ORACIONES Y SALMOS EN ISRAEL Y EL ANTIGUO ORIENTE

Domingo Cosenza OP

 

Si queremos resumir en poco espacio las amplias exposiciones que Israel escribió sobre su historia y quedarnos con lo fundamental, deberíamos mencionar las dos grandes intervenciones de YHWH que dieron a su pueblo el fundamento de la salvación. La primera de estas intervenciones la constituye toda una serie de acciones, recogidas en la historia de salvación narrada en los primeros libros de la Escritura, desde Abraham hasta Josué. La segunda intervención fue la ratificación para siempre de David y su descendencia en la ocupación del trono de Israel.

Frente a las acciones salvíficas de su Dios, Israel no permaneció mudo. Se dirigió personalmente a YHWH, lo alabó, le formuló preguntas, se lamentó ante él de sus sufrimientos. Porque YHWH no había eligido un pueblo como objeto pasivo de su voluntad histórica, sino para dialogar con él.

 

INDICE

BIBLIOGRAFIA CONSULTADA.

 

 

  1. El Dios que obra en la historia

     

    La respuesta de Israel al Dios que le habla en su historia nos muestra la conciencia que este pueblo tiene de lo que YHWH va obrando en él. Nos descubre como fue entendiendo su relación y proximidad con su Dios. Nos muestra también cómo se comprendió a sí mismo Israel y cómo se veía ante sus ojos cuando se acercaba a dialogar con él. Por eso podemos encontrar en la alabanza de Israel una imagen del hombre ante el Dios vivo, y no tan sólo una variante más de los tantos modelos antropológicos que el hombre se ha fabricado a sí mismo.

     

     

    La respuesta a las intervenciones de YHWH.

    La más antigua alabanza fue sin duda el canto de victoria en las tiendas de los justos, que celebraba las intervenciones guerreras de YHWH. El canto de Moisés junto al Mar Rojo conserva el recuerdo de un puro milagro: "Canto a YHWH pues se cubrió de gloria arrojando en el mar caballo y carro. Mi fortaleza y mi canción es YH. Él es mi salvación. Él, mi Dios, yo le glorifico, el Dios de mi padre, a quien exalto" (Ex 15,1-2). Ningún israelita intervino.

    Muy diversa es el canto de Débora. Nos describe con gran lujo poético la llegada de Dios a la batalla: "¡Escuchad, reyes! ¡Prestad oídos, príncipes! Yo a YHWH, yo voy a cantar. Tocaré el salterio para YHWH, Dios de Israel. Cuando saliste de Seír, YHWH, cuando avanzaste por los campos de Edom, tembló la tierra, gotearon los cielos, las nubes en agua se fundieron. Los montes se licuaron delante de YHWH, el del Sinaí, delante de YHWH, el Dios de Israel" (Jue 5,3-5). El canto no se detiene a pensar sobre el modo cómo Dios intervino. Más bien, fueron las tribus presentes en el combate las que ayudaron a YHWH: "Maldecid a Meroz, dice el Ángel de YHWH, maldecid, maldecid a sus moradores: pues no vinieron en ayuda de YHWH, en ayuda de YHWH como los héroes" (Jue 5,23).

    Es sobre todo en el culto donde Israel ha celebrado con su alabanza las intervenciones de Dios en la historia. Los himnos históricos dependen de una esquema canonizado de la historia salvífica cuya forma primitiva subsiste en el credo de Dt 26,5s: "Mi padre era un arameo errante que bajó a Egipto y residió allí como inmigrante siendo pocos aún, pero se hizo una nación grande, fuerte y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre. Nosotros clamamos a YHWH Dios de nuestros padres, y YHWH escuchó nuestra voz; vio nuestra miseria, nuestras penalidades y nuestra opresión, y YHWH nos sacó de Egipto con mano fuerte y tenso brazo en medio de gran terror, señales y prodigios. Nos trajo aquí y nos dio esta tierra, tierra que mana leche y miel. Y ahora yo traigo las primicias de los productos del suelo que tú, YHWH, me has dado". Un ejemplo de este tipo de himnos lo encontramos en el salmo 136, a modo de una simple enumeración de los hechos de la creación y de la historia salvífica. En virtud de su amor eterno estableció una continuidad entre la creación y la salvación: "El solo hizo maravillas... Hizo los cielos con inteligencia... sobre las aguas asentó la tierra... Hizo las grandes lumbreras... el sol para regir el día... la luna y las estrellas para regir la noche... Hirió en sus primogénitos a Egipto... y sacó a Israel en medio de ellos... con mano fuerte y tenso brazo, porque es eterno su amor "(136,4-12).

    Estos poemas no se limitaron únicamente a enumerar y celebrar las intervenciones de YHWH, sino que tomaron también como objeto de su contemplación a Israel, su actitud e incluso su defección. Así, YHWH había encomendado a Israel el cultivo de la tradición "para que pusieran en Dios su confianza, no olvidaran las hazañas de Dios, y sus mandamientos observaran" (Sal 78,7). Pero a cada comprobación de las obras salvíficas de Dios corresponde un acto de desprecio o rebelión por parte del pueblo: "generación rebelde y revoltosa, generación de corazón voluble y de espíritu desleal a Dios... Pero ellos volvían a pecar contra él, a rebelarse contra el Altísimo en la estepa; a Dios tentaron en su corazón reclamando manjar para su hambre... Mas con todo pecaron todavía, en sus maravillas no tuvieron fe... ¡Cuántas veces se rebelaron contra Él en el desierto, le irritaron en aquellas soledades!... Pero ellos le tentaron, se rebelaron contra el Dios Altísimo, se negaron a guardar sus dictámenes, se extraviaron, infieles, lo mismo que sus padres, se torcieron igual que un arco indócil: le irritaron con sus altos, con sus ídolos excitaron sus celos" (78,8. 17s.32.40.56s). Y mucho más sombría es la imagen que presenta el Sal 106, donde se describe la infidelidad continua de Israel sin intervalos de arrepentimiento y vuelta a Dios.

    Aún así, estos himnos jamás perdieron su carácter de alabanza. El mismo verbo ydh significa tanto alabar como confesar, trátese en este caso de la fidelidad de YHWH como de la infidelidad de su pueblo.

    La glorificación del Juez

    Tanto Israel como el antiguo Oriente conocía otra especie de confesión de alabanza totalmente diversa, es decir, aquella que se refería a un castigo divino. Se trata de una doxología judicial. El mejor ejemplo lo tenemos en la alabanza que pronuncia Akán antes de su ejecución. Mediante la suerte se había averiguado que Akán había violado el anatema decretado contra las personas y los bienes de Jericó. La amabilidad de Josué que lo invita a la alabanza y la sinceridad de Akán para confesar su delito hacen pensar en la posibilidad de perdón: "Hijo mío, da gloria a YHWH, Dios de Israel y tribútale alabanza; declárame lo que has hecho, no me lo ocultes" (Jos 7,19). Sin embargo la ejecución se lleva a cabo sin el menor asomo de compasión, siendo apedreado él, su familia, su toro, su asno y su oveja, y seguidamente quemados en la hoguera. La doxología del culpable no era un recurso tendiente a atenuar la pena, sino el reconocimiento de la justicia del castigo: "En verdad, yo soy el que ha pecado contra YHWH, Dios de Israel; esto y esto es lo que he hecho" (7,20).

    Pero la confesión, además de reconocer la justa pena, tenía la función de concluir el proceso abierto. En el caso de Akán significaba el fin de la desgracia de todo el pueblo y el retorno de la protección divina: "Yo no estaré ya con vosotros, si no hacéis desaparecer el anatema de en medio de vosotros... El anatema está dentro de ti, Israel; no podrás mantenerte delante de tus enemigos hasta que extirpéis el anatema de entre vosotros" (Jos 7,12s). Lo mismo expresa la oración de Salomón durante la inauguración del Templo de Jerusalem: "Cuando tu pueblo Israel sea batido por su enemigo por haber pecado contra ti, si se vuelven a ti y alaban tu Nombre, orando y suplicando ante ti en esta Casa, escucha tú desde los cielos y perdona el pecado de tu pueblo Israel y vuélvelos a la tierra que diste a sus padres" (1 Re 8,33s).

    En algunos casos el orante tiene la oportunidad de alabar a la vez la justicia y la misericordia de Dios que ha experimentado personalmente: "Yo te alabo, YHWH, pues aunque te airaste contra mí, se ha calmado tu ira y me has compadecido. He aquí a Dios mi Salvador: estoy seguro y sin miedo, pues YHWH es mi fuerza y mi canción, él es mi salvación" (Is 12,1s).

    Lo esencial de estas alabanzas está en que siempre se da la razón a Dios. Tal vez el ejemplo más dramático sea el himno que entona ante el Señor inaccesible y escondido el desesperado Job, que está convencido tanto de la justicia de Dios como de su propia inocencia: "¿cómo ante Dios puede ser justo un hombre? A quien pretenda litigar con él, no le responderá ni una vez entre mil. Entre los más sabios, entre los más fuertes, ¿quién le hizo frente y salió bien librado? ... Que él no es un hombre como yo, para que le responda, para comparecer juntos en juicio. No hay entre nosotros árbitro que ponga su mano entre los dos, y que de mí su vara aparte para que no me espante su terror. Pero hablaré sin temerle, pues yo no soy así para mí mismo" (Job 9,3-4.32-35).

     

    La acción de gracias

    La acción de gracias individual constituye el reverso luminoso de la sombría doxología judicial. En ella se hace referencia a un acto salvífico de experiencia personal. Por eso, de una forma u otra, la narración de lo incluido siempre forma parte de dichos cantos. El orante se hallaba en una situación difícil de resolver, invocó a YHWH, le prometió un sacrificio e hizo voto de alabarlo y YHWH lo ayudó: "Con holocaustos entraré en tu Casa, te cumpliré mis votos, los que pronunciaron mis labios, los que en la angustia pronunció mi boca" (Sal 66,13s).

    Ahora bien, para hacer esta confesión no se dirige ya a Dios, sino a la comunidad: "Venid a oír y os contaré, vosotros todos los que teméis a Dios, lo que él ha hecho por mí" (66,16). El orante desea manifestar ante la comunidad lo que solo él ha experimentado en la intimidad de su persona, porque en una situación semejante todos han de comportarse como él, todos deben atreverse con YHWH: "¡Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré!: "Los que a YHWH teméis, dadle alabanza, raza toda de Jacob, glorificadlo, temedle raza toda de Israel". Porque no ha despreciado ni ha desdeñado la miseria del mísero; no le ocultó su rostro, más cuando le invocaba lo escuchó" (Sal 22,23-25). Es como si tal experiencia de salvación le hubiera sido concedida al individuo únicamente para que la transmitiera a la comunidad, como si perteneciera a ella y no a la persona directamente beneficiada.

    El reconocimiento ante la comunidad de tales acciones de Dios y su justa y necesaria celebración se convierte con frecuencia en una ocasión de enseñanza moral para toda la asamblea: "Amad a YHWH, todos sus amigos; a los fieles protege YHWH, pero devuelve muy sobrado al que obra por orgullo. ¡Valor, que vuestro corazón se afirme, vosotros todos que esperáis en YHWH!" (Sal 31,24-25).

    Existió en Israel, además, otro modo de cantar la acción de gracias particular a YHWH. Un modo de agradecer más permanentemente la intervención del Dios que da la vida. No se entonaba un himno, sino que se imponía a un recién nacido un nombre que hacía referencia a la situación de sus padres antes, durante o después del nacimiento. Así Isaac (Yitzjaq) es la forma abreviada de Yitzjaq-El, que significa: Dios ha sonreido, en alusión a la risa de Abraham ante el increíble anuncio de su nacimiento (cf. Gn 17,17). Cuando Isabel tuvo su hijo en la vejez, sus vecinos se congratulaban con ella porque "YHWH le había hecho gran misericordia" (Lc 1,57). Por eso se empeñó en que había de llamarse Yw-Hanan (hebr. Misericordia de YHWH = Juan) a pesar de que nadie en su familia llevase ese nombre. Otra forma del mismo nombre es Hanan-Yah (Ananías). La misma intención estaba involucrada en el nombre fenicio del famoso militar cartaginés Hani-Baal (misericordia de Baal: Aníbal). Otros nombres que reconocen el don de Dios en un hijo son Natan, Yw-Natan y Natan-Yah (hebr. YHWH ha dado: Jonatán y Natanías), o sus variantes El-Natan y Natana-El (hebr. Dios ha dado). El reconocimiento del consuelo de un nuevo hijo ante la pérdida anterior de otro niño se expresaba con el nombre de Nehem-Yah o Nahum (hebr. YHWH ha consolado: Nehemías). De todos estos modos la vida misma de esos hombres era un reconocimiento de la bondad que Dios había tenido con sus padres.

    En todo momento el orante israelita recordaba, en su acción de gracias personal, las principales obras salvíficas de YHWH en favor de su pueblo: "Venid y ved las obras de Dios, temible en sus gestas por los hijos de Adam: él convirtió el mar en tierra firme, el río fue cruzado a pie" (Sal 66,5-6).

     

    Las alabanzas al Creador

    La actividad de YHWH en la naturaleza es, junto a la historia de la salvación, el otro gran tema de los himnos de Israel. Cuando Israel canta la creación del mundo utiliza con toda naturalidad las concepciones fuertemente mitológicas de la lucha contra el caos, a diferencia del modo más teológicamente sobrio del relato sacerdotal de la creación. En Gn 1 el caos primordial es ordenado por la palabra divina que hace aparecer todas las cosas: "La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas... Dijo Dios: "Haya un firmamento por en medio de las aguas, que las aparte unas de las otras". E hizo Dios el firmamento; y aparto las aguas de por debajo del firmamento, de las aguas de por encima del firmamento" (1,2.6-7). En cambio, en las oraciones se evoca un combate de Dios con las aguas arrogantes y con el dragón que las personifica: "Tú domeñas el orgullo del mar, cuando sus olas se encrespan las reprimes; tú machacaste a Rahab lo mismo que a un cadáver, a tus enemigos dispersaste con tu potente brazo" (Sal 89,10-11).

    Se trata de imágenes análogas a las usadas por los pueblos vecinos que pretenden ilustrar la victoria del orden de la creación sobre las fuerzas descontroladas. Un canto cananeo presentaba el enfrentamiento entre el beneficioso ritmo de las lluvias (personificado en Baal) contra la inmensidad caótica del mar y las inundaciones catastróficas (personificadas en Yam). Baal lo derrota con el trueno: "Saltó la maza de las manos de Baal, como un águila de sus dedos; golpeó en la mollera al Príncipe Yam, en la frente al Juez Naharu, y así se desplomó Yam, cayó en tierra; se doblaron sus artejos, y se desplomó su rostro" (UT 137).

    Otras veces, sin embargo, la alabanza emplea la imagen sobria de Gn 1, sin combate alguno contra el caos: "Por la palabra de YHWH fueron hechos los cielos, por el soplo de su boca toda su mesnada... Pues él habló y fue así, mandó él y se hizo" (Sal 33,6.9).

    Podría decirse que la presentación más mitológica corresponde a las formas de alabanza más antiguas, como una adaptación del culto agrícola cananeo realizada por las tribus de pastores hebreos recién llegados al país. En estos cantos se insiste en el aspecto puramente externo y prodigioso de las relaciones entre YHWH y el mundo, e incluso, en su aspecto demoledor. El Salmo 29 es el ejemplo más imponente de esta forma de alabanza; al son de siete truenos avanza sobre la tierra la tempestad destructora de YHWH sobre la tierra: Qol YHWH. Más allá del tumulto terrestre, en el cielo los hijos de Dios y en el Templo su pueblo cantan ¡Gloria! (29,1.9). Esta alabanza a YHWH como Dios de la tormenta señala la probabilidad de que se haya transmitido un himno cananeo a Baal, con su descripción de una teofanía, sin una revisión radical por parte de la tradición israelita. En Babilonia los himnos también celebran la poderosa voz de Enlil y Marduk que resuena como trueno: "La palabra que allá arriba hace que los cielos tiemblen; la palabra que hace que acá abajo se estremezca la tierra; la palabra que aniquila a los Anunnaki... Su palabra hace temblar los cielos, hace estremecerse la tierra... La palabra del Señor es la inundación que surge por una tormenta, que oscurece el rostro; la palabra de Marduk es una inundación que vence a la presa. Su palabra arrastra grandes arbustos de loto; su palabra es tempestad, lo carga todo con pesadez. La palabra de Enlil viene como huracán, sin que el ojo la vea" (citado en H-J. Kraus, Los salmos I, Salamanca, 1993, p.531).

    En cambio, se puede decir que, en general, los himnos más recientes se orientan más bien hacia el suave y admirable orden establecido por Dios, la fidelidad del mundo a sus propias leyes, el curso de los astros, la variedad de los fenómenos meteorológicos y los frutos que brotan de la tierra. Si tomamos el Sal 104, podremos percibir que su autor recibió una inspiración semejante a la del redactor de Gn 1. En ambos textos se aprecia el interés por el aspecto técnico de la actividad creadora de Dios, abundando en los detalles concretos. Por tanto revela una mentalidad más racional acorde al pensamiento científico de la época, tal como aparece consignado los catálogos de realidades naturales redactados en Egipto.

    De un modo muy particular el Sal 104 presenta una estrecha vinculación con el pensamiento egipcio. El himno al Sol del faraón Amenhotep IV (Akhen-Aton), grabado en la pared de una tumba en Tell El-Amarna, precede varios siglos a nuestro salmo: "¡Cuán numerosas son tus creaciones! Están ocultas al rostro de los hombres, oh Dios único, al que ningún otro es semejante. Tú creaste la tierra según tu deseo cuando estabas solo: hombres, rebaño, pequeños animales, todo lo que hay en el suelo y camina sobre sus patas, lo que está en el aire y vuela con sus alas, los países extranjeros: Siria, Sudán y el país de Egipto. Tú pones a cada uno en su sitio y creas lo que necesita. Cada uno tiene lo que necesita para comer y la duración de su vida está calculada" (cf. Sal 104,24-28).

    Pero no debemos pensar que estos himnos testimonian una mentalidad puramente racional, apenas barnizada de religiosidad. En el himno de Akhen-Aton es clara la dependencia contínua del mundo respecto al Disco Solar: "Cuando te pones en el horizonte occidental, la tierra está en tinieblas, como en la muerte. Los hombres duermen en sus habitaciones, la cabeza velada; ninguno de ellos puede ver a otro... Los leones salen de sus cuevas, las serpientes duermen. La oscuridad es la de un horno. La tierra yace en silencio, pues el que la ha creado descansa en su horizonte... La tierra ha venido a la existencia por tu mano, pues la has creado. Cuando te levantas, se vive; cuando te acuestas, se muere. Tú mismo eres la duración de la vida; se vive de ti". También nuestro Salmo enuncia desde la fe que el mundo en cada momento necesita ser sustentado por Dios. Si YHWH se alejara del mundo por un instante, todo se desvanecería de inmediato: "Escondes tu rostro y se anonadan, les retiras su soplo, y expiran y a su polvo retornan. Envías tu soplo y son creados, y renuevas la faz de la tierra" (104,29-30).

    También es importante señalar que YHWH no sólo es alabado a causa de la creación, sino que también ella misma es la ejecutora de dicha alabanza: "Los cielos cuentan la gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento; el día al día comunica el mensaje, y la noche a la noche transmite la noticia. No es un mensaje, no hay palabras, ni su voz se puede oír; mas por toda la tierra se adivinan los rasgos, y sus giros hasta el confín del mundo" (Sal 19,2-5). Más tarde, al testimonio de la creación se asoció el testimonio de la historia salvífica, completando el canto con una alabanza de la torah: "La ley de YHWH es perfecta, consolación del alma, el dictamen de YHWH, veraz, sabiduría del sencillo" (19,8). Puesto que el testimonio de la creación no se puede escuchar con palabras, por eso Israel le dedicó esta alabanza a la revelación personal de YHWH a su pueblo en particular.

     

    Las alabanzas al Rey eterno

     

    Existe una serie de cantos que contienen la aclamación "¡YHWH reina!". Éstos son los siguientes:

    Sal 24,10: "YHWH Sebaot, él es el rey de gloria".

    Sal 47,3: "Porque YHWH, el Altísimo, es terrible, Rey grande sobre toda la tierra".

    Sal 93,1: "Reina YHWH, de majestad vestido, YHWH vestido, ceñido de poder, y el orbe está seguro, no vacila".

    Sal 96,10: "Decid entre las gentes: "¡YHWH es rey!" El orbe está seguro, no vacila; él gobierna a los pueblos rectamente.

    97,1-2: "Reina YHWH! ¡La tierra exulte, alégrense las islas numerosas! Nube y Bruma densa en torno a él, Justicia y Derecho, la base de su trono".

    98,5-6: "Salmodiad para YHWH con la cítara, con la cítara y al son de la salmodia; con las trompetas y al son del cuerno aclamad ante la faz del rey YHWH".

    99,1-2: "Reina YHWH, los pueblos tiemblan; se sienta en querubines, la tierra se estremece; grande es YHWH en Sión".

    Para entender estos cantos es necesario observar que en algunos textos importantes la expresión reina se aplica también a señores terrenos. La proclamación del nuevo rey se realizaba, por ejemplo, con esta invocación: "Absalón es rey en Hebrón" (2 Sa 15,10) o "Jehú es rey" (2 Re 9,13). La expresión "decid entre las gentes: "¡YHWH es rey!" permite concluir que en los cantos mencionados se tenían presentes las palabras del anuncio de la proclamación de un soberano. Tales cantos celebran, por consiguiente, la entronización de YHWH.

    La idea de que alguien sea constituido rey aparece ya en el poema babilonio de la creación: "Cuando los dioses, sus padres, vieron el resultado de su oráculo, se alegraron y le rindieron homenaje, diciendo: "Marduk es rey". Le impusieron luego la corona, el cetro y el manto" (citado por H. Gunkel, Introducción a los salmos, Valencia 1983, p.111). La misma idea fue aplicada a YHWH por los profetas en Israel, poniendo su esperanza en el dominio definitivo de Dios en la ciudad santa: "Se afrentará la luna llena, se avergonzará el pleno sol, cuando reine YHWH Sebaot en el monte Sión y en Jerusalem, y esté la Gloria en presencia de sus ancianos" (Is 24,23).

    El hecho de que los cantos sitúen la frase es rey en un lugar destacado y que estén llenos de imágenes características de la ceremonia de entronización, permite suponer, no sólo que aprueban la aplicación del título de rey a YHWH, sino también que se inspiran en los poemas reales y trasladan sus motivos a un plano espiritual.

    Las particularidades de esta fiesta son todavía una cuestión discutida, pero dos cosas parecen probables: la fiesta celebraba en forma de drama la entronización de YHWH sobre el mundo, y era además una fiesta desbordante de alegría. El Salmo 24 nos puede ofrecer, a través de los versículos 7-10, una muestra del ceremonial de esta fiesta. Un grupo de participantes en el culto se halla de pie ante las puertas del santuario. Solicitan que se abran las puertas para que "entre el Rey de la gloria" (v. 7.9). A este grupo reunido para una procesión se le pregunta dos veces: "¿Quién es el Rey de la gloria?" (v.8.10). Esto supone un canto antifonal muy probablemente conectado con la entrada del Arca en el templo de Jerusalem, y es la ocasión para proclamar "YHWH Sebaot, él es el rey de gloria". También era la ocasión de recordar al pueblo las condiciones para ser admitidos en el recinto sagrado: "El de manos limpias y puro corazón, el que a la vanidad no lleva su alma, ni con engaño jura. Él logrará la bendición de YHWH, la justicia del Dios de su salvación. Tal es la raza de los que le buscan, los que van tras tu rostro, oh Dios de Jacob" (v.4-6).

     

    El sacrificio de alabanza

    En algunos textos podemos percibir claramente que el canto de himnos acompañaba el ofrecimiento de los sacrificios. Con referencia a la restauración cultual del rey Ezequías leemos: "Al comenzar el holocausto, comenzaron también los cantos de YHWH, al son de las trompetas y con el acompañamiento de los instrumentos de David, rey de Israel. Toda la asamblea estaba postrada, se cantaba cánticos y las trompetas sonaban. Todo ello duró hasta que fue consumido el holocausto. Consumido el holocausto, el rey y todos los presentes doblaron las rodillas y se postraron. Después, el rey Ezequías y los jefes mandaron a los levitas que alabasen a YHWH con las palabras de David y del vidente Asaf; y ellos cantaron alabanzas hasta la exaltación, e inclinándose, adoraron" (2 Cro 29,29-30). Y cuando el sacerdote Simón II (220-195 a.C.) ofrecía las libaciones sobre el altar "todo el pueblo entonces de repente, en masa, caía rostro en tierra, para adorar a su Señor, al Todopoderoso, Dios Altísimo. Y los salmistas también le alababan con sus voces, el son vibrante formaba una dulce melodía" (Eclo 50,17-18).

    Pero en algunos textos, el sacrificio de alabanza es mencionado en situación de superioridad respecto al sacrificio sangriento: "No es por tus sacrificios por los que te acuso: ¡están siempre ante mí tus holocaustos! No tengo que tomar novillo de tu casa, ni machos cabríos de tus apriscos... El que me ofrece sacrificios de acción de gracias me da gloria, al hombre recto le mostraré la salvación de Dios" (Sal 50,8-9.23). Otras veces como equivalente del sacrificio vespertino: "Valga ante ti mi oración como incienso, el alzar de mis manos como oblación de la tarde" (Sal 141,2). Le agrada a Dios más la música que la carne de los animales: "El nombre de Dios celebraré en un cántico, le enzalsaré con la acción de gracias; y más que un toro agradará a YHWH, más que un novillo con cuernos y pezuñas" (Sal 69,31-32).

    Estas aclamaciones provienen de las tradiciones de los cantores del templo, quienes, sin duda, tenían sus buenas razones para oponer su concepción un tanto revolucionaria del culto a la defendida entonces por la clase superior, los sacerdotes. Tales afirmaciones eran, pues, exageradas y, seguramente, sus mismos autores las consideraban radicales, aptas para sacudir del pueblo esa seguridad que amenazaba incesantemente el culto sacrificial. Pero eso no significaba que se pretendía una sustitución de los sacrificios materiales. No hay que olvidar que los profetas a veces condenan tanto el sacrificio sangriento como los cantos cuando no hay una adecuada actitud de corazón que los respalde: "Si me ofrecéis holocaustos no me complazco en vuestras oblaciones, ni miro a vuestros sacrificios de comunión de novillos cebados. ¡Aparta de mi lado la multitud de tus canciones, no quiero oír la salmodia de tus arpas!" (Am 5,22-23).

     

     

    Una vida en la alabanza

    Algunas afirmaciones, curiosas para nosotros, ponen en estrecha relación la alabanza a Dios y la muerte. Insisten en afirmar que en la muerte no existe alabanza posible: "Porque en la muerte nadie de ti se acuerda; en el sheol, ¿quién te puede alabar?" (Sal 6,6). "¿Acaso para los muertos haces maravillas, o las sombras se alzan a alabarte?" (Sal 88,11).

    Con la muerte terminaba la participación del individuo en el culto; los muertos se hallaban excluidos de la alabanza que se daba a Dios en sus obras: "No alaban los muertos a YHWH, ni ninguno de los que bajan al Silencio; nosotros, los vivos, a YHWH bendecimos desde ahora y por siempre" (Sal 115,17). En este sentido es más optimista la antropología egipcia, con su clara creencia en la vida ultraterrena. Para los egipcios, los muertos sí pueden alabar a sus dioses: "Los que duermen cantas juntos tu belleza, cuando brilla ante ellos tu rostro... cuando pasas de largo junto a ellos, les rodea la oscuridad y cada uno yace de nuevo en su féretro" (texto citado en G. von Rad, Teología del Antiguo Testamento I, Salamanca 1993, p.452).

    Frente a la muerte, la fe yahvista se postraba intransigente. La muerte separaba para siempre al hombre de YHWH. Por eso no era extraño que el orante gravemente enfermo le recordara a YHWH que su muerte perjudicaba en primer lugar a la gloria de Dios: "¿Qué ganancia en mi sangre, en que baje a la fosa? ¿Puede alabarte el polvo, anunciar tu verdad?" (Sal 30,10). Pero esta visión pesimista en torno a la muerte es, al mismo tiempo, una consideración de la alabanza como la forma de vida más propia del hombre: "nosotros, los vivos, a YHWH bendecimos desde ahora y por siempre" (Sal 115,18). Por tanto, alabar a Dios y no alabarle se contraponen como la vida y la muerte. La alabanza se convierte en el más elemental de los signos de vida.

     

     

  2. El libro de los Salmos

 

Entre los judíos de habla hebrea o aramea el libro que contiene 150 cantos se conoce con el título de tehillim, que significa cánticos de alabanza. Cuando nos encontramos con ese nombre masculino sabremos que se está designando exclusivamente el libro canónico, porque la forma corriente para decir cánticos de alabanza es el femenino tehillot.

 

El nombre del libro y su lugar en el canon

Entre los judíos de habla hebrea o aramea el libro que contiene 150 cantos se conoce con el título de tehillim, que significa cánticos de alabanza. Cuando nos encontramos con ese nombre masculino sabremos que se está designando exclusivamente el libro canónico, porque la forma corriente para decir cánticos de alabanza es el femenino tehillot.

La versión griega de los LXX llama a este conjunto de 150 cánticos psalmoi (transferido al castellano como salmos) y en Lc 20,42 y Hech 1,20 es mencionado como biblos psalmon (gr. Libro de los Salmos). Algunos códices lo denominan psalterion, que literalmente designa a un instrumento de cuerda. De este modo nuestro nombre salterio estaría evocando una colección de cantos que se interpretaban con acompañamiento instrumental.

Este libro suele tener una ubicación distinta en el canon de acuerdo a la tradición textual que represente. Las ediciones impresas en lengua hebrea colocan casi siempre el libro de los tehillim al comienzo de la tercera parte del canon, es decir, de los ketubim (hebr. Escritos). Este criterio, que es el adoptado por la versión argentina llamada El Libro del Pueblo de Dios, es que siguen los judíos de Europa central. Por el Talmud de Babilonia (Baba bathra 14b) nos enteramos también de que el libro de Rut, entre otros, se colocaba directamente antes del libro de los Salmos. Evidentemente se quería subrayar de manera especial la ascendencia del salmista David: "Booz tomó a Rut, y ella fue su mujer; se unió a ella, y YHWH hizo que concibiera, y dio a luz un niño... Las vecinas le pusieron un nombre diciendo: "Le ha nacido un hijo a Noemí" y le llamaron Obed. Es el padre de Jesé, padre de David" (Rut 4,13.17).

En la Biblia griega (LXX) el libro de los Salmos encabeza el segundo volumen, correspondiente a los Poetas y Profetas.

Más complejidad que la ubicación dentro del canon provoca la diferencia de numeración de los salmos entre la versión hebrea y la griega. A eso se debe la doble numeración que nuestras ediciones asignan a la mayoría de los salmos. La tabla de corespondencia es la siguiente:

Texto Hebreo

Texto Griego

Sal 1-8

Sal 1-8

Sal 9-10

Sal 9 a-b

Sal 11-113

Sal 10-112

Sal 114-115

Sal 113 a-b

Sal 116,1-9

Sal 114

Sal 116,10-19

Sal 115

Sal 117-146

Sal 116-145

Sal 147,1-11

Sal 146

Sal 147,12-20

Sal 147

Sal 148-150

Sal 148-150

La liturgia romana sigue la numeración de la Biblia griega.

Una complicación más es debida a la repetición de algunos Salmos dentro y fuera del Salterio. Las equivalencias son las siguientes:

Sal 18

2 Sam 22

Sal 14

Sal 53

Sal 70

Sal 40,13-17

Sal 108

Sal 57,8-12 y Sal 60,7-14

A pesar de que llamamos al Salterio el libro de los Salmos, en realidad es la agrupación de cinco libros de Salmos. Podemos conocer exactamente la extensión de esos libros, porque cada uno de ellos termina con una fórmula de glorificación a Dios. El siguiente cuadro nos permite tener una visión de conjunto:

  1. 1-41: "¡Bendito sea YHWH, Dios de Israel, desde siempre hasta siempre! ¡Amén! ¡Amén!"

  2. 42-72: "¡Bendito sea YHWH, Dios de Israel, el único que hace maravillas! ¡Bendito sea su nombre glorioso para siempre, toda la tierra se llene de su gloria! ¡Amén! ¡Amén! Fin de las oraciones de David, hijo de Jesé."

  3. 73-89: "¡Bendito sea YHWH por siempre! ¡Amén! ¡Amén!"

  4. 90-106: "¡Bendito sea YHWH, Dios de Israel, desde siempre hasta siempre! Y el pueblo todo diga: ¡Amén!"

  5. 107-150: "¡Todo cuanto respira alabe a YaH! ¡Halelu-Yah!"

¿Cómo llegó a formarse la colección de cinco libros? A veces se sugiere que durante el proceso de canonización del Salterio, es decir, de reconocimiento del carácter inspirado del texto, se buscó una analogía con la Torah, que comprendía también cinco volúmenes (de ahí el nombre griego de Pentateukhos). Esta comparación es válida sólamente en cuanto a la estructuración, puesto que no existe ningún tipo de correspondencia que permita comparar cada libro de la Torah con cada libro del Salterio.

 

Época de composición de los Salmos

¿Cuándo fueron compuestos los cánticos que han llegado hasta nosotros en forma de Libro canónico? Ciertamente la tradición judía simplificó la realidad al buscar atribuir a personas famosas de su historia la autoría de determinados textos sagrados. Algo semejante ocurriría después, cuando la tradición cristiana atribuya cada libro del Nuevo Testamento a alguno de los apóstoles. El Talmud de Babilonia ofrece este esquema cronológico: "Moisés escribió su libro, la sección de Balaam y Job. Josué escribió su libro y los últimos ocho versículos de la Torah. Samuel escribió su libro, Jueces y Rut. David escribió el libro de los Salmos con ayuda de diez ancianos (el primer Adam, Melquisedec, Abraham, Moisés, Heman, Yedutún, Asaf y los tres hijos de Coré). Jeremías escribió su libro, Reyes y Lamentaciones, Ezequías y su grupo escribieron Isaías, Proverbios, Cantar de los Canteres y Eclesiastés. Los hombres de la Gran Sinagoga escribieron Ezequiel, los Doce, Daniel y el rollo de Ester. Esdras escribió su libro y las genealogías de Crónicas hasta la suya propia" (baraíta de Baba Bathra 14b-15a).

A pesar de este testimonio el autor de cada uno de los salmos sigue siendo una de las cuestiones más difícil de responder, puesto que originariamente toda la poesía sálmica se transmitió de manera anónima. Tal vez sólo los salmos compuestos personalmente por David llevaran originalmente la anotación correspondiente.

Los salmos más antiguos pueden reconocerse por el lenguaje arcaico y sus imágenes que nos remontan al mundo cananeo. Esto lo vemos en las alusiones a "YHWH que desgaja los cedros del Líbano" (Sal 29,5), a "Shadday que dispersa a los reyes" (Sal 68,15). Podrían remontarse a los siglos XII y XI a.C., es decir, a los tiempos de los jueces.

Los dos grandes conjuntos de tradición en torno a la Salida de Egipto y a la Revelación del Sinaí, en cuanto historia de salvación, se iban actualizando constantemente en el culto: "Escucha mi ley, pueblo mío, tiende tu oído a las palabras de mi boca; voy a abrir mi boca en parábolas, a evocar los misterios del pasado" (Sal 78,1-2).

Por eso la mención de esos temas no significa necesariamente una composición de épocas muy antiguas. Es muy posible que la poesía cultual de un período más reciente recogiera esos acontecimientos contenidos ya en una tradición canónica y los reprodujera, y que incluso llegara a citar al Pentateuco en su forma escrita (siglo V a.C.).

La época de David en el Salterio, es uno de los acontecimientos históricos fundamentales a los que se hace referencia constantemente. El hecho de que David trasladara a Jerusalem el arca de la Alianza, foco sagrado de la confederación de las doce tribus de Israel, significó la institución de Sión como centro del culto: "David estableció los levitas que habían de hacer el servicio delante del arca de YHWH, celebrando, glorificando y alabando a YHWH, el Dios de Israel. Asaf era el jefe; Zacarías era el segundo; luego Uzziel, Semiramot, Yejiel, Mattitías, Eliab, Benaías, Obededom y Yeiel, con salterios y cítaras" (1 Cro 16,4-5).

Seguramente es históricamente válido el elogio que Ben Sirá hace de David: "Con todo su corazón entonó himnos, mostrando su amor a su Hacedor. Ante el altar instituyó salmistas y con sus voces dio dulzura a los cantos" (Eclo 47,8-9). En la narración de la historia de David se conservaron algunos salmos que forman también parte de la colección canónica: "David dijo a YHWH las palabras de este cántico el día que le salvó YHWH de la mano de todos sus enemigos y de la mano de Saúl" (2 Sa 22,1ss // Sal 18); "Aquel día David, alabando el primero a YHWH, entregó a Asaf y a sus hermanos este canto" (1 Cro 16,7 // Sal 105, 96 y 106). Pero los transmisores y compiladores de salmos hicieron un uso bastante generoso de la rúbrica Salmo de David. Para realzar suficientemente el hecho de David compositor, proporcionaron a casi todos los cánticos de oración de un individuo (cánticos cuya fecha y circunstancias se podría ubicar en cualquier lugar de la historia) el título leDavid (hebr. De David).

Los llamados Salmos del Rey corresponden casi con seguridad a la época de la monarquía, y probablemente la mayoría de los cánticos de oración de individuos y los cánticos de alabanza son anteriores al destierro.

Algunos Salmos evocan la destrucción de Jerusalem y la cautividad consecuente: "Prendieron fuego a tu santuario, por tierra profanaron la mansión de tu nombre (Sal 74,7); Oh Dios, han invadido tu heredad las gentes, han profanado tu sagrado Templo; han dejado en ruinas a Jerusalem, han entregado el cadáver de tus siervos por comida a los pájaros del cielo, la carne de tus amigos a las bestias de la tierra (Sal 79,1-2); A orillas de los ríos de Babilonia estábamos sentados y llorábamos, acordándonos de Sión; en los álamos de la orilla teníamos colgadas nuestras cítaras" (Sal 137,1-2). Podríamos decir que los cánticos de oración de la comunidad, en la mayoría de los casos, se refiere a este suceso desolador.

Otros salmos, en cambio, cantan la alegría del retorno: "Propicio has sido, YHWH, con tu tierra, has hecho volver a los cautivos de Jacob; has quitado la culpa de tu pueblo, has cubierto todos sus pecados, has retirado todo tu furor, has desistido del ardor de tu cólera" (Sal 85,2-4); "Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sión, como soñando nos quedamos" (Sal 126,1).

Finalmente, los salmos que contienen reflexiones en torno a la torah podemos suponer que son los más tardíos, puesto que reflejan la piedad del período post-exílico.

 

Los artífices de la formación del Libro de los Salmos

Es difícil, por tanto, afirmar quiénes han sido realmente los autores de los salmos. Podríamos partir del supuesto de que la gran mayoría de los salmos fueron obra de sacerdotes y de cantores del Templo, que preparaban las liturgias y los formularios, ya que el Templo era el ámbito habitual donde se cantaban los salmos. En el caso de los cánticos de oración y de los cánticos de acción de gracias de los individuos, podemos suponer que los sacerdotes y los cantores del Templo se inspiraban para escribir en lo que testimoniaban los que habían estado en una situación desgraciada y habían salido de ella.

Sacerdotes y cantores, además, ejercían una función de dirección litúrgica cuando alguna persona llegaba al Templo para su oración o su acción de gracias: le proporcionaban formularios disponibles, redactados anteriormente en base a las desgracias y beneficios de algún otro orante. Un israelita que se había visto libre de su desgracia hacía que el relato de su situación desgraciada y su acción de gracias se tradujera, por ministerio de los sacerdotes y cantores, en un cántico de oración, y hacía que se dejara constancia de todo ello en una estela o en un rollo, como podría estar insinuando el siguiente texto: "Dije entonces: Heme aquí, que vengo; en el rollo del libro se ha escrito sobre mí" (Sal 40,8).

Podemos confirmar esas funciones de los sacerdotes y cantores del Templo si lo comparamos con la consigna respecto al extenso "Cántico del testimonio": "Y ahora escribid para vuestro uso el cántico siguiente; enséñaselo a los israelitas, ponlo en su boca para que ese cántico me sirva de testimonio contra los israelitas" (Dt 31,19). Escribir, enseñar y poner en boca de los orantes habrían sido las funciones de los cantores del Templo.

Podríamos preguntarnos también cuándo llegó a ser conocida la colección de 150 Salmos. Algunas pistas nos permiten aproximarnos a una fecha antes de la cual el Salterio ya debía ser una colección completa:

* El Salterio ya era una colección de escritos sagrados en la época de Jesús. En efecto, él los menciona como una unidad literaria al mismo nivel que las dos grandes partes de la Biblia hebrea: "Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí" (Lc 24,44).

* El Salterio canónico debía estar ya concluido antes de la aparición de los llamados Salmos de Salomón, que no fueron incluidos como parte del mismo, sino en un volumen aparte. Por lo tanto el Salterio de 150 salmos ya estaba finalizado antes del 63-30 a.C., fecha en que fueron compuestos estos nuevos salmos por los fariseos.

* El prólogo del traductor del Eclesiástico usa para denominar a la Sagrada Escritura la expresión "la Ley, los profetas y los otros libros de los antepasados" (8-10). Podría suponerse que el Salterio completo formaba ya parte, y tal vez encabezaba, el tercer grupo de este canon en la época en que el nieto de Jesús Ben Sirá traduce el escrito de su abuelo (190 a.C.).

En el Templo de Jerusalem el tesoro de los viejos himnos y oraciones de Israel debió grabarse de nuevo en la asamblea que celebraba sus cultos. Por eso puede decirse que esta colección formada a lo largo de un milenio era el himnario y libro de oración de la asamblea postexílica.

 

  1. Géneros y Teología de los Salmos

  2.  

Si quisiéramos hacer una clasificación por su forma literaria de los 150 cánticos que en la Biblia aparecen agrupados en una colección, podemos esquematizarla del siguiente modo:

 

Cánticos de Alabanza (tehillah)

a- Himno Imperativo.

Su contexto vital es el culto habitual; su motivación es la experiencia de la actuación histórica de YHWH con Israel y el poder manifestado en la creación. Constituye una interpelación a la conciencia nacional de Israel desde la acción divina que lo ha favorecido como pueblo.

Con este último Salmo culmina una serie (93ss) que tiene por objeto el reinado de YHWH: "Reina YHWH, de majestad vestido, YHWH vestido, ceñido de poder, y el orbe está seguro, no vacila" (Sal 93,1). El contenido de estos salmos evoca en varias ocasiones el final de la última parte del libro de Isaías al final del exilio y en los primeros años después del retorno. Incluso pudieron inspirarse en algunos de esos versos proféticos: "Cantad a YHWH un cántico nuevo, su loor desde los confines de la tierra. Que le cante el mar y cuanto contiene, las islas y sus habitantes... YHWH como un bravo sale, su furor despierta como el de un guerrero; grita y vocifera, contra sus enemigos se muestra valeroso" (Is 42,10. 13). De este modo un profeta en el destierro cantaba y celebraba por anticipado la gloria del Dios que devolvería a su pueblo la libertad, como ya lo había hecho en el pasado. Y si recordaba los sufrimientos de los justos era para reconocer su valor expiatorio en orden a la salvación que Dios estaba por obrar. Pero su mensaje central era el reinado de Dios que se manifestaba en esa próxima liberación: "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas noticias, que anuncia salvación, que dice a Sión: "Ya reina tu Dios!" (Is 52,7).

Israel había sido purificado por la experiencia del destierro. La adversidad lo había llevado a examinar su conciencia y buscar sinceramente al Dios de la Alianza. Tal arrepentimiento lo expresó muy bellamente un salmista en aquellos primeros tiempos postexílicos: "Te haces encontradizo de quienes se alegran y practican justicia y recuerdan tus caminos. He aquí que estuviste enojado, pero es que fuimos pecadores; estamos para siempre en tu camino y nos salvaremos... Pues bien, YHWH, tú eres nuestro Padre. Nosotros la arcilla, y tú nuestro alfarero, la hechura de tus manos todos nosotros. No te irrites, YHWH, demasiado, ni para siempre recuerdes la culpa" (Is 64,4.8).

Pero más allá de las expectativas, no se encontró a la llegada la prosperidad anunciada por el profeta cuando estaban aún en Babilonia: "¡Despierta, despierta! ¡Revístete de tu fortaleza, Sión! ¡Vístete tus ropas de gala, Jerusalem, Ciudad Santa! Porque no volverán a entrar en ti incircuncisos ni impuros" (Is 52,1). Los extranjeros que habían ocupado el país durante su ausencia sintieron aversión hacia los repatriados, ya que éstos llegaban protegidos por el nuevo imperio, que había designado a un príncipe judío como gobernador de la provincia (Esd 1,8): "los utensilios de oro y plata de la Casa de Dios que Nabucodonosor había quitado al santuario de Jerusalem y había llevado al santuario de Babilonia, el rey Ciro los mandó sacar del santuario de Babilonia, y entregar a un hombre llamado Sheshbassar, a quien constituyó sátrapa; y le dijo: Toma estos utensilios; vete a llevarlos al santuario de Jerusalem y que sea reconstruida la Casa de Dios en su emplazamiento" (Esd 5,14-15).

Toda esta situación amargó considerablemente la vida de los judíos recién llegados. Por eso el ánimo decayó, la división y el odio a los extranjeros se apoderó de los corazones de muchos, otros se sintieron atraídos hacia los ídolos, y cada cual buscó individualmente su propia supervivencia sin interesarse del prójimo. Sin embargo, en medio de la decepción generalizada, algunos creyentes siguieron confiando en la salvación anunciada por el profeta exílico y se decidieron a continuar su mensaje, para contagiar su entusiasmo a los decaídos. Fue como si la voz de Isaías resonara por tercera vez en la historia israelita.

No había que decepcionarse por las penurias que habían encontrado ni había que extrañar la prosperidad en la que se podían encontrar los que se quedaron en Babilonia. Un futuro mejor aguardaba a la pobrecita Jerusalem: "porque vendrán a ti los tesoros del mar, las riquezas de las naciones vendrán a ti. Un sin fin de camellos te cubrirá, jóvenes dromedarios de Madián y Efá... Los barcos se juntan para mí, los navíos de Tarsis en cabeza, para traer a tus hijos de lejos, junto con su plata y su oro, por el nombre de YHWH tu Dios y por el Santo de Israel, que te hermosea. Hijos de extranjeros construirán tus muros, y sus reyes se pondrán a tu servicio, porque en mi cólera te herí, pero en mi benevolencia he tenido compasión de ti" (Is 60,5-6.9-10).

No había que cansarse de esperar y no había que dejar de gritar a YHWH hasta que él realizara la glorificación de Jerusalem: "Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalem no descansaré, hasta que salga como resplandor su justicia, y su salvación brille como antorcha" (Is 62,1). Más allá de lo difícil de la readaptación y de la precariedad que se vivía en ese momento, Dios no apartaría su corazón de esa tierra tan pobre por entonces, porque estaba en verdad enemorado de ella: "No se dirá de ti jamás "Abandonada", ni de tu tierra "Desolada", sino que a ti se te llamará "Mi Complacencia", y a tu tierra "Desposada". Porque YHWH se complacerá en ti, y tu tierra será desposada. Porque como se casa un joven con una doncella, se casará contigo tu edificador, y con gozo de esposo por su novia se gozará por ti tu Dios" (Is 62,4-5).

Por tanto, el canto de estos Salmos durante la época del Segundo Templo, una época marcada por la dominación extranjera y el anhelo de la redención de Israel, mantenía viva la confianza del pueblo en YHWH el Rey del mundo y Señor de las naciones, más allá de la falta de autonomía nacional.

Con estas alabanzas llenas de gratitud la comunidad postexílilica conmemoraba las grandezas de YHWH en la creación y en la historia: "Él solo hizo maravillas, porque es eterno su amor" (ki le olam hasdó, 136,4). Tales expresiones se caracterizan por su concentración exclusiva sobre la acción divina. Israel es el objeto mudo y pasivo de la actividad de YHWH. H. Kraus supone que la enumeración de las grandes hazañas de YHWH las cantaba un solista, mientras que la formula de acción de gracias constantemente repetida era cantada por la asamblea de la comunidad (op. cit. II, p.731).

Este himno litánico podía formar parte de una liturgia de proskynesis (gr. Postración) ante YHWH, tal como aparece indicado expresamente en otros Salmos de la serie 93ss: "Entrad, adoremos, prosternémonos, ¡de rodillas ante YHWH que nos ha hecho!" (Sal 95,6); "Exaltad a YHWH nuestro Dios, postraos ante el estrado de sus pies, santo es él" (Sal 99,5). Pero este gesto de postración en el Templo ante la gloria de YHWH aparece atestiguado también por el Cronista, autor asimismo de los libros de Esdras y Nehemías y teólogo de la restauración cultual durante el retorno del exilio. Así, relata que durante la dedicación del Primer Templo, "todos los hijos de Israel, viendo descender el fuego y la gloria de YHWH sobre la Casa, se postraron rostro en tierra sobre el pavimento y adoraron y alabaron a YHWH porque es bueno, porque es eterno su amor... Los sacerdotes atendían a su ministerio, mientras los levitas glorificaban a YHWH con los intrumentos que el rey David fabricó para acompañar los cánticos de YHWH, porque es eterno su amor, ejecutando los cánticos compuestos por David. Los sacerdotes estaban delante de ellos tocando las trompetas, y todo Israel se mantenía en pie" (2 Cro 7,3.6).

La concentración de temas relativos al Éxodo y a la travesía por el desierto lo hacía especialmente indicado para la fiesta de la Pascua. La Biblia de Jerusalem señala que era llamado Gran Hallel (cf. la aclamación Halelu-Yah) y era recitado después del pequeño Hal-lel (Sal 113-118).

 

b- Himno del Individuo.

La alabanza parte de todo hombre que se maravilla contemplando la condición que Dios le ha dado y el lugar al que lo ha destinado en medio de todas sus demás obras.

Sal 8,2.4-7: "¡Oh YHWH, Señor nuestro, qué glorioso tu nombre por toda la tierra!... Al ver tu cielo, hechura de tus dedos, la luna y las estrellas, que fijaste tú, ¿qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adam para que de él te cuides? Apenas inferior a los dioses le hiciste, coronándolo de gloria y esplendor; lo hiciste señor de las obras de tus manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies".

Todo lo enunciado por este salmo, como así también por Gn 1, es una referencia a una ordenación divina válida e irrevocable. Allá donde YHWH sale del ocultamiento con su Nombre, donde se manifiesta con su gloria, allá donde él es ensalzado como Adoneinu (Señor nuestro) y allá donde él "de el hombre se acuerde, y del hijo de Adam se cuide", allí se reconoce con asombro y admiración el milagro de la existencia humana. El hombre pertenece al mundo de Dios y Dios lo ha bendecido con increíbles derechos para ejercer dominio.

Podemos preguntarnos: ¿La culpa no ha deteriorado ese destino original? Las palabras del Salmo 51,7 parecen apuntar a una condición pecadora connatural al hombre desde su mismo nacimiento: "Mira que en culpa ya nací, pecador me concibió mi madre". Sin embargo esta consideración no mostraría que el hombre se halla en un pecado fatal, sino en la fatalidad de su pecado, en el sentido de que "no hay justo en la tierra que haga sólo el bien y no peque" (Ecl 7,20). Mostraría, más que una condición recibida, una situación de debilidad y falibilidad por el simple hecho de ser creatura.

En efecto, la historia del Jardín de Edén, ciertamente narrada en referencia al hombre en sentido colectivo (adam), no relaciona la condición mortal de todo hombre como consecuencia de una culpa heredada. El relato muestra una distinción entre la muerte que uno ha merecido culpablemente y la que se debe al ser de creatura. De hecho, por pura misericordia de Dios, la muerte con que se había amenazado, no se ejecutó, aunque se había incurrido en la culpa al comer del fruto prohibido: "el día que comieres de él, morirás sin remedio" (Gn 2,17). Más bien, la muerte que acaba algún día por llegar se explica expresamente mediante el recuerdo de la creación del hombre: "Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque polvo eres y al polvo tornarás" (3,19). Posteriormente se recalca que vivir para siempre no es algo propio del hombre sino de Dios, y que en el hombre ésa es una pretensión que Dios no debe permitir: "¡He aquí que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal! Ahora, pues, cuidado, no alargue su mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre" (3,22). La vida para siempre no se consigue, pues, ni por arrogancia ni por robo.

Para la teología del antiguo Israel el morir ancianamente después de una vida colmada pertenece a la condición creada del hombre, mientras que la muerte prematura sí corresponde a la culpa merecida: "¿Vas a seguir tú la ruta antigua que anduvieron los hombres perversos? Antes de tiempo fueron aventados, cuando un río arrasó sus cimientos. Los que decían a Dios: "¡Apártate de nosotros! ¿Qué puede hacernos Shadday?" (Job 22,15-17). Los que no tienen en cuenta a Dios y no lo alaban con su vida "mueren en plena juventud, y su vida en la edad juvenil" (36,14).

Por eso, más allá de su existencia perecedera, el salmista tiene conciencia de que el hombre está destinado a alabar a Dios. El hombre que ha descubierto su superioridad sobre las demás creaturas es incapaz de expresar este hecho alabándose a sí mismo. Sólo encuentra palabras de alabanza dirigida a Dios, como son las del estribillo de comienzo y final de este salmo de alabanza individual: "¡Oh YHWH, Señor nuestro, qué glorioso tu nombre por toda la tierra!" (8,10). Porque también es conciente que su coronación para que sea administrador del mundo dista mucho de ser obvia ni está fundamentada en él mismo, ya que es sumamente pequeño y desvalido en medio de la inmensidad del universo creado por Dios. De ahí que se pregunte admirado: "¿qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adam para que de él te cuides?" (8,5).

Este salmo, representativo de la consideración israelita del universo, nos muestra el mundo de un modo muy distinto respecto a la imagen que tiene del mismo la cultura occidental. No trata de la naturaleza, que es un objeto de observación, un ser regido por leyes estables que manifiestan su armonía. Israel piensa en el mundo, no como un cosmos ordenado, sino como un obrar contínuo de Dios. El mundo vive de la acción creadora de Dios, que obra renovadamente y sin cesar. Sin él muere: "les retiras su soplo, y expiran y a su polvo retornan. Envías tu soplo y son creados, y renuevas la faz de la tierra" (103,29-30).

La gloria de Dios que se manifiesta en sus acciones en su creación hace anhelar la luz de un mundo nuevo y distinto, en el que no haya ya lugar para los malvados. En ese mundo el hombre no podrá menos que reaccionar con una alabanza cotidiana por las obras de YHWH, conciente de la dependencia en que vive: "A YHWH mientras viva he de cantar, mientras exista salmodiaré para mi Dios. ¡Oh, que mi poema le complazca! Yo en YHWH tengo mi gozo. ¡Que se acaben los pecadores en la tierra, y ya no más existan los impíos! ¡Bendice a YHWH, nefesh mío!" (33-35).

 

 

Cánticos de oración (tefillah)

a- Oración del Individuo.

En las primeras palabras aparece la invocación a YHWH, seguida, a veces, de una autodescripción de la desdicha del orante, de la súplica o el deseo ardiente. También se expresa la confianza o la inocencia del orante.

El orante busca protección y YHWH ha respondido dando una palabra de consejo que lo confirma en la confianza. Por medio de esa palabra se ha revelado al Salmista como quien señala siempre hacia la vida, como un Dios bondadoso. Por eso el orante edifica exclusivamente su existencia sobre ese fundamento que es YHWH mismo: "pongo a YHWH ante mí sin cesar; porque él está a mi diestra, no vacilo" (16,8).

El transfondo de este salmo de confianza lo constituye un peligro concreto. El orante tiene enemigos, su vida está amenazada y perseguida. Pero en el Templo, el perseguido encuentra protección para su vida. Tenemos dos ejemplos de personas que, temiendo a su enemigo, buscaron resguardar su vida en el Santuario: "Adonías tuvo miedo a Salomón, se levantó y se fue y se agarró a los cuernos del altar" (1 Re 1,50). Joab haría poco después lo mismo (1 Re 2,28-35), pero en su caso el Santuario no le garantizó seguridad, según lo indicado en la Ley, puesto que había asesinado a sangre fría a Abner y a Amasá: "al que se atreva a matar a su prójimo con alevosía, hasta de mi altar le arrancarás para matarle" (Ex 21,14). Así se entienden como asilo protector las palabras del Salmo: "Sí, dicha y gracia me acompañarán todos los días de mi vida; mi morada será la casa de YHWH a lo largo de los días" (22,6).

YHWH pasa a ser así el anfitrión que, de acuerdo a las normas de hospitalidad oriental, garantiza la seguridad de su huésped, como Lot con los enviados divinos en Sodoma o como el forastero habitante de Guibeá con el levita de Efraím (Jue 19,23). Ambos habían ofrecido a sus hijas vírgenes para que se abuse de ellas con tal que se respetara a sus huéspedes: "Mirad, aquí tengo a dos hijas que aún no han conocido varón. Os las sacaré y haced con ellas como bien os parezca; pero a estos hombres no les hagáis nada, que para eso han venido al amparo de mi techo" (Gn 19,8).

YHWH protege a su huésped agasajándolo y honrándolo magníficamente. La expresión: "Tú preparas ante mí una mesa frente a mis adversarios", podría referirse a un convite festivo que acompaña el sacrificio de acción de gracias. Pero toma una fuerza especial cuando se tiene en cuenta la situación de persecución padecida por el orante. En este sentido una carta dirigida por un príncipe vasallo al faraón (¿Amenhotep IV?) nos ofrece una imagen viva de un perseguido que busca protección al amparo de un poderoso: "¡Conceda el faraón regalos a su servidor, mientras nuestros enemigos lo contemplan!" (Knudtzon, El-Amarna-Tafeln, 100,33-35). En este caso debe tratarse también de un gesto ostensible del faraón que haga ver a los enemigos: el príncipe de esa ciudad se halla bajo la poderosa tutela del rey de Egipto. El orante, con ocasión del sacrificio presenciado por sus enemigos, podía estar seguro de encontrarse bajo la protección de Dios.

Se trata de una situación semejante a la del Salmo anteriormente estudiado, pero en este caso hay, no sólo un pedido de protección, sino también una apelación al Juez justo que todo lo ve y conoce la inocencia o la culpa. El que ha huido al Santuario afirma su inocencia y se somete, mediante esta fórmula de juramento de purificación, al juicio divino, aceptando cualquier desgracia como justo castigo en el caso de ser culpable, pero también solicitando a Dios esos mismos males para su acusador en caso de ser él inocente: "cavó una fosa, recavó bien hondo, mas cae en el hoyo que él abrió; revierte su obra en su cabeza, su violencia en su cerviz recae" (7,16-17).

Esta situación cultual se describe en la oración pronunciada por Salomón el día en que el Arca de la Alianza fue introducida por primera vez en el Santuario: "Cuando un hombre peque contra su prójimo y éste pronuncie una imprecación sobre él haciéndole jurar delante de tu altar en esta Casa, escucha tú desde los cielos y obra; juzga a tus siervos, declarando culpable al malo, para hacer recaer su conducta sobre su cabeza y declarando inocente al justo para darle según su justicia" (1 Re 8,31-32).

Nuevamente un refugiado en el Templo apela al juicio de Dios. Allí debe aguardar la sentencia absolutoria de Dios. Ante la comunidad se acoge al juicio inminente, pero manifiesta su inocencia y su confianza: "Dios ha hablado una vez, dos veces, lo he oído: Que de Dios es la fuerza, tuyo, Señor, el amor; y: Que tú pagas al hombre con arreglo a sus obras" (62,12-13). Aprovecha la oportunidad, también, para persuadir a todos los oprimidos que ningún poder humano puede hacer frente al justo juicio de Dios: "Un soplo solamente los hijos de Adam, los hijos de hombre, una mentira" (62,10). Y a los opresores les advierte: "No os fiéis de la opresión, no os ilusionéis con la rapiña; a las riquezas, cuando aumenten, no apeguéis el corazón" (62,10).

 

b- Oración de la comunidad.

Después de la invocación a YHWH, se ofrece una retrospectiva histórica que contempla la labor de salvación realizada por YHWH en tiempos anteriores y que culmina con un llamamiento al Dios de Israel para que confirme su fidelidad salvadora. La descripción de las desdichas, los clamores pidiendo ayuda, las reflexiones y las preguntas determinan la parte principal de la oración.

De un modo similar al caso de la súplica individual, aquí es la nación entera la que se encomienda al juicio de Dios en una situación de fracaso ante una agresión extranjera: "Y con todo, nos has rechazado y confundido, no sales ya con nuestras tropas, nos haces dar la espalda al adversario, nuestros enemigos saquean a placer" (10-11). También el pueblo en su conjunto tiene conciencia de su inocencia: "Nos llegó todo esto sin haberte olvidado, sin haber traicionado tu alianza. ¡No habían vuelto atrás nuestros corazones, ni había dejado nuestros pasos tu sendero, para que tú nos aplastaras en morada de chacales, y nos cubrieras con la sombra de la muerte!" (18-20).

La comunidad orante sabe muy bien que su propia existencia se funda en un acto gratuito de salvación divina en la época de sus antepasados: "Para plantarlos a ellos, expulsaste naciones, para ensancharlos, maltrataste pueblos; no por su espada, conquistaron la tierra, ni su brazo les dio la victoria, sino que fueron tu diestra y tu brazo, y la luz de tu rostro, porque los amabas" (3-4). Por eso permanece fiel y constante en la alabanza, confiando en que YHWH también seguirá manteniendo su promesa: "¡Alzate, ven en nuestra ayuda, rescátanos por tu amor!". La hostilidad que se padece no hace más que evidenciar la pertenencia del pueblo a YHWH: "Por ti se nos mata cada día, como ovejas al matadero se nos trata" (44,23).

Este versículo hizo concluir a muchos que la situación es la de una persecución religiosa a causa del cumplimiento de la Ley. El Talmud (Sotá 48a) refiere que durante la época de los macabeos los levitas cantaban diariamente: "¡Despierta ya! ¿Por que duermes, Señor?" (Sal 44,24a). También Calvino en su Comentario de los Salmos escribió: "No sabemos con seguridad quién fue el autor del salmo. Pero, eso sí, consta claramente que fue compuesto por alguien distinto de David. Las lamentaciones que contiene encajan muy bien en la época desgraciada y calamitosa en la que hacía sus estragos la tiranía brutal de Antíoco, a menos que queramos darle mayor amplitud a la época, ya que, después del regreso del destierro, no hubo prácticamente ningún tiempo que estuviera libre de grandes calamidades".

La visión retrospectiva que nos presenta el comienzo de este Salmo nos remite de un modo clarísimo al regreso del destierro babilónico después del año 538 a.C. El contraste enunciado en los vv.5-6: "al ir, va llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando trayendo sus gavillas", guardan correspondencia con la situación de llanto y con la negación a cantar durante el exilio afirmada en un Salmo rezado durante el destierro: "A orillas de los ríos de Babilonia estábamos sentados y llorábamos, acordándonos de Sión; en los álamos de la orilla teníamos colgadas nuestras cítaras... ¿Cómo podríamos cantar un canto de YHWH en una tierra extraña?" (137,1-2.4). Al regreso sí se podía cantar con alegría.

¿Cómo entender, entonces, la súplica: "¡Haz volver, YHWH a nuestros cautivos como torrentes en el Néguev!" (v.4)? ¿Cómo se puede celebrar el retorno si, a la vez, se lo está suplicando? La situación descrita con motivo de los Salmos de alabanza imperativos explica que, a pesar del regreso, las esperanzas abrigadas durante el destierro no se habían cumplido todavía. Si la alabanza expresaba la confianza en YHWH que reina y movía a la esperanza, la súplica confirma una vez más esa confianza que YHWH cambiará la situación como se transforma el desierto al llegar la estación de lluvias, llenándose sus wadi de corrientes impetuosas.

 

c- Acción de gracias del individuo (todáh).

Estrechamente unido a la súplica, supone que se ha producido la salvación que lo saca de la desgracia.

El Salmo nos describe cómo el orante, debido a una grave enfermedad, había sido arrancado de una felicidad sin preocupaciones hasta llegar a tener la terrible experiencia de sentir el ocultamiento de Dios: "Y yo en mi paz decía: "Jamás vacilaré". YHWH, tu favor me afianzaba sobre fuertes montañas; mas retiras tu rostro y ya estoy conturbado" (vv.7-8). Pero finalmente ha sido sanado y puede cantar la maravillosa transformación que ha experimentado su suerte: "Has trocado mi lamento en una danza, me has quitado el sayal y me has ceñido de alegría; mi corazón por eso te salmodiara sin tregua; YHWH, Dios mío, te alabaré por siempre" (vv.12-13).

En presencia de un grupo de personas el orante se dirige a Dios recordando su desgracia y agradeciendo la gracia recibida. No se trataba de una enfermedad y su respectiva curación, sino que una situación de pecado y el perdón obtenido son las realidades que experimenta sucesivamente como desgracia y gracia: "Mi pecado te reconocí, y no oculté mi culpa; dije: "Me confesaré a YHWH de mis rebeldías". Y tú absolviste mi culpa, perdonaste mi pecado" (v.5). Es probable entonces que el Salmo haya estado asociado en su origen a alguna ceremonia de sacrificio por el pecado, tal como éste es descrito en sus causas y procedimientos en el libro del Levítico (4-5): "el que es culpable en uno de estos casos confesará aquello en que ha pecado, y como sacrificio de reparación por el pecado cometido, llevará a YHWH una hembra de ganado menor, oveja o cabra, como sacrificio por el pecado. Y el sacerdote hará por él expiación de su pecado" (Lev 5,5-6).

 

 

Cánticos del rey (maasay lemélek)

Tratan de temas reales, tales como la entronización. Los antiguos privilegios de los reyes jebuseos de Jerusalem son transferidos a los descendientes de la dinastía davídica.

Estos Salmos los estudiaremos en detalle al considerar la relectura de la que fueron objeto en épocas posteriores.

La atribución a Salomón en el título se explica a partir de la mención ben-mélek (hijo del rey) en el primer verso, puesto que lo más frecuente era atribuir a David mélek la mayoría de los Salmos. Se consideró entonces que el orante era el mismo hijo de David, sucesor suyo, que pedía sabiduría y justicia para su reinado. Pero sabemos bien que la expresión hijo de rey, e incluso hijo de David se aplicaba a cualquier rey de la dinastía davídica. Por ejemplo se dice del rey Amasías, hijo de Joás: "Hizo lo recto a los ojos de YHWH, pero no como su padre David; hizo en todo como su padre Joás" (2 Re 14,3).

El Salmo contiene una intercesión y un deseo de bendición en favor del monarca elegido por YHWH. Los bienes deseados responden a un ideal de realeza para todos los tiempos. Las experiencias históricas de frustración en la realización de este ideal llevaron a interpretar esta oración en un sentido de esperanza futura, por eso judíos primero, y cristianos después, lo entendieron como un Salmo mesiánico.

Sin embargo no debemos dejar de notar que el Rey Mesías esperado en los últimos tiempos no necesita las oraciones y los deseos, y menos el deseo de que haya paz y prosperidad en su reino. Con él la espera habrá concluido porque su poder será efectivo. Por eso es más probable que el sentido original haya sido el de una bendición sobre el rey en el momento de ser coronado o en alguna fiesta en su honor.

Estos deseos corresponden muy bien a la conciencia que tenían generalmente los soberanos orientales de ser depositarios de una misión divina. Así Hammurabi, rey de Babilonia en la época de los patriarcas hebreos, escribió de sí mismo en su famosa estela: "Los grandes dioses me han nombrado y soy yo el pastor que protege, cuyo cetro es justo. Mi sombra bienhechora se ha extendido sobre mi ciudad; he tenido en mi seno a las gentes del país de Sumer y de Acad; han prosperado gracias a mi Buena Fortuna; los he gobernado en paz, los he protegido con mi experiencia. Para que el fuerte no oprima al débil, para hacer justicia al huérfano y a la viuda, en Babilonia, la ciudad cuya cima han elevado Anu y Enlil, en el Esagil, el templo cuyos fundamentos son tan estables como los cielos y la tierra, para pronunciar los juicios relativos al país, para tomar las decisiones relativas al país, para hacer justicia al oprimido, he escrito mis palabras preciosas en mi estela y la he levantado ante mi estatua de rey de justicia" (Ham. Epílogo). El orante tiene deseos semejantes para el hijo de David.

¿Habrá que descartar como caduca toda interpretación mesiánica? Si el Salmo contuviera nada más que deseos, ciertamente no son necesarios para el Mesías. Pero en la medida que el Salmo contiene claras certidumbres, hay que leer estas seguridades como anuncios proféticos que responden muy bien a las expectativas mesiánicas del judaísmo postexílico y rabínico.

Este Salmo hace pensar en la existencia de una fiesta, tal vez anual, dedicada a la memoria de la fundación de la casa real y de su santuario. En ese día se podría haber celebrado una liturgia en la cual se representaba escénicamente a través de una procesión cómo David había trasladado el Arca a Jerusalem: "Mirad: hemos oído de Ella que esté en Efratá, ¡la hemos encontrado en los Campos de Yaar! ¡Vayamos a la Morada de él, ante el estrado de sus pies postrémonos! ¡Levántate, YHWH, hacia tu reposo, tú y el Arca de tu fuerza!" (v.6-8). También se escucharía en dicha liturgia un oráculo pronunciado en nombre de YHWH por el que Dios prometería bendecir en ese lugar a David y a su descendencia regia: "Juró YHWH a David, verdad que no retractará: "El fruto de tu seno asentaré en tu trono. Si tus hijos guardan mi alianza, el dictámen que yo les enseño, también sus hijos para siempre se sentarán sobre tu trono". Porque YHWH ha escogido a Sión, la ha querido como sede para sí: "Aquí está mi reposo para siempre, en el me sentaré, pues lo he querido... Allí suscitaré a David un fuerte vástago, aprestaré una lámpara a mi mesías; de vergüenza cubriré a sus enemigos, y sobre él brillará su diadema" (v.11-14.17-18).

Nuevamente debemos tener en cuenta que estas bendiciones se esperaban para el mesías inmediato. La caída de la monarquía judaíta y la esperanza de su restauración llevó a aguardar las mismas, de un modo cada vez más ideal, para la época del Mesías futuro y definitivo.

 

 

Cánticos de Sión (shir zyion)

Se trata de salmos que glorifican a Sión, la montaña santa de Jerusalem donde YHWH está presente. Al parecer, los mismos extranjeros conocían un conjunto de salmos cantados por los judíos desterrados que llevaba ese nombre: "¡Cantad para nosotros un cantar de Sión!" (Sal 137,3). Tanto más doloroso es el canto de la gloria de Sión en cuanto fue destruida en su mayor parte por los ejércitos caldeos.

A Sión se la suele designar como el monte en el Norte (Saphon). Más que ser ésta una indicación geográfica (sería incorrecta), alude al monte de los dioses que se eleva hasta el mundo celestial. Un texto mitológico cananeo de la ciudad de Ugarit llama con el mismo nombre al monte donde Baal se revela: "Yo conozco el rayo que los cielos ignoran, una palabra que los hombres no conocen, que las multitudes de la tierra no comprenden. Ven y yo te me revelaré en mi montaña, el divino Sapón, en mi santuario, en la montaña de mi patrimonio, en el lugar placentero, en la altura majestuosa" (citado en Equipo Cahiers Evangile, Oraciones del Antiguo Oriente, p.62). Y el profeta condena la arrogancia de un rey extranjero con aspiraciones divinas, que pretende reinar desde monte: "Tú que habías dicho en tu corazón: "Al cielo voy a subir, por encima de las estrellas de Dios alzaré mi trono, y me sentaré en el Monte de la Reunión, en el confín del norte. Subiré a las alturas del nublado, me asemejaré al Altísimo ¡Ya!: al sheol has sido precipitado a lo más hondo del pozo" (Is 14,13). Tal vez se trate de Senaquerib de Asiria, asesinado por sus hijos al regreso de la campaña contra Jerusalem.

Se consideraba a Sión el centro del mundo y se le daba el nombre de ombligo (Ez 38,12). Según esta perspectiva reflexionó la tradición recogida en un libro judío escrito entre 150 y 100 a.C.: "Conoció Noé que el jardín de Edén es el santo de los santos, y la morada del Señor; y que el monte Sinaí es el centro del desierto; y que el monte Sión es el centro del ombligo de la tierra; estos tres fueron creados como lugares santos que se miran y contemplan entre sí mutuamente" (Jubileos 8,10-12).

Esta alta estima por la ciudad del Santuario movía desde las más lejanas tierras a los peregrinos que querían encontrarse con el Dios de Israel en su propia Casa. Los Salmos animaban la marcha, sobre todo en sus últimos tramos, cuando ya podía avistarse la ciudad. Tal es el caso del canto del peregrino a la fiesta de las Tiendas, cuando comenzaba la estación de las precipitaciones después del seco y caluroso verano, y el agua de la lluvia aliviaba al extenuado caminante:

También otro Salmo servía para expresar el gozo del peregrino que después de una fatigosa travesía llegaba a la ciudad santa:

 

 

Poemas didácticos (hokmot - tebunot)

En las demás categorías de salmos aparecen los motivos sapienciales, pero de un modo especial en algunos que reflexionan sobre la torah.

Es importante tener en cuenta el alcance de la expresión torah. La traducción frecuente de Ley mueve a una comprensión legalista que ve en ella una codificación de preceptos. Para esta realidad el hebreo utiliza la palabra mitzvá. En cambio, Torah es instrucción, en el sentido de revelación de la voluntad salvífica de Dios. Por eso los primeros cinco libros de la Escritura, que narran los acontecimientos salvadores que Dios obró en medio de su pueblo, son leidos y meditados como Torah, aunque su contenido sea mayormente narrativo y no preceptual.

El que se dedica a meditar esta Instrucción de YHWH (la historia salvífica y la voluntad divina contenida en ella) es un hombre feliz. Su vida tiene sentido y plenitud: "Es como un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da fruto a su tiempo, y jamás se amustia su follaje; todo lo que hace sale bien" (Sal 1,3). Para llegar a ser tal, el sabio egipcio Amenemope propone una actitud, que es la reserva y el silencio que carcteriza al sabio: "El hombre verdaderamente silencioso se mantiene aparte. Es como árbol que crece en un jardín. Florece y produce doble fruto: Se halza ante su señor. Sus frutos son dulces; su sombra, placentera; y envejecerá en el jardín" (citado en Krauss, op.cit. I p.188).

 

 

Salmos de fiestas

Son los cánticos vinculados a la celebración litúrgica de alguna de las festividades religiosas del calendario israelita. La principal era la fiesta de las Tiendas, para el año nuevo.

Sal 50,1-3.5-6: "El Dios de los dioses, YHWH, habla y convoca a la tierra desde oriente hasta occidente. Desde Sión, la hermosa sin par, Dios resplandece, viene nuestro Dios y no callará... "¡Congregad a mis fieles ante mí, los que mi alianza con sacrificio concertaron!" Anuncian los cielos su justicia, porque es Dios mismo el juez".

Sal 81,3: "¡Entonad la salmodia, tocad el tamboril, la melodiosa cítara y el arpa; tocad la trompeta al nuevo mes, a la luna llena, el día de nuestra fiesta! Porque es una ley para Israel, una norma del Dios de Jacob; un dictamen que él impuso en José, cuando salió contra el país de Egipto".

Estos dos Salmos podían ser parte de una gran fiesta en la que el pueblo se reunía en un lugar de culto para celebrar la renovación de la alianza con Dios. En el marco de la misma se oía la lectura de las cláusulas del pacto y se hacía el propósito de renovarlo de todo corazón. Detalles de estos Salmos evocan la escena de la manifestación de YHWH en el Sinaí : "Delante de él, un fuego que devora, en torno a él, violenta tempestad; convoca a los cielos desde lo alto, y a la tierra para juzgar a su pueblo" (50,3-4). El contenido de la Alianza es el del pacto sinaítico: "No haya en ti dios extranjero, no te postres ante un dios extraño; yo, YHWH, soy tu Dios, que te hice subir del país de Egipto; abre toda tu boca, y yo la llenaré" (81,10-11).

Celebrada en los antiguos santuarios israelitas del norte primero (¿en Siquem?), tal vez después en Jerusalem, esta fiesta era la ocasión para que los levitas ofrecieran una instrucción al pueblo congregado.

 

 

 

IV. Los Salmos en la religiosidad judía

en el tiempo de Jesús

 

 

Los ministros del culto del Templo

Las fuentes rabínicas y los historiadores judíos de la antigüedad indican con bastante precisión el lugar que la liturgia del Templo de Jerusalem otorgaba al canto de los salmos. La importancia que se le asignaba a este canto está indicada por el hecho de que ni los laicos ni cualquier levita podían formar parte del grupo de los cantores. ¿Quiénes cantaban, entonces?

Los levitas constituían el Clero menor del Templo. Considerados inferiores a los sacerdotes, no podían tener acceso a los ámbitos interiores del Santuario ni podían acercarse al altar, puesto que de hacerlo incurrían en una grave falta, según las instrucciones dadas a Aarón: "Los levitas atenderán a tu ministerio y al de toda la Tienda. Pero que no se acerquen ni a los objetos sagrados ni al altar, para que no muráis ni ellos ni vosotros... Como un servicio gratuito os doy vuestro sacerdocio. El laico que se acerque morirá" (Nm 18,3.8).

Los levitas antiguamente oficiaban en los santuarios que estaban dispersos por el país antes de la reforma del rey Josías. Hasta entonces no había diferencias y se los identifica como sacerdotes: "Los sacerdotes levitas, toda la tribu de Leví, no tendrán parte ni heredad con Israel: vivirán de los manjares ofrecidos a YHWH y de su heredad... Si el levita llega de una de tus ciudades de todo Israel donde reside, y entra por deseo propio en el lugar elegido por YHWH, oficiará en el nombre de YHWH su Dios, como todos sus hermanos levitas que se encuentran allí en presencia de YHWH; comerá una porción igual a la de ellos" (Dt 18,1.6-8).

La situación cambió cuando el rey Josías unificó el culto, suprimiendo todos los santuarios y dejando al Templo de Jerusalem como único lugar de culto: "hizo venir a todos los sacerdotes de las ciudades de Judá y profanó los altos donde quemaban incienso, desde Gueba hasta Bersheba" (2 Re 23,8). Pero, ante la superpoblación clerical amontonada en Jerusalem, los sacerdotes de la capital se opusieron a fin de que se les reconociera sólo un rango subalterno: "Con todo, los sacerdotes de los altos no podían acercarse al altar de YHWH en Jerusalem, aunque comían los panes ázimos en medio de sus hermanos" (23,9).

Ezequiel dará, durante el destierro, la justificación teológica a esta discriminación: "En cuanto a los levitas, que me abandonaron cuando Israel se descarriaba lejos de mí para ir en pos de sus basuras, soportarán el peso de sus culpas. Serán en mi Santuario los encargados de la guardia de las puertas de la Casa y ministros del servicio de la Casa... Pero los sacerdotes levitas, hijos de Sadoq, que cumplieron mi ministerio en el santuario cuando los israelitas se descarriaban lejos de mí, ellos sí se acercarán a mí para servirme, y estarán en mi presencia para ofrecerme la grasa y la sangre, oráculo del Señor YHWH" (Ez 44,10s.15). Por eso la tradición sacerdotal del Pentateuco, inspirada en la predicación de Ezequiel, retrotrae esta distinción a la época de Moisés: "Donarás los levitas a Aarón y a sus hijos en concepto de donados. Le serán donados de parte de los israelitas. A Aarón y a sus hijos los alistarás para que se encarguen de sus funciones sacerdotales. El laico que se acerque, será muerto" (Nm 3,9-10).

En los comienzos, los cantores del templo no formaban parte de los levitas, sino que constituían un grupo aparte, según se desprende de la lista del retorno del exilio: "Levitas: los hijos de Josué, y de Cadmiel, de los hijos de Hodavías: 74. Cantores: los hijos de Asaf: 128" (Esd 2,40s). Pero poco a poco, los cantores y los porteros se fueron incluyendo entre los levitas y fueron ocupando un lugar cada vez más protagónico: "El encargado de los levitas en Jerusalem era Uzzí, hijo de Baní, hijo de Jasabías, hijo de Mattanías, hijo de Miká; era uno de los hijos de Asaf que estaban encargados del canto según el servicio de la Casa de Dios" (Neh 11,22). Más tarde se otorgó el mismo privilegio a los porteros, y el Cronista hizo que en su historia unos y otros decendieran del patriarca Leví (1 Cro 6,16ss).

A causa de la gran cantidad de sacerdotes que había en tiempos de Jesús para oficiar en un único Templo, la clase sacerdotal se dividía en 24 grupos, cada uno de los cuales ejercía su ministerio de sábado a sábado. Terminado el turno semanal, sus 300 miembros regresaban cada cual a su respectivo lugar de residencia. Por ejemplo, Zacarías, el padre del Bautista, era uno de los 300 sacerdotes del grupo de Abías (Lc 1,5). También un grupo de levitas, formado por cantores, porteros y otros servidores, acompañaba a cada grupo de sacerdotes en sus funciones. Sabemos que cada tarde se necesitaban al menos 20 porteros para cerrar cada una de las 10 puertas de aproximadamente 15 m de altura. Puesto que según 1 Cro 23,5 era el mismo el número de cantores que el de porteros, habría que calcular cerca de 200 cantores por turno semanal, es decir 4.800 en total.

 

 

Los cantores de salmos

Los cantores y los músicos constituían la clase superior de los levitas. A ellos les era exigida la prueba de un origen sin mancha cuando querían ser nombrados para un puesto. Al igual que la dignidad sacerdotal, la levítica se transmitía por herencia y no podía ser adquirida por ningún otro camino. Era, por tanto, de la mayor importancia conservar la pureza de la descendencia, a lo cual contribuía primeramente una cuidadosa anotación de las genealogías y, en segundo lugar, unas reglas severas para los casamientos. En la sala de las piedras talladas, en el Templo, "se sentaban y examinaban las genealogías de los sacerdotes y de los levitas" (Toseftá Sanhedrín VII,1).

¿Cuándo un sacerdote o un levita músico era de origen puro? Siempre que procedía del matrimonio de un sacerdote o de un levita con una mujer de la misma condición de pureza legal que él. Al casarse era necesario al sacerdote o levita examinar la genealogía de su mujer, con el fin de que un nacimiento legítimo asegurase a los descendientes la dignidad sacerdotal o levítica. La Mishná ofrece indicaciones precisas al respecto: "Si un sacerdote se quiere casar con la hija de un sacerdote, ha de inquirir por cuatro madres, que son ocho: su madre, la madre de su madre, la madre del padre de su madre, la madre de ésta, la madre de su padre, la madre de ésta, la madre del padre de su padre y la madre de ésta. Si es la hija de un levita o de un israelita, se le añade todavía otra más" (Quidushim IV,4). En el caso de que la mujer fuese hija de un ministro en funciones no era necesario el exámen, puesto que su padre ya había tenido que probar su origen legítimo al entrar en funciones: "No es necesario inquirir sobre la genealogía de los que sirven en el altar ni de los que subían al estrado ni de los que forman parte del sanhedrín" (Quidushim IV,5). Quedaba excluído cualquier matrimonio considerado impuro: "No tomarán por esposa a una mujer prostituta ni profanada, ni tampoco una mujer repudiada por su marido" (Lev 21,7).

El cantor, además, debía contar con una edad mínima para entrar en funciones, fijada de manera variable por la tradición, pero que rondaba en los 30 años: "se hizo el censo de los levitas de treinta años para arriba" (1 Cro 23,3).

Entre los músicos del Templo y los servidores del mismo había, desde el punto de vista social, un abismo, el cual se explica por la evolución histórica de los ministerios. Los cantores habían sido los primeros en conseguir su integración en la corporación de los levitas y, por eso, se ubicaron por encima del rango respecto a los porteros cuando también éstos llegaron a formar parte de los levitas. La distancia que, en la época de Jesús, separaba a ambos grupos, aparece reflejada en la siguiente anécdota: "Un día, Rabí Yoshúa ben Hananya quiso ayudar a Yohanán ben Gudgeda a cerrar las puertas. Yohanán le dijo: hijo mío, vuelve, pues tú eres de los músicos y no de los porteros" (Talmud de Babilonia, Arakhin 11).

Es instructivo en este contexto la búsqueda de reivindicación social que los levitas sostuvieron con éxito en el año 64 d.C. Arroja una luz sobre la separación en el seno de los levitas, pero también sobre el resentimiento de los levitas contra los sacerdotes. Flavio Josefo nos transmite la noticia de este reclamo: "Los levitas -una de nuestras tribus-, que cantaban los himnos, pidieron al rey (Agripa) que reuniera al Sanhedrín y les permitiera utilizar, al igual que los sacerdotes, una túnica de lino, pues pretendían que durante su reino tenía que llevar a cabo una innovación memorable. Tuvieron éxito en su pedido, pues el rey, con el consentimiento de los que formaban el Sanhedrín, concedió a los cantores que abandonaran su antigua vestidura y se pusieran una de lino, como pedían. Y como una parte de la tribu estaba al servicio del Templo, permitió que aprendiera los himnos, tal como lo pedían. Todo esto se había llevado a cabo en contra de lo que ordenaban las costumbres patrias, cuya violación reportaría los castigos que se merecían" (Antigüedades de los judíos XX, 9,6). El relato de esta innovación, inadmisible para el pueblo, muestra una vez más a los cantores en el estrato superior de los levitas y aspirando a la igualdad respecto a los sacerdotes, a la vez que a los demás servidores del Templo en la misma aspiración respecto a los músicos.

 

 

Las funciones de los cantores

Los cantores tenían por función el acompañamiento musical, cantando y tocando instrumentos, del culto diario de la mañana y de la tarde y con ocasión de fiestas particulares. Los instrumentos utilizados eran los címbalos (dos discos de bronce semejantes a nuestros platillos), arpas (de doce cuerdas ejecutadas con la mano) y liras (de diez cuerdas, ejecutadas con el plectro).

¿Cuántos intervenían en cada oficio religioso? "No había menos de doce levitas de pie sobre el estrado, aunque su número podía aumentar hasta el infinito" (Talmud de Babilonia, Arakhín II,6).

¿Cuántos instrumentos y en que ocasiones se utilizaban? "No se tocaban menos de dos arpas ni más de seis, ni menos de dos flautas ni más de doce. Doce días al año se tocaba la flauta delante del altar: el día de la inmolación de la primera Pascua de la inmolación de la segunda Pascua, el primer día festivo de Pascua, el día festivo de la fiesta de Pentecostés y los ocho días de la fiesta de las Tiendas. No se tocaba una flauta de cobre, sino de caña, debido a que el sonido de ésta era más agradable. No se ponía punto final a la pieza musical, sino con una sola flauta, ya que esto permitía un final más bello... No había menos de dos trompetas, pero su número podía ser aumentado hasta el infinito. No había menos de nueve liras, pero su número podía ser aumentado sin límite. Sin embargo, sólo había un címbalo" (Arakhín II,3.5).

Los levitas cantores nunca se situaban en el atrio de los sacerdotes, el cual estaba reservado exclusivamente a éstos y protegía el edificio del Santuario. Únicamente podían, como cualquier laico, "entrar en él cuando es necesario: para la imposición de las manos, para la inmolación y para la agitación ritual" (Kelim I,8). Es decir, para imponer las manos "sobre la cabeza de la res ofrecida" (Lev 3,2) o para llevar "con sus propias manos los manjares que se abrasarán para YHWH" (Lev 7,30) cuando él quería ofrecer un sacrificio de comunión.

El sitio que propiamente ocupaban los levitas cantores era un estrado ubicado en "límite entre el atrio de Israel y el atrio de los sacerdotes. R. Eliezer ben Jacob dice: había una grada de un codo de altura sobre la que estaba colocado el estrado y que tenía otras tres gradas de medio codo cada una. Resultaba, pues, que el atrio de los sacerdotes era dos codos y medio más alto que el atrio de Israel" (Middot II,6). Los levitas, por tanto, se ubicaban 40 cm por encima del resto del pueblo, y 1 m por debajo del nivel del altar, permitiendo la visión del sacrificio.

Ambos atrios estaban ubicados a continuación del atrio de las mujeres: "Desde allí subían quince gradas hasta el atrio de Israel, correspondiendo a los quince salmos graduales" (Sal 120-134) "y sobre los que los levitas entonaban sus cantos" (Middot II,5). Se discute si la anotación shir hama’alot ("canción de las subidas") con la que comienzan estos salmos debe entenderse simplemente en este sentido de distribución coral ("canto de las gradas" o "gradual") o, más bien, como cantos de peregrinación (subida a Jerusalem). En apoyo de este sentido está el saludo a las puertas de la ciudad por parte de aquellos que con alegría aceptaron visitar la Casa de YHWH: "¡Ya estamos, ya se posan nuestros pies en tus puertas, Jerusalem!... Por amor de mis hermanos y de mis amigos, quiero decir: ¡Shalom!" (Sal 122,2.8).

Pero estas gradas eran ocupadas ciertamente por los levitas en el curso de las alegres fiestas nocturnas que formaban parte de la festividad de las Tiendas, de la que participaban una gran multitud de peregrinos que habían subido a Jerusalem expresamente para dicha celebración. Era la fiesta de la luz y del agua para los campos: "El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús puesto en pie gritó: "Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí", como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva... Jesús les habló otra vez diciendo: "Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 7,37s; 8,12).

Esta fiesta era la más popular: "Los piadosos y los hombres de acción danzaban delante del pueblo teniendo antorchas encendidas en sus manos y recitaban delante de ellos canciones y loas. Los levitas con arpas, liras, címbalos, trompetas y otros numerosos instrumentos musicales estaban en las quince gradas por las que se baja del atrio de Israel al atrio de las mujeres y que corresponden a los quince cantos graduales del salterio; los levitas suelen estar de pie sobre ellas con instrumentos musicales y entonan cantos" (Sukka V,4). A pesar de que duraba ocho días, el Talmud refiere que "mientras duraba esa fiesta no dormían. ¿Qué hacían? Al alba, el sacrificio tamid. Después la oración. Después, el sacrificio añadido (por la fiesta). Después, las oraciones festivas. De ahí a la casa de estudio. Después a comer y a beber. De ahí a la oración de la tarde. Después el sacrificio del atardecer. De ahí en adelante, a la fiesta de Bet Hashoevá" (Sukká 53).

Los instrumentos musicales contribuían de modo fundamental a crear el clima festivo: "El sonar de la flauta, cinco o seis días. Es la flauta que se tocaba en la fuente que no desplaza ni al sábado ni al día festivo. Se solía decir que quien no ha visto la alegría en la recogida del agua de la fuente no ha visto jamás alegría" (Mishná Sukka V,1).

Ni las mujeres ni los niños podían traspasar la puerta de Nicanor, que estaba al final de las 15 gradas. A veces se podía hacer excepciones: "Ningún menor podía entrar en el atrio del Templo para realizar una función litúrgica a no ser cuando los levitas estaban en pie cantando. Tampoco podía ningún menor acompañar el canto con arpa o con lira, sino sólo con la boca, para dar armonía al canto. R. Eliezer ben Jacob decía que aquellos no entraban a formar parte del número ni se ponían de pie sobre el estrado, sino que se colocaban de pie sobre el suelo, con sus cabezas entre los pies de los levitas. Se les llamaba los atormentadores (var.: pequeños) de los levitas" (Arakhín II,6), puesto que con su timbre obligaban a los levitas a alzar su voz.

 

 

La asignación de salmos para cada día

El Talmud de Babilonia nos informa qué salmo se debía cantar cada día de la semana en el Templo: "R. Yuda decía, en nombre de R. Aqiba: estos son los salmos que se cantan durante la semana: el primer día el Sal 24, porque Dios ha adquirido y dado adquisiciones, y él gobierna todo el universo. El segundo día: el Sal 48, porque dividió sus obras y reinó sobre ellas. El tercer día: el Sal 82, porque en este día ha develado la tierra en su sabiduría y ha establecido el universo para su asamblea. El cuarto día: el Sal 94, porque en este día creó el sol y la luna, y castigará a los que lo adoran. El quinto día: el Sal 81, porque creó peces y pájaros para glorificar su nombre. El sexto día, el Sal 93 porque acabó sus obras y reinó sobre ellas. El séptimo día el Sal 92 por el día que es sábado" (Rosh ha-shaná 31a).

Por su parte, la versión de los LXX, que en el Salterio difiere mucho respecto del texto hebreo, coincide con este dato rabínico en las notas que encabezan cinco de estos salmos mencionados:

Aparte de estos salmos asignados a los días de la semana para el sacrificio del holocausto, otros estaban indicados para otras ceremonias, y especialmente para las grandes solemnidades. Éste es el caso del Halel, el grupo formado por Sal 113-118. La secuencia psálmica se cantaba principalmente en la fiesta de Pascua. En primer término durante la inmolación del cordero de cada familia. Por razón de la cantidad de víctimas inmoladas, el espacio del atrio resultaba escaso, y por tanto el sacrificio se realizaba en tres turnos. A partir de las dimensiones J. Jeremías calcula que en cada turno llegaban a ingresar al atrio 6400 hombres, cada uno con un cordero. En cada pascua se inmolarían alrededor de 18000 animales (cf. Jerusalem en tiempos de Jesús, Madrid 1977, p.100). La Mishná nos relata que en cada uno de los turnos "recitaban el Halel. Cuando terminaban, lo repetían por segunda vez y cuando completaban esta segunda recitación, volvían a recitarlo por tercera vez, aunque nunca ocurrió que pudieran terminarlo en la tercera vuelta. R. Yehudá dice: jamás los del tercer grupo llegaron hasta amo al Señor porque me oye, ya que estaba formado por poca gente" (Pesahim V,7).

También se cantaba durante la cena: "En la primera pascua se exige la recitación del Halel en la comida, mientras que en la segunda no es necesario. Pero tanto en una como en otra se recita el Halel durante la celebración" (Pesahim IX,3). También lo cantó Jesús en su última cena: "Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos" (Mc 14,26).

El Halel naturalmente no podía estar ausente en la más gozosas de las fiestas. Durante la fiesta de las Tiendas "uno está obligado a la recitación del Halel, al jolgorio y a hacer los honores al último día de la fiesta como a los restantes días de la misma" (Sukka IV,8). El último salmo del Halel expresaba la gratitud de todo el pueblo ante los beneficios de YHWH, "¡porque es eterno su amor!" (Sal 118,1). En una procesión con ramas y frutos de la última recolección se imploraba la bendición de los sacerdotes: "¡Ah YHWH, da la salvación (hoshiah na = "Hosanna")! ¡Ah, YHWH, da el éxito! ¡Bendito el que viene en el nombre de YHWH! Desde la Casa de YHWH os bendecimos. YHWH es Dios, él nos ilumina. ¡Cerrad la procesión, ramos en mano, hasta los cuernos del altar!" (118,25-27). También se cantaba el Halel en la fiesta del Año Nuevo (Rosh Hashaná IV,7).

 

 

La relectura de los Salmos

Al considerar la práctica litúrgica del Templo que acabamos de describir no debemos dejar de tener en cuenta un hecho importante. La historia de Israel ha conocido dos épocas muy distintas, divididas por la destrucción de su capital y de su Templo y por la cautividad de sus dirigentes en Babilonia. Por eso se suele designar ambos períodos históricos como época del Primer o del Segundo Templo. La consecuente existencia de dos modalidades en la liturgia que se celebraba en ellos tuvo también repercuciones importantes sobre los textos reguladores de los ritos y sobre los cantos que animaban las celebraciones. Si antes de la cautividad la figura de mayor relieve era el rey davídico consagrado por la unción divina, en el período del Segundo Templo ocupó la primacía el sumo sacerdote, autoridad suprema de la nación autónoma, protegida por los imperios sucesivos (persa, helenista o romano).

Así, la comunidad cultual del Templo de Jerusalem fue considerada, en cierto modo, como la realización de la soberanía de Dios en el presente: "Te darán gracias, YHWH, tus obras todas, y tus amigos te bendecirán; dirán la gloria de tu reinado, de tus proezas hablarán, para mostrar a los hijos de los hombres tus proezas, el esplendor y la gloria de tu reino. Tu reino, un reino por todos los siglos, tu dominio, por todas las edades" (Sal 145,10-13). Según Flavio Josefo, la comunidad de Jerusalem era una teocracia: "Algunos legisladores han permitido que sus gobiernos estuviesen sometidos a monarquías, otros los sometieron a oligarquías, y otros a una forma republicana; pero nuestro legislador no consideró ninguna de esas formas, sino que ordenó nuestro gobierno según lo que, a través de una expresión un poco forzada, podría ser denominado Theocracia, atribuyendo la autoridad y la potestad a Dios, y persuadiendo a todo el pueblo a que le obedezca como al autor de todos los bienes disfrutados en común por la humanidad, o por cada uno en particular, y de todo lo que ellos mismos obtuvieron mediante la oración en las grandes dificultades" (Contra Apión II,164ss). El modo concreto de realizar esta teocracia era a través de la aristocracia sacerdotal, recomendada, según él, por el mismo Moisés: "La aristocracia es lo mejor...; en ella, las leyes son soberanas y hacéis todo de acuerdo con ellas. Porque Dios debe bastaros como soberano" (Antig. IV,223).

Las corporaciones de cantores del siglo IV a.C. había recopilado textos tanto pre-exílicos como postexílicos, y, por lo mismo, textos con perspectivas temáticas muy diferentes. La consecuencia de este cambio fue que si se conservaron los textos preexílicos en la liturgia, éstos ya no podían utilizarse bajo la misma óptica después del destierro; se hacía necesario una relectura que adaptase más o menos su sentido para la nueva situación. Las palabras empleadas recibían entonces una sobrecarga de sentido. La fe de Israel había girado siempre en torno al porvenir de Dios. Pero las decepciones experimentadas en una historia caótica condujeron progresivamente el pensamiento de los creyentes a poner ese porvenir más allá de un límite marcado por el juicio soberano de Dios: las promesas divinas, referidas a los últimos tiempos, al final del tiempo presente, se hacían escatológicas, y la relectura de los textos que alimentaban la fe y la oración integraba esta nueva dimensión bajo las palabras que traducían anteriormente la fe y la esperanza. Esto quedaba especialmente en evidencia en el caso de los llamados Salmos reales. Puesto que ya no regía a Israel un soberano de la Casa de David, el Rey aludido en dichos Salmos no podía ser ya más que un rey ideal con el que soñaban las esperanzas judías para un futuro desconocido.

Un ámbito de relectura de la Escritura fue la proclamación litúrgica en las sinagogas. Para hacer inteligibles los libros sagrados a las gentes que ya no leían hebreo, se traducían los textos al arameo que se hablaba corrientemente, y se le agregaban amplificaciones considerables que pretendían explicar el sentido actualizado de los mismos. La práctica se remontaba a los tiempos de Esdras: "Los levitas exponían la Ley al pueblo, que se mantenía en sus puestos. Ellos leían el libro de la Ley de Dios, con claridad, e interpretando el sentido, de manera que se comprendió la lectura" (Neh 8,8). El resultado fue la elaboración paulatina de unos escritos llamados targumim. Los añadidos al texto original nos permiten conocer hoy la interpretación que se hacía del mismo en el período del Segundo Templo y en los primeros siglos después de la destrucción del mismo.

Los Salmos también fueron objeto de esta traducción interpretativa, con una libertad tal en el orden de la alegoría que desaparecía a veces el sentido literal u original. Tal es el caso del Sal 45, que en su sentido literal fue un canto nupcial de un rey, pero que la tradición targúmica transformó en una imagen del desposorio entre el Mesías y la comunidad de Israel: "(7) El trono de tu gloria lo ha establecido YHWH por los siglos de los siglos. Tu cetro real es un cetro de rectitud. Y ati, oh rey mesías, como has amado la justicia y odiado la impiedad, YHWH tu Dios te ha consagrado con el óleo de alegría con preferencia a tus compañeros. (10) Las provincias de los reinos vienen a visitar tu rostro en el tiempo fijado. El libro de la Ley está a tu lado derecho, escrito en tu copia espléndida lo mismo que en oro fino procedente de Ofir. (11) Escucha, asamblea de Israel, la ley de su boca, y verás las maravillas de tus obras. Inclinarás tu oído hacia las palabras de la ley; olvidarás las obras malas de los impíos de tu pueblo y la casa de los ídolos que serviste entre tus padres. (12) Y así el rey deseará tu belleza, pues él es tu señor y tú lo adorarás. (13) Y los habitantes de la ciudad de Tiro vendrán a presentarse a ti, las más ricas de las naciones se apresurarán hacia tu santuario. (14) Todo lo mejor, lo más hermoso, lo más deseable de las riquezas de las provincias, y los tesoros de losreyes que están ocultos en su interior, los ofrecerán en oblación ante el rey y en regalo a los sacerdotes con vestidos multicolores de oro brillante. (15) En vestiduras bordadas ofrecerán sus oblaciones ante el rey del mundo, y el resto de sus compañeros que están dispersos entre las naciones serán llevados con alegría delante de ti a Jerusalem. (16) Serán llevados con alegría y regocijo y entrarán en el templo del rey del mundo".

 

 

Los Salmos en la existencia de Jesús

Jesús participó con frecuencia en las peregrinaciones al Templo y escuchó desde pequeño el canto de los Salmos. Gracias a la repetición de los mismos podía muy bien conocerlos de memoria. Además, el modo especial de relación que mantenía con Dios en su oración personal ("¡Abbá, Padre!") daba resonancias particulares a su recitación de los Salmos, según los temas que en ellos se iban tocando. Las disposiciones interiores que nos hacen vislumbrar los consejos que dio en el sermón de la montaña, en las parábolas y en otros lugares, hacen pensar que no concedía el mismo valor a los Salmos de confianza en Dios que a algún que otro pasaje que, para exigir justicia, daba paso a los deseos de venganza: "Recuerda, YHWH, contra los edomitas, el día de Jerusalem, cuando ellos decían: "¡Arrasadla! ¡Arrasad hasta sus cimientos!". ¡Ciudad de Babel, la devastadora, feliz el que te devuelva el mal que nos hiciste! ¡Feliz el que tome a tus hijos y los estrelle contra las rocas!" (Sal 137,7-9). Este texto ha sido directamente eliminado de la oración litúrgica cristiana. Tampoco a las imprecaciones: "que mis acusadores se cubran de oprobio, y la vergüenza los envuelva como un manto" (Sal 109,29). Más bien, la oración de Jesús debía corresponder a sus propios consejos: "Bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os maltraten" (Lc 6,28).

Por consiguiente, debemos pensar que su rezo de los Salmos suponía un complemento de sentido e incluso eventualmente una rectificación de ese sentido, en función de su experiencia interior. El complemento de sentido tenía que ver con la preocupación que Jesús manifestó hacia los pobres y los atribulados y la bienaventuranza que proclamó en favor de ellos. En su nombre podía rezar aquellos Salmos que traducían su aflicción y sus desdichas: el "Yo" de esos Salmos conservaba en los labios de Jesús la dimensión comunitaria y solidaria.

¿Cómo comprendería los antiguos Salmos reales? La lectura judía los había transformado en una celebración anticipada del Mesías esperado. Seguía apegada a ellos la esperanza judía, pero la inspiración interior de Jesús era de otro orden. Las representaciones simbólicas de la victoria de Dios sobre el mal de los hombres bajo sus diversas formas mantendrían su valor a sus ojos, pero no le correspondería a él ser el artífice de esa victoria por medios políticos, como se imaginaban los partidarios de la violencia, que no faltaban en los ambientes galileos. Por eso ofrecerá en los milagros el signo de que el Reino había llegado ya: "Si yo expulso a los demonios con el poder del Espíritu de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a vosotros" (Mt 12,28).

Los relatos de los Evangelios, con sus descripciones tan detalladas de los episodios de la vida de Jesús, nos reflejan de manera concreta y objetiva las vivencias interiores de Jesús. En la medida que el lenguaje de los Salmos es utilizado para presentar gráficamente estas vivencias, podemos aproximarnos a los sentimientos que inspiraban en Jesús la recitación de esos Salmos. Si el Sal 2 evocaba a cualquier judío la promesa hecha por Dios a David y a sus descendientes y su cumplimiento definitivo en el Mesías esperado, a Jesús le evocaría su misión personal de parte de Dios manifestada en su bautismo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección" (Lc 3,22).

Si el Sal 91 expresaba la seguridad de cualquier creyente que se confía a la protección divina, ese sentimiento se presenta de un modo muy especial en los momentos de prueba de la vida de Jesús. Él no se deja arrastrar de un modo imprudente e irreflexivo por esa seguridad, a pesar de su confianza en que el Altísimo "dará órdenes a sus ángeles para que ellos lo cuiden, y que ellos lo llevarán en sus manos para que su pie no tropiece con ninguna piedra" (Lc 4,10-11). Si el Sal 40 era una acción de gracias hecha pública y documentada por escrito, en boca de Jesús, según la carta a los Hebreos en la versión de los LXX, expresaría su disposición total para hacer la voluntad divina hasta la inmolación de su cuerpo: "Tú no has querido sacrificio ni oblación; en cambio, me has preparado un cuerpo" (Heb 10,5).

 

 

V. El Salterio en la primitiva

predicación cristiana

 

Uno de los problemas esenciales que se planteó a los predicadores y a los autores de los escritos apostólicos fue el de encontrar un lenguaje adecuado para presentar a Jesús y hacer comprender el misterio subyacente a su vida entre los hombres y a su glorificación más allá de la muerte. Puesto que tanto Jesús como los primeros anunciadores de la Buena Noticia eran judíos arraigados en la cultura judía de su tiempo, las Escrituras y la tradición viva vinculada a ellas constituían el terreno en que se fundaba su pensamiento, su oración y toda su vida. Éstas fueron la fuente esencial del lenguaje que tenían a su disposición para traducir el mensaje que tenían la misión de anunciar. Entre todas las Escrituras, los Salmos ocuparon un lugar muy importante.

 

 

La relectura de los Salmos según su sentido pleno

Para poder conocer el sentido literal de la Escritura de cada texto, es decir, el sentido que correspondía a su contexto histórico primitivo, la ciencia bíblica ha recurrido al método histórico crítico. Éste consiste en precisar la situación espacio-temporal de los destinatarios (a través de la forma literaria de los textos), para comprender mejor la intención de cada autor y el mensaje concreto que habría dirigido a dichos lectores. "Es el método indispensable para el estudio científico del sentido de los textos antiguos. Y puesto que la Sagrada Escritura, en cuanto palabra de Dios en lenguaje humano, ha sido compuesta por autores humanos en todas sus partes y todas sus fuentes, su justa comprensión no sólamente admite como legítima, sino que requiere la utilización de este método" (Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, 15 de abril de 1993).

Ya hemos señalado la existencia de un desarrollo de la revelación en Israel y en el judaísmo posterior al destierro, con las etapas que marcaron el derrumbe de las instituciones israelitas en el año 587 a.C. y luego con la restauración tras el destierro que atrajo las miradas de los creyentes hacia un porvenir evocado como promesa. Debemos tener en cuenta, además, la crisis de la época griega que desembocó en una situación en la que la esperanza judía se fue diversificando según varias corrientes de pensamiento y partidos religiosos.

Esta multiplicidad de contextos, sin embargo, no anuló unidad interna que existe en la Biblia, puesto que los escritos posteriores se fueron apoyando con frecuencia sobre los escritos anteriores, proponiendo relecturas que desarrollaron nuevos aspectos del sentido, a veces muy diferentes del sentido primitivo, o inclusive se refirieron a ellos explícitamente no sólo para profundizar su significado, sino también para afirmar su realización.

Eso significa que la relectura no quedó reducida simplemente a comentarios extrabíblicos relativamente tardíos, sino que, puesto que ya había sido comenzada en la misma tradición bíblica, quedó en muchos casos canonizada como Escritura Sagrada. Así, el oráculo de Natán, que prometía para la descendencia de David relaciones filiales con Dios (cf. 2 Sam 7,12-16), es recordado en otros textos: "Voy a anunciar el decreto de YHWH: Él me ha dicho: "Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy" (Sal 2,7). Y queda abierto, en los tiempos en que no parece verificarse, a un cumplimiento pleno para un futuro todavía desconocido: "Acontecerá aquel día -oráculo de YHWH Sebaot- que romperé el yugo de sobre tu cerviz y tus coyundas arrancaré, y no te servirán más los extranjeros, sino que Israel y Judá servirán a YHWH su Dios y a David su rey, que yo les suscitaré" (Jer 30,8-9).

Otras veces la relectura es crítica respecto a los textos anteriores. La experiencia inmediata frecuentemente chocó con la afirmación fundamental de la justicia retributiva de Dios respecto al justo: "Es como un árbol plantado junto a una corriente de agua, que da a su tiempo el fruto, y jamás se amustia su follaje; todo lo que hace sale bien" (Sal 1,3). Por eso el justo que sufre no tiene reparos en contradecir este principio: "Mi pie se ha adherido a su paso, he guardado su ruta sin desvío; del mandato de sus labios no me aparto, he albergado en mi seno las palabras de su boca. Mas él decide, ¿quién le hará retractarse? Lo que su alma ha proyectado lleva a término" (Job 23,11-13). Vale decir que las primeras relecturas de los Salmos ya habían sido incorporadas a la Escritura desde tiempos antiguos.

Jesús nació en una época de renovación del judaísmo que, ante la presión de la cultura helenística dominante, intentaba conservar o replantear su identidad. En este marco predicó y en él entró, por su resurrección de entre los muertos, en el mundo nuevo anunciado por los profetas. Este testimonio transmitido por sus discípulos se insertó, pues, en la esperanza judía de la época, transformando la comprensión de sus bases bíblicas y de su objeto.

Una de las expresiones más antiguas del anuncio apostólico que se consigna en un texto escrito es la de la primera Carta de Pablo a los Corintios. Se trata de lo que él mismo ha recibido anteriormente de la comunidad y, a su vez, les ha enseñado a los corintios: "Les he transmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. Y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo" (1 Co 15,3-8).

Cada uno de los artículos propuestos en este anuncio (muerte redentora, sepultura y resurrección) son afirmados como sucedidos "de acuerdo con las Escrituras". La primitiva comunidad ha tenido necesidad de explicar que lo sucedido en la muerte de Jesús respondía a un plan trazado por Dios. Había que disipar el escándalo que producía entre los judíos la predicación de un Mesías que había sido ejecutado como delincuente (1 Cor 1,23). Si Jesús había muerto y había sido sepultado, esto había sucedido así porque las Escrituras ya lo habían anunciado. En ellas se podía encontrar el testimonio de que la obra de salvación se realizaría a través de la humillación y del sufrimiento de un siervo de Dios: "Él soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus heridas hemos sido curados... indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue contado, cuando él llevó el pecado de muchos, e intercedió por los rebeldes" (Is 53,5.12).

Por eso uno de los problemas esenciales que se planteó a los predicadores y a los autores de los escritos apostólicos fue el de encontrar un lenguaje adecuado para presentar a Jesús y hacer comprender el misterio subyacente a su vida entre los hombres y a su glorificación más allá de la muerte. Puesto que tanto Jesús como los primeros anunciadores de la Buena Noticia eran judíos arraigados en la cultura judía de su tiempo, las Escrituras y la tradición viva vinculada a ellas constituían el terreno en que se fundaba su pensamiento, su oración y toda su vida. Éstas fueron la fuente esencial del lenguaje que tenían a su disposición para traducir el mensaje que tenían la misión de anunciar: "Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí" Y entonces, (Jesús) abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: "Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalem" (Lc 24,44-47).

Entre todas las Escrituras los Salmos ocuparon un lugar muy importante. De las 436 citas y referencias al Antiguo Testamento que indica la edición del Nuevo Testamento Griego de Nestle-Aland (1983), 107 corresponden a los salmos. Pertenecen a 48 salmos, entre los cuales el versículo más citado es Sal 110,1: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, mientras yo pongo a tus enemigos como estrado de tus pies". Este texto era el que mejor expresaba el contenido del mensaje pascual: "El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien vosotros disteis muerte colgándole de un madero. A éste le ha exaltado Dios con su diestra como Jefe y Salvador, para conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados" (Hech 5,30-31).

 

 

La pasión de Jesús

No todos los aspectos del misterio del Mesías Jesús se presentan reflejados en los textos del Salterio a los ojos de los autores de la Tradición apostólica. La concepción virginal de Jesús no figura en ellos para nada; para expresar este misterio recurrieron a los escritos de los profetas. Sin embargo, la consideración global del misterio que se desplegó en su vida impone la relectura de varias categorías de salmos: salmos reales, salmos del justo doliente, salmos de sabiduría. Es el examen de estos textos lo que mostrará cómo la oración de Israel ofreció un lenguaje para expresar lo esencial de la doctrina cristiana.

Como lo exigía la formulación del anuncio pascual, los relatos de la pasión de Jesús hacen constantes referencias a los lugares de la Escritura donde los primeros creyentes encontraron la explicación del escándalo de la cruz. Estos relatos no son narraciones biográficas ni apologéticas, sino narraciones teológicas, hechas desde la fe, en los que se expone la dimensión profunda de los hechos, accesible solamente para el creyente.

Los autores no muestran ningún interés por hacer un relato exhaustivo de los hechos. Pasan por alto muchas escenas y dejan otras en la penumbra. Quien pretenda leer los textos con ánimo de historiador podrá quedar insatisfecho al comprobar las grandes lagunas que existen en la narración y los desacuerdos entre los cuatro relatos.

Los autores tampoco quieren hacer una apologética frente aquellos que llevaron a Jesús a la muerte. Es verdad que la figura de Jesús resplandece por su inocencia frente a la perversidad de sus jueces y sus acusadores. Pero en ningún momento se encuentra una palabra de condena hacia los responsables. Por el contrario, el relator va señalando implacablemente el proceder mezquino y culpable de los mismos seguidores de Jesús.

Los relatos de la pasión se dirigen a lectores creyentes, como una profundización del contenido del anuncio pascual. Los autores narran los incidentes de la pasión de Jesús y los ilustran con citas y alusiones de las Escrituras, para que se advierta que todo lo sucedido está en conformidad con ellas. De este modo se detienen en aquellos hechos que encuentran resonancia en la Escritura, aunque puedan ser de menor interés en otro orden (por ejemplo el reparto de los vestidos, el vinagre como bebida), omitiendo otros detalles que los historiadores juzgarían como más importantes (por ejemplo la precisión cronológica, la forma de la cruz, el modo como Jesús fue fijado en ella). En una lectura atenta de la pasión en los cuatro evangelios se pueden encontrar varias referencias a los salmos, entre los que se destacan especialmente el 22 y el 69.

El Salmo 69.

¿Qué sugiere en sí mismo el texto completo del Salmo leído desde su sentido literal? El salmo evoca una situación de angustia de un acusado injustamente de robo: "Son más que los cabellos de mi cabeza los que sin causa me odian; más duros que mis huesos los que me hostigan sin razón. ¿Lo que yo no he robado tengo que devolver?" (v.5). Tal vez el orante también fue encarcelado a causa de la falsa acusación: "Porque YHWH escucha a los pobres, no desprecia a sus cautivos" (v.34). La descripción de sus padecimientos "en el cieno del abismo, sin poder hacer pie" (v.3) podría ser más que una imagen metafórica, si tenemos en cuenta la prisión de Jeremías en una cisterna fangosa (Jer 38,6). Él también tuvo que ser salvado antes que el agua de las lluvias lo ahogaran. Una súplica análoga de parte de un prisionero encontramos en una oración mesopotámica: "Tu siervo está arrojado a una catástrofe. ¡Retira tu castigo! ¡sácalo del fango! ¡rompe su cadena, desata sus ataduras; aclara sus alucinaciones, entrégalo al Dios que lo creó! ¡concede a tu siervo la vida, para que él alabe sin cesar tus hazañas guerreras, para que glorifique tus proezas en todas las moradas!" (Citado por Kraus, H.-J., Los Salmos II, p.98).

Este sufrimiento se estaría sumando a uno que viene padeciendo anteriormente, tal vez una enfermedad: "acosan al que tú has herido, y aumentan la herida de tu víctima" (v.27). Esa dolencia puede ser lo que daba pie a la acusación, puesto que en la comprensión de la vida existente en el mundo antiguo la conexión causal entre la culpa y el sufrimiento funcionaba como un dogma religioso de primer orden que trataba de explicar el escándalo de innumerables desgracias y conflictos. A la vista de las graves aflicciones y pruebas a las que se ve sometido, el orante, seguro de su inocencia ante los cargos de sus acusadores, pero conciente de su condición pecadora ante Dios, acoge el sufrimiento como purificación y se confía al poder protector y salvífico de YHWH: "Tú, oh Dios, mi torpeza conoces, no se te ocultan mis ofensas" (v.6); "¡tu salvación, oh Dios, me restablezca!" (v.30).

La época de composición del salmo puede deducirse de los v.36s: "Salvará Dios a Sión, reconstruirá las ciudades de Judá: habitarán allí y las poseerán; la heredará la estirpe de sus siervos, los que aman su nombre en ella morarán". Puede tratarse de la época que siguió inmediatamente al destierro. La afirmación: "me devora el celo de tu casa" (v.10) podría estar señalando al orante como uno de aquellos que anhelaban la reedificación del Templo, a diferencia de la gran mayoría de indiferentes que se burlan de él: "Este pueblo dice: "¡Todavía no ha llegado el momento de reedificar la Casa de YHWH!" ¿Es acaso para vosotros el momento de habitar en vuestras casas artesonadas, mientras esta Casa está en ruinas?" (Ag 1,2.4). El celo del orante es visto como fanatismo religioso por los indiferentes: "Si mortifico mi alma con ayuno, se me hace un pretexto de insulto; si tomo un sayal por vestido, para ellos me convierto en burla, cuento de los que están sentados a la puerta, y copla de los que beben licor fuerte" (v.11-13).

Este salmo es el cántico de un siervo de YHWH que sufre por amor de su Dios: "Por ti sufro el insulto, y la vergüenza cubre mi semblante... no retires tu rostro de tu siervo, que en angustias estoy, pronto, respóndeme" (v.8.18). Él es ejemplo y testimonio para todos los que, como pobres, buscan y esperan la ayuda de YHWH. Con él y en él están en juego la confianza y la esperanza de otras personas: "¡No se avergüencen por mí los que en ti esperan, oh YHWH Sebaot! ¡No sufran confusión por mí los que te buscan, oh Dios de Israel!" (v.7). Su salvación demostrará la realidad salvífica de Dios y dará confianza y alivio.

Si tenemos en cuenta que estos enunciados singulares superan ampliamente toda referencia individual, podremos comprender inmediatamente por qué la comunidad primitiva vio anunciada en este salmo la actividad y el sufrimiento de Jesús. Después de la purificación del Templo, "sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: El celo por tu casa me devorará" (Jn 2,17). En el relato joánico se concentra la totalidad de la pasión de Jesús en el cumplimiento del Sal 69,5: la oposición de los adversarios de Jesús "es para que se cumpla lo que está escrito en su Ley: Me han odiado sin motivo".

En el momento de la llegada al Gólgota, el evangelista Mateo dice: "le dieron a beber vino mezclado con hiel; pero él, después de probarlo, no quiso beberlo" (27,34). Marcos presenta una variante: "Le daban vino con mirra, pero él no lo tomó" (15,23). En este caso se trata de una referencia con apoyo histórico, puesto que existía la costumbre de administrar a los condenados a muerte un narcótico que atenuara sus padecimientos: "Rabí Jiiá hijo del Rabí Ashí dijo en nombre de rabí Jisdá: Al condenado que se lleva a ejecutar se le da un poco de incienso en una copa de vino, para entorpecerle el conocimiento, como dice lo escrito: "Dad bebida embriagante al desfallecido, y vino a los de ánimo amargado" (Prov 31,6). "Y además se ha enseñado: Las mujeres distinguidas de Jerusalem solían donarlo y traerlo. Cuando ellas no lo donaban, ¿quién lo proveía? Es razonable que lo proveyera la comunidad, porque el versículo dice dad, es decir, con lo de ellos" (Talmud de Babilonia, Sanhedrín 43a). Por eso Marcos niega que lo haya tomado, como una forma de asumir los padecimientos hasta el final.

Pero la bebida de vino con hiel que Jesús "probó" según Mateo tiene su transfondo en el libro de los Salmos. Efectivamente, está citando el Sal 69,22 según los LXX donde, en lugar de la expresión "pusieron veneno en mi comida" del texto hebreo, traduce: "Me dieron hiel como alimento, para mi sed me dieron a beber vinagre" (68,22).

También Pablo acude a Sal 69,10 para exhortar a los fieles a la generosidad: "pues tampoco Cristo buscó su propio agrado, antes bien, como dice la Escritura: Los ultrajes de los que te ultrajaron cayeron sobre mí" (Rom 15,3). Y hasta en la suerte que corrió Judas se ve un cumplimiento de Sal 69,26: "Pues en el libro de los Salmos está escrito: Quede su majada desierta, y no haya quien habite en ella" (Hech 1,20).

Mediante el sufrimiento de Jesús, el Siervo de Dios, queda desvelado el misterio del mensaje del Sal 69. Para los cristianos el contenido esencial de este Salmo no será accesible de ahora en adelante por ningún otro camino. El cumplimiento llena de sentido el anuncio del antiguo salmo, que ya trascendía todo individualismo. Junto con Is 53, Sal 22 y Sal 118 (y Sab 2) se convierte en una profunda predicción de la pasión de Jesús.

El Salmo 22.

Las burlas de los circunstantes se describen en los tres relatos de la pasión de Jesús de los evangelios sinópticos. También en este caso Mateo presenta algunas particularidades que encuentran su respaldo en el Salterio: "Los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: "A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Es Rey de Israel: que baje de la cruz ahora, y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; que lo salve ahora, si es que de verdad lo quiere" (Mt 27,41-43). Se trata de una cita del Salmo 22: "todos los que me ven se mofan de mí, tuercen los labios, menean la cabeza: "Se confió a YHWH, ¡pues que él lo libre, que lo salve, puesto que lo ama!" (22,8-9).

Este mismo Salmo está en el transfondo del reparto de las vestiduras de Jesús en el Calvario (Mt 27,35; Mc 15,24; Lc 23,34), aunque sólamente el cuarto evangelio cita textualmente Sal 22,19: "Para que se cumpliera la Escritura: Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica. Y esto es lo que hicieron los soldados" (Jn 19,24).

En el momento culminante del relato de la pasión, "Jesús gritó con fuerte voz: "¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?", esto es: "¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?" (Mt 27,46). Según la costumbre rabínica, al presentar a Jesús diciendo las palabras iniciales, los evangelistas dan a entender que recita todo el salmo. Por eso conviene repasar el texto completo y la intención del orante que por primera vez lo entonó para comprender la intención de Jesús al proclamarlo en el momento de su muerte.

En este salmo el orante ve acumulados sobre sí multitud de sufrimientos. El cuerpo del orante está desfigurado por la enfermedad: "Y yo, gusano que no hombre, vergüenza del vulgo, asco del pueblo, todos los que me ven se mofan, tuercen los labios, menean la cabeza" (v.7s). En medio de la fiebre, sufre los dolores anticipados de la agonía: "Como el agua me derramo, todos mis huesos se dislocan, mi corazón se vuelve como cera, se me derrite entre mis entrañas. Está seco mi paladar como una teja y mi lengua pegada a mi garganta; tu me sumes en el polvo de la muerte" (v.15-16). Ve ya que su muerte se da por supuesta: "se reparten entre sí mis vestiduras y se sortean mi túnica" (v.19). En consecuencia, la aflicción de encontrarse olvidado de Dios se está viviendo en una enfermedad mortal.

Sin embargo el Salmo cambia de tono; de lamentación se transforma en acción de gracias entre los vv. 22 y 23. Una palabra discutida podría estar marcando la transición: ‘annitani = "tú me has respondido" o ‘anniyyati = "mi pobre ser". Una lectura difícil siempre tiene más garantía de ser la expresión original, puesto que los copistas tienden a corregir lo que suena incomprensible. Con esta palabra se estaría finalizando el reclamo comenzado en el v.3: "Dios mío, de día clamo y no respondes". El orante ha escuchado el "no temas" de Dios, tan frecuentemente dirigido a sus fieles y enviados, y luego la garantía de que YHWH no lo abandonaría, estaría con él y sería su ayuda.

El orante presenta su lamentación y acción de gracias de forma pública: "¡Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré!" (v.23; LXX 21,23: en meso ekklesías hymneso se); "De ti viene mi alabanza en la gran asamblea" (v.26; LXX 21,26: en ekklesía megalé). Es posible que el orante haya hecho su aparición durante una gran fiesta y haya entonado su canción en el atrio del templo. Tal vez el salmo se haya cantado en un banquete asociado con un sacrificio, al cual habrían sido invitados los pobres y éstos se habrían congregado: "mis votos cumpliré ante los que le temen. Los pobres comerán, quedarán hartos, los que buscan a YHWH le alabarán: "¡Viva por siempre vuestro corazón!" (v.26-27).

Es posible que en épocas diferentes, diversos orantes dejaron su huella en esta lamentación y oración. Particularmente en los versículos finales, el salmo muestra vestigios de ampliación y de nuevas formulaciones: "Y para aquél que ya no viva, le servirá su descendencia: ella hablará del Señor a la edad venidera, contará su justicia al pueblo por nacer: Esto hizo él" (v.30-32). Por eso, será muy difícil señalar la fecha de su composición.

El Sal 22 atraviesa, pues, dimensiones inimaginables. Desde las profundidades del abandono divino, el cántico de la persona salvada se eleva hasta las alturas de himno universal que incluye también a los muertos en un gran homenaje a YHWH. Tal vez sea éste el sentido más profundo captado por la primitiva comunidad cristiana al referir el Salmo a la pasión de Jesús, y no sólamente la correspondencia de detalles que estaría anunciando por anticipado las circunstancias de la crucifixión. En efecto, aquí no se habla, como en Is 53, del sacrificio expiatorio llevado a cabo por el Siervo doliente en calidad de víctima; más aún, ni siquiera se habla del Mesías. Más bien se estaría diciendo que la muerte, intensificada hasta la más profunda experiencia del sufrimiento, conduce -con la actuación de Dios que salva de la muerte- a la irrupción del Reino de Dios. Aquel que proclamó en su vida este Reino, lo introdujo por medio de su muerte y resurrección.

La Cena de comunión instituida por Jesús está asociada inseparablemente a la alabanza de YHWH, al reconocimiento de Dios como el Salvador mediante el memorial de la pasión. La Cena del Señor es también la todah, la eukharistía, la acción de gracias del Resucitado que se sienta a la mesa con sus discípulos en cada una de sus manifestaciones pascuales. Debemos, por tanto, aplicar todo el Salmo a Jesús, y no sólamente algunos detalles como la perforación de sus miembros, el reparto de sus vestiduras o el grito de abandono antes de expirar.

 

 

La resurrección y exaltación de Jesús

En la primera predicación apostólica se hablaba de la resurrección de Jesús según las Escrituras. Por eso debían referirse continuamente los textos que mostraran esa correspondencia.

El Salmo 16.

En concreto, Pedro organiza su primer discurso en torno al comentario del Sal 16: "Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores del Hades, porque no era posible que quedase bajo su dominio; porque dice de él David: "Veía sin cesar al Señor delante de mí, porque él está a mi derecha para que yo no vacile. Por eso se alegra mi corazón y mi lengua canta llena de gozo. También mi cuerpo descansará en la esperanza, porque tú no abandonarás mi alma en el Hades, ni dejarás que tu servidor sufra la corrupción. Tú me has hecho conocer los caminos de la vida y me llenarás de gozo en tu presencia". Hermanos, permitidme que os diga con toda libertad cómo el patriarca David murió y fue sepultado y su tumba permanece entre nosotros hasta el presente. Pero como él era profeta y sabía que Dios le había asegurado con juramento que se sentaría en su trono un descendiente de su sangre, vio a lo lejos y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó la corrupción" (Hech 2,24-31).

El autor de Hechos utiliza la versión griega de los LXX para comentar el Salmo 16, que se aparta varios momentos del original hebreo. En particular difiere del v.10, donde el texto hebreo dice: "No me entregarás a la muerte ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro". ¿Quién habría sido el orante que entonó por primera vez el Salmo y en qué circunstancia lo habría compuesto?

Parecería que el lugar propio al que remite el texto es el recinto del santuario: "Guárdame, oh Dios, en ti está mi refugio" (16,1). El orante ha buscado refugio en la zona de protección del Templo. Podríamos suponer también que se trata de un sacerdote o de un levita, puesto que parece que el salmista tiene el deber de realizar acciones de carácter cultual, intercediendo ante Dios en favor de otras personas. Pero está dispuesto a hacer únicamente en favor de los que confían en YHWH y no de los idólatras: "Sus ídolos abundan, tras ellos van corriendo. Mas yo jamás derramaré sus libaciones de sangre, jamás tomaré sus nombres en mis labios" (16,4).

También la mención de la heredad recibida remitiría a su condición levítica: "la cuerda me asigna un recinto de delicias, mi heredad es preciosa para mí" (16,6). En efecto, en el reparto de la tierra prometida la tribu de Leví había recibido un privilegio singular: "YHWH es su heredad" (Dt 10,9) y por lo tanto no vive, como los demás, del cultivo del suelo, sino de la participación en los sacrificios y de las otras ofrendas del culto. En YHWH este orante ha recibido el fundamento que sustenta su vida y por eso pone toda su confianza en él.

El cantor del Salmo expone la importancia de la cercanía de Dios que abarca toda la existencia del hombre, y lo hace examinando los peligros concretos que amenazan al ser humano. La vida física está guardada por el Dios presente. Al decir: "no has de abandonar mi alma al Sheol, ni dejarás a tu amigo ver la fosa" (16,10), está afirmando su confianza de verse preservado de una mala muerte. En un mundo donde la supervivencia corre peligro de hacerse cada vez más improbable, la comprensión del destino del hombre es para el salmista el fundamento para una nueva esperanza de la vida. Eso es lo que Dios quiere para él.

El discurso de Pedro muestra que la confianza ilimitada del salmista puede sobrepasar incluso la frontera suprema de la muerte porque Dios cumple en Jesús la esperanza proclamada en esa oración. Pero debe utilizar la versión griega de este anhelo: "tú no abandonarás mi alma en el Hades, ni dejarás que tu servidor sufra la corrupción", porque Jesús sí conoció la oscuridad de un sepulcro. La intervención divina, pues, no lo preservó de la muerte, sino que hizo que ella no fuese definitiva ni que su cuerpo experimentara la corrupción. El "camino de la vida" (v.11) fue la realidad definitiva que Dios concedió a Jesús.

El Salmo 110.

El texto privilegiado en el que la generación apostólica vio expresada la glorificación de Jesús es el Salmo 110. Ha sido citado en el mismo discurso del libro de los Hechos: "Pues David no subió a los cielos y sin embargo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies" (2,34-36). Pedro concluye que esa palabra dicha por Dios no tuvo por destinatario a David, cuyos restos permanecían aún en el sepulcro, sino a aquel otro que no había experimentado la corrupción: Jesús, el crucificado que había sido resucitado por Dios.

Pero, ¿en quién había pensado concretamente el Salmista? Debemos responder, en primer lugar, ¿quién es el que habla? Se trataría de un profeta puesto que es alguien que, en un determinado acontecimiento litúrgico, emitió en presencia del rey ("mi Señor") una serie de oráculos de parte de YHWH:

  1. "¡Siéntate a mi derecha, hasta que yo haga de tus enemigos escabel de tus pies!" (v.1).

  2. "Sobre santas montañas, del seno de la rosada aurora, te he engendrado como rocío" (v.3).

  3. "¡Tú eres sacerdote para siempre a la manera de Melquisedec!" (v.4).

Con motivo de la entronización de algún monarca, estaría atribuyendo al rey de Jerusalem los antiquísimos privilegios del famoso rey de Salem y le estaría aplicando las antiquísimas tradiciones cultuales de la monarquía jebusea. El profeta declara, de parte de Dios, la facultad del heredero davídico para ejercer la soberanía real juntamente con YHWH. Le atribuye al entronizado un nacimiento celestial, en el sentido de una adopción divina. Lo declara sacerdote, como lo era todo monarca jebuseo. Promete que por medio de él, YHWH, el juez del universo y héroe de la guerra, vence a todos los enemigos.

El Salmo, sin embargo, ha sido leído tanto por la tradición judía como por la cristiana en un sentido mesiánico, tal como lo muestra el siguiente comentario rabínico: "En el tiempo futuro Dios hará sentar al Rey Mesías a su derecha, como se dice en el salmo: Dijo YHWH a mi Señor: siéntate a mi derecha" (Midrash Tehillim 18,29). Esta interpretación estaba ya presente en tiempos de Jesús, ya que él mismo reconoció que el Salmo hablaba del Mesías cuando planteó a los escribas la dificultad de interpretación que éste ofrecía: "¿Cómo dicen los escribas que el Mesías es hijo de David? David mismo dijo, movido por el Espíritu Santo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies. El mismo David lo llama Señor; ¿cómo entonces puede ser hijo suyo?" (Mc 12,35-37).

La Iglesia apostólica encontró en el texto de este Salmo un testimonio importante sobre la resurrección de Jesús, ya que ésta significaba su exaltación como Señor y Mesías, a la vez que el comienzo del triunfo sobre la muerte: "la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, es la que Dios desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándolo a su diestra en los cielos, por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero. Bajo sus pies sometió todas las cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todo" (Ef 1,19-22). "Porque él debe reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la muerte. Porque ha sometido todas las cosas bajo sus pies" (1 Co 15,25-27).

Hay que reconocer que el mensaje del salmista profeta, sin importar hasta qué punto se aplicara al monarca entonces reinante, es un mensaje abierto, como todo mensaje profético, hasta su supremo cumplimiento. El cumplimiento de las promesas por parte de Dios siempre sobrepasa las expectativas de las esperanzas que se formó el creyente.

Pablo realizará una distinción que permite resolver la cuestión sobre la filiación del Mesías y su Señorío sobre David. Presenta al Mesías como "nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de Santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesús Mesías Señor nuestro" (Rom 1,3-4). Pablo es el primero de quien el libro de los Hechos dice que utilizó el título de Hijo de Dios aplicado a Jesús apenas fue bautizado: "Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco, y en seguida se puso a predicar a Jesús en las sinagogas: que él era el Hijo de Dios" (Hech 9,19-20). La tradición sinóptica, a partir de aquí, llamará a Jesús Mesías "hijo de David, hijo de Abraham" (Mt 1,1) e "Hijo de Dios" (Mc 1,1).

¿Qué textos de la Escritura le permitían a Pablo semejante atribución? El mismo libro de los Hechos nos presenta un discurso detallado de Pablo en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, donde apoya su argumentación en el Salmo 2: "También nosotros os anunciamos la Buena Noticia de que la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús, como está escrito en los salmos: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy" (Hech 13,32s).

El Salmo 2.

Se trata de uno de los llamados Salmos del Rey. Podría tratarse de un cántico que entonaba el rey al ocupar su trono en el palacio. La rebelión de las naciones que antes estaban sometidas era una constante en la historia del antiguo Medio Oriente con ocasión de un cambio de monarca en el trono, para sacudirse el yugo de los poderes que los esclavizaban. El salmo sería la expresión ritual de la afirmación de que el rey de Jerusalem es inatacable e invencible gracias a YHWH. Por eso, en los primeros versículos tenemos el contraste de una nueva rebelión caótica de las naciones, pero de una rebelión que, a causa precisamente del poder de YHWH que subyuga el caos de las naciones queda dominada desde el principio: "¿Por qué se agitan las naciones, y los pueblos mascullan planes vanos? Se yerguen los reyes de la tierra, los caudillos conspiran aliados contra YHWH y contra su Ungido: "¡Rompamos sus coyundas, sacudamos su yugo!" El que se sienta en los cielos se sonríe, YHWH se burla de ellos. Luego en su cólera les habla, en su furor los aterra: "Ya tengo yo consagrado a mi rey en Sión mi monte santo" (Sal 2,1-6).

El trono de David había recibido una directa legitimación sagrada mediante la profecía de Natán. Según ella, Dios aseguraría para siempre el reinado de la dinastía davídica sobre Israel y le ofrecería relaciones filiales. Porque YHWH quiso ser padre del Ungido, éste se convertirá en su hijo: "Y cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de tu realeza. El construirá una casa para mi Nombre y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre. Yo seré para él padre y él será para mí hijo. Si hace mal, le castigaré con vara de hombres y con golpes de hombres, pero no apartaré de él mi amor, como lo aparté de Saúl a quien quité delante de mí. Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí; tu trono estará firme eternamente" (2 Sa 7,12-16). Es la respuesta de Dios ante el proyecto de David de construir una casa para el Señor. Ya que el Creador de todas las cosas es inabarcable, es el hombre quien debe acogerse al abrigo divino sin buscar construir por sí solo su propio destino. Por eso va a ser YHWH quien edifique una casa para David.

A partir de entonces, se pondrá en evidencia el lugar que ocupa el rey Mesías en la fe de Israel. En virtud de esa promesa, cada rey que deciendera de la dinastía de David sería considerado legítimamente el Mesías por el cual Dios cumpliría los designios relativos a su pueblo. Puesto que YHWH había realizado una Alianza Eterna (berit olam) con David, se tenía la seguridad de que Dios nunca dejaría de perpetuar su dinastía. Existía pues, entre YHWH y la casa de David, un contrato de favor que establecía una base jurídica para las futuras relaciones entre los contrayentes.

La elección de Dios sobre el rey era una idea común a todo el Oriente antiguo. En la subida al trono de los faraones esta predilección era expresada a través de un documento escrito por la divinidad en persona, como consta en las palabras de Amón-Re de Karnak a Hatschepsut: "Mi hija querida... yo soy tu padre amado. Yo establezco tu dignidad como señor de ambos países. Yo te escribo tu protocolo" (citado por G. Von Rad, El ritual real judío, en Estudios sobre el antiguo testamento, Salamanca 1976, p.194). En estas ceremonias debió inspirarse el posterior ritual de la subida al trono de los reyes de Israel, tal como se describe en la coronación de Joás por el sacerdote Yehoyadá: "Hizo salir entonces al hijo del rey, le puso la diadema y el Testimonio y lo ungió. Batieron palmas y gritaron "¡Viva el rey!" (2 Re 11,12). Y tal vez el contenido del testimonio sea el decreto referido por el rey en el Sal 2,7-8: "Voy a anunciar el decreto de YHWH: El me ha dicho: "Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra".

En virtud de la Alianza pactada, la divinidad asumía la defensa del rey ante sus enemigos. Por eso el faraón Ramsés II dirigió su oración al dios Amón cuando luchaba contra los hititas en Kadesh, conocida a través de una inscripción del templo de Karnak: "¡Yo te llamo, padre mío Amón! Estoy en medio de pueblos numerosos que no conozco. Todas las naciones se han unido contra mí. Estoy solo, ningún otro conmigo. Mis soldados innumerables me han abandonado. Ni uno solo de mis aurigas ha mirado hacia mí. No he dejado de gritar hacia ellos, pero ni uno solo me ha oído cuando los llamaba. Veo que Amón vale más para mí que miles de infantes y que centenas de millares de carros, más que diez mil hermanos e hijos, todos unidos en un corazón. ¡No es la obra de hombres numerosos lo que cuenta! ¡Amón es mucho más útil que ellos! He llegado hasta aquí por orden de tu boca, oh Amón. No he transpasado tus deseos" (citado en Equipo "Cahiers Evangile", Oraciones del Antiguo Oriente, Estella 1979, p.74). Del mismo modo el rey de Israel suplicaría confiadamente cuando también él se encontrara en peligro: "¿Por qué se agitan las naciones, y los pueblos mascullan planes viles? Se yerguen los reyes de la tierra, los caudillos conspiran aliados contra YHWH y contra su Ungido" (Sal 2,1-2).

Pero, a pesar de los llamativos paralelismos del ritual real israelita con respecto al ritual egipcio, existe una profunda diferencia. En Egipto se entendía la cualidad de hijo de dios del faraón en un sentido físico e inmediato. Un himno dedicado al dios-sol Atón, conservado en una pared de la tumba de Ay en El-Amarna, expresa esta convicción del soberano Akhénaton: "Cuando te levantas, haces crecer todas las cosas para el rey. La prisa se apodera de toda pierna apenas has organizado la tierra y la has hecho surgir de tu hijo, salido de tu cuerpo, el rey del Sur y del Norte que vive de verdad, Akhénaton... y la gran esposa real a la que ama, Nefertiti" (citado en Equipo "Cahiers Evangile", Oraciones del Antiguo Oriente, Estella 1979, p.71). Por el contrario, esto era impensable en la fe de YHWH, según la cual el rey es hijo sólo por adopción. Al recibir la corona, el rey davídico recibía de YHWH el encargo de gobernar con justicia y sabiduría y de pastorear al pueblo de Dios.

En este sentido, la idea de adopción contenida en el Salmo se acerca más a la expresada en el antiguo código legal babilónico de Hammurabi, donde un padre reconoce a los hijos de la esclava con las siguientes palabras: "Si la primera esposa de uno le da hijos y si su esclava le da hijos, si el padre, en vida, les dice a los hijos que la esclava le había dado: "¡Vosotros sois mis hijos!", y si los ha puesto en el mismo rango que a los hijos de la primera esposa, cuando el padre haya ido ha su destino, los hijos de la primera esposa y los hijos de la esclava se repartirán por igual los bienes del patrimonio paterno, (pero) el heredero, hijo de la primera esposa, tomará la parte de su elección" (Ham 170). Por eso, el "hoy" del Sal 2,7 hace referencia a la subida al trono y a su acto de declaración.

Es importante no perder de vista otros contextos de relación padre-hijo. Entre YHWH e Israel se da también un acto de elección: "Dijo YHWH a Moisés: "Cuando vuelvas a Egipto, harás delante de Faraón todos los prodigios que yo he puesto en tu mano; yo, por mi parte, endureceré su corazón, y no dejará salir al pueblo. Y dirás a Faraón: Así dice YHWH: Israel es mi hijo, mi primogénito. Yo te he dicho: ‘Deja ir a mi hijo para que me dé culto’, pero como tú no quieres dejarle partir, mira que yo voy a matar a tu hijo, a tu primogénito" (Ex 4,21-23). Esta relación de elección es la que obliga al pueblo a la obediencia filial: "Hijos sois de YHWH vuestro Dios. No os haréis incisión ni tonsura entre los ojos por un muerto. Porque tú eres un pueblo consagrado a YHWH tu Dios, y YHWH te ha escogido para que seas el pueblo de su propiedad personal entre todos los pueblos que hay sobre la faz de la tierra" (Dt 14,1-2).

Volviendo al contexto de la elección divina del rey, las palabras contenidas en el libro del Im manu’El también evocarían el decreto afirmado en Sal 2,7: "Una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y se llamará su nombre Maravilla de Consejero, Dios fuerte, Siempre Padre, Príncipe de Paz" (Is 9,5). Esta proclamación de una serie de nombres corresponde al rito egipcio de coronación. Así, por ejemplo, el citado faraón Akhenaton (Amenhotep IV) había recibido entre sus títulos protocolarios el de "NeferkheperuRe’-WanRe’": Ra perfecto en manifestaciones - el único de Ra. También la investidura de José como visir de Egipto va acompañada de una imposición de título protocolar: "Dijo Faraón a José: "Mira: te he puesto al frente de todo el país de Egipto". Y Faraón se quitó el anillo de la mano y lo puso en la mano de José, le hizo vestir ropas de lino fino y le puso el collar de oro al cuello... Dijo Faraón a José: "Yo, Faraón: sin tu licencia no levantará nadie mano ni pie en todo Egipto". Faraón llamó a José Safnat Panéaj (Dios dice que esté vivo) y le dio por esposa a Asnat, hija de Poti FeRa, sacerdote de On" (Gn 41,41s.44s). Por tanto, en un terrible momento de crisis, cuando se temía la caída de Jerusalem a manos de efraimitas y arameos, el oráculo del profeta Isaías aseguraba la supervivencia de la realeza de Judá más allá de la guerra y del monarca por entonces reinante.

 

 

El Señorío de Jesús, Mesías

La finalidad del Salmo 2 era, pues, describir el reinado y la misión del rey ungido a partir de la gloria que le viene de Dios: esta gloria podía mostrarse en cualquier momento. A lo largo de la historia del reino de Judá esa gloria se fue ocultando cada vez más, hasta hacerse imperceptible en los últimos reyes anteriores al destierro, pasando luego a una mera esperanza futura, y llegando, finalmente, a manifestarse en el escándalo de la cruz de Jesús, velada entonces por la mayor oscuridad. Según los testigos del Resucitado, a él "se le ha dado todo poder en el cielo y en la tierra" (Mt 28,18). Él ha salido triunfador gracias al poder de Dios, a pesar de las alianzas de los poderes de esta tierra: "Porque verdaderamente en esta ciudad se han aliado Herodes y Poncio Pilato con las naciones y los pueblos de Israel contra tu santo siervo Jesús, a quien has ungido, para realizar lo que en tu poder y en tu sabiduría habías predeterminado que sucediera" (Hech 4,27-28).

Pero resulta muy difícil evidenciar este triunfo y encontrar la correspondencia entre los testimonios apostólicos y las afirmaciones del Salmo 2. Resulta extraña para la imagen del Crucificado la de un rey que con maza de hierro quebranta a las naciones. En el contexto del Sal 2 la imagen de hacer añicos las vasijas de barro tiene el sentido de hacer resaltar la autoridad absoluta que tiene el hijo para juzgar, por haber recibido en herencia el mundo y las naciones que hay en él. Esta imagen correspondía muy bien al reinado de David y de Salomón, el hijo que había engendrado con Betsabé: "Dominaba en toda la Transeufratina, desde Tafsaj hasta Gaza, sobre todos los reyes de más acá del Río (Eufrates); tuvo paz en torno a todas sus fronteras. Judá e Israel vivieron en seguridad, cada uno bajo su parra y bajo su higuera, desde Dan hasta Bersheva, todos los días de Salomón" (1 Re 5,4-5). Pero no a la mayoría de los reyes siguientes, que perdieron efectivamente el control de muchos territorios cuando sus estados vasallos se rebelaron. En el caso de Jesús, la imagen de la realeza sólo engendra burla y es convierte en el motivo principal de acusación. En la cruz "estaba puesta la inscripción de la causa de su condena: "El Rey de los judíos" (Mc 15,26).

Sin embargo Pablo, al referir el Salmo 2 como promesa cumplida en el presente en Jesús, refiere el "yo te he engendrado hoy" como un acto de entronización a la derecha de Dios en virtud de la resurrección. Esto queda manifestado no sólo en el saludo de la carta a los Romanos (1,3-4), sino también en el himno de la Carta a los Filipenses. Allí la exaltación por parte de Dios que sigue a la muerte de cruz está implicando la imposición de un nombre, como era habitual en el rito de coronación real: Cristo "se humilló a sí mismo. Obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre" (Flp 2,8-11). Este modo de entronización evoca más la historia de José, vendido por sus hermanos y encarcelado por su amo en un pozo, pero exaltado por encima de todos en Egipto, que la historia de David el conquistador.

La correspondencia del mensaje apostólico con el Ungido triunfador del Salmo 2 reside en el ultimatum, en el llamamiento expresado en el nuevo testamento, que proclama que las naciones se encuentran bajo el poder de Dios y de su Mesías: "Oí entonces una voz fuerte que decía en el cielo: "Ahora ya ha llegado la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo, porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba Día y noche delante de nuestro Dios. Ellos lo vencieron en virtud de la sangre del Cordero y a la palabra de testimonio que dieron, porque despreciaron su vida ante la muerte. Por eso, regocijaos, cielos y los que en ellos habitais" (Ap 12,10ss). No hay margen ya para una vida independiente y alejada de Dios, u hostil a él. En el estado definitivivo del nuevo pacto, todo se halla intensificado hasta el extremo: ¡Felices todos los que buscan refugio en Dios!

Los escritos apostólicos fueron progresando en la interpretación de dicho poder entregado por Dios a su Mesías Jesús. Así como Pablo vinculaba el "Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy" al acto de la resurrección por obra del Espíritu de Dios, el evangelio de Lucas lo vincula al descenso del Espíritu en el momento del Bautismo (Lc 3,22). Aunque el mismo evangelista situaba el descenso del Espíritu Santo sobre María haciendo que el niño nacido por esta causa fuese llamado Hijo de Dios (cf. Lc 1,35). La carta a los Hebreos, en cambio, va mucho más lejos en su referencia, puesto que supone el acto de engendrar al Hijo antes de "introducir a su Primogénito en el mundo" (Heb 1,6). Si tenemos en cuenta que Jesús de Nazaret no es un rey judaíta que fuera a ser entronizado, entonces se comprende que los ecritos apostólicos interpreten que el "hoy" es el día de Dios que no se puede fijar cronológicamente, el ahora de la eternidad de su elección que se proclama en nuestro presente.

 

 

Lectura personal del Salterio

Después de estas reflexiones sobre las distintas lecturas de los Salmos, trataremos de ver cómo es posible leer hoy estos textos respetando a la vez las exigencias de la crítica histórica y las de la teología, que tiene por objeto el misterio de Jesús el Cristo. Los salmos son textos de oración: por tanto no es cuestión de ver solamente qué luz puede sacarse de ellos en el orden de la cristología, sino que hay que ver cómo se los puede rezar, es decir, incorporarlos a una contemplación y a una súplica que tienen por objeto a Dios mismo con quien entramos en relación concreta por la mediación de Cristo. Mientras no consigamos eso, nos quedaremos en la supeficie de unos textos sobre los que hemos emprendido un estudio erudito con los medios que ofrece la cultura de nuestro tiempo.

Para esta operación no existen recetas prefabricadas. Cada persona que reza la realiza tal como ella la entiende, bajo la forma que corresponde a sus posibilidades intelectuales y a sus disposiciones interiores, a su espíritu y a su corazón.

Nos puede ayudar tener presente, en primer lugar, que los Salmos no solamente cantan al Crucificado Resucitado, sino también que son cantados por él mismo en representación de todo su Cuerpo.

También debemos tener presente que es el Espíritu el que no sólo nos ayuda a confesar a Jesús como Señor, sino también el que ora en nuestro interior, porque nosotros no sabemos cómo pedir.

Cuando rezamos los Salmos estamos utilizando las palabras que muchos hombres en la historia de Israel usaron para dirigirse a Dios en situaciones muy diversas, a veces desesperadas. A veces atravesamos por esas mismas circunstancias, por lo cual en la salmodia debemos revivir los mismos sentimientos de confianza que inspiraron esos versos en un momento concreto. Además, muchísimas otras personas que atraviesan las mismas dificultades o experimentan alegrías semejantes, no saben o o están dispuestas a orar. Nuestras voces ejercen entonces un oficio sacerdotal de intercesión y de sustitución.

Algunos textos de S. Agustín nos pueden ayudar:

"En este Salmo, si es que pertenecemos a sus miembros y a su Cuerpo, según nos atrevemos a creerlo diciéndonoslo él, debemos reconocer nuestra voz, no la de un extraño. Y no dije nuestra, como si fuese sólo la de aquellos que actualmente estamos aquí, sino nuestra entendiéndola por la de los que nos hallamos desde el oriente al occidente. Todos nosotros somos en Cristo un solo hombre; él es cabeza de este único hombre, la cual está en los cielos, más sus miembros aún sufren en la tierra" (Comentario al Salmo 61).

"Este Salmo habla en persona de Cristo nuestro Señor, es decir de la cabeza y de los miembros (...) El es nuestra cabeza, nosotros somos sus miembros. Toda su Iglesia, que se halla diseminada por el mundo entero es su cuerpo, del cual él es la Cabeza. Todos los fieles, no sólo los actuales, sino también los que existieron antes que nosotros y los que después de nosotros han de existir (...) pertenecen a su cuerpo. (...) Cuando oímos su voz, debemos entenderla como procediendo de la cabeza y del cuerpo, porque todo cuanto padeció, también lo padecimos nosotros en él y, asimismo, lo que padecemos nosotros, él lo padece en nosotros. (...) Luego con razón su voz es nuestra voz, y la nuestra, la de él. Oigamos ya el Salmo, y en él entendamos a Cristo que habla" (Com. al Salmo 62,3).

"Cuando hablamos con Dios en la oración, el Hijo está unido a nosotros, y, cuando ruega el cuerpo del Hijo, lo hace unido a su cabeza; de este modo, el único Salvador de su cuerpo, nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ora por nosotros, ora en nosotros y, al mismo tiempo es a él a quien dirigimos nuestra oración: Ora por nosotros, como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; recibe nuestra oración, como nuestro Dios.

Reconozamos pues, nuestra propia voz en él y su propia voz en nosotros. Y, cuando hallemos alguna afirmación referente al Señor Jesucristo, sobre todo en las profecías, que nos parezca contener algo humillante e indigno de Dios, no tengamos reparo alguno en atribuírsela, pues él no tuvo reparo en hacerse uno de nosotros" (Com. al Salmo 85,1).

 

 

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA.

  1. Equipo Cahiers Evangile, Oraciones del Antiguo Oriente, Estella, 1979.

  2. P. Grelot, El misterio de Cristo en los Salmos, Salamanca, 2000.

  3. H. Gunkel, Introducción a los salmos, Valencia 1983.

  4. J. Jeremías, Jerusalem en tiempos de Jesús, Madrid 1977.

  5. H-J. Kraus, Los salmos I-II, Salamanca, 1993.

  6. H-J. Kraus, Teología de los salmos I-II, Salamanca, 1996.

  7. L. Rivas, Los Salmos en el Nuevo Testamento, en AAVV, Los Salmos en la Liturgia Romana, Buenos Aires, 1994.

  8. Schürer, E., Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús (Vol I), Madrid, 1985.

  9. G. Von Rad, Estudios sobre el antiguo testamento, Salamanca 1976.

  10. G. von Rad, Teología del Antiguo Testamento I, Salamanca 1993.