No quiero que mi hijo sea un blandito
Carmen Romero Martín
Buscando una definición de la palabra fortaleza, encontré la siguiente:
La fortaleza es «la gran Virtud: la virtud de los enamorados; la virtud de los convencidos; la virtud de aquellos que por un ideal que vale la pena son capaces de arrastrar los mayores riesgos; la virtud del caballero andante que por amor, a su dama se expone a aventuras sin cuento; la virtud, en fin, del que sin desconocer lo que vale su vida» -cada vida es irrepetible- la entrega gustosamente, si fuera preciso, en aras de un bien más alto».
Y pensé, “Dios mío, en este mundo del bienestar, de lo material, del placer,... ¿Es esto una quimera?”
Nosotros, padres, queremos educar a nuestros hijos de la mejor forma posible. Los amamos tanto que queremos para ellos lo mejor en todo momento y circunstancia pero, ¿qué entendemos por lo mejor? En la mayor parte de los casos, fruto de un amor mal entendido, ponemos todos los medios para que no sufran, para que vean cumplidos todos sus deseos y anhelos, para que tengan todo lo material que está de moda o que los demás tienen. Todo ello viene avalado por una cultura en la que el niño ha pasado de ser hijo a ser gobernador de la nave familiar, de estar bajo la obediencia de los padres a ejercer un despotismo en algunos casos tiránico. Y ¡ay de aquellos padres que osen transgredir esas normas!, que intenten doblegar la voluntad del niñ o o ejercer su autoridad. No sólo serán amonestados por algunos de sus familiares o sus vecinos sino que incluso pueden acabar en los tribunales y condenados.
A la par de todos esos desmanes, los profesionales de la educación vemos con impotencia cómo cada curso escolar, los chicos y chicas que acceden a nuestras aulas son cada vez más blandos, faltones, vagos y, paradójicamente, prepotentes y soberbios. Muchos de los alumnos que trato rehuyen el mínimo esfuerzo y achacan todos sus errores o faltas al vecino, incurriendo en aquello llamado coloquialmente, “escurrir el bulto”. No tienen capacidad de autocrítica ni asumen sus responsabilidades porque sus bienintencionados padres les han eximido de todas sus faltas a lo largo de una vida.
Y nosotros no queremos incurrir en el mismo error. Pero para educar a nuestros hijos como personas fuertes hemos de empezar por examinar cuánto de “blandura” hay en nosotros. Para ello, veamos algunas virtudes que se desprenden de la fortaleza ilustradas con ejemplos cotidianos que nos ayudarán a situarnos:
a.- Paciencia.- El fuerte es paciente, sabe esperar el momento oportuno para corregir, para orientar, para recoger el fruto de aquello que ha sembrado. Paciencia con nuestra pareja, con nuestros hijos. Paciencia con nuestra suegra o con el vecino pesado del quinto.
b.- Valentía.- El fuerte es valiente, defiende la verdad a pesar de poder quedar en soledad o evidencia. Defiende al débil. En el trabajo, a veces hay que defender a un compañero de una injusticia; o bien no transigir con medidas u disposiciones que afecten a los demás. Ligada a esta virtud encontraríamos la firmeza y, como su máximo exponente, la audacia.
c.- Sobriedad.- ¿cuántos caprichos me permito? ¿cómo aprovecho las cosas materiales? ¿cuando se me rompe algo lo desecho directamente o trato de arreglarlo? ¿Cuántos pares de zapatos tengo, cuantos relojes, cuantas colonias? ¿Cambio de móvil cada dos por tres, porque soy muy fashion? ¿Estoy apegada a mis cosas? ¿Soy agradecida con la vida por todo aquello que tengo y de lo que otros carecen?
d.- Responsabilidad.- Asumir la autoría y consecuencias de aquello que se hace. Y si nos equivocamos, reconocerlo. Es un signo de madurez reconocer con sencillez los errores y, en caso necesario, pedir disculpas por ellos. En el trabajo, en casa, ¿ somos “escurridores de bulto”?
e.- Alegría.- El fuerte es alegre, aunque también tenga momentos duros y malos (¿conocen a alguien que no los tenga?). Alegría que proviene del agradecimiento de contemplar nuestra vida, de tener la oportunidad de vivir cada día. Tenemos que huir de quejarnos como lo hacemos de nimiedades: el tráfico, la comida (hay otros que de esto no se quejan porque casi ni la catan), el frío o el calor, la lluvia,...Todo es motivo de queja. Y qué poco atractivas son las personas quejicosas, tristonas, pesimistas,.... Huimos de ellas como del mismísimo demonio. En cambio, cómo nos gustan los positivos, los luchadores alegres.
Y esto, ¿cómo se puede aplicar a nuestros hijos? Porque este artículo se supone que es de educación de nuestros hijos. Bien, les voy a dar algunas ideas que tal vez puedan servirles:
1.- A los niños se les levanta y acuesta a una hora determinada, que variará en función de si hay cole o no. El niño/la niña, no decide la hora. Somos los padres, aunque ello conlleve un forcejeo muchas veces agotador.
2.- Se come lo que toca, nos guste o no. No se trata de torturarles, se les puede servir menos cuando no les guste, pero habrán de comer de todo.
3.- Las chuches y los juguetitos, aunque sean de los chinos, tienen que tener un día determinado. Ello hace que tengan ilusión por ese día y además nos ahorramos una buena factura del dentista en años venideros.
4.- ¡Cuidado con los niños buenos y monos!. Cuanto más majos son, más fácil es hacerlos blanditos porque es muy difícil negarles algo. Por propia experiencia.
5.- Es muy cómodo ponerlos delante de la tele, del videojuego, de la PSP,... especialmente si los hermanos tienen tendencia a pelearse. Sin embargo, el abuso de esos medios hace que nuestros hijos lleguen a no valorar lo que la vida tiene de maravilloso: el monte, el mar, el cielo azul o gris, la amistad. Sólo se vive una vez y nosotros tenemos la obligación de enseñarles lo maravilloso de nuestro mundo.
6.- Los niños/as pueden hacerse la cama desde temprana edad. Así mismo, pueden y deben colaborar en las tareas familiares. Aunque seamos descendientes directos de los Rotchild, hemos de educar a nuestros hijos para que sean capaces de hacer de todo. Además, ¿quién les dice que nunca se puedan arruinar?.
7.- En la línea del punto anterior, el trato con las personas que trabajen en casa ha de ser exquisito. Hace años se abolió la esclavitud y el hecho de ser boliviana o rumana no rebaja la categoría de la persona ni la hace sospechosa de nada. Hemos de enseñar a nuestros hijos a respetarles, a interesarse por sus vidas. Además, es una buena escuela para hacer ver a nuestros hijos la suerte que tienen (no merecida, sino regalada) de vivir donde viven y de tener la familia que tienen.
Podría seguir más, pero dejo a su imaginación las posibilidades que tenemos de hacer a nuestros hijos personas de valía, héroes modernos, gente que sepa servir a los demás en la vida que les toque, que aporten luz a los que les rodeen. Sin desconocer que hemos de desarrollar nuestra propia fortaleza, les deseo la mayor de las suertes ¡Animo y manos a la obra!