Autor: Padre Nicolás
Schwizer
Fuente: Catholic.net
La paz interior
En un mundo lleno de nervios y tensiones es una gran alegría encontrarse con personas que irradian paz a su alrededor. Como cristianos debemos ser hombres que irradiamos la paz del Señor.
Una cualidad de los
cristianos me parece ser, o por lo menos debería ser, la paz interior. Es
importante sobre todo para la mujer. Así puede ser el centro del hogar en
torno al cual gira la vida familiar. Una auténtica madre ha conquistado e
irradia una profunda paz.
Y nosotros, ¿hasta qué punto hemos conquistado eso? Me
parece que a muchos nos cuesta adquirir y conservar esa actitud. Tal vez nos
dejamos presionar demasiado por las exigencias de la vida, de la casa, de los
chicos, de la economía. Al volver del trabajo ya no quedan fuerzas para
mantener la calma, dominar los nervios e irradiar paz.
¡Qué gozo es encontrarse con personas que irradian
serenidad y paz! Sólo con entrar en su espacio vital, uno experimenta su
tranquilidad que da profundidad a su vida. Son centros de paz en un mundo
agitado. Nos recuerdan que las penas pasan y los triunfos se desgastan con el
tiempo. Y que lo único importante es vivir la rea lidad cotidiana tal como
viene, sin dejar que nada sacuda los pilares de nuestra serenidad.
El hombre de hoy no conoce la paz del corazón porque
ha perdido la brújula, está confundido y desorientado ante los grandes
interrogantes de la existencia. Por eso no es capaz de llevar una vida
conyugal estable, asumir con dignidad cualquier compromiso serio. En lugar de
una vida ordenada y armónica vive con estrés permanente, en actitud de
dispersión, fuga y evasión. En una vida así es imposible encontrar serenidad y
paz.
1. Paz con Dios. Según San Agustín paz es
“tranquillitas ordinis”, el sosiego por ajustarse al orden establecido por
Dios. Para que pueda tener paz interior debo haber conquistado la paz con
Dios: saberme y sentirme hijo querido del Padre, entregarme filialmente a Él.
2. Paz con los hombres. Quien se sabe en paz
con Dios puede lanzarse a la ardua tarea de buscar paz con los hombres. Meta
tan necesaria como difícil en la vida co nflictiva que llevamos. En ese
horizonte tormentoso me toca a mí fomentar la paz y hacerla posible en mi
pequeño entorno.
Que los que viven en contacto conmigo sepan que nada
tienen que temer de mí. Que no vean un rival, sino un amigo; no un obstáculo
para su carrera, sino una ayuda en su camino.
3. Paz conmigo mismo. La paz más difícil es la
paz consigo mismo. La división más profunda es la del propio yo. Por culpa del
pecado estamos divididos por dentro en algo así como una guerra civil
ambulante: conflictos entre alma y cuerpo, hombre viejo y hombre nuevo,
voluntad e instintos, razón y sentimientos, ángel y bestia. No aceptarme a mí
mismo, rechazar mi pasado, no admitir mis debilidades, ser intransigente
conmigo mismo, todo eso hace imposible la paz. Y es difícil estar en paz con
Dios y los demás, si en mí mismo no hay unidad.
Bien lo sabe el demonio. Por eso, procura de todas
maneras sembrar la inquietud y la división en las almas. Porque un a lma
intranquila es un alma dispuesta a dejarse ganar por la tristeza y a
replegarse sobre sí misma.
Mi armonía natural es la condición para mi santidad.
Tomemos en serio, por eso, la presencia del Espíritu Santo en nuestra alma y
pidámosle que realice la obra de nuestra sanación y purificación natural.
Tenemos que luchar por conquistar la calma interior,
la serenidad del alma, la paz del corazón. Que la Sma. Virgen, Reina de la
paz, nos ayude a todos a transformarnos en hombres y mujeres llenos de armonía
y paz en este mundo lleno de odio, de discordias y de guerras.
4. Paz con el mundo entero, con toda la creación.
Paz cristiana que ama la naturaleza, porque es obra de Dios, y se encuentra a
gusto en el mundo, porque es la casa del Padre Dios. Paz que todo lo abarca y
todo lo lleva hacia su destino final en el corazón de Dios.
Preguntas para la reflexión
1. ¿Aporto paz y tranquilidad a los demás?
2. ¿Conozco mis conflictos interiores?
3. ¿Pido al Espíritu Santo el fruto de la paz?