LA EDICIÓN RENOVADA DEL LIBRO DE PAGOLA
SOBRE JESÚS (PPC 20089)

Nos encontramos ante la edición renovada del libro de J. A. Pagola Jesús, aproximación histórica, que lleva el nihil obstat del Obispo de San Sebastián J. M. Uriarte y que presenta unas correcciones respecto del primero. Los obispos todavía no se han pronunciado sobre él.

Por mi parte me interesa verificar si ha cambiado Pagola su idea sobre Jesús o sigue manteniendo la misma. Se trata de la misma postura que tenía. En realidad el nuevo libro aporta sólo una presentación más larga; lo demás del texto, salvo alguna excepción que señalaremos, nos trae el mismo contenido. Las correcciones las ha hecho para responder a las críticas que había recibido a la primera edición.

En la presentación nos habla el autor del método que ha seguido, que es el histórico-crítico. El Jesús de la historia no es el Cristo de la fe. Y el método histórico-crítico resulta necesario e imprescindible si queremos conocer realmente lo que fue Jesús, aunque no permite conocer su realidad total. Este método es autónomo y prescinde de la fe, aunque no la niega. Es más, la fe puede influir para que la investigación se haga mejor. La investigación histórica no puede, por sí sola, despertar la fe en Jesús (8). Ahora bien, este estudio histórico-crítico tendría que terminar en la muerte de Jesús. La resurrección, dice, no pertenece a la vida de Jesús, porque es pasar a la vida de Dios (17). Con todo, «algo» sucedió y que es difícil de explicar: una experiencia que tenían los apóstoles de que Jesús seguía vivo después de la muerte (17) y, desde ella, los apóstoles interpretaron la vida de Jesús con diversos nombres o títulos.

Tenemos que volver a Jesús de una forma directa y crítica. «Jesús invita a seguir su experiencia de un Dios Padre más humano y más grande que todas nuestras teorías: un Dios salvador y amigo» (16). «Con Jesús nos empezamos a encontrar cuando comenzamos a confiar en Dios como confiaba él, cuando creemos en el amor como creía él...» (20).

  1. El bautismo de Jesús

    Si comenzamos con la vida pública de Jesús, nos encontramos con la escena del bautismo a orillas del Jordán de manos de Juan Bautista. Jesús en ese momento no tenía un proyecto propio, sino que hace suyo el proyecto de Juan: todo el pueblo ha de confesar sus pecados y ha de convertirse radicalmente a Dios. Juan predicaba un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Y es indudable que Jesús fue bautizado por Juan. Pero en este momento se oye una voz del cielo: «tú eres mi Hijo amado», cuando se abrieron los cielos y vio que el Espíritu descendía sobre él en forma de paloma (Mc 1,9-10).

    Ahora bien, según Pagola, esto no es una revelación de Dios que exprese la identidad de Jesús y su consagración para la misión, sino que lo que pretende Marcos es compensar el hecho de que Jesús haya sido bautizado por Juan con una indicación de que Jesús vivió una experiencia religiosa extraña con esas palabras, de modo que él viene a ser «el más fuerte» del que hablaba el Bautista (84). Por lo tanto, no se trata de una revelación objetiva, sino que Jesús vive una experiencia religiosa (84). A partir de aquí, Jesús hará su propio proyecto presentando a Dios no como juez, sino como Padre. Pero Pagola olvida, en relación a la objetividad de la revelación, que en san Juan aparece un testigo de la voz que es Juan Bautista (Jn 1,32); el mismo testigo cualificado de otras realidades en el prólogo (Jn 1,15.30.34). Y ocurre también, en una aparición análoga, la del monte de la Transfiguración, que tenemos un testigo de la voz que vino del cielo, san Pedro (2 P 1,18).

     

  2. El Reino de Dios

    En efecto, la predicación de Jesús según todos los exegetas es la llegada del Reino de Dios. Con el Reino Dios está en medio de nosotros como Padre que ama, que perdona, que salva, que libera a los pobres y oprimidos. Se trata de un Dios que goza perdonando y que con su amor y su perdón rompe la lógica de los fariseos.

    Para Pagola, el Reino se reduce exclusivamente a la justicia social. Pagola se rebela contra los que hacen del Reino de Dios algo privado y espiritual que se produce en lo íntimo de la persona cuando se abre al amor de Dios (105). No, el Reino es una fuerza liberadora que trata de curar el sufrimiento, la enfermedad y la pobreza. El enemigo a combatir es el mal que reina en el mundo. Jesús proclama la salvación de Dios curando. Dios es amigo de la vida y quiere generar una sociedad más saludable: curar, liberar del mal, sacar del abatimiento, sanar la religión. Eso es el Reino (108). Dios viene para suprimir la miseria, para que los hombres recuperen su dignidad. Dios no tolera el sufrimiento de los pobres. Y las cosas tienen que cambiar.

    En este contexto, Jesús habla del demonio, «símbolo del mal». Se pone a favor de los que sufren y en contra del mal, pues el Reino de Dios consiste en liberar a todos de aquello que les impide vivir de manera digna y dichosa (108). En Pagola no aparece que el Reino se identifique con la persona de Cristo. «No es su religión ni la adhesión explícita a Jesús lo que conduce al Reino de Dios, sino su ayuda a los necesitados» (203). Tampoco habla de la gracia, ya que si Cristo no es Dios (como veremos) no nos puede divinizar. La primera dimensión del Reino se reduce a curar y a luchar contra la injusticia: «Dios defiende a los que nadie defiende» (133).

    No habla tampoco de la realidad del arrepentimiento para entrar en el Reino, como vemos en la parábola del hijo pródigo: «¡Padre, he pecado contra el cielo y contra ti! Ya no merezco ser llamado hijo tuyo. Trátame como a uno de tus jornaleros» (Lc 15,21). Algo que vemos también en la parábola del fariseo y el publicano: el publicano salió justificado porque pidió perdón (Lc 18,9-14). Al buen ladrón le perdona porque ha pedido perdón (Lc 23,19). «Lo sorprendente», dice nuestro autor, «es que Jesús acoge a los pecadores sin exigirles previamente el arrepimiento» (217). Y tampoco advierte, al hablar del Reino, de la posibilidad de la condenación para aquellos que lo rechazan (Mt 11,22-29; Jn 8,4; 3,16-21). El perdón de Dios es incondicional, no está condicionado a una respuesta posterior positiva. Estas son sus palabras:

    «Este perdón que ofrece Jesús no tiene condiciones. Su actuación terapéutica no sigue los caminos de la ley: definir la culpa, llamar al arrepentimiento, lograr el cambio y ofrecer un perdón condicionado a una respuesta posterior positiva. Jesús sigue los caminos del Reino: ofrece acogida y amistad, regala el perdón de Dios y confía en su misericordia, que sabrá recuperar a sus hijos e hijas perdidos. Se acerca, les acoge e inicia con ellos un camino hacia Dios que solo se sostiene en su compasión infinita. Nadie ha realizado en esta tierra un signo más cargado de esperanza, un signo más gratuito y más absoluto del perdón de Dios.

    Jesús sitúa a todos, pecadores y justos, ante el abismo insondable del perdón de Dios. Ya no hay justos con derechos frente a pecadores sin derechos. Desde la compasión de Dios, Jesús plantea todo de manera diferente: a todos se les ofrece el Reino de Dios; sólo quedan excluidos quienes no se acogen a su misericordia» (218).

    Si no entiendo mal, Pagola quiere decir que Dios perdona sin condiciones, sin el compromiso de una respuesta posterior positiva. A todos se les ofrece el Reino. Sólo se condena el que no se acoge a su misericordia. Por lo tanto, cabe acogerse a su misericordia sin un compromiso de cambio. Pero, ¿qué arrepentimiento es ese? ¿Cómo se puede acoger la misericordia de Dios sin arrepentirse y hacer el propósito de cambiar de vida?

     

  3. Milagros y exorcismos

    Pagola no habla de milagros, prefiere hablar de curaciones. Ahora bien, ¿en qué consisten sus curaciones? Cristo, con ellas, quiere mostrar el amor compasivo del Padre. También otros profetas como Eliseo y Elías las habían hecho, y Jesús las hace como signo de la llegada del Reino de Dios. En realidad lo que Cristo hace es curar por la fuerza de su palabra y los gestos de sus manos: toca y transmite confianza (176) y así Cristo suscita la confianza en Dios, arranca a los enfermos del aislamiento y de la desesperanza y es esa confianza en Dios que Jesús transmite la que cura (177). «Su poder para despertar energías desconocidas en el ser humano creaba las condiciones que hacían posible la recuperación de la salud» (175). La fe pertenece, por tanto, al mismo proceso de curación. Cuando en un enfermo se despierta la confianza, se realiza la curación. Es la fe la que despierta las posibilidades desconocidas. Jesús trabajaba en el corazón de los enfermos para que confiaran en Dios (173).

    Jesús realiza también exorcismos. Aquellas gentes creían en la posesión diabólica, pero «la posesión era una compleja estrategia utilizada de manera enfermiza por personas oprimidas para defenderse de una situación insoportable» (180). Era una forma enfermiza de rebelarse contra el sometimiento romano y el dominio de los poderosos (180). Y lógicamente el Reino de Dios tiene que curar el mal que se manifiesta de este mundo. Los milagros, en todo caso, no son pruebas del poder de Dios.

     

  4. La identidad de Jesús

    Pagola dedica el capítulo 11 a la identidad de Jesús. Y de él dice que es «un creyente fiel» (313). Pero en la nueva edición trae dos notas en las que afirma: «Jesús actuó movido por su experiencia de Dios e invitó a las gentes y a sus seguidores a creer y a acoger a Dios con la misma confianza con que él lo hacía. La relación de Jesús con Dios causó una profunda impresión» (313, n. 1). Y añade a continuación: «naturalmente, nuestro trabajo de aproximación histórica a Jesús no prejuzga en absoluto lo que la doctrina de la Iglesia afirma o la cristología estudia sobre la conciencia filial y mesiánica de Jesús, ni sobre la relación peculiar que el Hijo de Dios encarnado vive con su Padre en una singularidad irrepetible, ni sobre la legitimidad o no legitimidad de la atribución de la fe a Jesucristo y en qué sentido. Sencillamente son temas que quedan fuera del campo de la investigación histórica» (313, n. 2).

    Dicho de otra forma, la investigación histórica ha de dejar el estudio de la conciencia divina de Jesús para la dogmática. Y así, desde el punto de vista histórico-crítico, Jesús «no pretende en ningún momento sustituir la doctrina tradicional de Dios con otra nueva. Su Dios es el Dios de Israel: el único Dios, el creador de los cielos y de la tierra, el salvador del pueblo querido, el Dios cercano de la alianza en el que creen los israelitas» (314). A este Dios lo experimenta como Padre (Abba) y Jesús lo convierte en el centro de su vida. La vida entera de Jesús transpira esta confianza. Jesús vive abandonándose a Dios (321). Así pues, pensamos que cuando los evangelistas llaman a Jesús Hijo del hombre, Señor, Palabra encarnada, Hijo de Dios (cap. 15) confiesan algo que no tiene apoyo en la historia de Jesús.

    Pagola consagra así la distinción radical entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe. Creemos, por el contrario, que la divinidad de Cristo se puede probar desde el punto de vista histórico-crítico, estudiando los logia en los que se coloca como centro de la religión y clave de la salvación. Asimismo, ahí está su señorío sobre el sábado, la ley y su superioridad sobre el Templo y su pretensión de perdonar los pecados en su nombre (la cristología implícita, de la que no habla Pagola). Y, asimismo, el uso del título de Hijo del hombre (que no lo inventan los evangelistas) y su condición de Hijo único.

    Curiosamente, en esta nueva edición sostiene como posiblemente histórico la escena de Mc 2,5-10 en que Jesús habla del perdón de los pecados (216, n. 65), cuando en la edición anterior había negado su historicidad (lo cual nos da la idea de la arbitrariedad con la que Pagola usa el método histórico-crítico). Pero sigue olvidando que a Jesús por ello le acusan de blasfemo, como en otras muchas ocasiones (Jn 5,18; 10,33; 8,58; 19,7). La comunidad primitiva no habría inventado estas acusaciones si no le constara la confesión por Jesús de su divinidad (criterio de discontinuidad).

    En esta reducción, Jesús no pasa de ser un creyente fiel, aunque se hayan eliminado las palabras anteriores de la primera edición (379) en las que se dice que Jesús nunca había afirmado de sí mismo que era Dios en sentido trascendente.

     

  5. La Pasión

    En todo caso, Pagola viene a decir que Jesús termina en la cruz no por voluntad del Padre ni por realizar un sacrificio de expiación. Él no vino a reparar a un Dios ofendido por el pecado, sino a entregarse totalmente por el Reino de Dios (362). Jesús murió como vivió. El Padre no exige una reparación. El Padre no quiere que maten a su Hijo querido y lo que hace es acompañarlo hasta la cruz. El Padre no busca la muerte ignominiosa de su Hijo, ni Jesús ofrece su sangre al Padre sabiendo que le será agradable (446-447). El Padre y el Hijo en la crucifixión están unidos enfrentándose juntos al mal hasta las últimas consecuencias, de modo que, en la Resurrección, Dios ha mostrado que estaba con el Crucificado. No se trata, pues, de un Dios justiciero que no perdona si no se le devuelve el honor ofendido. Nada de sacrificio de expiación. No podemos ver el pecado como una ofensa a Dios.

    Como vemos, de esta forma desaparece todo el misterio de la redención de Cristo. Todo se explica de forma natural. Pero el caso es que la Escritura nos dice constantemente que fue voluntad del Padre que Cristo fuera a la cruz. Sólo citaré tres textos de los muchos que aparecen. Cristo pide al Padre en el huerto que le aparte el cáliz de la Pasión y añade: «pero no se haga mi voluntad sino la tuya» (Mt 26,39). En Jn 12,27 leemos: «Padre, líbrame de esta hora, pero para esto he llegado». Leemos también en Flp 2,6-8 que Cristo, aún siendo de condición divina, se rebajó obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Son muchos más los textos que podríamos haber citado.

    En el contexto de la Pasión, tenemos que hablar de la Eucaristía, ya que en ella Cristo adelantó sacramentalmente el sacrificio de la cruz para dejar a la Iglesia el memorial de su muerte y resurrección. Este es un punto decepcionante en Pagola, pues reduce la Eucaristía a una cena de despedida, que hace pensar en el banquete final del Reino. En ella quiso significar Jesús que su muerte no iba a destruir la muerte de nadie, que su muerte no iba a impedir la llegada del Reino. Y en el momento de partir el pan, lo que quiere dar a entender Jesús es que hay que verle en los trozos de ese pan entregado hasta el final. Ese pan y ese vino les recordará la entrega total de Jesús hasta la muerte y evocará la fiesta final del Reino (379).

    Se trata por tanto de un recuerdo y de una evocación. No dice nada de su sentido sacrificial. ¿Cómo lo va a decir si no admite que la muerte de Cristo lo tuviera? Ni dice nada de lo que afirma S. Pablo a propósito de la presencia real: que la copa es comunión con la sangre de Cristo y que el pan es comunión con su cuerpo (1Cor 10,16) hasta el punto de afirmar que el que come el pan o bebe la copa del Señor indignamente se hace reo del cuerpo y de la sangre del Señor (1Cor 11,27). También olvida las palabras de Cristo en el evangelio de Juan, cuando afirma que si no comemos la carne del Hijo y no bebemos su sangre, no tenemos vida en nosotros (Jn 6,53-54). Pagola afirma incluso que el marco de la celebración eucarística no fue el de la cena pascual judía.

     

  6. La Resurrección

Ya había dicho Pagola en el prólogo que la Resurrección no pertenece a la vida de Jesús, porque había entrado en la vida de Dios, pero que «algo» había sucedido a los apóstoles: habían tenido una experiencia de que seguía vivo. Pagola mantiene que la Resurrección es real pero no histórica, es decir, no ha tenido lugar en la historia, porque es una realidad que la trasciende (430). Estamos de acuerdo en que no se trata de una Resurrección como la de Lázaro que retorna a la vida terrena y a la muerte. La Resurrección de Cristo es trascendente porque con su cuerpo glorioso ha vencido definitivamente a la muerte. Pero ha dejado huellas en la historia: sepulcro vacío y apariciones.

Pagola parte de las apariciones para hablar después del sepulcro vacío. ¿Por qué? Porque él entiende que todo se reduce a una "experiencia" de fe (así interpreta las apariciones) y lo del sepulcro es una realidad de la que en el fondo se puede prescindir. «Algo» ha ocurrido a los apóstoles (432): «han vivido un proceso que no sólo ha reavivado la fe que tenían en Jesús, sino que les ha abierto a una experiencia nueva e inesperada de su presencia entre ellos» (432). Aquello era «una gracia de Dios» (438). Se sienten perdonados y aceptados por el Padre.

Y vayamos al sepulcro vacío. Hablando Pagola sobre éste, dice: «no sabemos si (Jesús) terminó en una fosa común como tantos de los ajusticiados o si José de Arimatea pudo hacer algo para enterrarlo en un sepulcro de los alrededores» (443). Pero el hallazgo del sepulcro vacío no es lo decisivo. Lo decisivo no es su hallazgo sino la revelación que se hace sobre él: «Jesús de Nazaret, el crucificado, ha sido resucitado por Dios» (444). Lo que importa fue que los discípulos de Jesús lo experimentaron como vivo desde la fe.

Hablando de todos estos relatos, dice Pagola: «más que información histórica, lo que encontramos en estos relatos es predicación de los primeros cristianos sobre la resurrección de Jesús. Todo hace pensar que no fue su sepulcro vacío lo que generó la fe en Cristo resucitado, sino el "encuentro" que vivieron sus seguidores, que lo experimentaron lleno de vida después de la muerte» (444).

El primer credo cristiano acuñó estas palabras: «Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras» (1Cor 15,3). Pero Dios Padre no podía pedir la sangre de su Hijo para perdonar los pecados, ni podemos pensar en un sacrificio de expiación. Lo que hizo Dios Padre fue acompañar a Cristo en su dolor (447), estaba con Jesús, detrás de su dolor estaba la fuerza salvadora de Dios. Jesús murió confiando en el Padre y el Padre lo acogió en su vida insondable. Dios no exige el sufrimiento de su Hijo para poder perdonar. No se trata de un sacrificio de expiación y en la muerte no está sufriendo ningún castigo de Dios. Jesús cargó con el sufrimiento que le infligieron injustamente los hombres y el Padre cargó con el sufrimiento que padeció su Hijo querido (450).

Conclusión

El Jesús de Pagola fue un creyente fiel en Dios Padre en el que depositó y abandonó su vida. Su Dios es el Dios de Israel que experimenta como Padre. Desde la investigación histórica no se puede concluir que tuviera conciencia de ser Dios, y su divinidad pertenece a la confesión primera de los evangelistas. Establece así una ruptura radical entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe, lo que significa que fue la Iglesia la que inventó la divinidad de Cristo. Habrían sido los evangelistas los que le confesaron como Señor, Hijo del Hombre, Hijo de Dios trascendente, Palabra encarnada, etc. (457 y ss.).

El método histórico-crítico lo emplea de una forma reductiva, y frecuentemente arbitraria, soslayando todo aquello que pueda manifestar en la historia de Jesús la confesión de su trascendencia divina. Con el método histórico-crítico, empleado sin prejuicios, se puede llegar a la confesión de la divinidad por parte de Jesús. Como un ejemplo más de la arbitrariedad de su utilización del método histórico-crítico viene a decir que la comunidad primitiva, según muchos investigadores, superó la confesión de Jesús como hijo de hombre (que no significaba más que era un ser humano), con la visión de Hijo del hombre (que de modo trascendente aparece en Dn) (476-477), cuando la comunidad primitiva nunca llamó a Jesús Hijo del hombre en ninguna de sus confesiones (criterio de discontinuidad).

José Antonio Sayés