si no quieren volverse "predicadores vacuos" (GPCM 58).
III. CRITERIOS PARA LA PRESENTACIÓN DEL MENSAJE EVANGÉLICO EN LA CATEQUESIS.
1. La Palabra de Dios, fuente de la catequesis.
La fuente de donde la catequesis toma su mensaje es la misma palabra de Dios:
La catequesis extraer siempre su contenido de la fuente viva de la Palabra de Dios, transmitida mediante la Tradición y al Escritura, dado que la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen el único depósito sagrado de la Palabra de Dios confiado a la Iglesia.
Este depósito de la fe es como el arca del padre de la casa, que ha sido confiado a la Iglesia, la familia de Dios, y de donde ella saca continuamente lo viejo y lo nuevo. Todos los hijos del Padre animados por su Espíritu, se nutren de este tesoro de la Palabra. Ellos saben que la Palabra de Dios es Jesucristo, el Verbo hecho hombre y que su voz sigue resonando por medio del Espíritu Santo en la Iglesia y en el mundo.
La Palabra de Dios, por admirable condescendencia divina, se dirige y llega a nosotros a través de obras y palabras humanas, a la manera como un día el Verbo del Padre eterno, al tomar la carne de la flaqueza humana, se hizo semejante a los hombres. Sin dejar de ser Palabra de Dios, se expresa en palabra humana. Cercana permanece sin embargo velada. Por eso la Iglesia, guiada por el Espíritu, necesita interpretarla continuamente y, al tiempo que la contempla con profundo espíritu de fe, la escucha piadosamente, la custodia santamente y la anuncia fielmente. (DV 10)
2. La fuente y las fuentes del mensaje de la catequesis.
Se emplean ambas expresiones la fuente y las fuentes de la catequesis para subrayar, con la primera la unicidad de la Palabra de Dios, siguiendo a CT 27 y subrayando la concepción de la Revelación en Dei Verbum, y para indicar, en la segunda los lugares concretos donde la catequesis extrae su mensaje, manteniendo así el ordinario uno catequético de la expresión ( DGC 1971 n. 45.)
La palabra de Dios fuente de la catequesis contenida en la Sagrada Tradición y en la Sagrada Escritura:
a. Es meditada y comprendida cada vez m s profundamente por el sentido de la fe de todo el Pueblo de Dios, bajo la guía del Magisterio, que la enseba con autoridad;
se celebra en la liturgia, donde constantemente es proclamada, escuchada, interiorizada y comentada;
resplandece en la vida de la Iglesia, en su historia bimilenaria, sobre todo en el testimonio de los cristianos, particularmente de los santos;
es profundizada en la investigación teológica, que ayuda a los creyentes a avanzar en la inteligencia vital de los misterios de la fe;
se manifiesta en los genuinos valores religiosos y morales que, como semillas de la Palabra, est n esparcidos en la sociedad humana y en las diversas culturas.
b. Todas estas son las fuentes, principales o secundarias, de la catequesis, las cuales de ninguna manera deben ser tomadas en un sentido univoco. La Sagrada Escritura ® es Palabra de Dios en cuanto que:
por inspiración del Espíritu Santo, se consigna por escrito; (DV 9)
la Sagrada Tradición transmite ¡íntegramente a los sucesores de los apóstoles la Palabra de Dios que fue a éstos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu Santo;
el Magisterio interpreta auténticamente la Palabra de Dios, realizando—en nombre de Jesucristo—un servicio eclesial fundamental.
c. Tradición, Escritura, íntimamente entrelazados y unidos, son, cada uno a su modo, fuentes principales de la catequesis.
d. Las fuentes de la catequesis tienen cada una su propio lenguaje, que queda plasmado en una rica variedad de documentos de la fe.
La catequesis es tradición viva de esos documentos: perícopas bíblicas, textos litúrgicos, escritos de los Padres de la Iglesia, formulaciones del Magisterio, símbolos de fe, testimonios de santos, reflexiones teológicas.
La fuente viva de la Palabra de Dios y las fuentes que de ella derivan y en las que ella se expresa, proporcionan a la catequesis los criterios para transmitir su mensaje a todos aquellos que han tomado la decisión de seguir a Jesucristo.
3. Criterios para la presentación del mensaje:
Los criterios para presentar el mensaje evangélico en la catequesis están íntimamente relacionados entre sí, pues brotan de una única fuente.
a. El mensaje, centrado en la persona de Jesucristo (cristocentrismo), por su propia dinámica interna, introduce en la dimensión trinitaria del mismo mensaje.
b. El anuncio de la Buena Nueva del Reino de Dios, centrado en el don de la salvación, implica un mensaje de liberación.
c. El carácter eclesial del mensaje remite a su carácter histórico, pues la catequesis—como el conjunto de la evangelización—se realiza en el tiempo de la Iglesia.
d. El mensaje evangélico, por ser Buena Nueva destinada a todos los pueblos, busca la inculturación, la cual se logrará en profundidad sólo si el mensaje se presenta en toda su integridad y pureza.
e. El mensaje evangélico es necesariamente un mensaje orgánico, con su jerarquía de verdades. Es esta visión armónica del Evangelio la que convierte en acontecimiento profundamente significativo para la persona humana.
Aunque estos criterios son v áidos para todo el ministerio de la Palabra, aquí se presentan referidos en relación a la catequesis.
4. El cristocentrismo del mensaje evangélico.
Jesucristo no sólo transmite la Palabra de Dios, Él es la Palabra de Dios. Por eso la catequesis—toda ella—está referida a Él.
En este sentido, lo que caracteriza al mensaje que transmite la catequesis es, ante todo, el ® cristocentrismo, que debe entenderse en varios sentidos:
a. Significa que en el centro de la catequesis encontramos esencialmente una Persona, la de Jesús de Anisarte, Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. En realidad la tarea fundamental de la catequesis es mostrar a Cristo: todo lo demás en referencia a El.
Lo que busca es propiciar el seguimiento de Jesucristo, la comunión con Él: cada elemento del mensaje tiende a ello.
b. Significa que Cristo está en el centro de la historia de la salvación, que la catequesis presenta. Él es, en efecto, el acontecimiento último hacia el que converge toda la historia salvífica. El, venido en la plenitud de los tiempos (Ga 4,4), es la clave, el centro y el fin de toda la historia humana.
El mensaje catequético ayuda al cristiano a situarse en la historia, y a insertarse activamente en ella, al mostrar cómo Cristo es el sentido último de esta historia.
c. Significa, que el mensaje evangélico no proviene del hombre sino de la Palabra de Dios. La Iglesia, y en su nombre todo catequista, puede decir con verdad: Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado (Jn 7,16). Por eso, lo que transmite la catequesis es la enseñanza de Jesucristo, la verdad que Él comunica o, m s exactamente, la verdad Él es. El cristocentrismo obliga a la catequesis a transmitir lo que Jesús enseña acerca de Dios, del hombre, de la felicidad, de la vida moral, de la muerte... sin permitirse cambiar en nada su pensamiento.
Los evangelios, que narran la vida de Jesús, están en el centro del mensaje catequético. Dotados ellos mismos de una estructura catequética, manifiestan la enseñanza que se proponía a las primitivas comunidades cristianas y que transmitía la vida de Jesús, su mensaje, y sus acciones salvadoras.
En la catequesis, los cuatro evangelios ocupan un lugar central, pues su centro es Cristo Jesús.
5. El cristocentrismo trinitario del mensaje evangélico.
La palabra de Dios, encarnada en Jesús de Nazaret, Hijo de María Virgen, es la Palabra del Padre, que habla al mundo por medio de su Espíritu. Jesús remite constantemente al Padre, del que se sabe Hijo Único, y al Espíritu Santo, por el que se sabe Ungido. Él es el camino que introduce en el misterio íntimo de Dios.
El cristocentrismo de la catequesis, en virtud de su propia dinámica interna, conduce a la confesión de fe en Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es un cristocentrismo esencialmente trinitario. Los cristianos en el Bautismo, quedan configurados con Cristo, Uno de la Trinidad y esta configuración sitúa a los bautizados, hijos en el Hijo, en comunión con el Padre y con el Espíritu Santo. Por eso su fe es radicalmente trinitaria. El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana.
EL cristocentrismo trinitario del mensaje evangélico impulsa a la catequesis a cuidar, entre otros, los siguientes aspectos:
La estructura interna de la catequesis, en cualquier modalidad de presentación, será siempre cristocéntrico-trinitaria: Por Cristo al Padre en el Espíritu. Una catequesis que omitiese una de estas dimensiones o desconociese su orgánica unión, correría el riesgo de traicionar la originalidad del mensaje cristiano.
Siguiendo la misma pedagogía de Jesús, en su revelación del Padre, de sí mismo como Hijo y del Espíritu Santo, la catequesis mostrar la vida íntima de Dios, a partir de sus obras salvíficas en favor de la humanidad. Las obras de Dios revelan quién es Él en si mismo y, a la vez, el misterio de su ser intimo ilumina la inteligencia de todas sus obras. Sucede así, analógicamente, en las relaciones humanas: las personas se revelan en su obrar y, a medida que las conocemos mejor, comprendemos mejor su conducta.
La presentación del ser ¡intimo de Dios revelado por Jesús, uno en esencia y trino en personas, mostrar las implicaciones vitales para la vida de los seres humanos. Confesar a un Dios único significa que el hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal. Significa también que, la humanidad, creada a imagen de un Dios que es comunión de personas está llamada a ser una sociedad fraterna, compuesta por hijos de un mismo Padre, iguales en dignidad personal. Las implicaciones humanas y sociales de la concepción cristiana de Dios son inmensas. La Iglesia, al profesar su fe en la Trinidad y anunciarla al mundo, se comprende a sí misma como una muchedumbre reunida por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
6. Un mensaje que anuncia la salvación.
El mensaje de Jesús sobre Dios es una buena noticia para la humanidad. Jesús anunció el Reino de Dios: una nueva y definitiva intervención divina, con un poder transformador tan grande, y aún mayor, que el que utilizó en la creación del mundo. En este sentido, como núcleo y centro de la Buena Nueva, Cristo anuncia la salvación: ese gran don de Dios que es liberación del pecado y del maligno, dentro de la alegría de conocer a Dios y de ser conocido por Él, de verlo, de entregarse a Él.
La catequesis transmite este mensaje del Reino, central en la predicación de Jesús. Y, al hacerlo, este mensaje se profundiza poco a poco y se desarrolla en sus consecuencias manifiestas, mostrando las grandes repercusiones que tiene para las personas y para el mundo.
En esta explicación del Kerigma evangélico de Jesús, la catequesis subraya los siguientes elementos fundamentales:
a. Jesús con la llegada del Reino, anuncia y revela que Dios no es un ser distante e inaccesible, no es un poder anónimo y lejano, sino que es el Padre, que est en medio de sus criaturas actuando con amor y poder. Este testimonio es dado de una manera sencilla y directa, es fundamental en la catequesis.
b. Jesús indica, al mismo tiempo, que Dios con su reinado ofrece el don de la salvación integral:
libera del pecado,
introduce en la comunión con el Padre,
otorga la filiación divina,
promete la vida eterna venciendo a la muerte.
Esta salvación integral tiene su comienzo ciertamente en esta vida, pero tiene su cumplimiento en la eternidad.
c. Jesús al anunciar el Reino, anuncia la justicia de Dios: proclama el juicio divino y nuestra responsabilidad. El anuncio del juicio de Dios, con su poder de formación de las conciencias, es contenido central del Evangelio y buena noticia para el mundo. La llamada a la conversión y creer en el Evangelio del Reino, que es Reino de justicia, amor y paz, y a cuya luz seremos juzgados, es fundamental para la catequesis.
d. Jesús declara que el Reino de Dios se inaugura con Él, en su propia persona. Revela que Él mismo, constituido Señor, asume la realización de ese Reino hasta que lo entregue, consumado plenamente al Padre, cuando venga de nuevo en su gloria.
El Reino ya está misteriosamente presente en nuestra tierra, cuando venga el Señor se consumará su perfección.
La comunidad de los discípulos, su Iglesia: "Constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra". Crezca como fermento de masa incorporando a todos los pueblos y a todas las culturas.
La Iglesia ya est efectiva y concretamente al servicio del Reino.
e. Jesús manifiesta que la historia de la humanidad no camina hacia la nada sino que, con sus aspectos de gracia y el pecado, es, --en El—asumida por Dios para ser transformada.
La humanidad, en su actual peregrinar hacia la casa del Padre, ofrece ya un bosquejo del mundo futuro donde, asumida y purificada, quedar consumada.
La evangelización no puede menos de incluir el anuncio profético de un más allá, vocación profunda y definitiva del hombre, en continuidad y discontinuidad a la vez con la situación presente.
La Buena Nueva del Reino de Dios, que anuncia la salvación, incluye un mensaje de liberación.
Jesús, al anunciar este Reino se dirige de una manera muy particular a los pobres, específicamente en las bienaventuranzas, (Lc 6,20-21). Estas bienaventuranzas son un anuncio escatológico de la salvación que el Reino trae consigo.
Ellas apuntan a esa experiencia tan lacerante a la que el Evangelio es tan sensible: la pobreza, el hambre y el sufrimiento de la humanidad.
La Iglesia, participa hoy, de la misma sensibilidad que tuvo su maestro. Con profundo dolor se fija en esos pueblos empeñados con todas sus energías en el esfuerzo y la lucha por superar todo aquello que les condena a quedar al margen de la vida: hambres, enfermedades crónicas, analfabetismo, desnutrición, injusticia en las relaciones internacionales, situaciones de neocolonialismo económico y cultural. Todas las formas de pobreza, no sólo económica sino también social y religiosa, preocupan a la Iglesia.
Como dimensión importante de su misión, la Iglesia tiene el deber de anunciar la liberación de millones de seres humanos entre los cuales hay muchos hijos suyos; el deber de ayudar a que nazca esta liberación, de dar testimonio de la misma, de hacer que sea total.
Para preparar a los cristianos a esta tarea, la catequesis cuidar, entre otros, los siguientes aspectos:
a. Situar el mensaje de liberación en la perspectiva de la finalidad específicamente religiosa de la evangelización , ya que ésta perdería su razón de ser si se desviara del eje religioso que la dirige: ante todo el Reino de Dios, en su sentido plenamente teológico. Por eso el mensaje de la liberación no puede reducirse a la simple y estrecha dimensión económica, política, social o cultural, sino que debe abarcar al hombre entero, en todas sus dimensiones, incluida su apertura al Absoluto, que es Dios.
b. La catequesis, en la tarea de la educación moral, presentar la moral social cristiana como una exigencia y una consecuencia de liberación radical obrada en Cristo. Esta es la Buena Nueva que los cristianos profesan, con el corazón lleno de esperanza: Cristo ha liberado al mundo y continúa liberándolo. Aquí¡ se genera la práctica cristiana, que es el cumplimiento del mandamiento del amor.
c. Igualmente, en la tarea de iniciación a la misión, la catequesis suscitar en los catecúmenos y en los catequizandos la opción preferencial por los pobres que, lejos de ser un signo de particularismo o de sectarismo, manifiesta la universalidad del ser y de la misión de la Iglesia. Dicha opción no es exclusiva, sino que lleva consigo el compromiso por la justicia según la función, vocación y circunstancias de cada uno.
8. La eclesialidad del Mensaje.
La naturaleza eclesial de la catequesis concede al mensaje evangélico que transmite un característico carácter eclesial. La catequesis tiene su origen en la confesión de fe de la Iglesia y conduce a la confesión de fe del catecúmeno y del catequizando.
La primera palabra oficial que la Iglesia dirige al bautizado adulto, después de interesarse por su nombre, es preguntarle: ¿Qué pides a la Iglesia de Dios? ¯. La fe, es la respuesta del candidato.
El candidato sabe que el Evangelio que ha descubierto y desea conocer, est vivo en el corazón de los creyentes. La catequesis no es otra cosa que el proceso de transmisión del Evangelio tal como la comunidad cristiana lo ha recibido, lo comprende, lo celebra, lo vive y lo comunica de múltiples formas.
Por eso, cuando la catequesis transmite el misterio de Cristo, en su mensaje resuena la fe de todo el Pueblo de Dios a lo largo de la historia: la de los apóstoles, que la recibieron del mismo Cristo y de la acción del Espíritu Santo; la de los mártires, que la confesaron y la confiesan con su sangre; la de los santos, que la vivieron y viven en profundidad; la de los Padres y doctores de la Iglesia, que la enseñaron luminosamente; la de los misioneros, que la anuncian sin cesar; la de los teólogos, que ayudan a comprenderla mejor; la de los pastores, en fin, que la custodian con celo y amor y la enseñan e interpretan auténticamente.
En verdad, en la catequesis est presente la fe de todos los que creen y se dejan conducir por el Espíritu Santo.
Esta fe, transmitida por la comunidad eclesial, es una sola. Aunque los discípulos de Jesucristo forman una comunidad dispersa por todo el mundo y aunque la catequesis transmite la fe en lenguajes culturales muy diferentes, el Evangelio que se entrega es sólo uno. la confesión de fe es única y uno sólo el Bautismo: un solo Señor, una sola fe, un solo Bautismo, un solo Dios y Padre de todos (Ef. 4,5).
La catequesis es, así en la Iglesia, el servicio que introduce a los catecúmenos y catequizandos en la unidad de la confesión de fe. Por su propia naturaleza alimenta el vínculo de la unidad de la confesión de fe. Por su propia naturaleza alimenta el vínculo de la unidad, creando la conciencia de pertenecer a una gran comunidad que ni el espacio ni el tiempo pueden limitar: Desde el justo Abel hasta el último elegido; hasta los extremos de la tierra; hasta la consumación del mundo.
9. Carácter histórico del misterio de la salvación.
La Iglesia, al transmitir hoy el mensaje cristiano desde la viva conciencia que tiene de Él, guarda constante memoria de los acontecimientos salvíficos del pasado, narrándolos de generación en generación. A su luz, interpreta los acontecimientos actuales de la historia humana, donde el Espíritu de Dios renueva la faz de la tierra y permanece en una espera confiada de la venida del Señor. En la catequesis patrística, la narración de las maravillas obradas por Dios y la espera del retorno de Cristo acompañaban siempre la exposición de los misterios de la fe.
El carácter histórico del mensaje cristiano obliga a la catequesis a cuidar estos aspectos:
a. Presentar la historia de la salvación por medio de una catequesis bíblica que d’ a conocer las obras y palabras con las que Dios se ha revelado a la humanidad: las grandes etapas del Antiguo Testamento, con las que preparó el camino del Evangelio, la vida de Jesús, Hijo de Dios, encarnado en el seno de Maria que con sus hechos y enseñanzas llevó a plenitud la Revelación; y la historia de la Iglesia, transmisora de esa Revelación.
Esta historia leída desde la fe, es también parte fundamental del contenido de la catequesis.
b. Al explicar el símbolo de la fe y el contenido de la moral cristiana por medio de una catequesis doctrinal, el mensaje evangélico ha de iluminar el hoy de la historia de la salvación. En efecto, el ministerio de la palabra no sólo recuerda la revelación de las maravillas de Dios hechas en el pasado... sino que, al mismo tiempo, interpreta, a la luz de esta revelación, la vida de los hombres de nuestra ‘poca, los signos de los tiempos y las realidades de este mundo, ya que en ellos se realiza el designio de Dios para la salvación de los hombres.
c. Situar los sacramentos dentro de la historia de la salvación por medio de una catequesis mistagógica, que relee y revive los acontecimientos de la historia de la salvación por medio en el hoy de la liturgia. Esta referencia al hoy histórico-salvífico es esencial en esta catequesis. Se ayuda, as¡, a los catecúmenos y catequizandos a abrirse a la inteligencia espiritual de la economía de la salvación.
d. Las obras y palabras de la Revelación remiten al misterio contenido en ellas. La catequesis ayudar a hacer el paso del signo al misterio. Llevar a descubrir, tras la humanidad de Jesús, su condición de Hijo de Dios; tras la historia de la Iglesia, su misterio como sacramento de salvación; tras lo signos de los tiempos, las huellas de la presencia y los planes de Dios. La catequesis mostrar, así el conocimiento propio de la fe, que es un conocimiento por medio de signos.
10. La integridad del mensaje evangélico.
En la tarea de inculturación de la fe, la catequesis debe transmitir el mensaje evangélico en toda su integridad y pureza. Jesús anuncia el Evangelio íntegramente: Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer (Jn 15,15). Y esta misma integridad la exige Cristo de sus discípulos, al enviarles a la misión: Enseñadles a guardar todo lo que yo os he mandado (Mt 28,19). Por eso, un criterio fundamental de la catequesis es el de salvaguardar la integridad del mensaje, evitando presentaciones parciales o deformadas del mismo: A fin de que la "oblación de la fe" sea perfecta, el que se hace discípulo de Cristo tiene derecho a recibir la "palabra de la fe" no mutilada, falsificada o diminuida, sino completa e integral, en todo su rigor y su vigor.
Dos dimensiones íntimamente unidas subyacen a este criterio:
a. Presentar el mensaje ¡íntegro, sin silenciar ningún aspecto fundamental o realizar una selección en el depósito de la fe, asegurando la trasmisión fiel de los contenidos fundamentales de la fe para contrarrestar los ataques de las sectas.
La catequesis, debe procurar activamente, proponer con fidelidad el tesoro ¡íntegro del mensaje cristiano. Esto debe hacerse, gradualmente, siguiendo el ejemplo de la pedagogía divina, con la que Dios ha ido revelando de manera progresiva y gradual. Esta integridad debe compaginarse con la adaptación.
La catequesis, en consecuencia, parte de una sencilla proposición de la estructura íntegra del mensaje cristiano, y la expone de manera adaptada a la capacidad de los destinatarios. Pero esto no debe quedarse ahí, la catequesis, gradualmente, propondrá el mensaje de manera cada vez más amplia y explícita, según la capacidad del catequizando y el carácter propio de la catequesis.
Estos dos niveles de exposición son denominados: integridad intensiva e integridad extensiva.
b. Presentar el mensaje auténtico, en toda su pureza, sin reducir sus exigencias, por temor al rechazo; y sin imponer cargas pesadas que él no incluye, pues el yugo de Jesús es suave.
Este criterio acerca de la autenticidad está íntimamente vinculado al de la inculturación, porque ésta tiene la función de traducir lo esencial del mensaje cultural. En esta necesaria tarea, se da siempre una tensión: la evangelización pierde mucho de su fuerza si no toma en consideración al pueblo concreto al que se dirige, pero también corre el riesgo de perder su alma y desvanecerse si se vacía o desvirtúa su contenido, bajo el pretexto de traducirlo. El predicador del evangelio, aun a costa de renuncias y sacrificios, busca siempre la verdad que debe trasmitir a los demás. No vende ni disimula jamás la verdad por el deseo de agradar a los hombres, de causar asombro, ni por originalidad o deseo de aparentar. ( EN 78)
En esta relación entre inculturación e integridad del mensaje cristiano el criterio que debe seguirse el de una actitud evangélica de apertura misionera para la salvación integral del mundo ¯ combinada con la aceptación de los valores verdaderamente humanos y religiosos, por encima de oscuridad inmovilista, con el compromiso misionero de anunciar toda la verdad del evangelio, por encima de fáciles acomodaciones que llevarían a desvirtuar el Evangelio y a secularizar la Iglesia. La autenticidad evangélica excluye estas actitudes, contrarias al verdadero sentido de la misión.
11. Un mensaje orgánico y jerarquizado.
a. La catequesis debe ser una educación ordenada y progresiva de la fe.
b. Para que la catequesis sea educación ordenada y progresiva de la fe, tiene que ser pedagogía que responda claramente a las aspiraciones de todo el que ha sido salvado por la palabra de Dios.
c. La catequesis consiste en la educación ordenada y progresiva de la fe.
d. La catequesis es un proceso dinámico, gradual y permanente de educación en la fe.
El mensaje que transmite la catequesis tiene un carácter orgánico y jerarquizado, constituyendo una síntesis coherente y vital de la fe. Se organiza en torno al misterio de la Santísima Trinidad, en una perspectiva cristocéntrica, ya que este misterio es la fuente de todos los otros misterios de la fe y la luz que los ilumina. A partir de ella, la armonía del conjunto del mensaje requiere una jerarquía de verdades, por ser diversa la conexión de cada una de ellas con el fundamento de la fe cristiana. Ahora bien esta jerarquía no significa que algunas verdades pertenezcan a la fe menos que otras, sino que algunas verdades se apoyan en otras como m s principales y son iluminadas por ellas.
Todos los aspectos y dimensiones del mensaje cristiano participan de esta organicidad jerarquizada:
a. La historia de la salvación, al narrar las "maravillas de Dios", las que hizo, hace y hará por nosotros, se organiza en torno a Jesucristo, centro de la historia de la salvación. La preparación al Evangelio, en el Antiguo Testamento, la plenitud de la Revelación en Jesucristo, y el tiempo de la Iglesia, estructuran toda la historia salvífica, de la que la creación y la escatología son su principio y su fin.
b. El símbolo apostólico muestra cómo la Iglesia ha querido siempre presentar el misterio cristiano en una síntesis vital. Este símbolo es el resumen y la clave de lectura de toda la Escritura y de toda la doctrina de la Iglesia, que se ordena jerárquicamente en torno a él.
c. Los sacramentos son, también un todo orgánico, que como fuerzas regeneradoras brotan del misterio pascual de Jesucristo, formando un organismo en el que cada sacramento particular tiene su lugar vital. La Eucaristía ocupa en este cuerpo orgánico un puesto único, hacia el que los demás sacramentos están ordenados: se presenta como sacramento de los sacramentos.
d. El doble mandamiento del amor, a Dios y al prójimo, es—en el mensaje moral—la jerarquía de valores que el propio Jesús estableció: De estos mandamientos pende toda la ley y los profetas (Mt 22, 40). El amor a Dios y al prójimo, que resumen el decálogo, si son vividos con el espíritu de las bienaventuranzas evangélicas, constituyen la carta magna de la vida cristiana que Jesús proclama en el sermón del Monte.
e. El Padre Nuestro, condensando la esencia del Evangelio, sintetiza y jerarquiza las inmensas riquezas de oración contenidas en la Sagrada Escritura y en toda la vida de la Iglesia. Esta oración, propuesta por el mismo Jesús a sus discípulos, trasluce confianza filial y los deseos m s profundos con que una persona puede dirigirse a Dios.
12. Un mensaje significativo para la persona humana.
La Palabra de Dios, al hacerse hombre, asume la naturaleza humana en todo menos en el pecado. De este modo, Jesucristo que es imagen de Dios invisible (Col 1,15), es también el hombre perfecto. De ah que en realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del verbo encarnado.
La catequesis al presentar el mensaje cristiano, no sólo muestra quién es Dios y cuál es su designio salvífico, sino que, como hizo el propio Jesús, muestra también plenamente quién es el hombre al propio hombre y cuál es su altísima vocación. La revelación no est ®aislada de la vida, ni yuxtapuesta artificialmente a ella. Se refiere al sentido ultimo de la existencia y la ilumina ya para inspirarla ya para juzgarla, a la luz del Evangelio.
La relación del mensaje cristiano con la experiencia humana no es puramente metodológica, sino que brota de la finalidad misma de la catequesis, que busca la comunión de la persona humana con Jesucristo. Jesús, en su vida terrena, vivió plenamente su humanidad; trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Pues bien, todo lo que Cristo vivió, hace que podamos vivirlo en El y que El lo viva en nosotros.
La catequesis actúa sobre esta identidad de experiencia humana entre Jesús, Maestro, y el discípulo, y enseña a pensar como El, obrar como El, amar como El. Vivir la comunión con Cristo es hacer la experiencia de la vida nueva de la gracia.
Por esta razón, eminentemente cristológica, la catequesis, al presentar el mensaje cristiano, debe preocuparse por orientar la atención de los hombres hacia sus experiencias de mayor importancia, tanto personales como sociales, siendo tarea suya plantear, a la luz del Evangelio, los interrogantes que brotan de ellas, de modo que se estimule el justo deseo de transformar la propia conducta en este sentido:
a. En la primera evangelización, propia del catecumenado o de la precatequesis, el anuncio del Evangelio se hará siempre en íntima conexión con la naturaleza humana y sus aspiraciones, mostrando cómo satisface plenamente al corazón humano.
b. En la catequesis bíblica, se ayudar a interpretar la vida humana actual a la luz de las experiencias vividas por el pueblo de Israel, por Jesucristo y por la comunidad eclesial, en la cual el Espíritu de Cristo resucitado vive y opera continuamente.
c. En la manifiestación del símbolo, la catequesis mostrar cómo los grandes temas de la fe (creación, pecado original, Encarnación, Pascua, Pentecostés, escatología...) son siempre fuente de vida y de luz para el ser humano.
d. La catequesis moral, al presentar en qué’ consiste la vida digna del Evangelio y promover las bienaventuranzas evangélicas como espíritu que impregna al decálogo, las enraizar en las virtudes humanas, presentes en el corazón del hombre.
e. En la catequesis litúrgica, deber ser constante la referencia a las grandes experiencias humanas, significadas por los signos y los símbolos de la acción litúrgica a partir de la cultura judía y cristiana.
13. Principio metodológico para la presentación del mensaje.
Los métodos han de ser fieles a la integridad del mensaje cristiano, sin sacrificar aspectos sustanciales. Respetaran el ritmo que las personas y los grupos tienen para avanzar en su proceso de fe.
Los métodos descubrirán la unidad de la fe, señalando las relaciones profundas que hay entre los distintos aspectos del mensaje cristiano. Son necesarios para educar la fe con seguridad, respetando los valores centrales del mensaje cristiano.
Las normas y criterios señalados en este capitulo y que pertenecen a la exposición del contenido de la catequesis, deben ser aplicadas en las diferentes formas de catequesis: es decir, en la catequesis bíblica y litúrgica, en el resumen doctrinal, en la interpretación de las situaciones de la existencia humana, etc.
De estos criterios y normas, sin embargo no puede deducirse el orden que hay que guardar en la exposición del contenido. En efecto, es posible que en la situación actual de la catequesis, razones de método o de pedagogía aconsejen organizar la comunicación de las riquezas del contenido de la catequesis de un modo m s bien que de otro.
Se puede partir de Dios para llegar a Cristo, y al contrario; igualmente, se puede partir del hombre para llegar a Dios, y al contrario. La adopción de un orden determinado en la presentación del mensaje debe condicionarse a las circunstancias y a la situación de fe del que recibe la catequesis.
Hay que escoger el itinerario pedagógico más adaptado a las circunstancias por las atraviesa la comunidad eclesial o los destinatarios concretos a los que se dirige la catequesis. De aquí la necesidad de investigar cuidadosamente y de encontrar los caminos y los modos que mejor respondan a las diversas situaciones.
Corresponde a los Obispos dar normas precisas en esta materia y aplicarlas mediante Directorios catequéticos, Catecismos para diferentes edades y situaciones culturales, y con otros medios que parezcan oportunos.
PARA REFLEXIONAR:
La catequesis es el desarrollo orgánico y sistemático del mensaje fundamental de Jesucristo destinado a la comunidad cristiana y al mundo. Este mensaje fundamental se define Kerigma. La catequesis es su desarrollo progresivo, destinado a todos los hombres de todas las culturas, en todos los lugares y en todos los tiempos
El acto catequético entraña dos elementos:
El contenido del mensaje revelado por Cristo;
El sistema y el m’todo de difusión integral, en sintonía con las necesidades y las condiciones históricas de todos los hombres. (Mons. Darío Castrillón, Pro-prefecto de la Congregación para el Clero, 1997).
Fuente: Escuela de la FeAutor: Salvador Hernández
IV. LOS ELEMENTOS FUNDAMENTALES DE LA CATEQUESIS:
La finalidad última de la catequesis es la comunión con Jesucristo. No se trata solo de poner al hombre en contacto, sino en comunión, en intimidad con Jesucristo.
Toda acción evangelizadora busca favorecer la comunión con Jesucristo. A partir de la conversión inicial al Señor, suscitada por el Espíritu Santo mediante el primer anuncio, la catequesis se propone fundamentar y hacer madurar esta primera adhesión.
Se trata de ayudar al recién convertido a conocer mejor a ese Jesús en cuyas manos se ha puesto: conocer su misterio, el reino de Dios que anuncia, las exigencias y las promesas contenidas en su mensaje evangélico, los senderos que Él ha trazado a quien quiera seguirle. El bautismo sacramento por el que nos configuramos con Cristo sostiene con su gracia este trabajo de la catequesis.
La catequesis es esa forma particular del ministerio de la palabra que hace madurar la conversión inicial hasta hacer de ella una viva, clara y operativa confesión de fe.
La mayor parte de los catequistas se preocupan mucho de que curso van a dar. La temática es el foco de su atención. Incluso, el catequista emergente pregunta siempre primero: ¿De qué tema se trata?". Para añadir: "Menos mal... Ese ya lo tengo preparado". Y suelta su rollo como lo tiene en el papelito. Pero no suele haber la misma preocupación por la finalidad. Y es una pena, porque la finalidad es quien decide el tema que se debe tratar. Y eso sin decir nada por ahora de la adaptación al destinatario
La finalidad es la meta que se desea conseguir. Al emprender un viaje, la meta marcada nos fija el camino a elegir, los medios más oportunos para llegar a ella, la duración y el costo alto o bajo que deseamos pagar por el trayecto. Lo mismo es en catequesis: la meta que necesitamos alcanzar nos determina el programa que debemos impartir, los temas a tratar y los instrumentos oportunos para trabajar.
Es evidente que no podemos tratar los mismos temas para convertir a un pecador que para motivar a un cristiano comprometido. También es evidente que no organizaremos igual un programa de catequesis con un año de duración para preparar a quienes deben hacer la primera comunión que para unos niños que ya la hicieron. La finalidad es diferente. Y, de esa finalidad diferente, se concluyen diferentes temáticas, diferentes programas y diferentes textos.
Conviene igualmente, distinguir la finalidad de todo un curso y la finalidad de una clase. Por ejemplo, la finalidad de un curso para preparar parejas de novios al matrimonio puede ser fortalecer su espiritualidad conyugal. Y una de las sesiones del curso puede tener por finalidad que comprendan la doctrina de la indisolubilidad matrimonial. Es decir, la finalidad general es espiritual y la finalidad de esa clase es doctrinal.
De todos modos, conviene tener siempre muy clara la finalidad de lo que vamos a hacer. Quien conoce la meta, puede elegir muy bien el camino. Quien no sabe a dónde va ¿cómo podrá elegir bien lo que necesita para el camino?
Recordando la definición de catequesis, es bueno tener en cuenta las dos dimensiones de la fe que deben educarse: la objetiva, o recepción del mensaje cristiano; y la subjetiva, o aceptación de dicho mensaje. Y también nos ayuda recordar que recibimos el mensaje con la inteligencia y lo aceptamos con la voluntad. Esto quiere decir que hay siempre dos finalidades y objetivos en la catequesis: lograr que se reciba el mensaje del Evangelio en la inteligencia del alumno y lograr que lo acepte con la voluntad. Así educaremos la fe completa en sus dos dimensiones.
De hecho, podemos decir que siempre hay dos objetivos en cada sesión o programa de catequesis: uno vital que se orienta a cambiar la vida del destinatario de acuerdo con el Evangelio; y otro doctrinal, que busca favorecer la comprensión y asimilación del contenido del mensaje cristiano. Nunca puede faltar ninguno de los dos, aunque uno de ellos sea prioritario según las ocasiones.
Terminemos nuestra reflexión sobre la importancia de la finalidad en la catequesis, destacando un punto ordinariamente desatendido. Nos referimos a la necesidad de fijar las prioridades. Cada catequista tiene muchas tareas ante sí. Y debe lograr diferentes metas. Pero no podrá conseguirlas todas de inmediato. Por ejemplo: un catequista debe preparar niños a la primera comunión. Y debe introducirles a la vida cristiana, enseñarles a rezar, educar sus comportamientos y principios morales según el Evangelio, enseñarles la doctrina católica, cultivar su apertura a Dios, formarles en el respeto y solidaridad con todos los hombres, habituarles a la recepción frecuente de los sacramentos. Pero obviamente no va a lograr todas estas metas en un mes. Si la preparación de los niños dura dos años, tendrá que elegir unas metas para el primer curso y otras para el segundo. Más aún, si esos niños luego van a tener una catequesis de perseverancia, podrán lograr algunas de estas metas en la etapa posterior.
En resumen: hay que elegir siempre una meta. No se puede lograr todo en un curso ni en un trimestre, ni muchos menos, en una sola sesión. Por lo tanto, el catequista debe habituarse a fijar las prioridades de su trabajo. Es decir, debe conocer muy bien cuál meta es prioritaria y cuál secundaria. Podrá seleccionar las prioridades según la meta que debe lograr al final de su curso (preparar a la recepción de un sacramento, educar la fe en una etapa de la vida o cultivar la vida cristiana en un salón de clase). Pero también las podrá definir según las necesidades del grupo que debe tratar o de las indicaciones que reciba de su párroco. Pero un punto es fijo: siempre hay una meta que es prioritaria sobre otra. Y, si una meta es prioritaria, no podemos perder el tiempo dedicándonos a obtener las metas secundarias con descuido de la principal.
PARA REFLEXIONAR:
"La finalidad específica de la catequesis no consiste únicamente en desarrollar, con la ayuda de Dios, una fe aún inicial, en promover en plenitud y alimentar diariamente la vida cristiana de los fieles de todas las edades. Se trata en efecto de hacer crecer, a nivel de conocimiento y de vida, el germen de la fe sembrado por el Espíritu Santo con el primer anuncio y transmitido eficazmente a través del bautismo.
La catequesis tiende pues a desarrollar la inteligencia del misterio de Cristo a la luz de la Palabra, para que el hombre entero sea impregnado por ella. Transformado por la acción de la gracia en nueva criatura, el cristiano se pone así a seguir a Cristo y, en la Iglesia, aprende siempre a pensar mejor como Él, a juzgar como Él, a actuar de acuerdo con sus mandamientos, a esperar como Él nos invita a ello" (CT 20).
El contenido de la catequesis es la doctrina o mensaje que transmitimos. Este mensaje es el mensaje de Jesucristo. De hecho, la catequesis es la acción de la Iglesia que transmite este mensaje para que los hombres crean en Él. Todo puede parecernos muy claro. Pero hay muchas anomalías en el uso de este mensaje, a veces sin malicia, que nos descubren como no es tan claro y sencillo. Por eso, fijémonos en estas preguntas:
¿Dónde está el contenido de la fe que debe transmitir la catequesis? ¿Toda la doctrina de la fe cristiana tiene la misma importancia en la catequesis? ¿Debemos transmitir todo el contenido cada vez que damos catequesis? Y, si no podemos dar todo el mensaje del Evangelio ¿cómo podemos seleccionarlo correctamente? ¿Hay algo opcional?
La respuesta a estas preguntas nos dará las pistas básicas para no errar a la hora de establecer cuál es el contenido correcto de la catequesis:
¿Dónde está el contenido de la fe que debe transmitir la catequesis? El contenido de la fe que debe transmitir el catequista está en la Revelación. Recordemos que la Revelación es lo que Dios nos dice de sí mismo y del hombre. La Revelación la podemos encontrar en sus dos fuentes:
La Tradición es el mensaje de Jesucristo que los primeros cristianos transmitieron con su ejemplo y sus palabras.
La Escritura de la Biblia que nos narra las palabras y los hechos de Dios necesarios para la salvación.
Al presentar las dos fuentes de la Revelación, queda claro que el contenido de la catequesis es el que está presente en estas fuentes. O, dicho en forma negativa, si alguna enseñanza de un catequista no corresponde a alguna de estas fuentes, es un contenido incorrecto que corre el riesgo de apartarse de la fe.
¿Toda la doctrina de la fe cristiana tiene la misma importancia en la catequesis? Evidentemente que no. Hay verdades, como la salvación que Cristo trajo a todos los hombres, que tienen más importancia que otras, como puede ser el nombre de los papás de la Virgen Maria. Por eso, se pueden omitir los elementos secundarios o menos importantes cuando no hay tiempo de transmitirlos. Pero no podemos dejar de enseñar los elementos esenciales todas las veces que damos catequesis.
Más aún, el buen catequista debe enseñar a sus alumnos a distinguir cuáles verdades de la fe son importantes y cuáles tienen menos importancia.
¿Debemos transmitir todo el contenido cada vez que damos catequesis? Todos hemos experimentado que el tiempo de una clase se acaba y no hemos podido explicar toda la materia que habíamos preparado. Incluso, se acaba el año escolar y queda doctrina retrasada y no del todo explicada. Aunque es ideal cumplir siempre con toda la doctrina de la fe programada, es oportuno recordar que la integridad del contenido es una meta y no un punto de partida. Es decir, exponer toda la doctrina de la fe católica es la meta que debemos alcanzar una vez que hayamos terminado la catequesis. Al inicio, no tenemos más remedio que tomar una parte para comenzar.
Pero se nos plantea la cuestión obvia de que, si no podemos dar todo el mensaje del Evangelio ¿cómo podemos seleccionarlo correctamente? A este respecto debemos dar unos criterios o principios que permitan realizar esta selección, pero estos principios los expondremos en un apartado más adelante.
La división del contenido de la fe católica puede dividirse de muchos modos. Nosotros vamos a presentarla cómo lo hace el Catecismo de la Iglesia Católica. Es también conforme a la tradición histórica creada desde la llegada de los primeros evangelizadores a nuestro continente en el siglo XV:
a. Las creencias: son verdades fundamentales. No tienen aplicaciones inmediatas. Se creen. Pero son el punto de referencia principal para toda la visión de la doctrina y de la vida cristiana. Su mejor resumen está en el Credo.
b. La moral: es el conjunto de principios fijos que indican al ser humano cómo debe vivir para mejor realizarse como humano y como cristiano. La moral se expresa en un conjunto de deberes. Hay principios generales y normas concretas. Su mejor resumen está en los Diez Mandamientos.
c. Los ritos propios de la vida cristiana: son los gestos y símbolos en los que se expresa nuestra vivencia de la fe. Su centro los constituyen los Sacramentos y la liturgia.
d. La vida espiritual del cristiano: es el conjunto de actitudes y medios que conducen al cristiano hacia su meta final: imitar a Jesucristo. La vida espiritual se fija en el trato personal y propio como cada uno se relaciona con el Ser Supremo.
PARA REFLEXIONAR:
"Un momento con frecuencia destacado es aquel en que el niño pequeño recibe de sus padres y del ambiente familiar los primeros rudimentos de la catequesis, que acaso no serán sino una sencilla revelación del Padre celestial, bueno y providente, al cual aprende a dirigir su corazón. Las brevísimas oraciones que el niño aprenderá a balbucir serán el principio de un diálogo cariñoso con ese Dios oculto, cuya Palabra comenzará a escuchar después. Ante los padres cristianos nunca insistiríamos demasiado en esta iniciación precoz, mediante la cual son integradas las facultades del niño en una relación vital con Dios: obra capital que exige gran amor y profundo respeto al niño, el cual tiene derecho a una presentación sencilla y verdadera de la fe cristiana" (CT 36).
Los catequistas tienen dos posibilidades: conocer bien a sus alumnos o conocerlos sólo superficialmente.
Indudablemente que la respuesta ideal será conocer bien las características de los destinatarios a quienes se dirige la catequesis.
Hay muchos tipos de destinatarios: según edades (niños, adolescentes, ancianos, jóvenes, etc.), según ambientes (urbanos, rurales, industriales, etc.), según comunidades (parroquial, escolar, movimiento laical, etc.). Esta variedad de destinatarios es la que provoca la verdadera problemática práctica de la catequesis. Es decir, si la catequesis siempre se dirigiera a personas con las mismas características, no habría más tarea que repetir siempre las mismas cosas, en el mismo orden y de la misma manera. Pero las personas cambian y cambian sus circunstancias. Y lo que ayuda para realizar una buena catequesis con un grupo de niños en una parroquia no sirve para una clase con jovencitas de una preparatoria. No todo se puede decir de la misma manera a todos.
Respecto del destinatario, debemos tener en cuenta también que las personas cambian de características con el tiempo y según las épocas. Es decir, no es lo mismo un niño de 12 años actual que de hace 30 años. Y, consecuentemente, los materiales y los métodos que servían para la catequesis hace tiempo, hoy son menos adecuados. ¿Qué diríamos, por ejemplo, de un catequista que usa hoy el catecismo de Ripalda, cuya primera edición fue en 1572? No es que este catecismo sea malo. Pero responder a las inquietudes y necesidades cristianas del niño y adulto de hoy? Habrá quien responda que la fe es la misma. De acuerdo, la fe es la misma. Pero, en catequesis, debemos precisar: el contenido es el mismo, pero el destinatario no es el mismo. Y, como vamos viendo, la catequesis no es sólo cuestión de contenido. Hay que tener en cuenta también al destinatario.
La catequesis, pues, debe adaptarse según el destinatario a quien se dirige. Esta adaptación requiere varias características, que estudiaremos más adelante. Esta adaptación es fundamental. El catequista que no logra adaptarse al grupo de personas que debe catequizar o que no sepa acomodarse al ritmo especial de alguna persona que se está educando en la fe, nunca logrará realizar una buena catequesis.
Pero, desde ahora, destaquemos la necesidad de lograr la adaptación al destinatario sin traicionar el contenido de la fe. Adaptarse no es igual a renunciar. Muchas veces, el catequista debe testimoniar verdades o exigencias del Evangelio que no serán bien aceptadas por el destinatario. El catequista, entonces, debe ser fiel a Dios, que le ha enviado a transmitir la fe de Jesucristo. Pero seguir trabajando por adaptarse al destinatario, y lograr presentarle con más atractivo el maravilloso tesoro de la fe.
PARA REFLEXIONAR:
"Con todo, es importante que la catequesis de los niños y de los jóvenes, la catequesis permanente y la catequesis de adultos no sean compartimientos estancos e incomunicados. Más importante aún es que no haya ruptura entre ellas. Al contrario, es menester propiciar su perfecta complementariedad; los adultos tienen mucho que dar a los jóvenes y a los niños en materia de catequesis, pero también pueden recibir mucho de ellos para el crecimiento de su vida cristiana" (CT 45).
Los nuevos tiempos exigen que el mensaje cristiano llegue al hombre de hoy mediante nuevos métodos de apostolado y que sea expresado en lenguaje y formas accesibles al hombre, necesitado de Cristo y sediento del Evangelio (SD 10).
Podemos definir el método como el conjunto de principios que orientan la selección de objetivos, medios y contenidos. Es decir, cada uno tenemos un método para realizar exitosamente algo. Y es el resultado de una serie de orientaciones o principios personales que nos indican cómo iniciar una sesión de catequesis; nos ayudan a elegir una determinada publicación; nos simplifican la selección de unas técnicas en vez de otras; nos facilitan determinar cuales temas vamos a impartir y cuáles vamos a dejar de lado por el momento, etc.
Dicho de otro modo, el método es el conjunto de mecanismos que ayudan a obtener un fin. Lo presentamos como un conjunto porque es la suma de varios elementos. Es decir, un buen método no depende sólo de un principio. Usamos la palabra mecanismos porque los principios que contiene cada método actúan como palancas para levantar un peso. Y decimos que ayuda a obtener un fin porque el método es, al fin y al cabo, un instrumento para lograr una meta.
Conviene aclarar que no es lo mismo método que técnica. Cuando hablamos de método, estamos hablando de varios mecanismos que funcionan en buena armonía. Cuando hablamos de técnica, estamos refiriéndonos a un sólo elemento, es decir, a un mecanismo que nos ayuda a dar un paso en nuestra sesión de catequesis. Por eso, conviene destacar estos puntos:
El método no es lo prioritario; es solo un instrumento. Lo importante es la meta. Un método que no lleva a la meta o nos lleva a una meta distinta de la deseada, no es un buen método.
Puede haber muchos métodos buenos y útiles. Es posible que algún método sea más llamativo que otro, más atractivo o más espectacular. Pero no se puede decir que sea el único método. Hay muchos caminos para llegar a Roma.
Un buen método tiene que responder a las exigencias del objetivo de la catequesis, del contenido a transmitir y del destinatario a quien se dirige. Si sólo se fija en uno de estos elementos, será un método inadecuado.
Hay métodos útiles para motivar y los hay más útiles para enseñar; hay métodos útiles para niños que nos sirven para jóvenes o adultos; hay métodos oportunos para tratar un tema que no sirven para tratar otro tema.
Un buen método en catequesis no sólo transmite bien la doctrina, sino que además fomenta la aceptación de la fe en el corazón de quien recibe el mensaje de Cristo.
El catequista es el factor principal para el éxito de un método. Es decir, los métodos y técnicas no funcionan por sí solos. La catequesis es, ante todo, un testimonio. Y los aparatos o los mecanismos no pueden dar testimonio; sólo las personas son testigos.
Un buen método en catequesis debe envolver a toda la persona. Es decir, debe lograr que cada destinatario se introduzca en la sesión con mucho interés y dispuesto a esforzarse lo que sea necesario para aprovechar el tiempo de la clase.
Del punto anterior se deduce que los métodos mejores activan todas las facultades del ser humano: la imaginación, la voluntad, los sentimientos, la inteligencia, la memoria, etc.
Hay muchos métodos. Y hay varios criterios que permiten descubrir cuál método es aconsejable para cada situación y cuál no lo es. Este análisis lo haremos más adelante. Por ahora, destaquemos que hay métodos buenos y métodos desaconsejables; que hay métodos oportunos para una situación o para un grupo de destinatarios que no sirven igualmente para otros. Por eso, cada catequista debe descubrir no sólo el método que va de acuerdo con su forma de ser, sino también cuál método debe elegir según los cambios de destinatarios, de los temas o de los objetivos a lograr.
Por ahora nos dedicaremos a estudiar métodos usados en la historia de la catequesis que ha aportado algunos que fueron muy útiles en su momento, y de los que podemos aprender para nuestro trabajo actual. Más adelante profundizaremos en los métodos usados en la actualidad. He aquí algunos, con un pequeño análisis:
Catecismos del siglo XVI: Era un método basado sobre todo en la palabra, en las ideas y en la memoria. Su contenido se estructuraba generalmente conforme a la Historia de la salvación. Manejaban el esquema de preguntas y respuestas. Y su lenguaje era muy simple y coloquial. Se preocupaba de la entonación y la poesía, para facilitar la memorización.
Saint-Sulpice: Estaba estructurado sobre la utilización de diversos recursos pedagógicos para manejar grandes masas de niños principalmente. Reunía a niños en el templo para tenerlos en un ambiente sagrado y recogido; partía de algunas preguntas del catecismo; seguía con una narración bíblica; canto; explicación de un tema; homilía sobre el Evangelio del día; exhortación sobre un vicio, una fiesta o una práctica de virtud. El contenido era fundamentalmente ideológico. Su método, pues, era ocupar al niño con variados elementos que todos desembocaran en una mayor educación de su fe.
Munich: Sigue el esquema de preparación-presentación-explicación-recapitulación-aplicación. Se centra sobre la actividad de los sentidos, la inteligencia y la voluntad. Para iniciar o reforzar el trabajo, arranca o concluye ordinariamente proponiendo alguna experiencia de la vida diaria o cristiana.
*Kerigmático: Se caracteriza por la presentación del mensaje cristiano como una llamada a la conversión y adhesión a Cristo. Su contenido se fijaba más en los hechos de la Historia de la salvación expuestos en la Sagrada Escritura. El lenguaje y la exposición estaban más vinculados a la vida de los oyentes y con un tono de testimonio directo.
Montessori: Parte de la experiencia que el niño tiene en el contacto y expresión de las primeras realidades religiosas que vive. Da mucha libertad al destinatario para que exprese sus reacciones y vivencias ante el gran mundo religioso que experimenta. No es muy sistemático respecto al contenido. Es muy valioso para niños pequeños, pues refuerza la convicción personal ante la fe. Tiene menos aplicación para niños a partir de los 8 años.
Otros métodos podemos analizarlos desde su perspectiva teórica:
Activo: Se fundamenta sobre la participación activa del destinatario. El método activo es un proceso de descubrimiento en donde el destinatario busca la solución con la ayuda del catequista. Da más protagonismo al catecúmeno que al catequista. Este dedica más atención al trabajo del destinatario que a exponer y explicar. El contenido se estructura del modo más conveniente para cada situación. Su característica principal es crear una constante búsqueda de la verdad.
Expositivo: Este método se orienta hacia una explicación clara que transmite las verdades de la fe. El protagonista es el catequista. El destinatario tiene la tarea de recibir el mensaje que se le ofrece. Suele usar mucho la palabra y las ideas. Las motivaciones se transmiten mediante sensibilizaciones y persuasión.
Inductivo: Es partir de las cosas concretas e inmediatas para llegar a las más generales y elevadas. Normalmente, arranca de experiencias y conocimientos ya adquiridos para, desde ellos, descubrir los principios y leyes que están detrás de las cosas ordinarias y cercanas. Es muy motivador y facilita la comprensión de la verdad porque sigue el proceso ordinario del pensamiento humano. Pero no siempre es muy sólido en su lógica.
Deductivo: Inicia de las verdades y principios más generales para aterrizar en las aplicaciones inmediatas. Es más lógico que el inductivo. Pero es más abstracto. Tiene más firmeza de ideas que el inductivo, pero es menos motivante y fácil para el destinatario. Por eso, produce menos resultados en algunas ocasiones.
Audiovisual: Se basa en el uso de imágenes combinadas con el sonido, sea de palabras o de música y otros efectos sonoros. Tiene mucha fuerza motivadora y ayuda grandemente a la memorización. Es muy inductivo. Por eso, no es muy lógico y sistemático.
Verbal: Es el método que actúa con la sola palabra hablada. No hace uso de la imagen ni de los textos. Tiene la ventaja de ser vivo y testimonial. Pero prescinde de alguna capacidad de la persona (leer, ver, gesticular, etc.) que mucho pueden colaborar al acercamiento hacia la fe.
Experiencial: Este método pone su énfasis en las experiencias del destinatario. Y tiende a provocar situaciones que dejen una huella vital. Tiene la ventaja de unir fe y vida real. También tiene la cualidad de motivar con fuerza la aceptación de la fe por la voluntad. Si se abusa de la experiencia y no se completa con sólidas referencias a la doctrina cristiana, puede ser un método muy limitado, pues sólo educaría la dimensión subjetiva de la fe.
PARA REFLEXIONAR:
"La edad y el desarrollo intelectual de los cristianos, su grado de madurez eclesial y espiritual y muchas otras circunstancias personales postulan que la catequesis adopte métodos muy diversos para alcanzar su finalidad específica: la educación de la fe. Esta variedad es requerida también, en un plano más general, por el medio socio-cultural en que la Iglesia lleva a cabo su obra catequética" (CT 51).
Unos sencillos parroquianos de una colonia de la capital fueron visitados por un catedrático de la Universidad Pontificia, que necesitaba fondos para sus seminaristas. Habló de que tuvieran "espíritu eclesial con los cristianos de otras comunidades católicas, del don supremo de la caridad cristiana que se expresaba en ágape fraterno y de la virtud de la magnanimidad, que nos predispone a opciones definitivas e invariables. Insistió en que también ellos participaban del sacerdocio no ministerial y que vivirían mejor la dimensión profética y escatológica de su bautismo si ayudaban a los seminaristas". Al pasar la canasta, se sintió desilusionado de las limosnas que recibió, solo algo de morrallita.
Después, habló un misionero. Quería pedirles unos donativos para la aldea perdida en África en la que trabajaba. Les expuso que había hombres como ellos, con la piel más prieta y los dientes más blancos. Que lloraban cuando la sequía no les permitía dar más maíz a sus niños. Que rezaban a Dios por los católicos que tenían un templo con techo de tejas y que, de seguro, necesitaban oraciones para ser mejores cristianos. Y que, en su aldea africana con tejados de paja, esperaban limosnas de estos católicos de piel más clara y reunidos en templos con imágenes de la Guadalupana, para sus niños tristes y para sus almas deseosas de conocer mejor a Dios por el catecismo. Le llovieron las limosnas.
¿Cuál es la diferencia entre estos dos predicadores que pedían limosna para dos cosas buenas? No había diferencia en la buena intención, ni en la rectitud de su doctrina, ni en el lugar en que hablaban, ni en los destinatarios a quienes se dirigían. Hubo una gran diferencia: el diverso lenguaje que usaron.
Conviene por tanto tener también en cuenta las funciones diferentes del lenguaje, que son:
Informativa: Transmite datos.
Emotiva: Sensibiliza e impresiona los sentimientos.
Motivadora: Mueve la voluntad a esforzarse por lograr metas.
Relacionadora: Tiende lazos de uni¢n e intercambio.
Poética: Expresa el mensaje en formas armoniosas.
Definitoria: Expone el significado de los conceptos.
Para ver la importancia del lenguaje, podríamos describir además, la catequesis como una comunicación Y el esquema básico de la comunicación humana nos ayudará mucho a comprender qué’ ayuda y qué obstaculiza una buena transmisión de la fe. Observemos seis los elementos esenciales de toda comunicación:
1. El emisor: es quien envía un mensaje, como el locutor de una emisora de radio. Es el origen de la comunicación.
2. El mensaje: es el conjunto de ideas o emociones que deseamos transmitir.
3. El canal: es el medio que usa el emisario para enviar su mensaje: el aire, el hilo del teléfono, la señal de televisión, etc.
4. La codificación: es el código o conjunto de palabras, gestos, imágenes y otros recursos que utiliza el emisor para transmitir el mensaje. Es esencial codificar bien para que todos entiendan lo mismo.
5. Decodificación: Proceso inverso a la codificación. Es el modo como interpreta o percibe el mensaje quien lo recibe. Las señales de radio emitidas por la emisora, son transformadas en sonidos por el aparato receptor.
6. El receptor: es la persona que recibe el mensaje. Es el último anillo que cierra el círculo de la comunicación.
Hay que manejar bien los cinco elementos para que llegue el mensaje sin distorsión.
Si analizamos estos elementos, observamos que pueden facilitar o entorpecer la trasmisión del mensaje de la Iglesia. Por ejemplo, un emisor que habla muy gangoso, no ser bien entendido; un catequista que utiliza mal los micrófonos, estar empleando un canal malo, porque nadie le escuchar bien; un catequista que viene de Alaska y saluda a las señoras frotándole su nariz con las de ellas, como es la costumbre en su país, será muy mal visto. Y así podríamos alargar los ejemplos en los que el lenguaje puede intervenir para comunicar mejor el mensaje o para ser malinterpretado.
En conclusión, conviene resaltar que el lenguaje es uno de los elementos en que el catequista debe adaptarse al destinatario. Si no lo hace, no le entenderán. Por eso, debe aprovechar todos los lenguajes que le ayuden a transmitir su mensaje. Debe tener claro que el lenguaje es un medio de comunicación. No tiene más importancia que ser instrumento. Pero debe vigilar que sea el más oportuno para hacerse entender y para lograr que el mensaje del Evangelio sea comprendido.
PARA REFLEXIONAR:
"Todo eso influye notablemente en el campo de la catequesis. En efecto, ésta tiene el deber imperioso de encontrar el lenguaje adaptado a los niños y a los jóvenes de nuestro tiempo en general, y a otras muchas categorías de personas: lenguaje de los estudiantes, de los intelectuales, de los hombres de ciencia; lenguaje de los analfabetos o de las personas de cultura primitiva; lenguaje de los minusválidos, etc. San Agustín se encontró ya con ese problema y contribuyó a resolverlo para su época con su famosa obra De catechizandis rudibus.
Tanto en catequesis como en teología, el tema del lenguaje es sin duda alguna primordial. Pero no está de más recordarlo aquí: la catequesis no puede aceptar ningún lenguaje que, bajo el pretexto que sea, aun supuestamente científico, tenga como resultado desvirtuar el contenido del Credo. Tampoco es admisible un lenguaje que engañe o seduzca. Al contrario, la ley suprema es que los grandes progresos realizados en el campo de la ciencia del lenguaje han de poder ser utilizados por la catequesis para que esta pueda "decir" o "comunicar" más fácilmente al niño, al adolescente, a los jóvenes y a los adultos de hoy todo su contenido doctrinal sin deformación" (CT 59).
La Palabra de Dios se hizo hombre, hombre concreto, situado en un tiempo y en un espacio, enraizado en una cultura determinada: Cristo, por su encarnación, se unió a las concretas condiciones sociales y culturales de los hombres con quienes convivió. Esta es la originaria inculturación de la Palabra de Dios y el modelo referencial para toda la evangelización de la Iglesia, llamada a llevar la fuerza del Evangelio al corazón de la cultura y de las culturas.
La inculturación de la fe, por la que se asumen en admirable intercambio todas las riquezas del hombre, es un proceso profundo y global y un camino lento. No es una mera adaptación externa que, para hacer más atrayente el mensaje cristiano, se limite a cubrirlo de manera decorativa con un barniz superficial. Se trata, por el contrario, de la penetración del Evangelio en los niveles más profundos de las personas y de los pueblos, afectándoles de una manera vital, en profundidad y hasta las mismas raíces de sus culturas.
La inculturación es un proceso delicado, pues tiene como finalidad hacer entendible el mensaje de Cristo a hombres conformados por un determinado modo de pensar y de vivir. Inculturar no es diluir el mensaje del evangelio en el caudal cultural de una determinada comunidad humana. Eso sería simple y llanamente la destrucción del evangelio y de su poder regenerador. Tampoco es una mera adaptación externa del cristianismo, para que adquiera en su presentación determinados rasgos, familiares para los miembros de ese grupo humano.
La inculturación es un proceso que afecta, en manera diferente pero real, a la cultura en cuestión y a la misma Iglesia. ¿En qué sentido lo afecta?. La Iglesia se acerca a cada contexto cultural, convencida de que tiene o puede tener auténticos valores humanos, pues los hombres y los pueblos, en su esfuerzo por penetrar el sentido de la vida y del mundo, no raras veces logran percibir, bajo el influjo de la gracia, el misterio de Dios, del hombre y del cosmos, y lo expresan en un modo peculiar de organizar sus relaciones con la divinidad, con sus semejantes y con el mundo material. Pues bien, la Iglesia considera estos valores como una preparación del evangelio o, en palabras de san Justino, como "semillas del Logos"; los asume y los relaciona con la persona y el mensaje de Cristo, verdadero Dios y Hombre perfecto, por quien todo ha sido creado y en quien todo encuentra su plena realización.
Esos valores auténticos, al ser relacionados con Cristo, experimentan una íntima transformación.
Son liberados de toda imperfección, propia del hombre caído, quedan enmarcados en la visión global que ofrece la divina revelación, y son llevados a su pleno florecimiento.
Por su parte la Iglesia también queda afectada, pues, al asumir esos valores transformados, comienza a expresar la única fe apostólica en una nueva forma, celebra su unión con Cristo en una manera peculiar, y vive el seguimiento de Cristo con un estilo diverso. Este echar raíces en una nueva cultura, lejos de romper la unidad de la Iglesia de Cristo, pone de manifiesto su catolicidad, y hace de ella un signo más inteligible y eficaz de la salvación de Cristo.
Así entendida, la inculturación es un verdadero diálogo o intercambio: la Iglesia penetra en las diversas culturas y, al mismo tiempo, introduce a los distintos pueblos con sus culturas en el seno de su unidad católica; transmite a las culturas sus propios valores y asume de ellas cuanto de bueno les ha dado Dios para prepararlas a recibir la plenitud del evangelio.
Es un proceso lento y delicado, que para ser fructífero, debe permanecer abierto en múltiples direcciones: Al discernimiento de los obispos, porque solamente ellos tienen por voluntad de Cristo la autoridad y la responsabilidad del discernimiento a la luz del depósito de la fe.
Debe quedar abierto a la Iglesia universal y mantener una estrecha comunión con el Romano Pontífice y con los demás obispos, donde se conserva la unidad de la fe, se viven los sacramentos, y se conserva la comunión jerárquica; la verdadera Iglesia de Cristo.
Necesita, además, estar cimentado no en razones humanas y pasajeras de conveniencia táctica, sino en la voluntad de Dios salvador, que cuyo Hijo, al asumir en la unidad de su divina persona una naturaleza concreta, asumió también una cultura humana, se sirvió de ella para predicar el Reino y la conversión, y la purificó con el juicio de su cruz y resurrección.
Debe abarcar no sólo el lenguaje de la Iglesia sino también su misma vida. La inculturación del lenguaje (en sentido amplio, antropológico) consiste en expresar el contenido íntegro de la única fe apostólica -sin mutilarlo ni falsearlo- con palabras, categorías, símbolos y ritos de la cultura que se quiere evangelizar. Y la inculturación de la vida consiste en que las formas concretas de expresión y organización de la institución eclesial correspondan lo más posible a los valores positivos y auténticos que constituyen la identidad de dicha cultura. Es interesarse a responder siempre desde el Evangelio a los interrogantes, problemas y aspiraciones de los hombres que componen ese grupo cultural.
Para no quedarnos en el aire vamos a precisar cuales son las tareas concretas de la catequesis respecto a la inculturación de la fe, y que forman el siguiente conjunto orgánico:
1. Conocer en profundidad la cultura de las personas y el grado de penetración en su vida.
2. Reconocer la presencia de la dimensión cultural en el mismo Evangelio; afirmando por una parte que éste no es fruto de ningún humus cultural humano, pero admitiendo, por otra parte, que el Evangelio no puede aislarse de las culturas en las que se inscribió al principio y en las que después se ha expresado a lo largo de los siglos.
3. Anunciar el cambio profundo, la conversión, que el Evangelio, como fuerza transformadora y regeneradora, opera en las culturas.
4. Presentar el mensaje cristiano de modo que capacite para dar razón de la esperanza (1 P 3,15) a los que han de anunciar el Evangelio en medio de unas culturas a menudo ajenas a lo religioso, y a veces postcristianas. Una defensa acertada, que ayude al diálogo fe-cultura, se hace imprescindible.
5. Dar testimonio de que el Evangelio trasciende toda cultura y no se agota en ella y, a la vez, discernir las semillas del Evangelio que pueden estar presentes en cada una de las culturas.
6. Promover al interior de cada una de las culturas a evangelizar una nueva expresión del Evangelio, procurando un lenguaje de la fe que sea patrimonio común de los fieles, y por tanto factor fundamental de comunión.
7. Mantener íntegros los contenidos de la fe de la Iglesia; y procurar que la explicación y la clarificación de las fórmulas doctrinales de la tradición sean presentadas teniendo en cuenta las situaciones culturales e históricas de los destinatarios y evitando, en todo caso, mutilar o falsificar los contenidos.
En este trabajo de inculturación, también las comunidades deben hacer un discernimiento: se trata de asumir, por una parte, aquellas riquezas culturales que sean compatibles con la fe; pero por otra parte, de ayudar a sanar y transformar aquellos criterios, líneas de pensamiento o estilos de vida que están en contraste con el Reino de Dios. Este discernimiento se rige por dos principios básicos:
a. La compatibilidad con el Evangelio de las varias culturas a asumir y la comunión con la Iglesia universal.
b. Gradualidad, para que sea verdaderamente expresión de la experiencia cristiana de la comunidad.
En esta inculturación de la fe, a la catequesis, se le presentan en concreto diversas tareas. Entre ellas cabe destacar:
c. Considerar a la comunidad eclesial como principal factor de inculturación. Una expresión, y al mismo tiempo un instrumento eficaz de esta tarea, es el catequista que, junto a un sentido religioso profundo, debe poseer una viva sensibilidad social y estar bien enraizado a su ambiente cultural.
d. Elaborar Catecismos locales que respondan a las exigencias que dimanan de las diferentes culturas, presentando el Evangelio en relación a las aspiraciones, interrogantes y problemas que en esas culturas aparecen.
e. Realizar una oportuna inculturación en el Catecumenado y en las instituciones catequéticas, incorporando con discernimiento el lenguaje, los símbolos y los valores de la cultura en que están enraizados los catecúmenos y catequizandos.
La inculturación debe implicar a todo el pueblo de Dios, no sólo a algunos expertos. Esta inculturación debe ser dirigida y estimulada, pero no forzada, para no suscitar reacciones negativas en los cristianos: debe ser expresión de la vida comunitaria, es decir, debe madurar en el seno de la comunidad y no ser fruto exclusivo de investigaciones eruditas. Ese esfuerzo por la encarnación del Evangelio, tarea específica de la inculturación, exige la participación en la catequesis de todos aquellos que viven en el mismo contexto cultural: pastores catequistas y laicos. Todos son responsables del proceso de inculturación
Respecto al lenguaje, en el proceso de inculturación del Evangelio, la catequesis no ha de tener miedo a emplear fórmulas tradicionales y términos técnicos del lenguaje de la fe, si bien ha de ofrecer el significado que tienen y mostrar su relevancia existencial.
a. Debe tener el deber imperioso de encontrar el lenguaje adaptado a los niños y a los jóvenes de nuestro tiempo, y a otras muchas categorías de personas: lenguaje de los estudiantes, de los hombres de ciencia, de los analfabetos y de las personas de cultura elemental, lenguaje de los minusválidos, etc.
b. Aquellas situaciones de tensión y conflicto, ocasionadas por factores como el pluralismo étnico, religioso, las grandes diferencias de desarrollo, las condiciones de la vida urbana y extraurbana, los modelos de referencia dominantes en unos países profundamente influidos por la secularización masiva, y en otros, por una fuerte religiosidad.
c. Las tendencias culturales significativas del propio lugar, representadas por ciertos grupos sociales y profesionales, como los hombres de ciencia y cultura, el mundo obrero, los jóvenes, los marginados, los extranjeros, los discapacitados...
d. La formación de los cristianos tendrá en cuenta en grado máximo la cultura humana del lugar, que contribuye a la misma formación, y que ayudar a juzgar tanto el valor que se encierra en la cultura tradicional como aquel otro propuesto en la cultura moderna.
PARA REFLEXIONAR:
Es una necesidad que para que haya diálogo efectivo entre Iglesia y el mundo, el evangelio debe llegar a los hombres, debe alcanzarlos en su vida real, debe penetrar en su forma de pensar y vivir. En una palabra, la Iglesia necesita inculturarse.
7. Tareas fundamentales de la catequesis:
1. Propiciar el conocimiento de la fe:
El que se ha encontrado con Cristo desea conocerle lo más posible y conocer el designio del Padre que El reveló. El conocimiento de los contenidos de la fe viene pedido por la adhesión a la fe.
Ya en el orden humano, el amor a una persona lleva a conocerla cada vez más. La catequesis debe conducir, por tanto, a la comprensión paulatina de toda la verdad del designio divino, introduciendo a los discípulos de Jesucristo en el conocimiento de la Tradición y de la Escritura, que es la ciencia eminente de Cristo (Flp 3,8). Este profundizar en el conocimiento de la fe ilumina cristianamente la existencia humana, alimenta la vida de fe y capacita también para dar razón de ella en el mundo. La entrega del Símbolo compendio de la Escritura y de la fe de la Iglesia, expresa la realización de esta tarea.
2. La educación litúrgica:
En efecto, Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. La comunión con Jesucristo conduce a celebrar su presencia salvífica en los sacramentos y, particularmente, en la Eucaristía. La Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles cristianos a aquella participación plena, consciente y activa que exige la naturaleza de la liturgia misma y la dignidad de su sacerdocio bautismal. Para ello, la catequesis, además de propiciar el conocimiento del significado de la liturgia y de los sacramentos, ha de educar a los discípulos de Jesucristo para la oración, la acción de gracias, la penitencia, la plegaria confiada, el sentido comunitario, la capacitación recta del significado de los símbolos, tan necesario para que exista una verdadera vida litúrgica.
3. La formación moral:
La conversión a Jesucristo implica caminar en su seguimiento. La catequesis debe, por tanto, inculcar en los discípulos las actitudes propias del Maestro. Los discípulos emprenden, así, un camino de transformación interior en el que, participando del misterio pascual del Señor, pasan del hombre viejo al hombre nuevo en Cristo . El sermón del Monte, en el que Jesús, asumiendo el decálogo, le imprime el espíritu de las bienaventuranzas, es una referencia indispensable en esta formación moral, hoy tan necesaria. La evangelización, que comporta el anuncio y la propuesta moral , difunde toda su fuerza requerida cuando, junto a la palabra anunciada, sabe ofrecer también la palabra vivida. Este testimonio moral, al que prepara la catequesis, ha de saber mostrar las consecuencias sociales de las exigencias evangélicas.
4. Enseñar a Orar:
La comunión con Jesucristo lleva a los discípulos a asumir el carácter orante y contemplativo que tuvo el Maestro. Aprender a orar con Jesús es orar con los mismos sentimientos con que se dirigía al Padre: adoración, alabanza, acción de gracias, confianza filial, súplica, admiración por su gloria. Estos sentimientos quedan reflejados en el Padre Nuestro, la oración que Jesús enseñó a sus discípulos y que es modelo de toda oración cristiana.
La entrega del Padre Nuestro, resumen de todo el Evangelio, es, por ello, verdadera expresión de la realización de esta tarea. Cuando la catequesis está penetrada por un clima de oración, el aprendizaje de la vida cristiana cobra toda su profundidad. Este clima se hace particularmente necesario cuando los catecúmenos y los catequizandos se enfrentan a los aspectos más exigentes del Evangelio y se sienten débiles, o cuando descubren la acción de Dios en sus vidas.
5. Educación para la vida comunitaria:
La catequesis capacita al cristiano para vivir en comunidad y para participar activamente en la vida y misión de la Iglesia. El Concilio Vaticano II señala a los pastores la necesidad de cultivar debidamente el espíritu de comunidad y a los catecúmenos la de aprender a cooperar eficazmente en la evangelización y edificación de la Iglesia.
6. Educación del sentido ecuménico:
La catequesis debe cuidar también la dimensión ecuménica y estimular las actitudes fraternales hacia los miembros de otras iglesias y comunidades eclesiales. Por ello, la catequesis, al proponerse esta meta, expondrá con claridad toda la doctrina de la Iglesia católica, evitando expresiones o exposiciones que puedan inducir al error. Favorecer además, un adecuado conocimiento de las otras confesiones, con las que existen bienes comunes como la Palabra de Dios escrita, la vida de la gracia, la fe, la esperanza y la caridad, y otros dones interiores del Espíritu Santo .
La catequesis tendrá una dimensión ecuménica en la medida en que sepa suscitar y alimentar el verdadero deseo de unidad , hecho no en orden a un fácil irenismo, sino a la unidad perfecta, cuando el Señor disponga y por las vías que El quiera.
La catequesis est abierta, igualmente, al dinamismo misionero. Se trata de capacitar a los discípulos de Jesucristo para estar presentes, en cuanto cristianos, en la sociedad, en la vida profesional, cultural y social. Se les preparar , igualmente, para cooperar en los diferentes servicios eclesiales, según la vocación de cada uno. Este compromiso evangelizador brota, para los fieles laicos, de los sacramentos de iniciación cristiana y del carácter secular de su vocación. También es importante poner los medios para suscitar vocaciones sacerdotales y de especial consagración a Dios en las diferentes formas de vida religiosa y apostólica, y para suscitar en el corazón de cada uno la específica vocación misionera.
Las actitudes evangélicas que Jesús sugirió a sus discípulos, cuando les inició en la misión, son las que las catequesis debe alimentar: buscar la oveja perdida; anunciar y sanar al mismo tiempo; presentarse pobres, sin oro ni alforja; saber asumir el rechazo y la persecución; poner la confianza en el Padre y en el apoyo del Espíritu Santo; no esperar otro premio que la dicha de trabajar en el Reino.
En la educación de este sentido misionero, la catequesis preparar para el diálogo interreligioso, que capacite a los fieles para una comunicación fecunda con hombres y mujeres de otras religiones. La catequesis hará ver el vinculo de la Iglesia con las religiones no cristianas es, en primer lugar, el del origen común y el del fin común del género humano, así como el de las múltiples semillas de la Palabra que Dios ha depositado en esas religiones.
La catequesis ayudar también a conciliar y, al mismo tiempo, distinguir el anuncio de Cristo y el diálogo interreligioso. Ambos elementos, manteniendo su íntima relación, no deben ser confundidos ni ser considerados equivalentes. En efecto, el diálogo interreligioso no dispensa de la evangelización .
Cada una de estas tareas realiza, a su modo, la finalidad de la catequesis, se implican mutuamente y se desarrollan conjuntamente.
8. Los instrumentos didácticos.
La catequesis necesita los instrumentos. Pero debe superar a los instrumentos. Utilicemos los instrumentos y materiales didácticos convenientes y añadámosles nuestro testimonio sincero y nuestro esfuerzo espiritual para ser buenos colaboradores del Espíritu Santo, que es el verdadero catequista de las almas.
Recordemos que ningún instrumento sustituye el testimonio personal y experiencial de quien afirma la fe en Jesucristo ante los demás, es decir, la acción personal y directa del catequista.
Los buenos materiales siguen los principios básicos que aplicamos anteriormente al método. Es decir, adaptación al destinatario para quien se dirige, variedad (no hay un sólo texto bueno), que atienda a los objetivos y al contenido que prevé nuestro programa, que sea rico de motivaciones y enseñanzas, etc.
PARA REFLEXIONAR:
Pido, por consiguiente, a los pastores de la Iglesia, y a los fieles, que acojan este Catecismo con espíritu de su misión de anunciar la fe y de invitar a la vida evangélica. Este Catecismo se les entrega para que les sirva como texto de referencia seguro y auténtico para la enseñanza de la doctrina católica, y sobre todo, para la elaboración de los catecismos locales. Se ofrece, también, a todos los fieles que quieren conocer m s a fondo las riquezas inagotables de la salvación (cf. Jn 8,32).
Quiere proporcionar una ayuda a los trabajos ecuménicos animados por el santo deseo de promover la unidad de todos los cristianos, mostrando con esmero el contenido y la coherencia admirable de la fe católica. El catecismo de la Iglesia católica se ofrece, por último, a todo hombre que nos pida razón de la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 P 3,15) y que desee conocer lo que cree la Iglesia católica" (FD,3).
9. Las circunstancias de lugar y tiempo.
Importa elegir bien el horario y el lugar en que se imparte la catequesis. Si organizamos un curso para niños mientras están en la escuela, es evidente que habrá mala asistencia. Si elegimos un lugar al que es difícil llegar porque no hay transporte, también habrá poca asistencia. Somos humanos. Y damos catequesis a seres humanos. Y, si no está organizado humanamente nuestro programa, no tendrá aplicación para seres humanos. Está claro: no damos cursos a ángeles.
Hay quienes insisten en que, cuando hay interés, todos hacen el esfuerzo por asistir a sus fiestas y diversiones. Es verdad. Pero no podemos comparar una actividad fácil y placentera con otra exigente y formativa. No podemos devaluar nuestro producto, rebajándolo a una diversión, mediante atracciones de premios y espectáculo. Pero tampoco podemos ponerle más dificultades de las que ya tiene: hay que elegir bien el horario y el local en que impartiremos la catequesis de lo contrario, ¿cómo nos podrá extrañar que los alumnos se duerman en un salón caliente y mal ventilado?
PARA REFLEXIONAR:
En la ciudad, las relaciones con la naturaleza se limitan casi siempre, y por el mismo ser de la ciudad, al proceso de producción de bienes de consumo. Las relaciones entre las personas se tornan ampliamente funcionales y las relaciones con Dios pasan por una acentuada crisis, porque falta la mediación de la naturaleza tan importante en la religiosidad rural y porque la misma modernidad tiende a cerrar al hombre dentro de la inmanencia del mundo. Las relaciones del hombre urbano consigo mismo también cambian, porque la cultura moderna hace que principalmente valorice su libertad, su autonomía, la racionalidad científico-tecnológica y, de modo general, su subjetividad, su dignidad humana y sus derechos. Efectivamente, en la ciudad se encuentran los grandes centros generadores de la ciencia y tecnología moderna (SD 25).
10. Los canales para catequizar:
Entendemos por canales los conductos por los que el catequista utiliza para llevar el mensaje del Evangelio, por ejemplo, la radio. Es obvio que algunos de los canales de que hablaremos son más bien lugares. Es decir, son espacios en los que el evangelizador se hace presente para transmitir su mensaje; por ejemplo, la parroquia o la zona habitacional. También los llamamos canales porque son el conducto amplio en que se realiza la catequesis.
Para ver la importancia de elegir bien el canal, recordemos que la catequesis exige:
1. Un contenido: que es el mensaje del Evangelio o de la Iglesia. Este contenido puede ser inicial, básico o de profundización.
2. Un catequista: es un cristiano. Es lo esencial.
3. Unos destinatarios: son personas. También son esenciales. Hay de muchos tipos.
Necesitamos tener muy en cuenta estos tres elementos a la hora de elegir el canal para catequizar. Porque hay canales más adecuados para determinados contenidos; por ejemplo, una emisora de radio es muy útil para dar una conferencia, pero no para dar catequesis a un grupo de niños pequeños en una parroquia. Hay canales más adecuados para las capacidades del catequista; por ejemplo, no todos somos útiles para intervenir en la televisión. Y hay canales más adecuados según los destinatarios; por ejemplo, un libro no es muy aconsejable para sectores sociales con poca cultura y sin hábito de leer.
Hay que tener en cuenta también otros elementos para elegir el canal de catequesis más adecuado para cada ocasión. La elección del canal se determina por:
a. la cantidad de tiempo en que el destinatario puede estar expuesto a recibir el mensaje: un canal con mucha audiencia más útil que uno con pocos oyentes.
b. la calidad del tiempo para que sea útil a la acción educativo-comunicadora del mensaje: un horario que exige mucho esfuerzo, como es entrada la noche, produce poco aprovechamiento y poca asistencia de oyentes.
c. los condicionamientos sociales-laborales de los destinatarios: un canal es más conveniente según el nivel socioeconómico de los destinatarios. No todos los canales van a estar al alcance de todas las economías, culturas o costumbres.
d. la esencia de la catequesis: educar la fe es un testimonio, no una simple información o entretenimiento. Por eso, es esencial que haya una persona que da testimonio directo. ¿Hasta dónde podemos hablar de catequesis, por ejemplo, por medio de un video o de un libro?
De estos elementos, podemos destacar que la catequesis debe dar prioridad a los canales en que haya una acción lo más directa posible de un catequista y que le permita hacerse presente al mayor número posible de destinatarios.
Normalmente, se ha hablado de que es mejor catequizar a los niños, porque tienen la mejor edad para asimilar y recibir el mensaje cristiano. Es un punto discutible. No vamos a afrontarlo en este momento, pues la catequesis debe dirigirse, por su esencia de crecimiento en la vida según el Evangelio, a todos los hombres. Pero la necesidad de catequizar a todas las personas nos hace que el canal a elegir debe procurar abarcar la sociedad humana en toda su extensión o a la mayor parte.
Los canales podríamos evaluarlos de la siguiente manera en nuestro ambiente latinoamericano:
1. Los grupos rurales requieren una evangelización con canales más inmediatos y naturales, pues disponen de horario y problemática más controlables.
2. El mundo urbano requiere unos canales que combinen la gran movilidad, la secularización del ambiente, el anonimato, etc.
3. Hay que distinguir los elementos humanos necesarios para la acción evangelizadora, al mismo tiempo que los elementos directamente sobrenaturales. Hay canales que tienen un predominante de uno de los componentes: una predicación de un obispo siempre ser un acto muy directamente sobrenatural o teológico, mientras que un video ser algo m s humano. Pero ambos son necesarios.
PARA REFLEXIONAR:
Desde la enseñanza oral de los apóstoles a las cartas que circulaban entre las Iglesias y hasta los medios más modernos, la catequesis no ha cesado de buscar los métodos y los medios más apropiados a su misión, con la participación activa de las comunidades, bajo impulso de los Pastores. Este esfuerzo debe continuar.
Me vienen espontáneamente al pensamiento las grandes posibilidades que ofrecen los medios de comunicación social y los medios de comunicación de grupos: televisión, radio, prensa, discos, cintas grabadas, todo lo audio-visual. Los esfuerzos realizados con estos campos son de tal alcance que pueden alimentar las m s grandes esperanzas. La experiencia demuestra, por ejemplo, la resonancia de una enseñanza radiofónica o televisiva, cuando sabe unir una apreciable expresión est’tica con una rigurosa fidelidad al Magisterio. La Iglesia tiene hoy muchas ocasiones de tratar estos problemas -incluidas las jornadas de los medios de comunicación social-, sin que sea necesario extenderse aquí¡ sobre ello, no obstante su capital importancia" (CT 46).
El lugar que ocupa el catequista entre Dios y el destinatario nos ayuda a ver su función mediadora. Su papel es acercar a Dios y al destinatario. Es obvio que Dios está cerca de todos nosotros y es quien mayor interés tiene en el crecimiento de nuestra fe. Por eso, el problema mayor está en ayudar al destinatario a abrir su corazón para recibir al Creador.
Por eso, es oportuno definir la función del catequista. Es decir, conviene establecer cuál es su papel en la acción de la catequesis. Es vital, porque no debemos esperar del catequista más de lo que puede hacer. Pero también debe quedarnos claro lo que nunca debe omitir. Para dibujar bien la tarea del catequista, debemos aclarar que se encuentra en medio de los dos protagonistas de la acción profunda de la catequesis. Es decir, él no puede para dar la fe, meta de la catequesis, porque no es Dios. Y tampoco puede aceptar la llamada de Dios a la fe en lugar del destinatario. No puede tomar decisiones por él.
Su función, pues, es mitad sobrenatural y mitad humana. Tiene que levantar los ojos para pedir a Dios el don de la fe para sus alumnos y para rogarle ser él mismo un instrumento lo menos estorboso posible. Pero tiene también que buscar la mayor habilidad humana para hacer muy atractivo y hermoso el mensaje de la Iglesia. Es, por esto, que el catequista tiene que lograr su máxima capacitación en lo espiritual y en lo humano. Tiene que ser un gigante de santidad y un experto en humanidad.
En segundo lugar, conviene destacar los limites del catequista. Muchos rechazan ser catequista porque son imperfectos y sin cualidades. Pero, si buscáramos un santo perfecto para dar catequesis, nadie estaría capacitado. El catequista es un instrumento. Y tiene los limites del instrumento. Puede acaso escribir sola una pluma? Del mismo modo, el catequista no puede él solo construir la personalidad cristiana en el alma de sus destinatarios. Debe mejorarse siempre, de acuerdo. Pero sabiendo que el mejor instrumento es el que es dócil a la mano sabia del Autor.
PARA REFLEXIONAR:
Ninguna metodología, por experimentada que sea dispensar al catequista de un esfuerzo personal de asimilación y de adaptación a las circunstancias concretas. Más que la elección de un buen método, son las buenas cualidades humanas y cristianas las que aseguran el buen éxito. El papel del catequista es mucho más importante que el de los textos y otros instrumentos de trabajo.
Sin embargo, esta grandeza e importancia no impiden que consideremos las limitaciones del catequista. El debe industriarse para escoger y crear las condiciones más adecuadas para que el mensaje cristiano sea pedido, acogido y profundizado. Hasta aquí llega la tarea del catequista y aquí termina. En efecto, la adhesión al mensaje cristiano por parte del catequizando, que es fruto de la gracia y de la libertad, en último análisis no depende del catequista; y por eso es necesario que la actividad del catequista vaya acompañada de la oración.
Esta aclaración es obvia, pero es también útil en el contexto contemporáneo que pide mucho del talento y del genuino celo cristiano del catequista y al mismo tiempo exige en el máximo respeto por la libertad y creatividad de los catequizandos" (DGC 71).
V. POSTULADOS FUNDAMENTALES DE LA PEDAGOGÍA DE LA FE.
Para hacer buenos programas de catequesis destinados a niños o adultos; para juzgar seriamente un texto de catequesis; para evaluar la acción de un catequista de quien dudamos de su capacidad; para mejorar los métodos prácticos y no caer en teatralismo o esnobismo; para lograr todo esto, necesitamos de buenos principios catequéticos. Siempre serán muy teóricos. Pero son como los cimientos: no se ven, pero nos garantizan un resultado seguro.
Y lo mismo podemos decir desde el ángulo contrario: si los cimientos de una catequesis son inseguros, de poco sirve la hermosa fachada.
Por eso, aunque hay muchos principios en catequética, unos serán obviamente más fundamentales. Y otros serán secundarios. Nosotros deseamos fijarnos en los que a nuestro juicio son fundamentales.
Los principios en catequética deben corresponder a la doble dimensión sobrenatural y humana de la catequesis. ¿No hemos encontrado alguna vez sabios doctores en Teología que no eran capaces de hacer llegar su sabiduría a otros? ¿O no hemos conocido catequistas que eran brillantísimos, pero que decían inexactitudes sin darse cuenta siquiera de su error? No podemos apoyarnos sólo en la fe ni sólo en las cualidades humanas para hacer buena catequesis.
Tengamos en cuenta que la catequesis es la acción de la Iglesia dirigida a educar la fe del creyente. Por eso, necesita regirse por principios teológicos, porque su meta es sobrenatural: hacer crecer la fe. Pero necesita regirse también por principios antropológicos, porque se dirige al hombre como destinatario de dicha fe. Así pues, una buena catequesis debe orientarse por:
Principios teológicos: son criterios de la Revelación que permiten una acción catequética sólidamente centrada en la vida católica.
Principios antropológicos: son criterios humanos que facilitan una acción eficaz y equilibrada en la catequesis.
Los principios fundamentales de la catequética deben apoyarse, pues, en principios antropológicos y en principios teológicos contemporáneamente. Si sólo nos guiáramos por principios antropológicos, traicionaríamos a Dios, fuente y fin de la catequesis. Si sólo nos guiáramos por principios teológicos, nuestra catequesis no seria fiel al hombre a quien debemos catequizar. Por eso, la catequesis debe regirse, por ejemplo, tanto por criterios bíblicos o dogmáticos como por criterios pedagógicos o sociológicos.
Debemos considerar también que los principios fundamentales de la catequética deben garantizar una catequesis adecuada al objetivo, al destinatario y al contenido de cada catequesis. Es común que los catequistas se preocupen mucho del contenido, de "lo que van a dar". También se preocupan del destinatario, de "la edad y tipo de niños o jóvenes a enfrentar". Pero es más raro que se preocupen del fin u objetivo de su catequesis, como si se diera ya por descontado.
Sin embargo, la buena catequesis debe equilibrar la referencia a todos estos elementos. De lo contrario, resultará una catequesis apoyada en cimientos disparejos. Para asegurar, pues, este equilibro, podemos hacer el siguiente ejercicio: contar el número de principios que se orientan a la definición del objetivo deseado; contar los que se refieren a la adaptación al destinatario; y contar los que tratan sobre la selección del contenido. Si el número de principios que manejamos tiene una proporción semejante para cada uno de estos elementos, ¡felicidades! Porque nuestra catequesis está regida por un conjunto de principios equilibrado. Pero, si no es así, hay que revisar nuestros cimientos.
1. Principios catequéticos generales:
La teoría suele parecer poco práctica a la mayoría de las personas. Pero no es así. ¿Por qué aparecen llamativos algunos métodos de catequesis que, después de poco tiempo, todos dejamos de lado? Muy simple: porque no tenían buenas bases teóricas. Eran intuiciones bien intencionadas... pero que no fueron fundamentadas y analizadas seriamente con sólidos principios. Dicho de otro modo: una casa, con malos cimientos, no puede durar.
La catequesis, pues, debe orientarse por unos principios. Algunos repercutirán en todos los pasos de su acción: en los objetivos, en los contenidos y en los destinatarios. Pero otros principios influirán principalmente sólo en algún aspecto. Por ejemplo, si decimos que la catequesis debe seguir el principio básico de la adaptación, estamos tocando todos los elementos de la acción catequística, pues el principio nos dice que debemos adaptarnos al contenido, al fin y al método. Pero si decimos que la catequesis debe seguir el principio de adaptarse al destinatario, estamos haciendo hincapié’ en un sólo aspecto: el destinatario.
Por esto, primero vamos a exponer los principios generales que repercuten m s directamente sobre todos los pasos o elementos de la catequesis. Ser como poner los cimientos del edificio. Después, presentaremos los principios que se fijan más en alguno de los elementos. Será como levantar las columnas de la estructura.
He aquí los principios más generales:
La Iglesia es signo e instrumento de salvación. Es la primera beneficiaria de la salvación y Cristo la ha hecho su colaboradora en la obra de la salvación universal, y ha sido puesta como sacramento d universal de salvación; por eso es necesaria en orden a la salvación (RM 9) y tiene un papel específico y necesario (RM 18) para difundir en el mundo los valores evangélicos.
La Iglesia, cierto, no es fin en sí misma, estando ordenada al Reino de Dios, del cual es germen, signo e instrumento ( RM 18) y su acción no se reduce como sacramento de salvación para la humanidad entera, para quienes aceptan su mensaje ( RM 20).
(para fidelidad a la Iglesia) " Conservar el depósito de la fe es la misión que el Señor confió a su Iglesia y que ella realiza en todo tiempo... pues su misión es conducir a todos los hombres, mediante el resplandor de la verdad del Evangelio a la búsqueda y acogida del amor de Cristo (Cfr. FD 1).
Jesús señala a su Iglesia como camino normativo. No queda pues a discreción del hombre aceptarla o no sin consecuencias, "quien a vosotros escucha a mí me escuda; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza" ( LC 10,16) (Puebla 223)
Pero la Iglesia es también depositaria y trasmisora del evangelio. Ella prolonga en la tierra, fiel a la ley de la encarnación visible, la presencia y acción evangelizadora de Cristo. (Puebla 224)
Es verdad que la fe en nuestros pueblos se expresa con evidencia, pero comprobamos que no siempre ha llegado a su madurez y que esta amenazada por el secularismo, las sectas y las ambigüedades teológicas. (Puebla 342)
2. Criterios teológicos fundamentales de la catequesis:
A. Fidelidad a Dios. En la catequesis y que se expresa como fidelidad a la palabra dada por Jesucristo. El catequista no se predica a sí mismo sino a Jesucristo, siendo fiel a su Palabra y a la integridad de su mensaje. (DT 632)
Necesitamos ser fieles a Dios transmitiendo toda su doctrina; debemos ser fieles a Dios siguiendo todas las inspiraciones que nos vengan del Espíritu; debemos ser fieles al mensaje de Dios, para presentarlo tal y como aparece en la Tradición, en la Escritura y en el Magisterio eclesial; debemos ser fieles al ritmo de Dios, siguiendo el paso de la gracia; debemos ser fieles a Dios, aunque nos cueste humillación y rechazo ocasional.
B. Fidelidad a la Iglesia: la fidelidad a Jesucristo va unida indisolublemente a la fidelidad a la Iglesia ( (EN 16); el catequista con su labor edifica continuamente a la comunidad y trasmite la imagen de la iglesia que debe a hacerlo en unión con los obispos y con la misión de ellos recibida
C. Fidelidad al hombre. Exige de la catequesis que penetre, asuma y purifique los valores de su cultura (DT 631). Por lo tanto que se empeñe en el uso y adaptación del lenguaje catequístico.
Pero también tenemos que ser fieles al hombre, porque es a quien debemos catequizar. Y somos fieles al hombre aceptando sus valores culturales; adecuándonos a su ritmo de crecimiento en la fe; ayudándole a superarse integralmente, en lo humano y en lo cristiano, aún a costa de nuestro sacrificio; hablándole claramente de las exigencias de su compromiso bautismal.
Este equilibrio no es fácil. Sentiremos frecuentemente la tentación de dejar a un lado algunos pasajes molestos del Evangelio; de conformarnos con un pequeño avance; de callar y no exigir m s compromiso; o de gritar y pedir m s resultados, cuando corresponda el momento de esperar pacientemente que la espiga madure. Pero es necesario no ceder ante la tentación. Hay que ser fieles a Dios y al hombre.
D. La catequesis debe transmitir la fe en sus dos dimensiones:
La catequesis busca educar la fe. Pero la fe tiene dos dimensiones: la recepción del mensaje evangélico y su aceptación. Es decir, la fe se logra recibiendo el mensaje de Dios en la inteligencia. Y también aceptándolo con la voluntad. La catequesis, pues, no debe convertirse sólo en la transmisión de "cultura religiosa". Ni tampoco en una simple motivación nacida de experiencias espirituales. Debe lograr ambos resultados.
La catequesis que sólo se dirige a la inteligencia es nociva. Aunque enseñe muchas cosas sobre Dios al catequizando. Y la catequesis que sólo se dirige a la voluntad también es nociva. Aunque llene de amor a Dios al catequizando. La auténtica catequesis debe lograr ambas cosas.
E. La catequesis debe equilibrar el uso de criterios teológicos y de criterios humanos:
Necesitamos seguir criterios teológicos. Porque la catequesis es una acción salvífica, no solamente humana. Pero también debemos seguir criterios humanos, porque es una acción en la que el catequista y el destinatario son humanos, aunque el Espíritu Santo participe constante y contemporáneamente.
Por esto, tan importante es educar a los catequistas en la asimilación de la Historia de la Salvación y de la Biblia como en enseñarles criterios disciplinares o técnicas de metodología educativa.
F. La buena catequesis es adaptación e inculturación:
Podemos definir la catequesis, desde un punto de vista descriptivo, como la adaptación del mensaje evangélico a un grupo humano. Es decir, el Evangelio es un mensaje salvífico que fue presentado definitivamente por Cristo. No lo podemos cambiar. Pero fue presentado por el Salvador con unos elementos culturales, históricos, lingüísticos, etc, diferentes de los que tienen las personas que hoy escuchan al catequista. La tarea fundamental del catequista es precisamente presentar ese mensaje de modo que sea captado y comprendido por su destinatario.
Si el catequista hace una presentación adecuada a un individuo, está haciendo una adaptación. Si el catequista hace una presentación adecuada a toda una comunidad, está haciendo una inculturación. ¿Por qué? Porque inculturar es unir el Evangelio y la cultura de un pueblo. Es unir los valores del Evangelio con los valores de un grupo humano, como pueden ser su arte, sus tradiciones sociales, sus riquezas humanas, etc. De este modo, se aprovechan todos los valores humanos que tiene una cultura y se enriquecen con los valores evangélicos. El mérito de la inculturación es conservar los valores del hombre y los del Evangelio, sin traicionar a ninguno de ellos.
G. La catequesis debe dar prioridad al catequista sobre el resto de los elementos: Hay evangelizadores que ponen el éxito de su esfuerzo en los materiales didácticos. Hay pastores que esperan mejorar la catequesis de su pueblo creando sólidas estructuras organizativas en la comunidad. Hay instituciones que desgastan sus esfuerzos en construir centros maravillosos y preparar programas serios para mejorar su acción. Pero todo esto es secundario.
El eje de la catequesis eficaz está en el catequista. Un buen catequista supera las deficiencias de un material didáctico mediocre. Un buen catequista no necesita de muchas estructuras para transmitir el mensaje de Cristo. Un buen catequista da bien su clase bajo un árbol o en un almacén de ladrillos. Es obvio que todos los medios utilizables ayudan a mejorar la acción del catequista. Pero no lo sustituyen. La catequesis eficaz inicia por la preparación de los catequistas.
PARA REFLEXIONAR:
"Las normas arriba indicadas que se refieren a la exposición de la materia de la catequesis, deben aplicarse en las varias formas de la catequesis: es decir en la catequesis bíblica, litúrgica, en el compendio doctrinal, en la interpretación de las condiciones concretas de la existencia humana, etc.
De ellas, sin embargo, no puede deducirse el orden que ha de guardarse en la exposición de la materia. Se puede partir de Dios para llegar a Cristo y al contrario; se puede partir del hombre para llegar a Dios y al contrario, etc. etc. El método pedagógico se escogerá de acuerdo con las circunstancias porque atraviesa la comunidad eclesial o los fieles a quienes se dirige. De aquí la necesidad de investigar cuidadosamente para encontrar los caminos y las maneras que mejor respondan a las condiciones de la realidad: (DGC 46).
3. Conseguir el objetivo de una completa educación en la fe:
La catequesis tiene como finalidad educar la fe. Pero podemos educar una fe incompleta. Es obvio que debemos lograr una catequesis que supere las limitaciones de una fe sólo teórica, de una fe reducida a la práctica litúrgica, de un cristianismo superficial, de unos métodos sólo memorísticos, etc. Para lograr el completo desarrollo de la fe, creemos que se deben seguir estos principios fundamentales:
La catequesis debe incorporar viva y activamente al cristiano en la vida de su comunidad: La catequesis debe provocar la participación del creyente en la vida de la comunidad. Puede lograrlo aumentando su compromiso apostólico, su responsabilidad social, su presencia activa en la liturgia, etc.
Por comunidad, entendemos tanto la gran familia de la Iglesia universal como la pequeña Iglesia doméstica. Las formas de compromiso también serán variadas: desde el compromiso en un movimiento laical de alcance internacional hasta la acción más sencilla en la atmósfera parroquial.
La catequesis debe formar la vivencia litúrgica: La catequesis debe llevar al cristiano no sólo a participar en la liturgia. También debe llevarle a vivirla consciente y profundamente. Por esto, la catequesis debe introducir al conocimiento de los signos litúrgicos, a la promoción de los frutos de espiritualidad que produce cada sacramento, al compromiso social que pide cada uno de ellos, etc.
Hay que buscar los frutos de catequesis adecuados a la etapa de desarrollo cristiano que corresponde a cada persona: Tratándose de niños o adolescentes, este principio tiene menos aplicación. Pero tratándose de jóvenes o adultos es de máxima importancia. ¿Por qué? Porque la vida del cristiano pasa por varias etapas:
primero, la conversión personal e inicial.
después, la educación de la fe básica.
tercero, la participación comunitaria.
cuarto, la vivencia sacramental.
quinto, la profundización en la fe.
finalmente, el compromiso apostólico.
Es evidente que cada persona puede vivir estas etapas en modo variado y mezclando algunas etapas con otras. También podemos encontrar creyentes que hayan vivido las primera etapas durante los períodos iniciales de su vida y están ya en las etapas más avanzadas. Pero las crisis de la vida y el desarrollo personal exigen a la mayoría readaptaciones y ajustes para ir creciendo en la fe. Por eso, el catequista debe tener buen olfato para descubrir la etapa de desarrollo en la fe que vive cada uno de sus destinatarios.
Lo común es que cada cristiano pase de una etapa a otra sin saltos bruscos. El crecimiento espiritual, árbol robusto nacido de la semilla bautismal, crece lenta y progresivamente. Por lo tanto, seria muy imprudente pretender que un adulto muy alejado de Dios pase, en pocas semanas, de la conversión inicial a la profundización en la fe y al compromiso apostólico. Lo normal es que suba las escaleras de su progreso interior peldaño a peldaño.
La catequesis debe educar la fe atendiendo a todas las facultades de la persona: La buena catequesis llena la inteligencia de informaciones; refuerza la voluntad para que se adhiera más al mensaje de Cristo; motiva más a la voluntad ofreciéndole los valores evangélicos con renovado atractivo; refuerza la memoria con las fórmulas y símbolos básicos de la Iglesia; reaviva la vivencia de la fe favoreciendo situaciones de fuerte experiencia cristiana, etc.
Una catequesis que se reduzca a una sola de las facultades humanas o descuide alguna de ellas ser una catequesis pobre. Pues ¿qué diríamos de un catequista que motiva mucho a sus catecúmenos, pero no logra que conozcan todo el mensaje evangélico? O ¿qué fruto dejaría un catequista que logra hacer memorizar todas las bienaventuranzas a sus alumnos sin que las comprendan?
La catequesis debe llevar a consecuencias prácticas: La fe debe desembocar en compromisos sociales, en participación litúrgica, en servicios pastorales, en crecimiento espiritual, en comportamientos morales rectos, en experiencias eclesiales, etc. No puede reducirse a un desarrollo de la cultura religiosa o a alguno de los aspectos que hemos enunciado.
Necesitamos lograr todos estos frutos prácticos. Y es lo más difícil. Porque la catequesis, a diferencia de otras actividades docentes, esta íntimamente relacionada con la vida. Y debe producir conversión. La mejor sesión de catequesis no es la que gozan los alumnos y el catequista por su belleza, por su intensidad emocional o por su claridad de ideas. La mejor sesión de catequesis es la que logra transformar alguna actitud o comportamiento en los destinatarios de acuerdo con los principios del Evangelio.
Es obvio que estos cambios pueden ser internos y no percibirse en el exterior. Por ejemplo, un catecúmeno decide ser más disponible o aumenta su compromiso de caridad con más vigor. Estas transformaciones no se manifestarán de inmediato en su actuar exterior. Pero ha habido una conversión real y profunda hacia la vida del Evangelio.
La catequesis debe lograr la autoconvicción de la fe: La autoconvicción es la seguridad personal que tiene el cristiano por haber hecho propio un valor del Evangelio. La falta de autoconvicción es fundar las propias seguridades en lo que dicen los demás o en la inercia. La fe no puede ser obviamente una rutina o mantenerse por la presión del ambiente.
La fe es la adhesión consciente a Cristo y a la Iglesia. Se apoya en Dios. Se fía de Dios. Y la catequesis debe procurar que todos los cristianos que reciben la fe de su ambiente familiar o social, hagan suya la adhesión a Cristo como la hicieron los primeros cristianos. La catequesis, pues, debe tener una dimensión kerigmática. El catequista necesita saber si sus catecúmenos requieren de una primera sacudida evangelizadora que despierte su postura ante Cristo Salvador, para pasar después a profundizar su fe.
La catequesis debe favorecer la promoción humana del catecúmeno: La catequesis no puede reducirse al desarrollo de los valores humanos del catecúmeno. Pero tampoco puede dejar de atenderlos. Porque la vida cristiana es un paso superior en el crecimiento del hombre. Primero somos hombres. Y, luego, cristianos.
¿Qué’ diríamos de un catequista despreocupado de la limpieza, de la puntualidad o del respeto mutuo en sus catecúmenos? Es hermoso constatar como el catequista puede desarrollar a sus alumnos elevando sus valores cívicos, su aprecio por los derechos del hombre y su estima por la cultura o el arte. Claro que, si el catequista acentúa estos valores subordinándolos a los valores religiosos, ha equivocado su tarea: se ha convertido en un asistente social.
PARA REFLEXIONAR:
"Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad: "He aquí que hago nuevas todas las cosas". Pero la verdad es que no hay humanidad nueva si no hay en primer lugar hombres nuevos, con la novedad del bautismo y de la vida según el Evangelio. La finalidad de la evangelización es por consiguiente este cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una palabra, lo mejor seria decir que la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos" (EN 18).
4. Sistematizar el contenido de la catequesis:
La catequesis tiene que transmitir el mensaje evangélico. Pero no puede repetir hoy las enseñanzas de Cristo como lo hizo Nuestro Señor por los senderos de Palestina. Debe ordenar la doctrina en un sistema de ideas y principios adecuado y comprensible al tipo de personas a quienes se dirige. Dicho de otro modo, debe ordenar las enseñanzas de la fe en un esquema sistemático lo más correcto y actual posible.
Y no es fácil. ¿Cuántas veces hay programas de catequesis que privilegian los temas sacramentales y olvidan los morales? ¿Cuántas veces hay programas de catequesis que producen ideas confusas sobre la vida espiritual en los catequizandos? O ¿cuántas veces los dogmas enseñados no tiene bases o contienen herejías semiocultas? Para lograr una transmisión de la fe completa y adecuada, creemos que deben seguirse estos principios:
La catequesis debe usar equilibradamente las fuentes de la Revelación: Nos quejamos de que los evangelistas se limitan a la sola Escritura. Pero ¿cuántos católicos se olvidan de una sólida referencia a la Tradición, según aparece en los Santos Padres de la Iglesia? Todos luchamos por hacer una catequesis bíblica, que ayude al catecúmeno a entrar en contacto con la Palabra de Dios. Pero ¿nos preocupamos del mismo modo en ponerle en contacto con las enseñanzas de los Concilios y de los Papas?
Necesitamos usar la Tradición, la Escritura y el Magisterio. Las fuentes de la Revelación tienen algo que enseñar a nuestro pueblo. Y no podemos hacerlo sólo teóricamente. Es preciso que el católico medio haya crecido en su fe por el contacto con las páginas de la Biblia, con los escritos de los primeros cristianos y con las fórmulas fuertes del Magisterio eclesial.
Necesitaremos seleccionar los textos y fuentes que proponemos a nuestros catecúmenos. Y no debemos asustarnos. Podemos fundadamente temer que unos niños no sean capaces de entender a los Santos Padres Griegos. Puede ser. Pero no enriquecerán su fe si contemplan las imágenes de las catacumbas y, al mismo tiempo, oyen algunas frases escogidas de la liturgia Ambrosiana o de las Actas de los Mártires de San Dámaso?
La catequesis debe fundamentar sólidamente la fe: Necesitamos dar pruebas o bases válidas a cada enseñanza. No podemos excusarnos de la falta de capacidad en nuestros catecúmenos. Si sólo transmitimos los datos de la fe sin fundamentos sólidos, con el pasar del tiempo provocaremos la aparición de dudas e incertidumbres. Si sabemos fundamentar sabiamente nuestras enseñanzas, evitaremos futuras crisis innecesarias.
Por otro lado, según cada edad o capacidad cultural, siempre podemos respaldar nuestras enseñanzas con una referencia a las fuentes de la Revelación. Podemos lograrlo con un simple proceso deductivo que arranca de un símbolo de fe; o con un ejercicio inductivo que compara varios escritos. No se trata de grandes complicaciones científicas. Se trata de ofrecer la fe apoyada en sus cimientos históricos y racionales.
La catequesis debe equilibrar la presentación de todas las áreas fundamentales de la vida cristiana: Aunque sea discutible la división de la doctrina cristiana en tres o cuatro partes, siempre deber buscarse el equilibrio entre ellas al seleccionar el contenido a tratar. Nosotros nos inclinamos por la división en cuatro partes:
credo: que engloba los axiomas básicos de la vida cristiana.
sacramentos: que encierran los ritos propios de la fe.
mandamientos: que presentan las leyes básicas de la moral cristiana.
vida espiritual: que presenta las actitudes y los medios que debe vivir el cristiano para modelar su personalidad conforme a la de Cristo.
Elegimos esta división porque consideramos que la última parte no se puede reducir válidamente a las anteriores.
Un programa de catequesis que descuide una o algunas de las cuatro partes, es un mal programa para educar la fe. Es obvio que puede haber algún acento e inclinación sobre una de las partes. Pero no podemos caer en el olvido o en una reducción notoria.
El mensaje de la catequesis debe aparecer Cristocéntrico y Trinitario: Todo programa de catequesis tiene a Dios como origen y punto de llegada. De Él recibimos la invitación a seguirle y a Él debemos llegar como meta de salvación. Pero Dios nos ha propuesto un camino: Cristo. Él se hizo hombre para enseñarnos y ayudarnos a salvarnos. Por eso, la catequesis necesita estructurar sus temas y mecanismos educadores de la fe siguiendo el único camino que lleva a Dios: Cristo Jesús.
Y Cristo nos introducirá en el misterio de Dios, nos conectará inmediatamente con el Padre y con el Espíritu. Preguntémonos repetidamente si nuestra catequesis habla de muchas doctrinas o más bien lleva al destinatario hasta la experiencia personal con Cristo y con Dios.
La catequesis debe presentar sistemáticamente el mensaje básico de la fe: Para educar la fe, la catequesis debe presentar el mensaje de Cristo. Pero el conjunto de la doctrina evangélica es muy amplio. Es necesario seleccionarlo. Si disponemos de seis meses para preparar a un niño a su primera comunión, sólo podremos presentarle una parte de la doctrina de Cristo. Pero, aunque sea sólo una parte, debemos seleccionar los elementos básicos. No podemos desperdiciar nuestro valioso tiempo catequístico en elementos secundarios.
Podemos decir, pues, que hay un tronco básico de la doctrina cristiana y muchas ramas frondosas. Para educar la fe de nuestro destinatario, necesitamos ayudarle a asimilar sólidamente el tronco que sostiene todo el árbol de fe. En la medida de que dispongamos de más tiempo, iremos completando el perfil de todo el mensaje evangélico con los demás elementos. Pero sólo lograremos este objetivo si nuestra catequesis es sistemática y orgánica. Es decir, si sabemos distinguir lo nuclear de lo periférico. Y si sabemos iniciar desde la base y construir ordenadamente desde una articulación hasta la siguiente.
PARA REFLEXIONAR:
"Un catecismo debe presentar con fidelidad y de modo orgánico la doctrina de la Sagrada Escritura, de la Tradición viva de la Iglesia, del Magisterio auténtico, así como de la herencia espiritual de los Padres, y de los santos y santas de la Iglesia, para dar a conocer mejor los misterios cristianos y afianzar la fe del pueblo de Dios. Así mismo, debe tener en cuenta las declaraciones doctrinales que en el decurso de los tiempos el Espíritu Santo ha inspirado en la Iglesia" (FD 3).
5. Impartir una catequesis eficaz.
La eficacia es una palabra arriesgada. Produce terror a los hermanos separados. Ellos consideran que sólo Dios puede dar eficacia en el alma. Y despierta recelos en los estudiosos católicos. Porque temen volver a posibles polémicas del siglo XVIII sobre las complicadas relaciones entre la libertad y la gracia. Pero es imprescindible referirnos a la eficacia a la hora de hablar de catequesis. Porque, si una catequesis es ineficaz, ¿para qué hacerla? Y, si queremos dar buenos frutos en la catequesis, ¿cómo dejar de analizar lo que apoya o frena nuestra tarea?
Para evitar desconciertos sobre al eficacia en catequesis, vamos a precisar enseguida el punto de arranque: en la catequesis, intervienen tanto el Espíritu Santo, que es el auténtico educador de la fe, como el catequista. Es una acción que no se puede realizar por la acción de uno sólo. Por lo tanto, la eficacia de la catequesis depende de la correcta participación de ambos. El Espíritu Santo aporta la eficacia sobrenatural, que el catequista, limitado ser humano, nunca puede aportar. Pero el catequista, aún siendo colaborador imperfecto de la gracia divina, tiene un papel insustituible. Porque el Espíritu Santo no tiene voz humana ni camina por las calles de las ciudades humanas.
Por esta razón, cuando hablamos aquí de catequesis eficaz, nos referimos a la eficacia que nace de los mecanismos y recursos humanos. Es decir, la eficacia salvífica, esa que está más allá de nuestro horizonte, la dejamos a la acción amorosa y libremente comprometida de Dios. Pero ¿qué podríamos decir de un catequista que no se esforzara por mejorar la eficacia de su labor, dejando al Espíritu Santo toda la tarea? O ¿qué diríamos de un catequista que entorpece la acción de la gracia por su pereza o descuido al preparar la catequesis?
Recordémoslo una vez más: la catequesis se rige por principios teológicos y antropológicos. Por eso, necesitamos preguntarnos: ¿Qué principios fundamentales rigen la eficacia humana del catequista? O dicho más simplemente: ¿Hemos precisado cuáles medios o leyes ayudan más al catequista a realizar mejor su catequesis?
La catequesis participativa es m s eficaz: La catequesis tiene como meta educar la fe. Algunas personas necesitan encontrar la fe. Otras ya la tienen, pero necesitan crecer en ella. En ambos casos, es el resultado de una búsqueda. Lo importante en catequesis, pues, no es ultimadamente la acción del catequista, sino del catequizando. Si ‘l no se pone en camino, nada lograr el catequista.
Los protagonistas, pues, de la catequesis son los catecúmenos. El catequista que m s logre involucrarles y hacerles participar, tendrá más éxito que quien sólo les hable y dirija infantilmente de la mano.
La mejor catequesis es la que relaciona el contenido de la fe con la experiencia del destinatario: Cristo nos trajo una doctrina. Nos trajo la salvación. La fe no es aprender una doctrina, sino aceptar a Cristo como salvador y guía de vida. La catequesis, pues, no puede ser eficaz si sólo explica la fe. Aunque la presente con mucha claridad. La catequesis debe lograr injertar la fe en la vida real y diaria del destinatario, en sus problemas, en sus ansiedades y en sus ilusiones.
Este principio implica que la catequesis no puede presentar la doctrina cristiana desencarnada, en teoría. Tiene que arrancar de las inquietudes de los destinatarios, ofreciéndoles respuestas desde el Evangelio, e interpelando sus valores y comportamientos con el mensaje cristiano.
Y no podemos reducir la aplicación de este principio a salpicar de anécdotas imaginativas o frases llamativas el contenido de la fe. Debe lograrse un enlace vivo y fuerte entre experiencia humana y enseñanza evangélica, que introduzca y sacuda profundamente al catecúmeno ante las exigencias de Cristo.
La buena catequesis educa la fe concentrándose en lo básico: La educación de la fe es una tarea amplia y de largo alcance. Transmitir todo el mensaje de Cristo y lograr la total e incondicional adhesión a Dios, no se logra en un día. Ni en unos meses. Por eso, es más útil dar pequeños pasos cada vez. Pero seguros.
Es mejor que cada sesión de catequesis se concentre en un sólo objetivo. Es mejor que cada sesión de catequesis se concentre en un sólo mensaje. Muchos catequistas caen en la tentación de enseñar muchas cosas; de querer transmitir, en unos minutos, todo lo que han contemplado o asimilado a lo largo de muchos años; de no conformarse con hacer crecer al catecúmeno un poco cada día; de no tener paciencia ante el crecimiento espiritual de sus destinatarios. Se olvida la ley del "poco y bueno, dos veces bueno".
En la educación de la fe, ayuda m s enseñar a caminar que mostrar la meta: Podemos realizar una catequesis dogmática, en la que mostramos las verdades que debemos creer; podemos tener una catequesis muy moralista, en la que hay una larga lista de reglas sobre lo que debe hacerse y lo que no puede hacerse; podemos caer en una catequesis en donde la liturgia es una serie de fórmulas que debemos repetir para uniformarnos con la comunidad. Pero ser una catequesis parcialmente útil.
La buena catequesis debe ayudar al catecúmeno a descubrir la relación de una verdad con otra; debe facilitar la comprensión de como una acción repercute en el resto de la vida; debe aportar las motivaciones que hay detrás de cada ley o el espíritu que se encierra detrás de cada tradición católica. La forma de lograrlo es dejar muy claras las conexiones que hay entre las verdades de la fe; explicar las razones por las que pasamos de una explicación a otra; mostrar la radiografía de cada misterio cristiano, que permita al catecúmeno percibir los senderos que le lleven hasta Dios. Y debe lograrlo abriéndole al ancho horizonte que se dibuja más allá de su mirada humana.
La catequesis necesita equilibrar la inducción con la deducción: Hay catequistas que siempre arrancan de las grandes verdades para hacer comprensible el mensaje cristiano a sus catequizandos. Suelen ser muy aburridos, aunque muy sólidos en su doctrina. Hay otros que se pierden en multitud de casos y experiencias, y que no logran estructurar bien la mente de sus destinatarios con un mensaje sólido. Ambos extremos son desaconsejables. Conviene utilizar la inducción y la deducción equilibradamente. ¿Por qué?
La inducción favorece la inserción de la fe en la vida del destinatario. Aporta muchos datos que permiten al catecúmeno ir descubriendo por sí mismo el misterio. La deducción ayuda a recibir dócilmente la Revelación. Porque la verdad viene de Dios y tenemos la opción de aceptarla como es o de resistirnos ante ella. La catequesis debe, pues, facilitar el proceso inductivo (que va de las cosas concretas y variadas a los principios generales de la fe), porque favorece la asimilación y apropiación de la doctrina. Y debe aprovechar el proceso deductivo (que parte de las verdades máximas hasta las aplicaciones m s inmediatas), porque desarrolla la subordinación del propio criterio al superior mensaje de Dios.
Toda catequesis debe motivar: Motivar es poner en movimiento los motores que mueven a la persona desde dentro. No es producto del simple proceso intelectual. No es producto de los simples sentimientos. No es el resultado de la presión. Todos estos elementos mueven a las personas. Pero las mueven superficial y temporalmente.
La auténtica motivación viene de los valores. Cuando la persona descubre un valor, desea poseerlo. Y se mueve hasta conseguirlo. La catequesis debe motivar, para que los valores del Evangelio atraigan al destinatario y desee apropiárselos. No basta con explicarlos, rodearlos de un envoltorio sensible o tratar de imponerlos por presión de premio o castigo. Todos estos elementos ayudan. Pero necesitan algo m s: compararlos con los antivalores, jerarquizarlos, descubrirlos por experiencia propia, verlos encarnados en testigos...
La catequesis debe facilitar la memorización: La catequesis no se reduce a la memorización. Y la memorización no es tampoco el primer paso de la catequesis. La memoria tiene, sin embargo, un papel insustituible: grabar para el futuro el esfuerzo didáctico. Es decir, una vez asimilado, experimentado y comprendido el mensaje evangélico, seria una pena que se olvidara a los pocos minutos o días.
Por eso, ayudar a memorizar los datos fundamentales de la doctrina es una labor imprescindible para una catequesis eficaz. Se puede lograr con diversos medios. Pero es evidente que la transmisión de la fe depende del memorial que la Iglesia, es decir los creyentes, conserven del Evangelio.
La catequesis debe adaptarse siempre al destinatario: Para poder educar la fe, es preciso adecuarse al lenguaje, a la cultura, a las circunstancias sociales o ‘étnicas de quien va a recibir el mensaje. Es la ley del recipiente: el mejor licor necesita de un buen recipiente para poder conservarse y paladearse. Todo esfuerzo de adaptación es, pues, inestimable. Y necesita hacerse constantemente. Pues ¿c¢mo puede un catequista utilizar un catecismo o explicar un misterio de la fe igual hoy que hace cincuenta años?
Es obvio que estos principios deben bajarse a aplicaciones concretas. Pero este apartado se realiza en el curso de metodología.
PARA REFLEXIONAR:
"Las Iglesias particulares profundamente amalgamadas, no sólo con las personas, sino también con las aspiraciones, las riquezas y límites, las maneras de orar, de amar, de considerar la vida y el mundo que distinguen a tal o cual conjunto humano, tienen la función de asimilar lo esencial del mensaje evangélico, de trasvasarlo, sin la menor traición a su verdad esencial, al lenguaje que esos hombres comprenden, y, después, de anunciarlo en ese mismo lenguaje.
Dicho trasvase hay que hacerlo con el discernimiento, la seriedad, el respeto y la competencia que exige la materia, en el campo de las expresiones litúrgicas, pero también a través de la catequesis, la formulación teológica, las estructuras eclesiales secundarias, los ministerios. El lenguaje debe entenderse aquí no tanto a nivel semántico o literario cuanto al que podría llamarse antropológico y cultural.
El problema es sin duda delicado. La evangelización pierde mucho de su fuerza y de su eficacia, si no toma en consideración al pueblo concreto al que se dirige, si no utiliza su "lengua", sus signos y símbolos, si no responde a las cuestiones que plantea, no llega a su vida concreta. Pero por otra parte, la evangelización corre el riesgo de perder su alma y desvanecerse, si se vacía o desvirtúa su contenido, bajo pretexto de traducirlo; si queriendo adaptar una realidad universal a un espacio local, se sacrifica esta realidad y se destruye la unidad sin la cual no hay universalidad. Ahora bien, solamente una Iglesia que mantenga la conciencia de su universalidad y demuestre que es de hecho universal puede tener un mensaje capaz de ser entendido, por encima de los límites regionales, en el mundo entero.
Una legítima atención a las Iglesias particulares no puede menos de enriquecer a la Iglesia. Es indispensable y urgente. Responde a las aspiraciones más profundas de los pueblos y de las comunidades humanas de hallar cada vez más su propia fisonomía" (EN 63).
La catequesis no es sólo fruto de recursos humanos: hay que dejar espacio a la acción del Espíritu Santo:
La educación de la fe necesita del catequista tanto como de la acción del Espíritu Santo. No es una obra al alcance de las fuerzas humanas. Necesita de la acción vivificante de Dios que da al hombre la fuerza para aceptar en su corazón el elevado misterio del Infinito. Por eso, nunca debe faltar la oración sincera, la vida sacramental comprometida, la docilidad constante al Espíritu que pide entrega y dedicación desinteresadas.
6. Lograr una visión adecuada del destinatario.
Hemos insistido en la necesidad de adaptarse al destinatario. Pero, para lograrlo, necesitamos una visión correcta de cómo es. De lo contrario, podemos imaginarnos que todos los niños son inocentes o que todos los adolescentes son unos egoístas. O, lo que nos sucede m s comúnmente, juzgaremos a quienes debemos educar en la fe según nos ha ido a nosotros en la feria. Es decir, aplicaremos nuestra forma de ver las cosas, nuestras preferencias y nuestros problemas a los demás. Y daremos explicaciones, soluciones y puntos de vista que son útiles para nuestro modo de ver. Pero que, muy probablemente, no sean del todo útiles a quienes nos escuchan.
Hay que conocer bien, pues, a nuestros destinatarios. He aquí¡ algunos principios que pueden orientar nuestro esfuerzo por conocer bien a las personas con quienes trabajamos:
a. El catequista debe descubrir las raíces culturales de sus destinatarios: Entendemos por raíces culturales el conjunto de valores humanos, artísticos, sociales, morales y religiosos que tiene cada grupo social o comunidad. Normalmente, el catequista tiene las mismas raíces culturales de sus alumnos. Suele ser miembro de su misma comunidad y tiene su mismo pasado. Pero, si no pertenece a la comunidad en la que imparte su catequesis, necesita urgentemente conocer los fundamentos humanos sobre los que viven sus catecúmenos.
También puede suceder que alguno o algunos de los alumnos han venido de otra comunidad y tienen unas raíces diferentes. Es una complicación mayor. Pero el catequista deber hacer un esfuerzo por tener en cuenta las posibles diferencias de puntos de vista para hacer las aclaraciones oportunas durante su catequesis.
b. Hoy es necesario tomar las previsiones necesarias porque vivimos en una etapa de transición cultural: Vivimos un momento de grandes cambios culturales. Basta pensar cómo era la vida hace treinta años y cómo ser dentro de otros treinta. Y los cambios no son sólo en los aparatos eléctricos que ocupan nuestro hogar o en la facilidad para viajar o comunicarnos con personas alejadas. Est n cambiando nuestros valores. Se van imponiendo los valores materialistas y no religiosos. Vivimos tendencias mundiales de unión y estandarización de vida. Y, así como es buena la unidad, no es beneficiosa la tendencia a hacernos todos iguales... en lo malo.
Los enemigos del cristiano van cambiando. Pero el Cristianismo debe seguir siendo el elemento crítico que exija al mundo crecer en los valores integrales del hombre. Es un momento de siembra. Ganar quien coloque la semilla m s profundamente. Pero, si nos distraemos, las respuestas del Evangelio que demos a nuestros alumnos, no les servir n dentro de unos años. La catequesis debe ser hoy m s profunda y sólida que hace treinta años, cuando se vivía un ambiente uniformemente católico en nuestra sociedad.
c. El catequista debe buscar la atención personalizada a sus destinatarios:
La urbanización, la electrificación, la tecnificación y, sobre todo, la masificación aumentan por un lado las relaciones interpersonales y las dependencias mutuas. Pero también han provocado una cultura de soledad opresora y de aislamiento espiritual no experimentados antes tan agudamente y en número tan elevado de personas.
Las frecuentes relaciones sociales se realizan casi siempre a niveles periféricos y externos. Pocas veces llegan a ser auténticamente personales. Vivimos una cultura tecnificada, llena de informaciones, pero masificadora y despersonalizadora, sobre todo en las grandes ciudades. Se comprende fácilmente que el hombre actual busque relaciones m s personales, sinceras y profundas, que sólo pueden lograrse a escala restringida, de hombre a hombre, en el terreno del diálogo personal. La Nueva Evangelización necesita crecer en la atención directa a sus destinatarios. La convivencia y las experiencias de fe comunes permiten una cercanía mayor.
d. Hay que dar prioridad a las personas sobre la organización o los instrumentos: La realidad latinoamericana es muy cambiante. Vivimos en una etapa de transición cultural e histórica. Lo que hoy es muy útil, puede quedar obsoleto en pocos años. Hacer hincapié en que nuestra catequesis ser mejor si tenemos mucha organización, o que disponer de muy buenos catecismos y audiovisuales nos dar mucho fruto, es un error muy común. Necesitamos personas. Son los catequistas quienes pueden adaptarse a los cambios rápidos y variados de nuestro alocado mundo. Son los catequistas quienes pueden adaptarse verdaderamente a las personas y a sus nuevas situaciones.
e. Hay que buscar objetivos profundos y actualizar constantemente las metas intermedias y los programas: Los cambios rápidos que suceden en nuestro continente provocan nuevas problemáticas sociales, diferente sensibilidad en las personas y peligros imprevistos para la vivencia del Evangelio. Por eso, un elemento operativo de primer orden es no hacer programas a largo plazo, pues fácilmente quedan obsoletos. Es más importante hoy el desarrollar semillas y raíces naturales que el hacer transplantes. La Nueva Evangelización requiere, sobre todo, personas que sean fermento y motor de transformación evangélica, según las exigencias cambiantes de nuestro ambiente. Y no tanto utilizar esquemas y mecanismos superados.
f. El catequista necesita actualizarse constantemente para comprender y adaptarse mejor a sus destinatarios. La actualización del catequista debe ser tanto en el orden cristiano (conocer las nuevas tendencias positivas y negativas, mejorar su método y sus técnicas, etc.), como en el orden humano (actualizar su lenguaje, descubrir la sensibilidad de las nuevas generaciones, etc). De lo contrario, todo lo verá desde posiciones superadas. Leer y tener buenos cursos de formación son los mejores medios.
g. La catequesis debe ser misionera. El catequistas no puede limitar su acción a quienes tocan a la puerta del templo. Hoy, muchos bautizados avanzan por caminos diferentes del Evangelio, alejándose cada día m s de Cristo. La evangelización debe llegar a sus corazones. El catequista debe superar las fronteras de su grupo, de su colonia y de su parroquia para llevar la fe en Cristo más allá de sus fronteras naturales. No necesariamente deber marchar a tierras lejanas. Pero deber vivir su vocación misionera por atraer hacia la fe a quienes viven al margen de su sello bautismal.
PARA REFLEXIONAR
"Así pues, el Catecismo ha de presentar lo nuevo y lo viejo (cf. Mt 13,52), dado que la fe es siempre la misma y, a la vez, es fuente de luces siempre nuevas. Para responder a esa doble exigencia, el Catecismo de la Iglesia católica, por una parte, toma la estructura "antigua", tradicional, ya utilizada por el catecismo de San Pío V, distribuyendo el contenido en cuatro partes: Credo, sagrada Liturgia, con los sacramentos en primer lugar; el obrar cristiano, expuesto a partir del Decálogo; y, por último, la oración cristiana. Con todo, al mismo tiempo, el contenido se expresa a menudo de un modo "nuevo", para responder a los interrogantes de nuestra época" (FD 2).
7. La Pedagogía de Dios modelo de pedagogía de la fe
El Directorio General para la Catequesis da mucha importancia al conocimiento de la pedagogía divina a través del proceso catequético de la enseñanza de la fe.
En la escuela de Jesús Maestro, el catequista une estrechamente su acción de persona responsable con la acción misteriosa de la gracia de Dios. La catequesis es, por esto, ejercicio de una pedagogía original de la fe.
La transmisión del Evangelio por medio de la Iglesia es, ante todo y siempre, obra del Espíritu Santo y tiene en la revelación el fundamento y la norma básica.
Pero el Espíritu se vale de personas que reciben la misión de anunciar el Evangelio y cuyas capacidades y experiencias humanas entran a formar parte de la pedagogía de la fe.
Brotan de aquí¡ una serie de cuestiones ampliamente tratadas a lo largo de la historia de la catequesis, referentes al acto catequético, a las fuentes, a los métodos, a los destinatarios y al proceso de Inculturación.
Se pretende exponer aquellos puntos que tienen una particular importancia hoy para toda la Iglesia. Corresponder a los directorios y a otros instrumentos de trabajo de las distintas Iglesias particulares considerar de manera apropiada los problemas específicos.
Como a hijos os trata Dios; y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige? (Hb 12,7). La salvación de la persona, que es el fin de la revelación, se manifiesta también como fruto de una original y eficaz pedagogía de Dios a lo largo de la historia. En semejanza con las costumbres humanas y según las categorías culturales de cada tiempo, la Sagrada Escritura nos presenta a Dios como un padre misericordioso, un maestro, un sabio que toma a su cargo a la persona -individuo y comunidad- en las condiciones en que se encuentra, la libera de los vínculos del mal, la atrae hacia sí con lazos de amor, le hace crecer progresiva y pacientemente hacia la madurez de hijo libre, fiel y obediente a su palabra. A este fin, como educador genial y previsor, Dios transforma los acontecimientos de la vida de su pueblo en lecciones de sabiduría adaptándose a las diversas edades y situaciones de la vida. A través de la instrucción y de la catequesis pone en sus manos un mensaje que va transmitiendo de generación en generación, lo corrige recordándole el premio y el castigo, convierte en formativas las mismas pruebas y sufrimientos. En realidad, favorecer el encuentro de una persona con Dios, que es la tarea del catequista, significa poner en el centro y hacer propia la relación que Dios tiene con la persona y dejarse guiar por Él.
Llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió a la humanidad a su Hijo, Jesucristo. Él entregó al mundo el don supremo de la salvación, realizando su misión redentora a través de un proceso que continuaba la pedagogía de Dios, con la perfección y la eficacia inherente a la novedad de su persona. Con las palabras, signos, obras de Jesús, a lo largo de toda su breve pero intensa vida, los discípulos tuvieron la experiencia directa de los rasgos fundamentales de la pedagogía de Jesús, consignándolos después en los evangelios: la acogida del otro, en especial del pobre, del pequeño, del pecador como persona amada y buscada por Dios; el anuncio genuino del Reino de Dios como buena noticia de la verdad y de la misericordia del Padre; un estilo de amor tierno y fuerte que libera del mal y promueve la vida; la invitación apremiante a un modo de vivir sostenido por la fe en empleo de todos los recursos propios de la comunicación interpersonal, como la palabra, el silencio, la metáfora, la imagen, el ejemplo, y otros tantos signos, como era habitual en los profetas bíblicos. Invitando a los discípulos a seguirle totalmente y sin condiciones, Cristo enseña la pedagogía de la fe en la medida en que comparten plenamente su misión y su destino.
C. La pedagogía de la Iglesia.
Desde sus comienzos la Iglesia, que es en Cristo como un sacramento, vive su misión en continuidad visible y actual con la pedagogía del Padre y del Hijo. Ella, siendo nuestra Madre es también educadora de nuestra fe.
Estas son las razones profundas por las que la comunidad cristiana es en sí misma catequesis viviente. Siendo lo que es, anuncia, celebra, vive y permanece siempre como el espacio vital indispensable y primario de la catequesis.
La Iglesia ha generado a lo largo de los siglos un incomparable patrimonio de pedagogía de la fe: sobre todo el testimonio de las catequistas y de los catequistas santos; una variedad de vías y formas originales de comunicación religiosa como el catecumenado, los catecismos, los itinerarios de vida cristiana; un valioso tesoro de enseñanzas catequéticas, de expresiones culturales de la fe, de instituciones y servicios de la catequesis. Todos estos aspectos constituyen la historia de la catequesis y entran con derecho propio en la memoria de la comunidad y en el quehacer del catequista.
D. La pedagogía divina, acción del Espíritu Santo.
Dichoso el hombre a quien corriges tú, Yahvé’ a quien instruyes con tu ley (9 Sal 94,12). En la escuela de la Palabra de Dios acogida en la Iglesia, gracias al don del Espíritu Santo enviado por Cristo, el discípulo crece como su Maestro en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2,52) y es ayudado para que se desarrolle en ‘l la ® educación divina ¯ recibida, mediante la catequesis y las aportaciones de la ciencia y de la experiencia. De este modo, conociendo cada vez m s el misterio de la salvación, aprendiendo a adorar a Dios Padre y siendo sinceros en el amor, trata de crecer en todo hacia Aquel que es la cabeza, Cristo. (Ef 4,15).
Se puede decir que la pedagogía de Dios alcanza su meta cuando el discípulo llega al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo (Ef 4,13). Por eso no se puede ser maestro y pedagogo de la fe de otros, sino se es discípulo convencido y fiel de Cristo en su Iglesia.
E. Pedagogía divina y catequesis.
La catequesis, en cuanto comunicación de la Revelación divina, se inspira radicalmente en la pedagogía de Dios tal como se realiza en Cristo y en la Iglesia, toma de ella sus líneas constitutivas y, bajo la guía del Espíritu Santo, desarrolla una sabia síntesis de esa pedagogía, favoreciendo as¡ una verdadera experiencia de fe y un encuentro filial con Dios. De este modo la catequesis:
F. Se inspira radicalmente en la pedagogía de Dios.
a. Es una pedagogía que se inserta y sirve al diálogo de la salvación entre Dios y la persona: poniendo de relieve debidamente el destino universal de esa salvación; en lo que concierne a Dios, subraya la iniciativa divina, la motivación amorosa, la gratuidad, el respeto de la libertad; en lo que se refiere al hombre, pone en evidencia la dignidad del don recibido y la exigencia de crecer constantemente en Él.
b. Acepta el principio del carácter progresivo de la Revelación, de la trascendencia y carácter misterioso de la Palabra de Dios, así como su adaptación a las diversas personas y culturas.
c. Reconoce la centralidad de Jesucristo, Palabra de Dios hecha carne que determina a la catequesis como pedagogía de la encarnación, por la que el evangelio se ha de proponer siempre para la vida y en la vida de las personas.
d. Reconoce el valor de la experiencia comunitaria de la fe, como propia del Pueblo de Dios, en la Iglesia.
e. Se enraíza en la relación interpersonal y hace suyo el proceso del diálogo.
f. Se hace pedagogía de signos, en la que se entrecruzan hechos y palabras, enseñanza y experiencia.
g. Encuentra tanto su fuerza de verdad como su compromiso permanente de dar testimonio en el inagotable amor divino, que es el Espíritu Santo, ya que ese amor de Dios es la razón última de su revelación.
La catequesis se configura de este modo como proceso, o itinerario, o camino del seguimiento del Cristo del Evangelio en el Espíritu hacia el Padre, emprendido con vistas a alcanzar la madurez de la fe según la medida del don de Cristo (Ef 4,4) y las posibilidades y necesidades de cada uno.
G. La catequesis como pedagogía original de la fe.
La catequesis, que es por tanto pedagogía en acto de la fe, al realizar sus tareas no puede dejarse inspirar por consideraciones ideológicas o por intereses meramente humanos; no confunde la acción salvífica de Dios, que es pura gracia, con la acción pedagógica del hombre, pero tampoco las contrapone y separa. El diálogo que Dios mantiene amorosamente con cada persona se convierte en su inspiración y norma; de ese diálogo la catequesis es eco incansable, buscando constantemente el diálogo con las personas, según las indicaciones fundamentales que ofrece el Magisterio de la Iglesia. He aquí unos objetivos concretos que inspiran sus opciones metodológicas:
a. Promover una progresiva y coherente síntesis entre la adhesión plena del hombre a Dios y los contenidos del mensaje cristiano.
b. Desarrollar todas las dimensiones de la fe, por las cuales ésta llega a ser una fe conocida, celebrada, vivida, hecha oración.
c. Impulsar a la persona a confiarse por entero y libremente a Dios: inteligencia, voluntad, corazón y memoria.
d. Ayudar a la persona así una acción que es, al mismo tiempo, de iniciación, de educación y de enseñanza.
Ya en la práctiva el esquema básico de cualquier sesión de catequesis debe tener los siguientes apartados
Título del tema: que define la temática a tratar
Objetivo moral: es el resultado práctico, vivencial, o motivacional que se desea obtener en el tema.
Objetivo doctrinal: es el núcleo de la doctrina que se busca transmitir al alumno.
Enlace: Es una experiencia o un hecho de vida del que arranca la presentación del
tema. Es muy conveniente iniciar siempre de algo vital y cercano a la vida de los alumnos y no de la teoría, para sumergir al alumno en la realidad vital del tema a tratar y no exponer simplemente un conjunto de conceptos desligados de la existencia cotidiana y personal.
Puntos doctrinales: constituyen el esquema doctrinal de la sesión.
*Texto bíblico: Elegir un texto de la Palabra de Dios como so porte y fuente de reflexión bíblica para el tema.
Oración: se sugiere una fómula.
Textos de apoyo:Para complementar el tema y para una reflexión ulterior por parte del alumno.
H. La catequesis comunica la palabra de Dios y el credo de la Iglesia.
Queriendo hablar a los hombres como a amigos, Dios manifiesta de modo particular su pedagogía adaptando con solícita providencia su modo de hablar a nuestra condición terrena.
Eso comporta para la catequesis la tarea nunca acabada de encontrar un lenguaje capaz de comunicar la Palabra de Dios y el Credo de la Iglesia, que es el desarrollo de esa Palabra, a las distintas condiciones de los oyentes; y a la vez manteniendo la certeza de que, por la gracia de Dios, esto es posible, y de que el Espíritu Santo otorga el gozo de llevarlo a cabo.
Por eso son indicaciones pedagógicas válidas para la catequesis aquellas que permiten comunicar en su totalidad la Palabra de Dios en el corazón mismo de la existencia de las personas.
I. La pedagogía de Maria de Guadalupe.
Nuestra catequesis mexicana tiene en Maria de Guadalupe un ejemplo de pedagogía que nos muestra cómo se educa a un pueblo a partir de su cultura. Por ser tan cercana a nuestra vida y a la historia de nuestra fe, la pedagogía de Santa Maria de Guadalupe no puede estar ausente de nuestra catequesis, sobre todo ante el desafío de la evangelización de las culturas antiguas y nuevas.
A la luz del relato tan conocido por los mexicanos del Nican Mopohua, indicamos algunos rasgos de la pedagogía Guadalupana, que la catequesis podría asumir en su quehacer:
a. Maria tiene la iniciativa y provoca el encuentro a través de algo que al indígena le llega mucho "el canto de los pájaros". Conoce su alma, sabe sus reacciones, lo toma en su realidad.
b. Entabla una relación de amistad con él, a través de un diálogo franco y sencillo, lleno de cariño, de respeto y de confianza.
c. Lleva a Juan Diego a que se supere. Lo promueve con delicadeza y caridad. No le acepta las excusas de que él no es digno para la tarea que le confía. De hombre convencido de su inutilidad y opresión lo convierte en alguien convencido de su dignidad. Lo lleva a descubrirse no sólo evangelizador del Obispo, sino también de sus hermanos a quienes dedicó el resto de su vida.
d. Habla a Juan Diego de manera que la entienda. No usa el castellano sino la lengua náhuatl. Utiliza las formas que tienen los indígenas para hablar de Dios. "El Dios por quien se vive", "El Señor de cerca y de junto". Se vale de las figuras y de los símbolos con los cuales ellos manifestaban su modo de ver el mundo: el sol, la luna, las estrellas.
e. Le deja una imagen que los indígenas entender n muy bien. Una imagen que es señal permanente de la alianza de Dios con su pueblo, como un libro abierto donde podrá leer cada detalle como parte de un mensaje encarnado en la cultura del indígena:
1. Una mujer que tiene en su vientre el trébol de 4 hojas, símbolo del Dios por quien se vive a quien Ella dice traer. Una mujer ni india ni española que se dirige al "pueblo del sol".
2.La luna y las estrellas la adornan, mostrándola como señal de unidad en un pueblo que creía que estos elementos eran eternos contrincantes.
3.Las nubes, el viejo con alas, el tipo y el color de las plumas, cada detalle es parte del mensaje que la Señora da a los indígenas, que lo entendían porque estaba encarnado en su cultura.
Los primeros misioneros hablan de que a partir del hecho Guadalupano los indígenas se convirtieron en masa. La historia de la fe nos dice que Maria de Guadalupe se posesionó del corazón de nuestro pueblo de tal forma que aún hoy sigue siendo el signo m s eficaz para convocar a los mexicanos y la fuente indispensable de energías espirituales para la lucha diaria.
Maria de Guadalupe es como una catequesis viviente en nuestro pueblo y puede enseñar a la catequesis mexicana cómo hay que educarlo a través de una pedagogía encarnada en la cultura de cada época.
1. Cómo preparar bien una sesión de catequesis:
La experiencia muestra cómo dan bien la catequesis quienes la preparan y cómo la imparten mediocremente quienes no la preparan. Es comprensible que muchos catequistas tengan miedo a dedicar demasiado tiempo en preparar su clase. Y temen encontrar un trabajo excesivo. Por eso, se encomiendan al Espíritu Santo para que les ayude a salir del paso. Pero son muchos. Y al Espíritu Santo ya no le alcanza el tiempo para resolverles el problema a todos. Porque la catequesis debe equilibrar el uso de criterios teológicos y de criterios humanos. Además los problemas metodológicos humanos, se arrgelan con soluciones humanas y no dejándole irresponsablemente el paquete a Dios, que no está paa eso.
La preparación de una buena sesión de catequesis no es, sin embargo, una tarea difícil ni exige mucha duración. Es normal que las tres primeras veces pida más tiempo. Pero, después, se logra mucha habilidad para prepararla con agilidad y buenos resultados. Todo depende de tener un buen sistema para hacerlo. Y queremos ofrecer aquí unos consejos prácticos para facilitarlo.
Hay muchos catequistas que preparan su catequesis reunidos en grupos. Este procedimiento tiene la ventaja de moderar posiciones y enriquecerse mutuamente con aportaciones y sugerencias. Otros prefieren estudiar solos en su recámara. Pero no importa el cómo se realice la preparación. Lo importante es llegar ante los catecúmenos con suficientes datos y recursos para educar su fe.
La preparación de una sesión de catequesis tiene dos aspectos: el psicológico y el práctico. Entendemos por preparación psicológica la actitud del catequista. Si la actitud no es correcta, su sesión ser menos eficaz. Pero puede lograrlo teniendo en cuenta que:
Su tarea es colaborar con sus destinatarios para que descubran a Dios y lo experimenten. Es obvio que el catequista no debe, por lo tanto, hacer todo él, sino dejar a los destinatarios una parte de protagonismo. Y a Dios.
Los destinatarios tienen experiencias e inquietudes que pueden aprovecharse al máximo. Para dar bien su clase debe aprovechar este recurso.
Hay destinatarios conflictivos, incluso mal intencionados. Por eso, debe tener astucia y muy claros sus objetivos, para no caer en la trampa de desviarse de ellos debido a polémicas o distracciones que causen los mismos alumnos.
Convencerse de que sabe más, sobre el punto que va a tratarse, de lo que saben los demás participantes. Y que, en el caso de que se encuentre presente en la actividad alguien más capacitado que él, aprovechar las cualidades y sabiduría de dicho participante para bien de la catequesis. De lo contrario, el miedo puede vencerle.
Reconocer que no sabe todo sobre el tema. Y que, por eso, puede haber alguna pregunta que no sepa responder inmediata y perfectamente. Por eso, no se preocupará de decir: "Esto no lo sé. Consultar’ y tendrá’ la respuesta el próximo día".
Esperar buenas aportaciones de los destinatarios, que ayudar a encontrar nuevas luces y experiencias para lograr una catequesis más fructífera.
Concentrarse en el núcleo de su actividad, para no entretenerse en aspectos tangenciales.
En resumen: acudir a la actividad con actitud de humildad, es decir de reconocer sus límites y sus capacidades; con actitud de seguridad en sus posibilidades; y con apertura para aprovechar todas las sugerencias de los destinatarios.
La preparación práctica de una sesión educativa tiene una preparación remota, que es la capacitación doctrinal y metodológica del catequista. Pero vamos a fijarnos más, ahora, en la preparación inmediata. Los pasos que conviene dar para preparar bien una sesión de catequesis son:
1. Definir el objetivo de la sesión: Si no sabemos a dónde vamos ¿Cómo vamos a llegar? Es común que los catequistas tengamos mucha preocupación por el contenido. Pero la finalidad de la catequesis es un mensaje que debe cambiar la vida, no transmitir sólo el contenido. Lo primero que debemos escribir, si deseamos trabajar rápido y preparar una clase atractiva, es el objetivo bien claro de nuestra clase.
2. Deben diferenciarse muy bien los objetivos vital y doctrinal, pues no hacerlo dificultar la buena marcha de la sesión. Es muy común que los catequistas mezclemos los dos objetivos. Pero hay que distinguir los dos objetivos de cada catequesis muy claramente: uno es el objetivo vital que busca cambiar la vida del destinatario de acuerdo con el Evangelio; y otro es el doctrinal, que busca lograr la comprensión y asimilación del mensaje cristiano. Ninguno de los dos puede faltar nunca, aunque uno de ellos sea más prioritario según las ocasiones. Podemos ocuparnos mucho del objetivo doctrinal... olvidando el vital. Diferenciarlos bien, facilita lograr una catequesis eficaz y clara. Porque la catequesis debe transmitir la fe en sus dos dimensiones.
3. Establecer el enlace entre el contenido y los destinatarios a los que se dirige la catequesis. Es decir, debemos respondernos a la pregunta: ¿Qué relación hay entre los objetivos de la sesión y quienes van a asistir? La respuesta que nos demos a nosotros mismos puede ser muy variada: interés, lejanía, temor, rechazo, ilusión... El enlace es lo que nos permitir hacer interesante el tema o los objetivos de la sesión. Normalmente, es una experiencia o una inquietud que tienen nuestros oyentes.
Establecer el enlace es difícil. Porque los intereses que los catequistas podemos tener sobre un tema, muy probablemente serán diferentes a los intereses de sus destinatarios. Pero el enlace es esencial. Porque, si no hay una buena relación entre el tema y los destinatarios, casi tenemos asegurado el fracaso de la clase. Ya que, si el destinatario no tiene interés, se distraerá, el tema no tocará su interior y no trabajará intensamente.
Por eso, el mayor esfuerzo a la hora de preparar una sesión de catequesis, debe dedicarse a fijar el enlace. Porque la buena catequesis es adaptación e inculturación.
4. Establecer los puntos esenciales del contenido: este paso consiste en fijar los tres o cuatro puntos que forman el esqueleto ideológico del contenido doctrinal de la sesión. Estos puntos doctrinales deben ser muy claros y precisos, pues forman el núcleo de informaciones que el destinatario debe asimilar. De hecho, si nuestros alumnos sólo asimilaran estos puntos, y los comprendieran bien, la catequesis ha logrado su objetivo doctrinal.
Muchos catequistas complican sus sesiones por cargarlas de exceso en los contenidos. Es decir, acumulan muchas explicaciones. ¿Qué resultado obtienen por querer exponer muchas cosas que conocen sobre el tema? Solamente que los destinatarios no llegan a digerirlo todo. Y, desde luego, no quedan muy motivados. Porque la buena catequesis educa la fe concentrándose en lo básico.
5. Fijar la dinámica del inicio de la sesión: Debemos elegir la técnica más apropiada para empezar la sesión, según el objetivo y las circunstancias de los destinatarios.
Es importante destacar que la dinámica más indicada no es siempre la más impresionante. Ni tampoco la más atractiva. La mejor dinámica es la que logra envolver a los destinatarios de modo que su atención y su interés se clavan en el tema y en los objetivos de la sesión. Por eso, la mejor dinámica es la que sirva para iniciar la sesión y que repercuta o tenga utilidad durante todo el resto de la sesión, aunque sea sencilla.
6. Leer sobre el tema que vamos a desarrollar, y precisar los datos que vamos a presentar: Cuando ya han quedado definidos los objetivos, el enlace, los puntos doctrinales y la dinámica, conviene leer sobre el tema, tomando notas que nos ser útiles. No se trata de leer mucho, sino selecto. Y no se trata tampoco de conocer todo lo que existe sobre el tema. Lo importante es que el catequista no tenga las ideas confusas o aproximadas sobre lo que debe hablar. Es decir, lo importante es que tenga las ideas muy claras. Y, además, que conozca narraciones, experiencias, hechos, que muestran la vitalidad del mensaje y motivan.
Todo catequista debe leer algún libro sobre al vida de la Iglesia o una revista de actualidad cristiana. Así dispondrá de muchos recursos para exponer con viveza y atracción sus temas.
7. Preparar los materiales necesarios: mapas, audiovisuales, cartulinas, gráficas, etc.
8. Asegurarse de que el local esté arreglado y los aparatos técnicos funcionen bien.
9. Elaborar un esquema escrito del contenido: que no supere dos páginas. A este respecto, vamos a dar un consejo muy práctico. Es normal que los catequistas nos preocupemos de escribir las ideas. También preparamos algunos ejemplos. Pero damos más importancia a las primeras. Y no debería ser así. Por esta razón, las sesiones resultan aburridas. Podemos lograr una preparación de la sesión muy eficaz dando estos pasos:
a. Primero se escribe el esquema de las ideas con una pluma de un color, por ejemplo, azul. Así podemos ver todo el itinerario de nuestra explicación.
b. Después, escribimos, con una pluma de otro color (por ejemplo, rojo), la dinámica para iniciar la sesión, los ejemplos o experiencias que vamos a narrar y las técnicas que vamos a utilizar. Pero debemos escribirlas en la misma hoja en que escribimos el esquema de las ideas, en el lugar en que utilizaremos estos recursos.
c. Finalmente, veremos nuestra sesión como a vista de pájaro. Y constataremos si hay muchos espacios azules o rojos. O si las técnicas y experiencias se concentran en una parte dejando el resto lleno de solas ideas. Así podremos acomodar o completar contenidos y experiencias en modo equilibrado.
Si deseamos disponer de más explicaciones o datos sobre el esquema del contenido, es muy útil anotarlo en otras hojas. Desaconsejamos el uso de cuadernos: es más útil escribir en hojas separadas, que permiten extenderse sobre la mesa y verse en conjunto con una sola ojeada. Después, se pueden colocar en una carpeta con anillas.
2. Metodología para la catequesis
La pedagogía de la catequesis se realiza siempre a través de unos medios prácticos que aseguran el camino de la fe. Son los métodos que encarnan el espíritu de la pedagogía en las circunstancias concretas de las personas. Son las formas concretas que nos trazan el camino apropiado para acompañar al creyente hacia la plena madurez de su fe. Los métodos son la única forma de llevar a cabo una pedagogía, por eso son siempre necesarios.
En la catequesis los métodos deben mirarse ciertamente como instrumentos que transmiten los valores de la fe, pero no sólo eso. Han de considerarse también como realidades que forman parte del contenido de la fe, ya que en ellos se expresan las convicciones cristianas que animan a quienes los practican.
Todo método catequístico es como un testimonio práctico de la manera como se entiende y se vive la fe. Por eso es muy importante que los catequistas revisen muy bien las convicciones cristianas que los mueven en el uso de los métodos.
Porque no cualquier método es bueno para educar la fe de la comunidad.
Hay métodos que pueden ser liberadores o esclavizantes, participativos o impuestos, encarnados en la vida o alejados de ella, fieles a la Buena Nueva o contrarios a ella. Todo depende de la forma como entendamos a la persona que queremos educar, de la idea que tengamos de la educación y de la manera como veamos el papel del mismo educador.
Todos los métodos catequísticos se componen de 3 elementos principales que la catequesis nunca pierde vista:
1 - Su punto de llegada que no puede ser otro que la formación integral de los creyentes, con base en la conversión a Dios.
2 - Su proceso, que consiste en los pasos que se dan para llegar a lo que se quiere alcanzar.
3 - Su punto de partida que se centra en la experiencia de fe del catequista, en el conocimiento de la realidad de los catequizandos y en los medios concretos que se usan.
La combinación sabia e inteligente de estos elementos logrará que los métodos cumplan su papel en la catequesis. Un papel que no los pone nunca como fin en sí mismos sino como mediadores entre el Dios que se revela y la comunidad que responde con su fe.
B. Diversidad de métodos en la catequesis.
En la transmisión de la fe, la Iglesia no tiene de por sí un método propio ni único, sino que, a la luz de la pedagogía de Dios, distingue los métodos de cada época, asume con libertad de espíritu todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio (Flp 4,8), en síntesis, todos los elementos que no son contrarios al Evangelio, y los pone a su servicio. Esto lo confirma de modo admirable la historia de la Iglesia, en la que numerosos carismas de servicio a la Palabra de Dios han dado origen a muy diversos métodos. De este modo, la variedad en los métodos es un signo de vida y una riqueza, y a la vez una muestra de respeto a los destinatarios. Tal variedad viene pedida por la edad y el desarrollo intelectual de los cristianos, su grado de madurez eclesial y espiritual y muchas otras circunstancias personales.
La metodología en catequesis tiene por objeto unitario la educación de la fe; se sirve de las ciencias pedagógicas y de la comunicación aplicadas a la catequesis; tiene en cuenta las muchas y notables adquisiciones de la catequética contemporánea.
La catequesis, desde sus comienzos, ha utilizado muchos y variados métodos para la educación de la fe.
En la experiencia catequística de la Iglesia se han formado dos grandes grupos de métodos, dentro de los cuales la catequesis ha ido respondiendo a las necesidades y a las situaciones históricas de los creyentes.
El primer grupo está formado por los métodos que parten de la vida para llegar a la fe (método de Jesús, método de Pablo en el Areópago: ver, juzgar, actuar ...)
El segundo grupo lo componen los métodos que parten de la fe para llegar a la vida: exposición del mensaje, enseñanza de la doctrina, desarrollo del primer anuncio del kerigma.
Unos y otros han demostrado su eficacia en la práctica de la catequesis, que tiene necesidad de todos ellos esforzándose por combinarlos con libertad y sabiduría, siempre para promover a la comunidad en el camino integral de su fe.
C. La relación contenido-método en la catequesis.
El principio de la fidelidad a Dios y fidelidad al hombre lleva a evitar toda contraposición, separación artificial o presunta neutralidad entre método y contenido, afirmando más bien su necesaria correlación e interacción. El catequista reconoce que el método está al servicio de la revelación y de la conversión, y por eso ha de servirse de él. Por otra parte el catequista sabe que el contenido de la catequesis no es indiferente a cualquier método, sino que exige un proceso de transmisión adecuado a la naturaleza del mensaje, a sus fuentes y lenguajes, a las circunstancias concretas de la comunidad eclesial, a la condición de cada uno de los fieles a los que se dirige la catequesis.
Por su importancia para la catequesis tanto en el pasado como en el presente merecen ser recordados el método o pedagogía del documento, del Símbolo en particular, en cuanto que la catequesis es transmisión de los documentos de la fe, el método de los signos litúrgicos y eclesiales; el método propio de la comunicación a través de los mass-media. Un buen método de catequesis es garantía de fidelidad al contenido.
Criterios de uso:
Al usar los métodos, la catequesis se fijará en unos criterios fundamentales que no la dejarán desviarse de su finalidad principal.
1. Los métodos han de estar en todo momento al servicio de la vida concreta de las personas que necesitan crecer en su fe.
2. Los métodos han de ser fieles a la integridad del mensaje cristiano sin sacrificar aspectos sustanciales en nombre de la adaptación.
3. Los métodos respetarán el ritmo que las persona o los grupos tienen para avanzar en su proceso de fe. Tienen que ser regresivos.
4. Los métodos han de asegurar el orden o jerarquía de los diversos elementos de la fe, mostrando cuáles son centrales y cuáles no lo son.
5. Los métodos descubrirán la unidad de la fe, señalando las relaciones profundas que hay entre los distintos aspectos del mensaje cristiano.
Una sola es la fe y muchos los métodos que la sirven.
D. Métodos inductivo y deductivo.
a. La comunicación de la fe en la catequesis es un acontecimiento de gracia, realizado por el encuentro de la Palabra de Dios con la experiencia de la persona, que se expresa a través de signos sensibles y finalmente abre el misterio. Puede acontecer por diversas vías que no siempre conocemos del todo.
Atendiendo a la historia de la catequesis, hoy se habla habitualmente de vía inductiva y deductiva. El método inductivo consiste en la presentación de Hechos (acontecimientos bíblicos, actos litúrgicos, hechos de la vida de la Iglesia y de la vida cotidiana...) a fin de redescubrir en ellos el significado que pueden tener en la Revelación divina. Es una vía que ofrece grandes ventajas, ya que es conforme a la economía de la Revelación; corresponde a una instancia profunda del espíritu humano, la de llegar al conocimiento de las cosas inteligibles a través de las cosas visibles; y es también conforme a las características propias del conocimiento de fe, que consiste en conocer a través de signos.
El método inductivo no excluye, más bien exige el método deductivo, que explica y describe los hechos procediendo desde las causas. Pero la síntesis deductiva tendrá pleno valor sólo cuando se ha hecho el proceso inductivo.
b. Por otra parte, cuando se hace referencia a los itinerarios operativos, cabe dar otro sentido: uno es llamado también Kerigmático (o descendente), que parte del anuncio del mensaje, expresado en los principales documentos de la fe (Biblia, liturgia, doctrina...) y los aplica a la vida; el otro, llamado existencial (o ascendente), que arranca de problemas y situaciones humanas y los ilumina con la luz de la Palabra de Dios. De por sí son modos de acceso legítimos si se respetan todos los factores en juego, el misterio de la gracia y el hecho humano, la comprensión de fe y el proceso de racionalidad.
E. La experiencia humana en la catequesis.
La experiencia ejerce diversas funciones en la catequesis, a la luz de las cuales la existencia misma debe ser siempre debidamente valorada:
a. Hace que nazcan en el hombre intereses, interrogantes, esperanzas e inquietudes, reflexiones y juicios. Que confluyen en un cierto deseo de transformar la existencia. Es tarea de la catequesis procurar que las personas estén atentas a sus experiencias más importantes, ayudarlas a juzgar a la luz del Evangelio las preguntas y necesidades que de estas experiencias brotan, educar al hombre a vivir la vida de un modo nuevo. De esta forma la persona ser capaz de comportarse de modo activo y responsable ante el don de Dios.
b. La experiencia ayuda a hacer inteligible el mensaje cristiano. Esto se ajusta al modo de obrar de Jesús, que se sirvió de experiencias y situaciones humanas para anunciar realidades escatológicas y trascendentes e indicar a la vez la actitud ante ellas. En este aspecto, la experiencia es mediación necesaria para explorar y asimilar las verdades que constituyen el contenido objetivo de la revelación.
c. Estas funciones indican que la experiencia asumida por la fe viene a ser en cierto modo, ambiente en el que se manifiesta y realiza la salvación, en la que Dios, de acuerdo con la pedagogía de la encarnación, se acerca al hombre con su gracia y lo salva. El catequista debe ayudar a la persona a leer de este modo lo que está viviendo, para descubrir la invitación del Espíritu Santo a la conversión, al compromiso, a la esperanza, y así descubrir cada vez más el proyecto de Dios en su propia vida.
d. La iluminación y la interpretación de la experiencia a la luz de la fe se convierte en una tarea permanente de la pedagogía catequética, no exenta de dificultades, pero que no puede descuidarse, so pena de caer en yuxtaposiciones artificiosas o en comprensiones reduccionistas de la verdad. Esta tarea hace posible una correcta aplicación de la correlación o interacción entre las experiencias humanas profundas y el mensaje revelado. Lo testifican ampliamente el anuncio de los profetas, la predicación de Cristo y las enseñanzas de los apóstoles que por eso constituyen el criterio básico y normativo para todo encuentro entre fe y experiencia humana en el tiempo de la Iglesia.
F. La memorización en la catequesis.
a. La catequesis est vinculada a la Memoria de la Iglesia que mantiene viva entre nosotros la presencia del Señor. El ejercicio de la memoria es, por tanto, un elemento constitutivo de la pedagogía de la fe, desde los comienzos del cristianismo.
Para superar los riesgos de una memorización mecánica, el ejercicio de la memoria ha de integrarse armónicamente entre las diversas funciones del aprendizaje, tales como la espontaneidad y la reflexión, los momentos de diálogo y de silencio, la relación oral y el trabajo escrito. En particular se han de considerar oportunamente como objeto de memoria las principales fórmulas de la fe, ya que aseguran una exposición más precisa de la misma y garantizan un rico patrimonio común doctrinal, cultural y lingüístico. El conocimiento y asimilación de los lenguajes de la fe es condición indispensable para vivir esa misma fe. Es necesario, sin embargo, que tales fórmulas propuestas como síntesis después de una previa explicación, sean fieles al mensaje cristiano. Entran ahí algunas fórmulas y textos mayores de la Biblia, del dogma, de la liturgia, y las oraciones bien conocidas de la tradición cristiana (Símbolo apostólico, Padre Nuestro, Ave María...).
Estas flores, por así decir, de la fe y de la piedad no brotan en los espacios desérticos de una catequesis sin memoria. Lo esencial es que los textos memorizados sean interiorizados, para que sean fuente de vida cristiana personal y comunitaria.
b. Con mayor profundidad aún, el aprendizaje de las fórmulas de la fe y su profesión creyente se han de comprender en el cauce del ejercicio tradicional y válido de la traditio y redditio, gracias al cual, a la entrega de la fe en la catequesis (traditio) corresponde la respuesta del hombre a lo largo del camino catequético y después en la vida (redittio). Este proceso favorece una mejor participación en la verdad recibida. Es cabal y madura la respuesta personal que respeta plenamente el sentido genuino del mensaje de la fe y da muestras de haber comprendido el lenguaje empleado para transmitirlo (bíblico, litúrgico, doctrinal...).
Ningún método, por experimentado que sea, libra al catequista del trabajo personal en ninguna de las fases del proceso de la catequesis.
El carisma recibido del Espíritu, una sólida espiritualidad, y un testimonio transparente de vida cristiana en el catequista constituyen el alma de todo método; y sus cualidades humanas y cristianas son indispensables para garantizar el uso correcto de los textos y de otros instrumentos de trabajo.
El catequista es esencialmente un mediador que facilita la comunicación entre las personas y el misterio de Dios, así como la de los hombres entre sí y con la comunidad. Por ello ha de esforzarse para que su formación cultural, su condición social y su estilo de vida no sean obstáculo al camino de la fe, aún más, ha de ser capaz de crear condiciones favorables para que el mensaje cristiano sea buscado, acogido y profundizado.
El catequista no debe olvidar que la adhesión de fe de los catequizandos es fruto e la gracia y de la libertad, y por eso procura que su actividad catequética esté siempre sostenida por la fe en el Espíritu Santo y por la oración.
Finalmente, tiene una importancia esencial la relación personal del catequista con el catecúmeno y el catequizando. Esa relación se nutre de ardor educativo, de aguda creatividad, de adaptación, así como de respeto a la libertad y a la maduración de las personas.
Gracias a una labor de sabio acompañamiento, el catequista realiza un servicio de los más valiosos a la catequesis: ayudar a los catequizandos a discernir la vocación a la que Dios los llama.
H. La actividad y creatividad de los catequizandos.
La participación activa en el proceso formativo de los catequizandos está en plena conformidad, no sólo con una comunicación humana verdadera, sino especialmente con la economía de la revelación y la salvación. De hecho, en la vida cristiana ordinaria, los creyentes están llamados a dar respuesta activa, personalmente y en grupo, al don de Dios por medio de la oración, la participación de los sacramentos y en las demás acciones litúrgicas, el compromiso eclesial y social, el ejercicio de la caridad, la promoción de los grandes valores humanos, como la libertad, la justicia, la paz, y la salvaguardia de la creación.
En la catequesis, por tanto, los catequizandos asumen el compromiso de ejercitarse en la actividad de la fe, de la esperanza y de la caridad, de adquirir la capacidad y la rectitud de juicio, de fortalecer su decisión personal de conversión y de práctica de la vida cristiana.
Los catequizandos, sobre todo cuando son adultos, pueden contribuir con eficacia al desarrollo de la catequesis, indicando los diversos modos para comprender y expresar eficazmente el mensaje, tales como: aprender haciendo, hacer uso del estudio y del diálogo, intercambiar y confrontar diversos puntos de vista.
I. Comunidad, persona y catequesis.
La pedagogía catequética es eficaz en la medida en la que la comunidad cristiana se convierte en referencia concreta y ejemplar para el itinerario de fe de cada uno. Esto sucede si la comunidad se concibe como fuente, lugar y meta de la catequesis. En concreto, la comunidad viene a ser lugar visible del testimonio de la fe, cuida la formación de sus miembros, les acoge como familia de Dios, constituyéndose en ambiente vital y permanente del crecimiento de la fe.
Junto al anuncio del Evangelio de forma pública y colectiva, será siempre indispensable la relación de persona a persona, a ejemplo de Jesús y de los Apóstoles. De ese modo la conciencia personal se implica más fácilmente; el don de la fe, como es propio de la acción del Espíritu Santo, llega de viviente a viviente, y la fuerza de persuasión se hace más incisiva.
J. Aplicaciones del método deductivo:
El método deductivo inicia de las verdades y principios más generales para aterrizar en las aplicaciones más inmediatas. Este método sigue muy de cerca el principio de que la catequesis debe presentar sistemáticamente el mensaje básico de la fe. Pero no vamos a mostrar ahora sus ventajas e inconvenientes. Solamente explicaremos cómo funciona. Este método es más expositivo. Por lo tanto, utiliza principalmente la palabra, sea hablada o escrita. Las aplicaciones más comunes son:
El catequista debe decir, al inicio, sobre qué tema va a hacer su exposición, parda que todos los asistentes concentren su atención en el punto a tratar.
Las conferencias o pláticas deben iniciarse explicando una verdad muy fundamental, sobre la que se construirá toda la exposición. Por ejemplo, si se trata el sacramento de la Unción de los Enfermos, se iniciaría con una definición de sacramento; después, de definiría lo que unción; y después, con lo que es enfermo. Así se iría avanzando desde los cimientos más básicos hasta la construcción de todo el edificio.
Las exposiciones deben estar muy cargadas de emotividad. Quien sea muy seco o teórico, tendrá que superarse mediante buenos tonos de voz y muchas llamadas al corazón.
4.Es muy útil disponer de muchas frases de hombres célebres y de anécdotas llamativas que salpiquen de estímulo toda la exposición. Es fácil encontrar libros al respecto en cualquier librería.
El catequista debe cuidar mucho sus gestos y sus expresiones de expositor. Quienes reciben su catequesis tienen que seguir muy de cerca el hilo de su exposición. De lo contrario, no comprenderían todo el conjunto de su explicación. Es como si perdieran un eslabón de toda la cadena. Y, cómo dependen tanto de él, se distraerían con cualquier detalle de su mal peinado, una palabra de doble sentido o una tos inoportuna. Para lograrlo es muy oportuno verse filmado en una videogradora o ser juzgado por otros catequistas amigos que sugieran lo que podemos mejorar en nuestra forma de exponer.
Es muy importante explicar el paso de un punto a otro de la exposición, para asegurar que todos comprenden el avance del tema. Por ejemplo, conviene expresar: "Ya hemos explicado lo que es sacramento porque la Unción de los enfermos tiene puntos comunes con todos los sacramentos. Pero ahora debemos explicar qué tiene de particular. Y, por eso, explicaremos ahora qué es una unción".
Para quienes utilizan el método deductivo es muy conveniente que entreguen por escrito o escriban en el pizarrón los puntos principales del esquema que van a explicar.
Es muy necesario, para aprovechar el método deductivo, que se haga un resumen de los puntos principales y sus aplicaciones al final de la sesión.
Nunca puede faltar un tiempo de preguntas al final de la catequesis.
K. Aplicaciones del método inductivo:
El método parte de las cosas concretas e inmediatas para llegar a las más generales y elevadas. Es proceso contrario al deductivo, que iba de lo más general a lo inmediato. El método inductivo suele ser más participativo, es decir, exige que quienes asisten a la catequesis participen con sus aportaciones y opiniones. Este método aplica el principio catequético de que la mejor catequesis es la que relaciona el contenido de la fe con la experiencia del destinatario. Nuestras sugerencias son:
1.Como el método inductivo es una búsqueda, no conviene decir qué tema va a tratarse en la sesión de catequesis. Parecer que es perder fuerza. Es lo contrario. Es hacer despertar en los catecúmenos la disposición de búsqueda. ¿Cómo iniciar, si no se dice de qué se va a tratar la sesión? Expondremos varias formas a continuación.
2.Es muy útil narrar varios hechos de la actualidad que hacen resaltar el tema y los objetivos que desean tratarse. Cuando los hechos seleccionados son verdaderamente significativos y con mucha carga humana, resaltan el mensaje que deseamos transmitir y facilitan la motivación con sólo narrarlos.
3.El catequista debe seleccionar los hechos de actualidad de las noticias en los periódicos, revistas, comentarios de conversaciones, etc. Así obtendrá hechos que captan la atención de los destinatarios. Cada catequista, pues, recibirá mucha ayuda si va recortando y guardando las informaciones interesantes que encuentra. No importa que pasen los años. Lo que importa es que los hechos sean atractivos y con mucha carga humana. Puede ser muy útil pegar los recortes de periódico en un cuaderno y escribir, en la parte superior de la página, para qué tema o finalidad son convenientes. Si el catequista ha vivido el hecho personalmente o alguien se lo ha narrado, puede resumirlo con sus propias palabras en su cuaderno de hechos.
4.Tanto para iniciar como para avanzar en el tema, es útil narrar una anécdota. Este recurso puede utilizarse, procurando que la anécdota tenga gran relación con el tema. Es muy importante esta relación, de lo contrario, pasada la satisfacción producida por la narración de la anécdota, regresamos al punto de partida: tener que comenzar la presentación del tema. Pero, si la anécdota tiene fuerte relación con el tema, produce reacciones de inquietud e interés en el destinatario, al ver reflejada su vida en la narración escuchada. De este modo, la anécdota casi funciona como caso de vida, a la vez que presenta el tema y atrae la atención del oyente.
5.Palabra clave: Consiste en que los destinatarios escriban una sola palabra en una cartulina con un plumón grueso, con el objeto de que sea legible a distancia por todos los asistentes a la sesión. Es especialmente útil para iniciar el trabajo con grupos masivos.
Se realiza de la siguiente manera. Los destinatarios se subdividen en grupos pequeños. Y eligen la palabra que resuma el trabajo indicado por el educador. Deben elegir la palabra por unanimidad. De este modo, todos participan, reflexionan y presentando un panorama claro de sus conocimientos o actitudes ante el contenido o finalidad del acto educativo. Después, todos los grupos colocan su cartulina en un lugar visible, de modo que se pueden leer todas las palabras seleccionadas. El catequista comenta con los destinatarios cuáles son las palabras más elegidas, cuáles son parecidas, etc.
Ejemplificando:
En una conferencia de preparación a la confirmación, ante ciento veinte papás y padrinos, se formaron catorce grupos de personas. Sólo uno respondió a la pregunta ¿Quién es la persona más importante en la confirmación?" con la palabra "Dios". Y hubo tres grupos que respondieron con la palabra "Padrino". "El conferencista tuvo muchas sugerencias para informar y motivar, a quienes asistían a esa conferencia, comentando simplemente cómo Dios es más importante que los padrinos o que el obispo, o que los mimos jovencitos que reciben el sacramento.
El panel consiste en elegir un número de especialistas sobre el tema. Cada uno expone una parte, según el ángulo de su especialidad. Ayuda mucho a ofrecer una visión amplia del contenido y una carga mayor de testimonio, según los diferentes puntos de vista de los expositores.
Es necesario presentar primero a los especialistas, no como una rutina, sino como una aclaración para que los destinatarios perciban la angulación desde laque hablar cada expositor. También puede pedirse a los destinatarios que intervengan una vez terminadas las exposiciones de los expertos. Puede hacerse mediante preguntas directas de cada oyente a los expertos o a través de fichas en las que se escriben las preguntas y un moderador va poniendo en orden y presentándolas a los expositores.
El análisis de textos consiste en ofrecer unos escritos a los destinatarios, sean iguales para todos o diferentes. Para que el recurso sea eficaz, debe encauzarse bien el trabajo de los alumnos, mediante preguntas claras y convenientes que permitan sacar buen fruto a los destinatarios. Ayuda mucho que todos los destinatarios dispongan de una copia personal de los textos, a fin de evitar distracciones y no dificultar el ritmo de lectura o reflexión de cada uno.
Este recurso requiere que los textos sean fuertemente atractivos y sólidos de fundamento. De lo contrario, caeremos fácilmente en una discusión superficial o haríamos pesado el trabajo, facilitando la distracción de los destinatarios. Es un medio especialmente útil para introducir a los alumnos en el contacto directo con las fuentes de la revelación y facilitarles un crecimiento espiritual.
Un curso bien armado sobre la Iglesia presentaba todos los temas y problemas complementados con lecturas de la Biblia, los Santos Padres, de los Concilios y con escritos de santos y grandes místicos. Se percibía la sensación de ver correr la sangre viva de toda la Iglesia entre las hojas del libro. Quien lo leía, recibía el sólido alimento de la revelación basada directamente en la tradición, en la escritura y en el magisterio. El curso exigía acercarse a los escritos de la historia y no a simples ideas de un historiador.
Evaluar opiniones es una técnica parecida al análisis de textos. Sólo que, en este caso, conviene seleccionar escritos (normalmente simples frases) de autores con opiniones contrarias. Este recurso enseña al destinatario distinguir la verdad del error.
Es necesario preparar buenas preguntas que faciliten el análisis de las diversas opiniones. Exige, para su mejor aprovechamiento, preparar todas las opiniones por escrito. El trabajo de los destinatarios puede ser comentar las frases o responder con simples si-no. Después, se pueden comparar los números de quiénes respondieron sí con los que dieron una respuesta negativa y explicar por qué cada opinión es correcta o por qué no lo es. Esta técnica la analizaremos cuando hablemos del verdadero-falso.
El análisis de casos: Consiste en analizar las causas, las repercusiones, los valores o antivalores y las consecuencias contenidas en un hecho de la vida, que ayude a aclarar conceptos o a reforzar motivaciones mediante el estudio en grupo.
En análisis de casos puede realizarse con uno o con varios casos. Tratándose de un solo caso, el método consiste en analizar ordenadamente los diversos aspectos que contiene el hecho de vida propuesto.
Con varios casos, el trabajo procede comparando las diferencias de los casos, viendo sus puntos comunes o sumando la fuerza que hay entre ellos.
El análisis de casos es más eficaz con grupos reducidos, pues exige una intercomunicación total de las personas. Es una gran ayuda para un análisis profundo. Con grupos masivos, puede hacerse si todos los participantes tienen fácil acceso a los datos (por ejemplo, disponiendo cada uno de una copia o teniéndolos a la vista en una pantalla o pizarrón); que puedan participar activamente (por ejemplo, dividiéndolos en pequeños grupos o respondiendo por escrito en un cuestionario, etc.); pero siempre tiene menos posibilidades de profundización que en el grupo reducido.
Con grupos pasivos, en una homilía por ejemplo, se puede aprovechar este recurso mediante la presentación de los datos por el educador y exigiendo a los destinatarios que reflexionen antes de exponerles la solución.
La fuerza del análisis de casos radica en la relación que hay entre los contenidos y los mecanismos de motivación presentes en los casos tomados de la vida misma. Aparentemente un caso no es toda la vida. Y parecería que es un análisis muy pequeño y sin gran valor ante nuestra vida tan compleja y variada. Pero, en realidad, cada caso de la vida real es a la vez fragmentario y también muy significativo. Cada caso de la vida real nos llama la atención sobre situaciones semejantes y los principios que dirigen nuestra historia cristiana y que dan luz y estímulo a otras situaciones de la vida, más allá de las simplemente presentadas en el caso o en los casos seleccionados.
Los casos pueden ser propuestos por los destinatarios o por el mismo catequista. Es necesario que los casos sean votados y elegidos por los alumnos, en el caso de que sean propuestos por los destinatarios
Para un buen análisis de casos son básicos estos elementos:
1. Representatividad: El caso debe ser cercano, representativo de la vida de los destinatarios. Así provoca un gran interés y dedicación de los alumnos por analizarlo y aprovecharlo. Si no toca directamente la vida de quienes lo tienen que analizar, el resultado es la apatía y el formulismo en las intervenciones. Ayuda mucho, para valorar la representatividad del caso o casos elegidos, preguntar a los destinatarios: ¿Conocen otros casos que se parezcan a éste? ¿Representa este caso una situación muy importante en nuestra vida diaria o no? ¿Es común encontrar casos como éste en nuestro medio social?
2. Sencillez: Los casos muy complejos y rebuscados no suelen tocar nuestra vida. Y, provocan tanta variedad de análisis, que desvían la atención de los destinatarios sobre excesivos aspectos. Es mejor un caso que dibuje fuertemente un solo aspecto de la vida.
Tratar de analizar, por ejemplo, el significado y contenido de un atentado al Papa, puede parecer fascinante pero, en definitiva, es un caso muy complejo y distante de la vida de quienes vivimos fuera de los muros vaticanos. Pero, si analizamos cómo reaccionaron nuestras amistades ante el atentado contra el Papa, es posible que encontremos enseñanzas y motivaciones más sencillas y profundas.
3. Emotividad: Los hechos con carga emotiva y estética producen más impacto a la sensibilidad de los destinatarios que los casos de estudio o "temas interesantes". Además, incitan a mayor reflexión e interés. Conviene no confundir emotividad con espectacularidad. La emotividad es la carga emocional que nace de los elementos hermosos, de los elementos dramáticos, de los elementos asombrosos o de los llenos de inocencia. No nace de los hechos desgarradores o escandalosos causados por la brutalidad o malicia del ser humano. Nos provoca más emotividad y reflexión el gesto caritativo de un vendedor de periódicos que colabora con el seminario, mediante una pequeña suma de dinero, que el heroísmo de un deportista salvando a un niño de ahogarse en un río.
Una vez seleccionado el hecho de vida, conviene que los destinatarios propongan otros hechos iluminadores del hecho elegido. Es decir, los destinatarios deben aportar otros casos conocidos de su vida diaria que se asemejen al propuesto. De este modo, el hecho a tratar resulta más cercano, más representativo y más interesante para los participantes. Frecuentemente el educador selecciona un hecho con mucho esfuerzo y comprueba que los destinatarios aportan otros hechos muchos más sencillos y poco impactantes, pero... que son los hechos reales que tocan su vida, y suscitan más reflexión estudio.
El análisis de casos tiene gran fuerza motivadora porque enfrenta al destinatario con los temas de un modo vivencial. Y toca, casi físicamente, su propia historia. Es una ayuda para aclarar criterios, porque exige al destinatario encontrar los "porqués" de los problemas planteados. También permite definir conceptos básicos, pues requiere de ideas claras para analizar bien cada situación.
Cuando un análisis de casos va acompañado de un punto de referencia como patrón (por ejemplo la Biblia o un discurso del Papa), se convierte en un estímulo para descubrir la vertiente práctica del propio credo.
Lógicamente, del análisis de casos no es el más aconsejable en todas las situaciones. Muchos piensan que es muy útil para el estudio de la ética, puesto que el análisis de casos éticos refleja la vida práctica. No es tan claro. El análisis de casos no favorece el método deductivo y fragmenta un poco la realidad. Es un método inductivo que ayuda a profundizar sobre la vida real y a provocar más interés en el destinatario. Por eso, aplicado a la ética, no favorece el estudio sistemático de los principios éticos y puede fomentar una visión casuística de la moral.
De todos modos, el método de análisis de casos sirve para quienes tienen una estructura ética mental básica y bien fundamentada. Pero, para quienes no disponen de esta estructura sólida (que son la mayoría), favorece solamente discusiones interminables, sin bases sólidas y respuestas casuísticas poco útiles en la gran variedad de la problemática moral. Ocasionalmente puede hacerse, en el estudio de la moral, algún análisis de casos para iniciar un estudio. Pero es poco recomendable.
Sin embargo, es muy conveniente, en el estudio de la moral, usar este recurso para aplicar y estudiar el alcance de los principios ya estudiados. Si, por ejemplo, ponemos a discutir a un grupo de señoras jóvenes, sobre un caso del uso de anticonceptivos artificiales, para explicar los principios morales que rigen dicho caso, es muy probable que después de cuatro horas de discusión todavía estemos lejos de la respuesta final. Pero, si una vez estudiados dichos principios, preguntamos a las mismas señoras, Cuál principio moral fundamenta que tal caso de anticonceptivos artificiales se juzgue negativamente, estamos favoreciendo el estudio de dicho principio con análisis de un caso. Nótese que ya damos la respuesta moral al caso (´negativamente´ en este ejemplo) y, sólo después, pedimos a los destinatarios que expongan el principio que ayuda a fundamentar tal respuesta.
Una modalidad del análisis de casos o del análisis de textos, es el recurso verdadero-falso. Consiste en presentar a los destinatarios un conjunto de frases o hechos para que determinen cual es verdadero o falso, según un criterio bien fijado. El resultado puede obtenerse por votación entre los destinatarios, por unanimidad o por mayoría, según prevalezca el criterio del estudio o del diálogo para obtener un acuerdo. Este recurso favorece mucho la participación e interrelación de los alumnos entre sí, pues necesitan compartir sus opiniones antes de llegar a una conclusión.
También se puede hacer escribiendo las diversas propuestas en un pizarrón o cartulina grande, sobre la que los destinatarios, uno por uno, pasan a subrayar una propuesta o a tacharla o a añadirle un signo que exprese aceptación o rechazo. Este recurso tiene la característica de provocar más compromiso en quien emite su opinión, pues al borrar o subrayar algo está casi ´físicamente´ hiriendo o ensalzando a quien hizo la propuesta. Además ofrece una presentación visual de la conclusión.
El verdadero-falso puede realizarse también con algún material de apoyo como punto de referencia. Por ejemplo, se pide resolver un conjunto de frases o de casos con unos textos evangélicos o de otros autores como criterio, para aceptar o rechazar las afirmaciones presentadas.
Otra forma de método inductivo es la catequesis del icono. Podríamos introducir este recurso dentro de la categoría de métodos audiovisuales. Pero deseamos colocarla aquí por su fuerza inductiva de búsqueda y descubrimiento. La catequesis del icono parte de una imagen con especial sentido religioso. Pensemos en la imagen de la Virgen de Guadalupe. Esta catequesis procede explicando el sentido de cada signo presente en la imagen y haciendo la aplicación a la vida cristiana de los destinatarios.
Por ejemplo, podemos iniciar nuestra catequesis del icono sobre la Virgen de Guadalupe llamando la atención sobres sus manos. Podemos subrayar que están unidas para rezar por nosotros. Podemos pasar después a observar sus ojos, que miran hacia abajo, hacia nosotros sus hijos. Podemos seguir observando los rayos de sol que la rodean, para descubrir que ella está toda penetrada de la gracia de Dios y quiere enriquecernos con ella. Podemos ver que tiene una cinta negra para significar que est embarazada, que lleva a Cristo Dios en su seno y desea que le recibamos...
Conviene recordar, casi como conclusión, que el método inductivo, sin embargo, no es un simple recurso para iniciar y hacer atractivo un tema. Es todo un proceso del catecúmeno para llegar a percibir y personalizar el mensaje de la fe. Dicho de otro modo, es un recorrido para descubrir personalmente lo que Dios propone. Por eso, una buena aplicación del método inductivo introduce al destinatario en un recorrido que concluir en una mejor visión y aceptación de la fe cristiana.
El método inductivo logra este recorrido de acercamiento a la verdad y al misterio de Dios con estos medios:
a. Es muy conveniente la participación de los destinatarios con aportaciones de casos experimentados en la propia vida que iluminan o son semejantes al tema tratado. De este modo, el catecúmeno se siente más implicado e inmerso en el tema, y se ocupa más por encontrar las respuestas de la fe a sus inquietudes y planteamientos.
b. También ayuda a tener un proceso inductivo eficaz centrar la atención en un sólo tema. Los catequistas caen comúnmente en la trampa de tratar o incluir varios temas en cada lección. Por ejemplo, se va a explicar el amor de Dios, pero se acaba mezclándolo con la pasión de Cristo, la redención del pecado y la fidelidad de Dios a sus promesas. Nos parece inevitable tocar estos elementos básicos para descubrir el amor verdadero de Dios. Puede ser. Pero el catequista debe hacer un esfuerzo constante para no entrar en otros temas, aún cercanos. Puede hacer referencia a los otros temas. Pero no los explicar. Y, si alguien le pide más aclaraciones, responder: "Eso lo ampliaremos otro día". Porque, si es difícil explicar un tema ¡cuánto más difícil será explicar tres!.
L. Aplicaciones del método activo:
El método activo es un proceso de descubrimiento en donde el destinatario busca la solución con la ayuda del catequista. En realidad, es una forma diferente al método inductivo. Pues todo proceso inductivo tiene que exigir mucha acción al catecúmeno. De todos modos, conviene que lo diferenciemos para resaltar sus ventajas: El método inductivo es partir de cosas pequeñas para llegar a lo más general. Puede utilizarse haciendo participar a los destinatarios o aunque sólo hable el catequista a un grupo silencioso. El método activo no. Veámoslo.
En el método activo, el catequista dedica su mayor esfuerzo en hacer trabajar a los destinatarios. Debe hacerlo mediante un proceso bien preparado. De lo contrario, los catecúmenos se pueden perder y distraer sin mayor aprovechamiento. Pero un buen método activo permite al destinatario enriquecerse con vivencias fuertes y experiencias de gran utilidad para asimilar el mensaje de Cristo a nivel profundo. Porque la catequesis participativa es más eficaz. Puede lograrse con estas técnicas:
Un recurso propio de gran utilidad en el método activo es utilizar preguntas y respuestas. El catequista puede usarlo igualmente con grupos reducidos o con grupos masivos, aunque deber cambiar la técnica según estas diferencias.
Para aprovechar al máximo el recurso de preguntas y respuestas en grupo reducido, conviene realizarlo siguiendo estos pasos:
1º. Poseer un claro esquema de las ideas que se van a tratar en la sesión. Es decir, el catequista debe tener muy bien asimilado el esqueleto que estructura la sesión. Estos puntos esenciales no deben ser muchos, a lo sumo tres o cuatro. Conviene también que el catequista tenga bien definido su objetivo moral y su objetivo doctrinal. Sólo así podrá llevar cómoda y eficazmente una sesión con mucha participación de los alumnos; sólo así podrá obtener gran claridad de ideas entre ellos y fuerte motivación. Por ejemplo, si la sesión pretende obtener la conversión del corazón de los destinatarios y explicarles qué es la cuaresma, el esquema básico podría ser:
A. La cuaresma es una oportunidad.
B. La cuaresma es una oportunidad de conversión.
C. Puedo aceptar o rechazar esta oportunidad de conversión.
Es claro que el esquema ofrecido exige más explicaciones. Pero, substancialmente, cualquier discusión o pregunta que aparezca durante la sesión deber referirse a uno de estos tres puntos y, consecuentemente, podrá encuadrarse de inmediato dentro del esquema. En este caso, el catequista responderá o aplazará la respuesta si se tratar en un momento más adelantado de la clase o la excuirá si no se refiere al tema. Pero, si el catequista no tiene muy claro su esquema, ¿cómo puede saber si debe responder la pregunta, aplazarla o rechazarla de plano?
2º. Con un esquema claro y básico, el educador busca una o varias preguntas para cada punto del esquema. Cada una de las preguntas que prepare debe exigir al alumno la aclaración de alguna idea, el descubrimiento de alguno de los fundamentos del tema o la motivación para poner en práctica dicho punto.
Por ejemplo, para provocar la aclaración de alguna idea sobre el tema de la cuaresma que hemos expuesto arriba, podríamos preguntar: ¿Qué es la cuaresma?. Los alumnos deben definir la idea entre todos con la mejor exactitud posible. Parece una tarea simple. Y lo es. Pero su esfuerzo los introduce en el tema y los activa para trabajar mejor.
Y, siguiendo con el mismo ejemplo, si queremos estudiar el fundamento del segundo punto expuesto sobre la cuaresma, se podría preguntar a los destinatarios:¿Todos los cristianos debemos convertirnos o sólo los que son grandes pecadores?. ¿Por qué?.
Y para descubrir la relación del tercer punto con la vida de todos los días y sus repercusiones prácticas o interiores, podemos preguntar: ¿Cuál es el mayor fruto de una buena conversión?.
Buscar una buena pregunta no es fruto de la imaginación o de la retórica. Es fruto del conocimiento que tenga el catequista de los destinatarios y de la finalidad de su sesión. Porque en la medida que el catequista conoce a los destinatarios y su objetivo, puede elegir la pregunta que mejor corresponda a las interrogantes e inquietudes de sus alumnos. Y, además, estar bien seleccionada para lograr su objetivo. De lo contrario, hay el riesgo, muy común, de plantear una pregunta muy interesante para el educador, pero que no interese profundamente a sus destinatarios. O hay también el riesgo de que la pregunta desvíe la atención de los destinatarios hacia un objetivo diferente del que tiene la sesión.
Las preguntas deben ser claras y no genéricas. En una junta de análisis que hubo en un equipo parroquial, el responsable de la comunidad eclesial de base quiso usar el recurso de preguntas y respuestas. Y, muy decidido, cuestionó: "¿Cuál es la situación del apostolado con los entre los miembros de nuestra comunidad?". Pensaba que así estaba logrando evitar temas muy amplios como la preparación de la fiesta patronal, la administración de la parroquia, etc. El resultado fue que, a los cuarenta minutos de reunión, un participante dijo: "¿Por qué eligen temas tan amplios en reuniones de tan sólo cuarenta y cinco minutos?".
Por eso, para formular preguntas claras y no genéricas, sugerimos hacerlas de la siguiente manera:
1. ¿Qué es más importante para...?: Así hablamos sólo de una cosa, la más importante. Aunque tratemos de muchas cosas, en realidad, sólo nos interesa una: la más importante. Este tipo de preguntas podemos hacerlas para tratar sobre medios, objetivos, problemas, dificultades, etc.
2. ¿Qué es lo que más sirve para...? ¿Qué es lo que menos conviene para...?: Así comparamos varias cosas de un mismo punto. Pero, como en el caso anterior, la mente de todos los destinatarios se concentra en una sola respuesta.
3. Narrar experiencias: ¿Qué recuerdan Ustedes como desaconsejable, útil, conveniente, para... según lo han experimentado en su vida? Esta pregunta facilita relacionar mucho los temas de la catequesis con la vida de todos los días.
4. ¿Qué añadirían Ustedes o que quitarían al tema que se hemos presentado?: Parecería que esta pregunta es muy amplia. No lo es. Porque los destinatarios no suelen añadir o quitar muchas cosas. Pero ayuda mucho a descubrir nuevas propuestas de quienes escuchan.
5. Dar opiniones: ¿Qué piensa la gente común sobre...? o ¿Qué piensa la Iglesia sobre...? Las diversas opiniones, en este caso, son una ayuda muy útil para corregir errores o encontrar muy buenas explicaciones sobre temas difíciles.
3º. Una vez que ha sido definido el esquema básico del contenido de la sesión y están preparadas las preguntas, hay un recurso más: hacer dudar al alumno de su respuesta. No se pretende introducir dudas en el corazón del alumno con este recurso. Se trata de provocar que busque el fundamento de lo que expresa. Muchas veces, los jóvenes y adultos están convencidos de lo que creen. Pero no siempre saben por qué creen. Hacerles dudar provoca además que deseen saber la verdadera respuesta. Y así se refuerza más la verdadera explicación de los temas.
Es claro que este método no sería aconsejable para menores de edad, pues les llenaría de dudas. Pero a los jóvenes y adultos, les exige y facilita fortalecer sus convicciones y valores. El catequista, para lograrlo, sólo tiene que preguntar al alumno que haya respondido bien a una cuestión de fe con aire de escepticismo o con un tono muy natural: "¿Seguro?" o "¿Por qué?" "¿En dónde está escrito?". Y, cuando han expuesto la razón, incluso convincente, el catequista añade: "No me convence. Si yo fuera ateo nunca creería con una razón así". El alumno procurar entonces aclarar su posición. Incluso otros alumnos añadirán explicaciones. Hemos logrado nuestro objetivo: que los destinatarios expresen y aclaren los fundamentos de sus convicciones.
Cuando los alumnos no saben responder a una pregunta o exponen conceptos demasiado equivocados, conviene no seguir mucho con más preguntas: han llegado a un callejón sin salida. El catequista debe explicar entonces la verdadera respuesta y aclarar las razones de las expresiones no correctas.
4º. El sistema de preguntas y respuestas alcanza su máxima eficacia cuando la pregunta es muy rica en aspectos y puntos del tema de la sesión. Una pregunta así plantea cuestiones a casi todos los puntos de la sesión. Por ejemplo, siguiendo con nuestro anterior ejemplo, el catequista podría preguntar: "¿Aprovechan hoy los católicos la cuaresma para convertirse en su interior?". La pregunta exige que los alumnos tengan que explicar los conceptos de aprovechamiento y de cuaresma; requiere que se digan las razones de por qué sí y por qué no se aprovecha; y relaciona directamente el tema con la vida real de los católicos actuales, sean los presentes en la sesión o los ausentes. El catequista, pues, pedir oportunamente la aclaración de estos diversos aspectos a los alumnos, si es que no surgen en el diálogo normal.
Esta técnica provoca, a veces, que no se siga el orden lógico de los puntos principales que tiene el esquema preparado por el catequista. No importa. Lo que nos interesa es que los destinatarios asimilen y se motiven sobre el tema de la sesión. Si el grupo lo hace en un orden diverso del previsto por el catequista ¿no da lo mismo? ¿No es acaso un orden más natural por haber surgido espontáneamente? El mejor orden y el más lógico no es siempre el pensado por el catequista... Por eso, el catequista debe tener bien grabado en su mente el esquema básico del contenido que va a tratar; debe haber precisado las preguntas que va a hacer; y no debe permitir a sus alumnos desviarse en temas periféricos que les hagan olvidar los puntos fundamentales. ¿Cómo? Con buenas y oportunas preguntas... Incluso, cuando se desvían del tema, una sencilla pregunta, o la misma expuesta al principio, volverá las aguas al cauce.
El catequista debe guardar la solución hasta el momento de más atención de sus destinatarios. Pero debe exponerla si llegan a un callejón sin salida. El destinatario necesita apoyo cuando ya no puede aportar más luz a sus dudas. Eso sí, el catequista debe evitar poner demasiados problemas a sus catecúmenos, pues les crearía más confusión que ayuda. Este escollo se evita concentrando el proceso de descubrimiento sobre una sola cuestión. Es normal que, durante la sesión, aparezcan otras dudas y temas. El catequista, cuando aparezcan dar la respuesta precisa a cada cuestión, seda en ese momento o al finalizar el tema. Pero toda duda debe resolverse.
El método activo presenta sugerencias muy útiles, tanto en materia de explicación para alcanzar el objetivo doctrinal como para reforzar el objetivo vital. Un ejemplo lo tenemos en sugerir que los mismos destinatarios hagan las aplicaciones prácticas como si fueran las conclusiones de una sesión. No quiere decir esto que sólo son válidas las conclusiones propuestas por los mismos catecúmenos. Muchas veces el catequista sentirá que hay aplicaciones más profundas e importantes. Pero no importa. Igual que los destinatarios han hecho sus propuestas, también el catequista puede hacer las suyas.
El modo de realizar esta técnica es muy sencillo. Se trata de que, en vez de decir a los destinatarios lo que deben hacer en su vida para vivir mejor el tema tratado, conviene que ellos mismos propongan lo que tienen que hacer y lo que no tienen que hacer. Así se involucrarán más en el tema y harán propuestas que ni el mismo catequista podría encontrar.
Incluso, como parte del método activo, puede preguntar a los catecúmenos qué opinan de sus propuestas. A veces, encontrará reacciones desconcertantes en ellos. Pero ser un camino excelente para descubrir sus actitudes y modos de enfocar la vida. Habrá logrado conocer elementos de primera importancia para poder modelar mejor su alma conforme a los valores del Evangelio.
El método activo nos descubre así un riesgo que debe superar catequista para no ser demasiado expositivo: que haga buenas propuestas... para ‘l, pero no para sus destinatarios. El método activo permite, pues, descubrir y abrir horizontes más apegados al nivel de los catecúmenos.
Parecería fuera de lugar y una pérdida de tiempo hacer trabajar a grupos de cien a ciento cincuenta personas. La experiencia enseña que es muy fácil y provechoso. Por eso, en los grupos masivos es muy útil recurrir al procedimiento del Phillips 66 para hacerles participar con suficiente aprovechamiento. Este recurso se realiza dividendo a todos los participantes en pequeños equipos de seis miembros y deben trabajar durante seis minutos. Puede haber elasticidad haciendo equipos con cuatro o cinco de miembros que trabajen durante los cuatro o cinco minutos correspondientes, según lo exijan las circunstancias. Pero conviene no superar el número de seis, pues es la mejor manera de que todos puedan participar.
Este recurso es muy útil para no tratar a las personas desde nuestro punto de vista. Un catequista invitado a dar una conferencia, no siempre sabe qué bases tienen los asistentes, su grado de preparación, el interés real o la presión con que se les ha hecho asistir y llegan con actitud impermeable. Así se evita el grave riesgo de hacer una exposición con una finalidad equivocada, aunque justa. Es el caso del orador que presenta una exposición muy motivante, cuando los destinatarios necesitaban y esperaban información!.
En una conferencia muy promovida de un especialista, predominó el número de oyentes descontentos o, más bien, insatisfechos. ¿Cuál era la causa? Simplemente, la diversa intencionalidad del expositor y de los oyentes. El especialista planteó la situación interior de la Iglesia y los oyentes esperaban escuchar soluciones a conflictos exteriores. Se hubiera arreglado si el conferencista, antes de comenzar, hubiera sondeado con alguna pregunta a los oyentes sobre cuáles eran sus expectativas ante esa conferencia. Podríamos pensar que no puede cambiarse la temática y preparación de una conferencia simplemente porque una o varias personas expongan una inquietud particular. De acuerdo. Pero podemos encauzar la conferencia, sus aplicaciones o sólo unos ejemplos, dentro del esquema ya preparado, para responder a las inquietudes reales de los asistentes.
De este modo, satisfacemos las aspiraciones de los destinatarios añadiéndolas al contenido previsto.
También suscita interés iniciar con una mesa redonda. Pero la polémica en mesas redondas, que nunca llegan a una conclusión clara y productiva, es nociva como método educativo. Es mejor que el catequista, si surgen discrepancias profundas, deje abierta la polémica y busque el acuerdo y el trabajo de los alumnos en aquello que es común.
Una mesa redonda tiene por finalidad aportar ideas y sugerencias entre los diversos alumnos sobre un tema. Pero nunca debe ser un enfrentamiento de opiniones opuestas, con tomas de posición difícilmente modificables en unos pocos minutos. Es obvio que la mesa redonda es también muy útil para resolver conjuntamente un problema o una inquietud. Pero nunca debe aumentar las distancias y opiniones entre los miembros de un grupo. La impresión que producen ciertas mesas redondas de programas televisivos o radiofónicos, entre personas de diferente ideología, suele ser que dejan las cosas como antes, con la imagen de alguno de los participantes algo golpeada. La sensación en los espectadores es la de no haber aclarado con precisión los problemas.
El canto constituye un recurso muy útil porque hace participar con mucha fuerza emotiva a los destinatarios. También transmite mensajes. Y tiene la ventaja que permite reavivar la experiencia de la catequesis cuando el cristiano vuelve a cantar, en comunidad o en solitario, el canto aprendido.
La dificultad mayor del canto es que exige al catequista tener un mínimo de capacidades para cantar. Si tiene el oído desajustado... mejor deje este recurso para los dotados. De todos modos, siempre hay la posibilidad que haya un alumno con capacidad para cantar. Se puede entonces delegar en él la tarea de enseñar el canto a los demás y de entonarlo en el momento oportuno de la sesión.
El canto también puede canalizarse hacia la formación de grupos musicales y coros, sobre todo de jóvenes, que son un excelente medio de promoción.
M. Aplicaciones del método audiovisual:
El mundo audiovisual es la combinación de sonido y de imagen en variados modos. Una película, un sonorama, la explicación dada ante una estatua, la discusión sobre un anuncio de periódico, son audiovisuales, porque presentan los dos elementos: el sonido y la imagen. Este método se apoya mucho en el principio de que la catequesis debe educar la fe atendiendo a todas las facultades de la persona. He aquí los modos más comunes del método audiovisual:
1.Foto palabra: Consiste en ofrecer un conjunto de fotografías a los destinatarios, de entre las cuales deben seleccionar una que exprese, lo mejor posible, el mensaje que nosotros les indicamos.
Si los destinatarios son un grupo reducido, cada persona puede elegir una foto. Además puede comentar con los otros miembros él por qué eligió dicha foto y qué le llama más la atención en ella. También puede comentar otras situaciones, de la vida de todos los días, que se relacionan con la foto seleccionada y que no están representadas en la imagen. Este recurso tiene fuerte carga vivencial y motivadora.
En grupos más numerosos, hay que realizar este recurso de la fotopalabra de otro modo. Se selecciona una fotografía por cada equipo de cinco o seis personas. La foto elegida debe representar la respuesta de todo el grupo. De este modo, los alumnos están obligados al trabajo en común, al intercambio de ideas y experiencias, y a la profundización sobre el contenido. Después, las fotografías de cada equipo son colocadas en una cortina o cristal con un adhesivo. Es muy importante este último detalle, pues, aunque no parece del todo útil, sirve para dar valor al trabajo realizado por cada equipo, representado por la presencia física de su fotografía entre las de otros grupos.
2.Póster: Consiste en exponer un póster (fotográfico o dibujado) ante un grupo de personas y comentarlo conjuntamente. Puede elegirse un póster por su riqueza de mensaje o por su impacto vivencial. Son especialmente aconsejables las caricaturas de humoristas con fuerte carga social o intelectual. Las preguntas de rutina ante el análisis del póster pueden ser:
. ¿Qué ven?
. ¿Les gusta?
. ¿Qué les llama la atención?
. ¿Representa una situación de la vida real o no?
. ¿Qué sentimiento deja en nosotros?
. ¿Qué otros comentarios se les ocurren?
. ¿Qué significado puede tener para nosotros?
El póster es un recurso útil para iniciar el trabajo sólo con grupos reducidos. En caso de necesidad, puede sustituirse el póster por fotocopias que reproduzcan el dibujo o caricatura que se analiza. En este caso, es muy importante que haya fotocopia personal para cada alumno.
3.Audiovisuales: Hay diferencia entre métodos sólo auditivos, métodos sólo visuales y métodos audiovisuales, que combinan ambos elementos. Vamos a establecer primero aquellos elementos metodológicos comunes a los tres tipos de recursos. Después estableceremos algunas particularidades de cada uno separadamente.
Es importante insistir en la fuerza emotiva de los recursos audiovisuales. Por ello, son muy útiles para iniciar una sesión de catequesis, por cuanto provocan que el destinatario se introduzca y se interese fuertemente en la sesión. Pero conviene recordar que no debemos esperar mucho más de los recursos audiovisuales: ayudan a favorecer la memorización del contenido, pero no siempre son adecuados para aclarar conceptos. Ayudan mucho a motivar, por su fuerza emotiva y porque visualizan mucho los valores. Todo esto debe tenerlo en cuenta el catequista. Si su fin es aclarar conceptos muy abstractos, por favor, no se usen medios audiovisuales. Pero si desea hacer reflexiones sobre el hambre en el mundo, es mejor proyectar unas imágenes, con un fondo de tambores rítmicos y pesados, que dar mil explicaciones.
El primer efecto de los recursos audiovisuales es siempre sentimental. La imagen impactante, el sonido sugestivo, el corte oportuno, provocan el despertar de la sensibilidad en el destinatario. Por eso, debe seguir siempre, a todo recurso audiovisual, inmediatamente después de la presentación, un análisis de las reacciones que han sentido los destinatarios. Y, sólo después, comentará las reacciones sobre las ideas. Es decir, cuando se ha realizado la proyección o audición, conviene siempre preguntar a los asistentes "¿Qué les ha gustado más?" "¿Qué les ha impresionado más?" "¿Qué parte les ha llamado más la atención?". Iniciar el trabajo preguntando enseguida: "¿Qué piensan de lo que han visto?" o "¿Cuál es el mensaje presentado?", suele bloquear al destinatario. Su mente está impactada, en esos momentos, por la atracción que le han producido las imágenes y los sonidos. Conviene, pues, romper este bloqueo mediante el comentario espontáneo sobre los sentimientos que más les han impresionado. No importa que, al inicio, no piensen platiquen mucho de los contenidos de fondo. La finalidad del recurso audiovisual es precisamente provocar emotividad e interés. Y es, a partir de esa plataforma, sobre la que vamos a construir nuestra actividad. Naturalmente, sin nosotros decirlo, un alumno expresará por qué le causó más impresión, por qué le gustó o disgustó la proyección o la audición. Pasaremos así de los sentimientos a las razones, de lo superficial a lo fundamental. Pero, si iniciamos con las ideas, el resultado ser la frialdad, la distracción y el desconcierto.
Esta etapa inicial de análisis de los sentimientos que produce la audición o la proyección es tan importante que el catequista debe concederle siempre el tiempo necesario. Incluso, cuando algún alumno se adelanta e inicia súbitamente exponiendo su postura sobre las ideas de la proyección o de la audición, el catequista debe preguntarle suavemente: "Muy bien, pero antes de detenernos en su propuesta ¿qué es lo más impresionante?". De otro modo, los demás seguirán distraídos por las impresiones de su estado de ánimo y no entrarán de lleno en el estudio del tema.
Sugerimos estos elementos más concretos para el mejor aprovechamientos de los recursos audiovisuales:
1. Un audiovisual en diapositivas no puede durar más de veinte minutos salvo cuando es de una categoría excepcional.
2. Una diapositiva proyectada en televisión pierde toda su eficacia. La diapositiva tiene su fuerza en el tamaño de la imagen y la nitidez del colorido y de las líneas. La TV elimina estos elementos.
3. Todo audiovisual exige condiciones de buena visibilidad, muy buena audición y ninguna interrupción o sombra que atraviese la pantalla. Hay que ser meticulosos en estos detalles para cuadruplicar el resultado eficaz del recurso.
4. Debe preferirse la audición más fuerte que débil, para que atraiga toda la atención de los destinatarios.
5. El final de una proyección o audición es muy importante. Debe ser en silencio y muy a tiempo (encender la luz en el momento oportuno, al mismo tiempo que se apaga el foco de proyección), para no distraer a los destinatarios ni interrumpir las reacciones emotivas del recurso audiovisual.
6. Una audición sin imagen no debe superar los diez minutos, salvo calidad excepcional.
7. La fuerza de la TV es el movimiento. Presentar imágenes fijas le quita la mitad del valor. Una conferencia por TV, sin más imagen que una personas hablando, es demoledora.
8. Siendo la palabra el recurso más preciso en todo lo audiovisual deben procurarse siempre buenos medios técnicos para que se escuche con claridad.
9. No distribuir otros materiales de apoyo (escritos, etc.) antes de finalizada una audición, pues distraen.
10. Un audiovisual o una audición nunca se explican previamente. Si es difícil de comprender, significa que es un mal recurso audiovisual. Puede ser muy necesario explicar algún elemento técnico que no se detecta por sí sólo y revalúa el recurso. Por ejemplo, decir que las fotos son originales de los lugares explicados, que las voces son de los protagonistas reales, etc., pero no se deben añadir otras explicaciones.
11. Si podemos prever que algo distraer la atención de los destinatarios, conviene avisarlo. Por ejemplo, podemos decir que "a mitad de la proyección, hay una imagen oscura que est prevista para dar un efecto especial" o que "Habrá un momento en que se cambiará la cinta de grabación y no deben preocuparse por este cambio", etc. De este modo, algo que podría provocar distracción, se olvida rápidamente.
12. Si hay un imprevisto técnico (una diapositiva aparece boca abajo en la pantalla, etc, procuremos resolverlo cuanto antes y seguir sin dar explicaciones. ¡Prevenir!
13. Es muy importante que todos los elementos técnicos se hayan probado antes de la entrada de los alumnos en el local de la presentación. Sobre todo, el volumen de audición. Ver parte de la proyección mientras se enfoca la primera imagen o escuchar pruebas de sonido, destruye la atención de los alumnos, pues los predisponen al destinatario y pierden todo el factor de sorpresa, básico en estos recursos. Por eso, es preferible que esperen fuera del local si ha habido un retraso en los preparativos.
4.El pizarrón. Es el más viejo sistema de educación audiovisual. Normalmente, dedicamos el pizarrón para escribir algún esquema de ideas o las palabras más complicadas. Está bien. Pero podemos sacarle mucho más provecho. Recuerdo un sacerdote que, para explicar el misterio de la Navidad, pedía a los niños que le dijeran qué debía dibujar en el pizarrón para tener un hermoso nacimiento. Cada niño se disputaba la palabra para proponer que hubiera ovejas, la vaca, la paja, la estrella de los Magos... Mientras dibujaba sencillamente todo lo que proponían, iba explicando por qué y cuál signifacado tenía cada cosa. Al final, pedía a los niños que rezaran de pie una Ave María a la Virgen por las intenciones más oportunas. Todos unidos hacían su oración mirando al pizarrón. Había convertido un instrumento escolar en una imagen sagrada.
También se puede utilizar el pizarrón para anotar la votación que cada catecúmeno sobre los textos presentados o sobre las diversas opiniones que se han discutido en la sesión. Tener delante el resultado de sus votaciones es muy ilustrativo. Más aún, si cada uno debe subir al pizarrón para votar con una cruz escrita detrás de cada frase o palabra por él elegida, estamos dando más valor experiencial a la participación de cada uno.
N. Aplicaciones del método experiencial:
El método experiencial busca educar la fe apoyándose en las experiencias del destinatario, sea las pasadas o provocando una presente. En realidad, es una variante del método inductivo, pues parte de las experiencias inmediatas y concretas de la vida para llegar después a la percepción de las verdades más generales y profundas de la fe. Recordemos que la mejor catequesis es la que relaciona el contenido de la fe con la experiencia del destinatario. Podemos aplicar este método con estas técnicas:
La entrevista consiste en invitar a una persona con mucha preparación de gran testimonio de vida, para entrevistarla ante los alumnos sobre el tema en cuestión. En realidad, se trata de un recurso muy simple, que puede sustituir a una conferencia. Pero es muy atractivo por la espontaneidad y la vitalidad que aporta el diálogo en vivo. Subraya mucho el aspecto testimonial, pues una respuesta a una pregunta es siempre un compromiso para quien responde. En caso de querer hacer participar al auditorio, puede proponerse que se hagan preguntas directas de los oyentes o presentadas por escrito en fichas que son entregadas al entrevistador, para seleccionarlas según la importancia o para ponerlas en orden.
Este recurso resulta muy provechoso cuando el entrevistador tiene habilidad y simpatía, y cuando el entrevistado tiene facilidad de palabra. De lo contrario, resulta pesado y lento y hacen perder casi todo el fruto.
El recurso a la experiencia ayuda mucho para reforzar el impacto de un tema o para hacer entrar a los destinatarios muy personalmente en una sesión. Por ejemplo, si el tema es muy teórico o queremos hacerlo más cercano a la vida de los catecúmenos, podemos preguntar en un momento de la sesión: "¿Quién ha experimentado este punto alguna vez? ¿Podría contarnos cómo lo vivió?".
Experiencia en el lugar de los hechos: es muy útil unir la explicación con la vivencia. Al experimentar directamente algunas cosas, reforzamos la memorización y el impacto emocional. Un catequista llevaba a sus niños de kinder cada año a un templo. Les explicaba que era la casa de Dios, que la cuidaba el sacerdote y que era para todos y de todos... Recordaba con cariño cómo un joven de veinticinco años, antiguo alumno suyo, le decía: "Mi amor a la Iglesia ha sido siempre grande y claro desde que usted me llevó a esa capillita cercana a la escuela, para conocer directamente la casa de Dios". ¡Qué no decir de un adulto que pudiera platicar con el Papa por unos momentos...! Aprendería más sobre la jerarquía de la Iglesia que mil discursos teóricos.
PARA REFLEXIONAR:
"Hemos visto en los últimos años un extraordinario desarrollo de los recursos catequísticos tanto en la Iglesia de México como en la Iglesia universal. Estamos en una época de mucha búsqueda y de gran creatividad que se refleja en la abundancia de textos, de manuales, de guías, de catecismos, y de otros muchos medios que pretenden dar vida nueva a la catequesis. Es difícil encontrar hoy una diócesis que no haya elaborado algún instrumento catequístico, aunque sea muy sencillo".
"Podemos interpretar este hecho de distintas formas. Se le puede ver como una señal de la vitalidad y del lugar importante que cada día adquiere la catequesis en la comunidad. Por eso se busca proporcionarle los mejores medios. Podemos entenderlo también como una acción del Espíritu que despierta iniciativas para hacer de la catequesis un ministerio con más fuerza y con mayores alcances. Podemos finalmente comprenderlo como signo de una mayor encarnación de la catequesis, que asume la riqueza de la comunidad y aprovecha sus talentos para expresar la fe con un estilo propio. Por otro lado, podemos descubrir en este mismo hecho, una gran insatisfacción y una dispersión que en algunos casos pone en peligro la unidad en la expresión de la fe y la calidad pedagógica de los medios que usa la catequesis". (Guía Pastoral para la catequesis en México, Págs. 127-129)
3. Consejos metodológicos prácticos para catequesis
Con la finalidad de facilitar la metodología en clase, hemos dividido en tres partes las sugerencias:
A. En general para todo catequista.
B. Para quienes se dedican a los niños.
C. Para quienes se dedican a los adolescentes.
A. Guía de consejos para una clase de catequesis.
1. Cada catequista trabaje en dónde más rindan su capacidad y sus posibilidades.
Suele elegirse para catequista, como dicen, "al que se deja". No vamos nosotros a tratar de cambiar el mundo dando gritos y sombrerazos. Pero conviene insistir en la necesidad de elegir nuestro grupo de catequesis según nuestras capacidades. Si no tenemos carisma para trabajar con niños ¿por qué debemos dar catequesis a unos pequeños que no controlamos? Si tenemos especial carisma para educar adolescentes ¿porqué malgastar nuestro tiempo con unos adultos que no aprovechan bien su catequesis ante nuestra limitación?
No queremos limitar la acción de cada catequista a un sólo campo. El catequista no puede reaccionar con un "ese grupo no es para mí", cuando no hay otro disponible para realizar la tarea evangelizadora con unas personas determinadas. Pero, mientras se puedan combinar las cosas, conviene dedicarse a quiénes mejor nos acomodamos.
2. Cuando las cosas vayan mal, perseveremos.
Perseverar es mantenerse firme hasta el final. Y el catequista necesita perseverar tanto en el esfuerzo para no tirar la tirar la toalla cuando tenemos muchos trabajos y necesidades en el hogar o el trabajo, como cuanto en el esfuerzo de día con día para educar la fe de almas cerradas a la gracia o mentes duras ante el mensaje de Jesucristo.
3. Necesitamos conocer bien a quiénes educamos en la fe desde el primer día.
No podemos conocer completamente a unas personas en un día. Pero el principio catequético de que el catequista debe descubrir las raíces culturales de sus destinatarios nos exige hacer un esfuerzo. Y podemos iniciar su conocimiento más allá de la frontera de su rostro y de sus gestos. ¿Cómo? Es muy importante presentar un pequeño cuestionario el primer día a un grupo nuevo de catequesis. Este cuestionario debe ser sencillo y sin darle demasiada importancia. Pero debe permitirnos conocer los elementos importantes que repercutirá en nuestro trabajo.
Por ejemplo, a unos niños, podemos preguntarles el nombre, la edad, el número de hermanos, en cuál año de escuela estudian... Puede sernos muy útil conocer si su familia es normal o está desunida, para ayudarles mejor.
No conviene hacer preguntas incómodas muy directamente, pues todavía no hay plena confianza. Pero se puede preguntar indirectamente. Por ejemplo, para queremos conocer si los papás viven unidos, se puede preguntar que escriban la dirección del papá por un lado y la de la mamá por otro. Si coinciden, no hay problema. Pero, si no coinciden, ya tenemos una información importante.
4. El primer día de catequesis, tratemos un tema atrayente.
Es muy importante que el primer día quede un buen sabor de boca. Predispone al trabajo y al interés. Y, desde luego, el primer día no hay que dar una sesión larga.
5. Es muy útil preguntar a los destinatarios sus expectativas ante el curso, durante la primera sesión de catequesis.
Así los catecúmenos se sienten tomados en cuenta y se motivan. Las preguntas que conviene hacer son:
1ª. ¿Cuáles el fruto que desearía obtener con este curso?
2ª. ¿Qué temas desearía que se trataran?
3ª. ¿Tiene alguna sugerencia de lo que quiere que haya y que no haya en este curso?
Es obvio que esta sugerencia es especialmente importante para adultos y jóvenes. Pero puede ser especialmente útil incluso con niños. Nos puede permitir conocer cosas que... nunca nos dirían.
6. Debemos elegir ejemplos y casos que toquen muy de cerca la vida de los destinatarios.
Cuando les hablan a las personas de lo que toca a su vida, ponen más interés y les aclara mejor las implicaciones y alcance del mensaje que reciben. Porque la catequesis debe adaptarse siempre al destinatario.
7. Utilicemos más los hechos, las narraciones y las experiencias que las explicaciones teóricas.
Tenemos que combinar las explicaciones teóricas con las vivencias, porque la catequesis debe lograr el objetivo doctrinal y el vital. Además, en la educación de la fe, ayuda más enseñar a caminar que mostrar la meta. Por eso, es más fructuoso y fácil realizar la catequesis con pocas ideas (muy fundamentales y muy claras) y con muchas vivencias que refuerzan la comprensión e impacto del mensaje evangélico.
8. Es imprescindible exigir trabajos escritos y ejercicios de reflexión.
Los ejercicios escritos pueden ser realizados durante la misma sesión de catequesis o como tarea para casa. Pero son necesarios para fijar los puntos principales de cada sesión. Si los destinatarios son analfabetos, supliremos estos ejercicios por resúmenes y ejercicios hablados.
Los ejercicios de reflexión son necesarios para lograr los dos objetivos de la educación de la fe. Es decir, debe haber ejercicios destinados a reforzar la adhesión de la voluntad al mensaje cristiano y ejercicios destinados a comprender y asimilar dicho mensaje. No basta obtener el segundo, es decir, crecer en la cultura religiosa. Porque la catequesis debe lograr la auto convicción de la fe.
9. Seleccionemos las dinámicas y técnicas según la cultura y capacidad de los catecúmenos. Hay el riesgo de aplicar técnicas que tuvieron éxito en un grupo y que soñamos tenga éxito también en el que está ante nosotros. Pero debemos ser prudentes: o por diferente edad, o por diversas situaciones, o porque no vienen a reforzar directamente los objetivos de la sesión, podemos caer en la tentación de preferir el espectáculo entretenido sobre la educación de la fe. Y, siempre, hay que dar prioridad a las personas sobre la organización o los instrumentos
10. Si ha sucedido un hecho relevante, arranquemos nuestra sesión comentándolo.
Es obvio que, si ha fallecido una persona conocida por todos los destinatarios, debemos iniciar la sesión recordando la impresión vivida. La catequesis no es algo separada de la vida, sino que es la respuesta de Dios a nuestras historias. Puede llegarse el caso de cambiar, incluso, los objetivos de la sesión por un caso muy notorio. Y es mejor que los catecúmenos expresen primero sus impresiones antes de que el catequista intervenga enriqueciendo la situación. Así es más motivante y constructivo el avance de la sesión.
11. Revisar las tareas de casa durante la sesión, quita demasiado tiempo.
Esta sugerencia tiene especial aplicación para la educación de la fe que se realiza en la escuela. En este caso, lo mejor es revisarlas en otro momento o mientras los destinatarios realizan algún ejercicio. Si la tarea no es muy larga, puede hacerse durante la sesión. Si la tarea buscaba poner las bases para tratar un tema, obviamente se revisará conjuntamente durante el inicio de la sesión.
12. Tengamos muy claro los objetivos de la sesión por encima de todo.
Lo más importante es que se logren los objetivos, el vital y el doctrinal. El resto es secundario. Por eso, nuestra prioridad no debe ser realizar dinámicas espectaculares, explicar mucho la materia doctrinal, lograr una disciplina impecable o terminar todo el programa de la materia. Debemos repetirnos constantemente, mientras preparamos la sesión y mientras se desarrolla, estas preguntas: "¿Vamos por buen camino hacia los objetivos? ¿Esto ayuda a lograr los objetivos? ¿Este punto nos desvía de nuestro tema o desmotiva?".
Así lograremos aplicar el principio de que la catequesis debe llevar a consecuencias prácticas.
13. Es mejor llevar poco material escrito.
Si se tiene mucho material escrito, es fácil caer en una clase leída en vez de testimoniada; es fácil cansar en vez de atraer la atención; es fácil que me alteren mi plan en vez de enriquecerlo. pero no queremos decir que no llevemos nada preparado por escrito. Lo que más ayuda es llevar escrito:
los dos objetivos.
la dinámica o técnica de inicio bien precisada.
el esquema detallado de las ideas.
las frases relevantes bien redactadas.
los hechos o narraciones bien elegidos y con las frases centrales redactadas.
14. Siempre que haya una cita bíblica, conviene que sea leída por los mismos catecúmenos en lata voz.
Así se habitúan a manejar la Biblia. Y es más participativo. Con niños, puede ser menos recomendable por la dificultad que encuentran. Porque la catequesis participativa es más eficaz.
15. Cuando sea necesario dictar un texto, debe hacerse despacio y repetirlo varias veces.
Así el destinatario lo pueda copiar correctamente. Pero, como el alumno puede encontrar dificultad, el catequista debe repetir las frases con algunas pequeñas frases introductorias, pero repitiéndola con los mismos términos que la vez anterior. De este modo, el alumno copia con más facilidad y agrado.
Por ejemplo, el catequista inicia diciendo: "Definición: la virtud es un hábito..." y prosigue: "Es decir, la virtud es un hábito..." y añade: "No un hábito de tela, claro está. La virtud es un hábito bueno adquirido por la repetición de actos, porque la adquirimos con ese repetir la acción uno y otro día". Parecer este recurso algo pesado, pero lo es sólo sobre el papel, puesto que la comunicación resulta natural al repetir las frases clave, mientras la atención del destinatario no está sobre la explicación, sino sobre las palabras esenciales que desea copiar.
¿Cuántas veces se oye: "Podría repetir, por favor...?" con el amargo sabor de descubrir la propia lentitud para entender o retener frases. Es muy conveniente que el educador observe cuando terminan de copiar (el destinatario levanta la cabeza o simplemente detiene su pluma) para no adelantarse con el dictado del texto.
16. Es muy importante que todos vean bien al catequista.
Conocí un catequista que, si no todos alcanzaban a verle desde su asiento, daba toda su sesión de pié’. "Porque, decía, nos distraemos más cuando no vemos a quien habla. Y porque la comunicación de los gestos no la sustituyen las palabras".
17. Hay que escribir y dibujar de lado en el pizarrón.
Cuando escribimos o dibujamos en un pizarrón, todos deben poder leer y ver cómo diseñamos. Basta con apartarnos un poco y dejar que la mano corra sin ocultar lo que escribimos con nuestra cabeza o con nuestro cuerpo. Así todos prestan más atención.
18. El catequista debe responder todas las preguntas.
Es obvio que no es fácil. Pero he aquí algunas sugerencias:
quien sea ágil, que responda cuanto preguntes sobre la marcha.
quien no sea tan ágil, deje un tiempo al final para preguntas.
se puede pedir a los destinatarios que escriban todas las preguntas que se les ocurran, se van recibiendo, guardando y se responden todas en la siguiente sesión.
si una pregunta se desconoce la respuesta, conviene decirlo públicamente. Se avisa que se consultará. Y se da la respuesta en la siguiente sesión. Así los catecúmenos comprueban la seriedad de su catequista, que cuanto responde es porque está seguro de la respuesta.
con jóvenes y adultos (raramente con niños) puede ser muy útil rebotar la pregunta al grupo, para que alguien dé su opinión. Este recurso facilita la participación del grupo, descubre las posiciones de algunos destinatarios y puede aportar soluciones interesantísimas e imprevistas. Si nadie aporta respuesta, la da el catequista. Porque la catequesis participativa es más eficaz.
19. Es necesario frecuentar la capilla para orar comunitariamente.
No se podrá hacer todos los días en todos los lugares. Pero es un elemento de contacto directo con Dios que debe vivirse periódicamente. Porque la catequesis debe fundamentar sólidamente la fe.
20. Debemos tener definido todo el programa desde el primer día.
El programa nos permite poder introducir a los catecúmenos en el curso desde el primer día. Y posibilita evaluar dónde nos encontramos y cuáles puntos debemos preparar cada día. Cada catequista debe fijar el programa estructurado muy bien antes de iniciar su labor.
21. Dos catequistas atienden mejor un grupo de catecúmenos.
Así pueden preparar mejor la sesión, suplirse cuando sea necesario, enriquecer la marcha de la sesión y disponer de más recursos para la disciplina con destinatarios pequeños. También es útil como medio para entrenar nuevos catequistas.
22. Debe promoverse siempre la participación de los destinatarios.
Se hace más atractiva la sesión y se asimila mejor. Podemos promoverla con dinámicas, técnicas, etc. Porque, en la educación de la fe, ayuda más enseñar a caminar que mostrar la meta.
23. Debe revisarse el propósito concreto establecido en la sesión anterior.
No se revisa con carácter de examen o para calificarlo, sino como un medio de remarcarlo y descubrir riquezas en las experiencias vividas por los catecúmenos.
24. Conviene evaluar el aprovechamiento de cada sesión al final.
Puede hacerse con algunas preguntas rápidas, resumiendo las ideas más importantes o entregando un cuestionario bien seleccionado que permita revisar los elementos más destacados de la sesión. No se considera tampoco como un examen, sino como un repaso o repaso para clarificar y asimilar. Sirve mucho para reforzar la memoria, concentrar el núcleo doctrinal o repasar el objetivo vital con sus implicaciones principales.
25. Los buenos materiales didácticos aligeran el esfuerzo y dan mucho resultado.
El uso de audiovisuales, de franelógrafos, dibujos educativos, videocasetes, audio casetes, etc, permite atraer más la atención de los destinatarios, involucrarlos en el tema de la sesión, impactarlos emotivamente, reforzar la memorización de los datos, etc.
26. El uso excesivo de audiovisuales debilita la asimilación de la doctrina.
Cuando se usan demasiado los medios audiovisuales, se refuerza el impacto emotivo de los contenidos. Pero la mente pierde estructura y los datos del contenido doctrinal se debilitan. Por eso, los medios audiovisuales debemos usarlos como complemento, no como el eje de la sesión. Porque la catequesis necesita equilibrar la inducción con la deducción.
27. No caigamos en el monólogo.
Los destinatarios se distraen más. No tenemos la garantía de que nos han comprendido. Reducimos las posibilidades de relacionar la doctrina con la vida de quienes nos oyen.
28. Cuando decaiga la atención, narremos un caso o hagamos una pregunta.
Es fácil detectar cuándo decae la atención: los oyentes miran para otros puntos y no a quien habla, cabecean por el sueño, leen, tienen los ojos muy fijos en un punto infinito del horizonte... En cuanto detectemos alguno de estos elementos, narremos alguno de los casos que teníamos previsto presentar. O hagamos alguna pregunta a uno de los oyentes sobre las repercusiones prácticas de la explicación. Por ejemplo: "¿Cree Ud. que la gente de la calle acepta lo que estamos comentando" o "¿Qué aplicaciones prácticas tiene este punto que estamos tratando?". Es muy oportuno hacer esta pregunta a alguien que está atento y, desde luego, que tenga facilidad de palabra. También podemos interrumpir la explicación para preguntar si alguien tiene alguna duda sobre lo que hemos expuesto. Obviamente, no hay que esperar a que sean mayoría los oyentes dormidos o distraídos.
29. No es necesario agotar el tema.
Un catequista debe lograr la comprensión del mensaje cristiano y su aceptación en el corazón de cada destinatario. Es obvio que debe procurarse llenar todo el programa del curso. Pero, en cada sesión, los catecúmenos no tienen por qué conocer todo el contenido o todo el alcance del tema. Sería imposible. Lo importante es lograr la asimilación del núcleo doctrinal y su aceptación en el corazón. Por lo tanto, no nos preocupemos si no alcanzamos a explicar todos los puntos previstos en una sesión.
Así lograremos superar la tentación de dedicar demasiado tiempo y energía a la dimensión intelectual de la catequesis. Porque la catequesis debe equilibrar la presentación de todas las reas fundamentales de la vida cristiana.
30. Aprovechar los antitestimonios para reforzar la actitud de fe.
Los catecúmenos, sobre todo adultos o jóvenes, suelen comentar o escandalizarse ante los hechos negativos de la vida en algunos eclesiásticos o ante las zonas oscuras del mensaje cristiano. El catequista no debe negar o tratar de sobrevolar por encima de estas dificultades. Debe afrontarlas, admitirlas y, desde ellas, hacer ver el lado humano de la vida cristiana y la necesidad de creer más allá de nuestras limitaciones o barreras. Pero tampoco debe dejar de explicar toda la parte explicable que hay en los misterios de la fe o en la complicada trama de fuerzas que componen cada situación, para distinguir el mal aparente sobre el bien escondido.
31. Utilizar textos sagrados fortalece la fe del destinatario.
Leer a los catecúmenos textos de la Biblia, de los Santos Padres o del Magisterio eclesial, acerca a las fuentes de la fe. Es obvio que debemos elegir textos impactantes y atractivos, de lo contrario serán ocasión de distracciones. Y, si no somos capaces de leer con vigor, mejor no hacerlo. Es un buen modo de aplicar el principio de que la catequesis debe usar equilibradamente las tres fuentes de la Revelación.
32. Mucho cuidado con las leyendas.
No está mal aprovechar narraciones didácticas que favorecen la asimilación de ciertos valores. Pero debemos cuidar de no llenar la mente de los destinatarios con leyendas o episodios apócrifos (es decir, inventados) que debilitan los fundamentos de la fe y crearán dudas profundas en el futuro, aunque sean narraciones muy conocidas. Porque la catequesis debe fundamentar sólidamente la fe.
33. Los concursos y juegos facilitan la memorización.
Es necesario memorizar los datos fundamentales de la fe. De lo contrario, se pierde el esfuerzo didáctico de cada sesión: La catequesis debe facilitar la memorización. Para lograrlo, el catequista puede ayudar a los destinatarios a fijar en su memoria estos datos fundamentales mediante concursos y juegos sobre los datos esenciales de la fe.
34. Los materiales de trabajo para una sesión se entregan al momento de utilizarse.
Si entregamos unas hojas o dibujos desde el inicio, que utilizaremos en un momento intermedio de la sesión, muchos se distraerán curioseándolos. Es mejor entregarlos en el momento justo de utilizarlos.
35. Resumamos un punto antes de pasar al siguiente.
Los destinatarios necesitan ayuda para ubicarse en cuál punto del contenido están trabajando. No conviene decir: "Pasamos al segundo punto de la sesión", porque puede provocar una reacción de cansancio en los catecúmenos ("¿Cuántos puntos habrá que aguantar?, pensará alguno). Es mejor decir: "Ya hemos aclarado que... Ahora necesitamos precisar...". Así todos los asistentes a la sesión saben en dónde se encuentran y centran su atención en el apartado exacto del tema en que deben trabajar. Porque la buena catequesis educa la fe concentrándose en lo básico.
36. Alabemos todas las intervenciones correctas de los catecúmenos.
Es muy motivante tener éxito. El catequista debe alabar las buenas aportaciones. No debe hacerlo en forma pomposa y llamativa. Basta un "como muy bien dijo...". La simple alusión al destinatario concreto es muy satisfactoria para él. Le ayuda en su superación personal. Y la catequesis debe favorecer la promoción humana del catecúmeno.
37. Pasemos por alto las intervenciones incorrectas.
Tener una intervención equivocada desmotiva. El catequista no debe darles importancia, si no ha habido mala voluntad. Y, mucho menos, hacer ver que es errónea. Puede decir: "Podemos mejorar la propuesta. ¿Quién tiene otra opinión?" o "¿Todos están de acuerdo con esta propuesta? o ¿Lo echamos a la hoguera por hereje o tiene razón?". Y, desde luego, nunca volver a hacer referencia a esa intervención equivocada.
38. Superemos el propio gusto.
No aceptar un material agradable para el catequista pero que no logre los objetivos de la catequesis. Porque el resultado no es la propia satisfacción, sino la educación de los niños. Por lo tanto, el material debe actualizarse. Aunque nos guste más usar un material antiguo con el que nos identificamos... pero que ya es obsoleto para la mentalidad de los destinatarios y la catequesis debe adaptarse siempre al destinatario.
39. Rezar al inicio de cada clase.
Con mucha devoción. El testimonio no tiene resultados inmediatos. Pero educa mucho.
40. Un pequeño regalo estimula y motiva.
Sobre todo los niños que vencen en concursos o logran mejores calificaciones necesitan verse estimulados. Quienes no lo consiguen reciben más motivación para esforzarse. Por eso, regalar una estampa, un dulce, llevarse a la casa un cuadro de la Virgen durante toda la semana, recibir un diploma, etc, son pequeños premios muy motivantes.
41. Cuida la modulación de la voz.
La modulación de la voz es un factor fuerte de comunicación. Por ella se interpreta el estado de ánimo de quien habla, así como su intención. Nuestro tono amistoso, tranquilo, interesado, expresa nuestro interés y cariño por quienes nos escuchan. Pero si es gritón, amenazante, mecánico, monótono ¿no contagiará temores y rechazo en los catecúmenos?
42. Descubrir las intenciones de una pregunta.
Los destinatarios pueden preguntar para distraer del tema principal, para pasar el rato, por no afrontar el compromiso que viene o por profundizar. El catequistas debe descubrir la verdadera intención de cada caso. De lo contrario, puede ser manejado por unos adolescentes muy hábiles y perder su tiempo; o puede perder la oportunidad de tratar un tema candente y urgente, con más resultado educativo que llenar una página del programa anual.
43. Favorecer la inducción: Hemos insistido en la necesidad de utilizar el método inductivo para favorecer el interés de los destinatarios en el tema y en la finalidad de la sesión de catequesis. La inducción facilita el trabajo.
No debe reservarse este método, sin embargo, sólo para el inicio de la actividad. El método inductivo es muy útil en cualquier momento de la acción educativa. Podemos utilizarlo en cualquiera de sus formas superando exposiciones demasiado teóricas. Por ejemplo, al estar explicando la diferencia entre la verdad y el bien, en una clase de filosofía, el profesor preguntó: "¿Todos los hombres que aman la verdad, tienen un corazón bondadoso?".
Igualmente, al concluir, también ayuda mucho hacer referencia a la realidad de todos los días, para bajar los conceptos al desgastado suelo que pisamos rutinariamente.
44. Buscar la claridad: Las preguntas que planteamos a nuestros destinatarios, las definiciones que ofrecemos, los materiales que empleamos... deben ser muy claros. Debemos evitar el riesgo de caer en la química de las palabras. Esto es, reducir la catequesis a juegos de palabras, como si todo fuera un gigantesco crucigrama, en donde alcanza mejor formación quien maneja mejor el diccionario.
La catequesis nos encamina hacia la transmisión de la Palabra de Dios, hacia la inspiración de motivaciones o hacia la toma de compromisos. Por ello, la claridad de nuestro lenguaje debe facilitar a los alumnos la captación de las informaciones que transmitimos, de los valores que nuestro testimonio directo les expresa o de la toma de decisiones ante los compromisos que les exige la fe.
Pero todo requiere claridad. Claridad no sólo en las palabras que usamos, sino también en el orden en que las presentamos. A continuación, aparecer n algunos recursos que pueden ayudar mucho a clarificar los conceptos o valores que estamos presentando.
45. Explicitar el paso de un punto a otro.
Las personas tienen dificultad en saber exactamente por qué hablamos de algo. El catequista ve claramente la relación entre un punto y otro, porque sigue un proceso mental propio. Pero el alumno sigue el suyo y necesita conocer el del catequista para captarlo. Por eso, el catequista lo debe expresar hábil y sencillamente en qué punto está de su exposición. Puede hacerlo crudamente: "Pasamos al punto tercero". Pero también puede hacerlo con agilidad y claridad: "Dado que hemos definido este punto ¿qué les parece si vemos sus aplicaciones?".
46. Hacer que los destinatarios definan el valor o concepto en cuestión con sus propias palabras.
Había un sacerdote que, para hacer comprender mejor el Credo a sus catequistas, les pedía que se lo escribieran con otras palabras y guardando su sentido original. Y lograremos mucho fruto porque la mejor catequesis es la que relaciona el contenido de la fe con la experiencia del destinatario.
47. Asegurar que los videos, audiovisuales y fotomontajes empleados sean directos, sin muchos temas o subtemas mezclados.
Así se facilita concentrarse en lo esencial y con un esquema simple. La buena catequesis educa la fe concentrándose en lo básico.
48. Plantear preguntas sin doble sentido o sin dos respuestas que desvíen del tema, para evitar las confusiones.
Es diferente plantear una pregunta capciosa para que los alumnos reflexionen que una pregunta que provoca confusiones por no estar bien hecha, es decir, por provocar otras reacciones periféricas no deseadas por el catequista. En caso de darlas, aceptar públicamente el error de haber usado una pregunta confusa. La catequesis debe fundamentar sólidamente la fe.
49. Si la respuesta está al alcance de los alumnos, y ellos piden una aclaración, conviene rebotarles la pregunta para que ellos encuentren la respuesta.
En estos casos, para evitar la posible confusión, no hay que darles pistas para encontrar la solución, pues ellos son capaces de hallar la respuesta. Si insisten en pedir ayuda, lo más conveniente es repetir la pregunta, cambiando sólo alguna palabra por un sinónimo.
Este proceso exige mucha reflexión y esfuerzo a los destinatarios, con el consiguiente avance en su formación. Si la pregunta que hacemos es capciosa, conviene repetirla fríamente, a fin de no descubrir que deseamos provocar la reflexión y el trabajo con una pregunta así. Porque la catequesis debe lograr la autoconvicción de la fe.
50. Salpicar la sesión de buen humor:
Las relaciones interpersonales son básicas para la buena marcha de una actividad grupal. Toda sesión de catequesis es una actividad de grupo (catequista más destinatarios), en donde las relaciones humanas favorecen la eficacia o distraen. El buen humor se logra con pequeñas ´puntadas´, con alusiones simpáticas, etc. No es necesario contar chistes en exceso o provocar una falsa situación cómica que decae en comedia. No debemos sacar una ficha de archivo, como lo hacía un profesor de filosofía, diciendo antes de leerla: "Algo que nos haga reír". La espontaneidad es el mejor recurso. Si algo le parece simpático al catequista en una sesión, que lo diga espontáneamente.
51. Dar pocas indicaciones y fríamente:
Sobre todo cuando se trate de dar normas para un trabajo en grupo o para elaborar una tarea. Conviene dar las indicaciones necesarias brevemente y procurando que sean pocas: las esenciales. Si el trabajo se va a realizar durante el tiempo de la catequesis, el catequista debe marcar un límite muy preciso de tiempo. De otro modo, se aplica la ley de Murphy según la cual el trabajo de una persona se extiende todo el tiempo que se le conceda para realizarlo. Al dar las indicaciones sobre una tarea, el educador no debe dar excesivas explicaciones ni recurrir al humor: estamos en un momento de exigencia. Si el catequista debe dar poco tiempo (por ejemplo, seis minutos para un Phillips 66), mire su reloj y diga fríamente: "Tienen seis minutos para realizar el trabajo. Pueden comenzar". Y continúe mirando su reloj. La reacción de todos los destinatarios ser iniciar su trabajo rápidamente.
52. Ir al núcleo:
Los educadores explicamos muchas cosas: las definiciones, las subdivisiones del tema, las aplicaciones, los fundamentos, la bibliografía, las citas, fechas, nombres... Es necesario. Pero lo más importantes es el núcleo de la actividad educativa. En caso de tener que dar muchas informaciones, es obvio que unas serán esenciales y otras serán periféricas. Y es obvio que deben quedar bien asimiladas las primeras en la mente de los alumnos, mientras que podemos prescindir de las periféricas. Si debemos motivar, no importa que la sesión tome un cauce diverso del que hayamos previsto: si la sesión resulta motivante, hemos llegado al núcleo.
El catequista encontrar la clave del éxito en tener bien claro el objetivo de su actividad. Por eso, el catequista debe tener bien resumido y escrito el contenido de la sesión. El resto es adorno. En una conferencia de un gran estudioso, alguien le preguntó: "En resumen ¿podría decirnos, en dos minutos, cuál es la información que usted desea presentarnos?". El sabio tuvo que responder: "Es imposible. Tengo siete páginas escritas a doble espacio y todo es importante...". Por el contrario, existía un catedrático que repetía frecuentemente: "Si los alumnos aprenden hoy con claridad al menos este concepto, me sentir’ satisfecho del trabajo". La gran tentación de los educadores es explicar muchas cosas. Olvidan que los árboles grandes crecen despacio.
Por ello, cuando el catequista repasa un tema con los alumnos, debe centrarse en el núcleo y no en los detalles marginales.
53. Flexibilidad:
Hay dogmas esenciales y verdades estables que el catequista debe defender y mantener. Pero también hay verdades secundarias que pueden cambiarse. El catequista debe tener suficiente flexibilidad para variar ante los puntos secundarios, mientras se mantenga firme la finalidad de la sesión educativa. Por ejemplo, si los alumnos piden un poco más de tiempo para realizar un trabajo en grupo se les concede; si alguien sugiere un elemento no previsto para realizar la sesión y, a la mayoría le parece bien porque es interesante, se acepta; si un tema preocupa mucho a los alumnos y tiene repercusiones en su fe, se comenta...
El catequista debe convencerse de que no lo sabe todo, de que no es el mejor en todo, de que alguien puede proponer algo muy ventajoso. Aprendemos hasta de los niños. La catequesis debe ser fiel a Dios y fiel al hombre.
54. Presencia constante:
El catequista no debe ausentarse durante la actividad educativa, salvo fuerza mayor. No conviene creer que "yo lo sé todo". La búsqueda de la fe es una meta y una actividad conjunta: si el educador sale del salón mientras los demás trabajan, pierde la experiencia que ha realizado el grupo durante ese tiempo. Sería penoso escuchar: "Tu no puedes comprendernos, porque no estuviste con nosotros". Por eso, el catequista, si los alumnos inician un trabajo en grupo, debe permanecer en el salón de trabajo, aunque sea sólo paseando.
55. Economía de tiempo y esfuerzo:
Debemos seguir la ley según la cual debe buscarse el núcleo y no perderse en los detalles. Por eso, conviene que el catequista busque facilitar el trabajo de los destinatarios reagrupando propuestas parecidas o cercanas. Por ejemplo, si los alumnos dan una serie de respuestas a un cuestionario realizado individualmente o en grupos, el catequista debe recibir sus respuestas emparejándolas si tienen comunes denominadores. Así, si alguien propone el perdón como un medio de tratar a los demás, y otro propone la misericordia, el catequista debe unificarlos bajo uno de los dos conceptos. De este modo, se simplifica el trabajo y se concentra sobre unos puntos claros. Si hay muchas diferencias de opinión para reagrupar dos ideas, precisamente por ahorro de tiempo y esfuerzo, se aceptan las dos. En una sesión de un grupo de apostolado, quien escribía las propuestas de solución en el pizarrón, copiaba prácticamente las frases completas de cada proposición. Después de veinte minutos, alguien propuso: "¿No sería mejor que escribieras una sola palabra por propuesta? Al fin y al cabo, todos hemos oído la propuesta y con una sola palabra podemos recordarla...".
B. Sugerencias para lograr una buena disciplina con los niños.
Lo más importante en la catequesis no es la disciplina. Lo más importante es educar la fe. Pero, sobre todo con niños, no puede faltar obviamente una buena disciplina para lograr los objetivos educativos en cada sesión. Para lograrla, hay dos factores necesarios: la motivación y la metodología. Es decir, los niños necesitan motivación para tener la fuerza interior necesaria para autoexigirse; y una buena metodología durante la sesión facilitar su dedicación y atención para superar su fácil tendencia a la distracción y al juego. La disciplina se logra más fácilmente cuando se logra una metodología atractiva y, a la vez, motivante. Porque logra los dos resultados con un sólo esfuerzo. Es decir, la disciplina depende mucho de lo atractiva e interesante que sea la misma catequesis.
Vamos, a continuación, a ofrecer algunas sugerencias prácticas para lograr una buena disciplina durante la sesión de catequesis. Nos son recetas totalmente válidas en todos los casos. Cada catequista, cada grupo de niños, cada ambiente o comunidad, tiene sus variantes, sus circunstancias, sus momentos, etc, que exigen cambios y novedades sobre nuestras propuestas.
Estas sugerencias son la aplicación de los principios catequéticos que dirigen nuestras opciones metodológicas. Por ello, tienen un espíritu y una visión de la catequesis que permite respaldar y equilibras unos elementos con otros. Pero, ojalá que permitan descubrir elementos útiles a cada uno.
1. La oración inicial no es un acto de disciplina. La oración es un diálogo con Dios. No es un recurso para que "todos se callen y podamos comenzar en orden". El testimonio de oración sincera del catequista es más valioso que la disciplina exterior del salón.
2. Iniciar la explicación con una narración muy conectada y rica de elementos referentes a los objetivos de la sesión, pues provoca interés e curiosidad en los niños.
3. Iniciar la explicación con preguntas sobre experiencias de la vida cotidiana de los niños relacionadas con el tema, pues focaliza su mente hacia el tema.
4. Es mejor no sentarse al dictar algún texto y pasear entre los alumnos viendo lo que escriben en sus cuadernos.
5. Permancer ante el grupo mientras se explica.
6. Ejemplificar cada enseñanza. Porque los ejemplos atraen la atención.
7. Las narraciones de la Biblia, de las vidas de los santos o historias ilustrativas permiten más atención y concentración del niño y facilitan su mejor autocontrol, además de motivarle.
8. Preguntar la opinión de lo que se está tratando, sobre todo a quienes más se distraen. Pero no con preguntas que les pongan en ridículo y haciendo ver su distracción, sino con interrogantes que les exijan reflexión y expresar su parecer.
9. Los concursos atraen poderosamente y absorben todas las facultades. La disciplina de un concurso depende de estos factores:
que la materia no sea demasiado difícil ni demasiado fácil. Es decir, respetando la justicia que no tiene preferencias por individuos, procúrese que los niños menos dotados tengan preguntas un poco más fáciles, para evitarles demasiada frustración que los llevar a reaccionar con desinterés e indisciplina.
que las reglas del juego sean muy claras y eviten indisciplina.
que la autoridad del catequista sea indiscutible, para evitar polémicas. Todos los árbitros se pueden equivocar.
10. Disponer de buenos libros con muchos ejercicios, para ocupar el tiempo y las facultades del niño en los objetivos de la catequesis.
11. Evitar materiales didácticos confusos o complejos, para facilitar la dedicación de los niños a sus tareas atractivas y claras.
12. Presentar las reglas del juego desde el primer día.
Expliquemos si nos molesta que nos interrumpan o no; si vamos a dar tiempo para preguntas; si dejaremos tareas; si pediremos puntualidad... Así podremos exigir las cosas después. Y, no olvidamos de decir explícitamente las motivaciones que nos han llevado a poner estas reglas del juego.
13. Poner pocas normas. De lo contrario, se cae fácilmente en el legalismo o en interminables discusiones y excusas.
14. Debemos ser exigentes sin llegar a la rigidez. Por eso, hay que ser flexibles ante elementos secundarios. Por ejemplo, no acumular castigos que pueden llegar a ser incumplibles o frustrantes.
15. Ni demasiado estrictos ni demasiado condescendientes. Ser flexibles; de todos modos, es mejor ser intransigentes al inicio y, después, aflojar. Este punto sirve, sobre todo, con adolescentes y jóvenes, pues suelen vivir mucho el reto de medir hasta dónde pueden controlar a sus educadores.
16. Hablar personalmente con quien causa problemas, pero sin gritarle.
17. Enviar una evaluación escrita, no sólo de su calificación, sino también de su participación. Exigir la firma de los papás. E incluir motivaciones positivas estimulantes.
18. Una lectura amena y educativa es un excelente recurso en momentos de tensión.
19. Cuando están muy nerviosos, puede hacerse algún ejercicio físico: poner los brazos en cruz, subirlos, bajarlos, etc, refiriéndose a posturas relacionadas con las aplicaciones del tema.
20. Los niños pequeños necesitan saber muy bien cuál es su lugar.
21. No corrijamos muchas veces un fallo. Porque ya se hace rutina y no produce fruto. Es mejor esperar el momento oportuno para, en particular, hacer ver el fallo y estimular a la superación con motivaciones.
22. En la escuela, es mejor dar la catequesis en un salón diferente del salón ordinario de clases, pues motiva y hace comprender al joven el alcance diferente de la fe para su vida.
23. Las preguntas fuera de lugar se responden después.
24. Es urgente ayudar a los adolescentes y jóvenes a superar, desde el inicio, los prejuicios que puedan tener ante la catequesis. Si la consideran inútil y aburrida... caerán fácilmente en indisciplina.
25. Hablar con franqueza y con palabras claras, expresando puntos fijos que ayudan al joven a sentirse bien tratado y estimulado a participar e involucrarse en los temas.
26. Trabajar en parejas de catequistas, para que se tenga siempre la oportunidad de una suplencia, de un apoyo didáctico, de una ayuda para la disciplina, de un estímulo de seguridad, etc.
27. Preparar las sesiones con anterioridad, para disponer de toda la energía y atención posibles al manejo disciplinar del grupo, y no perderlo ante la incertidumbre de la marcha educativa de la sesión.
b. Actitudes necesarias del catequista para manejar debidamente un grupo de niños:
1. Cariño y paciencia: los niños son niños. Y se comportan como niños. No deben extrañarnos sus reacciones. Debemos comprender su tendencia a la acción, al juego, a la comunicación, etc. Si el método no ocupa estas facultades, normalmente las emplearán en otros centros de atención extraños a la catequesis y crearán desorden.
2. No presionarles directamente, como si la sesión fuera una clase más, comparable a otras materias de escuela.
3. El ejemplo es la mejor enseñanza silenciosa.
4. Amar la catequesis para transmitir la estima e interés por la fe en los mismos niños.
5. Estar dispuestos a ser verdaderos educadores de la fe, convencidos del compromiso de la propia vocación bautismal.
6. Ser conscientes de que nuestros gestos pueden ser testimonio del amor y bondad de Dios, o de la indiferencia o del egoísmo.
7. Prepararse. Los cursos de formación son insustituibles.
8. Tener la generosidad en el tiempo. Si damos migajas del horario a la catequesis, nunca lograremos un nivel bueno.
9. Fomentar la armonía con otros catequistas. De lo contrario, nuestras ansiedades y conflictos saldrán a relucir inconscientemente.
10. Nunca realizar la catequesis para quedar bien, sea ante otros o ante uno mismo. Porque daremos importancia a lo que no la tiene. Y los niños percibirán por dónde pueden escaparse del compromiso ante la exigencia de esfuerzo.
11. Ser ejemplo de puntualidad, buen trato, modo de pedir las cosas, etc. Si no lo logra, los niños no harán caso de sus llamadas al orden.
12. Sentir y vivir fuertemente el mensaje permite al catequista presentarlo más motivador y atractivo.
C. Sugerencias para la educación cristiana de los adolescentes.
Ofrecemos unos consejos para la catequesis con adolescentes. Vamos a presentarlos bajo dos aspectos. Primero, para el trato y educación de su fe, sobre todo en familia. Segundo, para el trabajo en un salón de clases o en un curso parroquial.
a. Sugerencias para la educar la fe del adolescente en el marco familiar.
Nuestros presupuestos metodológicos ven al adolescente con una actitud habitual de rechazo de sus educadores, pues, aunque admire a algunos, no los acepta normalmente. Su disposición de desprecio hacia cuanto viene de ellos pide reforzar todos los mecanismos que favorezcan la transmisión de valores más indirectamente.
1. Regalar un buen libro sobre la fe para jóvenes.
Con la llegada de la adolescencia, nacen muchas dudas. Un buen libro puede resolver muchas. Pero que sea adaptado a la mentalidad de la edad.
2. Fomentar buenas polémicas religiosas en clases, reuniones y sobremesa.
De este modo, se puede introducir temas que, de por sí, es difícil crearles interés. Cuando aparezcan temas que desconocemos, recomendemos que pregunten a un sacerdote o demos un libro que aclare el tema.
3. Preguntarles sus opiniones sobre temas religiosos.
Es un modo muy sencillo de tratar los temas educativos de la fe, sin caer en los sermones.
4. Para dar criterios, demos datos en vez de sermones.
¿Por qué la Iglesia tiene riquezas? ¿Por qué la Iglesia no acepta el divorcio? ¿Por qué los sacerdotes no se casan? Más que muchas explicaciones, servir decirles que la Iglesia Católica tiene un presupuesto mayor de ayuda a todo el mundo que para el Estado Vaticano. O exponerles las desventajas que tienen los hijos de matrimonios separados. O calcular las horas que un esposo debe dedicar a su hogar, privándole de servir más a los demás.
5. Narrar por qué hemos conservado la fe.
Los adolescentes rechazan a sus educadores y sus cosas. Pero un sincero testimonio de fe siempre deja una huella profunda. Narremos nuestras experiencias con sinceridad y espontaneidad.
6. No cortarles las alas cuando les entre la vena mística.
Los adolescentes son muy soñadores. Dios es importante para ellos. Su romanticismo les facilita abrir el corazón a la experiencia religiosa. Una ironía sobre su interés por lo espiritual los puede arruinar.
7. Facilitar que asistan a algún retiro espiritual.
Facilitar es, para los papás, darles libertad para acudir, pagarles los gastos... Para el educador es no imponérselo, porque lo rechazaría violentamente. También podemos favorecer que algún amigo o conocido sea quien le invite, no sea que lo rechace solamente por venir de los educadores. Si lo logramos, ser la mejor aportación que hagamos a su fe en esta etapa de su vida.
8. Vacunarles contra las sectas.
Hay varias comunidades en la única Iglesia de Cristo que son agresivamente proselitistas, con métodos no siempre correctos. Hay cuatro grandes vacunas contra estos virus de la moda religiosa:
La devoción la Virgen de Guadalupe.
La convicción de que la Biblia no se interpreta fácilmente y, menos aún, lejos de quien tiene la garantía del Espíritu Santo para hacerlo, es decir, del Papa y de los Obispos.
La sinceridad para conocer y vivir la propia fe antes de buscar otras opiniones.
La vigilancia para no dejarse arrebatar la fe por lobos con piel de oveja, que critican a la Iglesia Católica en vez de practicar la caridad o fomentan la división en vez de la unidad, según nos recomendó Cristo.
9. Nunca critiquemos otra religión ante ellos.
Sería descuidar el precepto de la caridad y caer en el juego de quienes se han separado del tronco inicial que Cristo sembró. Esto no quita que seamos claros para exponer las carencias doctrinales y de método que tienen otras religiones o comunidades de hermanos separados respecto al mensaje evangélico.
10. Repitamos muchas veces que descubra al Dios verdadero.
Repetirlo, para que no le gane la tentación de hacerse un Dios y un cristianismo a su medida.
11. Más que discutir, respetemos sus ideas. Y recordémosles lo que creemos.
Si el adolescente tiene ideas diferentes a la fe, nada ayuda corregirle o echarle en cara su error. Es mejor expresar nuestra convicción en la doctrina del Evangelio y de la Iglesia.
12. Comentarles lo que sentimos al frecuentar los sacramentos.
Así se logra que reflexione sobre la dimensión vivencial de los sacramentos. Porque el testimonio arrastra. Pero no le demos muchas explicaciones. Más bien, narremos nuestros sentimientos.
13. Rezar en familia o en grupo.
Hay que invitar al adolescente a que participe en las oraciones de la familia o del grupo. Es muy probable que se rebele y no quiera hacerlo. Aunque sólo lo haga por llevar la contraria. Si bien se puede dejar de insistir para no caer en imposiciones ineficaces, después hay que buscar momentos para platicar en particular sobre las ventajas e inconvenientes de rezar comunitariamente. Conviene, sin embargo, insistirle serenamente: "Si no quieres rezar, por lo menos acompáñanos: eres miembro de la familia como los demás".
14. Facilitarles una plática con algún sacerdote conocido.
Asegurarnos de que el sacerdote sabe tratar a los adolescentes. De lo contrario, la mala experiencia puede tener resultados contrarios al deseado.
15. Comentar las buenas y malas experiencias en el trato con los sacerdotes.
La relación con el sacerdote toca la característica más profunda de la vida cristiana: Dios llega a salvarnos por medio de la Encarnación. Es decir, así como Dios se hizo presente en este mundo tomando la forma de carne y vida humana, así hoy se nos hace presente por medio de representantes humanos. Pero, como para los fariseos, nosotros podemos escandalizarnos hoy de que Dios se manifieste en la limitación de lo humano. Por eso, ayuda mucho a l adolescente escuchar buenas y malas experiencias del trato con los sacerdotes. Así los ver con los ojos de la fe y con los ojos de la comprensión humana.
16. Motivarles a que no sean conformistas en su apertura ante Dios.
Siempre podemos dar más a Dios. Siempre merece Dios más de nuestra parte. Nunca podemos decirle que "ya le hemos dado suficiente".
17. Agradecer a Dios, en su compañía, todas las cosas que podamos.
El agradecimiento es desinteresado. Orar para pedir algo es común. Pero orar para agradecer, ayuda al adolescente a ampliar su visión de la oración y del trato con Dios.
18. Recordarles que deben sentirse orgullosos de recibir el perdón de Dios.
Los pecados suelen deprimir al adolescente. Sobre todo cuando se esfuerza sinceramente por no caer en ellos. Si frecuenta los sacramentos, puede considerar que abusa del perdón de Dios. Es entonces, cuando pesa mucho el recuerdo de que la misericordia de Dios no tiene límites. A Dios le gusta perdonarnos. Y nosotros debemos sentirnos orgullosos de tener un Salvador con generosidad desinteresada.
19. Demostremos con la vida que es importante ser dócil a Dios.
La docilidad es el grado máximo de santidad cristiana. Porque equivale a dar preferencia constante y completa a Dios sobre cualquier cosa. Por eso, nuestro ejemplo al aceptar los dolores y alegrías que la vida ofrece con igual gozo y esfuerzo, motiva al adolescente a percibir que si "Dios nos lo dio y Dios nos lo quitó, bendito sea el nombre del Señor".
20. Favorecer que pueda participar en actividades de apostolado juvenil.
Cuando damos, nos enriquecemos doblemente. Y la experiencia muestra que más recibe quien da que quien recibe.
21. Apoyarles cuando quieran hacer un acto de caridad o de servicio.
Los educadores podemos ayudarles con nuestra admiración y apoyo. Los papás pueden ayudarles también con dinero. Les ayuda la alabanza. Les ayuda facilitarles permiso para un horario adecuado, prestarles instrumentos...
22. Recordarles más las bondades de Cristo que sus castigos.
El castigo motiva basándose en el temor. La bondad motiva apoyándose en el agradecimiento y en la atracción que provoca el valor del bien. Conocer todos los bienes que Cristo me da, motiva más que otros mecanismos, porque se basa en el amor.
23. Ponerles metas altas en su entrega a Dios.
Los jóvenes son idealistas. Los jóvenes luchan. Si se les pide mucho, dan mucho. Si se les pide poco, dan poco. hay que proponer metas altas, más sacrificio, más generosidad, más servicio, más fe.
24. Dar pocas explicaciones, pero sólidas.
Es obvio que los educadores deben tener buena formación para dar explicaciones. Muchos pueden renunciar ante el obstáculo. Pero sería escapar de la realidad. Si nos interesa su buena formación, debemos hacer un esfuerzo: leer buenos libros de la doctrina católica, asistir a un buen curso de capacitación...
25. Provocarles fuertes experiencias religiosas.
Puede ser llevarles a un convento de clausura para conversar con los monjes o las religiosas, realizar alguna misión de evangelización, visitar un seminario, asistir a una audiencia con el Obispo, participar en una peregrinación, tomar parte en un programa de apostolado o de ayuda caritativa...
26. Hacerles gustar del sacrificio.
Hay educadores que sistemáticamente tratan de evitarlo. Les quitan reciedumbre y fortaleza. No estamos proponiendo un estilo maniqueo o masoquista de la vida. Sabemos que el sacrificio no da placer. Pero sabemos que el sendero de la vida tiene tramos de dolor. Y sólo quien aprende a caminar por el camino estrecho y a pasar por la puerta angosta, puede llegar más alto. Para que lo gusten, deben crecer en su espiritualidad y en sus motivaciones. Porque no se trata sólo de tener aguante.
27. El sacrificio motivado de cada viernes fortalece su cristianismo.
La Iglesia Católica establece que todos los Viernes de años son días de penitencia, por cuanto se recuerda el día de la pasión de Cristo. Todos estamos obligados a vivir esta penitencia con algún sacrificio: no tomar carne, hacer una oración especial, privarnos de un gusto, hacer una limosna... Es obvio que este sacrificio habitual forja una personalidad recia y sólida en el alma. Comentarlo y aprovechar las ocasiones de aplicarlo con los adolescentes, les deja mucha huella, aunque repelen.
28. Educarles a no llamar demasiado la atención.
El adolescente trata de llamar la atención para acentuar su personalidad y reforzar su independencia. No es malo. Pero suele exagerar. En esos casos, más que corregirle, podemos recordarle el valor de la humildad. Es decir, el valor de presentarnos como somos. Ni más ni menos. Pero determinados colores, determinadas modas... ¿Expresan lo que somos o esconden y cambian nuestra personalidad?
29. Ayudarles a que se hagan desprendidos.
El adolescente es generoso. Y, al mismo tiempo, egoísta. Podemos aumentar ambas cosas, incluso sin darnos cuenta. Para formarles mejor, recordemos que la caridad es amar como Dios ama. Es un estilo de amor tan elevado que nos exigen mucha generosidad. Y generosidad es dar más de lo que el otro merece. Porque dar lo que el otro merece es solamente justicia. Pero la caridad va más allá de la justicia.
30. Fomentarles actitudes de entrega a Dios, aunque no se consagren a Dios.
Es claro que Dios merece la entrega total de todos nosotros. Pero esta entrega no la tenemos que realizar de igual manera. De todos modos, debemos educar al adolescente en que siempre puede dar más a Dios. Es posible que este principio mueva a alguno a querer darle toda la vida por la consagración religiosa o sacerdotal. Pero todos debemos vivir la prioridad del amor a Dios sobre todas las cosas.
31. Al que quiere consagrarse a Dios, una caricia y una bofetada.
Darle primero la caricia de la alabanza y la admiración por su buena disposición. Así le motivaremos y reforzaremos la vocación que germina en su corazón. Después, darle la bofetada, exigiéndole que sea realista. Es decir, hacerle ver que esa vocación es exigente y sólo para quienes tienen buenas capacidades de generosidad y de lucha. Así equilibraremos la postura de no empujarle demasiado ni de obstaculizar su horizonte.
32. Ser enérgico ante la mentira y la falsedad.
No hay que humillar al adolescente con recriminaciones. Mucho menos en el momento en que su falla queda al descubierto. Pero hagámosle ver con crudeza la cobardía de la mentira. Y apliquemos un castigo fuerte que recalque la importancia de la falsedad.
33. Corrijamos más una hipocresía que mil debilidades.
34. Recordarles las normas morales, pero dando siempre razones.
Toda norma existe para proteger un valor. La persona se educa con convicción cuando sabe qué valores obtiene si cumple las normas. Si sólo recibe leyes y desconoce a qué destino le conducen, cae en el legalismo y el farisaísmo. Y, en cuanto pueda, se librará de esas leyes meramente opresoras. ¿Cómo superar estas malformaciones? Explicando los valores que aporta cumplir cada norma.
35. Ser comprensivos ante sus errores.
Comprender es darnos cuenta de lo que sucede en el interior del otro. Tengamos en cuenta que, en la vida del adolescente, encontraremos dos tipos de errores: los que no dejan huella y los que tendrán serias repercusiones. Debemos preocuparnos de los segundos y no dramatizar los primeros. Por eso, ante los fallos importantes, hay que intervenir con decisión: Decirles que comprendemos que les sucedan, pero que no los aprobamos. Y decirles las razones de nuestro rechazo, breve y firmemente.
36. Nunca reprocharles sus ignorancias religiosas: instruyámosles.
37. Para que no tengan envidia de quien peca, recordémosles los valores del Evangelio.
A todos nos llega la tentación de querer abandonarnos por el sendero del pecado, del capricho, de la aventura inmoral... El cristianismo nos resulta entonces pesado. El adolescente siente muy fuerte la atracción del sexo y de la libertad. Pero la fe le pide cumplir con la virtud de la castidad y con el mandamiento de la obediencia. Encuentra compañeros que dan rienda suelta y despreocupadamente a sus estímulos. Y le llega la tentación de... que es mejor vivir sin la fe. En esos momentos, ayuda mucho recordar que "¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? O ¿qué podrá dar el hombre a cambio de su alma?".
38. Si tienen confusiones, acláralas cuanto antes.
La oscuridad provoca tropiezos. A veces, irreparables. La luz es siempre buena guía. Pero no demos sermones: recordar el principio: hay que dar la motivación oportuna. Y no insistir hasta la próxima oportunidad.
39. Ayudarles a distinguir una norma de un principio.
Principio es una regla general y abstracta. Por ejemplo: "Hay que hacer el bien y evitar el mal". Norma es una regla directa y concreta. Por ejemplo: "Las relaciones sexuales fuera del matrimonio son inmorales". Esta distinción es importante, porque los principios no tienen excepciones, mientras que las normas sí. Por ejemplo: nunca podemos dejar de hacer el bien o de evitar el mal. Pero, en caso de violación, la persona violada no ha cometido ninguna inmoralidad... La moral, como se ve por estos ejemplos, es complicada. Y lo que más ayuda al adolescente es tener los principios muy claros. Así podrá dar luz a las variadísimas situaciones que se presentan para cumplir las normas morales.
40. Romperles lo mal hecho. Y decirles por qué.
El adolescente es libre. No podemos hacer de él lo que queramos. Es propietario de lo que construye; por eso, debemos respetar lo que haga. Pero debemos educarle. Y si le acostumbramos a que haga mal las cosas, le deformamos haciéndole conformista. Por eso, si hace la tarea superficialmente y mal; si hace a medias un dibujo siendo capaz de realizarlo bien; si tiende la cama a medias por no esforzarse... No hay dudas: rompemos la hoja de tareas, rompemos el dibujo, deshacemos otra vez la cama y le decimos: "Tienes que superarte. Eres capaz de hacerlo bien. Nunca te conformes con lo mediocre".
41. Si les encontramos algo indebido, obligarles a destruirlo delante de nosotros.
¿Tienen una revista pornográfica o un video inmoral? Con energía y decisión: ahora mismo. ¿Que es de un compañero? Deben aprender a responsabilizarse de sus malas acciones. Si la policía les encuentra con droga, ¿responderá "me la dio mi amigo?". Y que lo destruya ante nosotros. No sea que luego caiga en la tentación de "por esta vez...".
42. Mantenernos firmes aunque traten de chantajearnos sentimentalmente.
43. Decirles por qué es mejor ser castos que libertinos.
44. Ponerles el ejemplo de Cristo cuando deban subir un escalón.
Es una motivación fuertísima. Porque la esencia de la vida cristiana es seguir a Cristo. Por eso, cuando se sientan decaídos, con temores y sin fuerzas, recordar que "Cristo ha dado su vida por mí. ¿Qué voy a hacer yo por Él?".
45. Si descuidan la justicia, exigirles que reparen el mal hecho.
¿Robaron algo? Que lo devuelvan. ¿Hablaron mal de alguien? Que reparen el mal hecho difundiendo una buena opinión de esa persona.
46. Si están alterados, no corregirlos hasta que se calmen.
Esperar. Cuando estamos nerviosos o golpeados, no captamos con tanto razonamiento y realismo que al estar tranquilos. Si debemos corregir algo mal que ha hecho, esperemos unas horas o un par de días. Entonces, con calma y serenidad, le hacemos ver el error que debe corregir.
47. Si están decaídos, consolémosles dos veces.
48. Facilitarles diversiones que les eduquen y satisfagan.
Los deportes, las actividades culturales, los pasatiempos que les gustan y cultivan su personalidad. Son inversiones muy productivas. Porque si no tienen espacios para su desahogo y expansión, pueden buscarlos en la inmoralidad.
49. Dios merece que le dediquemos un tiempo a la semana.
¿Por qué ir a Misa los domingos? La semana tiene 174 horas. La Misa dura menos de una. ¿Podemos omitir este 0.45% del tiempo semanal y no dedicárselo a Dios?
50. Invitarles a confesarse mostrando las ventajas que obtendrán.
¿Cuáles ventajas tiene confesarse?
Nos libera del remordimiento que nace de nuestros fallos conscientes y deliberados.
Materializa nuestra reconciliación con la comunidad, a quien ofendimos con nuestra debilidad.
Nos acerca a Dios, presente en el misterio del sacramento.
Nos permite que nos den consejos personalizados a nuestra situación interior.
Cuesta la confesión. Por eso, ayudar a conocer los frutos que trae y buscar un buen sacerdote es facilitar el mal trago de la medicina.
51. Invitarles a que comulguen en los aniversarios del año.
No ayuda presionar para que se acerquen a la Comunión. Pero podemos facilitárselo si le invitamos a que comulgue con los papás en el aniversario de su boda, en el día de su bautismo, el de su santo, en Navidad...
52.No decirles cuáles son sus pecados.
No recordarles constantemente sus fallas que conocemos, no interrogarles inquisitorialmente, no decirles todo lo que tienen que hacer para confesarse... Decirles que deseamos para él lo mejor. Y que también Dios espera de él un acercamiento.
53. Aceptarme tal como soy.
Los educadores son los primeros que deben apreciar la importancia de aceptarse como son y no vivir superficialmente. Porque si no, los adolescentes seguirán sus pasos. Aunque los educadores traten de ocultar su inclinación.
54. Ayudarles a encontrar héroes en la Biblia.
Es la pedagogía del modelo. Los adolescentes se forjan ideales y los personifican. Si estos modelos los encuentran en la Biblia, les estamos favoreciendo el acercamiento a la Palabra de Dios. Para lograrlo, podemos comentar con ellos algunos personajes y preguntarles: "¿Crees que tiene actualidad esta personalidad?".
Cómo realizar programas
Autor: J. Salvador Hernández
No podemos viajar sin saber a dónde vamos, cuántos días vamos a necesitar y cuánto dinero necesitamos. Si no preparamos estas cosas, seguro que tendremos problemas en el viaje. No podemos invitar a unos amigos a una fiesta de familia si no sabemos cuántos invitados recibiremos, cuánto dinero tenemos para gastar y cuántas personas caben en nuestro jardín. Si no organizamos un poco nuestra fiesta... dejará muy mal recuerdo a nuestros invitados. Y podríamos seguir añadiendo situaciones de la vida en las que es imprescindible programarnos para tener ‘éxito. ¿Cómo, pues, no será necesario también programar nuestra acción de catequesis? Bastaría recordar la frase del Evangelio: "?¿Quién de Ustedes edifica una torre sin antes calcular los gastos y ver si tiene para acabarla?".
Programar es tan necesario como trabajar. Porque la falta de programación provoca mucha pérdida de tiempo y de energías. Y es una pena dedicarse a la catequesis y tener poco fruto por no organizar mejor nuestros recursos y nuestras metas.
¿Qué es programar? Programar es preparar los pasos necesarios para llegar a una meta. Quien conoce previamente los pasos que debe dar, tiene más facilidad para no dar pasos inútiles. Por eso, programar es conocer bien lo que debemos hacer y preparar cuánto sea necesario para llegar felizmente a nuestra meta.
Podemos programar algo muy complejo, como es la catequesis de toda una diócesis. Pero también podemos programar algo muy sencillo, como es una fiesta de fin de curso. Algunas personas tenemos dificultad para hacer programas. Y otros tenemos más facilidad. Pero todos necesitamos pensar y seleccionar cómo vamos a realizar nuestra actividad evangelizadora. De hecho, todos preparamos de un modo o de otro nuestras actividades. Pero ¡qué bueno es prepararlas bien!. Por eso, la programación debemos verla más como una ayuda que como una carga pesada: si vamos a preparar nuestro trabajo, mejor es aprovechar el esfuerzo que le dedicaremos. Porque la catequesis debe presentar sistemáticamente el mensaje básico de la fe.
B. Límites y posibilidades de la programación.
No podemos programar todo. Trabajamos con seres libres. Y no podemos profetizar cuántos asistirán a nuestros cursos o cuántos aprovecharán bien nuestra catequesis. También podemos hacer un buen programa de catequesis con niños, hay un cambio de horario en las escuelas, y se nos modifica todo el programa. Estas situaciones tan comunes, nos llevan a exponer dos principios básicos:
El programa es para el hombre y no el hombre para el programa. Por lo tanto, debemos hacer las modificaciones cuando se requieran.
En caso de duda, respetar lo programado. Podemos caer en el error contrario: hacer demasiados cambios al programa. Y los excesivos cambios confunden a las personas o entorpecen otras actividades. Por eso, si el cambio no asegura mejores consecuencias, mantengamos las cosas como se programaron inicialmente.
Concluyamos lo referente a los límites y posibilidades de la programación subrayando una característica propia de nuestra sociedad actual: el constante cambio. Un programa útil resulta poco eficaz pasados tan sólo dos años. La doctrina siempre es la misma. Y muchos principios fundamentales de la catequesis son estables. Pero hoy es muy necesario tomar las previsiones necesarias porque vivimos en una etapa de transición cultural. Por eso, debemos renovar cada año nuestros programas. No necesitaremos cambiar todo. Bastarán unos retoques. Pero el mundo cambia y los programas deben actualizarse.
C. Pasos esenciales para un buen programa de catequesis.
Hemos definido el programa como preparar los pasos necesarios para llegar a una meta. Para programar bien, pues, sólo se necesita saber cuáles pasos debemos dar y ponerlo en orden. Es claro que no siempre sabemos cómo ser nuestro camino y no podemos prever todos los pasos. De acuerdo. Pero debemos hacer el intento. Así, repitiendo la programación varias veces y comparando lo programado con los resultados, podremos mejorar nuestros programas futuros.
Cada programa tiene un perfil distinto. Pero hay unos pasos comunes que podemos aplicar en todos los programas. Seguir estos pasos comunes permite preparar lo más importante. En concreto, un buen programa puede prepararse con estos pasos:
1.Análisis del entorno, para conocer mejor el trabajo.
2.Fijar los objetivos vitales, para trabajar en lo importante y prioritarios no en lo secundario.
3.Fijar los temas prioritarios, para no perderse en temas sin importancia.
4.Definir a cuántas y cuáles personas deseamos llegar, para conocer dónde está nuestra meta concreta.
5.Fijar el horario y el lugar,para poder invitar con precisión.
6.Decidir cómo hacer la promoción, para que asista mucha gente.
7.Elegir los materiales,para tenerlos a tiempo.
8.Elegir quiénes pueden ayudar, para saber cuáles fuerzas tenemos.
9.Hacer el calendario de actividades, para no improvisar y preparar todo lo necesario con tiempo.
10.Evaluar el programa, para poderlo mejorar la siguiente vez.
Cada uno de estos pasos requiere explicaciones. Las presentamos en los siguientes puntos.
D. Cómo realizar bien el análisis de nuestro entorno.
El análisis del entorno permite elegir mejor los objetivos prioritarios y conocer mejor a los destinatarios. El catequista debe hacerlo con detalle. Porque el catequista necesita actualizarse constantemente para comprender y adaptarse mejor a sus destinatarios. Los puntos fundamentales para hacer bien un análisis del entorno son los siguientes:
*¿Cuál es la extensión del área en que vamos a trabajar, el número de habitantes que la pueblan? ¿Cuántas personas viven en rancherías o en la cabecera? ¿Qué distancias hay entre los diversos poblados o colonias en que debo trabajar?
¿Cómo es el terreno: hay cerros, llanuras, ríos, lagos...?
¿Cómo es el transporte: hay camiones para llegar a todos los poblados o colonias? ¿Hay terracería o brecha? ¿Es necesario transportarse en animales? ¿Hay puentes o es difícil vadear los arroyos? ¿Hay problemas de transporte en época de lluvias, etc?
*¿Cómo es la instrucción de la gente? ¿Qué nivel de alfabetización tienen? ¿Hay personas con estudios de secundaria o preparatoria, etc.?
¿Hay etnias con idioma o costumbres especiales?
*¿Cuál es el porcentaje de bautizados? ¿Cuál es la frecuencia a los sacramentos?
¿Cómo es su instrucción religiosa: conocen mucho, poco o nada? ¿Cuánto interés manifiestan por formarse?
¿Cuáles grupos parroquiales funcionan?
¿Cuáles son las expresiones de religiosidad popular más fuertes en la comunidad?
¿Hay sectas? ¿Cuáles y con qué número de seguidores?
*¿Son estables las familias o hay muchos divorcios y amancebados?
*¿Cuántos hijos suelen tener por pareja? ¿Los educan?
*¿Abundan las madres solteras?
e. Situación social:
Economía: ¿De qué vive la gente, en qué trabajan? ¿Hay mucha pobreza?
Política: La gente se preocupa por las elecciones? ¿Cuál partido predomina, etc?
Seguridad: ¿Hay muchos robos, se matan fácilmente?
Abusos: ¿Hay grupos que se imponen a la gente o algún cacique opresor?
¿Cuáles diversiones, posibilidades de descanso, o gustos predominan?
¿Cuáles vicios son más comunes?
h. Valores y antivalores predominantes:
¿Qué es lo mejor que tiene la gente del rumbo?
¿Y qué es lo peor de esa gente?
i. Factores que facilitan la evangelización.
¿Qué ayuda prestan el Obispo o el párroco a nuevos proyectos o a impulsar nuevos esfuerzos?
¿Hay experiencias positivas de evangelización que conviene apoyar?
*¿Cuáles expresiones de religiosidad popular o actividades de formación que más aceptan las gentes del lugar?
¿Hay actividades de evangelización que son útiles pero que nadie promueve? ¿Cuáles?
j. Dificultades para evangelizar:
¿Hay algún grupo o algunas personas que pueden dificultar la tarea de evangelización?
*¿Cuál es el mayor obstáculo que puede encontrarse para llevar a cabo el programa de evangelización? Y ¿tiene solución?
E. Cómo sabemos lo que necesita nuestra comunidad.
La catequesis tiene unas actividades y objetivos que siempre serán fijos de un modo o de otro. Por ejemplo, siempre debemos enseñar a orar, siempre debemos dar cursos de educación básica, siempre debemos preparar a la recepción de los sacramentos, etc. Pero también hay siempre objetivos y actividades que van surgiendo con nuevas necesidades y circunstancias. Por eso, lo primero que debemos hacer, después de terminar el análisis del entorno, es decidir qué necesita nuestra comunidad. Es decir, fijar los objetivos prioritarios de nuestro trabajo evangelizador. Sólo así podremos hacer un programa que dé resultados adecuados a la comunidad.
Es bueno recordar que los objetivos prioritarios deben siempre diferenciarse en vitales y doctrinales. Los primeros buscan lo que debe vivir el destinatario; los segundos buscan lo que deben aprender. Por eso, el catequista debe fijar muy bien qué es lo que desea que vivan y aprendan sus catecúmenos para llegar a mejorar su fe.
Pero es claro que los objetivos prioritarios vitales y doctrinales no se deciden a golpe de corazón. Debemos elegirlos según las necesidades que percibimos más urgentes en nuestra comunidad. Pueden ser necesidades urgentes por los graves fallos que detectamos en su vida cristiana. Pero también podemos precisarlas por las lagunas que haya en su formación. Es decir, o decidimos las necesidades prioritarias porque las cosas van mal o, como van bien, para que vayan mejor. Porque siempre hay que buscar los frutos de catequesis adecuados a la etapa de desarrollo cristiano que corresponde a cada persona.
Para fijar bien estas necesidades, conviene volver a repasar los datos de la situación religiosa, familiar y social anotados en el análisis del entorno.
a. ¿Por dónde empezar?: La regla del 80 / 20.
Un programa busca resolver unas necesidades. Busca lograr unos objetivos. Pero no podemos hacer un programa que resuelva todas las necesidades de una comunidad o todos los problemas de una persona. Tenemos que hacer un programa que resuelva sólo algunas cosas. ¿Cuáles? Las más importantes. Por eso, debemos seleccionar cuáles necesidades debemos resolver primero. Así podremos fijar nuestros objetivos prioritarios sobre cuantos tenemos delante.
Pero aún queda una pregunta: ¿Cómo seleccionar bien las necesidades u objetivos prioritarios? ¿Cómo podemos tener la seguridad de haber elegido bien? No puede ayudar mucho la regla del 80 / 20. Esta regla de los comerciantes dice que el 80% de los deudores suelen deber el 20 % del dinero y viceversa. Es decir, que hay dos tipos de deudores: unos pocos que deben cantidades muy fuertes, y muchos otros que deben pequeñas cantidades. La conclusión que saca un comerciante es que debe iniciar el cobro por los deudores grandes, porque son menos y así, en menos tiempo, podrá recuperar la mayor parte de su deuda. Pues, de un modo semejante, el catequista debe aplicar la ley del 80 / 20.
¿Cómo aplica el catequista la ley del 80 / 20? Tratando de atender la necesidad que más afecta a su comunidad. Es decir, hay muchas necesidades en su comunidad. Pero hay dos o tres que, si se resuelven, darán más fruto que si resolvemos otras menos importantes. Por ejemplo, si las sectas invaden a una comunidad, podemos aplicar muchas soluciones para evitar su fatal influjo. Pero, si educamos mejor la fe católica de los fieles, obtendremos más resultados que si tratamos de convencer a todos los pastores protestantes para convertirlo o si tratamos de que todos los fieles conozcan las doctrinas de las variadas sectas que los pueden invadir.
Una forma de asegurarnos que estamos acertando con la ley del 80 / 20 es responder a estas preguntas: ¿Este objetivo resuelve una necesidad o varias? ¿Esta necesidad aparece entre las más importantes de las anotadas en el análisis del entorno de nuestra comunidad? Si resolvemos esta necesidad ¿será más fácil resolver las otras?
No olvidemos que Dios espera de nosotros buena evangelización. Y hay que buscar objetivos profundos y actualizar constantemente las metas intermedias y los programas. Así podremos atender las necesidades prioritarias de nuestra comunidad.
b. ¿A quiénes y a cuántos vamos a educar?
Un buen programa necesita un talante siempre misionero. No podemos conformarnos con atender a quienes vienen a las actividades evangelizadoras. Necesitamos llegar a los alejados. Hay que dar prioridad a las personas sobre la organización o los instrumentos. No podemos limitar nuestra evangelización y sentirnos satisfechos... porque nuestro grupo de catequesis tuvo cinco niños más este año. La catequesis debe ser misionera. Y, para lograrlo, es necesario que nos fijemos una meta bien clara. Y, en este campo, lo más claro son los números. Por eso, debemos siempre proponernos un número de asistentes para cada curso o actividad como meta a lograr de nuestra acción.
Es verdad que el número de asistentes no depende muchas veces de nosotros solos. Pero la Iglesia tiene mucha necesidad de nuestro compromiso misionero. Por eso, necesitamos fijarnos un número que nos permita, una vez terminada la actividad, medir qué tanto fu’ un avance o un retroceso en la mejor evangelización de nuestra comunidad. Porque, si hay cien niños que necesitan prepararse a la primera comunión y sólo vienen 45 ¿podemos quedarnos satisfechos? Pero, para poder medir si hemos logrado atender la necesidad de nuestra comunidad, necesitamos primero saber el número de niños que necesitan prepararse a la primera comunión y proponernos a cuántos vamos a formar de inmediato. Es decir, necesitamos hacer un buen cálculo con el análisis del entorno y proponernos un número preciso como meta de nuestro curso.
Necesitamos subrayar que nuestro trabajo es con seres humanos y no con cosas. Y los seres humanos son libres. Y pueden fallar. Por eso, no debemos desanimarnos cuando los números de los resultados son inferiores a lo que habíamos calculado. Un fracaso así es doloroso. Pero también es aleccionador: podemos aprender a hacer mejor nuestro cálculo o aprender a mejorar nuestros medios de promoción.
c. ¿En qué lugar y a qué hora?
Podemos impartir la catequesis en cualquier hora y en cualquier lugar. Pero podemos facilitar o dificultar la asistencia de los destinatarios eligiendo mal o bien tanto el horario como el local. Todos sabemos que la catequesis es una actividad comprometedora y, por tanto, difícil. No debemos, pues, hacerla más difícil eligiendo horarios o lugares conflictivos. Por eso, a la hora de programar, debemos tener en cuenta estos puntos para garantizar mejor el ‘éxito de nuestra catequesis:
Sobre el lugar:
Podemos elegir cualquier lugar para catequesis: desde un salón parroquial con aire acondicionado hasta debajo de un árbol.
El lugar no debe tener fuentes importantes de distracción. Las distracciones son diferentes según la edad: los adolescentes se preocupan mucho de los jóvenes de otro sexo que pasan junto a la ventana del salón de clases, los niños se distraen fácilmente cuando cambian de salón o de muebles, etc.
Es mejor elegir el salón de clases que evite el ruido excesivo, como puede ser de una fábrica cercana o del tránsito pesado de una avenida.
El lugar no debe ser muy cómodo: los adultos, por ejemplo, se duermen fácilmente en sillas muy acojinadas.
El lugar no debe ser muy incómodo: si hay muchos moscos, todos se distraen matándolos.
Los salones deben tener la luz natural del lado izquierdo, para favorecer la lectura y la escritura sin sombras que perjudican la vista.
El pizarrón debe colocarse de modo que la luz no de reflejos que dificulten la lectura de los alumnos.
Es importante asegurar un lugar para el curso con buenos medios de transporte si es para personas que vienen de diversos lugares. Si son personas con carro, debe asegurarse el estacionamiento.
Es mejor crear varios centros de evangelización en una parroquia extensa que concetrar todos los cursos en un lugar, pues se facilita la asistencia de más personas.
Demasiados objetos en los muros o muebles distraen mucho a los niños y adolescentes.
Sobre el horario:
El horario mejor es el que se acomoda a los alumnos, no el que es bueno sólo para el catequista.
Es de sabios cambiar horario para favorecer la asistencia.
En caso de conflicto, la solución se encuentra más fácilmente buscándola entre todos, catequistas y catecúmenos.
Los niños no deben tener sesiones superiores a los 45 minutos de clase. Los adultos aguantan hasta hora y media seguida.
Los cursos en la noche para adultos no deben durar más de una hora. Puede haber dos sesiones de 45 minutos con un descanso intermedio.
Evitar la coincidencia de actividades que perjudiquen la asistencia de destinatarios (eventos deportivos, televisivos, celebraciones litúrgicas, etc).
Es muy útil realizar cursos para niños y para mamás en el mismo horario, sobre todo cuando las mamás llevan personalmente a los niños a la catequesis. Así se unifican horarios y se facilita la asistencia de ambos.
Aún manteniendo fijos todos estos consejos, los catequistas deben esforzarse por conocer bien el mundo de sus destinatarios. Así evitar n sorpresas, como elegir un mal horario o un lugar problemático. Por eso, es necesario hacer bien el análisis del entorno o revisar el que hicimos hace uno o dos años. Porque el catequista necesita actualizarse constantemente para comprender y adaptarse mejor a sus destinatarios.
PARA REFLEXIONAR:
"Como pastores de la Iglesia estos nos preocupa. Al mismo tiempo nos duele ver cómo muchos de nuestros fieles no son capaces de comunicar a los demás la alegría de su fe. Jesucristo nos pide que seamos la "sal de la tierra", la levadura en la masa. Por ello, la Iglesia, pastores y fieles, sin descuidar la atención de los cercanos, debe salir al encuentro de los que están alejados.
La Promoción catequética
Autor: J. Salvador Hernández
La historia de los mecanismos que mueven la catequesis actual nació en el Concilio de Trento. Los Padres conciliares desearon estimular la catequesis. Y propusieron crear escuelas para los niños en las parroquias. Como todos proyectos, tuvo sus ventajas y sus inconvenientes. Como ventajas, se impulsó la educación de la fe de los niños; además, ante el empuje protestante, la escuela parroquial de catequesis garantizaba una doctrina más cercana a la Iglesia Católica. Los inconvenientes fueron descuidar un poco la catequesis de adultos y la catequesis familiar. Es decir, los papás se fueron acostumbrando a llevar a sus hijos a la escuela parroquia y, en cierta manera, a despreocuparse, dejando la catequesis en manos de los sacerdotes y religiosas.
Pero el mundo ha cambiado. Hasta hace pocos decenios, los papás se preocupaban de que sus hijos fueran a recibir el catecismo. Hoy, en un mundo más lejano de Dios, hay muchos católicos alejados de la vida eclesial. ¿Quién les educará en la fe, si ellos no tocan a la puerta de la parroquia?. Es urgente salir de nuestra atmósfera religiosa y recorrer las calles de nuestras ciudades poco creyentes; llamar a las puertas de las familias bautizadas y no evangelizadas; buscar a las personas sin esperar a que lleguen hasta nuestra oficina parroquial.
Por eso, toda actividad evangelizadora debe tener una primera etapa de promoción. Es decir, debemos promover nuestros proyectos y nuestras actividades para asegurar que vienen las personas que lo necesitan. De lo contrario, estaríamos "salvando a los que ya están salvados", como decía simpáticamente un diácono permanente. Es obvio que todos necesitamos la salvación. Pero hay personas que se hallan más alejadas de Dios o de las actividades eclesiales que otras.
De todos modos, recordemos que la acción evangelizadora nunca es una acción de publicidad y propaganda meramente humana. La acción más fuerte e importante es el testimonio del cristiano. Por eso, nada puede sustituir el encuentro directo de persona a persona para invitar a una actividad de catequesis o de evangelización.
A. Diversas formas de promoción catequética.
No basta con programar bien los cursos que vamos a dar. También debemos salir a la calle a buscar nuevos alumnos para nuestras actividades evangelizadoras. Vamos a llamar actividades de promoción a todas las acciones que sirven para atraer más personas a los cursos de evangelización y catequesis.
Si queremos realizar una evangelización de carácter misionero, debemos trabajar para atraer, sobre todo, a los alejados. Sabemos que la catequesis tiene como un objetivo importante incorporar viva y activamente al cristiano en la vida de su comunidad. No se trata sólo de lograr la conciencia, en cada catecúmeno, de pertenecer y responsabilizarse con su comunidad. Se trata también de acercar a las ovejas lejanas al redil de Cristo. Por eso, debemos luchar mucho por organizar buenas actividades de promoción que permitan educarse en la fe a tanta gente necesitada.
Las actividades de promoción forman parte de todo un programa de evangelización o catequesis. Pero conviene elegirlas y prepararlas con detalle. Sugerimos diversas actividades de promoción. Muchas de ellas ya fueron presentadas como medios de promoción para la primera evangelización para los cristianos alejados. Nosotros las presentamos ahora con un matiz más general, para entrar en contacto con muchos cristianos y facilitar la promoción y asistencia del mayor número a los cursos de evangelización y catequesis:
a) Misiones de evangelización:
Son actividades a suscitar el interés por la fe y fortalecer la fe de una comunidad entera, sea una colonia. un rancho o toda una parroquia. Estas misiones de evangelización tienen un marcado carácter de promoción, pues permiten entrar en contacto con muchas personas que viven alejadas de la práctica eclesial y motivan mucho a impulsar la vida cristiana. Es decir, resulta sencillo tener más alumnos en cursos de catequesis después de crear un ambiente motivador y comprometedor por la misión.
Una misión de evangelización exige estos elementos:
Asegurar la participación del párroco, tanto en la preparación como en su acción ministerial durante la misión (Misas, confesiones, etc.)
Disponer de un grupo de misioneros (diez o quince jóvenes de grupos parroquiales o catequistas) que dirijan y animen las actividades. Deber n tener una buena preparación y motivación.
Organizar la publicidad y hacer avisos desde varias semanas antes: colocar cartelones en las esquinas de las calles, avisar en la Misas, etc.
Programar las actividades: visitas de casa en casa durante las mañanas para dar una atención personal a las familias, invitar a las actividades y hacer un censo parroquial; Misas, Paralitúrgias y celebraciones; Rosario de la Aurora; reuniones de niños, de adolescentes, de parejas, etc.
Preparar los materiales necesarios: pósters, papelería, listas para censo, posibles estampas, etc.
Definir cuáles puntos interesan al párroco para el censo.
Una buena misión puede realizarse en tres o cuatro días.
Este planteamiento de una misión puede parecer costoso de tiempo, personas y dinero. Es verdad. Pero tengamos en cuenta que todo tiene solución en esta vida. El tiempo es el contributo que nosotros vamos a ofrecer como servicio a la Iglesia. Las personas debemos buscarlas entre los grupos parroquiales y personas que hacen apostolado en la parroquia. Y el dinero debemos buscarlo por la contribución de la parroquia u organizando alguna actividad que nos proporcione algunos fondos. Pero recordemos que el dinero nunca debe ser obstáculo para frenar la evangelización. Y lo que necesitamos no es mucho: un poco para estampas o algunas hojas fotocopiadas.
b) Celebraciones de la Religiosidad popular.
Las personas participan comúnmente con intensidad en las procesiones, los novenarios, las peregrinaciones o las tradiciones locales. Pero no siempre ponen especial atención al compromiso cristiano que les pide esa celebración. El evangelizador puede despertar este compromiso precisamente a partir de los ritos y mecanismos de la celebración misma. Y es ahí donde puede presentar la conveniencia de dar continuidad a la celebración con un curso más serio y programado.
El trabajo de la invitación persona a persona y de la motivación a mantener el compromiso de fe que tiene la celebración, son los dos mecanismos que dar n mejor resultado para que la religiosidad popular sea un buen medio de promoción.
c) Celebraciones paralitúrgicas:
Hay celebraciones que preside el laico porque el sacerdote no puede estar presente. Las personas que asisten a estas celebraciones tienen interés por crecer en su fe. Es muy interesante utilizarlas para promover e invitar a los cursos de evangelización y catequesis. Incluso, puede realizarse la catequesis antes o después de la celebración. He aquí algunos ejemplos de paralitúrgias:
paralitúrgias de la Palabra, especialmente los domingo o fiestas.
paralitúrgias penitenciales, sobre todo en Adviento y Cuaresma. Pueden ser salmos penitenciales con oraciones de petición y cantos; puede ser un Via Crucis; puede ser una letanía especial, etc.
paralitúrgias navideñas, como las pastorelas o posadas.
paralitúrgias de oración, como el rosario, una procesión, etc.
Muchas veces, las paralitúrgias forman parte de las celebraciones de religiosidad popular. En cierta manera, son dos actividades muy parecidas y se pueden intercambiar las sugerencias que hemos dado para unas y para otras.
d) Celebraciones litúrgicas masivas.
Las celebraciones patronales, la festividad de la Virgen de Guadalupe, la llegada del nuevo Obispo... provocan la asistencia de muchas personas a alguna ceremonia litúrgica. No suele ser muy efectivo comprometer a las personas en esos momentos para un curso de evangelización y catequesis. Pero puede servir para darlo a conocer. Los avisos que suelen darse en estas ocasiones suelen resbalar sobre las personas, pero llevan la información a la mayoría. Después, ser más fácil explicar e invitar directamente a los cursos.
Muchos fieles descargan toda su devoción en la peregrinación anual. Y muchos de ellos no llegan a comprometer su fe más allá de algunos aspectos morales o rituales de su fe. Las peregrinaciones son una excelente oportunidad para hacer ver a los cristianos la necesidad de formarse y dar solidez a su fe. Puede realizarse una catequesis directa durante la peregrinación, sobre todo si se puede disponer de un megáfono para explicar algunos elementos de la fe durante las pausas nocturnas y, sobre todo, una vez llegados al destino.
Para darle continuidad, la labor de convencimiento para asistir a un curso necesita una atención más personalizada y directa cuando termine la peregrinación, como sucede con toda actividad masiva. Pero ayuda mucho escribir los nombres y direcciones de las personas que expresan su interés por tener un curso posterior.
f) Actividades presacramentales
Muchos católicos acuden a las actividades presacramentales por compromiso u obligación. Además suelen ser actividades muy cortas, sin profundidad por falta de tiempo. Por eso, puede ser una fuente natural para obtener personas para nuestros cursos de catequesis. Así pues, las pláticas prebautismales pueden ayudarnos a obtener parejas que necesiten una catequesis de adultos; las pláticas prematrimoniales pueden motivar a los jóvenes a un curso sobre la vida cristiana; y los cursos de preparación a la primera comunión o confirmación pueden tener continuidad con la catequesis de perseverancia.
Es muy difícil realizar el teatro actuado. Exige trabajo y dinero para disponer de vestuarios, escenarios... Pero es mucho más sencillo organizar el teatro leído. Consiste en un grupo de personas que leen una obra de teatro, participando cada una como uno de los personajes de la obra. No necesita memorizarse, ni vestuario, ni gastos especiales. Sólo requiere personas que lean con vitalidad y adaptándose al tono del personaje que personifican. Se sientan en un estrado con un cartelito delante que presenta el nombre de su papel. Y eligiendo obras de fuerte sentido cristiano, precediéndolas y concluyéndolas con una buena explicación, pueden motivar a muchas personas a participar en nuestros cursos, sobre todo a quienes no suelen acercarse a las actividades religiosas.
La motivación para asistir al curso puede hacerse sencillamente: se dice, antes de iniciar y después de concluir la lectura, que la obra ha sido organizada como introducción al curso que se va a impartir. Puede reforzar mucho la motivación si el tema de la obra leída toca directamente la temática del curso, pues se puede discutir con los asistentes al teatro leído las impresiones de la obra y provocar más interés por el curso que va a iniciarse.
La enfermedad aumenta nuestra sensibilidad. Y nos hace pensar más en el mundo del más allá. Los enfermos no pueden asistir a los cursos. Y muchos de sus parientes tampoco, porque deben cuidarlos. Pero la visita a los enfermos, tanto en sus casas como en le hospital, puede ser un medio muy útil para hacer ver a las personas la necesidad de mejorar su formación en la fe.
La sociedad menos religiosa que nos rodea aleja a muchas almas de la participación en la vida eclesial. Pero su fe late interiormente. Por eso, es fácil encontrar muchas personas en los hospitales deseosas de recibir más alimento espiritual. No visitar n la parroquia para solicitar apoyo para su fe. Pero agradecer n una visita que les deja el pan de la Palabra. ¿Cuántas sectas fundamentalistas captan miembros para sus comunidades en los hospitales?
No es una tarea que aporte resultados de inmediato. Pero deja muchas semillas sembradas. La mejor forma de realizar esta labor es una visita que finalice en alguna sugerencia para vivir la enfermedad más cristianamente y una invitación para formar su fe posteriormente en algún curso de evangelización. Podríamos dar las mismas sugerencias, debidamente acomodadas, que daremos para las visitas de casa en casa.
i) Grupos de animación litúrgica:
Es común encontrar grupos parroquiales comprometidos seriamente con la actividad litúrgica de la parroquia... que no tienen ni una catequesis básica. Podemos verlo en coros, miembros cofradías, etc. Son excelentes candidatos para recibir un curso de evangelización, tanto por su disposición a vivir cerca de la fe como por su acción pastoral.
Además, los grupos de animación litúrgica suelen atraer a otras personas, sobre todo jóvenes, que se convierten en nuevos candidatos para asistir a los cursos.
j) Encuentros de adolescentes.
Las ocasiones en que los adolescentes llegan a la vida parroquial suelen ser con motivo de explícitas acciones evangelizadoras: cursos de preparación para recibir la primera comunión o la confirmación, alguna plática prematrimonial, etc. Pero no siempre reciben otras propuestas de actividades que les atraigan. ¿Qué hacen? Van a ocupar su tiempo en otros ambientes que les ofrecen más recursos de atracción... no aconsejables en muchas ocasiones. Por eso, puede ayudar mucho a su evangelización y catequesis organizar encuentros de adolescentes que les resulten atractivos y sean el punto de arranque para un curso más formal de su educación en la fe.
Dichos encuentros pueden ser muy sencillos, como una reunión semanal en un grupo reducido. O pueden ser más complejos, como una jornada juvenil, con variedad de actividades organizadas con mucho profesionalismo.
k) Pastoral en los Santuarios:
Los santuarios ejercen una fascinación especial para el católico. Los frecuentan. Y llegan con el alma abierta deseando recibir el don de Dios. Un trabajo de promoción en un santuario muy visitado, como puede ser la Basílica de Guadalupe en México, no será muy propicio para la promoción, porque las multitudes impiden un trato cercano. Pero un santuario pequeño, como puede ser la ermita de un cerro, resulta una ocasión magnífica. Porque, si al llegar una persona o un pequeño grupo al santuario, reciben una acogida amistosa de alguien encargado de la promoción en ese lugar, y les platica sabroso, al mismo tiempo que les propone una ocasión de frecuentar un curso para reforzar su fe, es muy probable que d’ estimables resultados.
l) Pláticas en tiempos litúrgicos fuertes:
Hay épocas del año litúrgico que despiertan interés por la vida espiritual. Organizar, pues, unas pláticas cuaresmales o un retiro de Adviento o una celebración de la Navidad, puede resultar un gancho extraordinario para acercar hacia su formación cristiana a un buen grupo de cristianos.
Es bueno considerar cómo disminuye el interés por estas actividades por causa del secularismo que nos rodea. Es decir, va perdiéndose el sentido por lo sagrado y no atrae una actividad formativa directamente religiosa. Queda un sector de fieles que todavía son sensibles a estas propuestas. Tenemos, sin embargo el riesgo de que asistan... los mismos que ya tienen formación cristiana y, como actividad de promoción, nos sirva poco. No queremos despreciar estas actividades al hacer estas aclaraciones. Sólo deseamos destacar que unas pláticas en tiempos litúrgicos fuertes sirven para los cristianos cercanos a la vida eclesial, pero no servirán para los alejados de la práctica religiosa.
Cuando alguien fallece, muchas personas acuden a visitar a la familia del difunto o a acompañar el cadáver. Es muy útil aprovechar esos momentos con la oración y algunas paralitúrgias. Pero también se puede aprovechar para motivar al crecimiento de la fe y a la asistencia a actividades de evangelización. Es obvio que no se trata de aprovechar el momento fúnebre para insistir en la muerte o en las amenazas del castigo divino. Se trata más bien de aprovechar la presencia de muchas personas que quizá no frecuentan la práctica religiosa para promocionar su mejor formación en la fe.
n) Semanas de educación familiar:
Los matrimonios jóvenes suelen ser muy sensibles a cuánto puede mejorar la educación de sus hijos. Los papás con hijos adolescentes tienen serios problemas con sus chamacos que desean resolver. Estas expectativas permiten augurar el ‘éxito de organizar una semana familiar.
Se trata de organizar una actividad el lunes para los niños, el martes para los adolescentes, el miércoles para los jóvenes, el viernes para las mamás, el sábado para los papás y el domingo para todos. La temática, las actividades, la metodología y el resto de los elementos deberán adaptarse a la edad y mentalidad de los destinatarios. Pero puede ser una ocasión extraordinaria para lanzar un buen plan de evangelización para toda una comunidad.
Consiste en organizar un conjunto de actividades que involucren a toda la familia en el ámbito de una parroquia o capellanía. Tiene un funcionamiento parecido a las semanas familiares. Quizá puede adquirir un tono más festivo y de celebración que no de educación. Juegos, piñatas, sorteos, venta de tacos y la Misa mayor pueden ofrecer un plan atractivo para acercar incluso a los alejados. Y de ahí se puede preparar la invitación a las actividades fuertes de evangelización.
o) Celebraciones grupales de aniversarios:
Se trata de una variante de los domingos familiares, pero con un color muy personalizado que tenga mucho arrastre. Se trata de tomar el libro de matrimonios o de bautizos de la parroquia y sacar una lista de todas las personas que se casaron, por ejemplo, hace diez años. Y se les hace una invitación para celebrar el aniversario todos juntos en la parroquia.
Se organiza una Misa especial en un día señalado, se les invita a que traigan sus tortas, se prevé que haya algunos juegos preparados para los niños y alguna actividad especial para los papás. En dos o tres horas, se logra una convivencia de un grupo muy homogéneo que puede facilitar la formación de un grupo de evangelización o catequesis, tanto para niños como para papás. Y sirve para acercarse tanto a los fieles cercanos como a los alejados de la Iglesia. Porque ¿quién se resiste a una invitación que además no cuesta?
El hombre actual es muy sensible a la ayuda humanitaria y al compromiso solidario. Muchos cristianos ver n con buenos ojos una invitación a colaborar para la mejora de la comunidad. Independientemente de que esta actividad forme parte de la dimensión social de la evangelización, puede ser la oportunidad de invitar a muchas personas a educar mejor su fe, como un complemento necesario a su compromiso social.
Estas actividades pueden ser múltiples: construcción o remodelación del templo, preparar despensas para personas carentes de recursos, participación en una mejora de la escuela, organización de la atención a ancianos, soluciones para drogadictos, eliminación de locales de vicio...
Las visitas casa por casa pueden hacerse como parte de una misión de evangelización o como una actividad de promoción. Las sugerencias que presentamos sirven para ambos casos:
Dos personas hacen mejor las visitas, pues se ayudan mutuamente y se evitan chismes.
Al llegar, indicar que se viene de parte del párroco.
Presentar una carta del párroco que acredita al visitador. Puede ser una simple fotocopia, pero ayuda mucho para evitar abusos.
Preguntar si tenían noticia en la casa de que habría esta visita.
No importa mucho si la respuesta es afirmativa o no, pero es muy útil para iniciar la conversación.
Explicar cuál es la razón de la visita: el Señor Obispo desea que mejoremos el conocimiento de nuestra fe y ha propuesto al párroco de visitar casa por casa a todos los vecinos para presentarles un resumen de la fe cristiana.
Como en México sólo hay un sacerdote por cada 7.000 católicos, el párroco ha pedido nuestra colaboración como laicos para poder llegar a más familias en la parroquia.
Al llegar, conviene decir que se visita para promover el conocimiento de la fe, porque es imprescindible para poder vivir la mejor y para evitar que otros cristianos nos confundan con doctrinas diferentes y engañosas.
Es conveniente dejar un pequeño catecismo o resumen de la fe, después de presentarlo y explicar cómo usarlo. Puede ser una simple hoja fotocopiada con los puntos principales de la fe.
Preguntar también si hay niños o adolescentes en la casa que necesitan hacer su primera comunión o confirmación, y si hay jóvenes que se van a casar pronto.
Se aprovecha para invitar a las actividades de evangelización y catequesis que se tienen programadas en la parroquia.
Antes de despedirse, preguntar si se desea tratar algún otro punto. Preguntar también si necesitan alguna cosa en que la parroquia pueda ayudar a los miembros de la familia y tomar nota.
Despedirse avisando que regresaremos para ofrecerles más cosas y atender las peticiones que nos ha hecho.
Concluir con una oración a la Virgen para pedirle por nuestra fe católica, así como un Padrenuestro por el Papa y las necesidades de la familia.
Al salir de la casa, rellenar los datos del censo parroquial. Es mejor no hacerlo delante de las personas, para que no se sientan controladas. Pero, si hay confianza, podría hacerse ante ellos.
Si encontramos un hogar no católico, preguntar si todos los de la casa son de la misma religión. Comentar que, si se ofrece algo, est n en la parroquia para servirles. Y marcharse. De nada sirve perder el tiempo de visita en discusiones.
B. ¿Cuáles medios necesitamos?
Un buen programa debe prever cuáles medios materiales van a utilizarse. No nos referimos sólo ni principalmente a los medios económicos. Sobre todo, nos referimos a los medios más inmediatos: libros de texto, catecismo, rotafolios, fotografías, pizarrones, gises... Los catequistas deben precisar qué van a necesitar. Unos materiales serán imprescindibles: por ejemplo, los libros de texto. Otros pueden prescindirse de ellos si no se logran: por ejemplo, las fotografías. De todos modos, el programa debe dejar muy claro qué es imprescindible. Y definir la cantidad, el tipo y todos los datos que se necesiten. Por ejemplo, el programa dirá: "Necesitamos 60 catecismos del libro ´Mi primera Eucaristía´; un pizarrón nuevo de metro y medio de largo; 60 velitas para la primera comunión; 20 cartulinas para las actividades de las clases 6 y 10; 10 cartulinas para la promoción; y cinco plumones para dibujar".
Muchos de estos materiales correr n a cargo del gasto de los mismos alumnos, como ser n los libros de texto. Otros los financiar la parroquia, como son los pizarrones o los gises. Pero otros deber n financiarse por la contribución de todos. Sugerimos crear un fondo para la catequesis que respalde la mejora de materiales. Podría organizarse la colecta de las misas de un día al año para la catequesis o preparar un espectáculo o una rifa que proporcione unas ganancias como ayuda para solventar gastos.
C. ¿Quiénes vamos a realizarlo?
El programa puede descubrir un dato que sucede muy frecuentemente a los catequistas: hay más trabajo que personas para atenderlo. Por eso, es muy útil definir cuántas personas necesitamos para realizar todo el programa. Y, si faltan más personas, debemos preguntarnos cómo las vamos a conseguir y a quiénes vamos a invitar. A este punto, conviene dar una sugerencia muy importante. Si se va a invitar a otras personas para colaborar, es muy importante interrumpir la programación e invitarles a que asistan a una nueva reunión para que participen también ellos en la terminación del programa. ¿Por qué? Porque motiva muchísimo a las personas participar desde el nacimiento del trabajo. Es verdad que estas nuevas personas encontrar n gran parte del programa realizado. Pero su opinión en la realización de la última parte les comprometer mucho más que si llega con todo el pastel cocinado.
Y hay un punto más: como es posible que las personas no deseen comprometerse fácilmente en un trabajo, es más fácil invitar a que "nos ayudes a programar" que no "a trabajar". Es decir, invitamos a programar a quienes consideramos buenos candidatos para ayudarnos. Una vez que participen en la programación, ser muy fácil invitarlos a trabajar en un proyecto en que ya se han involucrado como algo propio. No perder n la libertad de renunciar al trabajo. Pero estarán más motivados.
Y debe quedar muy claro qué tarea va a desempeñar cada una. Es muy grave lanzarnos todos a apagar el fuego... echando inútilmente el agua en el mismo sitio. Unos se encargarán de la promoción, otros de dar los cursos, otros de organizar la rifa, etc.
D. ¿Qué dificultades importantes vamos a encontrar?
Todo programa se enriquece cuando se hace una lista de todas las dificultades que vamos a encontrar. Así es fácil preparar soluciones para cada obstáculo. Puede parecer un paso algo deprimente. Pero es muy realista. En realidad, este paso puede resumirse en la lista de las dificultades más importantes. De todos modos, este paso aporta un gran beneficio: que no se caiga en sueños y utopías irrealizables.
Para realizar la lista de las dificultades, basta que se haga una tormenta de ideas. Es decir, todos los catequistas que preparan el programa deben responder a esta pregunta: ¿Cuáles serán las dificultades que encontraremos para llevar adelante nuestro programa? Se van escribiendo en un pizarrón las respuestas y, después, se seleccionan por votación las más importantes. A continuación, se busca una solución para cada dificultad. Basta una solución, la que resulte mejor en la discusión del grupo.
Vamos a presentar algunas dificultades muy comunes y algunas sugerencias para afrontarlas:
El estilo o la personalidad del sacerdote con quien hay que trabajar: Es obvio que el sacerdote tiene una autoridad que no podemos dejar de lado, pues nos alejaríamos de la obediencia cristiana. Pero podemos aceptar los límites que nos ponga el párroco y trabajar en el terreno que nos permite. ¡Hay tanto que evangelizar! Además hay que reconocer que todos tenemos defectos y hay que saber convivir con ellos.
Otra dificultad común en los catequistas es no actualizarse: se repiten las mismas cosas, se usan los mismos programas o textos anticuados... Obviamente hay que romper con estas rutinas. Quizás de un modo sereno y progresivo, poco a poco. Pero no estancarse. Quizás un buen programa sea actualizar serena y adecuadamente a los catequistas, antes de buscar otras metas.
Es fatal el antitestimonio del catequista: Es fácil hablar y no vivir. Por eso, un programa no puede quedarse en poner metas para educar la fe de los destinatarios o para organizar mejor el centro. También debe cuidar la mejor vida espiritual de los catequistas.
Hace mucho mal la falta de ortodoxia en la doctrina que se imparta: El catequista es un envidado de Dios. Y no puede utilizar la Palabra del Señor según su parecer. La catequesis debe ser fiel a Dios y fiel al hombre. Y el catequista debe cuidar que la doctrina que imparte no sea buena para él, pero traicione le depósito de la fe católica. Esta dificultad también puede aparecer cuando los contenidos del programa catequístico son parciales. Es bueno asegurar que el contenido de la catequesis mejora en conjunto cada año, aunque la catequesis debe presentar sistemáticamente el mensaje básico de la fe.
Una dificultad de la que se habla mucho es el dinero. Pero el dinero nunca es problema real. Más bien, el dinero es problema cuando no hay buena organización ni creatividad en los catequistas. ¿Por qué? Porque un poco de dinero se puede conseguir siempre por medio de algunas rifas, de unos puestitos de comida en una fiesta parroquial, de un benefactor que da un donativo... O se suple con una cuota muy baja de cada destinatario. Además, se pueden suplir los gastos para materiales utilizando otras cosas ingeniosamente. Pero, si revisamos todas estas soluciones, dependen de un denominador común: el ingenio y creatividad del catequista. Seamos realistas: en la catequesis, el dinero nunca es problema.
E ¿Qué momentos son los más convenientes?
No se puede trabajar bien sin un calendario bien hecho. Parece muy pesado. Pero es muy sencillo. Pues, una vez que se ha fijado el horario de las clases de cada curso, basta anotar la fecha que corresponder a cada tema y añadir las actividades complementarias: celebraciones, exámenes, días sin clase, fiestas, etc.
El calendario se completa fijando las fechas para hacer trabajos que es necesario hacer para llevar adelante el programa. Por ejemplo, se fija el día para comprar las velitas para la celebración, la fecha para confirmar con el párroco la Misa de primeras comuniones, el día para recoger los catecismos de la librería, la fecha para preparar el estrado del teatro leído, etc. Un buen calendario quita muchos dolores de cabeza. Y muchas improvisaciones disgustosas. En el mundo rural no es muy vital hacer un calendario, pero en el ambiente urbano es imprescindible.
Todos los comerciantes cuentan sus gastos y sus ventas al final del día, hacen corte de caja. Y la buena educación de la fe es un negocio más importante. Por eso, debemos evaluar. Y debemos evaluar dos cosas:
cómo asimilan los destinatarios los objetivos del curso.
cómo va avanzando el programa de los catequistas.
asimilación de la doctrina: es necesaria para evitar pequeños errores que lleven a desviaciones de la vivencia de la fe. Podemos evaluar la asimilación de la doctrina mediante pruebas que nos hagan ver si la doctrina es recibida correcta o se han mezclado errores. No se trata sólo de hacer exámenes para dar una calificación. Se trata de descubrir hasta dónde la doctrina de la Iglesia ya ha sido recibida o... debemos volver a repetirla o a volver a explicarla. Para lograrlo, pueden ser muy útiles los exámenes orales o las preguntas escritas. Incluso puede ayudarnos decir a los destinatarios que no se trata de un examen, sino de un "ejercicio de repaso". También puede ayudar que los catecúmenos expresen una idea que se las ha explicado con sus palabras propias o con un dibujo.
memorización de los puntos básicos de la doctrina: presupuesta la utilidad de la memorización, conviene resaltar que es un dato fácil de evaluar: o se recuerda o no. A este propósito, conviene insistir que no debemos ser muy rígidos en pedir la palabra exacta. A veces, las personas recuerdan un sinónimo u otra palabra que expresa claramente las ideas. La memorización no es lo más importante en catequesis, pero puede ser el mejor medio para calificar exteriormente el aprovechamiento del alumno, sobre todo con niños.
aceptación de la fe en el corazón: este punto no lo podemos evaluar. Y es muy bueno repetírselo a los catecúmenos. De todos modos, el catequista puede medir algunos comportamientos exteriores que sean indicio de asimilación interior de la fe: seriedad en la oración, sinceridad en las intervenciones durante la clase, etc. pero, aún aquí, puede haber graves inexactitudes de evaluación.
b) Evaluación del programa preparado por los catequistas:
Es necesario saber cómo marcha un programa. Así se podrá acomodar a los cambios que aparecen. La mejor forma de hacerlo es revisarlo después de uno o dos meses de marcha. Lo más importante ser siempre calcular en qué medida se van alcanzando los objetivos prioritarios. Es muy probable que no se pueda tener una buena evaluación hasta terminado el curso. Pero es muy útil hacer un sondeo entre todos. Porque hay que buscar objetivos profundos y actualizar constantemente las metas intermedias y los programas.
También conviene evaluar si se marcha a buen ritmo o se ha retrasado el calendario. Conviene analizar lo que ha ayudado y lo que ha frenado el trabajo. Así podrán hacerse los ajustes con más garantía de ‘éxito. Y, recordemos, toda evaluación tiene una sola finalidad: aprender y mejorar, nunca criticar o echar la culpa a otro de los fallos y retrasos.
1. La formación al servicio de la catequesis.
A. La pastoral de catequistas en la Iglesia particular.
Para el buen funcionamiento del ministerio catequético en la Iglesia particular es preciso contar, ante todo, con una adecuada pastoral de los catequistas.
a. Suscitar en las parroquias y comunidades cristianas vocaciones para la catequesis. En los tiempos actuales hay que promover diferentes tipos de catequistas, o sea, catequistas especializados.
b. Promover un cierto número de catequistas a tiempo pleno, que puedan dedicarse a la catequesis de manera más intensa y estable, junto a la promoción de catequistas de tiempo parcial, que ordinariamente ser n los más numerosos.
c. Establecer una distribución más equilibrada de los catequistas entre los sectores de destinatarios que necesitan catequesis. La toma de conciencia de la necesidad de una catequesis de jóvenes y adultos, por ejemplo, obligar a establecer un mayor equilibrio respecto al número de catequistas que se dedican a la infancia y adolescencia.
d. Promover animadores responsables de la acción catequética, que asuman las responsabilidades en el nivel diocesano, zonal o parroquial.
e. Organizar adecuadamente la formación de los catequistas, tanto en lo que concierne a la formación básica inicial como a la formación permanente.
f. Cuidar la atención personal y espiritual de los catequistas y del grupo de catequistas como tal. Esa acción compete, principal y fundamentalmente, a los sacerdotes de las respectivas comunidades cristianas.
g. Coordinar a los catequistas con los demás agentes de pastoral en las comunidades cristianas, a fin de que la acción evangelizadora global sea coherente y el grupo de catequistas no quede aislado de la vida de la comunidad.
B. Criterios inspiradores de la formación de los catequistas.
a. Se trata ante todo de formar catequistas para las necesidades evangelizadoras de este momento histórico con sus valores, sus desafíos y sus sombras. Para responder a ‘l se necesitan catequistas dotados de una fe profunda, de una clara identidad cristiana y eclesial y de una honda sensibilidad social. Todo plan formativo ha de tener en cuenta estos aspectos.
b. La formación tendrá presente también, el concepto de catequesis que hoy propugna la Iglesia. Se trata de formar a los catequistas para que puedan impartir no sólo una enseñanza sino una formación cristiana integral, desarrollando tareas de iniciación, educación y de enseñanza. Se necesitan catequistas que sean, a un tiempo, maestros, educadores y testigos.
c. Preparar catequistas integradores, que sepan superar tendencias unilaterales divergentes, y ofrecer una catequesis plena y completa. Han de saber conjugar la dimensión veritativa y significativa de la fe, la ortodoxia y la ortopraxis, el sentido social y eclesial. La formación ha de ayudar a que los polos de estas tensiones se fecunden mutuamente.
d. La formación de los catequistas no puede ignorar el carácter propio del laico en la Iglesia y no debe ser concebida como mera síntesis de la formación propia de los sacerdotes o de los religiosos. Al contrario, se tendrá muy en cuenta que su formación recibe una característica especial por su misma índole secular, propia del laicado, y por el carácter propio de su espiritualidad.
e. Finalmente, la pedagogía utilizada en esta formación tiene una importancia fundamental. Como criterio general hay que decir que debe existir una coherencia entre la pedagogía global de la formación del catequista y la pedagogía propia de un proceso catequético. Al catequista le sería muy difícil improvisar, en su acción catequética, un estilo y una sensibilidad en los que no hubiera sido iniciado durante su formación.
C. Las dimensiones de la formación: el ser, el saber y el saber hacer.
La formación de los catequistas comprende varias dimensiones. La más profunda hace referencia al ser del catequista, a su dimensión humana y cristiana. La formación la ha de ayudar a madurar, ante todo, como persona, como creyente y como apóstol.
Después está lo que el catequista debe hacer para desempeñar bien su tarea. Esta dimensión, penetrada en la doble fidelidad al mensaje y a la persona humana, requiere que el catequista conozca bien el mensaje que transmite y, al mismo tiempo, al destinatario que lo recibe y al contexto social en que vive.
Finalmente está la dimensión del saber hacer, ya que la catequesis es un acto de comunicación. La formación tiende ha hacer del catequista un educador del hombre y de la vida del hombre.
Más adelante expondremos en que áreas es donde el catequista debe profundizar su formación.
D. Diversos tipos de catequistas, hoy especialmente necesarios.
El tipo o figura del catequista en la Iglesia presenta modalidades diversas, ya que las necesidades de la catequesis son variadas.
a. Los catequistas de tierras de misión, a quienes se aplica por excelencia el título de catequista: sin ellos no se habrían edificado Iglesias hoy día floreciente. Los que tienen la función específica de la catequesis y los hay también que cooperan en las distintas formas de apostolado.
b. En algunas Iglesia de antigua cristiandad, con gran escasez de clero, se deja sentir la necesidad de una figura en cierto modo análoga a la del catequista de tierras de misión. Se trata, en efecto, de hacer frente a necesidades imperiosas: la animación comunitaria de pequeñas poblaciones rurales, carentes de la presencia asidua del sacerdote; la conveniencia de una presencia y penetración misioneras en las barriadas de las grandes metrópolis.
c. Un tipo de catequista que conviene promover es el del catequista para encuentros presacramentales, destinado al mundo de los adultos, con ocasión del Bautismo o de la primera Comunión de los hijos, o con motivo del sacramento del Matrimonio. Es una tarea con originalidad propia en la que con frecuencia pueden confluir la acogida, el primer anuncio y la posibilidad de un primer acompañamiento en la búsqueda de la fe.
d. Otros sectores humanos de especial sensibilidad que necesitan urgentemente de otros tipos de catequista son: las denominadas personas de la tercera edad, personas desadaptadas y discapacitadas, los emigrantes y las personas marginadas por la evolución moderna.
e. Otras figuras de catequista pueden ser igualmente aconsejables. Cada Iglesia particular, al analizar su situación cultural y religiosa, descubrir sus propias necesidades y perfilar, con realismo, los tipos de catequista que necesita. Es una tarea fundamental a la hora de orientar y organizar la formación de los catequistas.
2. Vocación y fisonomía del catequista.
Ser catequista es una vocación en la Iglesia que nace de su misma condición de bautizado y confirmado (GPCM 2).
La primera forma de Evangelización es el testimonio y en concreto el testimonio de la caridad. El hombre contemporáneo cree mejor en a los testigos que a los maestros (Rm 42; EN 41), más a la experiencia que a la doctrina; más a la vida y a los hechos que a las teorías (RM 42). El testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de evangelización (RM 42)
El catequista, por tanto, estará dispuesto a vivir entregado a la edificación de la comunidad cristiana, poniendo en juego las capacidades y carismas recibidos del Espíritu para bien de todos ( GPCM 2).
A. Papel vital de la vocación del catequista:
"A propósito de la evangelización, un medio que no se puede descuidar es la enseñanza catequética. La inteligencia, sobre todo tratándose de niños y adolescentes, necesita aprender mediante una enseñanza religiosa sistemática los datos fundamentales, el contenido vivo de la verdad que Dios ha querido transmitirnos y que la Iglesia ha procurado expresar de manera cada vez más perfecta a lo largo de la historia.
A nadie se le ocurrir poner en duda que esta enseñanza se ha de impartir con el objeto de educar las costumbres, no de estacionarse en un plano meramente intelectual. Con toda seguridad, el esfuerzo de evangelización será grandemente provechoso, en el ámbito de la enseñanza catequética dada en la Iglesia, en las escuelas donde sea posible o en todo caso en los hogares cristianos, si los catequistas disponen de textos apropiados, puestos al día sabio y competentemente, bajo la autoridad de los Obispos. Los m’todos deber n ser adaptados a la edad, a la cultura, a la capacidad de las personas, tratando de fijar siempre en la memoria, la inteligencia y el corazón las verdades esenciales que deber n impregnar la vida entera. Ante todo es menester preparar buenos catequistas -catequistas parroquiales, instructores, padres- deseosos de perfeccionarse en este arte superior, indispensable y exigente que es la enseñanza religiosa.
Por lo demás, sin necesidad de descuidar de ninguna manera la formación de los niños, se viene observando que las condiciones actuales hacen cada día más urgente la enseñanza catequética bajo la modalidad de un catecumenado para un gran número de jóvenes y adultos que, tocados por la gracia, descubren poco a poco la figura de Cristo y sienten la necesidad de entregarse a él" (EN 44).
B. Fisonomía teológica del catequista:
Vamos a analizar cómo ven la Biblia y los documentos del Magisterio de la Iglesia la fisonomía del catequista. Nos lo muestran, ante todo, como un testigo de la fe. ¿Por qué? Porque su testimonio se asemeja al profeta: como el profeta, sus palabras y sus acciones deben presentar el mensaje de Dios al pueblo. Es obvio que no tiene una inspiración especial de Dios como el profeta. Pero, cuando el catequista es dócil a la Palabra de Dios y la transmite con fidelidad, es Dios quien habla por ‘l. Se convierte en instrumento de la Palabra vivificadora.
También se nos muestra en estos documentos bíblicos y eclesiales como un Apóstol de la Palabra, pues su misión no la realiza por sola decisión personal, sino que es la gracia de Dios quien le envía. Pero conviene destacar también que no tiene una llamada especial. Todo cristiano debe evangelizar y transmitir el mensaje de Dios con sus palabras y con sus obras.
También aparece, desde luego, como un evangelizador. Porque su misión es transmitir el Evangelio. Su evangelización se manifiesta, sobre todo, en su labor profética. Como vimos más arriba hablando de su parecido con el profeta, difunde los valores del Evangelio principalmente con su palabra y con su testimonio.
C. Fisonomía humana del catequista:
El catequista es un educador. El educador no es sólo quien transmite informaciones. Es quien trata de configurar las virtudes y actitudes de sus discípulos de acuerdo con el modelo del hombre nuevo que presenta el Evangelio.
Pero es un educador con un ámbito finalidad muy definidos: la fe. No es un educador de todas las dimensiones del hombre. Puede hacerlo. Y, muchas veces, su labor tiene como resultado desarrollar al hombre íntegramente. Pero, ordinariamente, su labor va orientada al desarrollo de la dimensión sobrenatural de la persona. Y aquí radica el misterio de su acción. Porque su meta esta más allá de sus capacidades. Tiene que educar la fe. Pero la fe es don sobrenatural. Sólo Dios puede darla.
También es un traductor, pues tiene por tarea hacer comprensible y asequible el mensaje del Evangelio con nuevas palabras y nueva luz. Su tarea se encuentra entre el contenido invariable de la Buena Nueva y la urgente necesidad de presentarlo adaptado con nuevo lenguaje a las diversas personas que llegan ante ‘l.
D. Características prioritarias del catequista:
Es evidente que un catequista debe tener muchas cualidades. Pero unas son más importantes que otras. He aquí las principales:
1. El compromiso eclesial: su vida est al servicio de la comunidad local y universal.
2. El sentido misionero: no restringir su acción a quienes frecuentan el templo o al territorio de su propia parroquia.
3. La iniciativa: no conformarse con realizar las actividades evangelizadoras comunes y rutinarias. Debe encontrar nuevas reas y medios para catequizar.
4. La superación integral: educarse en los valores humanos, en las formas sociales, en la capacidad para analizar la realidad y en las virtudes humanas.
5. El trabajo en equipo, el esfuerzo para no caer en la pereza, la programación seria del trabajo y el ansia de aprovechar las diversas oportunidades que encuentren para evangelizar más y mejor.
6. La prudencia para no comprometer su acción evangelizadora por la participación en actividades partidistas o de ambigua moralidad, que obstaculicen la transparencia de su labor. De todos modos, se deben educar en la necesidad de comprometerse socialmente y decididamente en favor de la justicia, la verdad y la honestidad.
7. La coherencia en su condición de evangelizadores, que no descuida su participación en las necesidades de la sociedad, de su vida familiar y de su compromiso con quien necesita ayuda.
8. El sentido ecuménico que le lleve a no perder el tiempo en discusiones inútiles con miembros de otras sectas y saber respaldar el testimonio de auténtica fe ante quienes desean dialogar sinceramente.
Un buen catequista, además de educar la fe de quienes reciben sus cursos, puede tener unos frutos indirectos:
1. Promover la vitalidad de la parroquia, al activar más a otros laicos.
2.Promocionar socialmente a sus comunidades, actuando como contactos en programas de desarrollo social, educadores de los promotores y desarrollando actividades de unión y convivencia comunitarias
3 Detectar y enviar vocaciones al Seminario mayor y menor, y a conventos de religiosas.
4 Facilitar el acercamiento de católicos alejados con la parroquia, penetrar lugares a los que no alcanza la pastoral ordinaria del sacerdote o de los religiosos (CL, 28).
5 Frenar el avance de las sectas: al formar más a los católicos, los vacunan y hacen estéril la acción proselitista de cristianos fundamentalistas, que ven infructuosos sus trabajos y abandonan su acción.
En resumen, un buen catequista se distingue por su profesionalidad. Es decir, su vocación se convierte en una acción responsable y amorosa. La profesionalidad hace que toda la vida del catequista refleje el mensaje que transmite con alegría. Para lograrlo, necesita capacitación especializada y experiencia. Por eso, debe vivir la obediencia ante la autoridad; la honestidad para dedicarse a su labor seriamente sin buscar compensaciones; y la decisión para mantener definida su vocación, a pesar de las crisis y limitaciones.
Preferentemente, los catequistas deben ser autóctonos, para que tengan más capacidad de inculturación. En caso de no serlo, deben luchar constantemente por asimilar y adaptarse a la comunidad en que opera.
PARA REFLEXIONAR:
"Catequistas que luchan por hacer realidad los valores del Evangelio y siguen los criterios pastorales de Jesús que prefiere a los pobres, que hace la voluntad del Padre y entrega toda su vida al servicio del Reino de Dios. Hombres y mujeres que revelan a la comunidad el espíritu de las bienaventuranzas encarnado en sus vidas" (GPCM 149-3).
E. Ministerio y compromiso del catequista:
En algunas diócesis, se ha establecido el ministerio del catequista como una estructura estable y respaldada por la Jerarquía para desarrollar la Nueva Evangelización. A nivel universal, sólo se ha establecido como ministerio de lector y de acólito. Es muy conveniente este ministerio, por ser el catequista parte vital en la predicación y en la vida de la Iglesia. Todavía no tiene carácter jurídico propio.
Recordemos que un ministerio es dar valor público y respaldo comunitario a una tarea eclesial. El catequista es un ministerio de hecho, porque tiene su valor ante todos y la comunidad lo necesita. Pero conviene que también sea reconocido jurídicamente en las diócesis que el Obispo lo estime oportuno. ¿Por qué? Porque elevar una tarea eclesial a rango de ministerio, asegura mayor atención de parte de la Jerarquía y mayor comprensión del pueblo.
Muchos de nuestros catequistas no siempre son valorados, pues se piensa que se dedican a esta tarea quienes no sirven para otras más importantes. Más todavía, hay parroquias que destinan razonables sumas de dinero para mejorar la liturgia y ni un centavo para la catequesis.. Y ¿cómo va a desarrollarse una actividad si no se le invierten esfuerzos y energías? Por otro lado, la realidad muestra crudamente que el actuar del catequista es una tarea muy absorbente en el tiempo que exige, en el esfuerzo que requiere y en la capacitación que reclama. Institucionalizar, pues, el ministerio de los catequistas permitiría que la comunidad les diera una dignidad legal merecida, les otorgara la imagen eclesial que se merecen dentro de la comunidad y los sostuviera en sus gastos económicos.
Algunos piensan que conferir el ministerio al catequista es clericalizarlo. Es decir, provocar que entre demasiado en las estructuras eclesiales y pierda su condición de laico. Pero también es bueno tener en cuenta que su labor es eminentemente laical, dado que est n inmerso en su realidad familial, laborar y social. Y, para que sea un buen catequista, siempre deber sentir y palpitar al paso de la problemática y de las necesidades de quienes debe educar. Por eso, sólo se clericalizaría un catequista en el momento que se encerrase entre los muros de un templo sin unir la fe que transmite con la vida que le rodea.
La catequesis tiene su fuerza mayor hoy en tantos laicos que dan su tiempo y su capacidad para formar la fe de tantos católicos. Y no reciben un centavo por su labor. Esta fuerza nunca desaparecerá. Pero es importante destacar la obra realizada por catequistas laicos asalariados en la evangelización de varios países en Latinoamérica y en otros continentes.
Cuando un eminente catequeta escuchó sobre la existencia de evangelizadores laicos asalariados en una diócesis, comentó: "No me parece correcto que los laicos vivan del dinero del altar". Y, el sabio obispo, necesitado de evangelizadores de tiempo completo por carecer de suficientes sacerdotes, le respondió: "Puede ser. Pero recuerde la palabra de la Escritura: ‘Quien trabaja en el altar, que viva del altar´". El estudioso agregó: "De acuerdo, Monseñor. Pero eso est bien para el sacerdote...". El Obispo añadió sonriente: "Lea Ud. la primera epístola a los Corintios, a ver si el versículo 14 del capítulo 9 sólo se refiere a los sacerdotes...".
PARA REFLEXIONAR:
"Kerigma y catequesis. Desde la situación generalizada de muchos bautizados en América Latina, que no dieron su adhesión personal a Jesucristo por la conversión primera, se impone, en el ministerio profético de la Iglesia, de modo prioritario y fundamental, la proclamación vigorosa del anuncio de Jesús muerto y resucitado, raíz de toda evangelización, fundamento de toda promoción humana y principio de toda auténtica cultura cristiana (cf. Juan Pablo II, Discurso inaugural, 25 de la Conferencia del CELAM).
Este ministerio profético de la Iglesia comprende también la catequesis que, actualizando incesantemente la revelación amorosa de Dios manifestada en Jesucristo, lleva la fe inicial a su madurez y educa al verdadero discípulo de Jesucristo (cf. CT 19). Ella debe nutrirse de la Palabra de Dios leída e interpretada en la Iglesia y celebrada en la comunidad para que al escudriñar el misterio de Cristo ayude a presentarlo como Buena Nueva en las situaciones históricas de nuestros pueblos" (SD 33).
3. La formación del catequista:
Somos conscientes de la necesidad que todos los laicos tienen de una formación sólida e integral. Esta necesidad es más urgente para los catequistas cuya misión es comunicar a los demás el mensaje de Cristo. Se requiere una formación permanente que le ayude a conocer mejor su fe a crecer en experiencia y a mantener un proceso de constante conversión ( GPCM4)
La formación del catequista depende mucho del modelo de catequista que se desea lograr. La meta que nosotros proponemos es formar un educador de la fe. Esta opción suscita la necesidad de lograr muchas metas. Las hemos descrito en los apartados anteriores. Ahora, sólo vamos a establecer algunos criterios sobre cómo lograrlo. No puede haber nueva catequesis sin catequistas bien formados
a. Debe procurarse siempre el equilibrio en los cuatro sectores esenciales de la formación del catequista:
la formación doctrinal.
la formación espiritual.
la formación metodológica.
la formación humana.
b. La formación debe equilibrar la capacitación intelectual con la experiencia real. Es decir, es indispensable la formación por la acción. Porque la experiencia directa provoca reflexión y estimula el estudio personal.
c. Es necesario definir el modelo de catequista que se desea conseguir, de acuerdo con las necesidades o con los programas de trabajo. Es obvio que no es lo mismo preparar un catequista de niños que uno de adultos, o uno para indígenas de la sierra que para universitarios. El modelo determina el programa de formación que se impartirá.
d. Un buen programa de formación de catequistas debe tener mecanismos de acompañamiento para ayudar a cada uno ante las dificultades y preguntas que le vayan surgiendo en su trabajo.
e. Debe evaluarse el avance o las necesidades del programa educativo, para precisar cuáles variantes o novedades se requiere incluir en el programa inicialmente previsto. Para lograrlo, es muy útil conocer qué piensan y proponen los mismos catequistas. De lo contrario, hay el riesgo de errar en las apreciaciones y de resolver sólo una parte de las necesidades.
a. La formación del catequista inicia con una buena base doctrinal. ¿Por qué? Porque el conocimiento y asimilación de la fe ofrece la posibilidad de vivir un proceso catecúmena personal y la experiencia del propio crecimiento en la fe.
b. Sean amplios o reducidos, los programas de formación doctrinal para catequistas deben armonizar siempre las cuatro reas esenciales de la doctrina cristiana: credo, moral, sacramentos y espiritualidad.
c. El catequista necesita conocer cuáles verdades tienen sólido fundamento y cuáles son opinión de escuela. Es decir, el catequista necesita doctrina segura para diferenciarla de las múltiples ideologías existentes.
a. El catequista necesita acrecentar su experiencia de Dios durante toda su formación. La consigue por la participación litúrgica y sacramental, por la oración personal y comunitaria, por el ejercicio de hábitos que purifiquen sus actitudes ante Dios.
b. El catequista necesita fuertes experiencias eclesiales para crecer en sus motivaciones evangélicas. Es muy útil aprovechar las ocasiones que ofrece la vida misma de la comunidad o momentos especiales como la visita al Obispo, la participación en algún congreso, etc.
c. El catequista debe realizar un proceso constante de superación en su compromiso de fe durante todo el periodo de formación. Porque lo que más contribuye a transmitir la fe es el testimonio de vida. Y el catequista, como hombre caído y herido por el pecado, necesita elevarse para vivir más de acuerdo con el ejemplo de Jesucristo. Todo avance en la coherencia de su vida con la fe que transmite, ser el mayor ‘éxito en su formación.
d. Es importante desarrollar una actitud eclesial de unidad y de corresponsabilidad que permita al catequista saber trabajar junto a los otros y dejar trabajar a los otros. Siempre hay el riesgo de convertirse en críticos despiadados y obstáculo de otro catequista, o de querer aislarse en la acción evangelizadora. El sentido de catolicidad eclesial debe lograrse con actitudes de respeto y apoyo a la variedad de carismas presentes en la Iglesia.
e. El catequista debe educarse en la fidelidad a la Iglesia. Debe crecer constantemente en la convicción de que no es el transmisor de una doctrina propia y de unas metas personales. Debe ser consciente de que es un miembro de la Iglesia y trabaja en nombre de Ella. Su expresión más común de fidelidad eclesial la verá en la sumisión que viva ante las pautas que reciba de su Obispo y del Papa como cabeza de la Iglesia universal.
f. La formación debe aportar al catequista la conciencia de poseer una misión evangelizadora. Y debe valorar que esta misión la ha recibido de Dios por medio de la Iglesia. Ser catequista es una vocación a la que responder, no un plan personal de prestigio propio. Cuando el catequista es consciente de su llamada sobrenatural, es más abierto a los demás, más humilde ante las contrariedades y más dócil al Espíritu.
g. Toda la formación del catequista debe construirse sobre el amor personal a Jesucristo y a la Virgen Santísima. De este modo, su espiritualidad tendrá motivaciones purificadas y estímulos fuertes.
a. Un catequista se forma mejor mediante una metodología activa. Sus intervenciones frecuentes le permiten presentar dudas, aportar experiencias y moderar sus posiciones. La metodología activada le educa también el sentido social y comunitario de la vida, le forma en el trabajo en equipo y le hace más abierto y respetuoso ante los demás.
b. La formación del catequista también debe ser práctica. La mejor forma de lograrlo es que participe, al mismo tiempo que recibe su formación, en una acción evangelizadora. De este modo, puede ir experimentando en su propia persona cuanto aprende. Los ejercicios dentro del salón de clase pueden ser útiles para obtener algunos consejos del instructor, pero no sustituyen el contacto con la acción catequística directa.
c. El catequista debe desarrollar sus capacidades de comunicador. Lo puede lograr tanto con el esfuerzo por participar en cada ocasión que le ofrezca el proceso formativo como con el aprendizaje de técnicas sencillas y eficaces (medios audiovisuales, consejos para hablar en público, sugerencias para preparar una clase, etc).
d. Es preciso enseñar al catequista el uso adecuado de los instrumentos más comunes e inmediatos de la catequesis: audiovisuales, catecismos, textos, pizarrón, etc.
e. Hay que desarrollar mucho la capacidad de comunicación en el catequista. Esta comunicación no es sólo verbal. Se logra con tres cosas:
simbolización: que sepa concentrar en símbolos y signos vivos e impactantes su mensaje y su impulso motivador.
expresión: que llene de carga afectiva sus intervenciones.
gusto: para seleccionar las experiencias y recursos en sus clases.
f. El catequista debe aprender a realizar el análisis de la situación del ambiente en que debe trabajar. El catequista necesita conocer bien el contexto en que trabaja. De lo contrario, no obtendrá buenos resultados porque desconocerá el campo de trabajo.
D. Formación humana.
a. Muchos catequistas tienen urgente necesidad de completar su formación humana. Suelen tener mucha vitalidad espiritual y religiosidad profunda. Pero necesitan mayor equilibrio emocional, firmes actitudes y fundada madurez que les facilite mantener las opciones hechas y la coherencia entre lo que creen y lo que viven.
b. La formación del catequista necesita desarrollar las virtudes humanas. ¿Qué podemos esperar de un catequista insincero, irresponsable, sin respeto hacia los demás, etc? Las virtudes humanas se obtienen mediante una buena explicación y la ayuda de un prudente consejero que posibilite la afirmación de hábitos estables de comportamiento.
c. El catequista necesita recibir valores humanos muy sólidos y en todos los niveles (de sobrevivencia, culturales, sociales, artísticos, morales y trascendentales). Recordemos que la formación de los valores se obtiene, sobre todo, mediante las experiencias personales y el análisis que confronta unos valores con otros.
d. El proceso formativo del catequista debe enseñarle a analizar y enjuiciar equilibradamente las personas y los acontecimientos que van cruzándose en su vida. La cultura cambiante, llena de antivalores consumistas y superficiales, exigen una jerarquía de valores definida y valiosa al catequista actual, para que pueda adaptarse y transformar evangélicamente a su comunidad.
PARA REFLEXIONAR:
"Los catequistas necesitan una formación que los capacite para responder a las exigencias de su ministerio. La catequesis, "es un arte superior" que pide de los catequistas sólidos conocimientos en las ciencias humanas y divinas. Asimismo espera de ellos una amplia visión del ambiente donde trabajan, de la sociedad donde se encuentran y de la ‘poca que les ha tocado vivir.
Los documentos del Magisterio de la Iglesia, no dejan de insistir en la urgencia de formarlos para estar a la altura de las tareas que se les encomiendan" (GPCM 153) y ser instrumentos adecuados y eficaces en las manos de Dios, pues Él es en definitiva el origen y la causa de la salvación pero ha querido que seamos sus mensajeros, para llevarla a nuestro hermano.