NUEVO LIBRO DE PAGOLA

Una experiencia de Dios que no es cristiana


Acaba de publicar Pagola una nueva obra que lleva por título Creer, ¿para qué? Conversaciones para alejados (PPC 2008). La obra va dirigida a aquellos que por diversos motivos han abandonado últimamente la fe que recibieron de niños por pensar que es inservible. Han crecido en conocimientos y en cultura al mismo tiempo que han perdido la fe. Quizá han sido maltratados por la vida o han sufrido por el comportamiento de la Iglesia; pero la verdad es que se han quedado sin camino, viven sin buscar y se cierran en sí mismos. Pero la solución no está en volver a la fe de niños sino en descubrir a Dios de una forma nueva encontrándolo como amigo. Necesitan vivir cada mañana como un regalo de Dios, sentirse perdonados por él y poseer una luz frente al mal. Necesitan a Dios para sentir el consuelo en medio de la depresión.

Pero esta vuelta a Dios no se puede hacer desde pruebas o argumentos, pues la fe no brota así en nuestro corazón (24). La fe nace de confiar en Dios como amor para poder sentir la vida como un regalo. Hay que vivir a Dios desde la experiencia interior, creer que Alguien ha pensado en mí, que Alguien busca mi bien, creyendo al mismo tiempo que el mal y la injusticia no tienen la última palabra. Creer en esto conduce a una vida más humana y dichosa porque limpia la mente de egoísmos, porque Dios anima a caminar después de los fallos. Y es que si el hombre no cree, se busca ídolos que le aprisionan. Pero la fe no se hace a base de ideas o fórmulas sino a base de limpiar el corazón de superficialidad e indiferencia. Lo importante es la propia experiencia: «Para confiar en Dios es importante la propia experiencia. No necesitarás que otros te hablen mucho. Si tú ves que Dios te ayuda a vivir de manera más digna; si experimentas que te da fuerzas para enfrentarte a los problemas de cada día; si sientes que te impulsa a ser más humano y generoso; si te hace pensar más en los que sufren... en una palabra si Dios te hace bien, la fe irá creciendo» (35).

Lo importante no es el placer, pasarlo bien, porque eso es engañarse a sí mismo. Lo que importa es experimentar que Dios se interesa por ti más que tú mismo, que no va a resolver los problemas de cada día pero que te puede ayudar a resolver el problema de esta vida mediocre y estropeada. Hay que dejar rendijas abiertas a Dios para no encerrarse inútilmente en sí mismo. Pero no se puede obligar a nadie a creer; lo que hay que hacer es aprender a sentirse a gusto con Dios. Y para ello no hay un método; cada uno tiene que recorrer su propio camino. Lo importante es ser honesto y buscar a Dios con confianza. No buscar argumentos para la fe (47), porque todos caminamos por la vida a tientas. La verdad nos trasciende y lo esencial permanece fuera de nuestro alcance y lo que hace falta es una actitud abierta y de adoración ante el misterio (48). Una actitud de adoración y confianza en Dios y entonces se experimenta a Dios como un amigo. La existencia de Dios no se percibe con argumentos sino saboreando su presencia dentro de nosotros. Creyentes y no creyentes andamos por la vida envueltos en tinieblas. Lo que hace falta es confiar en Dios que no está lejos de nosotros, desarrollar la sensibilidad interior para percibir más allá de lo visible.

No sirve tirar por la borda una religión infantil para quedarse después con las manos vacías. Reprimir la religiosidad no hace ningún bien. Hay que buscar a Dios con un corazón sencillo y sincero. En el fondo nos da miedo tomar en serio a Dios porque nos da miedo tomar en serio la vida. El misterio de Dios es una experiencia que hay que descubrir sólo en el interior, entrando en el fondo de uno mismo. Tenemos que saber de dónde venimos y a dónde vamos, pero para penetrar en el fondo de uno mismo se necesita confianza en Dios, en su bondad. En una palabra, para creer en Dios hay que buscarlo dentro de sí (73), entrando en nuestro corazón donde nos rodea. Necesitamos sentir que Dios nos quiere bien, que Dios quiere evitar nuestro mal, que Dios está siempre dispuesto a perdonarnos. Y se puede creer teniendo dudas. No importan las dudas. Lo que importa es confiar y buscar a Dios.

Se puede aprender a rezar porque la oración es una fuerza para enfrentarnos a los problemas, para sentirnos perdonados, para tener paz interior. Hoy se cree que sólo lo útil y lo rentable merecen la pena y se piensa que rezar es perder el tiempo, pero rezar nos permite buscar la paz, la oración hace al hombre más humano, nos ayuda a encontrarnos con nuestros propios miedos, a no desfallecer ante los problemas, a sentirnos perdonados.


1. Prisionero del fideísmo

Seguramente, leyendo estas frases de Pagola, uno puede sentir que acepta muchas de ellas. Lo que dice, p.ej. de la oración, es positivo y muchos lo hemos experimentado así. El problema es que Pagola me pide confiar en Dios sin saber que existe y yo no puedo confiar en alguien sin saber se existe. El rechazo que Pagola hace de la razón para conocer a Dios va contra toda lógica humana, porque frente al relativismo que presenta nuestra sociedad Pagola propone una fe que se funda en sí misma, una fe con la que yo no puedo tener certeza de que Dios existe. El concepto que domina en toda la exposición es el de experiencia. Pero se trata de una experiencia que no puede llegar nunca a la certeza de la existencia de Dios porque para ello tendría que valerse de argumentos de razón que le permitieran trascenderse.

La fe cristiana, por el contrario, no nace de la experiencia sino de la audición (fides ex auditu: Rm 10,17) porque se basa en una palabra objetiva que nos viene desde Dios a nosotros y que está garantizada por los signos.

Si nos vamos al pueblo judío, que es un pueblo que cree en un Dios único (Dt 6,4), lo hace basándose en argumentos de razón, como dice el libro de la Sabiduría: «pues por la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su autor» (Sb 13,5). Nadie puede negar la hondura de la espiritualidad de los salmos, pero los salmos no se basan en una experiencia cerrada, ya que el salmista conoce a Dios a través de las criaturas, «hechura» de las manos de Dios (Sal 8). Y otro tanto leemos en el Sal 136,1-9.

El pueblo judío tiene un concepto de fe como el de heemín que significa efectivamente apoyarse en Dios entregándole la vida. El ejemplo de la fe en el AT es el de Abrahán que se abandonó a la palabra divina y creyó contra toda esperanza, por lo cual el Señor se lo reputó como justicia (Gen 15,6). Pero la fe judía se apoya también en los milagros que Dios ha hecho a su favor en la historia y usa un concepto como el de niflá-ôt, que significa una obra imposible para el hombre. El primer credo judío resume las obras extraordinarias que Dios ha hecho a su favor en medio de la historia: «mi padre era un arameo errante que bajó a Egipto y que residió allí como emigrante siendo pocos aún, pero se hizo una nación grande, fuerte y poderosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre. Nosotros clamamos a Yahvé, Dios de nuestros padres, y Yahvé escuchó nuestra fe; vio nuestra miseria, nuestras penalidades y nuestra opresión; y Yahvé nos sacó de Egipto con mano fuerte y tenso brazo en medio de gran terror, señales y prodigios. Nos trajo aquí y nos dio esta tierra, tierra que mana leche y miel» (Dt 6,5-10).

En defensa de la razón decía Alfaro, el gran teólogo navarro de la Gregoriana, que no se puede tomar una decisión de fe que comprometa toda la vida si no estamos ciertos de que el mensaje viene de Dios mediante unos criterios. El hombre no puede creer al margen de la razón. Y decía Alfaro que la certeza que el hombre puede alcanzar desde la razón excluye toda duda razonable en contra. La voluntad no puede imperar un asentimiento en la Revelación con una duda prudente de su realidad.


2. Las dimensiones de la fe

Estamos de acuerdo en que la fe tiene una dimensión de entrega y confianza en Dios. El hombre escucha un mensaje garantizado por los signos, pero en ese momento Dios le sale al encuentro con la acción interior de su gracia, permitiéndole apoyarse directamente en él. En esta entrega del hombre a Dios bajo la acción interior de la gracia, el hombre pone toda su confianza en él. Se abandona a él por la confianza interior, dejando en sus manos las preocupaciones y el futuro. El hombre confía así en Dios de forma radical, se siente amado y seguro. Es la fe como confianza radical en Dios, y esto es lo que a él más le gusta, como vemos en el encuentro de Cristo con la cananea (Mc 7,24 ss). Nada le gusta a Dios tanto como el abandono confiado en sus manos. En medio de sus preocupaciones, el hombre puede decirse a sí mismo: «Dios me sacará adelante». Es la acción inefable de la gracia por la que el hombre se siente apoyado en Dios y confiando en él. Sin esta dimensión de abandono, la fe perdería su dimensión más honda y entrañable. Creer es apoyarse en Dios (recordemos heemín) en su interna credibilidad. Es apoyar la vida en él.

Esta atracción interior de la gracia la vemos cuando Cristo dice que nadie puede venir a él si el Padre no le atrae (Jn 6,44). Pues bien, Pagola nunca habla de la gracia de Dios que permite al hombre apoyarse directamente en él. No habla de una gracia que nos diviniza. Habla de una experiencia subjetiva. Y estoy de acuerdo en que se da una experiencia humana de Dios a través de la naturaleza, el arte o el amor, pero se trata siempre de una experiencia mediada que no permite entrar en el contacto directo e inmediato con Dios que da la gracia.

Mensaje, signos, gracia. He aquí las tres dimensiones de la fe. Pero antes de seguir adelante, quisiera decir que la fe, que es una entrega y un abandono en las manos de Dios por la gracia, implica también un saber. Lo dice así Nicodemo: «Maestro, sabemos que vienes de Dios porque nadie puede hacer los milagros que tú haces» (Jn 3,2). Y podríamos multiplicar los textos en este sentido. La fe implica un saber porque mientras no veamos a Dios, yo sé por la palabra de Cristo, confirmada por sus milagros, que es el Hijo de Dios. Se trata de una razón que concluye a partir de los signos y por medio de los signos el hombre sabe que el mensaje recibido viene de Dios. De hecho, una razón que no concluye en el hecho de la Revelación es una razón que no sabe. Y entonces sería la fe la que se fundamenta en la fe. Además, si el hombre es responsable de su fe, es porque puede poseer un conocimiento racional de la Revelación. Cristo reprocha a Corozoain y Betsaida el no haberse convertido después de haber visto sus milagros (Mt 11,21).

No entramos ahora en el problema de la conjunción de la razón y de la gracia en el asentimiento de fe que hemos expuesto en otro lugar. Nos basta con dejar claro que la fe y la razón actúan conjuntamente.


3. La experiencia de Jesús

Por la fe, dice Pagola, experimentamos que creer nos hace bien. Pero ahora hay que exponer cómo Jesús vivió la fe en Dios porque para nosotros es el modelo del abandono en Dios Padre y el camino para encontrar la vivencia de la fe. Y dice Pagola sin rubor alguno: «la investigación moderna sobre Jesús ha llegado a una conclusión bastante generalizada. Jesús de Nazaret ha sido un hombre que ha vivido y ha comunicado una experiencia sana de Dios, sin desfigurarla con los miedos, ambiciones y fantasmas que, de ordinario, las diversas religiones proyectan sobre la divinidad. Él es el que mejor nos puede ayudar a descubrir el verdadero rostro de Dios» (105).

Hay que leer los Evangelios, dice Pagola, para ver lo que vivió e hizo Jesús, para ver lo que pensó sobre la felicidad, para ver cómo daba esperanza y libraba a las personas de sus miedos. Él nos ayuda a creer en Dios con su confianza y a confiar más en su perdón. Jesús presenta a Dios como un misterio de bondad. Esa fue su experiencia fundamental. Sentía a Dios como un Dios cercano y como Padre. Y Jesús nos dice que ese Dios siente ternura por todos sin discriminación alguna. Dios impulsa a Jesús a construir un mundo nuevo. Según Jesús Dios quiere la vida y quiere luchar contra el mal y el sufrimiento. Por eso lucha contra las injusticias y los abusos. Dios es antes que nada para los pobres y los indefensos. Por eso Jesús se dedica a curar, a aliviar los sufrimientos y a sanar la vida. «Si creyéramos un poco en el Dios en el que creía Jesús, nos inundaría por dentro una alegría y una confianza desconocidas» (121). Jesús nos dice que Dios es amor, que Dios nos ama tal como somos y nos acepta tal como somos (122). Dios te ama siempre, hagas lo que hagas (123). El perdón de Dios es incondicional e inmerecido (124). Dios no se enfada por nuestros pecados porque no los lleva en cuenta (125). No es que no importe pecar, porque el pecado siempre hace daño al que lo comete, pero Dios está siempre ofreciendo el perdón. Hay momentos en que uno se siente culpable como, por ejemplo, haber hecho daño a otra persona. Entonces lo primero que hay que hacer es reconocer el pecado. Pero esto hay que hacerlo sin remordimiento porque el remordimiento no es cristiano, puesto que te encierra en la culpa. El arrepentimiento ante Dios es abrirse con confianza a su perdón, «saberse comprendido por Dios, experimentar su perdón y sentirse aceptado con tus errores y tus miserias» (126). «Dios te va a respetar siempre, hagas lo que hagas» (132).

Se decía antes que a Dios le interesa su gloria, es decir, que las personas crean en él y le alaben. A nosotros en cambio nos interesa el trabajo, la salud, etc. Se decía que a Dios le interesa lo suyo e impone los mandamientos y está atento a ver cómo los cumple el hombre. Pero Dios no es así, a Dios le interesa lo nuestro. No le interesa la ley, lo importante son las personas. Y finalmente este Dios sufre con nosotros en la cruz. Dios no puede amarnos sin sufrir con nosotros.


4. Señor y Cristo

No podemos alargarnos aquí respondiendo a todo lo que dice Pagola, ya lo hemos hecho en escritos anteriores. Lo que quisiera resaltar es que Pagola, que nunca llama Cristo a Jesús, hace de él un ser humano que se entrega a Dios por la fe. Desde la fe ha experimentado a Dios como bueno y como Padre. No dirá nunca que Jesús es Dios, es un hombre que cree en la bondad paternal de Dios.

Por nuestra parte responderíamos que nunca se dice en la Biblia que Jesús creía o tenía fe en Dios. Al contrario, lo que hace es pedir para sí mismo la fe que pide para el Padre (Jn 1,12; 3,18; 5,3.8.46; 6,30; 7,37; 8,31.45.46; 10,37-38; 14,1). En un trabajo de J. A. Mateo como respuesta al libro renovado y publicado en catalán por Pagola (todavía no ha sido publicado en castellano), se recuerda que a Jesús se le acusó de blasfemo no sólo ante el Sanedrín sino en múltiples ocasiones porque pretendía ser Dios: Mc 2,1; Jn 5,18; 8,58; 10,33-34; 19,7. Y cito a dicho teólogo en estas palabras suyas: «La conciencia divina de Jesús es patente también cuando asume el poder de perdonar pecados en su nombre (Mc 2,1 y ss.) o se coloca por encima de la Ley (Mt 5) o por encima del Templo (Mt 12,6), o por encima del sábado (Mt 12,8). Llega incluso a aplicarse el nombre de Yahvé (Jn 8,24.28.58) y no se puede decir que esto se deba a la comunidad porque la comunidad no pondría jamás el nombre de Yahvé en boca de Jesús cuando para ella resultaba impronunciable por respeto y lo sustituía por el de Jehová. No olvidemos tampoco el uso por parte de Jesús del título Hijo del Hombre que tantas veces utilizó y que no puede tener origen en la comunidad primitiva, dado que esta no lo utilizó nunca para nombrar a Jesús».

Sigue Pagola manteniendo la tesis de que Dios perdona de tal modo que debemos sentirnos aceptados por Dios con nuestros errores y miserias. Esto es algo que contradice lo que vemos en el Evangelio, cuando dice Jesús hablando de la última hora: «ha llegado la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación» (Jn 5, 28-29). Entonces, Cristo vendrá «en su gloria acompañado de todos sus ángeles… Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa a las ovejas de las cabras. Pondrá a las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda… E irán estos al castigo eterno y los justos a una vida eterna» (Mt 25, 31.32.46).

Es claro que nuestro Dios goza perdonando, pero no perdona a aquel que no quiere arrepentirse de su pecado. Y si el arrepentimiento es sincero, debe incluir por lógica el propósito de no volver a pecar. Y de esto es de lo que no habla Pagola, aunque queda muy claro en el nuevo Catecismo: «La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión al mal con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda divina» (CEC 1431).

Y terminamos este apartado lamentando que a la Pasión de Cristo Pagola le haya privado de todo su contenido redentor: liberación del pecado original y del demonio (Jn 12,31), victoria sobre el sufrimiento y la muerte, satisfacción al Padre por nuestros pecados. No habla nunca del pecado como ofensa personal a Dios. Y es que Pagola olvida que lo que el teólogo tiene que hacer no es eliminar de la Escritura lo que no le agrada, sino explicar lo que en ella se encuentra.


5. Y, ¿qué decir de la Trinidad?

Cuando ví un apartado dedicado a la Trinidad, me eché a temblar. Para empezar dice Pagola que hablar de personas y naturaleza puede aparecer al hombre moderno como un acertijo. Es un lenguaje propio de los teólogos, dice, cuando en realidad es lenguaje de Concilios que han contribuido a lo largo de muchos siglos a realizar lo que quizá es la mayor empresa intelectual en la historia de la humanidad. No olvidemos que el concepto de persona lo debemos a esos Concilios y que no existía en Grecia.

Efectivamente para Pagola existe Dios Padre invocado por Cristo con ese nombre. Jesús es el Hijo en cuanto que se siente querido por Dios, ya que posee una confianza total en él y trata de seguir su voluntad (142). Pero, a nuestro parecer, este lenguaje de sentirse querido por Dios es el propio de la gracia, eso es algo que todos podemos poseer. Por eso la filiación de Jesús en Pagola no podrá ir nunca más allá de la filiación adoptiva. Efectivamente, estamos de acuerdo en que nosotros debemos vivir la confianza en Dios Padre, pero la situación de Cristo es totalmente distinta de la nuestra, ya que él expresa frecuentemente su condición divina, como hemos visto.

Jesús se sentía también movido por el Espíritu Santo, dice Pagola, dedicándose a hacer un mundo más justo y más humano. Y respecto del Espíritu Santo dice que debemos experimentar el misterio de Dios que está dentro de nosotros alentando nuestra vida y atrayéndonos hacia el bien (143). Para los apóstoles el Espíritu Santo es un regalo de Dios que recibieron cuando tomaron la decisión de seguir a Jesús. Esta fuerza que sentían en su interior, ese impulso que los animaba desde dentro, la vida que llenaba su corazón, sólo podía venir de Dios. Como vemos, el Espíritu Santo es una fuerza que sentimos dentro y que viene de Dios. Pagola nunca dice que el Espíritu Santo sea una persona divina ni que nos diviniza. En nosotros, dice, hay una fuerza que sentimos y que nos permite sentir a Dios y la vida de otra manera (147).


CONCLUSIÓN

Esta experiencia de Dios que presenta Pagola no es la experiencia cristiana, ya que ésta se basa en la divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, de modo que por la gracia somos introducidos en el seno de la Trinidad: el Espíritu Santo nos inserta en Cristo como sarmientos en la vid y, una vez en él, el Padre nos ama dentro del mismo amor con el que ama a Cristo. Nos hacemos así hijos en el Hijo y si Cristo nos diviniza es porque es Dios; de otro modo, no podría hacerlo. Se explica así que Pagola, hablando de la experiencia cristiana, no hable de la gracia que diviniza porque no cree en la divinidad de Jesucristo. Cristo no nos puede divinizar. Pero el lenguaje de la naturaleza y de las personas es absolutamente imprescindible si creemos que hay tres sujetos, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que son Dios.

La espiritualidad de la fe que aquí nos quiere conculcar Pagola es una falsificación del cristianismo, tanto más grave cuanto que no ha tenido en cuenta la descalificación que hizo de su primer libro la CEE y no ha querido corregir los errores. Con esta explicación el cristianismo no se diferenciaría de una religión pagana que creyera en un Dios único y Padre, atestiguado por un profeta singular.

Pagola destruye también la sobrenaturalidad de la Revelación cristiana, toda vez que la fe no se basa en una palabra que, atestiguada por los signos, nos viene de fuera (fides ex auditu) sino en una experiencia subjetiva que carece de recursos intelectuales para trascenderse. Se trata de una experiencia inmanente que no puede saltar a la realidad de un Dios trascendente y distinto de nosotros en su ser, porque carece de recursos intelectuales para ello. Además, si nos quedamos dentro de la experiencia, habría que admitir que hay tantas experiencias como individuos o como religiones y que por lo tanto el relativismo camparía a sus anchas. Que en medio del relativismo actual, se nos presente una fe que se fundamenta en sí misma, es acentuar el subjetivismo reinante y la imposibilidad de superarlo en una verdad objetiva sobre Dios.

Pagola ha querido librar al hombre de hoy del escándalo del cristianismo, de la divinidad de Jesucristo y de la cruz redentora, para terminar haciéndolo prisionero de su subjetivismo.

José Antonio Sayés