HISTORIA, CARISMA Y OBJETIVOS

DE LAS CUATRO OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS


Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) -
Las Obras Misionales Pontificias, cuya dirección está asegurada por un Comité Supremo presidido por el Cardenal Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, tienen como objetivo evidenciar la naturaleza misionera de la Iglesia y el deber de todos los cristianos de participar en su Misión con la oración, el sacrificio y la cooperación material. 

La Jornada Misionera Mundial, momento culminante de toda  actividad anual de animación y cooperación, es conocida  a todos los niveles y ya se ha convertido en una tradición en la Iglesia. Su celebración fue pensada y solicitada por uno de las Obras Misionales Pontificias, la Pontificia Obra de la Propagación de la Fe. En efecto hablamos de Obras Misionales Pontificias porque son cuatro, sin embargo, aunque fundadas en épocas diferentes, constituyen una institución única y tienen un objetivo fundamental que las aúna: promover el espíritu misionero universal en todo el Pueblo de Dios que es la Iglesia. He aquí una ficha sintética de su origen y objetivos. 

 

La Obra Pontificia de la Propagación de la Fe (POPF)

 

Datos históricos y carisma - La Iglesia de Francia, renacida de la persecución de la Revolución Francesa, sufría todavía bajo la opresión rastrera del poder estatal y se dividía a causa de las doctrinas ambiguas de la herejía Galicana. Durante el reino de Napoleón (1804-1815), las gloriosas Missions Étrangères de París (MEP) no pudieron enviar al Extremo Oriente sino dos misioneros solamente. En estas circunstancias el carisma del Espíritu se fijó en una joven mujer de Lyón, Pauline Marie Jaricot, nacida en una familia acomodada el día 22 de julio de 1799. Pauline disfruta de una infancia feliz, con todas las comodidades de una familia enriquecida desde la incipiente revolución industrial. Durante la adolescencia, disfruta de su abundancia de dinero, se gloría de su belleza, de sus joyas y de sus vestidos, que la convierten en la estrella de los encuentros mundanos. A los 17 años, una predicación de su párroco la conmueve, y Pauline comprende lo efímero de su existencia y la nulidad de sus aspiraciones: ¡una decepcionante e infinita vanidad que  abandona de una vez para siempre!

La noche de navidad de 1816 Pauline hace voto de castidad, y descubre las motivaciones de su vida en la devoción a la Santísima Eucaristía y en la reparación a las ofensas causadas al Sagrado Corazón de Jesús, insultado también por los excesos de la pasada Revolución. A su alrededor las 13 muchachas trabajadoras de las fábricas de su padre se reúnen en una Asociación Espiritual, llamada sencillamente de las “Reparadoras”. En el año 1818, en la línea sugerida por un librito de las MEP, este grupo asume también la dimensión de la oración y de la animación misionera, con la oferta semanal facultativa de un ‘céntimo’, «con el fin de cooperar a la expansión del Evangelio». Para Pauline, esto representa la orientación de todo su ser hacia la Misión. Estimulada también por el ejemplo de su hermano Philéas, decidido a hacerse misionero, armoniza perfectamente el impulso espiritual con la concreción de la acción. En su mente toma forma el modo más simple y eficaz para orar y ayudar a los misioneros: los que oran juntos en favor de las Misiones, también juntos las ayudan. Nace así una acción de grupo con diez personas, cada una de las cuales se compromete a encontrar otras diez personas que oran y dan semanalmente un ‘céntimo’ para las Misiones. La idea inflama los corazones, y el proyecto se extiende como una mancha de aceite: el 20 de octubre de 1820 son ya más de 500 los inscritos a lo que se llamará Asociación de la Propagación de la Fe, que tiene su fundación oficial el día 3 de mayo de 1822. En el año 1826 la Obra se extiende en Europa, inicia sus Annales, que reproducen las cartas de los misioneros, y mantiene estrechas relaciones con la Congregación de Propaganda Fide. Como confirmación de su espíritu misionero y del servicio a la Iglesia Universal, el 3 de mayo de 1922, Pío XI, con el Motu Proprio Romanorum Pontificum, declara «Pontificia» la Obra de la Propagación de la Fe (POPF).

Objetivos de las POPF: 1. Mantener en la Iglesia el Espíritu de Pentecostés que ha abierto a los Apóstoles los confines del mundo y les ha hecho «misioneros» (enviados): el espíritu ‘católico’, es decir universal, se atiene a la naturaleza misma de la Iglesia; 2. Vivir en comunión con Cristo, en su Iglesia, la misión redentora universal como el fundamento de una corresponsabilidad apostólica: «Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20, 21). 3. Participar al anuncio del Evangelio con el ejemplo de la propia vida y con la contribución de las propias potencialidades humanas, profesionales y productivas, contribuyendo también con sus ofertas económicas.

Reconocida por la Iglesia para el servicio de la Misión, la POPF no sólo tiene la calificación de «Pontificia», sino también la de «Episcopal». La Obra es parte de la Iglesia Universal que coordina la actividad misionera en todo el mundo, pero también es parte de la Iglesia Local que tiene el derecho–deber de hacer «discípulos a todas las gentes» (Mt 28, 19). De hecho, para todas las Obras Misionales Pontificias es profundamente verdad que: «aunque son las Obras del Papa, lo son también del entero Episcopado y de todo el Pueblo de Dios» (Pablo VI, Mensaje JMM 1968).

 

Medios espirituales: 1. La Lectio Divina personal o en grupo para reconocer, admirar y promover el Plan misericordioso de Dios para la Salvación de la Humanidad. En la meditación y con la oración, dar gracias, «porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16). 2. La Adoración Eucarística con una cierta frecuencia, para revivir con Cristo su inquietud apostólica, sus fatigas en la evangelización y sus momentos de pasión: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16, 24). 3. El Rosario Misionero que, en la oración a la Madre de Jesús y Madre nuestra, nos recuerda en el color de sus cuentas los diferentes continentes y las necesidades espirituales y materiales de sus pueblos.

 

Medios materiales: 1. La Contribución al «Fondo Universal de Solidaridad» para la Evangelización del mundo, con una oferta mensual y, de un modo especial, durante la Jornada Misionera Mundial (JMM). 2. La participación en la expansión de la Iglesia en el mundo por medio de la financiación de las obras religiosas, asistenciales o educativas de las Iglesias en los Países de Misión. Es particularmente importante el apoyo ofrecido a los Catequistas y a los Responsables laicos de las nuevas Comunidades de Misión, para su formación. 3. La solidaridad con los más pobres y desvalidos de cada raza y nación, para combatir, con ellos, el hambre, las plagas del SIDA, de la violencia… y sostenerles en sus dolorosas condiciones de vida. «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40). 4. Promover la fraternidad universal, haciéndose cargo de los oprimidos, de los refugiados, de los emigrantes, y participar en las actividades eclesiales y civiles que promueven, con un desarrollo ecuánime y solidario, la justicia y la paz en el mundo.

 

La Obra Pontificia de la Infancia Misionera (POSI)

 

Datos históricos y carisma - La figura del niño ha tenido siempre una influencia irresistible e irreprimible sobre el corazón de todos: su sencillez, belleza y vitalidad sin freno es como un reflejo de la vida de Dios. También Jesucristo que, con su nacimiento en el pesebre de Belén y su infancia en Egipto y en Nazaret había experimentado este estado de beatitud amorosa, ha tenido predilección de modo particular por los niños: «Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis; porque de los que son como éstos es el Reino de Dios» (Lc 18, 16). Lo principal de esta Obra es el papel particular que los «pequeños» tienen ante el anuncio del Reino. Los niños, de hecho, son particularmente habilitados a acogerlo y a vivir su riqueza de belleza, de alegría y de amor. En el léxico cristiano, además, la «pequeñez» se impone como categoría espiritual fascinante que refleja la santidad de Dios. La devoción al Niño Jesús, es sentida como un abandono obediente del hombre a la voluntad del Padre, y es clasificada en los estados de vida como «infancia espiritual».

El gran movimiento misionero, que desembocó en Francia en el siglo XIX, no podía no tener en cuenta las necesidades esenciales de la parte más frágil y más débil de la humanidad: los NIÑOS. Las cartas de los Misioneros, especialmente las de las Religiosas, hablaban de niños eliminados porque no eran queridos a causa del sexo (las niñas), o por defectos físicos o psíquicos (los minusválidos), o simplemente por la imposibilidad de subsistencia en la gran pobreza general. ¡Había necesidad de una ayuda urgente y generosa de parte de todos para salvar a estas criaturas destinadas a la muerte! La ayuda llega de un gran Obispo, Charles August Marie de Forbin-Janson, nacido el 3 de noviembre de 1785. Entrando muy joven en el seminario de Saint Sulpice, alberga en el corazón el deseo y la esperanza de la vida misionera. Pero no debía ser así, porque la Providencia lo quiso rector del seminario y Vicario General en Chambéry. Pone en práctica su sueño misionero convirtiéndose en predicador para los sacerdotes y ofreciendo las «misiones» al pueblo. Los viajes y el conocimiento de los pueblos, propios del caminar misionero, llegan a ser experiencia personal directa cuando, en 1917 realiza un largo viaje de predicación en el Medio Oriente, visitando Egipto, Palestina, Siria y Turquía. Consagrado Obispo de Nancy en 1824, debido a su celo misionero, choca con las potencias anticlericales del tiempo, y se ve obligado, en 1833, a seguir el camino de tantos misioneros, el del exilio. Manifiesta al Papa Gregorio XVI su deseo de partir misionero a China. Pero su sueño desvanece e, invitado a ello, se dirige a los Estados Unidos y a Canadá para predicar. Pasa sus últimos años en Alemania, y muere cerca de Marsella el 3 de noviembre de 1844.

La fuerte tensión misionera de este gran Obispo encontró su salida en la devoción al Niño Jesús, devoción que procuraba difundir. Recordando las atrocidades que se cometían contra los niños, especialmente en el mundo pagano de la época, Mons. de Forbin-Janson dio a esta devoción un planteamiento misionero. De hecho, el mismo nombre «Santa Infancia» expresa la voluntad de poner la Asociación bajo la protección del Niño Jesús. Desde hacía tiempo, muchas personas y grupos se inspiraban en este espíritu, pero la fecha que oficialmente señala el inicio de la Obra de la Santa Infancia es el 19 de mayo de 1843 La intuición de Mons. de Forbin-Janson fue la de crear un movimiento de niños cristianos para ayudar a los niños paganos a encontrar al Señor y a salvarles de la muerte. Su finalidad era la de salvarles sobre todo a través del bautismo y educarles cristianamente: todo esto debía ser el fruto de una caridad apostólica y solidaria, es decir, un espíritu genuinamente misionero, y no sólo una acción social.. La Obra encontró el favor general de las personas y de las instituciones más empeñadas en la educación de los niños. Conoció así un desarrollo muy rápido en Europa y en América del Norte, y en su consolidación pudo aprovechar la ayuda de la Iglesia y del favor del papa León XIII, que la promovió con la encíclica Sancta Dei Civitas (3 de diciembre de 1880). El día 3 de mayo de 1922, Pío XI le concedió el título de «Pontificia» (POSI).

Objetivos:  1. La POSI se dirige a los niños y a los muchachos hasta el umbral de la adolescencia, para despertar en ellos su conciencia misionera y sostener, con una acción pedagógica cualificada y determinada, su apertura a la caridad y a la solidaridad cristiana. «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a pequeños» (Lc 10, 21). 2. Conociendo y experimentando en la «Escuela con Jesús» la evidencia de una vida feliz con Jesús, su Hermano, los niños oran y procuran que todos los niños del mundo lo conozcan y lo amen. «Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis […]. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él» (Mc 10, 13). –Los niños aman a los niños–. 3. La parroquia, la escuela y la familia son partícipes en un programa pedagógico–catequético para la formación de los niños que actúan como sujetos activos de su propia educación. Son guiados para que poco a poco abran sus mentes a las dimensiones del mundo y para que orienten el afecto de su corazón a la donación de lo superfluo en favor de sus coetáneos en necesidad. –Los niños ayudan a los niños–. 4. Como ideal de vida, por amor de Jesús, y para imitarlo, la POSI propone a los niños la vocación a la Misión que salva a los niños haciéndoles hijos de Dios, para que lleguen a ser hombres completos. –Los niños llegan a ser misioneros y hacen misioneros a los otros niños–.

 

Medios espirituales:  1. Una devoción particular al Niño Jesús, hermano de todos los niños del mundo. 2. La participación más frecuente a la Eucaristía, para estar en comunión sincera con Jesús y con todos los niños del mundo. 3. Un Ave María al día a la Mamá de Jesús por todos los niños que sufren y que tienen necesidad de ayuda. 4. La inscripción como miembro de la Infancia Misionera, para llevar el Evangelio a los otros. 5. Una preparación con la oración y el canto para anunciar el Nacimiento del Niño Jesús como «Cantores de la Estrella». 6. La celebración de la Jornada Mundial de la Infancia Misionera: (6 de enero).

 

Medios Materiales:  1. Un programa específico de preparación de los dirigentes y de los animadores de la POSI, y de sensibilización de los Obispos de los 110 países que forman parte de ella. 2. La oferta de un ‘céntimo’ cada semana, o de los propios ahorros a favor de los niños pobres del mundo. 3. La participación en las actividades en favor de los niños para que se les permita nacer, para que no sean explotados con fines económicos o sexuales, y para que se haga posible la plena disponibilidad para acoger a los niños emigrados o refugiados. 4. La recogida y la distribución de fondos destinados a proyectos de educación y de asistencia a la Infancia Misionera en el mundo. 5. La participación a las manifestaciones tradicionales, como los «Cantores de la Estrella», o programadas por los grupos, para recoger ayudas y contribuciones en favor de la subsistencia y de la educación de los niños pobres.

 

La Obra Pontificia de San Pedro Apóstol

 

Datos históricos y carisma - El carácter carismático y significativamente laical de las OMP se pone claramente de manifiesto en la fundación de la Obra de San Pedro Apóstol. De hecho, el nacimiento de esta Obra tiene lugar en Francia, tras la sugerencia del Vicario Apostólico de Nagasaki, Mons. Cousin, de las Missions Étrangères de Paris (MEP), plenamente convencido de la necesidad de un Clero local, es decir, de sacerdotes que en aquél tiempo eran conocidos con el nombre de «Sacerdotes indígenas». Por eso, esta Obra se interesa de modo particular de una de las necesidades más urgentes para el progreso de la evangelización: la educación y la formación del Clero local a través de la construcción y el mantenimiento de los seminarios en los Países de Misión. Para la realización de su proyecto, tener en Japón un seminario para la adecuada formación espiritual y teológica de los sacerdotes japoneses, Mons. Cousin se dirige a la señorita Jeanne Bigard. Nacida en Normandía de una familia pudiente, en el año 1859, Jeanne adquiere de la madre Stephanie un vivo interés por la vida espiritual, y se desarrolla en ella, como consecuencia, un fuerte sentimiento por las necesidades de los obreros del Evangelio y, de modo especial, por los sacerdotes de las misiones. A pesar de su timidez y de su frágil salud, se empeña hasta el fondo en esta ideal que se ha convertido en la finalidad de toda su vida. Para ello, recorrerá todas las diócesis de Francia e irá también al extranjero, llegando incluso a Roma. Después de haber dado una consistente ayuda económica para la construcción de la Iglesia de San Francisco Javier en Kyoto, a la muerte de su padre, Jeanne vende todo y se retira con la madre a vivir en dos míseras habitaciones para poder destinar sus bienes a las Misiones. Mantiene una abundante correspondencia epistolar con los misioneros y responde diligentemente a la solicitud de Mons. Cousin, empeñándose a recoger los fondos necesarios para su seminario japonés. Era una costumbre en Jeanne llamarse a  sí misma una “cabeza de hierro”, para poner de manifiesto su tenacidad en el hacer las cosas, pero muy pronto los proyectos fueron tan numerosos, y algunos de ellos son de tan largo plazo, que comprende que sin una organización no puede llevar a cabo su tarea de apoyo a las Misiones. Nace entonces, entre 1889 y 1896 una Asociación que se convertirá después en la Obra de San Pedro Apóstol. En 1894 Jeanne imprime el primer Manifiesto dirigido a todos los cristianos, para llamar la atención sobre la importancia de esta ayuda al desarrollo de las Misiones Católicas.  En 1896 se reúne el primer Consejo de Administración de la Asociación y se imprime el primer folleto de propaganda. La fecha oficial de la Fundación de la Obra de San Pedro Apóstol es el año 1889 en Caen, en Francia. En 1901 se traslada la sede a París, y después a Friburgo en Suiza, para facilitar su reconocimiento civil y una administración de los fondos más libre: en 1920 se traslada a Roma. León XIII, con la Carta Encíclica Ad extremas Orientis, recomienda la Obra a toda la Cristiandad, y el 3 de mayo de 1922, Pío XI declara la Obra de San Pedro Apóstol “Pontificia”, junto con las dos precedentes (POSPA). Después de la muerte de la madre Stephanie, el día 5 de enero de 1903, se encuentra afectada por una fuerte depresión que transformará su vida en un angustioso Calvario. Consciente de su situación, Jeanne confía la Obra a las hermanas Franciscanas Misioneras de María, de Friburgo. Después de varias hospitalizaciones en diferentes hospitales y el agravamiento de su estado de salud mental, Jeanne fue trasladada a la casa de las hermanas de San José de Aleçon, donde se apaga el 18 de abril de 1934. Jeanne Bigard dejará en herencia a la Iglesia una aguda conciencia del alcance mundial del empeño misionero, una clara conciencia de la importancia del Clero indígena, con una visión profética para sus tiempos, una mayor sensibilidad del laicado para la movilización espiritual y humana de las Iglesias antigua, en un ambiente de solidaridad con las iglesias jóvenes: semillas de una primavera misionera que florecerán en todas las componentes de la Iglesia en Misión. El sentido de su Obra se puede encontrar en las palabras de San Pablo: «¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? (Rm 10, 14-15). El incremento del clero indígena encuentra también su justificación y necesidad en las palabras mismas de Jesús: «Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20, 21). De hecho, la transmisión del Evangelio, además que en la necesidad de Obreros del Evangelio, se debe basar también en la cultura, la religión, la vida y la organización social de cada pueblo. Todo esto lo conocen mejor los hijos de este pueblo, el Clero indígena en sus Iglesias Locales.

            Objetivos:  1. Recomendación insistente para la Formación y la Educación de los Sacerdotes, Religiosos y Religiosas locales. 2. Contribución con la oración y la ayuda económica al crecimiento del Clero indígena y de las Comunidades Religiosas locales. 3. Atención particular para la formación misionera de la juventud, con el objetivo de aumentar el número de las vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa, especialmente en las Misiones. 4. Mayor implicación de todo el laicado católico, no sólo con la aportación de ayudas, sino también mediante un compromiso personal de actividad misionera.

            Medios espirituales:  1. Orar incesantemente por las vocaciones sacerdotales misioneras según el mandamiento de Jesús: «Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 38). 2. Establecer una cadena espiritual de amistad, de interés y de compartir en la vida apostólica por medio de las comunicaciones, las visitas y contactos de diferente género entre los varios centros de educación y formación de las Iglesias. 3. Acoger con simpatía y alegría cristiana en las propias instituciones los miembros de otras Diócesis o Congregaciones Religiosas, con el fin de ofrecerles un ambiente espiritual en el que emularse mutuamente en la santidad al servicio de Dios.

 

Medios Materiales:  1. Ofrecer una contribución económica al desarrollo de los Seminarios y de las Casas de Formación religiosa en las Iglesias de Misión. 2. Celebrar con oraciones, con actividades de carácter espiritual y con la oferta especial para los Seminarios, el Domingo de las Vocaciones. (Esta Jornada se celebra generalmente durante el IV Domingo de Pascua, Domingo del Buen Pastor). 3. Ofrecer «Becas de Estudio» para el mantenimiento y el estudio de los seminaristas en los seminarios de Misión. 4. Adoptar a los aspirantes al sacerdocio, ya sea con contribuciones personales o de grupo, para acompañarles hasta la meta del sacerdocio. 5. Asumir en el ámbito de organizaciones eclesiales la construcción o el mantenimiento de nuevos seminarios en los territorios de Misión.

 

 

 

 

La Pontificia Unión Misional (PUM)

Datos históricos y carisma - La Unión Misional del Clero, a diferencia de las otras Obras, tiene como fin específico el incremento del trabajo misionero y la expansión de las misiones, no a través de la ayuda (económica), sino por medio del compromiso directo de los que como los Apóstoles han recibido una orden: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo…» (Mt 28, 19). La Unión fue fundada por el Beato Padre Paolo Manna, y reconocida por el Papa Benedicto XV el 31 de octubre de 1916. En su Carta Apostólica Graves et Increscentes, con ocasión del 50 aniversario de la fundación de la PUM, el Papa Pablo VI afirma que «como Cristo es el primer misionero, así todos los sacerdotes, en virtud del sacerdocio recibido, deben llamarse misioneros». Una afirmación que reafirma una doctrina que ya es pacífica, y un deber cada vez más urgente, incluso también por los numerosos documentos eclesiales que lo afirman (Evangelii Nuntiandi 68; Postquam Apostoli 5; Redemptoris Missio 67). En la misma carta Pablo VI definía a ala PUM como «el alma de las otras Obras Misionales Pontificias».

Paolo Manna nace en Avellino (Italia), el 16 de enero de 1872 y, llegando a ser misionero del Pontificio Instituto Misiones Extranjeras (PIME), es enviado a Birmania. En 12 años de actividad misionera debe volver tres veces a Italia por graves motivos de salud, la última de las cuales, para quedarse, lleno de dolor. Descubre así la voluntad de Dios respecto a él, de hacerle, por medio de la prensa, el animador misionero de toda la Iglesia: el misionero de la Misión. El objetivo de su trabajo no es sólo el de dar a conocer los progresos de la fe en el mundo y de ayudar con oraciones y ofertas a los misioneros sino que, sobretodo, es el deber de incrementar, con más misioneros y con el Clero indígena, una Iglesia que esté en grado de desarrollar plenamente su tarea de evangelización. Como director de la revista Le Missioni Cattoliche, y especialmente con su primera obra Missionari autem pauci (Los Misioneros son pocos), el Padre Manna suscita un impulso irresistible de entusiasmo a favor de la Misión, y un gran número de vocaciones misioneras: inicia así su gran tarea de animar misioneramente a todo el Clero. Su sueño de fundar una Unión Misional del Clero se realiza con la aprobación del Papa Benedicto XV, rogado insistentemente por el Beato Guido Maria Conforti, Obispo de Parma y fundador de la Sociedad de San Francisco Javier para las Misiones. El primer Congreso Internacional de la Unión (3 de enero de 1922), declara la necesidad de la enseñanza en los seminarios de la Misionología, una ciencia todavía desconocida en los institutos católicos de formación.

El Padre Manna insiste en sus escritos, cada vez más numerosos, sobre el papel insustituible de los presbíteros para el anuncio del Evangelio y para la educación de la conciencia misionera del pueblo de Dios, y para hacer que florezcan muchas vocaciones a las misiones. La difusión de la Unión es veloz después que el Papa, en su Encíclica Maximum Illud (1919), recomienda su presencia en todas las diócesis. Con una gran actividad de predicación y de prensa, el Padre Manna inflama a eclesiásticos y a laicos con el ideal misionero, mientras reta a los jóvenes a llevarlo a la práctica. Para él no existe una vocación misionera distinta de la vocación sacerdotal o cristiana; su lema es: «¡Todos Misioneros!». Para el Padre Manna, todos los bautizados, pero sobre todo «cada sacerdote, por naturaleza, por definición, es misionero». Él se lamenta de que a los sacerdotes les haya sido ocultada «una gran y elemental verdad: que la primera y fundamental función de la Iglesia es la evangelización del mundo, de todo el mundo». Este espíritu misionero universal debe ser integrado con el espíritu de unidad con los que él, el primero, llama los «Hermanos Separados», «que es condición indispensable para el triunfo integral del Evangelio en el mundo». El Beato Padre Manna precede proféticamente, con sus meditadas y vibrantes afirmaciones, las declaraciones del Concilio Vaticano II, especialmente: Ad Gentes 2, 39; Lumen Gentium 28; Optatam Totius 20; Presbyterorum Ordinis 10. Con los Sacerdotes, también los Religiosos, las Religiosas, y los Laicos Consagrados, son los obreros naturales de la Misión.

En 1949, con el decreto Huic Sacro, la Congregación de Propaganda Fide ofrece también a éstos la pertenencia a la Unión. Con decreto del 28 de octubre de 1956, la Unión es distinguida por el Papa Pío XII con el título de «Pontificia»; a partir de este momento es llamada la «Pontificia Unión Misional del Clero, de los Religiosos y Religiosas y de los Laicos Consagrados». Más sencillamente, es conocida como la «Pontificia Unión Misional» (PUM). El Padre Manna ha servido también a su Instituto como Superior General, desde 1924 al 1934. Fruto de este empeño son las Osservazioni sul metodo moderno di evangelizzazione, en las que propone una formación particular y diferente de un mayor número de seminaristas indígenas, y la constitución de Iglesias locales confiadas al Clero indígena. En sus últimos años, casi como un sueño, redacta su gran plan misionero de carácter profético de aliento universal: Le nostre “Chiese” e la propagazione del Vangelo. A la vigilia del Concilio Vaticano II, invita a las Iglesias antiguas a fundar Seminarios Misioneros para participar directamente en la evangelización del mundo, y a ofrecer ayuda a las jóvenes Iglesias de misión. El Padre Paolo Manna muere el día 15 de septiembre de 1952, y Juan Pablo II le declara Beato el día 4 de Noviembre de 2001.

           

Objetivos: La PUM quiere: 1. Promover la conciencia misionera entre los seminaristas, los sacerdotes y los religiosos. 2. Animar a todos los Animadores del Pueblo de Dios para la Misión (RM 84), difundiendo y promoviendo las otras OMP. 3. Favorecer la unión de los Cristianos para que «sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado…» (Jn 17, 23). 4. Poner a toda la Iglesia «en estado de misión».

 

Medios espirituales:  1. Meditar la Sagrada Escritura para entender el plan de salvación universal de Dios y conocer la naturaleza misionera de la Iglesia. 2. Leer y estudiar los documentos del Concilio Vaticano II y las encíclicas misioneras de los Papas. 3. Ver la historia personal y de la propia Iglesia en perspectiva mundial, para pensar y actuar a nivel mundial. 4. Orar al «Dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 37-38). 5. Celebrar las Fiestas misioneras: La Cuaresma de oración y de solidaridad; el Octubre misionero con la Jornada Misionera Mundial; San Francisco Javier, Jornada misionera de los Sacerdotes y de los Religiosos; Santa Teresa del Niño Jesús, Jornada misionera de las Religiosas; la Jornada Mundial de los Enfermos; la Semana por la Unidad de los Cristianos.

 

Medios Materiales:  1. Suscribirse a las publicaciones misioneras nacionales y procurarse libros de Misionología o que traten de los problemas mundiales, para un conocimiento serio de la Misión y de las realidades de las Religiones y de los Pueblos, necesario en un mundo ya globalizado. 2. Ofrecer una contribución anual a la PUM para sus actividades de animación. 3. Colaborar con el Director Nacional de las OMP, el Secretario de la PUM y el Director Diocesano, en la organización y actividades de animación misionera a través de la PUM. 4. Difundir las publicaciones oficiales de la PUM–Oficina Internacional: Omnis Terra (en Italiano, Inglés, Francés, Español, Portugués) y el Curso: Estudios para la Misión (en Italiano, Inglés, Francés, Español).

 

FUNDADORES Y FUNDADORAS

DE LAS OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS

 

La señorita Pauline Marie Jaricot inicia en 1818 la Asociación de la Propagación de la Fe, reconocida oficialmente el 3 de mayo de 1822. Paulina es «la fundadora de la mayor agencia de ayuda a las misiones en toda la historia de la Iglesia Católica: la Asociación de la Propagación de la Fe», que se convirtió después en la Obra de la Propagación de la Fe y que fue distinguida por Pío XI con el título de «Pontificia» en el año 1922.

El Obispo de Nancy, Mons. Charles Auguste Marie de Forbin-Janson, para dar un cariz misionero a la devoción al Niño Jesús, desarrolla un movimiento de niños cristianos para la ayuda y la salvación de los niños paganos. Nace así, el 19 de mayo de 1843 la Asociación de la Santa Infancia, a la que Pío XI declarará «Obra Pontificia» en el año 1922.

La señorita Jeanne Bigard, con el estímulo y bajo la guía de la madre Stephanie, se da como fin de la propia vida la preparación al ministerio sacerdotal de los jóvenes en los países de misión. En el año 1894 lanza el primer manifiesto de la Obra de San Pedro Apóstol, que inicia su actividad en el año 1896; se establece oficialmente en Caen en el año 1889 y es reconocida «Pontificia» por Pío XI en 1922.

El Padre Paolo Manna, misionero en Birmania, habiendo constatado la inmensidad del trabajo misionero, se encuentra lleno de dolor por la indiferencia del Clero y muy preocupado por el escaso número de los Misioneros. Funda, por esta razón, la Unión Misional del Clero para animar a los sacerdotes a la Obra Máxima, la evangelización del mundo, da a conocer las Misiones y promueve la oración en su favor. El 23 de octubre de 1916 El Papa Benedicto XV aprueba la Unión que, después de una rápida y fecunda difusión en el mundo, en 1956, es declarada «Pontificia» por Pío XII.

 

FIESTAS Y CELEBRACIONES

DE LAS OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS

 

Las Fiestas de los Patrones de las Misiones

S. Francisco Javier. 3 de diciembre Jornada Misionera de los Sacerdotes y de los Religiosos

S. Teresa del Niño Jesús, 1º de octubre Jornada Misionera de las Religiosas

 

Las Celebraciones de las Misiones

Jornada Misionera Mundial (JMM), Penúltimo Domingo del mes de octubre

Jornada Mundial del Sufrimiento (del Enfermo), 11 de febrero

Jornada Mundial de la Infancia Misionera, 6 de enero Fiesta de la Epifanía

Domingo del Buen Pastor, IV Domingo de Pascua