La
paternidad en la sociedad contemporánea
Intervención del A. en «XV IFFD International Congress. Roma, 11-13 Oct 2000». ¿Qué le ha ocurrido a nuestra sociedad contemporánea para que la paternidad no sea algo evidente, sino al contrario, como un cierto agujero negro, una figura contestada, rechazada u omitida, en suma, un interrogante cada día más problemático? A nuestra sociedad le han ocurrido muchas cosas, pero todas vienen a enredarse en una misma raíz: la crisis de la genealogía personal y la crisis de la genealogía por amor. Ambas se le deben en justicia al ser del hijo. Son lo suyo, en cuanto hijo, su derecho más primario y natural. Ambas constituyen, correlativamente, el deber ser y la dinámica vital de la paternidad y la maternidad humanas.
APUNTES SOBRE LA PATERNIDAD EN
LA SOCIEDAD CONTEMPORANEA
Pedro-Juan Viladrich (*)
Director del Instituto de Ciencias para la Familia
Universidad de Navarra
Fuente: www.arvo.net
1. Al comenzar a
redactar estos apuntes, recordé cierta lamentación de Josef Pieper cuando, a
propósito de su magistral análisis de la justicia, intenta demostrar por qué
cada persona humana tiene un algo radicalmente suyo, que le pertenece por
derecho natural, y cuyo respeto por parte de los demás es de elemental justicia.
Lo evidente -nos confiesa- es difícil, cuando no imposible de demostrar. Está,
en cierto modo, en la raíz misma de la cosa, en el antes sobre el que se
sustenta todo el discurso y demostración sobre esa cosa. Y por este motivo, lo
evidente se hace más diáfano al corazón sincero, que a la demostración
intelectual, más al que ama, que al que razona. Algo parecido -debo advertírselo
cuanto antes- ocurre con el ser y el sentido de la paternidad. Del misterio de
la paternidad en su sentido más esencial y, por tanto, de la paternidad del
varón y de la maternidad de la mujer. La paternidad, bajo esa acepción esencia ,
nos remite al Ser en quien tiene todo se origina. Es decir, a Dios, pues toda
paternidad proviene de Dios. La paternidad humana, en su doble acepción paterna
y materna, proviene de Dios, es por ello procreación junto con El y es
procreación de seres que son personas, nuestros hijos. Al fundamentarse toda
paternidad en la de Dios, la paternidad y maternidad humanas son una llamada a
participar -procrear es la palabra usual- en la paternidad de Dios al crear a
cada persona humana singular. En este sentido, podemos decir que la paternidad y
maternidad humanas son vocación divina. Ese es su misterio y grandeza.
Sugiero no interpretar a retórica de introducción estas primeras afirmaciones.
Quiero decir, por expresarlo clara y directamente, que la sincera y limpia
rectitud del corazón al amar es el camino primero para intuir la verdad de los
radicales antropológicos: qué es ser hombre, varón o mujer, padre y madre, hijo
y hermano, esposo y esposa. Sin esa sinceridad y rectitud de la intención del
amor, la sola razón humana con demasiada frecuencia engendra monstruos.
Esperemos no hacerlo en los siguientes apuntes.
2. Cada persona humana, cada uno de nosotros, precisamente por ser persona,
tiene como "lo suyo" un origen personal. Bajo este sentido, nuestra primera
identidad es la filiación. Por ser personas, somos hijos de unos padres. Ser
"hijo" y ser "padres" no es un nexo meramente biológico. La biología no tiene
capacidad de dar todo su significado a las nociones de filiación y paternidad.
En rigor, entre los seres vivientes no personales -animales y vegetales- no hay
padres e hijos. En la paternidad y en la filiación hay un vínculo entre
personas, las de los padres con las de los hijos, a propósito de la generación
humana, que contiene un sustancial significado personal. Ser hijo, por lo tanto,
es tener origen personal y tenerlo como origen propio y justo.
Esto significa muchas cosas importantes. Pero, por de pronto, quiero aquí
subrayar dos. Primera: que a la persona humana le pertenece, por ser persona,
traer su origen de otras personas. Es de suyo "lo nuestro" tener genealogía
personal. Segunda: que el acto mediante el cual somos engendrados por nuestros
padres sea, a su vez, un acto personal por excelencia. El acto personal por
excelencia es el amor.
Genealogía personal y genealogía por amor son la verdad y el bien más propios en
la relación entre la paternidad y la filiación, entre padres e hijos. Esta
verdad y ese bien substantes y radicales, mientras están presentes, conservan,
perfeccionan y restauran la normalidad de la relación. Cuando esta verdad se
debilita, se ausenta o es sustituida por la indiferencia, la falsedad, el odio o
la violencia, entre la paternidad y la filiación brotan todas las flores del
mal.
3. ¿Qué le ha ocurrido a nuestra sociedad contemporánea para que la paternidad
no sea algo evidente, sino al contrario, como un cierto agujero negro, una
figura contestada, rechazada u omitida, en suma, un interrogante cada día más
problemático? A nuestra sociedad le han ocurrido muchas cosas, pero todas vienen
a enredarse en una misma raíz: la crisis de la genealogía personal y la crisis
de la genealogía por amor. Ambas se le deben en justicia al ser del hijo. Son lo
suyo, en cuanto hijo, su derecho más primario y natural. Ambas constituyen,
correlativamente, el deber ser y la dinámica vital de la paternidad y la
maternidad humanas.
Conviene no errar el diagnóstico de fondo. Con frecuencia, en una sociedad
cambiante como la nuestra, parece que la causa de la confusión acerca de la
paternidad -y también de la maternidad- se explicase por completo en los mismos
grandes y tan rápidos cambios en el modelo socio-económico. Su impacto sería tan
poderoso sobre los roles paternos y maternos tradicionales, que ahora estaríamos
ante la desaparición de lo conocido, el tránsito hacia roles todavía en
gestación y, por ello, inexperimentados y desconocidos, con la consiguiente
crisis que toda intensa transición provoca. A este diagnóstico hay que hacerle
las siguientes observaciones. Ciertamente estamos en una sociedad de cambio
acelerado, en comparación con la lentitud de las mutaciones en las sociedades
del pasado. Pero es una constante histórica el que la familia y el matrimonio
(es decir, los esposos y los padres con sus hijos) han tenido que vivir su unión
conyugal y la procreación y educación familiar de sus hijos siempre en unas
determinadas circunstacias y a veces, con frecuencia más bien, frente o contra
circunstancias muy adversas. Baste con recordar el largo rosario histórico de
guerras, invasiones, grandes migraciones, hambrunas, enfermedades epidémicas,
penuria de recursos económicos, persecuciones por motivo de raza y religión,
etc. El elenco de calamidades humanas es una constante. Y entre ellas, por
encima y por debajo, el matrimonio y la familia ha debido comprender y vivir la
verdad de sí misma. Lo mismo ocurre ahora, a veces en condiciones
socio-económicas mucho menos adversas, pese a los actuales cambios, como es el
caso de las familias del llamado Primer Mundo, muchas de las cuales me están
escuchando ahora.
Podríamos decir, si se me permite, que la Nao del Amor Hermoso, en que consiste
el matrimonio y la familia, siempre navega entre las aguas de todos los océanos.
A veces en calma, otras con suave brisa de sotavento, no infrecuentemente entre
tormentas o, incluso, bajo peligro de abordaje de otros navíos que acechan, con
o sin patente de corso, para saquearla. Esa es la "normalidad" de su navegación.
4. Vivimos un mundo donde hay muchísimos seres humanos que no han sido
engendrados por un padre y una madre unidos por un vínculo de amor. Es decir por
un padre y una madre que, entre sí, son esposos y constituyen una comunidad de
vida y de amor, como su forma de ser y de vivirse. Estos miles de seres humanos
traen su origen de una relación entre sus padres en alguna medida pasajera,
tanto que en algún momento de la infancia, quizás incluso antes de nacer, nunca
existió o desapareció si alguna pequeña dosis tuvo. Si en nuestro origen, en
cuanto hijos, no hay unión conyugal o ésta se desintegró, la paternidad es
experimentada como un referente suelto, aislado, disociado, quizás en belicosa
confrontación respecto de la maternidad, y viceversa. Esta fractura entre
paternidad y maternidad -muchas veces violenta- atenta directamente contra la
genealogía personal y amorosa debida en justicia a todo ser humano, a todo hijo,
por ser persona. Dicho de otro modo: a cada ser humano le cuesta comprenderse
como hijo, con una paternidad y una maternidad ignotas, disociadas o
confrontadas en conflicto. Y no olvidemos que la filiación es aquella primera
identidad nuestra por la que nos humanizamos adecuadamente.
5. Esta disociación en el origen equivale a la disociación entre conyugalidad y
paternidad y maternidad. Y esta disociación produce consecuencias negativas muy
importantes en la adquisición de identidad y en la maduración de la personalidad
del hijo. Destacaremos ahora sólo dos. El hijo se ve obligado -sin elección
posible por su parte- a recorrer el camino de comprensión de sí mismo, como
hijo, y a la tarea de estructurar las arquitecturas de su personalidad, como ser
humano, situándole en el punto de partida de su vida, una ruptura, una grave
desarmonía, un conflicto, a saber, la ausencia de unión o la desunión conyugal
entre sus padres. Para ese hijo, desde su mismo origen, ya hay una tensión
radical entre paternidad y maternidad, entre su padre y su madre. Difícilmente
podrá tener dentro de sí, al modo de lo natural y evidente, qué es la paternidad
y qué es la maternidad, como no sea la percepción de que son destinos
conflictivos, disociados, incomunicados, quizás incluso en abierto y
violentísimo combate. He aquí una fuente que mana constantemente aguas nocivas
en el fluir de la vida de un hijo. Estamos ante una de las grandes raíces de las
alteraciones de personalidad y de las anomalías del comportamiento.
6 .Vivimos también en un mundo en el que hay muchísimos seres humanos cuyo
origen no se sustenta sobre un acto de amor, sino sobre otras causas y
motivaciones que no son justas con la excelencia personal del ser del hijo. La
relación de paternidad y la maternidad con el hijo se empobrece bajo mil formas
de la casualidad, la utilidad, el simple deseo sexual o la violencia, sin nicho
u hogar familiar que acoja y arrope amorosamente su nacer y crecer como persona.
El hijo, en cuyo origen, no hay una genealogía amorosa, sino otras cosas ajenas
o contrarias al verdadero amor, sufre formas con frecuencia severas en la
correcta identificación de la paternidad o la maternidad, en la armónica
percepción de la seguridad en ser amado incondicionalmente y, vinculado a esta
seguridad, en la estima de sí mismo y en el desarrollo armónico y no conflictivo
de su personalidad, como es patente en la experiencia psicológica y clínica.
7. En suma, la ausencia de unión o las fracturas de unión conyugal entre los
padres, de un lado, y la ausencia de amor o el desamor conyugal entre los
padres, menoscaban en alguna medida, a veces muy grave, la genealogía personal y
amorosa de los hijos. La paternidad disociada o en conflicto con la maternidad,
y viceversa, introducen en la intimidad del hijo, en las edades tan decisivas de
su infancia y adolescencia, la experiencia de que su mismo origen constituye un
conflicto, una fractura, un drama. Difícilmente entenderá este hijo qué es la
verdad de la paternidad y la maternidad, la verdad del varón y de la mujer, la
verdad del amor humano. La ambigüedad, la oscuridad, la falta de claridad
respecto de estas identidades sexuales es el fruto de la crisis de la genealogía
personal y amorosa.
Esta crisis es patente en nuestro mundo contemporáneo. No es una exclusiva de
nuestra sociedad actual, a poco que recordemos la historia. Pero hoy parece un
problema estadísticamente importante dentro de una sociedad de la comunicación
que globaliza las noticias y los comportamientos. A diferencia del pasado, lo
verdaderamente inquietante de nuestra sociedad es la falta de criterio. Dicho de
otro modo. El problema actual no es tanto el número de disfunciones y que ese
número es rápidamente conocido y difundido por los diversos mass media. El
problema actual es el convencimiento en la "normalidad" de lo anómalo y de lo
disfuncional, lo cual en las sociedades pretéritas era mayoritariamente
percibido como marginal y anormal.
8. La disociación, la fractura o la independencia total entre ser cónyuges (la
conyugalidad de la unión matrimonial) y ser padres (la procreación y la
educación de los hijos mediante un espacio de peculiar intimidad de convivencia
amorosa muy estable que conocemos como familia) está, pues, en la base de la
crisis de la paternidad contemporánea. En su pequeño gran libro "Sobre el bien
conyugal", San Agustín, en un breve pasaje en que le palpita la emoción de
apuntar algo grandioso, señala que la unión conyugal, en cuanto unión, contiene
una magna razón de bondad, un tesoro valiosísimo en sí mismo, con independencia
de otras grandes riquezas que puede traer además el ser y vivirse los esposos en
comunión. Esta gran razón de bondad la atribuye, con sobriedad enigmática, a ser
señal en el corazón del hombre y de la mujer de la unión infinita y eterna que
es Dios-Trino. Dicho de otro modo: comprometerse a ser como uno e intentar
conservar, perfeccionar y restaurar esa unión como programa co-biográfico es, en
sí mismo, un máximo bien. Y ya es un máximo bien, al margen de las dificultades,
limitaciones y deficiencias del sincero intento conjunto.
La misma significación ha sido subrayada continuamente por Juan Pablo II en su
magisterio sobre la sexualidad, el matrimonio y la familia. Ahora podemos
entender un reflejo, no poco importante, de la bondad enorme que hay en ser y
vivirse como matrimonio. A saber, la comunión conyugal asegura la genealogía
personal y amorosa de nuestros hijos, y con ella la base real de su identidad y
crecimiento verdaderamente humanos. También ahora podemos entender el lado
oscuro, a saber, por qué son tan graves males la ausencia de verdadera unión
conyugal entre los padres, la paternidad y la maternidad disociadas e
independientes, el divorcio de los esposos, y las mil formas perversas de
falsear o violentar la naturaleza amorosa del acto procreador de nuestros hijos
y, a partir de él, de la entera vida familiar dentro de la cual se les educa
para descubrirse y vivirse como personas verdaderas y buenas.
9. Pero el rechazo o la fractura de lo conyugal trae, y no tarde, otra
consecuencia inquietante. Ser padre es una dimensión del ser varón. Como ser
madre es una dimensión del ser mujer. Varón y mujer, como padre y madre, son
identidades que se encuentran en su complementariedad, y no precisamente en su
incomunicación, fractura o conflicto. Es por esta causa, que la crisis de lo
conyugal acaba, al poco, en causar una profunda crisis de las identidades
sexuales. Esta interacción se retroalimenta sin fin. La crisis de la virilidad
afecta a la crisis de la feminidad, como la de la feminidad induce la de la
masculinidad. A su vez, la crisis de las identidades sexuales crea el clima de
la crisis de la figura paterna contra la materna, y de la materna contra la
paterna, haciendo al fin oscura y conflictiva la posibilidad misma de la
comunión entre los esposos y los padres.
Si la maternidad se ve impelida a comprenderse en conflicto o desde la
incomunicación respecto de la paternidad, y viceversa, también la feminidad
entra en conflicto o se encamina incomunicada por una senda independiente de la
masculinidad. La crisis de identidades sexuales está, entonces, servida. Y está
servida no sólo entre la generación de los padres fracturados como esposos y
padres, sino sobre todo en la crisis de identidades y roles básicos de la
condición sexual en la próxima generación, en la de sus hijos. Me temo que estos
síntomas ya los estamos percibiendo en nuestra sociedad contemporánea.
10. Permítanme ahora una pequeña confidencia. Estaba redactando este último
apunte, cuando entró uno de mis colaboradores y lo leyó directamente en la
pantalla de mi ordenador. Su comentario espontáneo fue el siguiente. "Es cierto
que estas disociaciones ocurren en la actual sociedad. Pero también en el pasado
y ya entonces fueron muy graves". No es incierta esa observación, según ya he
advertido en otro apunte anterior. A veces tendemos a pensar que ésta nuestra
época es muy perversa respecto de otras que fueron idílicas. La historia, por el
contrario, nos pone de relieve la antigüedad del "corazón de piedra" de los
seres humanos. Tener el "corazón de piedra" es una sintética y muy autorizada
expresión que ahora quiero recodar con énfasis. ¿Por qué? Porque nos sirve para
reconocer que la verdad del matrimonio y la familia, la verdad del recto trato
de amor entre el varón y la mujer, entre padres e hijos y entre hermanos,
siempre tuvo mucho de asignatura pendiente, pese a ser, desde siempre, la señal
de la Alianza o, dicho de otro modo, la revelación de cómo Dios ama a sus hijos
los hombres y como anhela ser amado por ellos. Esa alianza es de amor y -según
se nos ha revelado- ese amor es de naturaleza nupcial. En suma, la expresión
evangélica "por causa de la dureza del corazón" lo que enseña es la solución, a
saber, el tenerse entre esposos y en familia un especial "corazón tierno y
amoroso". Y esta es la asignatura pendiente que toda crisis de la familia hace
emerger: no sabemos amar de verdad, con bondad y con belleza.
11. He aquí una luz para entender más profundamente el gran significado del
sacramento del matrimonio y la familia en la economía de la redención y de la
salvación. No me estoy refiriendo ahora a estas instituciones al modo abstracto,
como si mi sugerencia fuera dirigida a la razón especulativa de mis oyentes y
tuviera por objeto el mejor entendimiento racional de las nociones teóricas del
matrimonio y de la familia. Deseo enfatizar que aludo a cada matrimonio concreto
y familia concreta en cuyo seno -ya como hijos, como padres, como hermanos o
como esposos- pueden identificarse quienes me están benévolamente escuchando.
Así pues, lo que quiero decir es que, frente a esta crónica y hoy inquietante
asignatura pendiente, cada matrimonio y familia cristiana tiene una especial
responsabilidad de testimonio vital hacia dentro, hacia sus miembros, y hacia
fuera, hacia sus amigos y demás conciudadanos. Es necesario ser, por encima y
por debajo de nuestras imperfecciones y limitaciones, un testimonio nunca
rendido, siempre levantado, de unión de amor debido en su indisoluble fidelidad
biográfica, de genealogía personal y amorosa, de convivencia de corazones
cálidos, luminosos, alegres, incondicionalmente solidarios. El mundo -tantos
miles de seres humanos, especialmente niños de la nueva generación- necesita
esta sal de la tierra, esta señal de esperanza acerca de que el amor verdadero,
bueno y bello es posible entre nosotros. Y hay que entender que este testimonio
unido, conjunto y biográfico del amor humano, expresado en cada matrimonio y en
cada familia singulares, es camino sacramental de santidad y de redención, es
una vocación cristiana importantísima en el mundo contemporáneo, es un lugar
específico de encuentro con Cristo-Esposo.
12. Abierto este horizonte de testimonio y de responsabilidad, ¿qué aspectos
significativos pueden servirnos para mejorar la paternidad, es decir, el ser y
la función del esposo-padre en el seno de nuestros matrimonio y familias, y en
el testimonio hacia la sociedad en la que vivimos? A este propósito dedicaremos
el resto de nuestros apuntes.
13. Comenzaremos por una específica responsabilidad del varón, esposo y padre,
aunque también hijo y hermano. Me refiero a la verdad del reconocimiento de la
entera mujer (como madre, hermana, esposa e hija). La verdad del reconocimiento
a la mujer, empieza ante todo con su justicia. Dicho de otro modo, hay que darle
a la mujer, en sus diversas identidades, lo que es "suyo", lo que le corresponde
en justicia. Este justo reconocimiento es una específica responsabilidad del
varón, por serlo, en sus diversas identidades fundamentales: esposo, padre, hijo
y hermano.
Debemos subrayar ahora que si, so pretexto de esposo, padre, hijo o hermano,
amor del varón es injusto hacia la mujer esposa, madre, hija o hermana, tal amor
injusto no es verdadero amor, sino apropiación y dominio y anulación, fruto de
la falsedad, de la codicia y de la violencia. El primer y gravísimo resultado de
todo ello es la crisis radical de la feminidad, su colapso, bloqueo, miedo e
inseguridad, su rebeldía a ser don.
El varón, en cuanto esposo y padre, tiene una especial y propia responsabilidad
de género en no comprender y tratar a la mujer como objeto de codicia sexual,
como objeto de prepotencia y violencia, o como género válido exclusivamente por
sus utilidades. No es la mujer la primera llamada a obtener de sí para sí el
reconocimiento de su condición de don humanizador de los seres humanos. No es
ella el principio y fin de su propia reivindicación. Si se ve impelida a esa
reivindicación, en la historia colectiva de la humanidad o… en cada una de
nuestras vidas y hogares, es que el hombre está fallando su primera
responsabilidad masculina que es ser " aquel que es verdadero reconocimiento y
acogida de la mujer en su condición femenina de don humanizador". El hombre,
como esposo y padre, es ante todo "el que reconoce y acoge a aquella que es
hueso de sus huesos, carne de su carne, seno y regazo personal del don de la
vida de los hijos y, por causa de este acogedor reconocimiento, la ama con lo
mejor del amor de sí mismo". Ahí está condensada la masculinidad, que no es sino
reconocer y acoger desde lo mejor de sí mismo a la mujer esposa y madre que el
varón como esposo y padre alberga dentro. Este "albergar dentro" el varón a la
mujer y expresar ese modo de ser en reconocimiento acogedor justo y amoroso de
la feminidad es precisamente la masculinidad. Es el modo masculino de la
concepción y alumbramiento, que no lo es del hijo, que corresponde a la
feminidad, sino de la mujer misma, que corresponde a la masculinidad. Este es el
significado de extraer a la mujer, a Eva, del íntimo costado o costilla de Adán.
14. Si ahora nos proponemos un notable descenso a las realidades concretas de
nuestras familias y de nuestra sociedad, debemos identificar como especial
responsabilidad y sentido del ser varón y de la paternidad todas aquellas
actitudes y comportamientos mediante los cuales evitamos la falsificación y la
violencia sobre la mujer.
¿Qué es la falsificación de la mujer? En primer lugar, todas aquellas actitudes
y comportamientos del esposo-padre que se inspiran en estimar a la mujer como
objeto de placer y de codicia sexual, constituyendo esa utilidad y servicio en
el valor principal del ser mujer. En segundo lugar, todas aquellas actitudes y
comportamientos del esposo-padre que reducen el significado y valor de ser mujer
al cumplimiento de funciones útiles, especialmente en los diversos servicios
domésticos, como sí estas funciones fueran exclusivas de la mujer y la únicas
por las cuáles el ser mujer fuera útil , rentable, y merecedora de alguna
estimación.
¿Qué es la violencia sobre la mujer? Bajo múltiples formas, la violencia
familiar sobre la mujer es la imposición a la esposa, madre, hija o hermana de
la razón de la fuerza y la amenaza de un daño para así constreñir su papel y su
comportamiento a los deseos del prepotente y dominador. Anotemos el método: se
trata de imponer la razón de la fuerza. Observemos su contradicción con la
esencia de los lazos matrimoniales y familiares: éstos se basan en la fuerza del
amor verdadero, bueno y bello.
15. Estas actitudes y comportamientos falsos y violentos son, en su inmensa
mayoría, ostensibles para cualquier esposo y padre que tenga dentro de su
corazón una sincera y recta disposición hacia los suyos. Quiero decir que no es
difícil percibir las formas gruesas y severas de la falsificación y de la
violencia sobre la mujer en el escenario familiar. Pondré un ejemplo dramático,
por su gravedad, del que a veces nos dan cuenta los medios de comunicación,
todavía en la página de sucesos, constituyendo delitos: se trata de la inducción
a la prostitución de la esposa o hijas, el incesto, la violación y el acoso
sexual a los hijos. La sociedad actual todavía percibe estas formas brutales de
la injusticia del esposo-padre sobre sus propios familiares femeninos bajo el
prisma del código penal. Toda la sociedad comprende las trágicas secuelas, a
veces irreversibles, sobre la personalidad y toda la biografía de las víctimas.
Pero también hay que decir que estos delitos no cesan, ni disminuyen. Hay que
añadir que nuestra sociedad, a través de mecanismos de gran contradicción e
hipocresía, como son la permisión de la pornografía y de múltiples formas de la
prostitución, favorece positivamente un clima de grave alteración de los
comportamientos masculinos en el ámbito de la intimidad familiar. No podemos
permanecer ante estas enormes injusticias, en la pasividad tranquila de quienes
consideran que estas manifestaciones delictivas no afectan a nuestras familias,
sino a las de otros, y a las riberas más marginales, pobres y desesperadas de la
población. Como responsables del testimonio de la familia verdadera ante la
sociedad, debemos participar en aquellas iniciativas ciudadanas tendentes a
disminuir y erradicar estas lacras terribles en las que se ven envueltas mujeres
y niños, sufriendo en lo que debiera ser el santuario del amor y de la vida
humanas, es decir, en sus ámbitos familiares, un signo de contradicción y
destrucción tan inhumano.
A este respecto, quisiera hacer notar que la sensibilidad femenina está, por
fortuna, muy despierta y activa contra estas formas severas de falsificación y
violencia doméstica contra la mujer. Y quiero hacerlo notar, para poner de
relieve una cierta dosis de omisión, pasividad y desinterés por parte del varón,
esposo y padre. Estas formas de lo inhumano, precisamente en la familia, son una
especial responsabilidad para el esposo y padre, precisamente por ser varón.
Dicho de otro modo: la lucha contra estas manifestaciones de lo inhumano no son
"cosas de mujeres", reivindicaciones que sólo al género femenino corresponden, y
que el género masculino contempla desde la ribera opuesta con indiferencia o, a
veces, con cierta inaceptable ironía. Esta pasividad es fuente de grandes
perplejidades en la mujer actual sobre el sentido de la masculinidad, y quizás
de grandes decepciones. El varón, esposo y padre normal, no puede ignorar que la
violencia doméstica no es principalmente femenina, sino masculina. El varón,
esposo y padre normal, debe caer en cuenta, en sede de familia y en sede de su
responsabilidad profesional y ciudadana -en el puesto que ocupe en la sociedad-,
que ha de reexaminar con exquisitez sus actitudes y comportamientos para, desde
la educación de sus hijos hasta su responsabilidad en su puesto profesional y
social, contribuir activamente a la lucha contra el falseamiento de la mujer y
contra las diversas formas de violentarla con la fuerza.
16. Pero hay otras muchas formas del falseamiento o de la prepotencia sobre la
mujer que parecen muy leves. Nos pasan inadvertidas, a veces casi ocultas como
normalidades en roles, actitudes y comportamientos que consideramos
tradicionalmente correctos e inocuos. El varón, que se propone profundizar en el
sentido de su condición de esposo y padre, debe estar también dispuesto a afinar
su sensibilidad ante lo que ahora identificaremos con la expresión " códigos
leves" . ¿Por qué son tan importantes? Porque en la familia normal, la verdadera
normalidad de los amores familiares se vive en los detalles pequeños. En lo
cotidiano y ordinario se esconde el significado profundo y la única ocasión real
-no utópica- del hábito amor verdadero, bueno y bello. Por estas razones, la
identificación de los "códigos leves de falsificación y violencia doméstica" son
tan importantes. Mediante ellos, en el cada día, educamos o deformamos con la
implacable eficacia del goteo que quiebra la roca…, es decir, que quiebra en la
mujer -esposa, madre, hija y hermana- la nitidez de la percepción del
significado verdadero del ser varón, del ser esposo, padre, hijo y hermano.
No es posible ahora hacer un elenco de todas estas pequeñas disfunciones que
constituyen "los códigos leves del falseamiento y la violencia doméstica". Por
de pronto, me sentiría más que satisfecho con que su mención ya hiciera
reflexionar a quienes me escuchan, removiendo y motivando, en razón del amor que
guardan dentro de sus corazones, un propósito de más exquisito examen de sí
mismos hacia el futuro. Sobre todo insistiendo en que en estos "códigos leves"
se juega mucha de la pérdida ordinaria, cotidiana, no severamente dramática, del
sentido de la masculinidad, del ser esposo y de la paternidad.
Me limitaré, pues, a examinar con brevedad un tema central del matrimonio donde
acontecen códigos leves que lo destruyen y desvirtúan. Me refiero al consenso
conyugal Hay en él una especial responsabilidad y servicio del esposo y padre,
en cuanto varón, que nos permiten captar la igualdad entre los esposos, y al
mismo tiempo la peculiar responsabilidad del hombre, esposo y padre.
17. Veamos el consenso. No por razones menores el matrimonio se funda en el
consentimiento. Los grandes autores insistieron mucho en que no se trata de dos
voluntades, la del marido y la de la mujer, sino de una sola. En efecto, es la
voluntad conjunta que es única, que es la del único nosotros en que el tu y el
yo, la dualidad, se ha transformando en unidad. Esta es la raíz de que la misma
vida matrimonial, en cuanto es conyugal o conjuntada, sea una vida en la que la
concordia y el consenso es un recíproco derecho y deber de los esposos, por
serlo. ¿Pero qué es este consenso o concordia como modo de convivirse?
Por de pronto, elaborar entre dos una única voluntad que ambos considerarán la
nuestra es un proceso en el tiempo y presenta tres dimensiones. Es un proceso en
el tiempo, porque la unidad no es la coincidencia, ocasionalmente casual, de dos
voluntades cuyos contenidos resultan iguales o coincidentes. La coincidencia se
da en la dualidad. Tampoco el consenso es la imposición por parte de uno de su
voluntad al otro, porque esa uniformidad es resultado de la prepotencia de una
parte que anula, desprecia y no reconoce a la otra. Obtener un consenso
verdadero es tiempo. El tiempo de expresar verdadera y no falsamente la propia
posición. El tiempo de comunicarla sin violencia, sino con el trato propio de lo
conyugal, que es la ternura del amor. El tiempo de conocer la posición de la
otra parte, de acogerla sin coaccionarla, reducirla, falsearla con mil formas de
manipulación o constreñirla con mil formas de prepotencia. Y una vez los dos se
saben en cuanto dos aportaciones, que se respetan y se reconocen, entonces viene
la tercera dimensión del consenso, que es engendrar una decisión que será
reconocida y aceptada por los dos como la voluntad y decisión nuestra.
Varón y mujer participan igualmente en la elaboración de la voluntad conjunta o
decisión nuestra. No es propio del varón, el decidir por los dos. No es tampoco
propio de la mujer, el decidir por los dos. Cada uno comunica y aporta su
voluntad singular, luego los dos engendran aquella que expresa al nosotros
único. Eso es consensuar y esa forma de convivir el orden de las decisiones
expresa la esencia misma del matrimonio. Diré ahora que es una especial
responsabilidad del varón, como esposo y padre, el ser garante del método del
consenso como forma matrimonial de decidir.
Adviértase el matiz. Ambos, esposo y esposa participan igualmente comunicando
sus voluntades al proceso. Ambos participan igualmente en generar la voluntad
conjunta, que ambos reconocerán y cumplirán como la que expresa el nosotros
único que son. Pero además de estas tres dimensiones, a saber, la de la voluntad
singular del esposo, la de la voluntad singular de la esposa, y , por fin, la
voluntad conjunta, hay una cuarta dimensión. Es la dimensión que tutela o
garantiza el propio y entero proceso de consensuar como método de vida
matrimonial y familiar.
18. Existe, en efecto, una cuarta dimensión. El proceso por el que dos,
respetándose y comunicándose, concuerdan lo conjunto, ha de ser, además,
tutelado, protegido, salvaguardado una y otra vez. Esta es su cuarta dimensión.
Esa cuarta labor, el de preservar y proteger y garantizar el consenso, en su
proceso de formación y de cumplimiento, esa es una labor -cuarta dimensión- en
la que el varón, en cuanto esposo y padre, tiene una especial responsabilidad y
servicio.
A eso clásicamente se le llamó el cabeza de la familia. Nunca los grandes
quisieron por "cabeza" definir al dominador, al prepotente, aquel cuya voluntad
singular ha de ser obedecida por ser la del varón. Ser cabeza no equivalía en la
mente de los grandes autores a la supresión del consenso en nombre de la
superioridad de la voluntad masculina. Lo que se quiso decir es que la igualdad
y la verdad en el consensuar entre esposo y esposa es un servicio y tiene un
especial servidor, un garante responsable de que el consenso ocurra de verdad
con igual participación y respeto recíprocos. Ese servicio carga especialmente
sobre el esposo y padre. El varón, además de partícipe, es el protector de la
vida consensuada en concordia y, por eso mismo, también es, además de partícipe
en la aportación de amor, el protector del calor de intimidad amorosa que la
mujer aporta al proceso de vivirse en concordia. Eso es ser un hombre.
También en esta cuarta dimensión del proceso conyugal, que hemos examinado con
ocasión del consenso, es donde anida esa especial responsabilidad del varón, en
cuanto padre y esposo, de representar la pauta de conducta ejemplar, el valor
normativo, aquello que debe ser para toda la familia.
20. Cargar especialmente una responsabilidad, no significa tenerla en exclusiva
y en soledad. Significa el matiz que significa. Es una especial responsabilidad.
Corresponde a la esposa y madre, en cuanto mujer, facilitar esa labor de
especial garantía del proceso de vivirse en consenso. ¿Cómo? No haciendo,
mediante las formas femeninas de la falsificación, la manipulación, la coacción
y la violencia que el proceso de elaborar y cumplir nuestros consensos sea una
confrontación, un continuo contradecirse, una falta de cumplimiento de la
palabra dada, una continua tragedia. Por el contrario, ayudando desde la verdad,
la lealtad y la fortaleza a consensuar y a que la labor de garantizar el proceso
sea una responsabilidad acompañada, en vez de heroicamente solitaria, de una
espalda sin espalda. En esta labor de hacer fácil el servicio del varón, la
mujer, en cuanto tal, tiene una propia y especial responsabilidad, a saber,
garantizar la conservación y restauración de los tonos del amor conyugal y
familiar, que son el calor, la ternura, la delicadeza y la intimidad del amor.
Se oponen a la vida de concordia y consenso muchos de los que he llamado
"códigos leves". No será necesario explicarlos. Bastará con mencionarlos: la
poca consideración y menosprecio de la voluntad que pudiera aportar la esposa y
madre, su ridiculización bajo múltiples formas, el trato irascible y vejatorio,
la manipulación y falsificación de la información, la mala interpretación de la
voluntad ajena, las faltas de respeto en el trato, la imposición de los propios
criterios, etc. etc.
21. Debemos entender, si recordamos aquella advertencia de san Agustín sobre el
extraordinario valor intrínseco de la unión conyugal, que el concordar es su
expresión vital sobre todo el ámbito familiar. Esto supuesto, es decisivo
comprender que, al margen de su contenido, la misma concordia y consenso ya son
un gran bien. Mucho más cuando el contenido consensuado es bueno y verdadero.
Pero es necesario afirmar que el contenido es una perfección segunda, por así
identificarla. La primera bondad es la propia concordia en sí misma, la comunión
de la unión, el consensuarse en unidad y dinámica de vida, el vivirse de acuerdo
y no en conflicto. El matrimonio no es una sala de justicia ni un tribunal para
dilucidar y luego atribuir la razón a quien más demuestra que la tiene. Más bien
el matrimonio es un conservar, perfeccionar y restaurar siempre la unión, la
concordia y la vida consensuada conjuntamente. Y si la unión conyugal funciona
unida y concorde, su verdad, su calor y su fuerza de unión se irradia sobre los
hijos. Se irradia a través de un transmisor tan eficaz como insustituible: el
testimonio del propio ejemplo cotidiano, ordinario, sencillo, verdadero y
amorosamente cálido. Pues en lo cotidiano -y con ello termino hoy- está el
significado profundo, la chispa de lo divino.
http://www.iffd.org/web/doc/4spa.htm (Web de International Federation for Family
Development)
PALABRAS CLAVE: Paternidad/ Filiación/ Matrimonio/ Derecho/ Derecho Natural/
(*) Prof. Dr. D. Pedro-Juan Viladrich, Catedrático de Derecho Eclesiástico del
Estado, Director del Instituto para la Familia. Universidad de Navarra.
Director, desde su fundación en 1981, del Instituto de Ciencias para la Fami¬lia,
Centro universitario especializado en investigación sobre el matrimonio y la
familia, el Prof. Pedro-Juan Viladrich es doctor en Derecho, abogado y
catedrático de Universidad. Ha sido catedrático en las Facultades de Derecho de
las Universidades Complutense de Madrid, Oviedo y Navarra. Actualmente, es
Profesor Ordinario de Derecho matrimonial de la Universidad de Navarra y de la
Pontificia Università della Santa Croce, en Roma. A su vez, es Visiting
Professor de la Pontificia Università Lateranense, en la Ciudad del Vaticano.
Fundador de la Biblioteca de Ciencias para la Familia y Director de las
Colecciones de Documentos, Textos y Obras de consulta de la Biblioteca de
Ciencias para la Familia. Miembro del consejo de redacción de las revistas
Persona y Derecho, Ius Canonicum, y colaborador de la revista del Istituto
Giovanni Paolo II per studi su matrimonio e famiglia. Es Vicepresidente de la
Consociatio internatio¬nalis studio iuris canonici promovendo. Socio de Honor de
la Sociedad Latino-Mediterránea de Psiquiatría. Ha impartido cursos y
pronunciado conferencias, además de por toda la geografía española, en Brasil,
Argentina, México, Canadá, Portugal, Italia, Francia, Alemania, Suiza y Polonia.
Algunos ejemplos de sus trabajos en el área del matrimonio y la familia son:
Amor conyugal y esencia del matrimonio (1972); Problemas actuales del matrimonio
(1977); El amor y el matri¬monio. Crisis y búsqueda de una identidad (1977); La
familia de fundación matrimonial (1980); La función humanizadora de la familia
(1981); El dere¬cho de visita de los menores en las crisis matrimoniales (1982);
La familia en el horizonte de siglo XXI (1982); Los convenios reguladores de las
crisis ma¬trimoniales (1984); Agonía del matrimonio legal. Una introducción a
los elementos conceptuales básicos del matrimonio (2ª ed.1989); Hogar y Ajuar de
la Familia en las crisis matrimoniales (1986); Matrimonio y sistema matrimonial
de la Iglesia. Reflexiones sobre la misión del Derecho matrimonial canónico en
la sociedad actual (1986); El Hábitat primario de la persona en una sociedad
humanizada (1987); Masculinidad y Feminidad en el mundo de la Biblia (1989);
Masculinidad y Feminidad en la Patrística (1989); El pacto conyugal (3ª ed.
1992); La Familia. Documento de las 40 Organizaciones No Gubernamentales en
Conmemoración del Año Internacional de la Familia (Madrid, 1994); La familia
Soberana (1995); El consentimiento en el matrimonio canónico. Comentario a los
cc. 1095 a 1107 (IMA. 1996); El Ius connubii y los derechos de la familia
(México, 1996); Estructura esencial del matrimonio y simulación del
consentimiento (1997); La familia. Documento 40 ONG"s. (1998); El consentimiento
matrimonial. Técnicas de calificación y exégesis de las causas canónicas de
nulidad (1998); La palabra de la mujer (2000). Su libro El consentimiento
matrimonial. Técnicas de calificación y exégesis de las causas canónicas de
nulidad ha sido valorado por la crítica como el mejor comentario sobre el tema
existente en la actualidad. Finalmente, son de destacar sus recientes
publicaciones El ser.