Epílogo

 

1. La historia de nuestra relación personal con Jesucristo Sacramentado

Venid y ved (Jn 1,39).

A manera de introducción me pareció conveniente llamar la atención sobre un aspecto muy importante de nuestra vida como consagrados, más bien un aspecto esencial de nuestro ser sacerdotal, de nuestra vida religiosa y cristiana. ¿Cuál es ese aspecto? Nuestra relación personal e íntima con Jesucristo Sacramentado.

Los sacerdotes vivimos en contacto permanente con Jesucristo Sacramentado. Celebramos la Misa a diario, distribuimos el Cuerpo y la Sangre del Señor a millares de personas, muchas veces debemos llevar el Viático a los enfermos, tantas veces más debemos ingresar al Templo y pasar por delante del Señor en el Sagrario y, si vivimos en fidelidad a nuestro trabajo más importante, muchas horas de nuestra vida pasan delante del Santísimo ya sea en momentos de adoración, meditación, contemplación…

Lo mismo se puede decir de la vida del seminarista, o del religioso o de la religiosa o del fiel cristiano laico. La obra más importante de la jornada de un consagrado sin lugar a dudas es la participación en el Sacrificio Eucarístico. Pero durante la jornada de un religioso hay otros momentos de contacto directo y personal con el Señor en el Sagrario: las visitas al Santísimo Sacramento, la adoración eucarística, que tantas bendiciones nos ha traído y que por eso en nuestra familia religiosa es costumbre realizarla a diario, etc. En resumidas cuentas, toda nuestra vida está marcada por un contacto asiduo con la Eucaristía. De ahí la necesidad de que nos sumerjamos en la meditación de este misterio, y la necesidad de que siempre profundicemos, más y mejor, en nuestra fe en la presencia verdadera, real y sustancial de Jesucristo en el Sacramento eucarístico.

Y para comenzar a sumergirnos ahora en la meditación de este misterio, varias veces vamos a repetir, a modo de estribillo, una frase del Papa Inocencio III que sintetiza espléndidamente lo que implica nuestra fe eucarística: «Se cree otra cosa de lo que se ve y se ve otra cosa de lo que se cree». Por eso, ¡mysterium fidei! ¡Misterio de la fe!

Este sacramento es un misterio de la fe, y como tal lo proclamamos en la Santa Misa cuando, finalizada la consagración, cantamos o decimos: «¡Éste es el misterio de la fe!». Creer en la Eucaristía no te lo da ni la carne ni la sangre (Mt 16,17), ni la tradición familiar, ni el catequista, ni nuestra capacidad intelectual, ni nuestra virtud... ¡creer en la Eucaristía es un don del Padre Celestial!

No hay nada más simple, y al mismo tiempo, nada más complejo que la fe en la Eucaristía. Pero de esta «simplicidad» y «complejidad» de nuestra fe eucarística trataré luego.

I

Ahora, a manera de «captatio benevolentiae», quiero hablarles de mi pequeña historia de la fe en la Eucaristía, que debe ser muy parecida a la de todos ustedes. Pienso que puede resultar de mucho provecho que cada uno reconstruya su propia historia, la historia personal de su fe en la Eucaristía. Y para orientarles al respecto, me tomo la libertad de hacer mi historia personal porque –como dije– pienso que debe ser muy parecida a la de ustedes.

De mi niñez recuerdo que ya desde antes de los 4 años mi madre me llevaba con ella a Misa en la Parroquia San Bartolomé Apóstol, de Chiclana y Boedo, en la Ciudad de Buenos Aires, y en la Misa había algo que siempre me llamaba la atención: ¡las campanillas! Cuando sonaban, sólo sabía que pasaba algo «fuera de lo común». Mi idea a esa edad era que la Misa era algo «grande», «sagrado». Yo no conocía entonces la palabra «sagrado». Me llamaba la atención que al sonido de las campanillas todo el mundo se arrodillaba. Mi mamá me había enseñado que en ese momento había que inclinar la cabeza, pero yo miraba –por debajo del apoya brazos del banco de la iglesia, en el que tenía puestas las manos– hacia delante, hacia el altar, como queriendo saber qué cosa era eso grande que pasaba allí. Y, que yo sepa, nunca en mi vida dejé de tener la certeza más inconmovible de que allí, en el altar, pasaba algo grande, muy grande, inconmensurablemente grande.

Fueron pasando los años y comencé a prepararme para la Primera Comunión. Me invitó mi amigo Roberto Destéfano, con quien hicimos los siete años del colegio primario siempre juntos. Tuve solamente tres meses de Catecismo de las 93 preguntas. La que me parecía simplemente grandiosa era la que enseñaba que Jesús está en la Eucaristía: «Verdadera, real y substancialmente». Por supuesto que no sabía explicar lo que querían decir cada una de esas palabras, pero lo que entendía es que ¡sin dudas allí estaba presente Jesús! El Párroco, P. Pedro Raúl Luchía Puig, que lo fue por 27 años, era quien nos explicaba el Catecismo. Una vez, el Padre comenzó a explicar las imágenes de cada altar: «Éste es San... ; esta otra imagen representa a San... ». Y le habían faltado explicar dos que a mí me llamaron, siempre, particularmente, la atención. Levanté la mano y le pregunté: «¿Y aquellos dos?». ¡Eran San Pedro y San Pablo! Creo que desde ahí me enamoré de ellos. El uno, con sus llaves y, el otro, con su espada.

Una vez explicó el milagro de la curación del paralítico. No tenía ni la menor sombra de duda sobre la realidad del milagro, pero viendo la altura del techo del templo, me pareció muy loco hacerlo descender al paralítico desde tantos metros de altura y un milagro que no se hubiese caído. Claro, yo no sabía que los techos de las sinagogas eran bajos.

Así llegó el día de la Primera Comunión, inolvidable. Fue un 8 de diciembre de 1949, día de la Inmaculada Concepción. La mayoría de las vocaciones Dios las inspira el día de la Primera Comunión, en el día de ese primer contacto directo con el Señor. Yo estoy convencido de esto.

En aquella época el tiempo de ayuno eucarístico para comulgar era mucho más largo; no era tan solo una hora, sino desde las 12 de la noche. Y estaban especificadas todas las cosas que rompían el ayuno. Antes de la Misa me vino la duda de si había roto el ayuno por haberme lavado los dientes con dentífrico, porque sentía su gusto, ¡como si el dentífrico fuera alimento!

Ese día todo era una novedad. Estaba vestido de traje azul de pantalones cortos, camisa blanca con un cuello de plástico duro que se enganchaba con una especie de gemelo de donde colgaba una corbata blanca, con un moño blanco hermoso en el brazo derecho, medias blancas hasta debajo de la rodilla, estrenaba unos zapatos de charol negro –que se lustraban con manteca– que me hacían doler los pies, y había una cosa que ahora podría resultar incomprensible: ¡llevaba puestos, por primera y única vez en mi vida, unos guantes blancos! Antes de salir de casa, mi padrino y madrina me habían regalado mi primer reloj, marca «Tomasi», que llevaba orgulloso en la muñeca izquierda y resonaban en mis oídos la advertencia: «No lo vayas a perder». Además del incordio de los guantes, llevábamos en las manos: un rosario blanco, el libro de la Primera Comunión de tapas de nácar que habían usado mis primos; en la Parroquia el párroco nos regaló el librito «El tesoro del cristiano» y nos dieron el folleto «La Misa dialogada», para seguir la Santa Misa. Y en una bolsita blanca teníamos las estampitas recuerdo de la 1ra. Comunión, que luego serviría para poner las monedas que nos regalarían los parientes, amigos y conocidos que habríamos de visitar. Todo muy incómodo, pero ¡yo era muy feliz! Todas aquellas cosas contribuían a que uno percibiera que lo que iba a realizar era algo «grande», «fuera de lo común», algo de lo que no me habría de olvidar nunca.

Varias veces los niños o niñas de catecismo habíamos practicado los cantos y la ceremonia. Estábamos muy bien preparados. Niños y niñas representando ángeles eran los encargados de guiarnos en fila hacia el comulgatorio, donde de rodillas recibiríamos el Santísimo Sacramento ¡Hacían las cosas bien! Y así se deben organizar las cosas, con esmero, con anticipación, cuidando los detalles…

Allí llegó el momento esperado, a voz en cuello todos cantábamos, con bríos, el hermoso canto:

«Oh, santo altar, por ángeles guardado,

yo vengo al fin, con júbilo a tus pies.

Aquí mi Dios, de mí tan deseado,

se ofrece a mí por la primera vez.

Hora feliz en que el Señor del cielo,

se ofrece a mí por la primera vez,

por la primera vez, por la primera vez».

Nos dirigimos al comulgatorio, allí nuestro viejo Párroco mostrándonos la Hostia y haciendo con ella sobre nosotros una señal de la cruz, nos dijo: «El Cuerpo de Cristo guarde tu alma para la vida eterna». Respondimos ansiosos: «Amén». Y recibimos por primera vez el Cuerpo, Sangre, Alma y divinidad de nuestro Señor Jesucristo. ¡Un momento inefable! Volvimos a los bancos, nos arrodillamos para hablar con Jesús y allí desapareció de mi mente traje, zapatos, cuello, reloj, libros... todo eso era nada en comparación con Jesús, que estaba cerca de mi corazón... y lo amé, le di gracias, y le pedí por muchas cosas... (¡Hace más de 50 años que ocurrió eso y me parece que fue ayer! ¡Ni los pequeños detalles se borraron de mi mente!).

Otro gran momento fue la Segunda Comunión, el 6 de enero siguiente. Ese día se entregaba el diploma firmado por el Párroco, un diploma de Recuerdo de la Primera Comunión, como hasta hoy en muchas partes se acostumbra. Hay costumbres muy hermosas con respecto a la Primera Comunión en cada país. Por ejemplo, en Polonia hay una octava posterior al día de la Primera Comunión. Durante ocho días los niños se acercan a la Iglesia a recibir la Comunión con sus trajes de 1ra. Comunión y cantan por las calles.

Poco tiempo después de mi Primera Comunión comencé a ayudar a Misa como monaguillo en mi parroquia. Me enseñó a ser monaguillo mi amigo que luego fuera el Padre Carlos Alberto Lojoya, cuando tendríamos unos 9 años. En aquel entonces las Misas eran siempre en latín y siempre en la mañana y había que madrugar para participar de ellas. Ayudar a Misa era algo que me agradaba tanto que algunas veces mi papá me castigaba por alguna travesura no dejándome ir a ayudar a Misa. ¡Y cómo uno por ser monaguillo fue aprendiendo el amor, el respeto por Jesús Sacramentado! Ayudábamos en las Misas, en las Bendiciones Eucarísticas, en los funerales, en los bautismos, en los casamientos… Tuve problemas para aprender la respuesta en latín al «Orate fratres...». Un viejo monaguillo me dio la solución salvadora –por un tiempo– cuando me dijo: «Decí en vos alta: "Suscipiat Dominum sacrificium...", luego baja la voz y al final con voz alta decí: "...sanctae"».

Otros momentos «fuertes» de contacto con el Santísimo Sacramento que recuerdo de niño son las visitas que hacíamos la noche del Jueves Santo a las Siete Estaciones, una hermosa costumbre que recuerda la peregrinación ideada por San Felipe Neri a las Siete Iglesias principales de Roma. El recorrido común que hicimos durante años era: Jesús de Nazaret en Avda. La Plata, Nuestra Señora de Pompeya en Av. Sáenz –donde conocíamos a los capuchinos Bonifacio de Ataún, Casiano, León, Fray Mateo el sacristán...–, Nuestra Señora de la Divina Providencia en la calle Cachi de los Padres de Don Orione, San Antonio en Av. Caseros, la capilla de Nuestra Señora de Luján en la calle Jujuy –donde fue capellán durante muchos años un gran sacerdote el P. Cabello–, San Cristóbal –donde lo veíamos sentado en su confesonario, con el Rosario en las manos, al santo P. Enrique Lavagnino, que luego nos honrara con su amistad–, por último San Bartolomé Apóstol. También recuerdo el esmero con que se preparaba el Monumento para el Santísimo en cada Iglesia y –algo inolvidable para mí– ¡las procesiones del Corpus alrededor de la Plaza de Mayo! El Intendente llevando el Bordón, los hombres de la Cofradía del Santísimo Sacramento con sus capas me emocionaban por su señorío, su dignidad y su reverencia por el Santísimo. Más tarde conocí el nombre de alguno de ellos, si no me equivoco: Tomás Casares, Manuel Bello, Carlos Ibarguren, Santiago de Estrada –quien luego fuera mi Rector cuando enseñaba Teología en la Facultad de Derecho de la UCA y a quien le encantaba acompañarme en las mesas de exámenes–, Lagos, Fontenla... y muchos más. A ellos les debo, en parte, el no haber dejado nunca de considerar la Eucaristía, como algo sagrado. Desde entonces, siempre fue para mí una cita de honor participar de la procesión del Corpus, salvo cuando casi la convirtieron en una especie de «Sambódromo». Su recuerdo me sirvió para restaurar la procesión del Corpus en la dignidad que nunca debe perder.

Mi madrina de bautismo me pagaba un curso de piano. A mí no me gustaba, no tenía vocación para ello, ni oído. (¡La que tenía vocación era mi madrina!) Pero lo que aprendí me sirvió para tocar el órgano en la Misa, en la bendición con el Santísimo Sacramento y ayudar a embellecer la liturgia.

II

Ya un poco más grande, alrededor de los 14 o 15 años, conocí a un gran sacerdote, el Padre Pablo José Di Benedetto, quien había sido hijo espiritual y Maestro Scout del Padre Julio Meinvielle, cuando éste fuera Párroco en Nuestra Señora de la Salud de Versailles. El P. Pablo a través de sus enseñanzas, ejemplos de vida, conversaciones, campamentos, paseos, etc. me hizo conocer a Jesucristo vivo. Años después, me di cuenta que, inconscientemente, buscaba su confianza para poder constatar si alguna vez ponía en duda la presencia real de nuestro Señor en la Eucaristía. Pero, ¡sólo hallé traición para mi intento!

Tenía 17 años cuando con el P. Pablo tuve mi 1ra. Misa en la montaña, que recordaba más de 30 años después, para un convivium, de esta manera:

 

 

 

«MISA EN MONTAÑA

Fue en 1958. Era la primera subida. Era la primera vez que pernoctaba en la montaña teniendo por techo las estrellas y la mochila por almohada. Era la primera vez que conocía un mallín. Nunca antes había dormido junto a un fuego crepitante. Nunca antes había dormido escuchando los gemidos del viento entre los ñires. El gárrulo del agua montañosa por vez primera arrulló mi sueño.

El amanecer se presentó exuberante ante mis ávidos juveniles ojos. Como un inmenso mapa se abría a mis pies toda la belleza de la creación. Era algo exaltante. Grandioso. Único. Me encontraba en el cerro López y por primera vez, en mis 17 años, experimentaba el gozo inefable de vencerme a mí mismo y –lo que creía entonces– vencer a la montaña.

Pero me faltaba experimentar algo mucho más grandioso aún. Luego del rápido aseo en las gélidas aguas, acomodaron 5 o 6 cargadas mochilas que pronto se convertirían en altar. Sí, allá, entre el cielo y la tierra, se iba a renovar el drama mas grande de todos los tiempos: ¡el Sacrificio de la Cruz!.

Y llego el momento más esperado...Jesucristo presente en la blanca hostia, ante la que parecían oscuras las nubes y las nieves. Grandiosidad de Dios que eleva a sí al hombre pequeño y lo transforma en invencible. ¿Qué ideal, con Él, sería inalcanzable? ¿Qué obstáculo sería insalvable?...

Nuevamente la mochila a las espaldas. Ahora me parecía más liviana, pues en ella había reposado el Señor. Así, cargado con el circunstancial altar aprendí que toda la vida debe ser una prolongación de la Misa, santificándome junto a Jesucristo, como en una inmensa, interminable, inacabable y escarpada picada hasta poder llegar al Cielo.

Colonia Suiza (Bariloche), Febrero 17 de 1989».

III

Posteriormente entré al Seminario.

Allí participaba de la Santa Misa todos los días y aprendí a rezar la Misa desde mi cuarto uniéndome, espiritualmente, al sacerdote que en ese momento la estaría celebrando.

Durante el tiempo en el que cursé en el Seminario, tiempos muy difíciles debido a la crisis postconciliar, Pablo VI publicó dos documentos formidables: la encíclica «Mysterium fidei» totalmente referida a la Eucaristía, y el «Credo del Pueblo de Dios», que lo hacía en varios de sus párrafos. En ambos documentos el Papa confirmaba con toda claridad la doctrina tradicional de la Iglesia en torno a la Eucaristía, saliendo al paso de las desviaciones de Eduardo Schillebeeckx y de tantos otros.

La vocación sacerdotal está íntimamente ligada a la Eucaristía, de tal modo que una crece y se afirma al compás de la otra. De ahí que crisis de vocación sacerdotal es crisis de Eucaristía y si hay crisis de Eucaristía entra en crisis la vocación sacerdotal. Trabajan como causas ad invicem.

La primera vez que me tocó dar la comunión fue en la ciudad de Rosario, en la Parroquia San Juan Evangelista: un copón lleno. Estuve todo el tiempo acordándome de la pregunta nº. 66 del Catecismo: «La Eucaristía es el Sacramento que contiene verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo».

IV

La ordenación sacerdotal: también, inolvidable, el 7 de octubre de 1971, en la cripta del Santuario de Nuestra Señora de Lourdes de Santos Lugares (Buenos Aires): ¡La primera vez que celebraba la Santa Misa! El día 8 celebré en el Camarín de la Virgen en Luján. El día 9 ante el primer cuadro de la Virgen en Pompeya. Otro momento inolvidable fue el día 10, la primera Misa solemne en mi parroquia de San Bartolomé Apóstol. Me recordaba perfectamente del lugar desde dónde espiaba, cuando niño, lo que pasaba en el altar, y dónde estuve el día de mi 1ra. Comunión. El Padre Julio Meinvielle predicó un sermón formidable.

Una vez ordenado sacerdote, se percibe un gran cambio, que en la ordenación diaconal ni siquiera se nota. Yo ni siquiera recuerdo qué día me ordenaron de diácono, no me acuerdo; pero cuando uno realiza la consagración muy otro es el cantar. Una cosa es ver al sacerdote que celebra, y otra cosa es estar celebrando, transustanciando. Ahora veía la Eucaristía desde otro punto de vista. Hasta ahora era fe en lo que realizaba otro, ahora era yo, pecador, quien estaba celebrando in persona Christi. Y a medida que pasan los años uno se ve grandísimo pecador, con «infinitésimos pecados», como dice San Francisco Javier. Cuando joven me parecían blasfemos los versos de Almafuerte que dicen: «La tonsura/ no inmuniza del dolo y los pesares/ del sagrado mantel de los altares/ se desprende, también, polvo y basura». Hoy día puedo dar fe que es así. De nosotros, ministros del altar, sale «polvo y basura». La fe en la presencia real es mucho más profunda y uno toma más conciencia que es obra de la gracia de Dios que: «Es siempre necesaria, porque cada paso adelante en el camino, cada nuevo comienzo del estupor que nos hace movernos, sólo puede ser de nuevo un hecho de la gracia», dice el Cardenal Godfried Danneels.

En aquella época estaba en boga la negación de la transustanciación por parte de teólogos progresistas. Por eso, en las concelebraciones de mis primeros años sacerdotales me ponía a realizar actos de fe eucarística conjugando el verbo transustanciar: «Yo transustancio, tú transustancias, él transustancia, nosotros transustanciamos, vosotros transustanciáis, ellos transustancian», repetía y, a veces, usaba otros tiempos del verbo.

En el año 1977 concelebré en una Misa que reunió a la Acción Católica de la que escribí lo siguiente:

«OCURRIÓ EN SAN LORENZO

Me encontraba concelebrando la Santa Misa en el acto de clausura de las Asambleas Federales de la Acción Católica Argentina en la cancha de San Lorenzo (clásico oponente de Huracán, mi equipo favorito) y veloz corría el recuerdo hacia tiempos idos.

Recordaba haber jugado en esa misma cancha, cuando muchacho, la final de un campeonato de nº. 6 y capitán de mi cuadro. Me venían a la memoria los versos del poeta: «Sous le pont Mirabeau coule la Seine et nos amours...».

Recordaba mi paso por los niños de Acción Católica, por Aspirantes (teníamos dos grupos: Oriente y Occidente), por los jóvenes, tanto Juniors como Seniors; recordaba haber sido Aspirante Jefe, y las reuniones de Cenáculo, Delegado de Aspirantes (a cargo del grupo «San Tarsicio»), vocal de la comisión directiva, Encargado de Juniors, Presidente del Centro... socio de la J.E.C. del Colegio Carlos Pellegrini... de la J.U.C. de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Bs. As. ... las finales del concurso «Querer», los Retiros Espirituales, los Campamentos, las Asambleas en Córdoba, Rosario, San Juan... ; recordaba a los buenos Asesores ya fallecidos y, también, a quienes destruyeron criminalmente la A.C.A. antes de «colgar»... los años de Seminario (que había conocido anticipadamente gracias a la A.C.)... el Sacerdocio... Asesor Espiritual de varios Centros... y diocesano de los Profesionales de A.C.

Y participando de la Santa Misa se me antojaba ver una muerte y una resurrección: la muerte de la pastoral progresista, la resurrección de la pastoral tradicional.

Estábamos allí reunidos en la renovación del Sacrificio de la Cruz y próximos a adorar la presencia sustancial del Señor y ¡Cuántos años habían pasado de relegar los Sagrarios a oscuros rincones! ¡Cuántas negaciones de los dogmas eucarísticos, tantos que motivaron la «Mysterium Fidei»! ¡Cuánto vaciar la Cruz y el Santo Sacrificio! Sin embargo, allí se encontraban el Nuncio de su Santidad, unos 40 Obispos y unos 400 sacerdotes prontos a transustanciar el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor. (El pío Nuncio dio la absolución general... ¿¡!?).

Allí estaba también la Santísima Virgen María en su título de Luján, a quien un presidente consagrara el país, rodeada de unas 40.000 personas que en ese día tan inhóspito se congregaron allí –la mayoría de ellos, incluido yo– para rendirle homenaje a Ella, la Madre. ¡Cómo caían en mi mente derrotados tantos «minimalistas»! ¿Dónde se encontraban los que se alzaron en contra de la consagración de la Patria a la Virgen? ¿Dónde estaría aquel que sostenía: «Hay que destruir los Santuarios Marianos porque son focos de superstición»? ¿Dónde los enemigos del santo Rosario y de las apariciones de Lourdes y Fátima? ¿Dónde los negadores de milagros? ¿Todavía después de este espectáculo seguirá siendo «género literario» la carreta que no andaba a pesar de los bueyes?

Estaba allí la Iglesia jerárquica, con sus deficiencias y muchas y graves, pero la Unica que nos une con Nuestro Señor Jesucristo, y eso nos basta y sobra. ¡Qué quedaba allí del proyecto de Iglesia sin osamenta, de Iglesia contestataria, de Iglesia molusco o flan, de Iglesia meramente carismática! ¿Dónde tanto falso profeta que ya no los veían como enemigos, ni siquiera como distintos, a los protestantes, a los masones y a los marxistas, sino a la Iglesia Jerárquica y a quienes eran fieles?

Allí se estaba dando solemne espaldarazo a esa institución señera: la Acción Católica, que formó generaciones de ilustres dirigentes laicos y que fue semillero de grandes vocaciones sacerdotales. ¿Dónde quedaron los que buscaban destruirla? ¿Dónde aquellos que tanto cacarean de la promoción del laicado y del lugar importante que les toca en la Iglesia, y en la práctica les niegan el derecho a la militancia católica? Había delegaciones de todas las diócesis del país, «sólo faltan –me dijo un dirigente juvenil– La Rioja, Goya, Neuquén...».

Tanto hablar y gastar tinta contra el triunfalismo de la Iglesia «Constantiniana», ¿Acaso no moría, y bien muerto, en este acto idealizado en el mejor estilo triunfalista preconciliar, con vivas a Cristo Rey y a la Argentina católica?

¡Pero si basta el nombre del Club San Lorenzo, y su fundador, el Rvdo. Lorenzo Massa, SDB, que nos recordaban no sólo que los «aggiornados» no descubrieron la pólvora, sino que se olvidaron hasta en dónde encontrarla! Los pobres... las injusticias... los problemas sociales... hace rato ya que ocupaban la atención de la Iglesia y de los santos sacerdotes, con la diferencia que los antiguos buscaban solucionarlos haciendo grandes obras de bien público, sin avergonzarse de los santos ni hacer demagogia barata...

¡Ya está el momento cumbre! Cristo presente como Víctima y como Resucitado... Nuestra Señora de Luján... la Iglesia jerárquica... la A.C.A. ... ¿vendrán tiempos mejores?

Sin embargo, no podía faltar otro toque progresista, o sea, alguna bobería: las 35.000 hostias para los fieles se consagraron en vasos de gaseosas (sic!) similares a los que se utilizan para la venta de helados, más endebles que madera de balsa. Imagino que fue ante la perplejidad de los Sres. Cardenales –que asistían– y demás altas autoridades que no podían prever tamaña irregularidad. Probablemente no se vuelva a repetir, porque ya sería «gastado» y no habría «cambio».

Entre el gárrulo de cientos de guiones, intenciones, moniciones, locuciones, introducciones, y peticiones hechas por el guía, la guía, los guías y las guías, no pude dejar de pedir desde el fondo de mi corazón: «Señor, que nunca más sea la Acción Católica semillero de guerrilleros, caldo de cultivo de delincuentes subversivos, escuela de violencia revolucionaria marxista, y que de sus fieles no salgan jóvenes a quienes luego se los utiliza como carne de cañón».

Y recordaba... veía a mi abuelo Eduardo con sus grandes bigotes conduciendo el carro del reparto del frigorífico Mezzadri (vecino al estadio) llevándome en el pescante... a mi tío Del Río discutiendo con Campomanes entre aperitivo y aperitivo, y entre bocha y bocha... a mi papá, simpatizante de San Lorenzo, sentado en el «Gasómetro»... a mi padrino Carlos, cuando allí sobre la tribuna de la calle Mármol salvó la vida a una persona... y...

...Cuando salía, miré de reojo la pista de patín donde íbamos a bailar en Carnaval con las chicas de la A.J.A.C., a quienes cuidaba la Sra. de Silva... ¡Y algunos curas «renovados» creen haber descubierto la pólvora! ¡No necesitábamos que los Asesores nos hicieran «gancho», ni que las ramas J.A.C. y A.J.A.C. estuvieran fusionadas, ni guitarrita en las cosas sagradas, ni tantas reuniones mixtas, ni vasito de gaseosa, ni tanto besito! Tampoco ahora se necesita, a no ser que los Asesores «actualizados» consideren que los jóvenes de hoy son tan tontos, como normales eran los de ayer... «Sous la tribune du Saint Laurent…».

Estos que tanto hablan de ir al mundo, sólo les falta una cosa, un poco de «mundo», ¿sino cómo se explica que sean tan «Don Fulgencios»? Una de dos, o son jóvenes viejos o son viejos que no fueron jóvenes.

El futuro es nuestro.

Villa Ballester, 25–6–77».

En mis primeros años de sacerdote, y luego como párroco, tuve la gracia de poder preparar a cientos de adultos y niños para la Primera Comunión. ¡Y las miles de comuniones que uno ha administrado! ¡Y las miles de Misas que he celebrado!

En esta historia personal de mi relación con la Eucaristía también podría mencionar los estudios que hice con respecto al Tratado de la Eucaristía, las meditaciones, los escritos eucarísticos, los Diálogos Eucarísticos, etc.

Mi primer escrito publicado fue un pequeño artículo en defensa de la transustanciación, que salió publicado en la revista «Esquiú». Se titula: «Al pan, pan y al vino, vino». Dice así:

«El presbítero Carlos Miguel Buela, dirige por nuestro intermedio, al padre Pedro Raúl Luchía Puig, quien fue su maestro de catecismo y párroco, la siguiente misiva:

Hemos observado en estos años con harta frecuencia, que los que mucho utilizan ciertas palabras talismán, son los que menos practican lo que ellas implican, así "diálogo", así "renovación", así "ir al mundo".

En nombre de la mentalidad del hombre moderno, al que se lo supone incapaz de captar la realidad de ciertos términos, se ha borrado en casi todos los catecismos la palabra substancia y sus derivados como substancial y transustanciación. Y eso en nombre de la cultura del mundo que hay que evangelizar. Y eso en la pluma de publicitados teólogos "ouverts au monde".

Uno se pregunta, ¿será que en Europa no sabe el pueblo lo que es sustancia? Porque aquí en Argentina, al menos en la Capital y el Gran Buenos Aires, la mayoría lo sabe y a la prueba me remito: desde hace algunos años hemos sido invadidos por miles de camiones, furgones, «pick–ups», remolques, cisternas, camiones–tanques y frigoríficos con la leyenda: "TRANSPORTE DE SUSTANCIAS ALIMENTICIAS". Y es de toda evidencia que la inmensa mayoría sabe de qué se trata. Cada vez que veo uno, pienso en la malsana ridiculez de los que pretenden "ir al mundo" y lo único que tienen de él son teorías aprendidas en libros de otros, a quienes "les falta mundo".

Si los pastos le gritaban a San Ignacio de Loyola el amor de Dios, borrando mentalmente la última y la mitad final de la primera palabra junto con la preposición, deberíamos oír que miles de letreros gritan en Buenos Aires lo que hacemos los sacerdotes en la Santa Misa: "TRANSUSTANCIAS", o sea, conviertes totalmente la sustancia del pan y del vino en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.

Cuando nuestro querido párroco nos enseñó catecismo entendíamos, sin mayor precisión, que la presencia del Señor en la Eucaristía era en serio, porque tres palabras debíamos decir para expresarla: "Verdadera, real y sustancial". Después de más de 20 años, la primera vez que administré la Eucaristía –¡más de un copón y medio!– me iba repitiendo, como una celestial letanía, aquella fe que me enseñara mi querido cura párroco, magníficamente expresada en la respuesta a la pregunta nº. 66 del Catecismo, que todavía sabía de memoria y que ahora entendía con claridad meridiana. ¡Gracias Padre Luchía, por enseñarnos la verdad católica sin complejos ni falsas acomodaciones!

¡Me olvidaba! También dicen que no hay que llamarlo "Rey" a Cristo Nuestro Señor, porque el pueblo, hoy día, no sabe lo que eso significa. Podrá ser eso en Europa (no lo creo), pero en Latinoamérica no. ¿Será porque ellos no tienen al "rey" Pelé?

Roguemos al Señor para que termine alguna vez el servil colonialismo teológico–pastoral».

Desde hace años la Eucaristía y la Misa han sido el objeto preferido de mis estudios. Dios me ha dado la gracia de trabajar muchos años en la formación sacerdotal de sacerdotes que ya celebran la Misa en los cinco continentes. Dios me ha dado la gracia de ser formador de futuros ministros de la Eucaristía. Como tal, me ha tocado enseñar muchas veces el Tratado de la Eucaristía y he predicado muchas veces sobre la Eucaristía y el sacerdocio con ocasión de las primeras Misas.

Ésta es, en resumidas cuentas, la historia personal de mi relación con la Eucaristía. Hasta aquí me he detenido a recordar mi historia con respecto a la Eucaristía. Ahora les toca a ustedes meditar «su» historia personal.

Es muy importante nuestra historia, y por eso los animo a que hagan ustedes, como una reflexión, su propia historia al respecto. Es una historia a la cual hay que volver, porque es la historia de la gracia de Dios en nuestra alma. Es la historia de lo que nos caracteriza, porque hemos de ser siempre ministros de la Eucaristía.

Por último, podemos finalizar esta reflexión haciendo un examen de conciencia sobre nuestra relación personal con el Señor Sacramentado, relación que, por otra parte, resulta intransferible. También debemos examinarnos sobre cómo participamos de la Santa Misa diariamente, porque sin duda es lo mejor que pasa, cada día, en nuestro Seminario religioso y en nuestra vida.

2. ¡Nada más difícil que la fe en la Eucaristía!

Muchos de sus discípulos al oírlo dijeron:

«Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?»

(Jn 6,60).

No hay nada más simple, y al mismo tiempo, nada más complejo que la fe en la Eucaristía. Ahora me referiré a esa «complejidad» de nuestra fe, que nos obliga a profundizar más y más en ella.

Es necesario profundizar más nuestra fe en la Eucaristía como sacramento y como sacrificio porque, como decía muy bien Inocencio III, «en la Eucaristía se cree otra cosa de la que se ve, y se ve otra cosa de la que se cree». De ahí que diga Juan Pablo II: «Verdaderamente la Eucaristía es "mysterium fidei", misterio que supera nuestro pensamiento y puede ser acogido sólo en la fe».

Quiero ahora presentar el proceso que se debe tener en claro para poder sostener con certeza la fe en la Eucaristía; es decir, todas las cosas que un sacerdote o seminarista, un religioso o una religiosa, un laico o laica comprometidos, deben conocer apologéticamente para poder dar razón de su fe en este misterio, a sí mismos y a los demás.

1. Necesidad de comenzar todo desde el principio

Habrán notado en nosotros una seria preocupación por la formación de los seminaristas. En los jóvenes que ingresan al Seminario es notable la ignorancia que hay, por ejemplo, de nuestro idioma español; por eso es que en nuestro plan de formación se estudia castellano en el Noviciado y después se estudia años más en el Seminario Mayor, porque resulta que hoy les pasa a ellos como nos pasó a nosotros: ¡somos hijos de nuestro tiempo! A nosotros nos enseñaban a escribir sin errores, pero ahora, últimamente con todo eso de la «nueva pedagogía», resulta que hay quienes escriben vaca con «b» larga, o caballo con «y» griega... Me imagino que se darán cuenta de eso, aunque no tanto como nosotros. Pero si eso ocurre respecto a la lengua, es mucho más grave lo que ocurre con respecto a la formación religiosa. Muchos han estudiado un Catecismo que no les sirve para nada, que les ha dejado la cabeza vacía y –lo que es peor– el corazón frío. Es la realidad. Nosotros sabíamos de memoria el Catecismo y a la pregunta: «¿Quién es Dios?», respondíamos: «Ser infinitamente perfecto Creador del cielo y de la tierra». Pero hoy suele pasar que le preguntas a un niño de primero, segundo, tercero o cuarto año del Catecismo: «¿Quién es Dios?», y no sabe qué responder. Me acuerdo de un diálogo que tuve con un chico:

– A ver, ¿sabrías decirme quién es Dios?

– Y ... Dios es mi Padre.

– ¿Quiere decir que tu papá es Dios?

– No.

– Entonces, ¿quién es Dios?

– Y... es el Libertador.

– El general San Martín es libertador, ¿el general San Martín es Dios?

– No.

– ¿Y quién es Dios?

– ¿¿¿¿¿¿¿???????

¡Ya no sabía decir nada más!

Cuando éramos jóvenes, en Acción Católica se le daba mucha importancia a la formación, nosotros estudiábamos doctrina y apologética. Esa era la columna vertebral de la Acción Católica: la formación doctrinal. Recuerdo que para ello teníamos textos que eran claves: «Nociones de Apologética» de Marín Negueruela (de este libro había dos ediciones: una que era un resumen y otra más amplia que constaba de dos tomos). Estudiábamos también «La religión demostrada» del Padre A. Hillaire, y nos preocupábamos por conocer nuestra fe para profundizarla y también saber defenderla; o sea que uno tenía un bagaje de conocimiento religioso que hoy día no se tiene. Y es por eso que hoy hay que comenzar las cosas desde el principio. Dice el Papa en un discurso memorable sobre las Misiones populares: «Hoy día hay que tener paciencia, hay que comenzar todo desde el principio, desde los preámbulos de la fe hasta los novísimos con exposición clara, documentada, satisfactoria». Noten que dice: «Comenzar todo desde el principio». ¡Todo!

2. Proceso apologético para llegar a la fe en la Eucaristía

En la fe en la Eucaristía, como pasa con cualquiera de los otros artículos de la fe, nos encontramos previamente con los «preambula fidei», es decir, aquellas cosas que todavía no llegan a ser fe pero son como el soporte negativo de las verdades de fe. Si uno se encuentra con alguien que ya de entrada niega un «preambula fidei», no hay que asombrarse de que no quiera ir a Misa ni quiera comulgar: ¡muy difícilmente va a creer en la Eucaristía si niega un preámbulo de la fe! Si alguien niega la existencia histórica de Nuestro Señor Jesucristo, ¿va a creer que Jesús es Dios y que Él está en la Eucaristía? Esto es obvio, pero sucede que en el apostolado muchos no lo tienen en cuenta, y no saben comenzar «desde cero», proponiendo con argumentos racionales adaptados a la diversidad de personas los «preámbulos de la fe».

Antes de desarrollar el proceso apologético, repasemos rápidamente estos preámbulos, que son cinco:

1º. El problema crítico, es decir, es posible obtener conocimientos objetivos. Un relativista que niegue la existencia de la verdad objetiva no va a llegar ni siquiera a este «preambula fidei».

2º. El problema psíquico: La comprobación de la espiritualidad del alma. Si una persona cree que todo es materia, ¿cómo va a creer que la Eucaristía es alimento espiritual del alma, si no tiene alma? Entre comulgar una hostia chiquita y comer una pizza, va a preferir una pizza. No hay que gastar mucho en sesera para darse cuenta de eso.

3º. El problema teodiceo: El conocimiento de la existencia de Dios desde el punto de vista natural. Por las criaturas llegar a la certeza de la existencia del Ser Supremo. Si Dios Todopoderoso no existe, ¿cómo será posible la transustanciación?

4º. El problema ético: La aceptación de la ley natural. Si no hay ley natural, no hay religión natural, ¿por qué habríamos de religarnos, de rendir culto a Dios?

5º. El problema histórico: La historicidad de Jesucristo y de los Evangelios. Si Jesucristo no existió históricamente, Él no instituyó la Eucaristía.

Veamos ahora las etapas del proceso para llegar a la fe en la Eucaristía:

a. Primera etapa: Religión natural

Una primera etapa es conocer lo referente a la religión natural. Evidentemente, lo central y más importante es la certeza de la existencia de un Ser supremo. Una persona que se llama atea, o que se dice agnóstica, ¿cómo va a creer en la presencia real, sustancial, verdadera de Nuestro Señor en la Eucaristía si la Eucaristía es un milagro teológico? Por eso no hay que ponerse a hablar con un ateo de la Eucaristía. Hay que tomar algún punto de partida firme –siempre debería haberlo, a menos que estemos frente a alguien reducido a ser una planta, como dice Aristóteles de los que niegan el principio de no contradicción– y entonces, a partir de ese punto, comenzar a hablar primeramente sobre la existencia de Dios. Noten que como están las cosas en la actualidad el ateísmo adquiere muchas facetas. El Padre Fabro señala que la creencia en Dios implica seis realidades para que sea verdadera (si falta alguna, por ese lado se está filtrando el ateísmo):

– Primero: que Dios es espíritu puro;

– segundo: que es primera causa creadora;

– tercero: que Dios es libre;

– cuarto: que Dios es personal;

– quinto: que Dios es providente;

– sexto: que Dios es trascendente.

Entonces cuando el hombre capta la existencia del Ser supremo y quién es –esto pertenece a la religión natural–, necesaria y fatalmente se dan estas dos conclusiones:

1° Que dependemos totalmente de Él;

2° Que estamos obligados por ley natural a practicar la religión, es decir a «religarnos» a Dios de manera interna y de manera externa. Esa es la religión: la relación con Dios.

Hay estudios muy hermosos sobre esto. Preparando esta plática, leía que habían encontrado una tribu que aparentemente no creía en Dios. Fue un investigador y estuvo viviendo dos años con esa tribu y a los dos años llegó a la certeza de que ellos adoraban a Dios. Lo que sucede es que lo que concierne a la relación con Dios es un tema muy personal, no es una cosa muy hablada. De tal manera que uno de los puntos firmes de la ciencia antropológica es que todos los pueblos universalmente han rendido culto al Ser supremo.

Afirmamos, por tanto, la existencia de una religión natural. Ahora bien, si Dios quiere determinar más en concreto los dictados de la religión natural o la forma de culto con que ha de ser honrado, el hombre, por su dependencia absoluta respecto al Ser supremo, deberá abrazarse con tales prescripciones positivas. Esto da pie a la segunda etapa.

b. Segunda etapa: Religión cristiana

¿Ha determinado Dios en algún tiempo o lugar de la historia una forma más concreta de moral o de culto? Si la respuesta es afirmativa, hay que aceptar sus consecuencias. Si Dios revela ha de aceptarse la revelación de Dios. Si Dios se manifiesta, ¿cómo no aceptar su revelación si Él es el Ser supremo? La pregunta es precisamente esa: ¿Dios ha revelado?, es decir, ¿ha determinado una forma más concreta de religarse con Él?

En este plano entramos ya en la religión cristiana, pero antes hay varias etapas que se tienen que cumplir si uno quiere hacer el proceso apologético científicamente. Esto lo trata muy bien el libro «Teología fundamental para seglares» de Vizmanos–Ruidor. Esta charla es un resumen de lo que allí se trata con mucha profundidad. Yo simplemente indico de manera telegráfica estos puntos para hacerlos pensar en estas cosas.

Previamente se debe hacer lo que se llama el «estudio filosófico de la Revelación», respondiendo a varios interrogantes:

– ¿Qué es la revelación?

– ¿Qué posibilidad hay de que ocurra la revelación?

– ¿Cuál es la conveniencia de la revelación?

– ¿Cuál es su necesidad?

– ¿Cuál es la certeza de su conocimiento?

A renglón seguido hay que estudiar lo metodológico:

– ¿Cuál es la naturaleza de los criterios objetivos que se tienen que tener para discernir la revelación verdadera de falsas revelaciones?

– ¿Cuál es el valor de esos criterios?

– ¿Cómo deben usarse?

– ¿Cómo de hecho se han usado?

Luego hay que preguntarse por el estudio de las fuentes. Éste es el estudio crítico propiamente dicho:

– ¿Cuáles son los principales escritos que aparecen revestidos de cierta autoridad religiosa?

Detengámonos un poco más en la respuesta de esta pregunta. Siete son los principales escritos:

1. En Egipto: tenemos los Textos de las Pirámides, los Textos de los Sarcófagos, El libro de los muertos. Otros escritos antiguos son sapienciales, líricos o sociales.

2. En Babilonia: las Leyendas de la creación y el diluvio, himnos y oraciones, textos rituales para las ceremonias litúrgicas.

3. En la India tenemos los Vedas, los Brâhmana, los Upanishad, y Aranyaka; los Sutra, cuyo principal representante fue el Mânava–Dharma Sâstra o Leyes de Manú. Las grandes epopeyas como el Râmâyana y el Mahâbhârata, la literatura en torno a Sihva y Visnú llevada a su apogeo en el Bhagavad–Gitâ. Las obras referentes a las iluminaciones de Siddârta Gautama (Buda), o las directrices ascéticas de Mahavîra y Granth Sáhib, libro sagrado de los Sikhs.

4. En China: se nos ofrecen tres grandes bloques formados:

a. Por los cinco libros canónicos (los tres King, o libros de la historia, de los versos y de las mudanzas; el Li ki, o libro de los ritos, y el Tchuen Ts’ieu, o primavera y otoño);

b. Los cuatro libros clásicos chinos: «Anales», «Gran estudio», «Doctrina del Medio» y «Enseñanzas de Meng», debidos a las máximas de Kung–Fu–tse y sus discípulos principalmente su nieto Ts’eu–Sseu y el maestro más ilustre del confucianismo, Meng.

c. Y la obra de Lao–Tse, base originaria del taoísmo.

5. Japón: el shintoísmo descansa en tres obras de los siglos VII, VIII y X de nuestra era respectivamente: el Kojiki o «Anales de las cosas antiguas»; el Nihongi, o Crónicas del Japón, y el Engishikí, o Instituciones de Engi, donde se recogen los rituales del Shinto.

6. Persia: el Zend–Avesta en su redacción actual fue compuesto hacia el siglo IV de nuestra era con las tradiciones orales y restos de manuscritos antiguos destruidos en la invasión de Alejandro Magno.

7. Grandes libros presentados con autoridad en Arabia y toda la zona de influencia: El Corán, fundamento del Islamismo.

Todos estos libros se presentan con cierta autoridad religiosa.

Hoy día hay que agregar, por ejemplo, las pseudo revelaciones de Moroni a Joseph Smith, fundador de los Mormones; hay que agregar el tema de las sectas que proliferan y en forma veloz.

En ellas se encuentran muchas «semillas del Verbo», pero no tenemos tiempo ni espacio para examinar todas esas obras, una por una, y remitimos a las obras especializadas.

Pero, hay una serie de escritos religiosos que sí merecen toda nuestra atención. Estos son los que posteriormente se han reunido en una colección denominada Nuevo Testamento, cuyos principales son los Evangelios, Hechos de los Apóstoles y cartas de San Pablo.

De tal manera que el estudio crítico de estas fuentes nos tiene que llevar a conocer:

– ¿Cuáles son?;

– ¿Son auténticas?;

– ¿Han sido corrompidas?;

– ¿Son históricas?

Después de estudiar las fuentes sigue el estudio histórico del hecho. Cuando uno estudia las grandes religiones y las sectas, llega a la conclusión de que la religión cristiana es la revelación verdadera.

Luego tienen lugar las preguntas del estudio histórico del hecho de la religión cristiana:

– ¿Existió Jesús?

– ¿Cuál fue su misión?

– ¿Cuáles sus testimonios como Legado Divino, como Mesías, como Hijo de Dios?

– ¿Cuáles son las pruebas de que su testimonio es verdadero? Su Persona moral, sus milagros, sus profecías, los vaticinios del Antiguo Testamento, su Resurrección…

– ¿Cuál es su mensaje?

Una vez respondidas, seriamente, estas preguntas, queda firmemente establecido que la religión cristiana es la única verdadera. Pero después de tantos siglos desde la aparición de Jesús, ¿dónde encontrar su doctrina divina?

c. Tercera etapa: Religión Católica

Para responder a esta última pregunta, acudiremos nuevamente a la historia. Ésta nos muestra que Jesucristo fundó una sociedad perfecta con carácter sobrenatural, con ciertas notas externas y manifiestas por las cuales pudiese distinguirse fácilmente en cualquier tiempo futuro. Observando las iglesias religiosas existentes, se ve claramente que ninguna más que la Iglesia Católica tiene las características impresas por Jesús en su Iglesia: Una, Santa, Católica, Apostólica.

Una vez demostrada la veracidad de la Iglesia Católica, podemos ya poner con plena certeza nuestro acto de asentimiento a los dogmas. Y entonces realizar, con fundamento, el acto de fe.

La doctrina enseñada por esa Iglesia la podemos recibir con acto de fe razonable, porque el mismo Jesús lo prometió: Yo estaré siempre con vosotros hasta la consumación del mundo (Mt 28,20); El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Mt 24,35). Como confesó Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6,66). Por eso es que la Iglesia es indefectible. Y por eso es que Dios, Nuestro Señor Jesucristo, para conservar a través de los siglos la doctrina que Él enseñó, le dio al Magisterio Supremo, el carisma de la infalibilidad in docendo, así como el pueblo fiel tiene el don de la infalibilidad in credendo.

¿Cómo enseña la Iglesia el mensaje de Jesús?

Lo enseña:

– Por la Sagrada Escritura;

– por los Santos Padres;

– por los Papas;

– por los Santos Doctores;

– por los Concilios;

– por los Obispos de todo el mundo unidos en comunión con Pedro, cabeza visible de la Iglesia.

En estos últimos años, durante la crisis grandísima provocada por el progresismo, cuando uno de los teólogos progresistas –Eduardo Schilebeeckx– negó la transustanciación, el Papa –en aquel entonces Pablo VI– se vio obligado a dar un documento magisterial, la encíclica «Mysterium Fidei», un bellísimo resumen de la fe católica en la Eucaristía: «Mas para que nadie entienda erróneamente este modo de presencia, que supera las leyes de la naturaleza y constituye en su género el mayor de los milagros, es necesario escuchar dócilmente la voz de la Iglesia docente y orante. Ahora bien, esta voz, que constituye un eco perenne de la voz de Cristo, nos asegura que Cristo no se hace presente en este Sacramento, sino por la conversión de toda la substancia del pan en su Cuerpo, y de toda la substancia del vino en su Sangre; conversión admirable y singular a la que la Iglesia Católica justamente y con propiedad llama transustanciación. [...]

Porque bajo dichas especies ya no existe lo que había antes, sino una cosa completamente diversa; y esto no únicamente por el juicio de fe de la Iglesia, sino por la realidad objetiva, puesto que convertida la sustancia o naturaleza del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, no queda ya nada del pan y del vino, sino las solas especies: bajo ellas Cristo todo entero está presente en su "realidad" física, aun corporalmente, aunque no del mismo modo como los cuerpos están en un lugar». Allí se ve con claridad cómo la fe en la Eucaristía es algo que debo recibir con un acto de fe razonable.

Y luego, como era tan grande la tempestad desatada por el progresismo, el mismo Pablo VI declaró al año 1978 como «el año de la fe», promulgando el 29 de junio de ese año «El Credo del Pueblo de Dios», donde de una manera explícita se afirma el tema que estamos tratando –la fe católica en la Eucaristía–: «Nosotros creemos que la Misa, que es celebrada por el sacerdote representando la persona de Cristo, en virtud de la potestad recibida por el sacramento del orden, y que es ofrecida por él en nombre de Cristo y de los miembros de su Cuerpo místico, es realmente el sacrificio del Calvario, que se hace sacramentalmente presente en nuestros altares. Nosotros creemos que, como el pan y el vino consagrados por el Señor en la última Cena se convirtieron en su Cuerpo y su Sangre, que en seguida iban a ser ofrecidos por nosotros en la cruz, así también el pan y el vino consagrados por el sacerdote se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sentado gloriosamente en los cielos; y creemos que la presencia misteriosa del Señor bajo la apariencia de aquellas cosas, que continúan apareciendo a nuestros sentidos de la misma manera que antes, es verdadera, real y sustancial.

En este sacramento, Cristo no puede hacerse presente de otra manera que por la conversión de toda la sustancia del pan en su Cuerpo y por la conversión de toda la sustancia del vino en su Sangre, permaneciendo solamente íntegras las propiedades del pan y del vino, que percibimos con nuestros sentidos. La cual conversión misteriosa es llamada por la santa Iglesia conveniente y propiamente transustanciación. Cualquier interpretación de teólogos que busca alguna inteligencia de este misterio, para que concuerde con la fe católica, debe poner a salvo que, en la misma naturaleza de las cosas, independientemente de nuestro espíritu, el pan y el vino, realizada la consagración, han dejado de existir, de modo que el adorable Cuerpo y Sangre del Señor Jesús, después de ella están verdaderamente presentes delante de nosotros, bajo las especies sacramentales de pan y vino, como el mismo Señor quiso, para dársenos en alimento y unirnos en la unidad de su Cuerpo místico.

La única e indivisible existencia de Cristo, el Señor glorioso en los cielos, no se multiplica, pero por el Sacramento se hace presente en los varios lugares del orbe de la tierra, donde se realiza el sacrificio eucarístico. La misma existencia, después de celebrado el sacrificio, permanece presente en el Santísimo Sacramento, el cual, en el tabernáculo del altar, es como el corazón vivo de nuestros templos. Por lo cual estamos obligados, por obligación ciertamente suavísima, a honrar y adorar en la Hostia Santa que nuestros ojos ven, al mismo Verbo Encarnado que ellos no pueden ver, y que, sin embargo, se ha hecho presente delante de nosotros sin haber dejado los cielos».

Posteriormente contamos con todos los mensajes del Papa actual a los Congresos Eucarísticos mundiales, que se han realizado durante su Pontificado, sus homilías para cada Jueves Santo, y las Cartas que todos los años envía a los sacerdotes del mundo entero, también con ocasión del Jueves Santo, donde –de una manera u otra– se está dando testimonio de la fe católica en la Eucaristía.

3. Examen de conciencia sobre nuestra fe en la Eucaristía

Después de todo lo que hemos tratado, sería conveniente que cada uno se examine interiormente y se pregunte:

– ¿He sabido dar los pasos del proceso apologético?

– ¿He estudiado bien la Teología Fundamental?

– ¿Cuáles son mis convicciones, en primer lugar, desde el punto de vista natural, respecto del Ser Supremo?

Yo sostengo que si llega a haber algún candidato al sacerdocio que, desde el punto de vista natural, no tenga la certeza de la existencia del Ser Supremo, hay que decirle que se vaya. No habría que ordenarlo, porque el día de mañana, cuando tenga problemas, o crisis de fe, y pase las noches oscuras, ¿de qué se va a agarrar?

Respecto de la existencia de Dios:

¿Tengo ese convencimiento, de manera personal, razonada, desde el punto de vista «vulgar», de su existencia, y también, de ser posible desde el punto de vista metafísico, por el conocimiento profundo de las cinco vías?

Respecto a la religión cristiana:

– ¿Tengo la certeza porque he estudiado, porque de manera personal he buscado profundizar, y no porque me lo han dicho...?

Y dentro de las religiones cristianas:

– ¿Cuál es la religión que mantiene la integridad de la fe enseñada por Jesucristo?

– ¿Estoy convencido de que la religión Católica es la que tiene la plenitud de la revelación? ¿Estoy convencido de que todo el trabajo ecuménico, finalmente, tiene que llevar a los demás cristianos a la unidad con la Iglesia Católica, sobre todo bajo Pedro, respetando, por supuesto, todas las diferencias accidentales, que justamente enriquecen a la catolicidad, porque lo que se tiene que buscar no es una uniformidad? La diversidad es lo que hace que la Iglesia pueda ser comunión.

Y entonces, teniendo en cuenta el proceso apologético, me tengo que preguntar sobre mi fe en la Eucaristía:

– Mi fe en la Eucaristía ¿es realmente un acto de fe razonable?

– ¿Sé defender la historicidad de los Evangelios?

– ¿Sé defender la autenticidad de los Evangelios?

– ¿Sé defender la sustancial incorrupción que ha habido en los Evangelios, a pesar de que fueron escritos hace casi veinte siglos?

– ¿Sé responder a las insidias de la exégesis progresista sobre el texto bíblico?

Decía Juan Pablo I: «Hoy, de la fe sólo se conserva lo que se defiende». Defender, ad intra primero, en nosotros, en nuestro corazón, en nuestra mente, para luego poder defenderlo y difundirlo a los demás.

3. ¡Nada más fácil que la fe en la Eucaristía!

Teniendo nosotros tal nube de testigos que nos envuelve,

arrojemos todo el peso del pecado que nos asedia,

y por la paciencia corramos al combate que se nos ofrece,

puestos los ojos en Jesús el autor y consumador de la fe (Heb 12,1–2).

Primero hemos considerado nuestra pequeña historia personal con respecto a Jesús Eucaristía; luego reflexionamos sobre el complejo proceso apologético por el cual llegamos a la convicción de recibir, con un acto de fe razonable, la doctrina enseñada por la Iglesia de manera especial en lo que se refiere a la Eucaristía. Y hemos tenido como leiv motiv de estas reflexiones aquello de Inocencio III referido a la Eucaristía: «Se cree otra cosa de la que se ve y se ve otra cosa de la que se cree».

Precisamente por esto, por ser la Eucaristía una realidad en la que «Se cree una cosa distinta de lo que se ve y se ve una cosa distinta de lo que se cree», ciertamente tienen que haber en la vida del cristiano –y con mayor razón en la vida del seminarista y en la vida del sacerdote–, tentaciones contra la fe eucarística. Y esto no es anormal. ¿Por qué? Veamos tres razones:

1. El porqué de las tentaciones contra la fe eucarística

Primera razón: Porque todo lo nuestro depende de la fe.

En primer lugar habrán en nuestra vida tentaciones contra la fe eucarística, porque la principal y primera defensa que tiene el sacerdote es la fe. Absolutamente todo lo nuestro sólo se entiende a la luz de la fe. ¿Por qué el celibato?; ¿por qué la disposición de dar la vida por los demás?; ¿por qué la caridad cristiana?; ¿por qué pasar horas y horas en el confesionario?; ¿por qué tener que andar como ovejas en medio de lobos?; ¿por qué la oración?; ¿por qué celebrar la Misa? ¡Todo!, ¡todo!, ¡todo...! ¡Absolutamente todo lo que hace el sacerdote es ininteligible sin la fe! Toda su vida, desde la mañana hasta la noche, es ininteligible sin la fe. Por esa razón, el diablo de manera particular ha de tratar de mellar esa fe.

Segunda razón: Porque la Eucaristía es la obra más excelente que tiene la Iglesia.

También el diablo se ensaña de manera especial contra la fe eucarística porque la Eucaristía es la obra más excelente que tiene la Iglesia, como lo recuerda varias veces el Concilio citando a Santo Tomás.

La Eucaristía, enseña el Concilio Vaticano II, «contiene todo el bien espiritual de la Iglesia porque es Cristo mismo»; de tal manera que la Eucaristía es «la fuente de la cual brota toda la vida de la Iglesia» y, a su vez, «es la cumbre hacia la cual tiende toda la actividad de la Iglesia».

Por eso es que el demonio busca con predilección el tentar a las almas consagradas contra la fe en la presencia real.

Tercera razón: Por la estrecha relación entre Eucaristía y sacerdocio.

Hay otra razón también muy importante. Por estar íntimamente unidos Eucaristía y sacerdocio, sacerdocio y Eucaristía, el diablo trata de poner cuña entre ambas cosas; y, entonces, ¿qué es lo que hace? O ataca a la una o ataca a la otra; ataca al sacerdocio o ataca a la Eucaristía, o viceversa, porque atacando a la una, disminuye la otra; o también ataca a las dos al mismo tiempo.

En referencia a esto, me viene a la memoria una pregunta que me hizo un sacerdote, en una situación muy interesante, pues me encontraba en el aeropuerto de Curaçao, una de las islas del Caribe, luego de visitar a nuestros misioneros en Guyana. Veo al sacerdote, que tenía toda la pinta de ser irlandés, y me puse a hablar con él –y efectivamente lo era–. Era, además, el secretario de la Conferencia Episcopal del Caribe y sabía que había sacerdotes de nuestro Instituto en Guyana. En seguida empezamos a conversar. Como él no hablaba español, me las tuve que ingeniar con el poco inglés que yo tenía, pero cuando surgía alguna palabra que no me acordaba le decía: «En español se dice así», y él me entendía porque también él conocía algo de español. Estuvimos conversando como dos horas y media mientras esperábamos el avión. Esas conversaciones son muy interesantes, ya que son cosas muy íntimas las que se hablan; digamos que son una cosa de corazón a corazón. Pues bien, en un momento de la conversación este sacerdote me pregunta:

– Padre, ¿Ud. no piensa que la crisis sacerdotal actual es la falta de fe en la presencia real?

Este sacerdote tenía mucha razón. ¿Cómo no van a haber sacerdotes con crisis de identidad si no creen en el sacrificio de la Misa, si no creen que Jesucristo está verdadera, real y sustancialmente presente y vivo en la Eucaristía?

Sin embargo, pienso que hay una causa más remota en la gran crisis sacerdotal de nuestros días. Por eso, le respondí así:

– Ciertamente, porque un sacerdote que realmente crea que Jesús está presente en la Eucaristía no puede hacer las aberraciones que vemos se hacen. Incluso, Padre, pienso que hay algo más. Para mí el problema es que no hay fe en Dios, porque un sacerdote que no cree en la Eucaristía no cree en ella porque antes no cree en Dios, no cree en la Palabra de Dios, no cree en lo que Dios ha revelado.

De ahí la conveniencia de estudiar y meditar en el proceso apologético por el cual debemos llegar a la convicción de aceptar, con un acto de fe razonable, la fe en la Eucaristía. De manera particular, para que cuando sobrevengan tentaciones contra la fe eucarística, sepamos rechazarlas con convicción, con prontitud y meritoriamente.

2. Algunos ejemplos de tentaciones contra la fe en la Eucaristía

Me parece oportuno traer a la memoria algunos ejemplos de tentaciones contra la fe eucarística. En la historia de la Iglesia conocemos –está muy bien documentado– casos de sacerdotes que han dudado de la presencia real y que con ocasión de esas dudas han sido testigos de milagros eucarísticos especiales, que actualmente están perfectamente estudiados.

El caso más conocido es el Milagro de Lanciano, en la provincia de Chieti, en Italia, en donde los accidentes del pan se convirtieron en Carne, y los del vino en Sangre. Personalmente he tenido la oportunidad de verlo, y cualquiera puede hacerlo porque, hasta el día de hoy, este milagro es conservado a la vista de todos en una Custodia que se encuentra en un templo de la misma ciudad.

Y este milagro ocurrió ante la tentación «sin culpa», dicen los autores, de un monje basiliano que celebraba la Misa:

«Hecha la doble consagración, fue atormentado de una duda acerca de la presencia real de Jesús en el Santísimo Sacramento. Fue agitado por la tentación sin culpa de su parte. Dios vino en ayuda de su fe confirmándola de un modo evidente; el prodigio se verificó entre sus manos. La Hostia Santa se convirtió en Carne, permaneciendo en algunos puntos las apariencias de la materia sacramental y el vino se convirtió en Sangre reagrupándose en cinco pequeños glóbulos irregulares y diversos por la forma y el tamaño».

* * *

Otro milagro eucarístico singular es el que se conserva en Casia, de donde era Santa Rita. El milagro ocurrió en Siena con un sacerdote de allí que trató sin respeto al Santísimo Sacramento. Este sacerdote iba a llevar la Comunión a un enfermo y de manera irreverente puso la hostia entre las páginas del breviario. Cuando va a dar la Comunión al enfermo, ve que la hostia había sangrado... Todavía hoy se puede ver la página del breviario manchada en sangre.

Se lo conoce como el Milagro Eucarístico de Casia, ya que en esta ciudad se conserva la reliquia, en la misma iglesia donde está enterrada Santa Rita. Fue llevada allí por el beato Simón Fidoli:

«En 1930, para el VI Centenario del milagro, tuvo lugar en Casia un congreso eucarístico y, en tal ocasión, fue inaugurado un magnífico ostensorio para conservar la insigne reliquia. Se puede ver la página manchada de sangre, un rectángulo de pergamino de 5,2 cm. por 4,4 cm. El diámetro de la hostia sangrante es de 4 cm. El color de ésta es marrón claro. Con un lente, se puede también distinguir las huellas de la coagulación de la sangre y el color aparece entonces rojizo. Destacamos que si se observa la reliquia con un lente potente se puede contemplar clara y distintamente la figura de un rostro humano sufriente, como se puede igualmente revelar de la fotografía».

* * *

Don Orione, quien prácticamente es contemporáneo nuestro, contaba que, en una oportunidad, el diablo en el momento mismo de la consagración, que en aquel entonces siempre se hacía en latín, cuando tenía que decir «Corpus» (Cuerpo) el diablo quería que dijese «porcus» (cerdo). Él mismo cuenta que una vez, elevando el cáliz, el diablo le hincó una uña en el dedo de la mano para que se le cayese.

* * *

En Villa Ballester vino una vez a verme un hombre. Tenía 45 años. Ni bien empezó a hablar se puso a llorar. Lloraba a lágrima viva. Cuando logré que más o menos se serenase, le pregunté qué le pasaba.

– Padre, no tengo paz desde los siete años, desde el día que tomé mi Primera Comunión.

– ¿Qué te pasó?

– Cuando estaba en la fila para comulgar me venían pensamientos de blasfemia, de sacrilegio... y como yo ya estaba en la fila, igual seguí y comulgué. Así es que desde entonces nunca más volví a comulgar, nunca más volví a Misa; pero no puedo seguir viviendo así.

¡Llevaba 38 años con esa cruz! Entonces le expliqué:

– Pero vos amás a Jesús…, ¿no?

– Sí, me respondió.

– Entonces, ¿cómo vas a estar en contra de Él? ¡Ése es el diablo que desde afuera buscaba provocarte esos pensamientos para que vos perdieses la paz, para que no te acercaras a los sacramentos, para que dejaras de acudir a la Eucaristía...!

Y ahí volvió a llorar, pero ya eran lágrimas de felicidad... Había descargado su conciencia. Eso ni siquiera había sido pecado, ni siquiera pecado venial; él no había querido consentir en las blasfemias... Tan sólo habían sido tentaciones del diablo.

* * *

Por eso, cuando les vengan tentaciones contra la Eucaristía no tienen que asustarse, no tienen que perder la paz; ni siquiera tienen que perder la alegría. Es algo que puede haberles pasado, o que más adelante les pueda ocurrir: ¡somos de barro! Vasijas de barro dice San Pablo (2Cor 4,7).

Además hay que saber que son muy útiles esas tentaciones. ¿Por qué? Porque al rechazarlas estamos haciendo actos de fe y esos actos virtuosos interiores nos hacen ganar méritos para la vida eterna. Jesús en el Evangelio no nos enseñó a pedir: «Señor, ¡que no tenga tentaciones!», ¡no! En el Padre Nuestro nos enseñó a pedir: no nos dejes caer en la tentación (Mt 6,13; Lc 11,4). No es malo tener tentaciones, lo malo es «caer» en las tentaciones. Cristo no tuvo pecado y sin embargo tuvo tentaciones; porque haya tentaciones no quiere decir que haya pecado.

A este respecto es muy interesante un sermón de San Alfonso María de Ligorio: «De la utilidad de las tribulaciones o tentaciones». Allí el Santo muestra claramente cómo necesariamente tenemos que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios (He 14,22), necesariamente así como el oro se purifica en el crisol o fuego, el hombre tiene que pasar por muchas tribulaciones, por muchas tentaciones.

Además, hay que saber mirar el hecho con serenidad porque estamos en una lucha, en un combate. Y nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, las Potestades y los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas, nos dice San Pablo (Ef 6,12). ¡Nuestra lucha es contra el diablo!

3. Nada más fácil…

Notemos siempre, absolutamente siempre, que la tentación es algo irracional. Es sensiblería, es algo tonto. ¿Y por qué son irracionales las tentaciones contra la fe? Porque van contra la verdad divinamente revelada. Entonces son irracionales. Dios ha revelado lo que ha revelado y Dios es la absoluta verdad... ¿y Dios se puede equivocar?; ¿y Dios va a ser engañado?; ¿y Dios nos va engañar? Es irracional, es estúpido entretenerse en las tentaciones contra la fe.

Por eso, no hay nada más fácil que la fe de la Eucaristía. ¿Por qué? Porque la fe es el asentimiento de la inteligencia y de la voluntad a lo que Dios ha revelado; es la aceptación de la autoridad de Dios que revela. Entonces no hay nada más fácil que eso porque está de por medio la palabra de Cristo. Él fue quien dijo: «Es mi Cuerpo... es mi Sangre... Haced esto... ».

Además de esto, hay 2000 años de historia de la Iglesia, durante los cuales la Iglesia estuvo enseñando de miles de formas la verdad sobre la fe en la presencia real de Nuestro Señor en la Eucaristía, y no solamente enseñando sino haciendo: «Haced esto…». ¡La Misa! Durante 20 siglos, generaciones y generaciones de hombres y mujeres han pasado, mientras que la Iglesia sigue haciendo lo mismo que le mandó hacer el Señor. ¿Y la Iglesia va a estar equivocada?

¿Se equivocaron los Doce Apóstoles, Ireneo, Atanasio, Agustín, Jerónimo, Juan Crisóstomo, Santo Tomás? ¡Es estúpido pensar eso!

¿Se equivocaron san Buenaventura, san Ignacio, san Alfonso, san Pío X, Don Orione, el Padre Pío de Pietrelcina, Juan Pablo II....? No hay que ser tan tontos, ¿no? Ellos son genios, nosotros somos pobres pollos mojados.

¿Se equivocaron las «Teresas»: Teresa de Jesús, Teresa del Niño Jesús, Teresa de los Andes, Teresa Jornet, la Madre Teresa de Calcuta… al creer en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía?

¿Se habrán equivocado miles y miles de sacerdotes, de religiosos, de religiosas, de laicos, los cuales son infalibles en la fe «in credendo»? ¿Se habrán equivocado miles y miles de obispos que en comunión con el Papa son infalibles en la fe «in docendo»? ¡Es absurdo, es una cosa estúpida, propia de alguien necio! Es un dogma de fe definido, un dogma solemnemente definido, y los dogmas de fe trabajan a manera de primeros principios del ser y del pensar sobrenatural. Así como el hombre que rechaza el principio de no contradicción es una planta, como decía Aristóteles, así un hombre inteligente que rechaza el primer principio del orden sobrenatural, los estímulos de la fe, es menos que una planta: ¡no llega ni a maceta!

Nada más fácil y, sin embargo, la fe en la Eucaristía produce vértigo, porque finalmente la Eucaristía es algo frágil y, no obstante, de esa fragilidad de la Hostia Consagrada cuelga la Iglesia... y también colgamos nosotros. ¡Desde hace 15 años nosotros como Congregación colgamos de la Eucaristía! Eso ciertamente produce vértigo, porque uno desde el punto de vista humano quisiese otras seguridades; sin embargo, ¡esa es la máxima seguridad de la Iglesia, y por tanto de nuestra familia religiosa! ¡La Eucaristía que hace la Iglesia y la Iglesia que hace la Eucaristía!

Por eso creo que de manera profética Marcelo Morsella escribió esa frase tan hermosa:

«Señor, quiero ser una hostia.

Blanca, sin mancha, por tu gracia y para Tí.

Frágil, sólo fuerte en Tí».

4. La consagración del pan en la «Narración de la institución y consagración»

«El cual, la víspera de su Pasión, tomó pan en sus santas y venerables manos, y,

elevando los ojos al cielo, hacia ti, Dios, Padre suyo todopoderoso, dando gracias te bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:

Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros»

(Plegaria Eucarística I).

La Eucaristía es un misterio de fe, y por tanto, nuestra participación en la Misa debe ser un acto de fe realizado con la misma intensidad que debe tener nuestro amor a Dios, vale decir, debes creer en la Eucaristía con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas (Lc 10,27).

Para ayudarles a participar con mayor provecho de este misterio de la fe que es la Santa Misa, me pareció oportuno hacerles notar algunos aspectos del relato de la «Narración de la institución y consagración», como le llama la Ordenación General del Misal Romano en un párrafo donde se sintetiza magníficamente lo que sucede en cada consagración: «En ella, con las palabras y gestos de Cristo, se realiza el sacrificio que el mismo Cristo instituyó en la Última Cena, cuando bajo las especies de pan y vino ofreció su Cuerpo y su Sangre y se lo dio a los Apóstoles en forma de comida y bebida, y les encargó perpetuar ese mismo misterio».

No se trata de hacer ahora un estudio exegético de los textos bíblicos que narran la consagración, ni tampoco un estudio comparativo entre los cuatro relatos bíblicos de la Eucaristía. Tampoco haremos un estudio sobre la edición típica latina del Misal Romano, ni lo haremos acerca de los 76 textos litúrgicos, de los distintos ritos y épocas, que se conservan del relato de la institución. Lo nuestro, simplemente, se ceñirá a una lectura atenta de las distintas expresiones de la «Narración de la institución y consagración» en las Plegarias eucarísticas del Misal Romano, utilizando para ello el texto español unificado.

Si prestamos atención a las expresiones de la «Narración de la institución y consagración», ¿con qué nos encontramos?

1. Las personas

En la «Narración de la institución y consagración», lo primero que aparece son las personas. Hay dos géneros de personas: el protagonista principal y los participantes.

a. La persona principal es la persona de Nuestro Señor Jesucristo. Veamos de qué modo se le menciona en las distintas Plegarias:

– «El cual»: aparece en la Plegaria eucarística I y II;

– «Él mismo»: en III, IV, V/a/b/c/d, y en la Plegaria eucarística sobre la Reconciliación II; en Rec I está tácito el pronombre personal que se refiere a Cristo.

«El cual»: se utiliza un artículo que sustantiva a un pronombre relativo, por eso aparece sin nombre. ¿A qué se refiere? A lo inmediatamente anterior. «Que sea para nosotros, Cuerpo y Sangre de tu Hijo amado, Jesucristo Nuestro Señor. El cual…», o sea, Jesucristo.

En donde aparece «Él mismo», «Él» aparece acentuado, no figura como artículo sino como pronombre personal. Por ej., como aparece en III: «De manera que sean Cuerpo y Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro que nos mandó celebrar estos misterios. Porque Él mismo». Ese «Él» es Jesucristo.

Entonces ya podemos concluir que en lo primerísimo de la narración, aparece el protagonista principal de la Misa, que es el Verbo Encarnado, la segunda Persona de la Santísima Trinidad hecha hombre. ¡El Actor principal de la Misa!

De esta realidad debemos darnos cuenta en cada Santa Misa de la que participamos. Tal vez pueda ayudarles el recordar esto cuando escuchan al sacerdote pronunciar en las Plegarias: «El cual…», «Él mismo…».

b. En segundo lugar aparecen los que podríamos llamar los participantes, es decir, varias personas. Casi todas las Plegarias eucarísticas dicen: «Sus discípulos».

– «El cual, la víspera de su Pasión... dando gracias te bendijo, lo partió, y lo dio a sus discípulos…» (I).

Expresiones similares aparecen en las demás Plegarias. Todas dicen: «Sus discípulos», salvo Rec I, que en la consagración del Sanguis utiliza un término sinónimo: «Y lo pasó a sus amigos».

Esta presencia de los discípulos es tan importante que en todas las grandes representaciones artísticas de la Última Cena aparece la intervención de los Apóstoles como partícipes y espectadores del acontecimiento. En algunos cuadros, se ve a unos Apóstoles extasiados de admiración ante el prodigio de la Eucaristía, a otros se les ve rezando, a otros adorando al Santísimo Sacramento; a Judas generalmente se lo ve desatento a la Eucaristía y atento a la bolsa de dinero.

Se podría hacer una hermosa historia del arte basada únicamente en todas las grandes obras artísticas (pinturas, esculturas…) que representan la Última Cena a través de los siglos. Si prestan atención a la talla de la Última Cena de ébano negro, regalada por nuestros misioneros en Sudán, que adorna el frente de nuestro altar, verán cómo intervienen distintos elementos. Aun siendo que se trata de una talla en ébano negro, ¡qué juego de figuras, de tamaño, de proporción, de perspectivas! Pero cuando se está delante de un cuadro de la Última Cena se percibe aún más el juego de los colores. Por ejemplo, una cosa es la «Última Cena» de Dalí en el National Gallery de Washington, con colores cálidos, en fondo celeste, y otra cosa muy distinta es la «Última Cena» de Nostra Signora delle Grazie en Milán de Leonardo da Vinci, que acaba de ser restaurada después de muchos años. Y esto no es una teoría. Todos los detalles contribuyen a la obra, y gracias a ellos podemos percibir no sólo la acción de Jesucristo en la Cena sino también la de los participantes y comensales: «Sus discípulos». Tanto en el arte como en la Liturgia se nos muestra esta realidad: ¡Hay personas que intervienen!

2. El tiempo

En la narración de la institución se señala un tiempo. Por tanto, es algo que ocurre en nuestra historia de hombres. No es algo metahistórico. Es algo ocurrido en un tiempo determinado y preciso: «La víspera de su Pasión».

– «El cual, la víspera de su Pasión…». Así figura en I, y en todas las V.

– En la II, se usan expresiones sinónimas: «El cual, cuando iba a ser entregado a su Pasión, voluntariamente aceptada».

– La III utiliza una expresión netamente paulina, muy amada en las liturgias orientales: «La noche en que iba a ser entregado», haciendo ya mención a la entrega que iba a hacer Judas. Esta expresión la trae San Pablo en el relato que él nos transmite de la institución eucarística: Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Éste es mi Cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío» (1Cor 11,23–24).

– En la IV se resalta más el aspecto de glorificación: «Porque Él mismo, llegada la hora en que había de ser glorificado por ti, Padre Santo».

– En Rec I se dice bellísimamente: «Pero, antes que sus brazos extendidos entre el cielo y la tierra trazasen el signo indeleble de tu alianza, quiso celebrar la Pascua con sus discípulos…».

– En Rec II: «Porque Él mismo, cuando iba a entregar su vida por nuestra liberación».

Noten cómo todas las Plegarias eucarísticas expresan la misma idea: «La víspera de su Pasión», es decir, el día antes de la muerte en cruz. Es un tiempo bien determinado. Y esto ¿por qué? Porque el Sacrificio de la Misa es reiteración del sacrificio incruento de la Cena. No se reitera el sacrificio cruento; el sacrificio cruento se perpetúa. Lo que se reitera es el sacrificio incruento. De tal manera que la Misa –si queremos usar una imagen– viene a ser, por así decirlo, como una diapositiva de la Última Cena. Y es eso lo que en todas las Plegarias se quiere resaltar: se reitera, se hace de nuevo, el rito incruento de la Última Cena.

Sin embargo, se renueva con una diferencia: que en la Última Cena el rito cruento era anticipado, ya que era anterior al sacrificio de la cruz; en cambio ahora, en la Misa, el rito incruento es derivado, porque es posterior al sacrificio de la Cruz.

3. El lugar

En la «Narración de la institución y consagración» también se señala un lugar, de tal manera que están perfectamente señaladas las coordenadas de espacio y tiempo. El lugar lo sabemos: el Cenáculo. ¿Por qué «Cenáculo»? Porque es el lugar de la Cena. En los textos aparece varias veces «cenaban». Era de noche y, como se sabe, desde antiguo al alimento que se toma de noche el lenguaje común le da el nombre de cena.

– «Y, mientras cenaba con sus discípulos» dice la III (en el formulario para Misa vespertina del Jueves Santo) y la IV;

– «mientras cenaba con ellos…»: Rec I;

– lo mismo dicen en forma semejante, casi equivalente, todas las V: «Mientras estaba a la mesa con sus discípulos…»; la Rec II agrega un pequeño detalle: «…Estando sentado a la mesa…». ¿Para qué estaba sentado a la mesa? Para cenar.

De tal manera que en la Misa –y esto creo que es una cosa que nos debe llamar fuertemente la atención–, propiamente no es que nosotros vayamos al Cenáculo sino que el Cenáculo viene a nosotros... como viene el Calvario. ¡Sí!, mentalmente tenemos que disponernos a darnos cuenta de esto; espiritualmente debemos percibir que lo que pasa en la Misa es lo que pasó en el Cenáculo. Por eso el Jueves Santo es el día del nacimiento del sacerdocio católico, el día en que nacimos nosotros al sacerdocio en la mente de Dios, y por eso mismo el Jueves Santo tiene que ser siempre un día especialmente sacerdotal.

4. El actor principal, Jesucristo, hace cosas visibles

En esto la uniformidad en las Plegarias eucarísticas romanas es casi total. Todas señalan los mismo gestos de Nuestro Señor:

a. Toma el pan

– «…Tomó el pan…»: todas las Plegarias eucarísticas;

– en I se agrega un detalle que realmente expresa una respetuosa veneración: «En sus santas y venerables manos»; la Liturgia armenia todavía expresa una admiración más grande porque dice: «En sus manos sagradas, divinas, inmortales, inmaculadas, creadoras». También las Plegarias antiguas egipcias resaltan más esas manos que toman el pan.

En el Canon Romano se va a agregar algo que no aparece en las otras Plegarias: «Elevando los ojos al cielo». Ese elevar los ojos al cielo es una acción cultual, no es una cosa teatral. Como acción cultual indica la idea de ofrecimiento de la materia que se va a sacrificar. Santo Tomás explica este elevar los ojos al cielo que no aparece en los relatos bíblicos de la institución, pero sí aparece en los relatos de la multiplicación de los panes, en la resurrección de Lázaro y en otros momentos. Lo explica en la Suma Teológica respondiendo a una dificultad:

«Dice San Juan que el Señor hizo y dijo muchas cosas que no han sido escritas por los evangelistas. Entre esas cosas está que el Señor en la Cena levantó los ojos al cielo: cosa que la Iglesia recibe de la tradición apostólica». Esto está perfecto, no solamente la Biblia es fuente de revelación sino también la Tradición. Sigue Santo Tomás: «Además, es razonable que si en la resurrección de Lázaro y en la oración que hizo por los discípulos levantó los ojos al Padre como se lee en San Juan (11,41; 17,1) con mucha mayor razón lo haría en la Institución de este sacramento, que es cosa de mayor importancia ("tanquam in re potiori")».

En este mismo inciso del Canon Romano, para que no queden dudas, va a haber un agregado que es de gran importancia: «Elevando los ojos al cielo, hacia ti, Dios, Padre suyo Todopoderoso…». «...Hacia ti…»: El nombre de Dios solemnemente pronunciado conecta el relato de la institución con el comienzo del Prefacio, cuando expresamos la elevación de nuestra mente a Dios con una fórmula que es antiquísima, que ya consta, por ejemplo, en la Plegaria de San Hipólito: – «¡Levantemos el corazón!»: ¿A quién? ¡A Dios!; – «Lo tenemos levantado hacia el Señor»; – «¡Demos gracias al Señor!»; – «Es justo y necesario».

b. Bendice

Luego, en la narración se siguen describiendo las cosas que hace el Señor:

– «Dando gracias te bendijo…»: en I y III, y en Rec I y II;

– «dándote gracias»: en II;

– «te bendijo»: dice la IV;

– «te dio gracias»: dicen las V;

– «te dio gracias con la plegaria de bendición», añaden las V/a y V/b.

«Te bendijo». ¿A quién? A Dios, la bendición es a Dios. (Algunos opinan que en los textos bíblicos la bendición es al pan).

Siguen describiendo las demás acciones:

c. Partió y dio

– «…lo partió…»: todas la Plegarias eucarísticas.

– «… y lo dio…»: también todas las Plegarias.

De tal manera que tenemos todas estas acciones: Tomó el pan, bendijo a Dios, lo partió, lo dio.

5. El Actor principal, Jesucristo, también habla.

Pero el actor principal no solamente «hace» sino que también «habla» mientras obra, y acá va a aparecer una palabra que absolutamente aparece en todas las Plegarias eucarísticas, dos veces en el relato de la consagración y contando todas las Plegarias en total unas treinta veces. Es una palabra a la que tal vez ustedes no hayan prestado demasiada atención: «Diciendo», que es un gerundio. «El gerundio denota coexistencia o inmediata anterioridad con respecto al mismo verbo». Esa es la definición del padre Ragucci en el Habla de mi Tierra. Santo Tomás se refiere a este «diciendo» en la Suma Teológica, al tratar el tema de la forma del sacramento de la Eucaristía. Pone como primera dificultad que Cristo antes bendijo el pan con sus manos y después dijo: Tomad y comed, esto es mi Cuerpo, como se lee en Mt 26,26, y lo mismo hizo con el cáliz (vv. 27–28). De allí algunos erróneamente concluyeron que estas palabras no eran la forma del sacramento.

Respondiendo a esta objeción, Santo Tomás señala que «sobre esto ha habido muchas opiniones». Sólo las menciono para que vean dónde se encuentra el meollo de la cuestión, señalando la respuesta a la primera:

– Algunos dijeron que Cristo, que en los sacramentos tiene potestad de excelencia, consagró sin utilizar palabras; y después las dijo para los otros que habían de consagrar. Esto parece dar a entender Inocencio III cuando escribe: «Se puede decir sin dudar que Cristo primero consagró por virtud divina, y después expresó la forma con la cual habrían de consagrar los otros». Pero en contra de esto están las palabras del Evangelio, en las cuales se dice que Cristo bendijo (Mt 26,26; Mc 14,22): esta bendición fue dicha ciertamente con las palabras de la forma. Por lo cual la frase referida de Inocencio III expresa más una opinión que una determinación.

– Otros dijeron que consagró con palabras que desconocemos.

– Otros dijeron que consagró con las mismas que usamos ahora pero que Cristo las dijo dos veces: primero en secreto para consagrar; y una segunda vez en voz alta para instruir.

– Otros dijeron que los Evangelistas no guardaron siempre el orden con que se recitaron, como señala San Agustín; y entonces puede suponerse que las cosas sucedieron en este orden: «Tomando el pan, lo bendijo diciendo: Ésto es mi Cuerpo; después lo partió y lo dio a sus discípulos».

¿Se dan cuenta cuál es la dificultad? Porque si decimos que tomó el pan, lo partió y lo dio… ¿entonces qué? ¿Lo consagró en las manos de los apóstoles?

Santo Tomás responde que no; no acepta las otras opiniones, y toma sólo parte de la última dando como solución que el orden tiene que haber sido así: Tomó el pan, lo bendijo diciendo: «Esto es mi Cuerpo»; después lo partió y lo dio a sus discípulos. Pero Santo Tomás aclara que «esto mismo vienen a indicar la palabras del Evangelio sin cambiarlas ya que el gerundio «diciendo» (en latín se utiliza el participio «dicens»), indica cierta concomitancia de las palabras que se pronuncian con las que anteceden. No obstante, no se debe entender sólo la concomitancia con la últimas palabras dichas, como si Cristo hubiera dicho estas palabras en el momento de dar el pan a sus discípulos, sino que deben entenderse con respecto a todo lo que precede, y el sentido sería éste: «Al bendecirlo, partirlo y darlo a sus discípulos dijo estas palabras: Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros». Lo mismo vale para el «diciendo» de la consagración del sanguis.

No entro al estudio de las formas, que lo hace Santo Tomás de manera muy hermosa, pero sólo señalo una cosa: ¿por qué se mantiene en la fórmula la expresión «que será entregado por vosotros» si ya fue entregado? ¿Por qué se mantiene en la consagración del sanguis el futuro «que será derramada por vosotros» si ya fue derramada? La respuesta es simple: Porque la Liturgia es la reiteración de lo que ocurrió en la Última Cena. Propiamente nosotros tendríamos que decir «que fue entregado por nosotros», «que fue derramada por nosotros», o bien «que es (como de hecho es) sangre derramada y cuerpo entregado»; pero se tiene que decir «será entregado», «será derramada», porque la Liturgia reitera lo que ocurrió en ese tiempo determinado –la víspera de la Pasión– en ese lugar determinado –el Cenáculo–, obrado y hablado por Jesucristo, estando presentes sus discípulos.

¡Qué grandioso todo ese mundo de gestos, acciones, actitudes y palabras, que rodean, de manera sencilla y elocuente, la acción sagrada por excelencia: la Eucaristía! En la que: «Se cree otra cosa de la que se ve y se ve otra cosa de la que se cree».

¡Cuál debe ser nuestra actitud de recogimiento, de adoración, de gratitud, de reverencia, de asombro ante este milagro de los milagros que deja absortos, incluso, a los entendimientos angélicos!

¡Que la Virgen María, que fue la que dio Cuerpo y Sangre al Verbo, nos haga siempre gustar de la dulzura de tan magno misterio!

 

 

 

 

5. La consagración del vino en la «Narración de la institución y consagración»

«Del mismo modo, acabada la cena, tomó este cáliz glorioso

en sus santas y venerables manos, dando gracias te bendijo,

y lo dio a sus discípulos, diciendo:

Tomad y bebed todos de él,

porque éste es el cáliz de mi Sangre,

Sangre de la alianza nueva y eterna,

que será derramada por vosotros y

por todos los hombres para el perdón de los pecados»

(Plegaria eucarística I).

En esta reflexión hemos de continuar con la «Narración de la institución y consagración», comenzando ahora por la narración y consagración del Sanguis. Prácticamente casi todas las Plegarias eucarísticas, para comenzar la consagración del Sanguis, utilizan la expresión «Del mismo modo...» («simile modo»), salvo Rec I, que utiliza un adverbio semejante: «Igualmente...».

¿Por qué «del mismo modo»? Porque se está indicando que ambos ritos –el rito de la consagración del pan y el rito de la consagración del vino– deben interpretarse de manera paralela, o simétricamente, «del mismo modo».

Veamos que nos quiere decir esta locución adverbial. ¿«Del mismo modo» qué? «Del mismo modo» que lo hecho en la consagración del pan. De tal manera que, en primer lugar, vamos a tener una referencia a la persona del actor principal, Jesucristo. «Del mismo modo» indica, tácitamente, al mismo Cristo, ya mencionado en el relato de la consagración del pan al decirse: «El cual», «Él mismo». De hecho, en el paralelismo que se observa en el relato de la consagración del vino con respecto al relato de la consagración del pan, podemos encontrar los mismos elementos ya considerados en la meditación anterior: las personas (el actor principal, Jesucristo, y los participantes, los discípulos), el tiempo, el lugar, las acciones visibles que realiza el Actor principal y lo que habla.

 

1. «Del mismo modo», pero «acabada la cena»

«Del mismo modo» también va a referirse a las acciones que Cristo realizará: tomar el cáliz, dar gracias, consagrarlo, pasarlo a los discípulos; pero antes de pasar a describir esas acciones, la narración de la consagración del cáliz también indica las coordenadas espacio–temporales. El espacio ya sabemos que es el Cenáculo, el lugar de la Cena. El tiempo está indicado con una expresión que tiene mucha importancia para la hermenéutica del relato. Así como en la consagración del pan se indicó un tiempo («la víspera de la Pasión»), de modo paralelo en la consagración del vino también se da una indicación temporal de relieve, aunque no se la percibe inmediatamente. Veamos cómo expresan esta referencia temporal las distintas Plegarias eucarísticas y luego su significado:

– «Acabada la cena» en I, II, III;

– «después de haber cenado» en Rec I;

– «aquella noche» en Rec II.

Todas expresan la misma idea: la consagración del sanguis tiene lugar inmediatamente después que acabaron de cenar, antes de levantarse de la mesa y de recoger las sobras de la comida.

Esta expresión acabada la cena o después de haber cenado aparece textual en el Evangelio de San Lucas (Lc 22,20). Tiene gran importancia porque San Lucas menciona dos cálices. Antes de la consagración del vino en la cena hubo también bebida pero se trata de la bebida que pertenece a la cena del cordero pascual; en cambio ahora lo que se bebe es un cáliz nuevo. Lucas menciona dos cálices y hace terminar la antigua cena con su cáliz propio, como indicando que el Señor da comienzo a la nueva cena con un nuevo cáliz. Por eso para Balduino de Ford el «Postquam cenatum est» significa «después que hubo cumplido los ritos del sacrificio antiguo. Parece que dice esto para distinguir la Cena del Señor de la primera cena, del mismo modo que sugiere distinguir un cáliz del otro».

Algunos comentadores, como por ejemplo Maldonado, distinguen la cena ritual del cordero de lo que era la cena común, que consistía en los otros alimentos que reforzaban la comida, y, a su vez, distinguen estos, de lo que fue la institución de la Eucaristía, como aparece con claridad en los relatos evangélicos.

2. «Del mismo modo…»: las acciones «visibles»

«Simile modo». ¿Qué más quiere decir «Simile modo»? Para saberlo, debemos continuar leyendo en la narración las acciones que realiza Cristo:

a. Toma el cáliz

– «Del mismo modo… tomó este cáliz…».

Aquí algunos ven la particularidad de que es un cáliz distinto: «Este», «Éste que ahora tomo», como pareciera indicar el sacerdote cuando toma el cáliz en sus manos para repetir la misma acción de Cristo.

Fíjense cómo el ministro secundario realiza en la Misa prácticamente las mismas acciones que Cristo hizo en la Cena. De hecho, los gestos o ceremonias que hace el sacerdote y que acompañan la narración de la consagración, son las mismas acciones que hizo Cristo. Tanto en la Misa como en la Cena hay una mesa, pan y vino, y sobre ellas el sacerdote realiza las mismas acciones de Cristo; y no sólo las mismas acciones sino que también dice las mismas palabras, las cuales esencialmente son las de la forma: «Es mi Cuerpo», «Es mi Sangre»; «Esto es mi Cuerpo», «Ésta es mi Sangre».

Por su importancia, estas acciones figuran en las rúbricas de lo que debe hacer el sacerdote: «Toma el pan y sosteniéndolo un poco elevado sobre el altar, prosigue: "Tomó pan…"» (I); en la rúbrica que indica la acción sobre el cáliz: «Toma el cáliz y sosteniéndolo un poco elevado sobre el altar dice: "Tomó este cáliz..."». Presten atención a esto: «Sosteniéndolo un poco elevado sobre el altar». Esto lo habrán visto siempre y quizá nunca repararon en el detalle. Ese mantener elevado el cáliz es ademán de oblación, es un gesto cultual, que está mencionando, ya ahí, en el mismo momento de la consagración, que hay un ofrecimiento.

– «Del mismo modo… tomó este cáliz glorioso…» (I).

No toma cualquier cáliz sino «este cáliz glorioso»; ¿«cáliz glorioso»? ¿Por qué? Acá hay resonancia del Salmo 22,5: Hunc praeclarum calicem, según la traducción de la Vulgata. La Biblia de Jerusalén traduce: Copa rebosante.

– «Tomó el cáliz» se limitan a decir II y Rec II;

– «lleno del fruto de la vid», añaden IV y Rec I;

– «lleno de vino», dicen todas las demás Plegarias.

Pero notemos bien cómo, propiamente, «del mismo modo» equivale a «de modo similar», debido a que no es un calco material exactísimo sino simétrico. Si bien es cierto que se lo construye en forma paralelística, sin embargo hay algo distinto: la materia. Es distinta la materia, por eso necesariamente se tiene que hacer mención del cáliz, porque se puede decir «tomó el pan», pero hablando con propiedad no va a ser correcto decir «tomó el vino», que en el lenguaje común es beberlo. Además, no va a tomar el vino en la mano; tomó el cáliz que contiene el vino. Como la materia es distinta, también son distintas las acciones realizadas «de modo similar». Al pan lo «tomó ... (y lo) partió», al cáliz lo «tomó», pero, evidentemente, no lo puede partir.

Hay que tener en cuenta que la mención del cáliz es una locución figurada («locutio figurativa»), en la cual hay una doble figura: una metonimia y una metáfora. Veamos la explicación que da Santo Tomás:

«La frase "Este es el cáliz de mi Sangre" es una figura retórica y se puede entender de dos modos. Por un lado, es una metonimia, por la cual se menciona el continente en lugar del contenido en el siguiente sentido: «Ésta es mi Sangre contenida en el cáliz». Se hace esta mención del cáliz porque la Sangre en este sacramento se consagra como bebida de los fieles, lo cual no es proprio de la sangre. Y por eso era necesario que esto viniese designado por el vaso acomodado a este uso».

En otras palabras, como la Sangre que se consagra, se consagra como «bebida» para los fieles, y como el concepto de «bebida» no está significado en el concepto de «sangre» pero está significado en el concepto de «cáliz» o «copa», por ese motivo se debió indicar el vaso para beber, acomodando a su uso a la realidad de la sangre como bebida espiritual.

Pero la palabra «cáliz», además de ser una metonimia es una metáfora, es decir, habla de una cosa para indicar otra. Y aquí, ¿cuál es la metáfora? La Pasión de Cristo. Sigamos leyendo la explicación de Santo Tomás:

«De otro modo, cáliz se puede entender como metáfora, porque por semejanza por cáliz se entiende la pasión de Cristo, la cual pudo embriagar como una copa, según el texto de Jeremías: Me has llenado de amarguras, me has embriagado de ajenjo (Lm 3,15) razón por la cual el mismo Señor llama cáliz a su Pasión: Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz (Lc 22,42), y el sentido sería: "Éste es cáliz de mi Pasión". Y por esto se hace mención de la Sangre consagrada separadamente del Cuerpo, porque la separación de la Sangre del Cuerpo vino con la pasión».

Sintetizando: la Pasión se manifiesta en la Sangre consagrada por separado del Cuerpo ya que en la Pasión se separaron ambas cosas.

b. Da gracias bendiciendo:

– «Del mismo modo…, tomó este cáliz, dando gracias te bendijo…» (I y III): dar gracias y bendecir son fórmulas equivalentes.

– «Y dándote gracias de nuevo» (II). ¿Por qué «de nuevo»? Porque antes había dado gracias sobre el pan;

– «te dio gracias», dice la IV;

– «te dio gracias con la plegaria de bendición…», añaden todas las V;

– «de nuevo te dio gracias» (Rec I);

– «proclamando tu misericordia» (Rec II).

 

c. «Del mismo modo» lo consagra:

Podemos considerar cómo el Actor principal no sólo hace cosas visibles por medio de sus ministros sino también cosas invisibles que son, finalmente las más importantes. Eso se da en la consagración del pan, y en la consagración del vino. Así, invisiblemente, ocurre la transustanciación por las palabras de la consagración.

Un excelente liturgista, el padre Jungmann, dice: «En estas palabras –las de la consagración– vibra la íntima convicción de que es Cristo quien obra y que su poder es el que va a realizar la consagración por medio de las palabras», que se han dicho.

En este modo de hablar encuentra Brinktrine, otro liturgista alemán, insinuada la doctrina teológica de que «las palabras dichas por Cristo en la Última Cena extienden su eficacia sobre todas las posteriores celebraciones».

Así como decían los Santos Padres que al entrar Cristo en el Jordán para ser bautizado santificó las aguas, que recibieron poder para que se bauticen los demás, así al decir Él las palabras de la consagración obrando la transustanciación del pan y del vino, extendió la eficacia sobre todas las posteriores transustanciaciones. Y es en virtud de esta eficacia que les dio el mandato: Haced esto en conmemoración mía.

¡Haced esto en conmemoración mía! Esta frase propiamente no es parte de la forma de la consagración pero está prácticamente en todas las Liturgias como si fuese parte de la misma (en la bizantina de forma equivalente). El «haced esto…» es el mandato de Jesús que, como todo mandato de Dios, da la gracia para que eso pueda ser hecho. Por tanto, indica el momento de la consagración sacerdotal y episcopal de los Doce, y en la consagración de los Doce, en esa primera gran ordenación de sacerdotes ministeriales, también estamos incluidos todos los sacerdotes.

Sobre esto ya me he referido en otras oportunidades, pero siempre es bueno volver a meditarlo, porque «todo estaba, desde el primer momento, contenido en la transustanciación. Ella es el poder de Cristo para transformar el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre. Ahora bien, este poder es absoluto, nada lo limita. Si puede hacerse una vez, podrá repetirse siempre, en todas partes, dondequiera haya pan y vino».

d. Lo dio a sus discípulos:

Y también «del mismo modo… lo dio», en forma semejante a como distribuyó el pan consagrado por sus manos:

– «…y lo dio a sus discípulos…» aparece en I;

– «…lo pasó a sus discípulos…» dicen II, III, IV, todas las V y Rec II;

– «…y lo pasó a sus amigos…» dice con un sinónimo Rec I).

e. Diciendo:

Siguiendo ahora con la lectura del relato, también paralelamente nos encontramos con el gerundio «diciendo». Pero valga lo ya dicho para el «diciendo» de la consagración del pan.

Las palabras que dice son las de la forma de la consagración del vino. No voy a entrar aquí en el estudio de la forma –Santo Tomás la trata en la Suma Teológica III, q. 78, a. 3–; simplemente quiero remarcar tres cosas de las palabras de la consagración del vino:

1º. «Sangre que será derramada». Queda fijado litúrgicamente lo que ocurrió en la Última Cena en el Cenáculo y queda fijado para todos los siglos usando el verbo en futuro, porque futura era, el Jueves Santo, la pasión cruenta que iba a ocurrir al día siguiente, el Viernes Santo.

2º. «Que será derramada por vosotros para el perdón de los pecados». A mí me parece que es algo muy importante. En la consagración del sanguis se menciona el efecto del derramamiento de Sangre de Nuestro Señor. ¿Por qué? Santo Tomás desarrolla eso también magníficamente: «Porque, como se ha dicho, la Sangre consagrada por separado representa la pasión de Jesucristo, el efecto de la pasión de Cristo es mejor que sea recordado en la consagración de la Sangre que en la consagración del Cuerpo, que es el sujeto de la pasión». Lo cual también se menciona en la consagración del Cuerpo con estas palabras: «Que será entregado por vosotros», como si dijera: «Que por vosotros será entregado a la Pasión».

3º. En las palabras de la consagración se habla «de alianza nueva y eterna». Dice Santo Tomás en una de las objeciones: «Nuevo se dice por estar próximo al comienzo o al principio de su ser y eterno es algo cuyo ser no tiene principio. Entonces parece que hay contradicción, ¿cómo es «nuevo» y «eterno»? Responde Santo Tomás: «Es nuevo el testamento en razón de su donación («ratione exhibitionis»). Sin embargo, se dice eterno tanto por la preordenación eterna de Dios como por la herencia eterna dispuesta en él. También la persona de Cristo en cuya Sangre se ordena este testamento, es eterna».

En otras palabras, la alianza es eterna tanto por lo que Dios tiene pensado desde siempre acerca de lo que iba a ocurrir en el Cenáculo, en el Calvario y lo que iba a ocurrir en cada Misa, como por la herencia eterna que es la vida eterna, el cielo, de la cual es prenda la Eucaristía. Pero también la alianza que se celebra aquí es eterna –y esto es algo en que tampoco se repara normalmente con suficiente fuerza –, porque es eterna la Persona de Cristo en cuya Sangre se hace el testamento o alianza.

Es por eso que si nosotros en la Misa participamos conscientemente, si tratamos de ir profundizando más en el misterio insondable de la Eucaristía, vamos aprendiendo cada vez más el peso eterno de gloria incalculable que nos tiene preparado del que habla San Pablo (2Co 4,17), vamos aprendiendo la importancia insoslayable que tiene la eternidad por sobre el tiempo.

6. La Misa y la triple dimensión del sacramento eucarístico

Santo Tomás ve en el Canon Romano de la Misa una aplicación de esta distinción fundamental (estimo que, también, en lo substancial, se da en las otras Plegarias eucarísticas, pero no puedo, ahora, desarrollar este tema). Así afirma: «Aquella parte [del canon de la Misa] que contiene la perfección del sacramento se divide en tres, según las tres cosas que pertenecen a la integridad de este sacramento, a saber:

– Algo que es únicamente sacramento («sacramentum tantum»);

– algo que es cosa (realidad o efecto) y sacramento («res et sacramentum»);

– y algo que es únicamente cosa (realidad o efecto) («res tantum»)».

De modo tal, que, resumiendo, tenemos tres partes, con una introducción y un epílogo:

1. Una introducción: que sería el Prefacio.

2. La primera parte, que es únicamente sacramento («sacramentum tantum»), abarca dos cosas:

1º. Pide la bendición de la materia ofrecida, de la ofrenda;

2º. Pide la salvación para los oferentes:

a. por las personas de la Iglesia y por personas especiales;

b. a quienes se ofrece reverencia;

c. concluye lo que pide al impetrar la oblación.

3. La segunda parte, que es cosa y sacramento («res et sacramentum»), contiene la consagración del Cuerpo y la Sangre de Cristo, abarca tres cosas:

1º Se implora el poder del que consagra: la epíclesis sobre la materia;

2º se realiza la consagración;

3º se expone la conmemoración, con la anámnesis y la ofrenda.

4. La tercera parte, que es sólo la cosa («res tantum»), contiene el pedido del efecto del sacramento, y consta de tres partes:

1º Se pide el efecto de la gracia:

a. Pide que sea aceptado el sacrificio que causa la gracia sobre el pueblo;

b. pide que sea otorgado el don de la gracia.

2º Pide el efecto de la gloria:

a. Por los que han muerto;

b. por los vivos.

3º Se completa el canon.

5. Un epílogo: la Doxología final.

Ahora desarrollaremos, brevemente, cada punto:

1. Una introducción

1. Seguimos el texto de la «Ordenación general del Misal Romano»: «Plegaria eucarística. Ahora es cuando empieza el centro y culmen de toda la celebración, a saber, la Plegaria eucarística, que es una plegaria de acción de gracias y de consagración. El sacerdote invita al pueblo a elevar el corazón a Dios, en oración y acción de gracias, y se le asocia en la oración que él dirige en nombre de toda la comunidad, por Jesucristo, a Dios Padre. El sentido de esta oración es que toda la congregación de los fieles se una con Cristo en el reconocimiento de las grandezas de Dios y en la ofrenda del sacrificio.

Hay dos elementos en la introducción:

a. Acción de gracias (que se expresa sobre todo en el prefacio): en la que el sacerdote, en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le da las gracias por toda la obra de salvación o por alguno de sus aspectos particulares, según las variantes del día, fiesta o tiempo litúrgico.

b. Aclamación: con ella toda la asamblea, uniéndose a las jerarquías celestiales, canta o recita el Santo. Esta aclamación, que constituye una parte de la Plegaria eucarística, la pronuncia todo el pueblo con el sacerdote».

2. El sacramentum tantum

2. Con respecto a la primera parte del canon, la que corresponde al sacramentum tantum, el sacerdote hace dos cosas:

a. Pide la bendición de la ofrenda, a la que llama «don» («donum») porque es dada por Dios a los hombres; «regalo» («munus») ofrecido por nosotros a Dios; «sacrificio» santificado por Dios para nuestra salvación: «Padre misericordioso, te pedimos humildemente por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, que aceptes y bendigas estos dones, este sacrificio santo y puro que te ofrecemos...».

b. Pide la salvación para los oferentes o bien para aquellos en cuyo favor se ofrece el sacrificio, allí donde dice: «...ante todo, (te lo ofrecemos), por tu Iglesia santa y católica, para que le concedas la paz, la protejas, la congregues en la unidad y la gobiernes en el mundo entero, con tu servidor el Papa N., con nuestro Obispo N., y todos los demás Obispos que, fieles a la verdad, promueven la fe católica y apostólica».

Por esta razón, en este último pedido el sacerdote hace tres cosas:

a. En primer lugar, conmemora a aquellos por cuya utilidad se ofrece la Víctima, ya se trate de las personas que pertenecen al «estado general de la Iglesia» (la jerarquía mencionadas arriba) como también las personas particulares mencionadas allí donde el canon dice: «Acuérdate, Señor, de tus hijos, y de todos los aquí reunidos, cuya fe y entrega bien conoces; por ellos y todos los suyos, por el perdón de sus pecados y la salvación que esperan, te ofrecemos, y ellos mismos te ofrecen, este sacrificio de alabanza, a ti, eterno Dios, vivo y verdadero».

b. En segundo lugar, conmemora a aquellos a los cuales se ofrece reverencia, donde dice: «Reunidos en comunión con toda la Iglesia, veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor; la de su esposo, san José; la de los santos apóstoles y mártires Pedro y Pablo, Andrés, Santiago y Juan, Tomás, Santiago, Felipe, Bartolomé, Mateo, Simón y Tadeo; Lino, Cleto, Clemente, Sixto, Cornelio, Cipriano, Lorenzo, Crisógono, Juan y Pablo, Cosme y Damián, y la de todos los santos, por sus méritos y oraciones concédenos en todo tu protección».

Se coloca a la Virgen que ofreció a Cristo en el Templo; a los Apóstoles que nos entregaron el ritual de la ofrenda, y los mártires, los cuales se ofrecieron a sí mismos a Dios; pero no menciona a los confesores ya sea porque antiguamente Iglesia no los solemnizaba, ya sea porque no habían padecido como Cristo de cuya Pasión este sacramento es memorial.

c. En tercer lugar, se concluye pidiendo, de modo expreso, lo que por la oblación de la Víctima se ha de impetrar, allí donde dice: «Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa; ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos».

 

 

3. La res et sacramentum

3. La segunda parte, correspondiente a la res et sacramentum, pertenece a la consagración, que contiene tres acciones:

1º. Se implora el poder (la «virtud») del que consagra (es la epíclesis sobre las ofrendas): «Bendice y santifica, oh Padre, esta ofrenda, haciéndola perfecta, espiritual y digna de ti, de manera que sea para nosotros Cuerpo y Sangre de tu Hijo amado, Jesucristo, nuestro Señor».

Ahora bien, aquellas palabras que allí se dicen (de la Víctima): «Benedictam, adscriptam, ratam, rationabilem, acceptabilemque», pueden referirse:

a. De otro modo se pueden referir a la misma hostia, cuando, siendo únicamente sacramento –sacramentum tantum–, pide que se haga:

Bendita, para que Dios la consagre, y la confirme en cuanto a la memoria;

– «adscripta» o apropiada, en cuanto al propósito inmovible;

ratificada o aprobada, para que la acepte antes;

razonable, en cuanto al juicio de la razón;

aceptable, en cuanto es agradable a su voluntad.

b. A la realidad o cosa contenida en este sacramento –res et sacramentum–, a saber, a Cristo, que es una Víctima u hostia:

Bendita, inmune de toda mancha de pecado;

– «inscripta o adscripta (= añadida a lo escrito)», es decir, prefigurada en las figuras del Antiguo Testamento y establecida con predestinación divina;

ratificada o invariable, porque no es transitoria;

razonable, porque es apta para aplacar;

aceptable, a causa de su eficacia.

c. En tercer lugar, se pueden referir al efecto –res tantum–. Por esta razón dice:

Bendita, porque por ella somos bendecidos;

inscripta, porque por ella somos inscriptos en el cielo;

ratificada o perfecta, porque por ella somos incorporados como miembros de Cristo;

razonable, porque por ella nos vemos librados del sentido bestial;

– y aceptable, porque por ella somos aceptos a Dios.

2º. Se realiza la consagración: «El cual, la víspera de su Pasión, tomó pan en sus santas y venerables manos, y, elevando los ojos al cielo, hacia ti, Dios Padre suyo todopoderoso, dando gracias te bendijo, lo partió, y lo dio a sus discípulos, diciendo: TOMAD Y COMED TODOS DE ÉL, PORQUE ESTO ES MI CUERPO, QUE SERÁ ENTREGADO POR VOSOTROS. Del mismo modo, acabada la cena, tomó este cáliz glorioso en sus santas y venerables manos, y dando gracias te bendijo, y lo dio a sus discípulos, diciendo: TOMAD Y BEBED TODOS DE ÉL, PORQUE ÉSTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE, SANGRE DE LA ALIANZA NUEVA Y ETERNA, QUE SERÁ DERRAMADA POR VOSOTROS Y POR TODOS LOS HOMBRES PARA EL PERDÓN DE LOS PECADOS. HACED ESTO EN CONMEMORACIÓN MÍA».

3º. Se expone la conmemoración de la cosa consagrada (es el memorial y el ofrecimiento), al decir: «Por eso, Padre, nosotros, tus siervos, y todo tu pueblo santo, al celebrar este memorial de la muerte gloriosa de Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor; de su santa resurrección del lugar de los muertos y de su admirable ascensión a los cielos, te ofrecemos, Dios de gloria y majestad, de los mismos bienes que nos has dado, el sacrificio puro, inmaculado y santo: Pan de vida eterna y Cáliz de eterna salvación».

4. La res tantum

4. Aquí pide el sacerdote el efecto del sacramento –la res tantum–:

1º. En primer lugar, pide el efecto de la gracia haciendo dos cosas:

a. Pide que el sacramento sea aceptado, lo que es la causa de la gracia: «Mira con ojos de bondad esta ofrenda y acéptala, como aceptaste los dones del justo Abel, el sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe, y la oblación pura de tu sumo sacerdote Melquisedec».

b. Pide que se dé el don de la gracia, (es la epíclesis sobre el pueblo), en la parte del canon que dice: «Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a tu presencia, hasta el altar del cielo, por manos de tu Ángel, para que cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, al participar aquí de este altar, seamos colmados de gracia y bendición».

2º. En segundo lugar, pide el efecto de la gloria, haciendo dos cosas:

a. Pidiendo por los muertos: «Acuérdate también, Señor, de tus hijos, que nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz. A ellos, Señor, y a cuantos descansan en Cristo, concédeles el lugar del consuelo, de la luz y de la paz».

b. Pidiento por los vivos: «Y a nosotros, pecadores, siervos tuyos, que confiamos en tu infinita misericordia, admítenos en la asamblea de los santos apóstoles y mártires Juan el Bautista, Esteban, Matías y Bernabé, Ignacio, Alejandro, Marcelino y Pedro, Felicidad y Perpetua, Águeda, Lucía, Inés, Cecilia, Anastasia, y de todos los santos; y acéptanos en su compañía, no por nuestros méritos, sino conforme a tu bondad».

El canon de la Misa se completa –a la manera de las otras oraciones– «en Cristo»: «Por Cristo, nuestro Señor...». Se dice «por Cristo, nuestro Señor...» porque por Él tiene origen este Sacramento: «...por quien sigues creando todo los bienes, los santificas, los llenas de vida, los bendices y los repartes entre nosotros».

En cuanto a la sustancia de este sacramento el canon dice:

«Creas» por ser de la naturaleza «esse naturae»;

«santificas» por ser sacramento;

En cuanto a la virtud del sacramento dice «vivificas» por el efecto de la gracia, que es la vida del alma;

«los bendices» debido al aumento de la gracia;

Y en cuanto a la operación o uso del sacramento dice: «y los repartes entre nosotros».

5. El epílogo

5. Preparado por lo anterior llega el epílogo: la Doxología final. «En ella se expresa la glorificación de Dios, y se concluye y confirma con la aclamación del pueblo»: «Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos». Y el pueblo aclama, cantando o diciendo: «Amén», que es el solemne ofrecimiento de la Víctima inmolada, al Padre, en el Espíritu Santo, y junto con la divina Víctima, espiritualmente, nosotros mismos. Y, por tanto, es el Amén más importante de toda la Misa.

¡Cómo no terminar exclamando: «Oh Dios, que en este admirable sacramento nos dejaste el memorial de tu Pasión, danos la gracia de venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de Tu redención»!

¡Qué cosa tan maravillosa y admirable es la Eucaristía! ¡Es un tesoro inagotable de belleza, de verdad, de vida! ¡Una fuente inexhausta de amor!

¡Qué María que con su sí hizo posible la Eucaristía, nos alcance la gracia de aprender cada vez más a vivir y a gozar de la Misa!

7. ¡Un Pan y un Cáliz!

En Pekín, cerca de la Ciudad Prohibida –la cual pertenecía antiguamente al Palacio del Emperador–, se alza una torre, que es algo similar a un mirador alto y que, según algunos pertenecía a la muralla de la ciudad tártara o manchú. Es el famoso observatorio astronómico usado por un gran misionero italiano, el Padre Mateo Ricci, SJ. El emperador chino, amante de la sabiduría, buscaba que le enseñasen los secretos de las órbitas de los planetas y de las estrellas. Mateo Ricci acompañó en esta tarea a otros jesuitas, también grandes astrónomos. Hoy se encuentran sepultados juntos, por privilegio del Emperador, dentro de lo que era el recinto de las antiguas murallas.

En la parte superior de esta torre, a la que se accede por una escalera de altos peldaños incorporada a la misma mole de la construcción, hay una serie de instrumentos astronómicos que datan de la época. Uno de estos instrumentos, la esfera armilar, es una serie de circunferencias de bronce, de unos dos metros de diámetro, mandada construir por los padres jesuitas. Tiene la característica de poseer dos círculos de centro común, que representan las posiciones de los círculos más importante de la esfera celeste, provisto de limbos o coronas graduadas y, además, alidadas o con reglas que tienen pínulas, es decir, miras por donde se dirige la visual, que sirven para ubicar y medir los astros y sus órbitas. Por la similitud se lo denomina, también, astrolabio o armilla. Hoy en día este instrumento se encuentra en desuso, debido al avance producido en los modernos medios de observación astronómica.

Creo que en la Eucaristía sucede –análogamente, de manera metafórica– algo similar a lo que sucede en la esfera «armilar». Así como en este instrumento, todos sus aros, toda su armazón, tienen un centro común, así en la santa Misa toda su estructura –y también toda la vida de la Iglesia, las acciones del sacerdote y de los fieles–, todo, absolutamente hablando, todo, se dirige hacia un centro común (semejante al logotipo de la Comisión Nacional de Energía Atómica). Se dirige a un gran signo. El gran signo en la Eucaristía es: ¡un pan y un cáliz!

¡Todo! Desde la procesión de entrada hasta la disposición del templo, en forma de cruz; con su campanario, que llama al acto central del culto cristiano. Desde la nave, el sagrario, el ambón, la sede hasta el Altar. Todo apunta a ese gran centro: ¡un pan y un cáliz!

¡Todo! La misma ornamentación del templo con los cirios encendidos, las flores, el incienso, la música sagrada –el órgano, el instrumento más parecido a la voz humana–, las luces. Todo se dirige a percibir con fuerza ese signo principal: ¡un pan y un cáliz!

¡Todo! Si tomamos la Misa, con su procesión de entrada, con su rito introductorio, con la Liturgia de la Palabra que nos alimenta y prepara para recibir con fruto ¡ese pan y ese cáliz! La procesión con las ofrendas donde por primera vez aparece el gran signo ¡del pan! y ¡del vino!, que constituirán la materia del sacrificio; la epíclesis, invocando al Espíritu Santo para que produzca el milagro de la transustanciación en la materia del sacrificio; la consagración en la que el pan y el vino se transforman en el Cuerpo y la Sangre del Señor. La comunión en donde se reciben el pan y el vino transustanciados. Todo se orienta a un gran signo: ¡un pan y un cáliz!

¡Todo! Las oraciones del propio, del común, de las plegarias eucarísticas, las procesiones (de entrada, de las ofrendas, de la comunión), las acciones, los gestos, las reverencias, los besos del sacerdote al altar y al Evangelio, las señales de la cruz, las genuflexiones, las actitudes, los golpes de pecho, los silencios con su elocuencia irremplazable..., las letras de los cantos. Todo apunta a un gran signo: ¡un pan y un cáliz!

¡Todo! El mismo ritmo de la acción litúrgica, ya que en esta hay un movimiento, un avanzar, un tránsito, un «in crescendo», que dispone el corazón para el corazón de la Misa que es la consagración. Los tiempos litúrgicos con la riqueza teológica que los caracteriza: Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua, el tiempo durante el año. Las Solemnidades y Fiestas. De manera particular, el Domingo, día del Señor. Todo señala a ese gran signo: ¡un pan y un cáliz!

En especial, todo apunta a la consagración, que es el momento culmen, donde alcanza la plenitud de signo: ¡un pan y un cáliz! Allí, en ese momento, el pan y el vino se transustancian en el Cuerpo y en la Sangre del Señor. Se produce una cantidad tal de cosas admirables, que no las llegamos a entender abarcativamente ni antes ni después, porque nuestro entendimiento no es como el de los ángeles –intuitivo– sino discursivo y porque la grandeza del misterio supera por todas partes la limitación de nuestro entendimiento.

Allí se realiza, como ya dijimos, la presencia de Nuestro Señor: Verdadera, real y sustancial. Y ello, sola y simplemente, por la Omnipotencia de Dios.

Allí se efectúa la perpetuación del único sacrificio de la Cruz, porque allí se da la representación viva y eficaz de la Pasión del Señor, porque allí se hace el memorial de la muerte de Jesucristo, que realiza lo que recuerda y que implica, de suyo, inmolación y oblación, y además, porque allí se hace la aplicación de los méritos que ganó Cristo en la cruz para todos los hombres, que llegan así a las nuevas generaciones.

Allí ejerce su Sacerdocio Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, Sacerdote principal de la ofrenda de su Cuerpo y Sangre en la Misa; allí los sacerdotes ministeriales obramos in Persona Christi y transustanciamos –por el poder de las palabras de Cristo y la fuerza del Espíritu Santo– el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor y hacemos su ofrenda; allí, por su sacerdocio bautismal, los fieles cristianos laicos ofrecen, por manos y junto al sacerdote ministerial, la Víctima inmolada y ellos mismos ofrecen sus sacrificios espirituales. De tal manera, que en la Misa se despliega, magnífica y jerárquicamente, el único Sacerdocio de Jesucristo.

Allí se perciben más los tres grandes Protagonistas de cada Misa: el Padre, a Quien se ofrece el sacrificio y lo acepta, el Hijo que es la Víctima y el Sacerdote que se ofrece, y el Espíritu Santo, en cuyo poder se transelementan los dones de pan y de vino y se aprovechan de los mismos los fieles.

Allí, en ese momento, se dan en plenitud los tres niveles de la liturgia: el mysterium, la actio y la vita. Por obra ministerial del sacerdote secundario que obra in Persona Christi.

Allí se percibe mejor el triple signo: rememorativo de la pasada Pasión, demostrativo de la presente gracia santificante y profético de la futura vida en el cielo.

Allí se dan las tres instancias: el sacramentum tantum, las especies consagradas separadamente, que expresan, eficazmente, la inmolación mística; la res et sacramentum, el Cuerpo entregado y la Sangre derramada ofrecidos a Dios; la res tantum, la unidad del Cuerpo místico de Cristo, por la que sus miembros incorporan al sacrificio de Cristo sus sacrificios interiores.

Allí se captan mejor los tres fines o efectos del santo sacrificio de la Misa: el latreútico, por el que adoramos, en Cristo, a Dios sobre todas las cosas; el eucarístico, por el que damos, en Cristo, cumplidas gracias al Padre; y el propiciatorio (que según Trento implica también el impetratorio) que aplaca la ira divina, perdona los pecados y satisface remitiendo algunas penas y se nos da todo lo necesario para la salvación eterna.

Todo apunta a eso: ¡un pan y un cáliz! consagrados.

La misma vida del cristiano, del seminarista, del sacerdote, todo apunta a eso. De manera particular la del sacerdote, y por lo tanto, del seminarista. ¿Por qué la Filosofía? Porque hay que saber defender la Verdad Eucarística. ¿Por qué la Teología? Porque uno debe ser predicador de los misterios, en especial, el Eucarístico. Toda la preparación del Seminario debe ser para subir al altar, para transustanciar el pan y el vino en el Cuerpo y en la Sangre del Señor ofrecido bajo las especies.

El Jueves Santo, día sacerdotal por excelencia, es el día en el que San Juan dice: «Habiendo amado a los suyos ... los amó hasta el fin». Es el día en el que Nuestro Señor instituyó el misterio insuperable de la Eucaristía, además de instituir también el sacerdocio católico para su perpetuación a través del tiempo y del espacio. Ese es ¡el pan y el cáliz! que nos empuja a la misión.

Adoremos al Señor, «quien ruega por nosotros como sacerdote nuestro, ruega en nosotros como nuestra Cabeza, (y) nosotros le rogamos como Dios nuestro».

Que la Virgen nos haga ser devotos de Jesús Eucaristía. Que siempre tengamos la sabiduría suficiente para enriquecer nuestras almas con ese regalo que Jesús nos dejó un día, un Jueves Santo, en el que nos amó hasta no poder dar más, hasta el extremo, ...¡hasta la Eucaristía!

 

8. El sacerdote cuelga de la Hostia que eleva

I

En este día de Jueves Santo hemos de peregrinar espiritualmente al piso alto(Mc 14,15), al Cenáculo de Jerusalén ya que allí nació la Eucaristía y el sacerdocio católico. Después de más de 450 años ha vuelto a celebrar Misa por primera vez allí, en su viaje a Tierra Santa, Su Santidad el Papa Juan Pablo II. Y en esa ocasión firmó la carta a los sacerdotes para el Jueves Santo: «Hemos de seguir meditando, de un modo siempre nuevo, en el misterio de aquella noche. Tenemos que volver frecuentemente con el espíritu a este Cenáculo, donde especialmente nosotros, sacerdotes, podemos sentirnos, en un cierto sentido, "de casa". De nosotros se podría decir, respecto al Cenáculo, lo que el salmista dice de los pueblos respecto a Jerusalén: El Señor escribirá en el registro de los pueblos: éste ha nacido allí (Sl 87[86],6)».

La fe sacerdotal en la presencia real y en el Sacrificio Eucarístico, está ligada, indisolublemente, a la identidad sacerdotal. De tal modo que, generalmente, toda crisis de identidad sacerdotal es antes, y previamente, crisis de fe eucarística.

Si para todo cristiano la Eucaristía es «misterio de la fe», con mayor razón lo es para el sacerdote. ¿Por qué? Porque es él el ministro que transustancia y tiene clara conciencia del poder que obra a través de él, como instrumento. No transustancia por un poder propio que nace de él, sino por un poder recibido del mismo Jesucristo y transustancia por el poder de las palabras de Cristo y la fuerza del Espíritu Santo. Tiene clara conciencia que no hay nadie sobre la tierra que tenga más poder que él para transustanciar; como decía Santo Tomás: «Para consagrar no tiene el Papa mayor poder que el simple sacerdote». Y de ahí que, también, tenga clara conciencia de que en eso que hace en el altar, sólo depende de Dios: «El acto del sacerdote no depende de potestad alguna superior, sino de la divina». Es allí, en el momento central de la Santa Misa, donde se encuentra la nada y miseria propia, con el piélago de todo bien y de toda perfección, que es Dios. Especialmente para el sacerdote, ese momento es el punto de contacto de la eternidad y el tiempo, del infinito y lo finito, del ilimitado y lo limitado, de lo invencible y lo caduco...

Decimos, y es verdad, que sólo depende de Dios. Pero alguno podrá preguntarse, ¿no depende también del Obispo que le da las licencias ministeriales para poder celebrar la Misa? Sí, depende del Obispo, pero para «el ejercicio de su potestad», no en cuanto a la potestad misma que ha recibido de Cristo mismo el día de su ordenación.

También entiende el sacerdote que está especialmente ligado a los Apóstoles, de quien es sucesor: «Así a los primeros apóstoles están ligados especialmente aquellos que han sido puestos para renovar "in persona Christi" el gesto que Jesús realizó en la Última Cena, instituyendo el Sacrificio Eucarístico, "fuente y cima de toda la vida cristiana"». El carácter sacramental que los distingue, en virtud del Orden recibido, hace que su presencia y ministerio sean únicos, necesarios e insustituibles.

Han pasado casi 2000 años desde aquel momento. ¡Cuántos sacerdotes han repetido aquel gesto! Muchos han sido discípulos ejemplares, santos mártires. ¿Cómo olvidar, en este Año Jubilar, a tantos sacerdotes que han dado testimonio de Cristo con su vida hasta el derramamiento de su sangre? Su martirio acompaña toda la historia de la Iglesia y marca también el siglo que acabamos de dejar atrás, caracterizado por diversos regímenes dictatoriales y hostiles a la Iglesia. Quiero, desde el Cenáculo dar gracias al Señor por su valentía. Los miramos para aprender a seguirlos tras las huellas del Buen Pastor que da su vida por las ovejas (Jn 10,11)».

El sacerdote también tiene clarísima conciencia que lo que hace en el altar al transustanciar no es nada más ni nada menos que el sacrificio perfecto. Es decir, aquel sacrificio al cual no le falta absolutamente ninguna nota para que sea perfecto. Dice el Papa: «Al mismo tiempo, ha sido llevado a su perfección el sentido del sacrificio, la acción sacerdotal por excelencia... Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo... ¡He aquí que vengo... a hacer, oh Dios, tu voluntad (Heb 10,5–7; cfr. Sl 40[39],7–9). Según el autor de la carta, estas palabras proféticas fueron pronunciadas por Cristo en el momento de su venida al mundo. Expresan su misterio y su misión. Comienzan a realizarse desde el momento de la Encarnación, si bien alcanzan su culmen en el sacrificio del Gólgota. Desde entonces, toda ofrenda del sacerdote no es más que volver a presentar al Padre la única ofrenda de Cristo, hecha una vez para siempre.

Sacerdos et Hostia. Sacerdote y Víctima. Este aspecto sacrificial marca profundamente la Eucaristía y es, al mismo tiempo, dimensión constitutiva del sacerdocio de Cristo y, en consecuencia, de nuestro sacerdocio...

En el Pan Eucarístico está el mismo Cuerpo nacido de María y ofrecido en la Cruz».

Este es el punto. La verdadera fe en la Eucaristía es la que suscita, despierta, alimenta, desarrolla, consuma y sostiene hasta el fin, la vocación sacerdotal. Y esto es algo que hay que cuidar. Decía Don Orione: «Especialmente en estos tiempos, usemos toda clase de cautelas –y aquí hablo particularmente a los sacerdotes jóvenes y a los clérigos (seminaristas)– para conservar la Fe, y conservarla pura e incontaminada: la pureza de la Fe es cosa tan preciosa, que se ha de anteponer a todas las cosas». Y debemos recordar siempre para no errar en la fe eucarística, aquella sentencia de ese sacerdote tan sabio, el abad benedictino Dom Anscario Vonier: «El contenido de la Eucaristía es tan vasto que quienquiera acepte con fidelidad la transustanciación y la Presencia Real no puede equivocarse fundamentalmente después».

El sacerdote sabe que, de manera especial en el momento de la consagración, está en el corazón de la Iglesia. Y ese estar en el corazón de la Iglesia es también estar en el corazón del sacerdocio católico: «El misterio eucarístico, en el que se anuncia y celebra la muerte y resurrección de Cristo en espera de su venida, es el corazón de la vida eclesial. Para nosotros tiene, además, un significado verdaderamente especial: es el centro de nuestro ministerio. Éste, ciertamente, no se limita a la celebración eucarística, sino que también implica un servicio que va desde el anuncio de la Palabra, a la santificación de los hombres a través de los sacramentos y a la guía del pueblo de Dios en la comunión y en el servicio. Sin embargo, la Eucaristía es la fuente desde la que todo mana y la meta a la que todo conduce. Junto con ésta, ha nacido nuestro sacerdocio en el Cenáculo.

Haced esto en memoria mía (Lc 22,19). Las palabras de Cristo, aunque dirigidas a toda la Iglesia, son confiadas, como tarea específica, a los que continuarán el ministerio de los primeros apóstoles. A ellos Jesús entrega la acción, que acaba de realizar, de transformar el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre, la acción con la que él se manifiesta como Sacerdote y Víctima.

Cristo quiere que, desde ese momento en adelante, su acción sea sacramentalmente también acción de la Iglesia por las manos de los sacerdotes. Diciendo "haced esto" no sólo señala el acto, sino también el sujeto llamado a actuar, es decir, instituye el sacerdocio ministerial, que pasa a ser, de este modo, uno de los elementos constitutivos de la Iglesia misma». De tal manera que podemos decir, y en rigor es verdad, que el sacerdote hace a la Iglesia, así como la Iglesia hace al sacerdote.

«Esta acción tendrá que ser realizada "en su memoria". La indicación es importante. La acción eucarística celebrada por los sacerdotes hará presente en toda la generación cristiana, en cada rincón de la tierra, la obra realizada por Cristo. En todo lugar en el que sea celebrada la Eucaristía, allí de modo incruento, se hará presente el sacrificio cruento del Calvario, allí estará presente Cristo mismo, Redentor del mundo...».

Por eso, en rigor de verdad, el sacerdote cuelga de la Hostia que eleva.

II

Todas las dificultades que puedan haber en la vida sacerdotal (que son muchas) se disipan por la fuerza de la Eucaristía:

– ¡Que nos falta santidad personal! ¿Y a quién no? Pues hay que recordar las verdades de la Fe. «Es verdad. En la historia del sacerdocio, no menos que en la de todo el pueblo de Dios, se advierte también la oscura presencia del pecado. Tantas veces la fragilidad humana de los ministros ha ofuscado en ellos el rostro de Cristo. Y, ¿cómo sorprenderse, precisamente aquí, en el Cenáculo? Aquí no sólo se consumó la traición de Judas, sino que el mismo Pedro tuvo que vérselas con su debilidad, recibiendo la amarga profecía de la negación. Al elegir a hombres como los Doce, Cristo no se hacía ilusiones (tampoco nosotros debemos hacernos ilusiones): en esta debilidad humana fue donde puso el sello sacramental de su presencia. La razón nos la señala Pablo: Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros (2Cor 4,7).

Por eso, a pesar de todas las fragilidades de sus sacerdotes, el pueblo de Dios ha seguido creyendo en la fuerza de Cristo, que actúa a través de su ministerio. ¿Cómo no recordar, a este respecto, el testimonio admirable del pobre de Asís? Él que, por humildad, no quiso ser sacerdote, dejó en su testamento la expresión de su fe en el misterio de Cristo presente en los sacerdotes, declarándose dispuesto a recurrir a ellos sin tener en cuenta su pecado, incluso aunque lo hubiesen perseguido. "Y hago esto –explicaba– porque del Altísimo Hijo de Dios no veo otra cosa corporalmente, en este mundo, que su Santísimo Cuerpo y su Santísima Sangre, que sólo ellos consagran y sólo ellos administran a los otros"». Si el pan y el vino se transustancian por el poder de Dios, el poder de Dios también puede cambiar mi pobre corazón.

– ¡Que tenemos problemas pastorales! Su principio de solución está en la Eucaristía: «El testimonio que daremos al pueblo de Dios en la celebración eucarística depende mucho de nuestra relación personal con la Eucaristía». Quien obra el milagro de la Eucaristía puede dar solución a todos los problemas pastorales, si quiere.

– ¡Que muchos abandonan el ministerio sacerdotal! Todavía son alrededor de novecientos por año. No abandones la Eucaristía y no abandonarás el ministerio: Caerán a tu lado mil, y a tu derecha diez mil; a ti no te tocará (Sl 91,7), haciendo lo que hay que hacer, con la gracia de Dios. ¡Muchos perseveraron y perseveran, y muchos, aunque les tocase vivir bajo el Anticristo, perseverarán! El poder de Dios que transustancia el pan y el vino no se agota, y ese poder que no se agota te dará, si haces lo que tienes que hacer, la gracia de la perseverancia final, a pesar de todas tus limitaciones.

– ¡Que estamos a 2000 años de distancia de lo que ocurrió en el Calvario y en el Cenáculo! Para Dios un día es como mil años y mil años como un día (2Pe 3,8). El sacerdote sabe que, como lo dice muy bien Dom Vonier: «Después que Cristo en la Última Cena hubo realizado el milagro de la primera consagración, el prodigio estaba completo, nada nuevo ha sucedido desde entonces. El hecho de que millares de sacerdotes consagren hoy en todas partes del mundo no constituye un completar el milagro. Todo estaba, desde el primer momento, contenido en la Transustanciación. Ella es el poder de Cristo para transformar el pan en Su Cuerpo y el vino en Su Sangre. Ahora bien, este poder es absoluto, nada lo limita. Si puede hacerse una vez, podrá repetirse siempre, en todas partes, dondequiera haya pan y vino», y donde quiera haya alguien ordenado válidamente que tenga intención de hacer lo que hace la Iglesia. De modo tal que no hay distancia ni espacial ni temporal entre la Eucaristía y el Cenáculo y el Calvario, ya que en la Eucaristía ambos se hacen presente. Hoy es como ayer. Dios no se cambia.

¡No tengamos miedo! En el Cenáculo «comenzó para el mundo la nueva presencia de Cristo, una presencia que se da ininterrumpidamente donde se celebre la Eucaristía y un sacerdote presta su voz, repitiendo las santas palabras de la institución».

¡Volvamos a descubrir nuestro sacerdocio a la luz de la Eucaristía! Hagamos redescubrir este tesoro a nuestras comunidades en la celebración diaria de la Santa Misa y, en especial, en la más solemne de la asamblea dominical. Que crezca, gracias a nuestro trabajo apostólico, el amor a Cristo presente en la Eucaristía.

El Congreso Eucarístico Internacional de este año: «...Será un acontecimiento central del Gran Jubileo, que ha de ser un "año intensamente eucarístico". Este Congreso pondrá de manifiesto precisamente la íntima relación entre el misterio de la Encarnación del Verbo y la Eucaristía, sacramento de la presencia real de Cristo».

La Madre Admirable, que fue cáliz y copón, nos haga gustar la verdad de esta maravilla que es la Eucaristía.

9. Diálogo de la transustanciación

(A modo de autosacramental)

Dijeron los Tres a una: – «Hagamos la Eucaristía».

I

– «Que sea obra de mi infinito poder todopoderoso más grande que la creación del mundo», dijo el Padre.

Dijo el Hijo: – «Donde yo esté presente, verdadera, real y sustancialmente, con mi Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad para ser comido por los hombres».

– «Que me invoquen a mí en la epíclesis pre–consecratoria para que se transusbstancie la materia del sacrificio, y en la epíclesis post–consecratoria para que los fieles se aprovechen de la Víctima inmolada», agregó el Espíritu Santo.

Dijeron los Tres a una: – «Amén».

Insistió el Padre: – «Que sea monumento vivo de mi infinito amor misericordioso».

– «Que por ser representación, memorial y aplicación del sacrificio de la cruz lo perpetúe hasta el fin de los tiempos», acotó Jesucristo.

– «Yo haré que los fieles puedan unir sus sacrificios espirituales al sacrificio de Cristo en la cruz», sostuvo el Espíritu Santo.

Dijeron los Tres a una: – «Amén».

– Todavía dijo el Padre: – «Será una obra maestra tal de mi infinita sabiduría que ni yo la podré superar».

Insistió el Hijo: – «En ella brillará mi sacerdocio Sumo y Eterno, y la participación del mismo en el sacerdocio ministerial y en el bautismal, que lucirán en perfecta comunión».

– «Será el mayor y más importante acto de culto, verdadero monumento perenne de fe, de esperanza y de amor, que se dirigirá al Padre, por el Hijo, en mí, el Espíritu Santo».

Dijeron los Tres a una: – «Amén».

II

Decía la Madre al Hijo: – «Niño mío, entiendo que debas morir en la cruz para salvar a todos los hombres, tus hermanos, pero ¿qué sacrificarán ellos?».

– «Habrá un sólo y único sacrificio a través de todos los tiempos, el de la cruz, pero el mismo y único sacrificio se perpetuará de otra manera».

– «¿De qué manera?».

– «De manera sacramental, es decir, no en mi especie propia sino en especie ajena».

– «Si bien entiendo me dices que tú y tu sacrificio permanecerán por los siglos, pero como disfrazados bajo otra apariencia. ¿Cuál apariencia?».

– «¡Madre, será bajo la apariencia de pan y vino! Por eso Caná, y el milagro de la Tagba, y el discurso del pan de vida en Cafarnaún. Por eso son figuras de la Eucaristía la oblación de Melquisedec, los sacrificios de la Ley antigua –en especial el de expiación–, el maná en el desierto y el Cordero pascual».

– «Muy bien, mi Niño».

– «Y tú, Madre, estarás presente en todo sacrificio sacramental, que es obra mía y de toda la Iglesia, por estar vos unidísima a mí y a mi Iglesia, y porque al echarse la partícula en el cáliz se simbolizará, también, tu cuerpo resucitado».

III

En el cielo, formando un corrillo hablaban en voz baja un grupo de ángeles, habitualmente muy bullanguero. Uno decía: – «Pero, ¿no basta con el sacrificio de la cruz que tiene valor infinito?». De refilón lo escuchó un arcángel que tenía autoridad, serio, enjuto, hierático, casi trasparente por la penitencia, que lo reprendió con acritud con su tonada apentagramada:

– «Che, Habacuc, no digás zonceras», dijo el ángel, al parecer argentino.

– «¡¿Mande?!», dijo el primero, con acento ecuatoriano.

– «Escuchemos al ángel del sacrificio», dijo el segundo, e indicando silencio llevó su dedo espiritualizado sobre su boca espiritual.

Intervino, solemne, el ángel del sacrificio: – «El sacrificio de la cruz alcanza y sobra para limpiar todos los pecados, de todos los hombres, de todos los tiempos. No hace falta otro sacrificio, sino que, como no debe extinguirse el sacerdocio de Jesucristo por su muerte, y como exige la naturaleza sacramental de los hombres dotados de cuerpo y alma, es necesario que el sacrificio de la cruz se perpetúe visiblemente, en especie ajena o sacramental».

– «¡Lo necesitamos!», gritaron los hombres y mujeres de todos los tiempos.

– «¡También nosotros lo necesitamos!», agregaron como en un eco las benditas almas del purgatorio. (Ambos grupos se enteraron por las perfectas comunicaciones que existían en el sistema de la comunión de los santos).

Se acerca Melquisedec a Abraham y le pregunta:

– «¿Qué ha pasado?».

– «La figura ha cesado».

Como reguero de pólvora corrió la noticia entre los patriarcas y profetas. Le dicen a Malaquías:

– «Se ha dado cumplimiento a tu profecía: Ya se ofrece el sacrificio desde donde sale el sol hasta el ocaso (Ml 1,11)».

– Y a San Juan Bautista: – «Todos repetirán tus palabras: Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo».

La alegría era inmensa. Se imponía festejar. Aparecieron los ángeles musiqueros y amenizaron la velada con varios enganchados de música celestial. Miríadas y miríadas de ángeles hacían graciosas y divertidas rondas en el cielo, como lo harían luego en cada lugar donde se celebrase la Eucaristía y cantando con los fieles el Sanctus. Como es sabido para San Juan Crisóstomo el altar está rodeado de ángeles y San Gregorio Magno a la hora del sacrificio ve abrirse el cielo y bajar los coros de los ángeles. En la sala de situación del cielo delante de una gigantesca pantalla de cuarzo líquido espiritualizado, donde aparecían miles y miles de luces encendidas en el mapamundi, los ángeles del servicio hacían largas listas de turnos para asistir a las Misas que se celebrarían en cada punto iluminado de la pantalla.

El ambiente, por decirlo de alguna manera, se puso más diáfano, gracioso y sereno. Un como sublime arco iris etéreo, aumentando de intensidad, pero sin lastimar los ojos, lo iluminaba. ¡Era la paz celestial!

IV

El pan y el vino dijeron: – «¿Qué pasará con nosotros?».

– «La sustancia de ustedes desaparecerá totalmente», respondió Dios.

– «¿A dónde iremos?», preguntaron. Y retrucaron: – «¿Iremos a la materia preexistente? O, ¿tal vez seremos aniquilados?».

– «¡No!», se escuchó decir a Dios. «Ni lo uno ni lo otro. Se convertirán».

– «¿Quién tomará nuestro lugar?».

– «El Cuerpo y la Sangre de mi Hijo. Esta conversión es única y singularísima, por eso tiene nombre propio, se llama: ¡Transustanciación!. Por la que no queda nada de la sustancia del pan, ni nada de la sustancia del vino, que se transelementan, se transustancian».

Se escucharon varias voces que decían: – «Nosotras también nos iremos porque inherimos en la sustancia como en un sujeto».

– «¿Quiénes son ustedes?», preguntó un ángel.

– «Yo soy el color», dijo una.

– «Yo el sabor», dijo otra.

– «Yo el peso».

– «Yo el tamaño».

– «Yo la medida».

– «Yo soy el olor».

– «Yo soy la figura».

– «Yo…».

– «Basta ya entendí, pero juntas ¿cómo se llaman?», interrumpió el ángel.

Todas hablaron al mismo tiempo y no se entendía lo que decían (no por nada son de género femenino).

– «¡Silencio! Una por vez».

– «Nos llamamos especies…».

– «También apariencias…».

– «Otros nos dicen accidentes, en el sentido metafísico de la palabra…».

– «Ustedes permanecerán», sentenció Dios.

Ellas preguntaron una vez más: – «¿Dónde seremos sustentadas, quién nos sostendrá?».

– «Será mi divino poder».

– «Señor, no lo tomes a mal, pero nunca se ha visto que las especies no se sustenten en una sustancia».

– «No será así en la Eucaristía, que es hecha por mi sólo poder».

– «Eso quiere decir que nosotras que desde la creación del mundo y aún durante los cielos nuevos y la tierra nueva, existimos y existiremos porque estamos en un sujeto que es la sustancia, ¿sólo en la Eucaristía existiremos sin sujeto de inhesión?».

– «¡Sí. Así es!».

– «¡Pero eso es un milagro!».

– «¡Un milagro, y muchos y miles y millones! No es perezosa mi mano, ni se cansa mi brazo. Una, muchas, miles y millones de veces he de intervenir en la historia del hombre, para que los hombres y mujeres entiendan que mi infinito poder es misericordioso y providente».

– «Y, ¿porqué nos tenemos que quedar nosotras?»

– «Por razón de signo. Por ustedes se conocerá lo que debajo de ustedes habrá».

V

Un grupo de jóvenes bullangueros hacía muchas preguntas a alguien a quien las nieves del tiempo cubrían –es una manera de decir– la sien.

Uno de ellos preguntó: – «¿Cuál es la razón de que nuestro Señor haya elegido materia doble para el sacramento de la Eucaristía?».

– «La razón es doble», se escuchó.

Impaciente otro preguntó: – «¿Cuál es la primera razón?».

– «Por razón de ordenarse el sacramento a ser comida espiritual y siendo esta parecida a la comida corporal, así como para ésta es necesario el manjar, que es el alimento sólido, y la bebida, que es el alimento líquido, dos cosas concurren a integrar este sacramento, el manjar espiritual y la bebida espiritual, según el Evangelio: Mi Carne es verdadera comida y mi Sangre verdadera bebida (Jn 6,50)».

Saltó un tercero: – «¿Y la segunda razón?».

– «Por razón de la representación del sacrificio de la cruz. Allí la sangre se separó del cuerpo. Aquí la oposición a la otra especie y a la otra forma, muestra su sangre como separada de su cuerpo, como en la cruz, por tanto aparece su cuerpo como muerto y exangüe, desangrado. La Sangre consagrada separadamente del Cuerpo es representación viva y eficaz de la Pasión del Señor».

– «¿Cuál es la parte principal?», se animó a indagar otro.

– «La consagración de la Sangre es la parte principal de la perpetuación del sacrificio de la cruz que se verifica en la Misa, ya que representa el misterio mismo de la Redención de Cristo obrada por la efusión de la sangre. Y es menester primero la consagración del Cuerpo, que es el sujeto de la Pasión, ya que en la Pasión el cuerpo fue lacerado y separado de su sangre en el momento de la muerte».

Se hizo un largo silencio. Luego el mismo terminó de hablar:

– «¡No hay en el mundo cosa más grande que la Misa!».

VI

Se oyó una voz muy dulce, tan dulce como la Palabra de Dios. Los ángeles parecían acaramelados. Era la Madre Virgen:

– «Dónde está mi Hijo y su Iglesia, allí estoy yo».

Abreviaturas Bíblicas

Antiguo Testamento

Gn Génesis

Ex Éxodo

Lv Levítico

Nm Números

Dt Deuteronomio

Jos Josué

Jue Jueces

Rut Rut

1Sam 1º Samuel

2Sam 2º Samuel

1Re 1º Reyes

2Re 2º Reyes

1Cr 1º Crónicas

2Cr 2º Crónicas

Esd Esdras

Ne Nehemías

Tb Tobías

Jdt Judit

Est Ester

Job Job

Sl Salmos

Pr Proverbios

Qo Qohelet (Eclesiastés)

Ct Cantar de los Cantares

Sb Sabiduría

Sir Sirácida (Eclesiástico)

Is Isaías

Jr Jeremías

Lm Lamentaciones

Ba Baruc

Ez Ezequiel

Dn Daniel

Os Oseas

Jl Joel

Am Amós

Ab Abdías

Jon Jonás

Mi Miqueas

Na Nahum

Ha Habacuc

So Sofonías

Ag Ageo

Za Zacarías

Ml Malaquías

1Mac 1º Macabeos

2Mac 2º Macabeos

 

 

Nuevo Testamento

Mt Mateo

Mc Marcos

Lc Lucas

Jn Juan

He Hechos de los Apóstoles. (Actas)

Ro Romanos

1Cor 1º Corintios

2Cor 2º Corintios

Ga Gálatas

Ef Efesios

Flp Filipenses

Col Colosenses

1Te 1º Tesalonicenses

2Te 2º Tesalonicenses

1Tim 1º Timoteo

2Tim 2º Timoteo

Tit Tito

Flm Filemón

Heb Hebreos

Sant Santiago

1Pe 1º Pedro

2Pe 2º Pedro

1Jn 1º Juan

2Jn 2º Juan

3Jn 3º Juan

Jds Judas

Ap Apocalipsis

Glosario según las Constituciones del IVE y SSVM

Proemio

1. Dios

a. Participar: [162] [164] [166] [447] [499] [542].

b. Amor (manifestación de): [93] [172] [247] [255] [335].

c. Dios (correctas ideas acerca de): [43] [102] [111] [350] [559].

d. Misa: [447] [542] [574].

2. Santísima Trinidad: [9] [42].

a. Padre: [14] [58] [153] [540] [547].

b. Espíritu Santo: [9] [48–49] [51–52] [268–269] [270].

c. En cuanto a la comunión que debe producir en nosotros la Trinidad: [20] [276] [287].

d. Trinidad, presencia en el alma y diálogo con ella: [44].

3. Por Cristo, con Él y en Él: [131].

a. Obrar por Cristo: [41]; unidos a Cristo: [99] [254] [548]; siendo otra Encarnación: [36], «otros Cristos» [64–66].

b. Ofrecerse con y en Cristo: [108] [163] [178].

c. Para gloria de Dios Padre: [14].

4. Monumento vivo del amor de Dios

a. Eucaristía (monumento de amor), pan eucarístico, vino eucarístico: [7] [273] [290] [328–337] [341] [449] [542] [574].

b. El amor que brota de la Cruz: [170–172].

c. Configurarse (con Cristo), moler, triturarse. Imitar (su muerte): [79] [192] [399].

d. Crucificar, entregar: [108] [169] [178] [181] [196].

e. Fuego de la caridad: [454].

5. Sublimidad de la Misa: [335] [447]; centro de la vida parroquial [499].

6. El mundo sacramental: [263] [293] [483].

7. Liturgia vívida y vivida: [336] [542].

Introducción

Ritos de introducción

Al encuentro con Cristo:

a. Encuentro: [539–540].

b. Penitencia–Conversión: [11] [133–140] [313] [543].

Primera parte

Liturgia de la Palabra

a. La «escucha» de Cristo: [19] [541].

b. Palabra de Dios: [16] [18] [271–274] [560] [574].

Segunda parte

Liturgia de la Eucaristía

Primer momento:

Presentación y ofrenda de los dones

Capítulo 1º. Materia del sacrificio

Capítulo 2º. Nuestro ofrecimiento

Ofrecimiento de toda la vida a Cristo:

a. Ofrecimiento: [24] [108] [196] [246] [368] [396].

b. El dolor: [201–205] [207].

c. Don, dones: [24–25].

Capítulo 3º. Creación e historia

La Cruz dirige la historia: [181].

Alabanza al Creador: [246].

Segundo momento:

Plegaria eucarística

Capítulo 1º. Prefacio

a. Acción de gracias: [246].

Capítulo 2º. Epíclesis.

a. Consumación (del sacrificio): [213] [268].

b. Arder: [179] [42] [336] [399].

c. Transparentar (dejar... al E. Santo, cosa que no hace el sacerdote mundano y carnal): [147].

d. Docilidad: [19] [48–52] [147] [153] [270].

Capítulo 3º. Consagración

Artículo 1º. Presencia de Cristo:

a. Poder y dignidad del sacerdote ministerial: [168].

Artículo 2º. El Sacrificio de Cristo:

a. Sacerdote: [105–107] [159–160] [336] [552–553] [570].

b. Víctima: [203].

c. Oblación: [91] [196] [155] [65]

.

d. Calvario–Eucaristía: [172] [335] [246].

Párrafo 1º. Representación

Sacrificio de la Cruz, Pasión del Señor: [11] [169–181] [196–197] [202–204] [209–214] [216] [426].

Párrafo 2º. Memorial

* Consagración:

a. Reproducir–Imitar (los sentimientos de Cristo en Cruz, humildad, adoración, etc.): [64–66] [79-80] [181].

b. Entregarse voluntaria y gustosamente: [108].

c. Muerte (a nosotros mismos): [206–214].

d. Holocausto (igual a votos religiosos): [196] [362–368].

* Oblación:

a. Oblación: [91] [108] [166] [194-198].

b. Participación espiritual (como deseo, en todo lugar y momento): [53] [542] [574].

c. Redención (la Eucaristía es una verdadera inmolación sacramental, que actualiza perennemente la gran obra de la...): [91] [197-198] [264].

Párrafo 3º. Aplicación

a. Aplicación (de la obra redentora para alcanzar gracias): [195] [198] [203].

Artículo 3º. El Sacerdocio de Cristo:

Párrafo 1º. Sumo y Eterno: [12] [105-107] [158-161.163] [196].

Párrafo 2º. Ministerial: [68] [166.168] [318] [439-441] [542] [570].

Párrafo 3º. Bautismal: [68] [108] [162.164-167] [181] [202-203].

Párrafo 4º. «Amor sacerdos inmolat»: [24] [106-108] [544-545].

Artículo 4º. Tres actos de un sólo drama:

Párrafo 1º. La Misa: [447].

Párrafo 2º. La Cruz: [107] [169] [172] [177] [181] [193-198] [443].

Párrafo 3º. La Cena: [20] [107].

Artículo 5º. Tres protagonistas (y María):

Párrafo 1º. El Hijo: [12] [105-107] [158-161.163] [193-198].

Párrafo 2º. El Espíritu Santo: [9] [48] [49] [51] [52] [268] [269]. [270].

Párrafo 3º. El Padre: [14] [58] [153] [540] [547].

Párrafo 4º. María: [19] [338-342] [360] [401].

a. Presencia espiritual de la Virgen María en la Misa: [9] [12] [114] [342].

Artículo 6º. Tres niveles:

Artículo 7º. Triple signo:

Párrafo 1º. Rememorativo: [169] [172] [189-191] [196-197] [202-204] [209-214] [216] [426] [447].

Párrafo 2º. Demostrativo: [68] [185] [222-223] [447].

Párrafo 3º. Profético: [169] [185] [447].

Artículo 8º. Tres instancias:

a. Cuerpo Místico de Cristo, gracia de unión con Cristo, participación de la vida trinitaria. Unidad de la Iglesia: [7] [39] [264-265] [279] [290] [315] [329-336].

Artículo 9º. Tres fines:

Párrafo 1º. Latréutico: [246] [405-407].

Párrafo 2º. Eucarístico: [246] [335-336].

Párrafo 3º. Propiciatorio e Impetratorio: [194].

Artículo 10º. Por dos clases de hombres:

Párrafo 2º. Por los difuntos: [337].

3er. momento:

Comunión

Capítulo 1º: Padre nuestro

a. Paternidad: [20] [440-441].

b. Fraternidad: [404].

Capítulo 2º. Fracción del pan: [329].

Capítulo 3º. Comunión:

a. Comulgar (la Víctima): [209-211] [277] [329-334].

Artículo 1º. Confiere el aumento de la gracia:

a. Santidad: [201] [269] [447].

b. Oración vital: [57] [446].

c. Fecundidad: [18] [208] [439-441] [544].

Párrafo 2º. Representación de la Pasión: [11] [169-181] [189-191] [196-197] [202-204] [209-214] [216] [426] [447].

Párrafo 3º. Es alimento que sostiene, aumenta y deleita: [552].

Artículo 2º. Signo de la unidad de la Iglesia: [330-331.334].

Artículo 3º. Causa la unidad de la Iglesia: [315] [329.332] [335].

a. Solidaridad: [115-116] [211-212].

b. Paz: [426-428].

c. En la santidad: [290].

Artículo 4º. Incorporación a Cristo: [234-235] [291] [333].

Artículo 5º. Fin y principio de todos los sacramentos: [447].

Artículo 9º. La resurrección, efecto de la Eucaristía

a. Fiesta: [238-249].

Artículo 11º. La comunión frecuente: [542] [574].

Rito de conclusión

Prolongar a Cristo: [30-31] [62] [262].

Envío. Misión: [32] [64] [250-251] [260] [298-303] [481-486].

Índice temático

 

Índice analítico

Índice general 7.

Prólogo 11.

Proemio 13.

1. Dios 13.

2. Santísima Trinidad 13.

3. Por Cristo, con Él y en Él 15.

4. El monumento vivo del amor de Dios 18.

5. Sublimidad de la Misa 26.

6. El mundo sacramental 27.

a. El mundo visible, sensible 27.

b. El mundo invisible, no–sensible 29.

c. El mundo visible–invisible 30.

7. Liturgia vívida y vivida 32.

Introducción 35.

Ritos de introducción 35.

La entrada del celebrante 35.

Veneración al altar 35.

Saludo a la comunidad cristiana 36.

Rito penitencial 37.

Kyrie 37.

Gloria 37.

La oración colecta 37.

Primera parte

Liturgia de la Palabra

Liturgia de la Palabra 41.

Segunda parte

Liturgia de la Eucaristía

Primer momento:

Presentación y ofrenda de los dones 47.

Capítulo 1º. Materia del sacrificio 47.

1. Hubo quienes usaron otras materias 49.

2. Conveniencias 50.

3. ...y un poco de agua 51.

Capítulo 2º. Nuestro ofrecimiento 54.

1. Lo que somos 55.

2. Lo que hay que sacrificar 56.

3. Lo que debemos hacer para poner «el alma» 56.

Capítulo 3º. Creación e historia 58.

Segundo momento:

Plegaria eucarística 61.

Capítulo 1º. Prefacio 61.

Capítulo 2º. Epíclesis 62.

Capítulo 3º. Consagración 67.

A. Es el corazón de la Misa 67.

B. Anunciamos la muerte del Señor 68.

1. ¿Por qué es esto así? 68.

2. ¿Por qué es necesaria la doble consagración? 69.

3. ¿Por qué primero se consagra el pan? 70.

4. ¿Por qué en segundo lugar se consagra el vino? 70.

5. La Misa es un sacrificio sacramental 71.

Artículo 1º. Presencia real 72.

Párrafo 1º. Presencia verdadera 73.

Párrafo 2º. Presencia real 74.

Párrafo 3º. Presencia sustancial 75.

Párrafo 4º. De la Transustanciación 76.

Párrafo 5º. Omnipotencia de Dios 79.

Artículo 2º. El Sacrificio de Jesucristo 81.

Párrafo 1º. Representación 83.

1. ¿Qué es representar y representación en sentido profano? 83.

2. ¿Qué es representación en el Antiguo Testamento? 83.

3. ¿Qué es representación en el Nuevo Testamento, en el sacrificio de la Nueva Alianza, en la Misa? 84.

Párrafo 2º. Memorial 87.

1. Distintos tipos de memorial 88.

2. El memorial de la consagración 90.

3. La inmolación 90.

4. La oblación 94.

5. Los bautizados ofrecen la Víctima 95.

6. En todas las Misas 95.

Párrafo 3º. Aplicación 96.

1. ¿Qué es la aplicación? 97.

2. La cruz y la Misa 98.

3. Un solo sacrificio 100.

4. Un solo sacrificio, que se perpetúa 100.

5. La causa universal de salvación y su aplicación 102.

6. Dos actos deben poner los hombres 104.

a. Por parte de los creyentes 104.

b. Por parte de los sacerdotes 106.

7. Son dos los actos que deben unirse 107.

Artículo 3º. El Sacerdocio de Cristo 108.

Párrafo 1º. Jesucristo Sacerdote principal 108.

1. Los Santos Padres nos enseñan que Cristo es el Sacerdote principal de la Misa 110.

2. La Iglesia en su Magisterio nos lo recuerda 110.

3. La ciencia teológica lo fundamenta 112.

Párrafo 2º. El oferente ministerial 114.

1. Lo enseña la Sagrada Escritura 115.

2. Lo enseñaron los Santos Padres 116.

3. Lo enseña la Sagrada Liturgia 116.

4. Lo enseña la razón teológica 117.

5. Modernas opiniones erróneas 118.

6. Esas opiniones se refutan así 119.

Párrafo 3º. El oferente bautismal 122.

A. El oferente general 122.

1. ¿Cómo es posible que todo bautizado ofrezca todas y cada una de las Misas que se celebran? 123.

2. ¿Cuáles son las razones teológicas de esta enseñanza? 125.

B. El oferente especial 128.

1. ¿Por qué pueden y deben los que asisten a la Misa ofrecer la Víctima del altar? 128.

2. ¿Cuándo debe comenzar en los bautizados la actitud ofertorial? 129.

3. ¿Cuándo se ofrece, de hecho, la Víctima inmolada? 129.

4. ¿Cuándo se explicita la oblación con palabras? 130.

5. ¿Por qué dice el sacerdote: «orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro»? 132.

6. ¿Cuándo llega a su plenitud el ofrecimiento de la Víctima divina y de nosotros junto con Ella? 132.

Párrafo 4º. «Amor sacerdos inmolat» 133.

1. Immolat 133.

a. La materia sensible del sacrificio 134.

b. La acción sacrificial o el rito sacrificial 134.

2. Sacerdos 136.

3. Amor 137.

Artículo 4º. Tres actos de un solo drama 139.

Párrafo 1º. En la Misa 139.

Párrafo 2º. En la Cruz 145.

Párrafo 3º. En la Cena 146.

Párrafo 4º. Tradición y Magisterio 148.

Artículo 5º. Tres Protagonistas... (y María) 152.

Párrafo 1º. El Hijo hecho carne: Jesucristo 153.

Párrafo 2º. El Espíritu Santo 154.

Párrafo 3º. El Padre 155.

Párrafo 4º. María 164.

Artículo 6º. Tres niveles 164.

Artículo 7º. Triple signo 167.

Párrafo 1º. Rememorativo 168.

Párrafo 2º. Demostrativo 168.

Párrafo 3º. Profético 170.

Artículo 8º. Tres instancias 172.

Párrafo 1º. Los sacramentos y las tres instancias 172.

Párrafo 2º. La Eucaristía y las tres instancias 174.

Párrafo 3º. Más sobre las tres instancias 176.

Párrafo 4º. Genialidad de este don de Dios 179.

Artículo 9º. Tres fines 181.

Párrafo 1º. Latréutico 181.

1. Sólo a Dios se debe sacrificar 181.

2. Sólo a Dios se debe adorar 183.

Párrafo 2º. Eucarístico 188.

1. Introducción 188.

2. Los hombres y mujeres necesitan dar gracias a Dios 189.

3. Jesús nos dio ejemplo 189.

4. La acción de gracias por excelencia 191.

5. Y así instituyó la Misa Jesucristo 192.

Párrafo 3º. Propiciatorio e Impetratorio 194.

A. Propiciatorio 194.

1. Ideas sobre el tema en la Biblia 194.

2. Lo quiso Cristo al instituir la Eucaristía 195.

3. Lo recuerdan los Santos Padres 196.

4. Lo enseña el Magisterio 196.

5. Nos lo recuerda la liturgia 197.

6. Lo demuestra la Teología 198.

B. Impetratorio 201.

1. La oración de petición es alabada por la Iglesia 202.

2. ¡Con mucha mayor razón es alabada la oración de petición en la Misa! 203.

Artículo 10º. Por dos clases de hombres 207.

Párrafo 1º. Se ofrece por todos los vivientes 207.

Párrafo 2º. Se ofrece también por todos los fieles difuntos 213.

La doxología final 215.

3er. momento:

Comunión 219.

Capítulo 1º: Padre nuestro 219.

1. El Padre nuestro 219.

2. El rito de la paz 219.

Capítulo 2º. Fracción del pan 220.

Otra fracción, pero pequeña 223.

Inmixtión o mezcla (o conmixtión) 223.

Unidad del sacramento bajo las dos especies 225.

La grandeza de la Misa 226.

Capítulo 3º. Comunión: 226.

Artículo 1º. Confiere el aumento de la gracia 227.

Párrafo 1º. Por la presencia de Cristo 227.

Párrafo 2º. Por ser representación de la Pasión del Señor 228.

Párrafo 3º. Es alimento que sostiene, aumenta y deleita 228.

1. Sustenta 229.

2. Aumenta 230.

3. Deleita 230.

Artículo 2º. Signo de la unidad 233.

Artículo 3º. Causa la unidad 234.

Artículo 4º. ¿Cómo nos incorporamos a Cristo? 235.

Artículo 5º. Fin y principio de todos los sacramentos 237.

Artículo 6º. Consumación de los demás sacramentos 239.

Artículo 7º. Principio vivificante de los demás sacramentos 240.

Artículo 8º. Causa el que alcancemos la gloria 242.

Artículo 9º. La resurrección, efecto de la Eucaristía 244.

Artículo 10º. La Eucaristía da la vida eterna 245.

Artículo 11º. La comunión frecuente 246.

Rito de conclusión 247.

Rito de despedida 247.

Final 249.

Epílogo 253.

1. La historia de nuestra relación personal con Jesucristo Sacramentado. 253.

2. ¡Nada más difícil que la fe en la Eucaristía! 269.

1. Necesidad de comenzar todo desde el principio 269.

2. Proceso apologético para llegar a la fe en la Eucaristía 271.

a. Primera etapa: Religión natural 272.

b. Segunda etapa: Religión cristiana 274.

c. Tercera etapa: Religión Católica 278.

3. Examen de conciencia sobre nuestra fe en la Eucaristía 281.

3. ¡Nada más fácil que la fe en la Eucaristía! 283.

1. El porqué de las tentaciones contra la fe eucarística 283.

2. Algunos ejemplos de tentaciones contra la fe en la Eucaristía 286.

3. Nada más fácil 290.

4. La consagración del pan en la «Narración de la institución y consagración» 292.

1. Las personas 294.

2. El tiempo 296.

3. El lugar 297.

4. El actor principal, Jesucristo, hace cosas visibles 298.

a. Toma el pan 298.

b. Bendice 300.

c. Partió y dio 300.

5. El Actor principal, Jesucristo, también habla 301.

5. La consagración del vino en la «Narración de la institución y consagración» 304.

1. «Del mismo modo», pero «acabada la cena» 305.

2. «Del mismo modo…»: las acciones «visibles» 306.

a. Toma el cáliz 306.

b. Da gracias bendiciendo 309.

c. «Del mismo modo» lo consagra 310.

d. Lo dio a sus discípulos 311.

e. Diciendo 311.

6. La Misa y la triple dimensión del sacramento eucarístico 313.

1 Una introducción 314.

2. El sacramentum tantum 315.

3. La res et sacramentum 317.

4 La res tantum 319.

5 El epílogo 320.

7. ¡Un Pan y un Cáliz! 321.

8. El sacerdote cuelga de la Hostia que eleva 327.

9. Diálogo de la transustanciación 334.

Abreviaturas Bíblicas 343.

Glosario según las Constituciones del IVE y SSVM 345.

Índice temático 349.

Índice analítico 353.

 

 

 

 

 

 

 

Se terminó de imprimir esta edición de

Nuestra Misa,

el 15 de septiembre de 2002,

fiesta de Nuestra Señora de Los Dolores,

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Se terminó de corregir esta Segunda Edición

El 13 de Noviembre de 2003.

En Segni, Italia.