ROMA, jueves 8 marzo 2012 (ZENIT.org).- Faltan siete meses para que el santo padre inaugure la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que esta vez tendrá como tema "La Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana".
Por el alto grado de interés que viene suscitando el tema de la nueva evangelización, especialmente en las doce ciudades europeas involucradas esta cuaresma en la Misión Metrópolis, ofrecemos a nuestros lectores la intervención del padre Enrique Sánchez, superior general de los Misioneros Combonianos, en la última asamblea de la Unión de superiores generales, en Roma.
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P. Enrique Sánchez G. Mccj
Deseo agradecer la invitación que me han hecho para compartir con ustedes esta reflexión sobre la nueva evangelización y la transmisión de la fe y quisiera decir desde el inicio que no se trata de un estudio sobre el tema, sino de un compartir que me permita decir en voz alta lo que puede significar para un misionero esta invitación a vivir con actitudes nuevas la tarea del anuncio del Evangelio a los hermanos y hermanas de nuestro tiempo.
He tratado de recoger algunas ideas siguiendo un esquema muy sencillo señalando primeramente tres consideraciones preliminares, enseguida me he detenido en algunas implicaciones que el tema puede sugerirnos como misioneros y concluyo con un pregunta sobre cuáles podrían ser nuestras aportaciones a la nueva evangelización desde la experiencia misionera.
Consideraciones preliminares
La urgencia de la nueva evangelización
Me parece interesante subrayar que el tema de la nueva evangelización viene abordado en nuestros días resaltando no tanto el aspecto de la novedad, sino más bien el de la urgencia. Puede parecer algo sin mayor importancia, pero, visto desde la perspectiva misionera, nos recuerda algo que es fundamental en nuestra experiencia cristiana. Nos pone de frente a la perene novedad de la misión que consiste en anunciar a Cristo al mundo. Cristo que es el mismo, “ayer, hoy y siempre” como nos recuerda la carta a los Hebreos1.
La actualidad y la novedad de la misión es la persona de Jesús, él es y será siempre Buena Noticia para toda persona que abra su corazón a la experiencia de la fe. Esto es el corazón y el todo de la misión que no necesita de actualizaciones o ajustes porque siempre será novedad, puesto que se ocupa de presentar el misterio de Dios al mundo y Dios es siempre actual y sorprendente.
Pero, si es verdad que el contenido del mensaje misionero no cambia con el tiempo, no podemos decir lo mismo de los destinatarios, del ambiente y de la realidad en la que hoy somos llamados a vivir la vocación misionera.
La experiencia misionera nos obliga a tomar conciencia de que somos hijos de una época marcada por grandes contrastes en donde la humanidad aparece con sus grandes dones, potencialidades, adelantos, riquezas y, al mismo tiempo, con sus dramas, sus pobrezas e incoherencias, con su prepotencia ciega que se traduce muchas veces en pretensiones que tratan de crear un mundo en donde Dios no cuenta o simplemente en donde se quiere hacer a menos de él.
Como misioneros somos testigos de lo grandioso de nuestra humanidad rica de valores que recuerdan la presencia de Dios siempre a la obra, pero al mismo tiempo, a diario tocamos con mano, la fragilidad y la dificultad de nuestros contemporáneos para aceptar que sólo de Dios puede venir el sentido pleno de nuestra existencia. De ahí la urgencia de una nueva evangelización que ponga en evidencia la verdad que todos llevamos inscrita en lo profundo de nuestros corazones, es decir, la verdad que nos recuerda que sólo Dios es capaz de responder a todas nuestras expectativas, que sólo de él nos puede llegar la felicidad que anhelamos a lo largo de toda nuestra existencia humana.
Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre, pero el mundo en el que nos toca anunciarlo no es el mismo y se nos presenta urgido de recibir el Evangelio, aunque trate de esconderse o de negar dicha necesidad detrás de sus indiferencias, de su secularismo y de su voluntad de querer construir una humanidad en donde no haya espacio para Dios.
Como misioneros creo que experimentamos la urgencia de la evangelización con una sensibilidad particular porque en cierto sentido somos los herederos de quienes han recibido en primera persona el mandato de ir por todo el mundo a llevar el anuncio de Jesús y no podemos desentendernos de esta tarea, pues va de por medio la realización de nuestro ministerio y de nuestra vocación.
La novedad de la evangelización
La evangelización como anuncio de Jesucristo, proclamación de su Palabra y trabajo por la instauración del Reino ha sido y será siempre una tarea nueva como propuesta a los hombres y mujeres de todos los tiempos a abrirse a la novedad de Dios que se manifiesta en la historia humana.
La misión, como ofrecimiento del Evangelio, será en todo tiempo algo nuevo y sorprendente pues se trata de anuncio de la novedad de Dios que incansablemente sigue manifestando su deseo de hacer parte de la historia humana.
No es necesario hacer memoria aquí de cómo este tema ha estado siempre presente en la historia de la Iglesia y ha sido la preocupación primaria de los misioneros evangelizadores de todos los tiempos. Basta recordar el mandato del Señor a sus discípulos para darnos cuenta que la labor evangelizadora hará siempre parte de lo que llamamos misión de la Iglesia. “Vayan y hagan discípulos entre todos los pueblos, bautícenlos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo”2. Misión siempre actual porque el Señor tiene siempre algo nuevo que manifestarnos y revelarnos del misterio infinito de su Padre.
La formulación o conceptualización de la evangelización aparecen en el tiempo de maneras variadas, pero la urgencia es siempre la misma. El mundo tiene necesidad de conocer a Dios, de encontrarse con Jesús, de entrar en la propuesta de vida que él ha venido a ofrecernos como deseo profundo de su Padre y que ha iniciado con el sacrificio de sí mismo para que todos tengamos vida.
Esta necesidad aparece hoy con un carácter de urgente pues el mundo parece moverse con intereses opuestos a los del Evangelio.
El Santo Padre ha puesto en evidencia en varias ocasiones esta urgencia, cito aquí un texto que habla de su pensamiento. “La línea de pensamiento que emerge de las intervenciones de Benedicto XVI parece ser esta. En el contexto actual social y cultural actúan muchas fuerzas que tienden a alejar la fe de la vida cristiana, cada vez más marginalizada e reducida a pura la dimensione privada. Entre estas fuerza, el materialismo económico y el relativismo ético –“verdaderas plagas de nuestro tiempo”- producen reacciones en cadena particularmente negativas, que van a incidir profundamente, no sólo sobre la práctica de fe, sino también sobre el tejido social. Para contrastar “el predominio destructivo” de estas fuerzas es necesaria una “nueva evangelización”.3
Hablar hoy de nueva evangelización tiene sentido en la medida que nos permite tomar conciencia de que también hoy la humanidad necesita de la proclamación del Evangelio, está urgida, aunque se obstine en cerrarse en su indiferencia, de conocer a Jesús, el Señor.
La respuesta sólo podrá llegar de la labor misionera vivida radicalmente por todo cristiano.
Desde san Pablo, que en su primera carta a los corintios expresaba como esencial de su ser apóstol la tarea de evangelizar, cuando decía: “¡Ay de mí si no anuncio la Buena Noticia¡”4, hasta la última palabra del Santo Padre Benedicto XVI recordándonos la urgencia de anunciar a Cristo a nuestros contemporáneos; los misioneros hemos sentido siempre la urgencia de anunciar el Evangelio como algo que nace contemporáneamente con nuestro ser cristianos. No es casual que la Iglesia se haya reconocido desde siempre misionera por esencia.
La originalidad de la nueva evangelización
Algo verdaderamente importante que aparece ante los ojos del misionero cuando se trata el tema de la nueva evangelización es, sin lugar a dudas, la originalidad y la diversidad de los campos de misión.
En otro tiempo era fácil definir la misión, pues parecía una actividad bien encuadrada en donde la figura del misionero era clara y los destinatarios bien ubicados. Se trataba de ir a evangelizar a quienes no habían tenido la oportunidad de encontrarse con el Evangelio, sobre todo por los condicionamientos de la falta de acceso a lo conocido como civilización. Se trataba igualmente de ir a fundar la comunidad cristiana, a hacer surgir la Iglesia.
Hoy el cuadro no es tan claro y el misionero se encuentra confrontado a una variedad de realidades que la Redemtoris missio llamaba “areópagos de la misión” y el texto de lineamenta para el sínodo de los obispos sobre la evangelización los define “escenarios” de la nueva evangelización.5
Se trata no sólo de anunciar el evangelio o de transmitir la fe a otras personas, sino de algo más delicado y desafiante que consiste en hacer que los valores del Evangelio y sobre todo la persona de Jesús se perciban como algo que tiene mucho que decir al ser humano hoy ahí en donde se está jugando su futuro y en donde está poniendo lo mejor de sí por considerarlo la condición de su felicidad.
Hoy las preguntas que nos plantea la realidad son demasiado exigentes y no consienten medias respuestas. Se nos pide que digamos qué significa ser cristianos en el mundo de la economía, de la política, de la cultura. Se nos pide que demos respuestas a la búsqueda casi frenética de sentido de la vida, que brindemos alternativas, desde el Evangelio, a las difíciles relaciones existentes entre los seres humanos y de estos con toda la creación. Se desea que mostremos a Dios con nuestras vidas, sin necesidad de multiplicar los discursos sobre él.
Hoy parece que lo importante de la evangelización va mucho más allá de la demostración de la bondad que aporta el Evangelio.
A la nueva evangelización se le pide poner en evidencia, en medio de una gran diversidad de situaciones, la persona de Jesús como el único capaz de iluminar y de disipar las tinieblas que parecen impedir la contemplación de la belleza que es Dios en medio de su pueblo.
La reflexión sobre el tema de la nueva evangelización, desde la perspectiva misionera, creo que nos lleva a la conclusión de que hoy no se puede ser misioneros como hace treinta o cuarenta años. Saltan a la vista exigencias de cualificación, de preparación o de especialización que pueden asustar, pues seguramente nos damos cuenta que el misionero de nuestros tiempos no se podrá improvisar y el verdadero evangelizador no tendrá respuestas para todos los escenarios que se le presentan, pero si podrá ser luz y fermento en cualquier parte en donde viva la fe en toda radicalidad.
Algunas posibles interpelaciones
En primer lugar a la persona del misionero
Creo que una de las primeras interpelaciones que nos llega de la necesidad de entrar en un proceso de nueva evangelización toca en primer lugar a la persona del misionero, del evangelizador.
Hoy somos los primeros destinatarios, sobre todo cuando constatamos el peligro que existe de adecuarse y de acomodarse al mundo.
No creo que sea necesario hacer el elenco de las situaciones, estilos de vida, maneras de pensar y de actuar, prioridades y valores o antivalores que están en el centro de nuestras vidas y que exigen una profunda evangelización y una conversión radical que nos convierta en personas creíbles de lo que anunciamos.
Como misioneros nos sentimos interpelados a verificar la calidad de nuestra vida, sobre todo en lo referente a la coherencia entre lo que anunciamos y lo que vivimos.
Las exigencias de la nueva evangelización nos mueven a un serio examen de conciencia que nos permita ver cuánto estamos comprometidos con todo el corazón al servicio de los más pobres y de los más abandonados, qué tanto hacemos causa común con los marginados de nuestro tiempo, cómo vivimos la solidaridad y el compromiso que nacen del Evangelio.
En otras palabras, la nueva evangelización, pienso que nos interpela cuestionándonos sobre todo en nuestra capacidad de ser testigos, presencia de Dios, en medio de una humanidad que parece no encontrar el rumbo, desorientada y urgida del sentido en todos los ámbitos de la existencia.
La evangelización o la nueva propuesta del Evangelio en nuestro tiempo, que estamos llamados a poner en práctica como misioneros, nos hace ver que no se trata simplemente de un quehacer, de una tarea o un trabajo a realizar como operarios de una grande empresa.
No, se trata más bien de un estilo de vida, de una manera nueva de estar presentes en el mundo y en medio de nuestros hermanos y hermanas. Se trata de presencia que puede llegar al corazón de nuestros contemporáneos únicamente en la medida en que se experimente como testimonio de lo que nosotros mismos hemos visto, oído y experimentado en el vivir íntimamente unidos a la persona de Jesús, el Señor.
La nueva evangelización, vista desde mi perspectiva como misionero, siento que para ser nueva debe iniciarse en la persona de quien ha sido llamado a poner al servicio del Evangelio todo su ser, sus talentos y sus energías.
La nueva evangelización debe comenzar por hacer surgir nuevos evangelizadores, menos llenos de sí mismos, de sus proyectos y de sus urgencias y más llenos de Dios, de a mentalidad que nace de la escucha dócil de la palabra, personas más conscientes de pertenecer a Dios y a su proyecto, a la misión que no tiene otro fin que hacer que se manifieste el Reino entre nosotros.
La tarea de evangelizar implica la evangelización de quien evangeliza. Esto significa abrirse al Evangelio, aceptándolo como marco de referencia en la propia vida, significa entrar en un mundo en donde los criterios humanos del poder, del placer, de la apariencia y del tener, dejan de ser los referentes fundamentales para dar paso al mundo de la fe, en donde la gracia, la conversión, la esperanza y el amor, por mencionar algunos, aparecen como los pilares de la existencia verdadera.
El misionero que acepta consagrar su vida a la evangelización es llamado a vivir en un proceso de conversión que ayuda a comprender que la tarea de la evangelización no se reduce a un quehacer, sino que se manifiesta como una exigencia que tiene que ver más con el modo de vivir, con el modo de ser y menos con el hacer o la actividad que puede implicar el trabajo de proclamar el Evangelio.
En este sentido, la nueva evangelización lleva al misionero a tomar conciencia de la dimensión santificadora de su ministerio, recordándole que su ministerio no tiene otro fin que manifestar el deseo más profundo de Dios, que todos los seres humanos sean santos, como él es santo.
Esta santidad sólo puede ser anunciada en la medida en que es vivida y por ello el Papa Juan Pablo II decía ya en la Redemptoris missio que el auténtico misionero es sólo el santo6.
Vivir la santidad en pocas palabras no es otra cosa que haberse dejado transformar por el Evangelio y a esto se llega a través del camino propuesto por la evangelización.
Siguiendo esta idea, si la nueva evangelización se entiende como un nuevo anuncio de Cristo a la humanidad de nuestro tiempo para permitirle hacer la experiencia de fe que la lleve a vivir en él, creo que esta podría ser una clásica definición de lo que entendemos por misión y la misión, como señala el Santo Padre Benedicto XVI, es santidad, pertenencia a Dios7.
En este sentido no se podrá hablar hoy de nueva evangelización fuera de un discurso de sana espiritualidad que proponga la santidad como meta en el camino del ser humano de nuestro tiempo. Santidad deseada y vivida en primer lugar por la persona que ha recibido como don la vocación misionera para convertirse en testigo del Señor a quien se le ha consagrado toda la vida.
Y la nueva evangelización, como propuesta misionera, no podrá ser otra cosa que una invitación a abrirse a la santidad vivida en primera persona por quien evangeliza. De lo contrario el misionero será confundido con uno más de los muchos que anuncian felicidades que resultan ser vacías y pasajeras.
Interpelaciones a nuestras familias misioneras
Teniendo en cuenta que la nueva evangelización no puede reducirse a simples planteamientos que permitan afrontar el tema del anuncio y de la transmisión de la fe en nuestro tiempo y en la realidad tan compleja que vive la humanidad hoy, es la concepción misma de la misión que viene interpelada y obligada a dar razones nuevas para ser creíble y aceptada.
Como institutos o familias misioneras hoy nos damos cuenta que la misión está cambiando y nos está obligando a cambiar también a nosotros misioneros.
Las certezas, los modos de llevar adelante la labor misionera, las actitudes para ir al encuentro de aquellos que no conocen el Evangelio, el conocimiento de las culturas que defienden legítimamente sus valores y con las cuales necesariamente se tiene que entrar en diálogo, son solamente algunas de las realidades que nos obligan a pensar que la evangelización tiene que pasar por canales nuevos, los cuales muchas veces nos son desconocidos.
Los retos de la misión hoy, en muchas partes, me da la impresión, nos encuentran desprevenidos e incapaces de dar respuestas adecuadas a las exigencias de nuestros contemporáneos. En muchos campos en donde se mueve la humanidad hoy, podemos decir con humildad, los misioneros nos descubrimos impreparados para el diálogo que permita transmitir la riqueza que llevamos con nosotros. Sobre todo, resulta muy difícil, evangelizar hoy una humanidad marcada por la indiferencia, preocupada por un consumismo escandaloso, encerrada en sí misma en un hedonismo y en una visión individualista del bienestar.
Ante esta realidad, nuestras familias misioneras están llamadas hoy a echar mano de recursos que son más exigentes y menos gratificantes. Es decir, hoy la nueva evangelización nos indica que los caminos de la misión pasan a través de la experiencia de la colaboración con iglesias y culturas locales, de la disponibilidad y de la capacidad de apertura a trabajar junto a otras familias religiosas e instituciones y cada vez menos a través del protagonismo del misionero de otro tiempo capaz de hacer todo con sus propios recursos.
Hoy la nueva evangelización nos invita a desarrollar nuestra capacidad de diálogo, de escucha, de cercanía a la gente, promoviendo a los destinatarios del Evangelio para que pacientemente puedan llegar a convertirse en agentes de su propia evangelización.
La misión que nos toca vivir como familias misioneras, siento que es algo que nos empuja a convertirnos cada día más en testigos, hombres y mujeres que anuncian con la vida, y menos maestros que se limiten a transmitir un saber. Como en todos los tiempos la humanidad sigue más lo que se transmite con la vida y menos aquello que se comunica con las palabras.
De aquí puede surgir la convicción de que en los tiempos que corren, nuestras familias misioneras lograrán cumplir con su labor sólo si aceptarán transformarse en lugares en donde se respire la fraternidad, en donde se viva la pobreza, en donde exista un ambiente de profunda espiritualidad construido sobre la escucha de la Palabra de Dios y nutrida con el pan de la Eucaristía.
Al mismo tiempo, nos haremos creíbles de lo que anunciamos sólo si lograremos asumir compromisos claros en favor de los más pobres de este mundo, si nuestro anuncio va acompañado de obras que promuevan la justicia y la paz, si nuestras presencias visibles o menos se ubican en medio de los marginados de nuestro tiempo, en una palabra, si logramos convertirnos en presencias misericordiosas y compasivas de Dios en medio de su pueblo.
Interpelaciones a la Iglesia que es misionera
Hay que decir también que la reflexión sobre la nueva evangelización, desde la perspectiva de la iglesia misionera, plantea cuestiones que van más allá de la simple estrategia o metodología del anuncio del Evangelio en nuestros días.
Hoy la misión no se puede pensar en términos de cómo recuperar lo que se ha perdido o cómo volver a tiempos en donde se pudo haber acariciado la idea de conquistar todos a Cristo. Vivimos tiempos en donde la misión no puede ser contemplada a través del lente de las estadísticas para las cuales lo que cuenta es el número, los incrementos o disminuciones en los millones de bautizados.
Como Iglesia misionera, y en esto el reto de la nueva evangelización puede jugar un rol muy importante, nos sentimos obligados a tener que romper con una concepción de la misión que no funciona más en nuestros días.
Durante mucho tiempo la labor misionera a funcionado sobre la convicción de que la propuesta de la Buena Nueva a personas que hipotéticamente eran disponibles a la escucha y a dejarse interpelar por la originalidad del Evangelio podía transformarse en aceptación y adhesión a la fe. Y así ha sucedido en muchas partes del mundo en donde en poco tiempo, aunque con muchos trabajos y sacrificios, efectivamente han nacido comunidades cristianas que son hoy iglesias locales pujantes y llenas de esperanza.
En los tiempos que corren la realidad parece estar cambiando muy de prisa y nos encontramos en contextos en donde el anuncio del Evangelio no parece responder a las expectativas de nuestros contemporáneos. El anuncio y la propuesta no bastan, aunque muchas veces vayan acompañados de un compromiso traducido en obras de promoción humana, de luchas por el desarrollo, por la defensa de los derechos humanos o el trabajo por el respeto de la justicia y de la creación.
Parece que la misión de la Iglesia, centrada durante mucho tiempo sobre el interés de hacer, de construir y promover obras, en nuestro tiempo se encuentra con la necesidad de inventar otro lenguaje para poder comunicar la riqueza que lleva consigo.
En la actualidad parece que la Iglesia misionera se descubre invitada a entrar en el mundo a través del diálogo, de la escucha paciente, del reconocimiento de valores que son sagrados y ya presentes en sus interlocutores. Hoy no resuenan las palabras implantación o, conquista espiritual como pudo suceder en otros tiempos.
La Iglesia, en su labor de nueva evangelizadora y como misionera creativa, se encuentra con la necesidad de ponerse en camino a la par de los destinatarios de su mensaje. La propuesta pasa a través del testimonio y de la experiencia vivida, juntos, en la búsqueda del Señor de nuestras vidas.
Me parece que la interpelación que nos viene de la nueva evangelización a la Iglesia misionera nos está ayudando a tomar conciencia de la distancia que existe entre lo que representa la riqueza del Evangelio que sentimos como un don extraordinario para la humanidad de todos los tiempos y los intereses y sensibilidades de nuestros contemporáneos.
Mucho parece jugarse en la capacidad de establecer canales de diálogo, frecuencias en las que logremos hacer que las ondas que pasamos sean recibida y decodificadas por un mundo en donde todo parece ser discutible, cuestionable y si se puede descualificable, sobre todo cuando tenga algo qué ver con lo religioso o lo espiritual.
Ya el documento de Santo Domingo (Conferencia del Episcopado Latinoamericano) hacía notar con gran nitidez que la nueva evangelización para ser tal tendrá que responder ofreciendo novedad en los métodos, en las expresiones que hagan más comprensible el único Evangelio de Jesucristo y responder de así a los nuevos interrogantes.8
Como misioneros pienso que podemos decir que la Iglesia podrá cumplir con su misión de nueva evangelizadora solamente si no se deja atrapar en la tentación de querer restablecer o ajustar lo que en el tiempo se ha desacomodado.
Hoy se trata de descubrir lenguajes, caminos, experiencias, estilos nuevos. Se trata de creer y de mostrar que también hoy Dios puede hacer todo nuevo y a la Iglesia le corresponde ser centinela vigilante, capaz de indicar por donde está pasando esa novedad de Dios para la humanidad de nuestro tiempo.
La nueva evangelización no puede contentarse con ser una terapia momentánea o pasajera, tiene que mostrarse capaz de ir en profundidad para sanar las heridas profundas de nuestra humanidad y esto será posible, me parece, sólo si toda la Iglesia se pone en una actitud de auténtica conversión, sin miedos a poner en evidencia lo que se ha ido arruinando y cortando con valentía lo que nos permita caminar por senderos de justicia y de verdad.
Nuestra aportación como misioneros a la Nueva evangelización.
¿Cuál podría ser nuestra aportación como misioneros a la nueva evangelización?
Seguramente algunas de nuestras respuestas podrían ser algo atrevidas, pero sin pecar de orgullo, creo que los misioneros tenemos mucho que ofrecer a la nueva evangelización empezando por reconocer con humildad nuestra pobreza de manera que aparezca claro que el protagonista de la misión y de las misiones de todos los tiempos seguirá siendo siempre el Espíritu Santo.
Entre algunas de las aportaciones que me parece están a nuestro alcance, yo señalaría en primer lugar nuestro testimonio de vida.
Ser misionero hoy creo que es un ministerio que se entiende más a través de las acciones, que muchas veces quedan escondidas, y menos por medio de las muchas palabras. Podemos dar mucho viviendo nuestro ministerio con gran generosidad y entusiasmo manifestando nuestra confianza en el Señor que nos llamó y permitiendo por medios de nuestra presencia que las personas vean en quien hemos puesto nuestra esperanza.
Testimonio de vida quiere decir coherencia y radicalidad para vivir en primera persona los valores del Evangelio que anunciamos de manera que quienes son los destinatarios de nuestro ser y quehacer misionero comprendan que hablamos de lo que nosotros mismos hemos oído, tocado y experimentado, recordando el testimonio de los primeros discípulos.
Podemos contribuir igualmente a la nueva evangelización mostrando la capacidad de vivir en primera persona el rol profético de todo discípulo que nos obliga a convertirnos en anunciadores de la vida, la esperanza, la justicia y de todas las riquezas del Evangelio y al mismo tiempo nos compromete a no hacer pactos con la injusticia, la violencia y todo lo que pueda maltratar o negar la dignidad que cada ser humano posee por ser hijo de Dios.
Seguramente está dentro de nuestras posibilidades el ser transmisores de la frescura de la fe vivida por las jóvenes iglesias con las que compartimos la existencia. Como misioneros tenemos la fortuna de ver las maravillas que el Señor suscita en medio de quienes ponen su confianza en él. Y el mundo necesita de esa frescura.
Los misioneros podemos decir una palabra que vale, como alternativa positiva, en todos los escenarios en donde los dueños del mundo no logran ofrecer una respuesta a la necesidad de plenitud que reside en todo corazón humano.
Como evangelizadores seguramente estamos llamados a ser promotores de una espiritualidad que subraya los valores del abandono y la confianza en el Señor, de la aceptación serena de la cruz y del sufrimiento vivido en solidaridad con tantos hermanos y hermanas nuestras que viven en sus cuerpos la pasión del Señor.
También como misioneros podemos contribuir en el trabajo de la nueva evangelización recordando continuamente que somos portadores de un Espíritu que es vida y que a través de la palabra que anunciamos esa vida es ofrecida a todos en plenitud, como don y gracia del Padre que nos ama.
Podemos ser expresión de la alegría que brota en el corazón en todas las personas que se encuentran con Cristo y signos de esperanza y de paz en un mundo maltratado por la violencia y de guerras.
Conclusión
Nueva evangelización y transmisión de la fe, creo que desde la perspectiva misionera son un binomio inseparable. La nueva evangelización queriendo ser propuesta del Evangelio y de la persona de Jesús a la humanidad de nuestro tiempo sólo podrá cumplir su fin en la medida en que haya personas disponibles a vivir en primera persona los valores de la fe.
La transmisión de la fe no podrá ser un anuncio separado del testimonio de vida y solo será creíble por nuestros contemporáneos en la medida que lo descubran hecho realidad en la vida de personas que no obstante sus límites y pecados serán capaces de dar testimonio de la vida nueva que viene de Jesús Resucitado.
La nueva evangelización que busque verdaderamente transmitir la fe, sólo lo logrará en la medida en que toque el corazón de las personas ayudándolas a dar el paso de la fe y esto parece ser, también hoy, la tarea y la preocupación principal de todo cristiano que vive coherentemente su bautismo y por tanto que asume su responsabilidad misionera.
Como misionero siento que la nueva evangelización es una posibilidad extraordinaria para vivir la belleza de nuestra vocación y una oportunidad para transmitir la fe diciendo con nuestras vidas que hemos encontrado al Señor.
NOTAS
1 Hebreos, 13,8
2 La Biblia de nuestro pueblo. Mt. 28, 19-20
3 Joseph Ratzinger; Una guida alla lettura, a cura di Giuliano Vigini, Libreria Editrice Vaticana. Pág. 87
4 ICo. 9,16 “¡Ay de mí si no anuncio la Buena Noticia¡”
5 Lineamenta para el sínodo de los obispos sobre la nueva evangelización. No. 6 los escenarios de la nueva evangelización. Libreria Ed. Vaticana.
6 Tutte le encicliche di Giovanni Paolo II, Redemtoris missio, No. 90 Ed. Vaticana
7 Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, pág. 119
8 Episcopado Latinoamericano; Documento de Santo Domingo, Primera parte, no.1