La pascua: ¡Acontecimiento vital en la existencia del creyente!

 

 

Celebrar y vivir la pascua es: contribuir a la transformación del mundo.

'Si Cristo no resucitó, vana sería nuestra fe’ (1 Cor 15-17)

 
Por Jhonnier Alexander Cardona.

 

Noción:

La pascua es una fiesta solemne celebrada por los judíos en primavera, el día catorce de la primera luna de su año religioso, en memoria de su salida de Egipto, (Cf. Éxodo 12,11a-14) en el séder (orden) de Pesaj (Pascua) es decir, una celebración que  trascurre en una mesa, en el desarrollo de una comida festiva.

Alrededor de la mesa se cuenta la epopeya de alguien que salvó a su pueblo, después de haber pasado por la muerte. "Pero esta historia es mi historia, el Señor me liberó y me sigue liberando en el hoy de mi historia”. Ritual de Pésaj.

Los evangelios narran que la institución de la Eucaristía tuvo lugar durante la celebración de la Pascua, fiesta solemne celebrada todos los años, el primer domingo que sigue a la catorce noche de lunación de Marzo, en memoria de la resurrección de cristoV.(Cristo).

Jesús celebró la Pascua Judía y en este contexto, instituye la Eucaristía como anticipación y memorial de su muerte y resurrección, a la cual la iglesia católica denomina la Pascua Cristiana.

El domingo es conocido como la pascua semanal, y el triduo pascual como la celebración anual de la pascua. Punto culminante del año litúrgico. Ninguna celebración cristiana es tan importante como la pascua de Jesucristo, el misterio de encarnación.

Cristo se hace presente,  él es el Señor, sin dejar la gloria del Padre, el que era invisible en su naturaleza, se hace visible al asumir la nuestra, el eterno, el engendrado antes del tiempo, comparte nuestra vida temporal, para asumir en sí todo lo creado, para reconstruir lo que estaba caído y restaurar de este modo el universo, para llamar de nuevo al Reino de los cielos al hombre sumergido en el pecado. (1).

La fuente de la vida cristiana, es la muerte y resurrección de Cristo, es el origen de la iglesia, porque pone de manifiesto la centralidad del misterio pascual de Cristo. "Conviene, pues, que los ejercicios de piedad se organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos, para que estén de acuerdo con la sagrada liturgia, deriven de cierto modo de ella, ya que la liturgia, por su naturaleza, esta muy por encima de ellos". (2).

Durante los días del triduo pascual existen entre los creyentes, varias manifestaciones de piedad popular, que lo que buscan es guiar a los fieles a valorar en su justa medida esas expresiones, comprender y poner de manifiesto que lo vital, o la centralidad es: el misterio pascual de Cristo en la vida y en la celebración de la fe cristiana.

DESARROLLO HISTÓRICO DE LA PASCUA.

El Misterio redentor tuvo su cumplimiento en la circunstancia, providentemente elegida, de la fiesta pascual de Israel, que era su figura profética desde los mismos orígenes del pueblo de Dios. “Sabéis que dentro de pocos días es la Pascua, y el Hijo del hombre será entregado para que lo crucifiquen” (Mt. 26, 2). Según San Juan (2, 53-55), el Señor se ocultó en el desierto en espera de su “hora”, y no se presentó en Jerusalén sino al aproximarse la Pascua.

La Pascua israelita era la conmemoración anual de la intervención milagrosa con que Dios libró a su pueblo. La sangre del cordero inmolado, con la que señalaron las puertas de sus casas, libró a los hebreos de la muerte con que el ángel exterminador hirió a los primogénitos egipcios.

Yahveh había dicho a Moisés: “Esa noche pasaré yo por la tierra de Egipto y mataré a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde los hombres hasta los animales... La sangre servirá de señal en las casas donde estéis, yo veré la sangre, y pasaré de largo, y no habrá para vosotros plaga mortal cuando yo hiera a la tierra de Egipto.“

(Ex. 12, 12-13).

La inmolación del cordero, y el comerlo con pan ácimo y hierbas amargas, vestidos como quien va a salir de viaje, constituía el rito anual de la Pascua. “Cuando hayáis entrado en la tierra que Yahvé os dará, según su promesa, guardaréis este rito. Cuando os pregunten vuestros hijos ¿ Qué significa para vosotros este rito?, les responderéis: Es el sacrificio de la Pascua de Yahvé, que pasó de largo por las casas de los hijos de Israel en Egipto, cuando hirió a Egipto, salvando nuestras casas.”

La “Pascua de Yahvéh” significaba, según el sentido más probable de la palabra “Golpe de Yahvéh”, el gran golpe con que Dios liberó a los israelitas de la esclavitud egipcia. Más tarde se dio a la palabra Pascua el sentido de “Paso del Señor” con el matiz de pasar al otro lado para liberar.

La fiesta pascual recordaba asimismo todos los acontecimientos del Éxodo, la salida de Egipto inmediatamente después del paso del ángel exterminador, el paso del mar Rojo y la travesía por el desierto hacia la tierra prometida. En el nombre “Pascua” se incluía a veces este sentido de liberación, de paso de la tierra de la esclavitud a la tierra donde corrían arroyos de leche y miel, o también del “paso” del mar Rojo. Lo cierto es, en todo caso, que el recuerdo de aquella milagrosa liberación, gracias a la cual el pueblo de Dios había podido establecerse como pueblo, hacía de la Pascua, junto con la circuncisión y el Sábado, la máxima institución religiosa de Israel.

La Pascua mantenía en los espíritus, cuya fe y esperanza renovaba cada año, un poderoso sentimiento de éxodo, de paso por encima de las diarias preocupaciones hacia el porvenir mesiánico. Y así, los profetas, al dirigirse al pueblo judío en la esclavitud, les presentaban frecuentemente el porvenir que Dios les reservaba como un nuevo Éxodo, con milagros más extraordinarios que el primero y que conducía a la conclusión de una Alianza más estable que la antigua, y totalmente espiritual. La pascua se convertía en un memorial y en una profecía: las obras de Dios en el pasado garantizaban el  cumplimiento de sus promesas para el futuro.

EL MISTERIO CRISTIANO, ES MISTERIO PASCUAL

Los escritos del Nuevo Testamento muestran, hecho realidad en Jesucristo el futuro mesiánico anunciado por los profetas y figurado en el Éxodo. En el Evangelio de San Juan. en el que se puede ver por muchos una catequesis pascual el Verbo encarnado se nos manifiesta como el Verdadero Cordero Pascual “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (1, 29). En su crucifixión se cumplirán unas palabras de la Escritura relativas a la inmolación de la Pascua: “No romperás ni uno de sus huesos “.

San Pedro, en su primera carta, dice a los neófitos: “Habéis sido rescatadas’ de vuestro vano vivir, según la tradición de vuestros padres, no con plata y oro, corruptibles; sino con la sangre preciosa de Cristo, como de cordero sin defecto ni mancha, ya conocido antes de la creación del mundo y manifestado al fin de los tiempos por amor vuestro “. (posible alusión al cordero pascual que se prepara el décimo día del mes de las espigas y se inmolaba el día catorce: Ex. 12, 3-6) “Por El creéis en Dios’ que le resucitó de entre los muertos, y le dio la gloria, de manera que en Dios tengamos nuestra fe y nuestra esperanza “. (IPe. 1, 18-21).

DESDE LOS PADRES DE LA IGLESIA.

Los Santos Padres han desarrollado este aspecto pascual del Misterio redentor. La muerte de Cristo es el auténtico sacrificio pascual, en el que la historia de Israel halla  y con el que se cumple la verdadera libertad del Pueblo de Dios.

“La Pascua libró a los judíos de la esclavitud del Faraón, nosotros, el día de la crucifixión hemos sido librados de la esclavitud de Satanás. Ellos inmolaron un cordero que nos libró del poder del Exterminador, nosotros hemos sido liberados por la muerte de Jesucristo de la corrupción que veníamos practicando” (Afraates, llamado el Sabio persa. Demostración 12, 8. s. IV).

En el día de la Nueva Pascua, Dios “liberó” a los hombres en virtud de la Sangre de Cristo: Nos ha concedido su gracia y su misericordia. Es el punto de partida de un éxodo espiritual, nuestro paso de la muerte a la Vida, del pecado a la Gracia, de las cosas caducas, transitorias, a los bienes eternos.

Podríamos -con algunos Padres- relacionar “Pascua” con “Paso”. San Juan escribe: “Antes de la fiesta de la Pascua, viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre   “(Jn. 13, 1). El Misterio cristiano por excelencia es el Misterio Pascual.

LA PASCUA EUCARISTICA.

En el relato del Evangelio encontramos ya el profundo sentido del Misterio eucarístico: En el curso de la comida pascual, para sustituir con un nuevo rito, el rito antiguo, Jesús tomó pan ácimo, lo bendijo y se lo dio a sus apóstoles diciendo: “Esto es mi cuerpo que es entregado por vosotros”, y al final de la comida tomó el cáliz con vino, lo bendijo igualmente y se lo dio diciendo: “Este cáliz es la nueva Alianza sellada con mi sangre, que es derramada por vosotros“. (Lc. 22, 19-20). Era el drama de su muerte lo que el Señor ponía por anticipado ante los ojos de sus discípulos, era su sacrificio, presente ya en sus palabras y en sus actos; era la misma Víctima de propiciación la que ya entonces recibían, y al mismo tiempo les revelaba el sentido de su cercana muerte: Un holocausto a Dios, una efusión de sangre del nuevo testamento, que sería derramada por muchos para remisión del pecado” (Mt. 26,28).

San Pablo expresa la común convicción de los cristianos cuando escribe: “Cuantas veces comáis este pan y bebáis este cáliz anunciáis la muerte del Señor hasta que El venga“. (1 Cor. 11, 26). En la última Comida, el Señor celebró místicamente su muerte, antes de padecerla físicamente en la Cruz.

Cada vez que participamos de la Eucaristía, estamos viviendo el Sacrificio de Cristo en la Cruz, su entrega total a la humanidad, y la gloria de su Resurrección, esto es el Misterio Pascual. “Cada vez que, todos reunidos, comemos el Cuerpo del Señor y bebemos su Sangre celebramos la Pascua”

(5. Atanasio, Carta IV).

EL BAUTISMO, PARTICIPACIÓN DEL MISTERIO PASCUAL DEL SEÑOR.

El Señor con sus apóstoles era ya sacramento de su entrega total para la Salvación de los hombres, entrega que lo llevaría a expirar en la cruz . Pero la realidad de Dios que entrega su vida por nosotros queda expresada a plenitud con nuestra esperanza.

Jesús muerto en la Cruz ha sido puesto en el sepulcro, ha bajado a la región de la muerte, ha compartido la suerte de los hombres para que nosotros compartiéramos la suya, es decir, El no quedó para siempre en la oscuridad, fue levantado por el Padre del Cielo y nos lleva a nosotros con El, nos ilumina con la nueva Luz, somos resucitados por el Padre junto con Cristo, y esta misteriosa realidad la expresa su Pascua, nuestro Bautismo.

El sacramento del Bautismo produce en nosotros este Misterio. Es sepultarse con Cristo para resucitar con El. La clave máxima y única de la Salvación de los hombres en el Plan reservado, y ahora manifestado por Dios, es la Pascua de Cristo, y nosotros la vivimos, estamos involucrados existencial y definitivamente con ella cuando entramos en el agua y salimos de ella iluminados por la Resurrección del Señor.

Dice el Apóstol: O es que ignoráis que cuando fuimos bautizados en Cristo, fuimos bautizados en su muerte, Fuimos, pues, con El sepultados por el bautismo, en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva.

En la celebración eucarística no sólo repetimos una acción ritual del Señor, sino que participamos de sur Pasión, Muerte y Resurrección, de su “paso” de este mundo al Padre; y esto sucede gracias a nuestro bautismo que ha vinculado nuestra vida con la suya y al hecho de su Sacerdocio, que nos habilita a los bautizados para ofrecerlo a El como ofrenda de la Iglesia al Padre, y a nosotros mismos con El para su gloria.

Repitiendo, por mandato -memorial- del Señor los gestos sobre el Pan y el Vino, los cristianos vivimos en la Eucaristía su entrega por todos los hombres, y nos alimentamos, ya no del Pan y del vino, sino del Cuerpo y la Sangre del Señor, frutos preciosos de la Pascua Definitiva.

LA MESA DEL RESUCITADO.

Acercándonos al relato del Evangelio descubrimos que: “Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos dijo: Tomad, comed, éste es mi Cuerpo. Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: Bebed de ella todos, porque esta es mi sangre de la Alianza que es derramada por muchos para perdón de los pecados. Y os digo que desde ahora no beberé de este producto de la vid hasta el día aquél que lo beba con vosotros’, de nuevo, en el Reino de mi Padre.”. (Mt. 26, 26ss) Nos encontramos aquí con una promesa del Señor: “No volveré a beber... “. Y sí que ha cumplido su promesa, porque, reunidos los cristianos para celebrar su Misterio Pascual en la Eucaristía, el Señor resucitado se hace presente en medio de nosotros. Ha venido a la Mesa del Reino para beber del vino nuevo que El mismo ha fabricado. La mesa de la Eucaristía es la Mesa donde el Reino de Dios se hace verdad, en la mesa con sus discípulos, viene ahora resucitado, y nos participa del Reino.

DE MELITON SOBRE LA PASCUA.(3)

Pascua es la fiesta de las fiestas, el punto central y la cumbre de todo el año eclesiástico. Lo que hemos celebrado desde adviento hasta aquí mira y se orienta hacia la pascua; lo que habremos de celebrar en las semanas restantes del año eclesiástico, deriva del misterio pascual y de él cobra sentido.

La resurrección del Señor es el coronamiento y el fin, no ya sólo de la encarnación (del misterio de navidad), sino también de la pasión. San Pablo, escribiendo a los corintios, nos descubre toda la importancia de este acontecimiento: “Si Cristo no resucitó, vuestra fe es inútil, todavía ‘estáis en pecado y los que murieron por Cristo, perecieron” (1 Cor 15, 17). La encarnación y la pasión solas no hubieran, bastado, pues, para salvarnos. “Murió por nuestros pecados así dama el apóstol (Rom 4,25). Es decir para destruir en nosotros la muerte del pecado.

Pero esto no basta. Nosotros necesitamos vivir, vivir plena inmortalmente. Para darnos esta vida, resucitó Cristo. Así lo declara el apóstol: “Resucitó por nuestra justificación” (Rom 4,25), para que poseyésemos la vida, aquella vida perfecta y eterna que Jesús nos alcanzó con su muerte y que brillo por vez primera en él mismo, ‘Las primicias' (1 Cor 15,23), el día de su resurrección.

En el misterio de pascua penetra la humanidad, penetra la Iglesia, penetramos nosotros con Cristo, nuestra cabeza, en la gloría de la nueva y resplandeciente vida. Desde el principio fuimos creados en esta gloría; pero la perdimos en Adán. En la resurrección de Cristo volvemos a recobrarla. De aquí el estrepitoso júbilo pascual. De aquí el agradecido e incontenible aleluya. En Cristo se ha levantado la humanidad, nos hemos levantado nosotros del pecado y hemos entrado en posesión de la vida inmortal y eterna. Con la nueva vida, que nos da la Pascua, poseemos desde ahora la vida eterna.

La permanente e inagotable vida del cielo. Así lo reconoce la oración del domingo de pascua: “Oh Dios que vencida la muerte por tu Hijo unigénito, nos has abierto hoy las puertas de la vida eterna” La liturgia del tiempo pascual no se cansa de recalcar este hecho y es la convicción. o sea, que, con la celebración de la pascua, nosotros tocamos la verdad de la vida eterna, de la gloria celestial. “Yo vivo y vosotros también viviréis” (Jn. 14,19).

El gozo pascual encuentra su natural expresión en el alegre banquete de la sagrada comunión en el convite pascual, en la manducación de la pascua. La sagrada comunión es el alimento de la nueva vida. Por ella penetra el mismo Resucitado en persona en nuestra alma y la muda con la plenitud de su vida y sus sentimientos de Resucitado, elevados por encima del mundo y de la muerte. Nos transforme en sí mismo. Lo que El es, lo somos también nosotros: El Resucitado. Caminamos “En la novedad de la vida” (Rom 6,4).

El espíritu del tiempo pascual es un espíritu de íntimo reconocimiento al Resucitado: por El poseemos la vida eterna. “Yo vivo y vosotros también viviréis.” Es un espíritu de alegría de júbilo triunfal. Llevamos en nosotros la vida resucitada e inmortal, levantada por encima del mundo, del pecado y de la muerte.

Es un espíritu de viva esperanza, de firme convicción: Si Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos indefectiblemente, aun en cuanto al cuerpo, en el último día, para gozar de la vida eterna y bienaventurada.

“No moriré, viviré” Es un espíritu de inquebrantable fe: Dios, el padre, ha resucitado a Jesús de entre los muertos. Con ello el padre ha impreso su divino sello en la persona, en la doctrina, en la vida, en los actos y dolores de Jesús y los ha autenticado como buenos, santos y divinos. Lo que Jesús enseñó y realizó, lo que nos propuso como modelo en su vida sobre la tierra, es una cosa divinamente perfecta, grande, santa. Siguiendo a Jesús, no nos engañaremos.

La pascua nos sitúa también ante una gran tarea. Ahora vivimos una nueva vida, la vida del hombre resucitado. A esta vida fuimos resucitados con Cristo en el mismo día de nuestro santo bautismo. “Luego, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas que son de arriba, en donde está Cristo, sentado a la diestra de Dios. Saboread las cosas de arriba, no las que están sobre la tierra. Pues vosotros estáis muertos(al mundo y al pecado, a lo temporal, efímero, transitorio, caduco) y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col 3, 1 ss; epístola del sábado santo). “Purificaos del viejo fermento para que seáis nueva masa, como ya sois ácimos (puros). Comamos, pues (el alimento pascual), no con el viejo fermento, ni con el fermento de la malicia y de la maldad, sino con los ácimos de la sinceridad y de la verdad” (1 Cor 5,7 epístola del domingo de pascua).

Esto mismo nos recuerda la liturgia del tiempo pascual, recalcando todos los días con insistencia en el rezo de las horas aquellas palabras del apóstol: “Cristo resucitado de entre los muertos, ya no morirá más; porque, habiendo muerto, murió de una vez para siempre al pecado, mas ya que vive, vive para Dios” (Rom 6,9).

“Cristo’, es decir el Cristo total, la Iglesia, todos nosotros. La Iglesia, nosotros somos el Cristo elevado por encima del mundo, de la muerte y del pecado. Hemos muerto (en el bautismo) de una vez para siempre al pecado. Lo que ahora vivimos, lo vivimos para Dios: “Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no morirá más” Nosotros hemos terminado con todos los pecados y ahora sólo vivimos para Dios, para su santa voluntad y beneplácito, para sus intereses y su honra.

“Nuestra conversación está en los cielos) (Flp 3,20) Un espíritu de disposición para el dolor para la renuncia, para la cruz, un espíritu de martirio. Sólo podremos participar de la vida del Resucitado en la medida en que nos unamos a El, al humillado, al despreciado, al crucificado. “Acaso no convino que Cristo (el Cristo total, la Iglesia, nosotros) padeciese todas esas cosas y entrase así en su gloria?” (Lc 2426; evangelio del lunes de pascua).

El tiempo que va desde pascua hasta Pentecostés no es otra cosa que una continuación y prolongación de la fiesta de pascua. Forma con este día una sola e ininterrumpida fiesta pascual. No hace más que descubrirnos nuevos matices y modalidades del básico pensamiento pascua o sea, el pensamiento de la resurrección de la humanidad en Cristo, el pensamiento de nuestra participación en la que va y resucitada vida que. Cristo nos mereció y alcanzó con su muerte. “Yo vivo y vosotros también viviréis”.

En íntima conexión con esto aparece también el tiempo que va desde Pentecostés hasta el adviento. Su misión consiste en desarrollar y acrecentar la vida que hemos recibido en Pascua. A lo largo de todas las semanas después del Pentecostés corre el mismo pensamiento pascual: el Espíritu Santo que descenderá sobre nosotros el día de Pentecostés, nos es enviado por Cristo.

Por este su espíritu prolonga el Resucitado su vida inmortal y elevada por encima del mundo y el pecado, y nosotros participamos, convivimos su misma vida. Ahora sobre todo en el alma. Más tarde se verificará también nuestra resurrección según la carne, a la cual sucederá la eterna y bienaventurada pascua de la vida celeste, tanto para nuestra alma como para nuestro cuerpo. “Creo en la resurrección de la carne y en la vida perdurable. Amén.”

Notas pie de página:

1. Misal Romano, Prefacio de Navidad 2.

2. Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium, núm.13.

3. Zuluaga Ramírez, De Meliton sobre la Pascua, estudios bíblicos, universidad de Antioquia.