Pastoral Vocacional:
fruto de la planeación o fruto de la identidad
Fuente: es.catholic.net
Autor: Germán Sánchez Griese
1. Introducción: planteamiento del problema
No podemos negar la realidad evidente de la situación vocacional,
especialmente en Europa. Haciendo un recorrido por la geografía religiosa se
observa desde Lisboa hasta Viena la disminución, a veces con tinte dramáticos,
de la vida religiosa femenina. Las estadísticas hablan por sí solas (1) y
basta decir que el grupo más numeroso de las religiosas en Europa son aquellas
que tienen entre 70 y 80 años de edad (21%).
Se ha escrito mucho sobre las posibles causas de esta disminución,
especialmente cuando se le compara con el crecimiento que experimentó entre
los años de 1911 y 1931 y que llegó a ser del 229.9%. Este incremento
continuara aunque no en forma sostenida, hasta los años sesenta, para comenzar
a ver la disminución hacia el inicio de los setenta.
Pocos autores, al considerar el estudio de las estadísticas se han dado a la
tarea de investigar las causas, no del bajo número de aspirantes a la vida
religiosa, sino del fenómenos común, o más bien dicho, de dos fenómenos que se
dieron casi al mismo tiempo: la salida, casi en forma exponencial, que muchos
institutos sufrieron pro parte de sus religiosas a partir de las décadas que
marca el inicio del año de 1970 y aquél de la poca o nula entrada de nuevas
vocaciones. Se habló, como una posible explicación al fenómeno individual de
la falta de vocaciones en ese período de un proceso de desestabilización, de
un re-descubrimiento de la persona, de la creatividad en la misión, del
cuestionamiento sobre el carisma, y por fin, de la vuelta a la
institucionalización y a la formación (2).
Otros, para explicar el fenómeno de la falta de vocaciones, ponen el énfasis
en el proceso de bienestar económico que llega a Europa a partir de los años
70s y que, según ellos, origina en los jóvenes una pérdida de interés por los
valores religiosos y espirituales.
Para explicar estos dos fenómenos en forme paralela y casi unida, quiero
centrar mi atención en lo acaecido a las religiosas en las dos primeras
décadas del post-concilio: los años setentas y ochentas. No podemos dejar de
preguntarnos si estos dos fenómenos sociológicos tienen un fundamento común:
la caída de las vocaciones y la pérdida, olvido o replanteamiento de la
identidad religiosa. No es posible establecer una regresión econométrica para
fijar con exactitud la correlación entre estos dos fenómenos, pero podemos
ayudarnos de la Psicología y de la Teología espiritual para explicar la
relación que se da entre la pérdida de la identidad y la vida religiosa
durante estas dos décadas y la falta de vocaciones, especialmente a partir de
1990.
Sabemos que la vocación es un don de Dios para vivir cerca de Cristo: “En
efecto, la profesión de los consejos evangélicos los presenta como signo y
profecía para la comunidad de los hermanos y para el mundo; encuentran
pues en ellos particular resonancia las palabras extasiadas de Pedro: «Bueno
es estarnos aquí» (Mt 17, 4). Estas palabras muestran la orientación
cristocéntrica de toda la vida cristiana. Sin embargo, expresan con particular
elocuencia el carácter absoluto que constituye el dinamismo profundo de
la vocación a la vida consagrada: ¡qué hermoso es estar contigo, dedicarnos a
ti, concentrar de modo exclusivo nuestra existencia en ti! En efecto, quien ha
recibido la gracia de esta especial comunión de amor con Cristo, se siente
como seducido por su fulgor: Él es «el más hermoso de los hijos de Adán» (Sal
4544, 3), el Incomparable.” (3)
Este carácter “totalizante” no fue visto así por quienes interpretaron el
Concilio y creyeron que la vocación a la vida consagrada admitía diversidad de
formas, algunas de ellas paradójicamente contrarias a lo que intentó decir el
Concilio, fijando de esta forma los límites entre las diversas vocaciones:
“Todos los fieles, en virtud de su regeneración en Cristo, participan de una
dignidad común; todos son llamados a la santidad; todos cooperan a la
edificación del único Cuerpo de Cristo, cada uno según su propia vocación y el
don recibido del Espíritu (cf. Rm 12, 38). La igual dignidad de todos los
miembros de la Iglesia es obra del Espíritu; está fundada en el Bautismo y la
Confirmación y corroborada por la Eucaristía. Sin embargo, también es obra del
Espíritu la variedad de formas. Él constituye la Iglesia como una comunión
orgánica en la diversidad de vocaciones, carismas y ministerios.
Las vocaciones a la vida laical, al ministerio ordenado y a la vida consagrada
se pueden considerar paradigmáticas, dado que todas las vocaciones
particulares, bajo uno u otro aspecto, se refieren o se reconducen a ellas,
consideradas separadamente o en conjunto, según la riqueza del don de Dios.
Además, están al servicio unas de otras para el crecimiento del Cuerpo de
Cristo en la historia y para su misión en el mundo. Todos en la Iglesia son
consagrados en el Bautismo y en la Confirmación, pero el ministerio ordenado y
la vida consagrada suponen una vocación distinta y una forma específica de
consagración, en razón de una misión peculiar” (4).
A este fenómeno debemos sumar el de las fuerzas apostólicas dirigidas a
lugares y a ambientes nuevos. Se hablaba de “fraternidad, koinonia,
creatividad por mientras, iglesia local, pequeña comunidad; se multiplicaron
los grupos pequeños de religiosos o religiosas en habitación común, con un
estilo de vida pobre, con una liturgia simplificada y muy a menudo dedicados a
un trabajo como cualquier otro laico” (5). Es el tiempo en que se dejan los
trabajos apostólicos considerados tradicionales (catequesis en parroquia,
educación católica desde la escuela materna-kinder, jardín de infancia- hasta
la universidad, animación de grupos juveniles, dirección espiritual) y se
lanzan las fuerzas a los así llamados apostolados de vanguardia: grupos de
base, promoción de los derechos humanos, trabajos por la justicia y la paz
de los pueblos marginados, diálogo interreligioso, concientización de las
clases sociales.
Son dos fenómenos –la así llamada pérdida de la identidad religiosa femenina y
el abandono de los apostolados tradicionales- que si se analizan conjuntamente
pueden explicar en gran parte la situación de la caída de las vocaciones en
Europa.
Por un lado se da una fuerte desorientación en la vida consagrada. La mujer
consagrada de un momento a otro, no sabe más quien es. Desde el punto de vista
psicológico quien pierde su identidad, entra en una fuerte crisis existencial.
No saber quien se es en la vida, significa abandonarse al vaivén de las
circunstancias. Los intérpretes del concilio fueron sembrando la duda en la
religiosa: se hablaba de la incertidumbre del futuro de la vida consagrada, se
dudaba de su validez no sólo para el mundo sin para la Iglesia, planteándose
una y otra vez si la vida consagrada era parte específica de la Iglesia
Católica. De esta manera muchas religiosas perdieron años pensando y
re-pensando su identidad. Se preguntaban sobre su futuro y solo veían dudas en
el horizonte.
Quien no conoce su misión en esta vida, no puede ser guía eficaz para otros.
“Nada es más lógico y coherente en una vocación, que engendrar otras
vocaciones” (6). Pero si esta vocación se encuentra desorientada, apagada, no
puede “ser luz para los demás”.
Los años pasaban y las generaciones se perdían. Quien debía ayudar a otros a
encontrar su vocación y su puesto en la vida, estaba ocupado pensando y
re-pensando su vocación. De esta forma, quien debería haber seguido orientando
a chicos sobre la respuesta a una vocación en la vida, se pasaba ahora las
horas en psicoanálisis, terapias de grupo o ejercicios de yoga, para
re-encontrar su identidad perdida quién sabe dónde. Quien debería estar
al frente en los colegios para formar a las futuras mamás de los hogares
cristianos, ahora se encontraba por las calles repartiendo volantes sobre la
dignidad de la mujer y denunciando la opresión de los ricos contra los pobres
en los países del Tercer mundo.
No quiero pecar de ser simplista en este análisis, pues soy consciente que la
situación es compleja de dilucidar en un artículo. Pero sostengo mi tesis: se
descuidó, durante muchos años (y lo peor: se sigue descuidando) la labor
básica de la evangelización, principalmente por una pérdida ficticia de
la identidad religiosa. Y quiero recalcar el término de ficticia, pues el
Concilio fue claro desde la Perfectae Caritatis: “Mas en medio de tanta
diversidad de dones, todos los que son llamados por Dios a la práctica de los
consejos evangélicos y fielmente los profesan se consagran de modo particular
al Señor, siguiendo a Cristo, quien, virgen y pobre, redimió y santificó a los
hombres por su obediencia hasta la muerte de Cruz. Así, impulsados por la
caridad que el Espíritu Santo difunde en sus corazones, viven más y más para
Cristo y para su Cuerpo, que es la Iglesia. Porque cuanto más fervientemente
se unan a Cristo por medio de esta donación de sí mismos, que abarca la vida
entera, más exuberante resultará la vida de la Iglesia y más intensamente
fecundo su apostolado.
Mas para que el eminente valor de la vida consagrada por la profesión de los
consejos evangélicos y su función necesaria, también en las actuales
circunstancias, redunden en mayor bien de la Iglesia, este Sagrado Concilio
establece lo siguiente que, sin embargo, no expresa más que los principios
generales de renovación y acomodación de la vida y de la disciplina de las
familias religiosas y también, atendida su índole peculiar de las sociedades
de vida común sin voto y de los institutos seculares.” (7)
Nunca se habla de cambio del concepto de la vida consagrada, sino simple y
sencillamente de renovación y acomodación. Después veremos llegar una
serie de desviaciones que, mal fundándose en estos dos conceptos, y
adaptándolos a lo que eran interpretaciones personales, originaron
cuestionamientos infundados sobre la vida consagrada, de forma que muchas
mujeres consagradas, y viene aquí mi segunda tesis, por falta de formación,
que pedía el Concilio, dejaron vacías de Evangelio a la generaciones de los
años 70,80, en Europa.
Durante esos años las adolescentes y las jóvenes crecieron con todo tipo de
ideas sobre la religión. No abundaremos en ellas, pero sólo señalaremos que
debiendo conocer y enamorarse de Cristo, se quedaron con ideas confusas, si no
contrarias –en ocasiones- a la religión e incluso a la Iglesia Católica. Como
consecuencia lógica, se abandonó el cultivo de las virtudes cristianas, la
frecuencia de los sacramentos, el ejercicio de apostolado y la dirección
espiritual. De un momento a otro la vida espiritual fue cediendo el puesto a
una vida secularizada, esgrimiéndose como bandera el respeto a la
personalidad, a la libertad, a la toma de decisiones íntimamente propias, sin
influencia de otros. Sin una vida cristiana es muy difícil, sino imposible, el
que puedan germinar las vocaciones.
Estamos ya en grado de ver la correlación de los dos fenómenos. Por un lado la
mujer consagrada se preguntaba y cuestionaba constantemente sobre su
identidad, dando una imagen lánguida de sí misma (8), cuando no abandonando la
vida consagrada. Y por otro lado se abandonaba la evangelización de la
sociedad europea, dejando sin guía ni dirección la formación espiritual y
religiosa de las nuevas generaciones de ese continente.
Los resultados no pueden ser más evidentes: al no dedicar personal a la
evangelización, personal que estaba en crisis o que había dejado recientemente
la Congregación, los jóvenes de los años 70s y 80s nunca oyeron hablar de un
Cristo atractivo y nunca vieron el ejemplo de una mujer consagrada, segura en
su fe, que les pudiera servir de imán para la vida consagrada. Por lo tanto la
década de los noventas inicia con una generación de jóvenes que no han sido
evangelizados adecuadamente y que no han sido formados para plantearse el
problema de la vocación en la vida.
2. La identidad y la Pastoral Vocacional
“Quisiéramos recordarles que solo un testimonio coral hace eficaz la animación
vocacional, y que la crisis vocacional va unida, ante todo, a la falta de
responsabilidad de algún testimonio que hace débil el mensaje.” (9)
Una persona con una identidad clara ayuda a sus semejantes a encontrar el
sentido de la vida. Cuando una persona conoce quien es, cual es su mision en
la vida, es capaz de provocar una revolución en todo su ser y en aquellos que
la rodean. Lo vemos en el ejemplo de los primeros apóstoles, que se sintieron
atraídos por Jesucristo pues vieron en el al hombre por excelencia, señalado
por Juan: “ He ahí al Cordero de Dios”.
La identidad del hombre consiste en la construcción del hombre auténtico e
integral en todas sus dimensiones y sus posibilidades, estudiando
adecuadamente sus facultades y sus actividades, para descubrir cual es su
verdadero ser (10).
La mujer consagrada debe construir esta identidad y para elle debe huir, como
dice Cencini (11) , de una concepción antropológicamente negativa (freudiana)
o demasiado positiva (rogeriana). Debe mas bien partir de que es “ un ser
consciente y libre llamado a crecer en la conciencia que lleva el dominio de
sí mismo, y en la libertad que lleva a la responsabilidad; una realidad
dividida en si misma y atraída por fuerzas opuestas es llamada a vivir la
relación interpersonal; un ser capaz de trascenderse a si mismo, hasta el
punto de abrirse al divino y de sentirse amado y poder amarlo” (12).
Un camino hacia la construcción de una identidad fuerte y bien trabada la
encontrará sin duda en el Magisterio de la Iglesia y el carisma de su
Congregación. Estos dos pilares encierran en sí mismos los elementos para
fundamentar la razón, la voluntad, los sentimientos y la experiencia
espiritual que como mujer consagrada debe desarrollar a lo largo de su vida de
entrega a la voluntad de Dios. De esta forma ofrece al mundo “el signo de una
esperanza en la medida en que testimonie la dimensión trascendente de la
existencia.” (13)
Para ser punto de referencia para otros, la mujer debe observarse a si misma.
“ En el deseo de ser ella, la mujer se observe a si misma” (14) . Debe
observar su fisiología, su psicología, sus facultades superiores y su
espíritu. Observándolo se dará cuenta de los límites y las posibilidades y así
podrá cultivar lo que de mas auténtico hay en ella para ofrecer la imagen de
una mujer siempre nueva.
Bajo esta perspectiva, pero siempre con los mismos resultados la religiosa
debe construir su identidad en cuatro niveles, pues no podemos olvidar que el
ser humano se conforma de diversos elementos que se complementan, se
interrelacionan y deben armonizarse. Estos cuatro niveles serán: la identidad
humana, la identidad cristiana, la identidad consagrada y la identidad
carismática (15) . Cuando se tiene la identidad clara, cuando se sabe quien es
una, la misión que se tiene en la vida y hasta donde se debe llegar, se está
en posibilidad de iniciar la aventura de la vida consagrada. “A lo largo de
los siglos nunca han faltado hombres y mujeres que, dóciles a la llamada del
Padre y a la moción del Espíritu, han elegido este camino de especial
seguimiento de Cristo, para dedicarse a El con corazón « indiviso » (cf. 1 Co
7, 34). También ellos, como los Apóstoles, han dejado todo para estar con El y
ponerse, como El, al servicio de Dios y de los hermanos. De este modo han
contribuido a manifestar el misterio y la misión de la Iglesia con los
múltiples carismas de vida espiritual y apostólica que les distribuía el
Espíritu Santo, y por ello han cooperado también a renovar la sociedad”. (16)
La mujer consagrada que posee una fuerte identidad , lo hemos dicho, atrae a
otros jóvenes, primero porque el hombre tiene necesidad de ser siempre
reconfirmado en su camino y segundo, por la maravillosa oportunidad que hoy
tiene la mujer consagrada de ser faro en una Europa secularizada.
3. Identidad y confirmación en la vida
Son muchos los elementos que constituyen la identidad. Alessandro M.
Ravaglioli(17) señala entre otros: los datos genéticos (yo actual), las
aspiraciones(yo ideal), y la vocación (yo llamado). Estos tres elementos dan
una seguridad en la vida y le indican a la persona hacia donde dirigirse.
Bien sabemos que la vida ofrece a cada momento distintas posibilidades, que
llevaran lógicamente a la realización personal. Escoger, rechazar,
desarrollar, son acciones que realizamos constantemente en base a nuestra
opción fundamental, que constituye el centro de atracción de nuestra
identidad. Así, cuando tenemos claro lo que debemos ser, lo que somos y los
recursos con los que contamos para pasar de lo que somos a lo que debemos ser,
la persona se convierte en una persona segura, sabe hacia donde se dirige,
quiere dirigirse hacia esa meta, busca y pone los medios para lograrlo. Y la
seguridad es algo que todos buscamos en primera persona. No hay cosa más
odiosa en la vida que divagar sin sentido, sin esperanza en un futuro: “Pero,
como han subrayado los Padres sinodales, «el hombre no puede vivir sin
esperanza: su vida, condenada a la insignificancia, se convertiría en
insoportable». (18)
Si el hombre busca en sí mismo seguridad y seguridades, es posible se sienta
atraído al contemplar el ejemplo de una persona que viva esa seguridad.
Alguien que posee una identidad clara y lucha por alcanzar y vivir con
coherencia dicha identidad, no puede pasar desapercibida. Ella no es la que se
hace notar. Es su seguridad la que hace otros se sientan atraídos por su
estilo de vida.
4. Oportunidad en Europa
Y actualmente en Europa debido al fuerte proceso de secularización originado
en parte, a mi modo de ver, por el vacío evangelizador que dejaron las mujeres
consagradas de la década de los 70 y 80 del siglo pasado, las nuevas
generaciones de niñas, adolescentes y jóvenes, están creciendo o han crecido
sin referencias trascendentales en la vida, por no mencionar la escasez de
valores espirituales y cristianos. “Otro aspecto caracteriza la actualidad
sociocultural europea: la abundancia de posibilidades, de ocasiones, de
solicitudes, frente a la carencia de enfoques, de propuestas de proyectos…
Cuando una cultura, en efecto, no define ya las supremas posibilidades de
significado o no logra la convergencia en torno a algunos valores como
particularmente capaces para dar sentido a la vida, sino que pone todo al
mismo plano, pierde toda posibilidad de opción proyectiva y todo llega a ser
indiferente y sin importancia” (19). Y como consecuencia de ello tenemos una
situación descrita por la Exhortación Apostólica post sinodal Ecclesia in
Europa: pérdida de la memoria y de la herencia cristiana, agnosticismo
practico, indiferentismo religioso, la dificultad de vivir la fe en un
contexto social y cultural actual, miedo para afrontar el futuro,
fragmentación de la existencia, prevalece un gran sensación de soledad, se
multiplican las divisiones y las contraposiciones, crisis familiares,
conflictos étnicos y raciales, egocentrismo, cuidado exagerado de los propios
intereses y privilegios, se da una disminución de la solidaridad
interpersonal, se busca fundar una antropología sin Dios y sin Cristo, una
cultura de los medios de comunicación contraria al Evangelio, un relativismo
moral y jurídico, se dejan a un lado los valores del evangelio en la formación
de la Europa.
Las niñas y las jóvenes nacidas al cobijo de esta nueva cultura, aparentemente
de lo que podría parecer, están ansiosas de mujeres que les indiquen el camino
en la vida. Son niñas y jóvenes “ancianas” con una “pobreza de sentido” (20).
El panorama podría parecer desolador, a primera vista : un vasto proceso de
secularización, una sociedad alejada de Dios y que conscientemente quiere
construir la sociedad civil al margen de los valores evangélicos, medios de
comunicación que promueven una cultura precisamente contraria al Evangelio,
jóvenes a los que hay que evangelizar, pues nunca han oído el mensaje de la
Buena Nueva. Sin embargo, son precisamente estas dificultades a las que se le
presentan a la mujer consagrada como magníficas oportunidades para comenzar
una pastoral vocacional.
5. La pastoral Vocacional del tercer milenio en Europa
Han sido varias las tentativas por poner en marcha una pastoral vocacional en
Europa: “nació como una emergencia debida a una situación de crisis e
indigencia vocacional...se orientaba exclusiva y principalmente a algunas
vocaciones (religiosas)...trataba de circunscribir su campo de acción a
algunas categorías de personas...nacía en buena parte del medio (a la
desaparición, a la disminución) y de la pretensión de mantener determinados
niveles de presencia o de obras...era permanentemente insegura y tímida, casi
hasta aparecer en condiciones de inferioridad respecto a una cultura
antivocacional.. parecía ser el reclutamiento o el método de propaganda... se
creía resolver la crisis vocacional con opciones discutibles, por ejemplo
importando vocaciones... se improvisaba y se hacia de la animación
iniciativas y experiencias episódicas.” (21)
Ahora, la pastoral vocacional, siguiendo los lineamientos del evangelio de la
esperanza, de la Exhortación Apostólica pos-sinodal Ecclesia in Europa,
debería empezar precisamente por la esperanza, pues si la vida consagrada es
un don que Dios ha regalado a la Iglesia, debemos suponer y esperar que este
don permanecerá en el tiempo mientras permanezca la Iglesia. (22)
Por lo tanto, la mujer consagrada debe partir de la esperanza, si quiere
iniciar la pastoral vocacional. Jesucristo (23). Teniendo a Jesucristo en su
vida, podrá tener una clara identidad de vida: “La vocación lleva en sí la
respuesta al interrogativo Porqué ser hombre y cómo serlo. Esta respuesta da
una nueva dimensión a toda la vida y establece su sentido definitivo. Tal
sentido surge en la paradoja evangélica del que pierde la vida queriendo
salvarla y del que, al contrario, la salva perdiéndola, a causa de Cristo y
del Evangelio, como leemos en Marcos” (24). “Partir de una identidad clara,
fuerte, que dé sentido a la vida, para comenzar una pastoral sobre la vida.
Las nuevas generaciones, aún antes de comenzar la vida, la tienen perdida. No
saben quienes son ni lo que buscan. Es necesario, por tanto, que la religiosa
se presente como promotora de la vida, como una mujer que acompaña a otra en
el descubrimiento de la vida. Propone la vida como un don y ayuda a la joven a
descubrir ese don para ella, debe ella misma vivir en la esperanza.” (25)
De aquí se desprende que la religiosa deba ser una educadora en la fe con un
método de acompañamiento comprobado para poder prestar ayuda a quien esta en
búsqueda del sentido de su vida. Esta búsqueda no se realiza simple y
sencillamente con la predicación. Es necesario que el alma vea, se enamore y
se decida. Pero no puede hacerlo por sí sola. La dirección espiritual, en el
caso de la decisión de vida es de un valor inestimable como lo atestigua Andre
Louf (26). Por otro lado el papel que la mujer va ejercitando y puede
ejercitar en la dirección espiritual, cada día viene más reconocido por la
Iglesia (27) y por el mismo Derecho Canónico, que en el Canon 630 explicita y
deja abierta la puerta para que las mismas superoras puedan ejercer el papel
de directoras espirituales.
La mujer consagrada deberá darse cuenta que no es necesario importar
vocaciones, pues el Señor continúa llamando en cada iglesia y en cada
lugar. Deberá, sin lugar a dudas, no tener miedo al futuro, afianzándose en la
esperanza cristiana, que nace de la fe y se proyecta hacia la novedad y el
futuro de Dios. Para vivir en la esperanza es necesario dejar a un lado el
desánimo, el cansancio, la falta de proyección y deberá centrarse en el
cultivo de la vida cristiana a través de aquellas obras apostólicas inspiradas
por el carisma de la congregación.
Por ello, concluimos, la pastoral vocacional no es fruto de la planeación,
sino fruto de la identidad de vida. Quien sabe quién es y adónde va,
encontrará la felicidad de seguir al Señor y con su testimonio de vida, con su
seguridad principalmente, no dejara de gritar a otros: “Hemos encontrado al
Mesías, que quiere decir Cristo. Y le llevo donde Jesús”. (Jn. 1, 41-42).
“Tengan en cuenta, sin embargo, todos que el ejemplo de la propia vida es la
mejor recomendación de su propio instituto y una invitación a abrazar la vida
religiosa”. (28)